41. Llorar abrazando un caballo - Parte 1
¡Hola amiguis!
Volví por mas.
Entre el postoperatorio y la carga laboral no pude postear antes pero espero dejar un capi largo para que, quienes siguen la historia, puedan disfrutar. A quienes no conozcan el episodio de vida del filósofo alemán y el caballo, que da, entre otras cosas, nombre a este capitulo: en la última parte del capi haré referencia a esto para quienes no conocen el relato, que es, a mi parecer, extremadamente curioso, entre otras cosas.
Entre otros dolores, atravieso actualmente, severas fluctuaciones de animo que me atrevo también a compartir, por lo que agradezco infinitamente a quienes leen, ya que de alguna forma, se comen toda la sublimación que esta mente agotada logra relatar para aliviarse. Se los quiere, muchísimo, de verdad. Cada comentario me hace un poquito más feliz y estoy muy muy agradecida de las cosas lindas que me han dejado.
Votos y comentarios me llenan de vida y me ayudan a cicatrizar la herida post quirúrgica XD.
Ahora sí, dejo la primera parte del capi prometido, recauchuto el otro y subo la segunda parte entre mañana y pasado (voy a tener mi vacuna y no sé que tan bien mi cuerpito maltrecho lo va a tolerar)
Mia ♥
"Mira donde vas, muy bien escondido hay
¡algo que te asustará y te hara gritar!
¡Gritar!
Esto es Halloween.
¡Míralo!
¡Que asco da!
¿Te asuste? ¡Pues, ay que bien!
Si queréis apostar, tira el dado y a jugar
Brilla la luna en la oscuridad."
Esto es Halloween - Pesadilla antes de Navidad
"Solamente aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado"
Friedrich Nietzsche
–Busca a Kanon. –masculló, detrás de la voz de las mil muertes. –Devuélvele la vida y acompaña por favor a mi sobrina a la salida.
Inframundo, primera prisión
Thanatos estaba tan completamente inerte en su sitio que parecía la escultura de un museo: el del espanto. La jerarquía del inframundo estaba clara: su Rey y Señor, Hades, daba la órden y él respondía inmediatamente... pero no, no esa orden. No así.
–Pero... mi Se–– quiso articular, pero la voz llena de ecos de su monarca lo interceptó, tajante.
–Pero nada. Es una orden. –contestó sin siquiera dirigirle una mirada, volteándose para buscar a su juez. –Aiacos, ¿podrías por favor escoltar al santo de vuelta aquí? Quiero asegurarme de que ninguno de estos insectos inmundos siga manchando mis tierras. –escupió con asco. –Ya morirá, tarde o temprano, y le esperaré, personalmente.
–Ah, sí... eso... –murmuró Saori, con su voz suave. –Mucho me temo que voy a honrarles por sus increíbles y heroicos actos; me encargaré también personalmente de que cada uno de ellos tenga un sitio en la Isla de los Bienaventurados cuando abandonen sus cuerpos mortales.
Hades la observó de soslayo y la urgencia por enterrarle la espada en el cuello creció como el fuego y como una fantasía casi impúdica... pero la presencia de Zeus en la sala solo provocó que estaque su propia mandíbula con tanta fuerza que sus mejillas latieron con violencia.
–Ya veremos cuando suceda.
La Diosa asintió:
–No veremos, así será.
Inframundo, primera prisión
Thanatos se había alejado unos pasos, tan aturdido e indignado que no notó la mano firme y pequeña en su muñeca izquierda. Volteó alterado.
–No lo harás, ¿no? –preguntó ella, con los mismos ojos aguamarina de su padre. Buscó su mirada, suplicante. –Por favor, no lo hagas. Él tiene que pagar.
La joven lo miró afectada y él se giró para ver su rostro, el de su compañera y amada, que imploraba y suplicaba desde unas cuencas cristalinas y enormes: la única llave que podía abrir su corazón.
–Te asesinaron una vez, y yo te vengué, a ti, mi esposo, y a mi padre. –prosiguió. –Por favor, no lo hagas. Si me amas, no lo hagas. No es justo. Es un mortal y ha ido demasiado lejos. Se ha burlado de todos nosotros... y me ha levantado la mano a mí, tu esposa y consejera.
Los ojos grises del Dios de la Muerte, carentes de pupila, la escudriñaron con atención y sintió su cuerpo volver a contraerse en un espasmo lleno de ira. Al contrario de su gemelo rubio, él no se consideraba calmo en absoluto y era más propenso a arrebatos emocionales y algo caprichosos, pero oponerse a Hades tan abruptamente sería declarar una guerra inútil.
–No puedo desobedecer a tu padre, Macaria. No puedo, es una orden directa. –contestó serio, evitando las suplicas de su consorte.
–Luché contra todo su ejército por ti. –zanjó ella, buscando su boca mientras su mano pálida y diminuta acariciaba sus dedos. –Y ahora le dejarás ir. Mi padre es un cobarde y tú también.
Cobarde.
Aquella palabra le había quemado como si le hubieran golpeado el rostro con una antorcha inapagable. Sus labios se contrajeron en un gesto de sorpresa.
–¿No la has oído? Su Diosa no se detendrá hasta tu destierro... y yo... no puedo permitirlo y tu padre tampoco. Si te destierran... –murmuró, lleno de ira y angustia en partes iguales. –Si te destierran ya no serás mi compañera. No podré verte. No puedo salir de aquí y lo sabes.
–Pues que así sea. –aseveró ella, con frialdad. –Si ese es el precio que debo pagar porque esa inmundicia sufra por toda la eternidad como corresponde lo pagaré. ¿No lo ves? Seremos la burla del panteón, ¡nos han humillado! El destierro me da igual, la humillación no. ¡El hombre al que le devolverás la vida quiso asesinar a tu esposa y nuestros jueces! Y vas a permitirlo, porque mi padre es un cobarde, claro.
–Tu padre es mi Rey y yo su ejecutor. No soy quien toma las decisiones y no seré yo quien destierre a mi propia mujer y su hija del Inframundo.
El parecido entre Macaria y su progenitor era casi abrumador, pero su pelo, largo y negro, caía como una cascada más prolija a diferencia de la de su Señor Hades. Sus rasgos pálidos, casi cadavéricos, quedaban tan acentuados que sus emociones eran evidentes y transparentes. Lo miró con frustración y cierto desdén.
–Claro, tú solo eres el verdugo, ¿no, amado mío? Nuestro plan era perfecto y logramos lo que mi padre no: cargarnos un santuario lleno de guerreros para buscar venganza. Ese soldado, el que revivirás, se abalanzó sobre mí y tú lo premiarás con la vida. Y dices amarme. –resopló, fastidiosa. –Prefiero el destierro, Thanatos; a vivir junto a un Dios de la Muerte que teme dar Muerte.
Se apartó de él tan drásticamente que al separar su mano en señal de rechazo, sus dedos protestaron.
–Macaria...
–Nada, no quiero verlo. –replicó ella, volteándose. –No quiero verte rebajado y humillado antes de lamerle los pies a alguien más siguiendo estúpidas órdenes. Si yo hubiera seguido las reglas, tú seguirías muerto. Haz lo que tengas que hacer, tú sabrás, Dios de la Muerte.
La cabellera azabache se alejó, dejándolo confundido y alterado detrás. Su gemelo se acercó a él como una sombra hecha de luz dorada.
–¿De verdad ni siquiera puedes mantener a raya a tu propia mujer y pretendías fastidiar a Saga? A veces creo que eres idiota; otras veces, me siento casi seguro. Tú desposaste a la hija del jefe... y ya sabes que no hay que mezclar negocios con familia... –suspiró, como descubriendo el paroxismo de la estupidez. –Con lo bellas que eran las Cárites, hermano...
Milos, Grecia
Shion asintió con un suspiro. Sabía por experiencia propia que trabajar con Saga era tarea difícil, lo recordaba extremadamente bien luego de que en aquella última guerra santa, portando su Sapuri oscuro, tuvo que dirigir aquella misión suicida a través de las doce casas que previamente había custodiado, con el gemelo y compañía.
Él mismo había sido, mucho tiempo atrás, un caballero de bronce que entrenaba con sus colegas, previo a ser promovido a santo de oro y combatir en, no una, sino dos guerras santas. La cara abrumada de Shaina era completamente comprensible para él... supuso que habría sido capaz de hacer lo mismo por Dohko, de haber estado en su lugar.
–¿Entonces el plan no funcionó?
La italiana negó.
–No. No funcionó. Lo último que supe es que Saga iba a montar un espectáculo, pero bien. Es su hermano, maestro Shion... supongo que no puedo culparlo. Yo... no tengo hermanos pero sí me han entregado en brazos el cuerpo muerto de Cassios, a quien crié desde pequeño como un hijo. Yo sé de la desesperación de la muerte de un ser amado y de la culpa de no haber hecho feliz a ese ser amado. Supongo que... considerando las cosas que Géminis atravesó... Yo soy feliz. Ser una santa dorada y custodiar la primera casa es lo que siempre soñé... mi vida tiene sentido, al menos para mí. –Hizo una pausa para ajustar su voz. –Saga... no. Creo que lo perdió todo y cuando un hombre lo pierde todo, las medidas desesperadas son un acto natural. Por eso lo ayudé.
–¿Arriesgar tu sueño para ayudar a la persona que indirectamente mató a Cassios? –preguntó curioso y pensativo.
Shaina negó, enfáticamente.
–Arriesgar mi sueño para ayudar a Saga, no. Para convertir este mundo en un sitio más justo, sí. Aioros tiene razón. Géminis es el resultado de años de sufrimiento, ¿podemos culparlo sin culparnos a nosotros mismos y al lugar que defendemos, que es, a su vez, el sitio que lo destruyó?
El antiguo patriarca asintió. Él mismo podía recordar, de forma lejana, a ambos niños y sus súplicas.
–No soy estúpida, maestro Shion, sé que esto significa que estoy castigada y me expulsarán de la orden, supongo. Portaré el título de traidora y probablemente envíen soldados a perseguirme el culo. Solo quiero avisarle que voy a defenderme y se los enviaré de regreso, muertos. El que avisa no es traidor. –asintió. –Tendré que defenderme y puedo hacerlo extremadamente bien. De todas formas, supongo que podría vivir aquí con Marin, el grifito y los demás. Igual, yo también puedo––
–No tomo esas decisiones, Shaina. No soy el patriarca. –La interrumpió él.
–Pero le custodias el culo. –contestó la italiana rápidamente, algo fastidiosa. Evadir algo así con tanta ligereza le pareció tibio y ella no iba con tonterías. –Le custodias el culo y un poco más, si me sueltas la lengua. No eres el Patriarca pero te acuestas con él.
Si hubiera tenido cejas, la izquierda se habría enarcado en señal de advertencia. Seguir por ese camino no la beneficiaba.
–¿Perdona? ¿Tienes algo que decir acerca de mi relación con Dohko? ¿Crees que eso puede beneficiarte y que puedo chantajear a mi pareja para que no te expulsen de la orden?
–No, lo siento, maestro Shion. –masculló herida. Que se meta en el culo la armadura entera y el templo si le cabía, pensó. Tendría problemas con aquellos cuernos, pero de buena gana lo ayudaría ella de una patada. Sabía muy bien que había roto por lo menos tres reglas y el precio a pagar por todas ellas, pero en su mente, habían sido por una buena causa y supuso que su maestro la ayudaría. Se sintió estúpida y humillada.
El grito de Marin interrumpió aquel autopadecimiento, cuando entró a la habitación sobresaltándolos a todos; especialmente al antiguo Patriarca, quien aguardaba de espaldas.
–¡LO HICIERON! –exclamó la japonesa, con un grito similar a un aullido afónico casi ahogado que le arrancó un movimiento pectoral espasmódico. –¡Lo consiguieron! ¡Y traen a Kanon, Shai! ¡Lo lograron! ¡Nadie sabe cómo, pero lo lograron! ¡El plan funcionó!
La italiana pegó un salto similar a un felino a punto de cazar a una presa para abalanzarse y colisionar con la joven en un abrazo ajustado del que solo sabían los desesperados. La fusión de la piel cargada de angustia y el miedo contenidos, liberados en dos simples brazos buscando un cuerpo.
Shion observó con una sonrisa aquel festejo, pero no abrió la boca para opinar, prefirió guardar sus pensamientos para él mismo.
–Entonces, ¿todos vuelven? –preguntó insegura, a modo de confirmación, con sus ojos verdes tan vivos y conmovidos que hablaban un propio idioma.
Marin asintió, feliz.
–Todos vuelven. En una pieza. Lo hicieron bien, cielo.
Inframundo, primera prisión
Saga observaba inquieto, jugando con sus dedos en un gesto de nerviosismo evidente. La Diosa no los miraba. Permanecía de espaldas a ellos, mirando a su tío dispuesta a seguir negociando si Hades intentaba algún movimiento estúpido, que era probable. Allí nada era seguro, nunca. Saga se lo repitió a si mismo con una negatividad arrolladora, que vencía cada una de sus frases de esperanza.
¿Cómo podría explicarle a Saori o a Aioros aquella burla infame que era su vida? El vacío de la muerte lo había observado a través de los ojos abiertos de aquel cadáver que alguna vez había sido su hermano. Un montón de músculos inertes que otrora fueron un baile cómico y divertido para hacerle reír, los brazos quietos que le habían abrazado; todo se había reducido a ese cuerpo abstracto sin sentido, a esa pintura sin corazón. Nadie podía saber lo que él sentía, simplemente porque jamás sería capaz de expresarlo con palabras de este mundo...
...y ahora estaba allí, negociando con los asesinos de su gemelo, intentando ceñirse a un plan trazado por el hombre a quién él mismo había asesinado. Su mandíbula se tensó.
Aioros reparó en sus gestos y lo tranquilizó en un susurro.
–Ya está hecho. –murmuró por lo bajo. –Puedes calmarte ya. Kanon viene con nosotros.
–No me calmaré hasta ver a mi hermano leyendo alguna tontería en su habitación o preparando ese café inmundo en mi cocina.
El centauro negó con la cabeza, a diferencia de su amigo, él sí se sentía tranquilo y confiado.
–¿Sabes lo que decía Tolstói?
Saga lo observó de reojo.
–No, pero apuesto a que mueres por decírmelo, caballito de la esperanza.
–Te lo diré: "No se vive sin la fe. La fe es el conocimiento del significado de la vida humana. La fe es la fuerza de la vida. Si el hombre vive es porque cree en algo." Creo que tenía razón, y la fe nos trajo hasta aquí y nos llevará de vuelta, celebraremos pronto con tu hermano, en mi templo.
Saga rio levemente.
–Pues personalmente soy más de Nietzsche, no voy a mentirte. Decía "Tener fe significa no querer saber la verdad."
Aioros rio, intentando disimular.
–¿Sabes? Citar a Nietzsche es tu punto máximo de nihilismo, Saga. Además, después de todo, ¿no era un ser sensible como tú lo eres en el fondo? Quiero decir, echarse al cuello de un caballo herido a llorar fue su punto de inflexión.
–Eso es cierto, pero yo no soy un filósofo alemán y no me echaré al cuello de nadie a llorar. ¿No tienes un botón de "pausa" en algún sitio? O "mute", eso, la tecla del volumen, ¿dónde la escondes?
El centauro asintió, algo divertido, hasta ajustar su vista y escudriñar la escena.
–Espera, ¿sientes eso? –preguntó Aioros, haciendo una pausa. –Soy yo teniendo absoluta razón en todo. .
–Venga, seguimos para bingo. –replicó Géminis nervioso.
–No, tonto del culo, es Kanon. Ahí viene. ¿Ves? Siempre tengo razón.
Milos, Grecia
–¿Entonces? ¿Qué está sucediendo? –indagó Shaina entrando en la habitación, seguida por un altísimo Shion que vigilaba todo con curiosidad. –¿Podemos traerlos ya?
–Espera. –negó Camus. –Algo sucede... no sé qué, pero algo sucede.
–Creí que ya lo habíamos logrado. –protestó Marin, sintiendo el peso de sus hombros superando los 200kg. Sus hormonas volvieron a jugarle una mala pasada y creyó que si aquello salía mal se echaría a llorar por tercera vez en el día.
–Aún no. Es Thanatos. –murmuró el francés por lo bajo.
Inframundo, Primera Prisión
–No lo haré, mi Señor. –se excusó con una reverencia obcecada.
Kanon enarcó una ceja y sus ojos verdes usualmente vivos, volvieron a reflejar la imagen de la desesperanza. Saga levantó la cabeza tan rápidamente que un reflejo de dolor atravesó parte de los nervios que partían de su cuello como una ráfaga.
El soberano máximo del Inframundo frunció el ceño.
–¿Cómo has dicho? ¿Qué no cumplirás una orden directa de tu Rey?
El rostro de Macaria y su asco resonaban en su mente como un eco cruel. Apagó sus parpados y negó con la cabeza.
–No voy a devolverle la vida al hombre que intentó asesinar a mi esposa. Si Atena y compañía quieren llevarse a Kanon de aquí, será por otros medios. Yo, Thanatos, no lo haré.
Su gemelo dorado esbozó una pequeña sonrisa, quizás, su hermano no era tan estúpido como creía.
Los ojos traslúcidos de Hades se entrecerraron en un gesto analítico e indescifrable, en una mirada que dedicó a quien era, además del Dios de la Muerte, su mano derecha. Saori observaba paciente desde su cuerpo mortal, pero comenzaba a fastidiarse.
–Muy bien, tendré que pedírselo a mi padre, quien tomará las medidas correspondientes y––
–¡Devuélvele la vida a mi hermano y podrás tomar la mía! –exclamó Saga, interrumpiendo a la Diosa impulsivamente. –Te ofrezco un intercambio.
El gemelo de ojos grises rio, acomodándose la túnica nuevamente, como si el simple hecho de estar cerca de aquellos santos le hubiera ensuciado.
–Tu vida no me interesa, Saga. A mis ojos, solo eres un patético microbio sin importancia... tu gemelo, en cambio, quiso matar a mi esposa y eso, como comprenderás, no puedo permitirlo.
–Macaria, quien atacaba mi Santuario sin ningún tipo de orden divina. Quien, mucho me temo, tendrá que ser expulsada. –replicó Saori, con la voz firme.
El Dios de la Muerte asintió.
–Conoce muy bien las consecuencias y yo también. –aseveró, intentando no sonar tan dubitativo como realmente se encontraba. –Ahora, si me disculpa, mi Señor, debo retirarme.
Saga quiso acercarse, pero Aioros lo detuvo rápidamente.
–Devuélvele la vida a mi hermano o yo mismo me cargaré a la––
–¡Saga! –le interrumpió el centauro, sujetándolo tan fuerte como pudo. Aquello iría mal si su temperamento le jugaba una mala pasada, una desesperada, como la que pugnaba por salir.
Los ojos grises y diluidos del Dios le observaron fijamente.
–¿O tú qué? –siseó el gemelo oscuro. –¿No has sido capaz de proteger a tu hermano en vida y ahora recuerdas que lo quieres? Tú, alma en pena, no quiero tu vida porque careces de ella. –replicó, caminando hacia él. –Esta cáscara vacía no me sirve porque aunque no lo sepas ni lo admitas, ya estás muerto. Tu vida no vale nada para mí, porque deambular en la tierra, vacío, es tortura suficiente para una basura como tú.
La mente de Saga giró, no supo bien en qué momento, pero sintió que podría matarlos a todos a base del odio que había acumulado durante sus más de 30 años de vida. Sus ojos se ajustaron a la luz fría y opaca del lugar, listo para demostrarle a aquel imbécil, qué tan fuerte podían ser aquellos "microbios", pero fue la mano de Saori quien lo detuvo esta vez, con suavidad y firmeza.
–Hades; para respetar nuestro trato... tienes que devolverme a mi caballero. Me dan igual los problemas internos que tengas con tus siervos, si Kanon no vuelve ahora mismo, comenzaré con tu hija y me detendré cuando toda la corte sea lo suficientemente justa para todos, y eso implica un recambio de Dioses, castigos y exilios. ¿De verdad estás dispuesto a pagar todo ese precio por un hombre? –negó, casi sardónicamente. –¿Un humano sin importancia vale la humillación de perder a tus Dioses, Jueces... a tu propia hija? Me encargaré de que el castigo por involucrarse en el ataque a una Diosa de mi peso, sea tan humillante que el panteón lo recordará eternamente. Si estás dispuesto a arriesgarlo todo por la vida de un "miserable humano" como te gusta denominarles, entonces no solo eres estúpidamente impulsivo, sino que rebajas tu nombre como Dios y Rey del Inframundo. Entonces... ¿Comenzamos con el destierro de tu primogénita?
Su tío negó, enfáticamente.
–No.
Se acercó a su consejero en silencio e intercambiaron algunas palabras en secreto que nadie logró escuchar. Hypnos se unió pronto a la conversación, que se extendió pocos minutos.
Kanon observaba a Saga, intentando calmar a quien sabía, podía ser una bomba de tiempo: una atómica. Saori aguardó pacientemente.
–¿Y bien? –indagó la Diosa, curiosa.
El rey del Inframundo se acercó a ella con cierta lentitud, para observarla desde su gran altura a través de sus ojos cristalinos. Extendió una mano.
–El santo puede volver. Tú, en cambio, no regresas aquí, jamás. Si osas perseguir a mi hija o comenzar algún juicio estúpido, me encargaré personalmente de matarte, pero antes, mataré a todos tus santos frente a ti y te entregaré sus cabezas a modo de ofrenda, uno por uno, querida sobrina. ¿Tenemos un trato?
Atena sonrió, estrechando los enormes y pálidos dedos de su tío.
–Tenemos un trato. Ahora: Kanon. No me iré de aquí sin él, ¿recuerdas? Espero no malinterpretes mi desconfianza.
Thanatos se acercó al Géminis menor con tanto desprecio que podría haberlo aniquilado allí mismo, a él y a su alma. En silencio, odiándose profundamente, tocó su hombro antes de que el cuerpo de Kanon se desvaneciera con un gesto de sorpresa. Saga observaba todo, abrumado.
–Tu caballero ha vuelto. Ahora, retírate y no vuelvas.
Atenas, Grecia
Los ojos verdes de Kanon se sacudieron en pequeños espasmos cuando, luego de romper aquella tumba y reptar hacia la superficie, recibió el sol de lleno. Ah, el sol.
Sonrió ligeramente dejando que los rayos le bañaran la cara y el olor de la putrefacción le pareció tan lejano como la desesperanza. Su hermano había ido hasta el Inframundo a buscarle, y lo había logrado... allí estaba, vivo; y se lo debía a Saga. Volvió a sonreír.
–¿Kanon? –Indagó alguien, sorprendido, ayudándole a ponerse en pie. –¿El juicio? ¿Ha terminado ya?
Adrián, quien pululaba por la zona intentando, sin éxito, dar con el centauro, percibió los ruidos y el movimiento y se acercó veloz, como de costumbre, arrastrando su túnica.
–¿Se encuentra bien? –volvió a indagar el mensajero curioso. Sabía que el gemelo había muerto y sabía también que le esperaba un juicio feroz, porque él mismo había estado allí para presenciar parte de uno. No logró articular ningún otro pensamiento; el olor a muerte le llegó como un golpe rígido en la nariz... su mortaja blanca había padecido el odio de demasiados líquidos que hubieran aseverado que su cronotanatodiagnóstico databa de mucho tiempo atrás como para que aquel hombre altísimo, vivo y en una pieza, estuviera en pie y caminara. Kanon asintió pero el aroma a putrefacción era demasiado invasivo para obviarlo.
–Estoy bien. Me siento mucho mejor de lo que huelo ahora mismo pero necesito una ducha, de forma algo urgente. –aseveró con una ligera sonrisa seguida por una tos invasiva, al percibir y ser arrastrado por el olor a lo que sea que había dejado su cuerpo muerto detrás.
–Mi cabaña no está lejos de aquí, puede ducharse y cambiarse, señor. El templo de Géminis no ha sobrevivido al ataque, pero el Patriarca le asignará un hogar temporal hasta que las refacciones estén completas. ¿Desea acompañarme?
–Quiero desnudarme aquí mismo. –comentó el gemelo divertido, intentando sobrevivir a su propia mortaja, mientras emprendía la marcha caminando junto a él, riendo. –¿Sabes por qué los perros encuentran cadáveres? Porque huelen así, como yo ahora mismo.
Adrian asintió, sin saber si debía reír ante aquel chiste y prefirió callar, como siempre. Después de todo, él no estaba allí para otra cosa más que para abrir la boca y transmitir mensajes.
–Puedo darle toallas limpias y algo de ropa, señor. –comentó el joven de cabellos negros, antes de ingresar a una cabaña que Kanon observó con curiosidad. Era relativamente amplia pero parecía dividida en muchos sectores de lo que intuyó, serían los aposentos de otros empleados del Santuario.
–Sí, gracias. –afirmó con un gesto casi desesperado. Necesitaba agua y en dosis letales.
El mensajero empujó una de las puertas levemente y con un gesto que a Kanon se le antojo demasiado formal y ceremonial, lo invitó a pasar. La habitación no era pequeña: era francamente diminuta. Una cama de madera rústica y simple ocupaba casi todo el espacio en un rincón y una mesilla miniatura le hacía compañía. Nunca había visto una de aquellas cabañas por dentro, pero no le parecía un sitio muy ameno para vivir. En la otra esquina vacía de la habitación, descansaba otro mueble improvisado hecho de tablones amurados. A pesar del tamaño y la rusticidad de aquella construcción, todo parecía limpio y ordenado.
Adrián se apresuró a buscar algo de ropa y una toalla, que le arrimó con el mismo gesto formal y ceremonial, sin siquiera mirarlo. Su rostro rara vez se erguía y parecía que observar el suelo a través de su flequillo negro era su modo de mantenerse en el rango que le correspondía: el de un sirviente sombra.
–Gracias. –repitió Kanon, acomodando la ropa y la toalla en un pequeño bulto que llevaría a las duchas con urgencia. –¿Tienes jabón? O lejía, da igual.
En otro rápido movimiento, el mensajero hurgó uno de sus cajones improvisados (una caja sobre un estante de madera) y extrajo lo que parecía un paquete de higiene personal.
–Aquí hay jabón, señor, pero me temo que lo he utilizado. Puedo conseguirle uno nuevo rápidamente, si así lo desea.
–No, con este va bien, compraré uno para ti luego. Por cierto... ¿podrías deshacerte de mi mortaja? Porque ya te digo que no podrás dormir aquí esta noche si sigo aquí parado. –comentó desnudándose, antes de alcanzarle aquella tela que otrora había sido blanca. Adrián asintió reprimiendo una arcada violenta que amenazó a salir desde su vientre y convertirse en un almuerzo regurgitado.
–Ahora mismo, señor.
El mensajero abandonó la habitación tan rápidamente que Kanon creyó que sus sandalias podrían tener alas, como el mismísimo Hermes. Ya desnudo y listo, cogió la ropa no sin antes reparar en un pequeño rincón casi decorativo, donde descansaba un retazo de tela lila con pequeños conejos.
Por un momento, creyó reconocer la trama de aquel paño, pero no le dio demasiada importancia sofocado por el olor de su propio cabello.
Hasta que lo recordó, en la ducha, mientras frotaba su brazo izquierdo por tercera vez con vehemencia. Lo recordó. ¿Cómo podía olvidarlo?
Cuando, después de aquel baño caliente y exhaustivo, logró vestirse y regresar al pequeño habitáculo, se encontró nuevamente con el mensajero, quien lo aguardaba esperando órdenes.
–¿Puedo hacer algo más por usted? –preguntó, sin observarlo, con la cabeza escondida en una ligera cifosis que parecía crónica.
Kanon lo observó, o al menos lo intentó, detrás de su cabello negro, buscando sus ojos.
–Eres Adrián...
El joven de ojos grises frunció el ceño lleno de cejas oscuras y lo miró, sin comprender si es que el gemelo había enloquecido o si estaba en problemas.
–¿Disculpe, señor? –preguntó, confundido.
–Que eres Adrián... el hermano de Lena.
- Fin de la primera parte -
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