¡Hola! ¡Va la tercera parte del capi! Créditos a Snor por una de las ideas creativas que especificaré más abajo para no spoilear XD.
Gracias infinitas por la paciencia, los comentarios, los votitos y la vida misma.
Espero que esta parte guste mucho :)
Gracias muchas y eternas al grupo que siempre me apoya, me da muchas ganas de escribir y me hace sentir muy feliz, porque el ejercicio de las letras es algo que me atraviesa y me ayuda a canalizar. Cada historia tiene mucho de mi propio corazón y que sea valorada es algo que no me alcanzarían las palabras para poder agradecer y que eso alcance.
Sin más, dejo una parte muy larga. ♥
Mia
PD: Si estás leyendo esto y le das a la estrellita o a comentar, un osito polar le sonríe a la luna y lo salva del deshielo.
"L'oiseau des soldats c'est l'amour
Et mon amour c'est une fille"
"El pájaro de los soldados es el amor,
Y mi amor es una chica"
Guillaume Apollinaire
Aioria atravesó la puerta de la pequeña habitación cargando a Milo, ataviado con su bata blanca y su sonrisa vivaz, aún bajo el efecto de los calmantes en sangre lo suficientemente presentes para esbozar aquel gesto divertido.
–¡¿Qué se supone que haces aquí?! –exclamó Camus aterrado. Su hermana y su pareja no le darían tregua y ese mundo de las emociones se había convertido en un sitio aterrador. –¿Estás completamente loco? ¡Y tú, Aioria! ¡¿Qué has hecho!? Voy a matarte, a ti y a ti. Voy a––
Milo sonrió un poco más, con algo de dificultad.
–También me alegra verte, cari. Ya comenzaba a preocuparme aquello de los abrazos, iba a preguntarte dónde estaba Camus y qué habías hecho con él, pero aquí lo veo ya...
El francés respiró profundamente, con una exhalación que le dejó vacío y sus hombros descendieron 5 centímetros. Se sentía agobiado, cansado, preocupado y ahora, algo alterado.
–¿Quieres explicarme qué haces aquí? Porque no tienes pintas de haber salido con permiso, mejor me dices por qué has huido del hospital, que es donde deberías estar y no aquí en esta habitación que de antiséptica tiene lo que tú de tranquilo.
Aioria lo recostó en la cama, lo que provocó una ligera protesta del escorpión.
–Fue su idea, no me mires a mí. –agregó el león antes de acercarse a la japonesa para alejarse del conflicto bélico.
–Aún hueles gracioso, cariño. –susurró ella con un gesto, arrastrando a su gran gato a la ducha. Después de todo, al escorpión le tocaría explicarse y rápido, y no quería estar presente en aquella discusión.
Milo observó al francés como quien comete una infracción, intentó acomodarse en aquel colchón duro con algo de dificultad.
–Mi hermana me ha contado un episodio gracioso de un indio rubio y loco en cierto hospital diciendo cosas y quería impedir que hagas alguna tontería... que a juzgar por cómo te ves ahora mismo, no estoy seguro de poder detener. No podía quedarme allí, no pensando que enloquecerías tú también y correrías a cobrar venganza, muriéndote en el camino. Solo voy a decir que yo te lo—
–Si dices "te lo dije" voy a—
–Oh, espero que esa frase termine con algún verbo que involucre tu cuerpo desnudo y el mío.
Camus suspiró.
–Estaba más en las líneas de "te mataré" pero... supongo que... no está mal verte sin tantos cables. Gracias... –agregó cediendo un poco a la emoción. Después de todo, el muy terco había huido para ayudarle y por eso lo amaba... porque sabía que no importara el "cómo", Milo siempre estaría allí para él, como cuando se las apañaba para realizar alguna visita furtiva en Siberia.
–¿No vas a besarme ahora que puedes? Porque ese sería un buen comienzo ya que no puedo hacer mucho más. –preguntó sonriendo.
Una leve sonrisa se dibujó en la boca del francés, quien se acercó despacio para sentarse junto a él y finalmente, acariciar su rostro.
–Te duele ¿no?
Milo asintió levemente.
–Solo un poco, nada de qué preocuparse. ¿Me besarás? Llevo esperando mucho tiempo.
El francés acercó sus labios a los suyos como si no creyera en nada más. Plantó un beso suave, dulce, delicado, para luego reposar su frente en la suya.
–Quiero matarte ahora mismo, Milo. No debías irte así, no por mí.
La sonrisa del escorpión se amplió tan real que Camus creyó que jamás había visto una así en su rostro.
–Lo haría y lo haré siempre, Camus. Eso de ser petit-ami es muy serio ¿no? Además... creo que quiero intentar esto de la vida normal contigo. No harás ninguna tontería ¿no? ¿Alguna tontería muy grande como intentar cargarte a Saga?
El francés negó.
–Creo que... me sobrepasó la situación y no supe como reaccionar... de todas formas intentaré contactarle con alguna excusa para que envíe a mi hermana de vuelta aquí.
–¿Me dirás que pasó? Mi hermana me dijo que Shaka mencionó...
–Sí, pero tampoco sé si exageraba o simplemente se montó una película en su cabeza. El Shaka del hospital no era nuestro amigo el sabio de los tés de canela y especias... era otra cosa.
–¿Es cierto que ha preñado a Mimi?
–¡Milo! –le regañó –¿Podrías ser ligeramente menos bestia cuando hablas de mi hermana?
–Lo siento, vamos a ver... ¿es cierto que después de haber copulado con ella ha...?
–No, Milo, no, no uses esa palabra en una misma oración que mencione a mi hermana menor por favor.
–¿Abejitas, polen, flores y semillitas? –preguntó enarcando una ceja.
Camus suspiró.
–No, mi hermana no está embarazada, no sé de dónde se sacó Shaka aquella historia.
–Pues yo diría "del nabo" pero quizás, considerando que sería muy literal, te molestaría.
–Vas a matarme, Milo, de verdad. –suspiró. –La respuesta es no, ¿podemos dejar de hablar de mi hermana embarazada, por favor?
El griego carcajeó lo que llevó inconscientemente su mano a su abdomen abierto en un ligero gesto de dolor.
–Vale vale, pero no me dirás que no serían bonitos unos sobrinos rubitos y regordetes diciéndote que todo lo estás haciendo mal, pésimo, y arrugando la nariz. Hombre, serían amiguitos del grifito bebé de Marin y Aioria.
Camus lo miró fijamente lo que obligó a Milo a contener la risa. Molestar al francés siempre había sido su hobby.
–¿Sabes qué? Ya sabrás tú lo divertida que es esta charla cuando involucre a tu hermana y no la mía, ¿tienes una no? Pues ya verás lo que se siente. Oye ¿por qué no le presentamos a algún colega? A que es una pasada, ¿no? Ikki está soltero, además, será el próximo Leo, ¿a que no irían genial juntos? ¿Death Mask quizás?
–Muérdete la lengua, víbora gélida.
Camus rio.
–Ah, pero alguien una vez me dijo "tócate los huevos con el hermano sobreprotector"
–Vale, touché. Lo dejamos ahí. Ahora... entonces ¿Shaka solo enloqueció y lo de Saga no es cierto?
El francés negó.
–No lo sé, no creo que sea mentira del todo y aún si lo fuera no sé cómo lo sabe. Debería hablar con él pero... estaba fastidioso y no demasiado comunicativo.
–Suena como cualquier día de su vida.
–No, no; especialmente fastidioso y poco comunicativo. Contactaré a Saga y le pediré que la envíe de regreso. Le diré que debo hablar con ella. Si mi hermana no aparece aquí en menos de treinta minutos, iré a buscarle yo mismo.
Marianne escribió el correo con la desesperación corroyéndole las entrañas antes de decidir simplemente dejarlo estar. No sabía dónde estaba el gemelo ni cuándo volvería... el ligero problema era que al día siguiente tendría que trabajar y no podría llegar a Grecia por ningún otro medio que Eurolines Saga de Géminis. Se cagó un poco en sus malas decisiones y volvió a atacar el queso con ansias.
De: marianne.dbs@yahoo.fr
Para: marin_nishimura18@gmail.com
Asunto: Quiero volveeeeeeeeeeer
Marineeeeette
Leí tus correos, lo haces muy bien.
Aquí va el mío:
¿Podrías decirle a mi hermano que mi transporte se ha ido y no sé cómo volver a Grecia? No sé dónde y no ha vuelto, tengo que trabajar en la mañana ¿no tienes otro amigo de esos que viajan gracioso? Ayudaaaa.
PD: Shaka es un tonto. No quiere verme y quiero insultarlo pero no sé hacerlo bien en tu idioma, luego me cuentas.
Aioria ya estaba en la ducha cuando se asomó para observar a Marin, quien aguardaba que el aguador y el escorpión zanjaran la cuestión frente al espejo del baño, explorando el maquillaje de la francesa y olfateando sus labiales. Rio.
–¿No quieres bañarte conmigo? –preguntó enjabonando sus costillas algo distraído.
Ella lo observó sonriendo.
–No, si me ducho contigo sabemos cómo terminará todo y no quiero hacerlo con estos dos fuera. Desde aquí puedo verte el culo y estoy bien. Tú diviértete, cielo. ¿Qué color es más bonito? ¿Este o este? –le preguntó levantando dos labiales con solemnidad. Había visto a Marianne maquillarse, supuso que no le molestaría que tomara prestadas sus crayolas.
–Ehmmmm... parecen iguales, cariño. –contestó él ajustando sus ojos verdes en un gesto de observación atenta.
–Esto es marrón y esto es rojo, Aioria.
–Se ven iguales para mí.
–Vale, solo elige uno, ¿marrón o rojo?
–Rojo.
La japonesa procedió a imitar lo que había visto, dibujando lentamente su boca con el labial. Se observó en el reflejo algo empañado del espejo y la imagen la hizo sonreír. Se veía bonita, su boca resaltaba y a juego con su cabello caoba, remarcaba sus labios gruesos de una forma perfecta.
Hizo caras frente al espejo. Quizás cuando consiga un empleo podría comprarse esos crayones de colores para ella misma.
–¿Qué haces? –preguntó él con curiosidad.
–¿Crees que me veo bonita como las chicas de la ciudad? –preguntó mirándolo a los ojos, para que apreciara su nueva imagen.
Aioria sonrió y se estiró para besarla, mojando todo a su paso, antes de volver a la ducha.
–Claro que no, te ves mil veces más bonita que cualquiera, porque lo eres.
–¿Lo dices porque eres un gato adulador?
Aioria rió con ganas.
–No, soy un gato tosco, pero no diría nada que no sienta... y tú eres y te ves hermosa. ¿Cómo te sientes?
–¿Ahora? Hermosa. –sonrió. –Debo hablar con Shaka. El muy torpe fue a buscar a Marianne a Francia y creyó que Saga salía con ella así que huyó como un cobarde.
Aioria utilizó los restos de jabón para lavarse el cabello, era más sencillo así.
–Bueno, Shaka no parece del tipo de los que pelean demasiado por una chica.
–¿Y tú? ¿Tú pelearías por mí?
Su risa le llegó como un cantar.
–Si sé que aún me amas pelearía contra el ejército espartano... pero no sé si Shaka tiene idea que la chica lo quiere. Todo es muy nuevo para él.
Marin intentó dar con él, sin éxito. Pudo sentir la barrera inmediatamente.
–No quiere hablar.
–Que sorpresa. –murmuró irónico. –¿Por qué no intentas con Mu? Si no está en el Santuario, quizás esté en casa de su amigo. Él podría enviarlo envuelto para regalo. ¿Estás mirándome el culo, cariño?
–Sí. Se ve bonito, lo siento, me distraje... las hormonas.
–Puedes tocar también. –replicó riendo.
–No... Marin, concéntrate, maldición. Aioria no puedes distraerme, tengo una misión muy importante. –contestó ella buscando enfocarse.
El carcajeó.
–Pero si no hice absolutamente nada.
Había terminado ya el sexto cigarrillo cuando Saga reapareció dentro de la casa, para alegría de la francesa que aguardaba nerviosa.
–¡Putain!* ¡Creí que no volverías!
–Solo fue un momento, ya estoy aquí... ¿Aún quieres quedarte? Porque tu hermano quiere hablar contigo.
Marianne meditó aquella respuesta. No. No quería quedarse allí sola, el susto había sido suficiente. Quería ver a su hermano y decirle a Marin que Shaka era un imbécil, para luego quejarse de estar maldita y enamorarse de gente estúpida. Quería que el león intentara levantarle el ánimo con algún chiste pésimo para luego prepararle un té y ver otro episodio de la serie.
–No, me gustaría volver.
–Vale. No puedo volver contigo, aún tengo cosas que hacer antes de ver a Camus, pero puedo enviarte.
–¿Y eso?
–¿Qué crees que significa eso que has dicho? ¿Qué un trozo de madera descubre que es un violín?
Marianne no entendió a la primera, su cerebro dio un brinco buscando la información.
–Eh... –se detuvo un momento para pensar una respuesta coherente. –Creo que a veces somos más de lo que creemos de nosotros mismos. Que podemos ser diferentes... y mejores formas dentro de lo que somos. No es lo mismo ser un trozo de madera, que ser un violín, pero ambos son el mismo material, ¿no? Un bate que rompe un cráneo es madera, la cruz que se carga en la espalda, también. Un árbol enraizado y un árbol muerto. Las antiguas sillas eléctricas. Un violín. El violín no mata; conmueve, crea y su canto hipnotiza. Es bonito. Puedes hacer llorar a un violín, o emocionarlo y con eso, crear cosas bonitas.
Saga asintió. Le gustaba esa teoría.
–¿Y si el violín es de pésima calidad?
–Nunca en las manos del músico correcto supongo. Un Stradivarius tocado por una persona sin conocimientos jamás sonará mejor que el peor violín en las manos del mejor músico. ¿Por qué?
–Nada, simple curiosidad. Deberías volver. ¿Tienes algo que quieras llevar?
Marianne asintió.
–Sí, he preparado otra maleta. Y la cena está en la cocina, te he dejado el plato listo.
Saga sonrió.
–Gracias. Me ha servido la explicación. Gracias por eso. Yo... lo siento, también.
Ella asintió pero no entendió a que se refería Saga en absoluto, ni por qué parecía tan interesado en aquella metáfora, ni porque aquello parecía una despedida.
–¿Por qué lo sientes?
–Porque... creo que te he causado mucho daño innecesario, a ti y a tu hermano. Supongo que... no era un violín, era una cruz.
Marianne lo observó.
–Los buenos luthiers construyen violines con madera reciclada. Si la cruz es grande, más madera. Tú decides qué quieres ser, aunque recuerda que un violín no puede hacer música solo. Gracias por llevarme con mi hermano aquella tarde, estaba muy asustada y... triste. Merci, Saga.
–A ti. Bon voyage, Ratatouille**.
_________
*Putain!: expresión similar a "¡Mierda!"
**Bon voyage, Ratatouille: buen viaje, Ratatouille
Milo lo había alcanzado con un beso, y luego otro y luego otro. Finalmente, se había deshecho del oxígeno y los cables que le ataban a la cama y aunque su cuerpo aún parecía un rompecabezas, jamás había sentido tanta felicidad al besar a alguien más. Nunca. La plenitud de ser correspondido, supuso.
Camus intentaba responder con suavidad, después de todo, la idea de tener relaciones con el escorpión en ese estado, en esa cama y en esa habitación quedaba completamente descartada, pero tampoco podía evitar devolver con su boca ahora libre, los besos que se le habían atragantado por siglos, con ansia.
Un sonido vibratorio, que cortó el aire en dos, les detuvo.
–¡Coucou, mon coeur! –exclamó la voz femenina que arrastraba otra maleta. El cuerpo del francés se alivianó.
–Marianne... –exhaló con un suspiro pesado, cargado de preocupación. –Siento haber terminado tu noche parisina. De verdad lo siento. Prefiero que te quedes aquí, donde sé que estás bien, y puedo cuidarte ¿sí?
Milo los observó, aún sonriendo. No le quedarían muchas sonrisas extras, pero aún no lo sabía.
–Quería volver. –sonrió ligeramente. No quería pensar en aquel rubio estúpido que en tan poco tiempo le había roto el corazón dos veces, así que ni siquiera lo mencionaría. –He traído comida.
Aioria se asomó, ya vestido, para alegría de nadie.
–¿Alguien dijo comida?
–Sí, de París –sonrió triunfal acomodando sus compras sobre la mesa.
–¡Maggianett! Te escribí. Toda la puta tarde, chica. ¿Por qué me ignoras?–exclamó Marin imitando su acento, estrenando su nueva imagen de boca roja. La francesa rio. Quería llorar sí, pero la presencia de aquellas personas calmó su corazón.
–Lo siento, los vi muy tarde. Me gustan tus labios, Marinette.
–Lo sé, me veo genial. –sonrió la japonesa.
Aioria no esperó una invitación formal antes de zambullirse en la bolsa de la francesa explorando todo.
–Madre mía, este queso huele como tus pies, Milo. –dijo haciendo un gesto.
El griego herido ya se había preparado para responderle una guarrada XXL pero se contuvo, porque incluiría alguna alegoría no apta para todo público.
–Yo quiero un poco, hombre, que en el hospital me tenían a pura mierda. –cogió la mano de Camus y susurró. –¿Más tranquilo ahora?
El francés asintió, con un gesto relajado y una ligera sonrisa.
Aioria buscó algo para cortar, sin notar que su rostro estaba cubierto del labial que su novia había estrenado. Podría preparar un poco de pescado en el pequeño calentador que habían conseguido en su estadía en aquel sitio incómodo. No sería demasiado delicioso pero era una cena, de las que llevaban mucho tiempo sin disfrutar.
Marianne observó a Milo.
–¿Tú no deberías estar en el hospital?
Camus afirmó.
–Claro que sí, debería, pero escapó.
–Se supone que seríamos amigos, mon petit ange. Por ejemplo, ahora es cuando le dices a tu hermano que estoy bien y que escaparme del hospital no cambiará nada.
La francesa no estaba convencida.
–Creo que no es una buena idea, sin los calmantes, pasarás una noche terrible, Milo.
–Tranquila, chica, todo estará bien, mi umbral de dolor es alto.
Marianne negó.
–Quizás. Pero tienes el torso abierto y muchas heridas internas que aún deben sanar. Créeme, sin los calmantes, eso dolerá.
El griego descartó aquella idea de raíz, él era el caballero de Escorpio, con o sin armadura, lo era. Podría soportarlo... o al menos eso creyó.
Camus besó su frente. Quería golpearlo, pero la cercanía de Milo le calmaba y si sus dolores reaparecían, se encargaría personalmente de deshacerse de ellos o arrastrar su cuerpo-rompecabezas al hospital.
–¿Qué tal lo he hecho con los correos, eh? –preguntó Marin alegre, acercándose a ella. El espacio era diminuto para ahora cinco personas, pero se sentía emocionada... y diferente.
–Très bien. –asintió. –¿Qué tal la casa? ¿Crees que podamos mudarnos pronto? La habitación es pequeña... no hay camas para todos.
–Tenemos el dinero del primer mes y algo más, lo que nos envió el Santuario, solo debo aceptar, pero quería hablarlo con vosotros previamente. Creo que es hermosa, amplia y luminosa... y te gustará. No tiene muebles aún pero será mejor que esta ratonera. Aioria consiguió trabajo en el puerto y le ha encantado. Tu tienes el trabajo del hospital. Yo puedo conseguir algo también, y estaremos bien. Lo siento aquí, sé que estaremos bien, por primera vez, lo siento. –sonrió feliz.
–Claro que sí. Estaremos bien. –confirmó la francesa. –Y deberíamos ver Ratatouille esta noche.
–Vale, de todas formas te tocaba elegir, Maggiaaaan. Por cierto he... hablado con Mu acerca de Shaka y...
–No ha querido verme. Es un...
–Connard, sí sí, pero... creo que no entendió bien lo que pasó. Creyó que ibas a casarte con Saga.
La cara de la francesa se desdibujó en un gesto de confusión.
–¿Con Saga?
Aquella palabra llamó la atención de Camus, quien intentó escuchar, prestando atención. Si su hermana estaba en una relación con el gemelo y aquella parte de la historia era cierta, él quería saberlo.
–Eres un cotilla. Si estiras un poco más la oreja parecerás el elfo del señor de los anillos, Camus. –susurró Milo.
–Shhh. –le calló él. –Quiero saber qué sucede. Le contará a Marin ¿no?
–Dioses. Eres un controlador, chico.
"Mu. Sé que estás con Shaka, porque no está en el Santuario. ¿Podrías enviarme al cobardica de tu amigo? Ha habido un pequeño malentendido..."
Le extrañó el contacto de Marin en la madrugada tibetana, frunciendo el ceño le devolvió la cortesía.
"Marin... No puedo enviar a Shaka obligado a ningún sitio, estoy intentando no entrometerme en la vida ajena de formas... invasivas. Es un mal momento, habla con él. Lo siento, de verdad."
Esta vez, la energía de la japonesa fue más contundente. Estaba cansada de la tontería adolescente y demasiado cabreada por el lío para ser sutil.
"Mira, Mu. Tú lo sabes, yo lo sé. Nada malo va a pasar. Tu amigo no me contesta y no tengo otra forma de dar con él. Tendré a una francesa en crisis pronto y me gustaría aclararle el malentendido. Le he escuchado llorar por el cobardica del rubio día tras día y si vuelve de la muerte y piensa simplemente desaparecer pues a mí no me interesa, ¿sabes? ¿Quieres saber cuánto me importa? No un cojón, no tres, sino un kilómetro cuadrado lleno de cojones mullidos. ¿Shaka quiere terminar con ella? ¡Pues vale! Que se lo diga a la cara como un ser humano decente... pero que lo aclare porque es cruel. No seas cómplice de su torpeza, ¿a ti te gustaría que Aldebarán hiciera algo así?"
La respuesta del tibetano tardó largos segundos.
"Veré que puedo hacer, Marin. Buenas noches".
Marianne, a su vez, negó con la cabeza.
–No.
Marin continuó.
–Sí, que la ha liado pardísima. Vino a buscarte aquí, le dije que estabas en el hospital pero cuando llegó te habías ido con Saga. Alguien le dijo que era tu esposo y tuvo un ataque verborrágico de locura en el que convenció a Camus de que corrías peligro. Fue a Paris y no estabas allí, encontró un anillo... Marianne si estás escalando monte Géminis no voy a juzgarte, de hecho está muy bien, pero... no quiero que me mientas. Somos amigas, ¿no? Porque creo que lo somos y... me dolería no saber la verdad. Que si has decidido seguir adelante con tu vida nadie puede juzgarte, no lo haré yo.
–¿Escalando monte Géminis?
–Hija mía, espabila. –se volteó y levantó el tono de su voz –Camus, ¿cómo dices "follar" en francés?
–Baiser.
–Espera... ¿eso no significa "beso"? Me dijiste que significaba beso, recuerdo esa palabra, me la enseñaste. –agregó Milo, curioso.
–Significan lo mismo... –suspiró Camus huyendo a un libro.
Milo carcajeó con tanta fuerza que creyó que se arrancaría los puntos del tirón.
–Espera, espera, a ver que me aclare, vas muy rápido. En francés ¿meterle el miembro a alguien hasta los pulmones y darle un besito inocente se dicen completamente igual? Con una misma palabra... ¿idéntica? Ya veo porque creen que Paris es la ciudad del amor, porque a la primera que quieres morrearte con alguien, terminas en la cama. Nos llevan siglos de ventaja y creí que los griegos éramos folladores seriales.
–Bueno, todo depende del contexto, Milo. –agregó el galo, ojeando aún algunas páginas.
Aioria también rio asomándose, limpiando el pescado en el baño, el único sitio con agua.
–¿Cuál es el contexto? ¿Estar desnudo y erecto?
El francés sacudió la cabeza.
–Si es un verbo significa follar, si es un sustantivo es beso. No es tan difícil. Nosotros lo entendemos muy bien.
–Tu idioma es casi tan confuso como tú, Camus, es perfecto. –sonrió Milo aun afectado por la carcajada.
Marin volvió a los susurros.
–Pues eso. Tú y Saga. ¿Baiser?
Los ojos de la francesa se abrieron sorprendidos y negó.
–No. El anillo es de su hermano, iba a llevarlo a su novia.
La japonésa asintió.
–Lo sabía. Sabía que no me mentirías.
Cuando Mu volvió a la cocina después del encuentro cercano del segundo tipo con el águila, Shaka seguía jugando con su té, distraído. Visto lo visto, Marin probablemente tenía razón, todo era un malentendido y ella lo sabía de primera mano pero... después de la conversación con Aldebarán (la discusión) no creía ser capaz de obligar a alguien a ir contra su voluntad, no quería repetir sus errores, sino cambiarlos.
Observó a Shaka con atención. Si bien su amigo se encargaría perfectamente de tapar aquel dolor real bajo toneladas de lógica y explicaciones neurocientíficas del amor y de que no lo necesitaba de nada, se veía... pesado. Su cuerpo delgado parecía golpeado y el aire estaba denso. Sabía que estaba agotado y él más que nadie conocía lo que representaba para él abandonar el Santuario y la casa de Virgo, el único sitio donde se sintió alguien; para escapar bajo la promesa de un amor que ni siquiera se creía capaz de corresponder.
Recordó sus frases tenebrosas desde "ella merece alguien que no soy yo" a "Será feliz con alguien más y yo seré feliz por ella y eso está bien, es lo que tiene que ser". Sabía que no mentía. Sabía que aquellas palabras eran su defensa personal y en algún sitio cómodo las creía... también le recordó meditando solo toda su infancia y el afán de espiar a los demás sin comprender y sin saber cómo integrarse. Presionando con su pequeño dedo regordete la rueda de aquel cochecito azul. El pasado, el presente y el futuro de aquel niño-anciano le abrumaron con pena.
–¿Shaka? –preguntó volviendo a su silla. Los ojos cerrados del indio, no respondieron pero su voz, cansada, sí.
–¿Sí, Mu?
–Sabes que eres mi mejor amigo, ¿verdad?
–Sí, eso creo. ¿Por qué lo preguntas?
–Porque quiero dejar claro que puedo equivocarme pero lo hago por tu bien. Sé que no te gusta cuando tomo decisiones por los demás pero... en este caso es necesario. Quiero que seas feliz. Lo mereces. Me gustaría que lo aprendas.
Shaka frunció el ceño.
–¿A qué te refieres? No te preocupes por mi felicidad, la gente no muere de tristeza ni de amor no correspondido, nada malo va a pasarme, estás dramatizando.
–Lo siento.
–Qué es lo que–– oh no no... ¿Qué vas a hacer? –preguntó alarmado percibiendo el semblante del tibetano. Le conocía y sabía que haría una tontería.
–Debes irte ahora. Lo siento. Buena suerte.
–¡No, Mu! ¡No te atrevas a envi––
–arme con ella!
Su cuerpo sintió el vértigo de la materialización para aterrizar en aquella habitación colmada de gente, completamente abrumado y los ojos de todos sobre su rostro.
–¡Hey! Pero si es Barbie Cardamomo. –sonrió Milo. –Que gusto verte otra vez, chico. Creí que ya no lo haría... y llevas mi ropa por algún motivo, pero hombre, te queda muy bien.
Cuando logró exhalar notó que había contenido la respiración y que todos los años de meditación no lo habían preparado para no sentir todo lo que sentía en aquel momento. Por un instante pensó en huir, esta vez para siempre.
–Shaka, que sorpresa... bienvenido... me alegra que estés de vuelta. –le saludó el león, que nuevamente, olía a pescado después de limpiar lo que sería la cena.
El rubio les devolvió el saludo con la cabeza en un gesto de confusión y aturdimiento. Se cagó en Mu, en Shion, en los padres de Shion, en los lemurianos, en el Tibet, en la Revolución de Xinhai, en el pico más alto del Himalaya, en Asia y en todo el globo terráqueo.
No tardó en dar con los ojos de "Mon petit ange" que le miraban con... ¿enojo? Otra vez, estaba enojada y no sabía por qué. Eso lo confundía, después de todo, según Saga, ella quería hablar con él.
–...Hola, Marianne. –intentó articular, pero su voz luchaba por abandonarle, como su serenidad.
–¿Hola? Eres un... ¡eres un tonto!
–Oh. –musitó. ¿Lo era? No tenía puta idea. –¿Lo soy?
–¡Sí! Porque lloré por ti cuando moriste y cuando... volviste ¡no querías verme! ¡Eso es tonto! ¡No es lo que hacen los novios!
–Oh... –volvió a musitar confundido. –¿Novios?
–Sí, tú eres mi novio, se supone que volverías a verme, no dejarme llorando.
Los ojos de Shaka se abrieron enormes.
–¿Lo soy?
Milo susurró.
–Tu cuñado es un poco lento.
Marianne lo observó molesta.
–¡Pues sí! ¡Se suponía que lo eras!
El indio seguía tan perplejo y confundido que no sabía si alegrarse o echarse a correr sin mirar atrás.
–Bueno, creo que no lo sabía, nunca lo dijiste... y yo... no lo sabía. –se defendió él. –Puedo irme si quieres. No sé si... me odias, estás enfadada conmigo y...––
–No, no quiero que te vayas. –murmuró, triste y aliviada a la vez. –Quiero que te quedes... aquí... conmigo... con nosotros.
El rubio se sentía aún algo abrumado. Sabía que no le querían en Jamir; ni Kiki ni Aldebarán... (y probablemente en ningún sitio) pero allí sí y aparentemente, también tenía novia: aunque no le gustaba la idea de compartir aquella nueva novia con Saga.
–Oh. Eso... estaría... bien. –contestó él. –¿Quieres que me quede? ¿Y Saga?
–El anillo era de su hermano, no sé por qué crees que escalo el monte Géminis, pero no lo hago.
Una milimétrica sonrisa se dibujó en su rostro, pero la de Marin fue aún más grande. Ya le diría luego a su amiga que escalar el monte Géminis no era un eufemismo correcto para referirse a eso.
–Ya veo.
–¡Yo te amo, Shaka, y no tenías que lastimarme!
Yo.
Te.
A
M
O.
ShakÁ.
El guantazo entró limpio como un golpe seco que le detuvo el pecho. Jamás nadie lo había amado; nunca. Esa era su única certeza. No entendía por qué alguien lo haría, quizás estaba loca.
–Me amas. –atinó a repetir, como si eso ayudara a digerir toda aquella información.
–Sí. –aseveró solemne. –Y... hoy veremos Ratatouille... y te quedarás aquí. Conmigo. Porque te amo y porque ya no... quiero separarme de ti. Por favor.
En su mente, todo encastró perfectamente. Recordó al niño que lloraba.
(¿Y a ti? ¿te quieren a ti?)
Le respondió internamente que sí.
Que lo amaban.
Y que era feliz.
Por un instante maravilloso y perfecto, la armadura de Virgo, el olor a podrido de su mortaja, los frascos rotos y el tesoro del cielo dejaron de existir, para convertirse en un recuerdo lejano donde no quería vivir. Sonrió.
–Yo me quedaré contigo, Marianne. –afirmó de forma certera, con una sonrisa real. Todo su rostro deseaba sonreír, todo su cuerpo.
Ella asintió, mirándolo a los ojos esta vez.
–Pues muy bien, porque aún debemos ver Le Professionnel y comer pizza. Y escuchar David Bowie.
Shaka fue quien se acercó esta vez, aún algo torpe como la primera.
–David Bowie. Sí. –aseveró entrelazando sus dedos con los de la joven.
–¿No volverás a irte? –indagó ella, cautelosa. El negó.
–No. Ya no. –prometió. –Marianne...
–¿Sí?
Él contestó en un susurro avergonzado.
–¿Me abrazarías?
"Gracias Mu, todo ha ido muy bien. Tenemos un no tan Virgo estrenando novia francesa en el clan ahora. Te has pasado. Gracias, de verdad. Salúdame a Alde. Buenas noches."
El tibetano sonrió, con genuina felicidad. Ansiaba que su amigo lograra finalmente, encontrar aquel lugar de pertenencia y amor.
Se acercó en silencio al sofá donde Aldebarán dormía y con su taza de té, se sentó junto a él luego de cubrirlo nuevamente con sus mantas y besar su frente, para luego acariciarla con un pulgar. Por un instante de tristeza infinita, observando su rostro, creyó que si le perdiera, moriría inevitablemente de tristeza como un perro abandonado. Creía que su amigo estaba equivocado y morir de amor era posible, porque su cuerpo no podría resistir el rechazo del toro, la sola idea de creerlo empujaba su alma al borde de un vacío abismal.
No pudo evitarlo.
Sabía que Paulo no quería estar cerca suyo pero él no concebía la vida lejos del brasileño, no sabría ni como comenzar. Se acurrucó junto al sofá, sobre la alfombra, y con un bostezo decretó que la hora de dormir había llegado, después de todo, había sido una noche increíblemente larga y pronto amanecería en el Tibet, con su gélido sol de la mañana.
Horas después, despertó junto a él en la cama, sin saber cómo llegó allí.
Lo primero que vio cuando despertó, fue la espalda de Aldebarán; enorme y suave.
–No vuelvas a dormir en el suelo, Mu. Nunca. –musitó el toro aún adormilado.
–Lo siento mucho, Alde.
–Lo sé.
Mu cerró los ojos con desesperación y ganas de llorar, de alivio. Se aferró a su espalda, huyó al hueco de su columna y respiró su perfume como si fuera una droga que necesitaba con avidez. Una mano enorme alcanzó la suya y la presionó.
–¿Aún me amas, Al? –preguntó algo inseguro aún.
El brasileño no terminaba de despertar, pero su voz, profunda y dulce, contestó desde la distancia.
–Siempre, cariño.
Aquella noche Aioria preparó el pescado de una forma extremadamente rústica y simple, pero en complemento con los restos de la cena de "Mon petit ange", habían sumado variedad y color: por primera vez en muchos días comieron algo que parecía ser una cena real.
Después de la comida, aquellos antiguos amigos volvieron a las charlas distraídas; las bromas de Milo, las carcajadas del león, las sonrisas novedosas de Shaka y Camus... Se habían alejado de los sonidos de la guerra y sus gritos; esta vez, después de mucho tiempo, dispuestos a dormir con quienes amaban y en paz.
Pero... la falta de espacio era evidente.
La habitación era diminuta e incómoda y solo había dos camas pequeñas para 6 personas... aunque nadie quería hablar de aquello porque significaría que debían separarse y todos evitaban el tema como si simplemente no fuera un problema en absoluto.
Milo se quedó con el costado de la cama de la francesa, por cuestiones obvias. Estaba herido (muy herido aún) y necesitaba dormir en un sitio relativamente cómodo. Camus compartiría sitio con él, pero se prometió a si mismo que sería cuidadoso con sus costillas.
La japonesa se quedaría con su cama por también obvios motivos y aunque Aioria sugirió que Marianne podía tomar su lugar junto a Marin, la francesa declinó, prefería ir junto al rubio... al suelo. Unas mantas fingieron un tatami improvisado y aquello había acabado con la superficie caminable de la habitación.
Cenaron en sus respectivas "camas" y finalmente, vieron Ratatouille. Shaka consideró, evidentemente, que era antihigiénico, para finalmente dictaminar que el roedor era "simpático" y que "no estaba mal", pero que las ratas portaban demasiadas enfermedades (se encargó de enumerarlas) para estar en contacto con la comida. También cuestionó con vehemencia que sus pies se quemarían junto a los fogones y que eso no podía ser. Era la primera película animada que veía, y aunque no lo manifestó, le había entretenido.
Milo vio lo que fue su primera película junto a Camus en aquella nueva vida y la sola presencia del francés, transformó aquella animación en una joya del cine universal. Espió repetidas veces su rostro para molestarlo, pero esta vez, a diferencia de otras mil, él no le devolvió un murmullo amorfo
(mhm)
sino una sonrisa y algún beso suave. Tenerle cerca le calmaba, había pasado demasiado tiempo en el hospital durmiendo completamente solo.
El pecho del griego, abierto en dos por una cicatriz de bisturí y sus heridas perforantes, parecía lleno de sensaciones tan novedosas para él que creyó que esa felicidad sería suficiente para contrarrestar el dolor que se acrecentaba hora a hora. No lo fue, evidentemente.
Aioria se durmió, como absolutamente en todas las películas que había intentado ver. ("Sabes que si me acaricias la cabeza me duermo, ¿de qué iba la peli?" preguntaría una y otra vez, día tras día... pero era cierto: las caricias de las yemas de los dedos de Marin en su cabello le dormían como a un crío.)
Fue la japonesa aquella noche quien decretó de forma unánime que le confirmaría a la dueña de la casa que había visto que diría que sí y que se mudarían tan pronto pudieran, luego de esquivar las piernas de Shaka y tropezar dos veces con las costillas de Marianne, quien protestó en francés con un montón de erres llorosas, para posteriormente caer sobre un durmiente Camus quien también protestó en su idioma natal pero lo que parecía un insulto gutural.
(¡Lo siento, solo quería ir al baño! Alcanzó a decir al levantarse.)
Al volver, tuvo que manifestarlo.
–Tenemos que hablar. Debemos irnos de aquí, y pronto. –comentó seria.
Camus, despierto luego de aquella caída, asintió. Milo dormía, el galo creyó que el mismo dolor lo había anestesiado y aturdido.
–Creo que es necesario, sí.
Aioria abrió un ojo sin estar del todo seguro de querer participar en la conversación. La francesa se sentó, estirándose. Aquella noche de dormir en el suelo como una estrella de rock le costaría por la mañana cuando tuviera que cambiar los pañales de los adultos mayores del sector, se dijo.
–Somos demasiados aquí y tenemos que buscar otro sitio. He visto una casa pero solo tiene dos habitaciones. Tenemos algo de dinero pero... no nos alcanzará para un sitio más grande y cómodo para todos.
El león también se sentó, no le gustaba el rumbo de aquella conversación. A él no le gustaba la idea de bifurcar caminos.
–Entonces... ¿nos separaremos? –indagó Marianne preocupada, tampoco compartía la idea. Aquella comuna hippie y extraña se había convertido en su hogar, a pesar de la carencia económica de los últimos días. Miró a su hermano. No quería separarse de él, especialmente de él.
–Quizás sea lo mejor, Mimi. No lo sé. Quiero decir... es cierto, somos seis personas, dos camas, un baño, Milo debe recuperarse... y tú no deberías dormir en el suelo, mañana te toca trabajar...
–Bueno, si tu quieres puedo casarme con Marianne y vivir con ella en India. Tengo un buen apellido y no van a discriminarle. –le contestó Shaka con naturalidad, a lo que Camus enarcó una ceja y la francesa le miró con cierto terror.
–Eh... ¿no preferirías que te venda a mi hermana por 10 camellos o algo así?
El indio negó.
–No, ¿por qué haría eso y de dónde sacaría camellos? Creo que eso sucede en Egipto y yo soy—
–Mejor nos relajamos, ¿sí? Me gusta mi apellido. –añadió Mimi rápidamente, pero Aioria ya reía a carcajadas.
–Shaka, cielo, eso ya no se hace así. –interrumpió Marin. –Al menos no por aquí. Si quieres casarte con ella pues se lo preguntas a tu novia y no a su hermano. Y no tienes que casarte con nadie para convivir. Ahora vamos a enfocarnos en lo que nos compete a todos... Aioria, estás demasiado silencioso, ¿qué crees?
–Creo que separarnos no es una buena idea. –sentenció firmemente. –Quiero decir... tenemos buena relación ¿no? y nos ayudamos entre todos. Con Milo herido, podríamos estar más presentes, pero si nos separamos, alguien terminará extenuado muy pronto. Supongamos que conseguimos un sitio para nosotros dos... trabajando al día no podré pagarlo Marin. Marianne tampoco podrá mantener un hogar de cuatro personas...
–Yo puedo conseguir algo Aioria, puedo ayudar, estaremos bien. –replicó ella.
–Y luego vendrá el bebé. De todas formas, Marianne no puede mantener a su hermano, a su cuñado y a su novio sin ayuda. Si nos mantenemos juntos, sin embargo... Además, me llevaré parte de la pesca que no se pueda vender. Podemos congelar y tendremos comida siempre, no moriremos de hambre.
Eso entusiasmó a Mimi.
–Ouais... Es mejor así. Si Aioria y yo trabajamos, podemos vivir todos juntos. Podemos cuidar de Milo y cuando bébé esté aquí, ayudaremos. Tenemos tiempo para conseguir más dinero. Si nos dividimos, no podremos pagar nuestras casas.
–Bueno, tiene sentido. –asintió Camus. –Juntos podemos conseguir algo mejor, quizás encontrar algún sitio cómodo sea suficiente.
Milo abrió los ojos lentamente, aún algo aturdido por la resaca de dolor que atacaba su cuerpo. El calmante en altas dosis de Marianne había funcionado, al menos, levemente.
–Concuerdo. –aseveró algo ronco desde la cama, sin moverse.
–¿Con qué exactamente? –preguntó Marin.
–Con... mantenernos juntos. Hemos sido vecinos toda la vida, ¿no? Somos una puta familia y así se quedará.
Aioria asintió.
–Sí, lo somos. Me gusta la idea de seguir siendo vecinos. –sonrió.
–En realidad tu vecino era yo. –le interrumpió Shaka. –Milo estaba tres templos más arriba y Camus seis, pero creo que es una buena idea. Tengo algo de dinero, y podría comprar comida para... –hizo cálculos mentales rápidos: desayuno, almuerzo, cena, por seis personas –Un mes.
Buscó en sus bolsillos lo único que había llevado con él, el dinero y su pasaporte, para vaciarlo frente a ellos. Milo abrió los ojos.
–No me jodas, chico, que eso es mucho ¿no? ¿Esos son ceros? ¿Cuántos miles tienes ahí? ¿Estás seguro que no es dinero falso del Monopoly o algo así?
Camus estiró el cuello para espiar, curioso. Quizás su cuñado les había salvado.
–¿Cuánto hay y por qué no parece dinero real? –preguntó el francés.
–Es dinero real. Yo no compro mi comida aquí, la compro en India, porque en Grecia nada tiene sabor. Tengo exactamente... –contó velozmente. –5200 rupias.
–Espera, ¿somos ricos o qué? –preguntó Aioria abriendo los ojos.
Marianne negó verificando su móvil.
–Según Google son 60 euros,
Marin espió, ¿se podía ver google.com también desde el aparato pequeñito?
–Eso estuvo cerca, Shaka. –suspiró Milo. –Por un momento me vi viviendo en la playa, bebiendo ouzo frente al mar rodeado de... Camus y nadie más, claro. –El francés negó, haciendo danzar sus ojos.
–Eso también estuvo cerca, Milo –respondió el indio con una sonrisa. –Puedo encargarme de la comida. Esto nos alcanzará para un mes, podemos ahorrar el resto.
–A ver si entiendo. Shaka, ¿tu vas a India a comprar tu comida? ¿Siempre?
El rubio asintió.
–Sí. Viajo y vuelvo en un instante, puedo encargarme de la comida y sé dónde comprar exactamente. Puedo abastecernos.
Marin asintió. Cogió el portátil y comenzó a escribir, para no olvidarse de ningún dato de aquella asamblea improvisada.
–Perfecto, eso nos dejaría pendientes la vivienda y lo básico: necesitamos tres camas para dormir. Y una nevera. Eso es mucho dinero que no tenemos.
–Tengo una tarjeta de crédito, no sé si aún funciona. Debería, pero no lo sé. –comentó Marianne inspeccionando su bolso.
Milo asintió, aquel era un mejor panorama.
–Puedo hablar con mi hermana para que nos eche un cable, ella conoce la zona y supongo que nos ayudará con las compras.
–Eso está muy bien ¿no? Tenemos lo básico para vivir. Ahorraremos el dinero que sobra y comenzaremos a trabajar lo antes posible. –afirmó Camus.
Marin asintió emocionada.
–Pues inauguramos oficialmente el hogar más internacional de Milos, Grecia: la casa Nishimura-Gadhavi-Dubois-Samaras-T––
Milo la interrumpió.
–No.
–¿Qué? –preguntó confundida. –¿Tú no vendrás con nosotros?
–Sí, claro que sí... pero es Çelik. Mi apellido... es Çelik. Llevaré el de mi madre y me aseguraré de cambiarlo legalmente. Nishimura-Gadhavi-Dubois-Samaras-Çelik. Nuestro hogar debería llevar el apellido que me corresponde.
Camus sonrió solo para él.
Aquella madrugada, finalmente, después de toda una vida de perseguirse y alejarse, ambos durmieron juntos con la esperanza de seguir haciéndolo noche tras noche y la certeza de que era un deseo compartido. La incógnita de un futuro atemorizante pero luminoso, la cercanía de su cuerpo, con una nueva cicatriz.
En el suelo, a su vez, a pesar de la incomodidad (a Shaka le recordaba al tablón donde solía dormir de niño) se acomodó en el pecho de la joven para volver a escuchar su corazón que lo arrulló como una canción para niños.
–¿Marianne?
–¿Sí?
–Tu corazón suena arrítmico. –susurró, cerrando sus ojos para dormir. –Pero es bonito.
Ella rio, acomodándose también. Finalmente, con la alegría de saber que su profesor tirano de griego
(¡tigganou, ShakÁ!)
y dueño de los párpados que gobernaban sus días, volvería a preparar su café por la mañana y crear sueños para ella.
Saga emprendió su camino.
("Un Stradivarius tocado por una persona sin conocimientos jamás sonará mejor que el peor violín en las manos del mejor músico.")
Avanzó por las escaleras como una saeta, con tanta determinación que de buena gana se hubiera llevado alguna columna de regalo.
("Los buenos luthiers construyen violines con madera reciclada.")
Sí, creía conocer uno bueno.
("Tú decides qué quieres ser")
Atravesó la puerta sin preguntar.
("Recuerda")
("Un violín no puede hacer música solo")
–¿Aioros?
El centauro se estiró en la cama. Adrián dormía junto a él, con su cabello oscuro enmarañado.
–¿Saga? Creí que saldrías toda la noche. –murmuró buscando sus pantalones con una mano adormilada y torpe. –Es tarde, ¿qué sucede?
–¿Tienes un momento?
El santo de la novena casa asintió, vistiéndose.
Aún no lo sabía,
pero aquel Stradivarius
pronto se transformaría en una orquesta.
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