31. Ojalá

-¿T-tu hermano? -logró articular finalmente Camus, preso absoluto de su sorpresa. Su cara se había transfigurado en una mueca llena de expresiones variadas que no lograban amalgamarse en su rostro normalmente impasible. ¿Milo, hermanos? Quizás solo era una tontería, no podría fiarse de una extraña por más amable que sea.

La joven enfermera asintió. La observó tan fijamente que podría haber descubierto hasta su alma... sí se parecían, sí. 

-Soy hija de Nikolaos. No conocí a mi madre, pero sí a Melek. Ella me crío cuando era una niña... y... aún guardo muchas cosas que podrían serle útiles. 

-¿Cosas? -preguntó. Era demasiado descreído para poder aceptarlo tan fácilmente. 

Lía volvió a asentir, con un gesto algo triste.

-Sí. Fotos. Cartas. Notas. Recuerdo su embarazo, aunque era pequeña, Melek fue como una madre para mí. Lo guardé todo. 

Los ojos del francés parpadearon drásticamente aún manteniendo el mismo asombro. 

-¿Crees que podría ver...?  

La joven murmuró una afirmativa, pero se le acababa el tiempo, debía volver a trabajar. 

-No vivo lejos de aquí, pero termino mi turno en la noche. Podría indicarte como llegar. Tú... no eres de aquí, ¿verdad? -preguntó, aunque lo sabía de todas formas. -Creo que conocí a tu hermana también... 

-A... ¿Marianne?

Cuando mencionó a la pequeña Mimi su cuerpo se tensó, ¿de dónde sacaba toda esa información?

-Sí, y a su esposo. Bueno es que estuvo aquí una tarde. Un corte en el pie. Mencionó que tenía un hermano y escuché que hablabas de una hermana llamada Marianne. Bueno... es que se nota el parecido. 

Sí, como Milo y tú, quiso responder, pero se lo guardó, tenían los mismos rasgos. Intentó volver a la conversación, hilando. ¿Esposo? Su mente giró buscando aquella información y recordó el relato de la pequeña pulmones estereofónicos en medio de la catarata de llanto imparable.

-Sí, claro. Saga. -asintió. -Ya se siente mucho mejor, gracias por ayudarla... y por ayudar a Milo. 

-Es mi trabajo -sonrió ella, y lo era. -Ya debo irme, pero... -buscó en sus bolsillos para dar con algo que le permitiera dejar su dirección prolijamente anotada y la escribió, aunque su cabeza aún daba vueltas. No pudo evitar sentir una punzada de angustia... aquello removía cosas que estaban debidamente enterradas, pero si tenía un hermano, quería ayudar. Sabiendo que papá... pensó, pero barrió con aquello inmediatamente para anular esos pensamientos intrusivos. -Aquí esta. Llegaré a casa cerca de las nueve y media. 

-¿Estás bien? ¿De verdad no quieres sentarte un momento? -preguntó él, amable. Sabía que su rostro generalmente no acompañaba la gentileza que quería demostrar, pero lo intentó. 

La chica asintió. 

-Sí, solo ha sido un mareo.


Aquella noche Kiki no había podido contener su llanto como el infante aspirante a caballero de Aries que había sido, se había deshecho en lágrimas como el niño que aún era. Se abrazó a su cuello y las oleadas de miedo que había sentido daban paso a un oleaje más fuerte y feroz, lleno de alegría y calma en partes iguales.

Calma, porque ahí estaba su "maestro", el que le había cuidado como si fuera su propio hijo -porque lo era, ambos así lo sentían- y todo parecía estar en orden. Alegría porque se sabía amado. Aún no entendía exactamente lo que sucedía, pero no importaba ya, (nada más importaba) porque aquella noche, sentiría los pasos de Mu en su habitación para atrapar aquella manta hostil que reptaba lejos de su cama y lo arroparía antes de darle su beso de las buenas noches en la frente. 

Aldebarán creyó que era una buena idea permitirles un momento mientras se alejaba a la cocina (ya se encargaría de abrazarlo él luego) ahora necesitaría café y mucho porque quería escucharlo todo. La sonrisa que llevaba tatuada en su rostro de forma permanente no se iría; oía a lo lejos la voz suave de Mu intentando explicar a su alumno -su niño- que mañana se lo diría todo, pero ahora debía dormir porque era muy tarde.

Luego que el chiquillo volviera a la cama (no sin antes protestar que él ya tenía edad suficiente para quedarse despierto, lo que provocó una risa en el guardián del primer templo) se encargó, como siempre, de cubrir su cuerpo y asegurarse de ajustar las mantas bajo el colchón para que no se soltaran. Besó su frente. Buenas noches, pequeño. Todo en orden.

El brasileño volvió a observar el hueco en la tierra. Elevó su energía buscando contactar a Shion en ese mismo instante, entre granos y tazas de café. 

"Mu está vivo."

-Lo sé -dijo una voz a sus espaldas


Había guardado su portátil, su móvil, su ropa y sus papeles en dos maletas grandes y un bolso, pero antes de volver, decidió que darse una ducha rápida (reparadora) en su casa, le ayudaría a seguir. Estaba cansada y el colchón que ahora compartía con su hermano le estaba aniquilando lentamente.

Saga la esperó, explorando la casa con curiosidad. Divisó algunas fotos en una mesa y se detuvo para observarlas. Pudo distinguir un diminuto Camus sonriendo junto a quien supuso era su pequeña hermana, que sostenía un oso bastante sucio entre sus brazos; parecían felices, muy ajenos a lo que la vida tenía preparada para ellos. Recordó a Kanon, con una mueca. Él también había sido feliz, cuando niño, con su pequeño clon.

Otra foto (bastante más moderna) mostraba a unos adolescentes que pudo reconocer más claramente. Ella haciendo una mueca a ojos cerrados y su hermano... siendo su hermano. Una leve sonrisa atravesaba su rostro, como una herida, pero nada más. Se preguntó en qué momento de la vida Camus se había roto, como la de todos ellos. 

Sus dedos se encontraron pronto con otras fotos de personas que desconocía, pero una voz lo interrumpió. 

-Estoy lista. 

El griego se volteó y asintió, para cargar ambas maletas. 

-¿Necesitas ayuda? -le preguntó ella cargando su bolso, se dio cuenta lo tonta que había resultado su pregunta una vez formulada. Él rio como respuesta.

-Creo que estaré bien. 


Afrodita estaba consciente ya, consciente y hastiado. A pesar del dolor, quería irse de allí tan rápido como pudiera, así que preguntaba insistentemente cuánto más tiempo tendría que quedarse, a lo que las enfermeras, pacientes, le respondían que no lo sabían. Aún veía en su mente de forma repetitiva el desastre que había presenciado, como si fuera una película. Adrián el mensajero cayendo desgarrado junto a él sin poder llegar a esconderse a pesar de sus intentos mientras las columnas se derrumbaban pesadas, los jirones de piel de la pierna de Death Mask -quien gritó su nombre tan agónicamente antes de morir, para alertarlo-, la mujer de cabellos negros, caminando entre los cadáveres y los gritos, acariciando a Shaka (quien se desplomó sin siquiera emitir un sonido) para luego girarse justo antes de que Kanon pudiera atacarla y repetir el proceso con el gemelo... 

Cerró los ojos y suspiró, no quería recordar. 

¡¡Afrodita!!    

El grito de su amigo el cangrejo dorado lo perseguía en sueños, negó con la cabeza sin siquiera notarlo.

-Afrodita...

La voz era tan nítida que creyó estar volviéndose loco.

-Hey, Afrodita... 

Abrió los ojos, frunciendo el entrecejo solo para encontrarse con la mirada del guardián de la cuarta casa, tan jovial y divertida como de costumbre. Su boca se abrió con un ligero jadeo de sorpresa.

-¿Death...?

-Ah, la oscuridad de la muerte era un poco aburrida sin ti y decidí volver. ¿Cómo te sientes?

-Estoy soñando. O muerto... eso es. Muerto. Debo haber muerto. -se dijo a si mismo intentando encontrar un motivo por el cual su amigo podría estar allí plantado junto a su cama.

-No, el que ha muerto he sido yo, pero aquí estoy, mejor que tú que te ves fatal. 

El santo de Piscis intentó sentarse aunque el dolor de su brazo izquierdo ascendió hasta su cuello, su compañero lo ayudó, acomodándolo.

-¿Cómo es posible? Eres tú, de verdad que eres tú, hijo de una gran...

La carcajada del cangrejo resonó en la sala, sonora. Con media sonrisa contestó.

-Puta, sí, y es posible porque... bueno, las cosas se han puesto feas. Atena...

-Atena ¿te ha traído de vuelta?

-Casi. Thanatos. -rio él sentándose a su lado. 

La mirada aguamarina lo persiguió, fija en su rostro. No entendía absolutamente nada, pero sentía demasiado dolor para estar soñando.

-Thanatos está... -iba a decir muerto, pero su amigo había aprendido ya a terminar sus oraciones, así funcionaba la dinámica.

-Ya no. Ni Hades. El inframundo ha vuelto a su lugar y... Zeus también. 

La mueca en el rostro pálido del sueco era una mezcla entre espanto y asombro, tenía los ojos desencajados.

-¿Zeus? ¿Pero de qué coño estás hablando?

-Digamos que el papá de nuestra Diosa gentil se ha despertado con unas malas pulgas que no veas. Todos a juicio, desde hace días. ¿Sabes, la que nos ha caído? Las hermanitas simpáticas de los gemelos más dulces del inframundo la han liado, pero bien. ¿Sus mujeres? Lo mismo. Las Keres eran esas mierdas que volaban, aparentemente... y según entendí, no pueden actuar por sí solas. No sin una orden divina... y Macaria estaba totalmente fuera de juego. Sin una orden del putísimo rey del Inframundo, no.

-No entiendo absolutamente nada de lo que dices. 

-Bueno, no puedes ser hermoso e inteligente a la vez, así que estás perdonado... Vamos a ver. Sabes quien es Hades, ¿verdad? 

Afrodita dejó sus ojos en blanco.

-Voy a partirte la nariz, Death.

El cangrejo volvió a reír. 

-Ya me extrañabas... en fin... Hades el amo y señor del Inframundo pues cumple un rol, que es tener a su equipo listo para recibir a la gente a la que le ha llegado la hora. Pues resulta que las Moiras no estaban enteradas de nada... así que Zeus las llamó, para ver qué estaba sucediendo. 

-Nos escapábamos juntos de las clases de mitología, no te sigo.    

El cangrejo suspiró.

-Pues haré la traducción Griego-Afrodita. Las Moiras son las encargadas de decidir tu vida, desde que naces hasta que palmas. Nada de esto estaba escrito, porque Pasítea la esposa del gemelo rubio y Macaria, hija de Hades y esposa del otro, nos atacaron porque buscaban venganza y les salió de las mismísimas tetas. Y ya está. Atena despertó a Zeus, sabes, su padre, el puto rey del mambo, quien al ver el desastre que causaron, sentó a su hermano el rey del Inframundo en el banquillo de los acusados, junto a Thanatos, Hypnos y familia. Adorables por cierto, gente encantadora.

Se detuvo para respirar, le hubiera sentado bien un cigarrillo si no estuviera prohibido echar humo en los hospitales. Prosiguió, ante la mirada atenta de su amigo.

-Las Keres, son las hermanas de los gemelos, que son esas mierdas negras que sobrevolaban el santuario, las que me arrancaron la pierna como si fuera un trozo de delicioso Prosciutto, y según entendí, al no tener una orden divina directa, no pueden simplemente abalanzarse sobre la gente y despedazarla si eso no está designado por un dios mayor o en su defecto, esté escrito en tu destino. Los dioses mayores del inframundo estaban demasiado muertos para poner orden, así que Zeus decidió ponerlo él. Todos los que hemos caido muertos en manos de las Keres, aquí estamos, ha sido bastante rápido. Los que se ha cargado Macaria no han corrido con la misma suerte, porque bueno, es la hijita predilecta del Invisible.

-Macaria... la mujer de cabello oscuro, sí. La que tocó a Shaka y a Kanon.

-La mismísima hija del soberano del Inframundo. 

-Entonces... ¿Shaka y Kanon no... revivirán?

-No lo sé, chico. -suspiró, esperaba que sí pero no lo creía. -Shaka se ha plantado solo contra un dios mayor previamente y Kanon ha querido cargarse a la cría predilecta de ese dios mayor. Los que revivimos somos un daño colateral del caos generado por unas criaturas que obraban sin órdenes divinas pero... lo de ellos es otra liga. No sé si Atena podrá hacer algo al respecto... lo que sí sé, es que Zeus obligó al Dios de la Muerte a devolvernos la vida, que no le gustó nada, pero al parecer, el padre de la Diosa pisa fuerte, así que el gemelo de mala gana, nos trajo de vuelta. 

Afrodita sonrió. 

-Me alegra que estés aquí, la próxima vez que intentes suicidarte como lo has hecho esa puta noche, te mataré yo mismo. 

El cangrejo, divertido, le obsequió otra carcajada.

-Estoy vivo sí, y mira, aún tengo mi pierna... hubiera sido una pena perderla, me había acostumbrado a llevarla desde que nací.  



-Ya veo de donde ha sacado Mu esa costumbre tan fastidiosa de teletransportarse y asustar a la gente que intenta preparar café tranquilamente en su cocina. -resopló el toro, le agradaba Shion, después de todo, siempre había sido amable con él. Lo que el brasileño no sabía es que su trato especial se debía a que su pequeño alumno le había pedido entre lágrimas, que por favor lo cuide especialmente, en repetidas ocasiones.


<<"¿Por que lloras Mu? ¿Qué sucede?

"¡Porque... se han reído de Aldebarán! ¡Y no es justo! ¡El es bueno conmigo! ¡No se lo merece!"

"¿Por qué se han reído de él?

"Porque... porque... porque... ¡Son tontos!" el chiquillo lloraba tanto que sus palabras se atoraban en su boca.

"¿Y por qué tienes las manos lastimadas? ¿Dónde te has metido?"

"Golpee a Milo y me caí." contestó, frunciendo su pequeña frente en un gesto de enojo. "Aldebarán es mi amigo, no pueden reírse de él."

"No puedes golpear a tus compañeros Mu..."

"Lo haré si se burlan de él. Dice que está solo... pero no es cierto. Yo soy su amigo y le defenderé." >>


El antiguo patriarca rio y le abrazó a modo de saludo, era una noche de celebraciones, al menos para ellos.

-¿Dónde está el borrego menor? -preguntó estirando sus labios en una sonrisa amplia.  

-Pues ahora mismo tengo la casa llena de ellos, aunque supongo que te referirás a Mu y está en la habitación del carnero más pequeño de la casa. ¿Café? 

-Por favor.

-Shion... ¿él... ha vuelto para quedarse?

El antiguo santo de Aries asintió, con la felicidad de saber que así era. Se sentó cómodamente en la cocina que había sido su hogar en otra vida. El brasileño a su vez suspiró, con tanto alivio que su pecho bajó varios centímetros. Volvía a sonreír mientras preparaba algo para acompañar aquel café porque la noche sería larga y la angustia le había impedido comer bien. Encendió el fuego para calentar el pan que había cocinado esa mañana para el chiquillo y luego de agregar algunos condimentos mágicos y un poco de aceite y ajo, el olor lo inundó todo. 

La voz del guardián de la primera casa -o mejor dicho, ex- lo alcanzó desde la sala, como siempre.

-Mmm... No sé que haces, pero ya sé que me gustará. 

Entró despacio, con su calma característica y abrazó su cintura, para sumergirse una vez más y para siempre, en el hueco de su espalda.

El carnero mayor los observó feliz. Supo, en ese momento, que aquel hogar estaba completo.


-¿Pero esto qué es? -preguntó Saga confundido al ver el ordenador de la francesa enchufado y funcionando. Aquel alfabeto se le escapaba. -No puedo redactar tu currículum en griego... si no tengo letras para hacerlo. 

La joven buscó en línea un teclado virtual.

-Voilá. Ahí lo tienes. 

-Pues... ¿me lo invento todo o me dirás tú que va aquí? -preguntó curioso. 

-No necesito inventar, tengo estudios y referencias -resopló ella.

Aioria interrumpió, sentándose frente al ordenador empujando un poco la silla del gemelo que miraba aquello como si fuera una nave espacial. 

-Yo lo haré, que a Saga no se le da muy bien la tecnología.

-Ya, porque tu eres un puto genio de las computadoras. -replicó, sardónico.

-No lo soy pero sé cómo funcionan y no las miro como si fueran un objeto volador no identificado.

Marin espió curiosa.

-¿Y tú en qué momento te has convertido en un hacker, cielo?

-No voy a mentirte, cariño, buscando pornografía con Milo en nuestras misiones en Atenas. 

Ella carcajeó y besó su mejilla. Sabía que bromeaba, le conocía y había logrado descifrar su humor algo... especial. La francesa los miró algo confundida.

-Bueno, va, no es tan divertido, pero quizás, solo quizás, aprendí a utilizarlas para... cambiar los hospedajes a último momento y encontrar los sitios más baratos. Dinero fácil, no es tan difícil, solo escribes lo que quieres buscar aquí y ya, es como magia, pero con cables. Vamos a ver... ¿Qué era lo que hacíamos?

-Mi currículum, para poder trabajar aquí. -contestó Marianne, esta vez algo divertida.

-Va... pues... ¿qué es un currículum? -preguntó entrecerrando sus ojos, confundido.

-Anda con el hacker -resopló Saga.

-Yo puedo dictar y tú lo escribes.

-¿Shaka no te ha enseñado a escribir? -preguntó impulsivamente pero se arrepintió de ello segundos después, mucho antes de sentir la patada de Marin por debajo de la mesa. -Lo siento... yo... 

La chica asintió. 

-Sí, pero... no lo haré bien y... si tiene errores no... me darán trabajo. -sus ojos volvieron a inundarse lentamente y su voz llena de R guturales se quebró. 

La japonesa lo miró con un gesto de desaprobación y el león le respondió con otro, estirando una de las comisuras de sus labios en una mueca que decía "la he cagado, lo siento". Saga percibió su angustia y fue quien rompió el silencio.

-Te darán el trabajo. Sé exactamente cómo, solo escríbelo, gato torpe y ya haré el resto yo.

Efectivamente, él sabía cómo hacerlo. 

Camus medía solo 4 centímetros menos que él, pero pesaba diez kilos menos, lo que complicó la búsqueda. Encontró de todas formas, entre su ropa más holgada, una camiseta de mangas largas color turquesa y unos pantalones negros más que decentes que calzaban relativamente bien. 

Marin silbó, aprobando su nueva vestimenta.

-Saga... te ves...

-Cariño, que babeas -resopló Aioria, divertido.

-Lo siento, las hormonas... -se excusó la japonesa riendo para besarlo luego. 

-¿Y eso? ¿Es parte del plan? -preguntó Marianne curiosa.   

El gemelo asintió. 

-Tú solo imprime la hoja y ya me encargaré yo de todo.


Shura buscó entre la multitud de santos que se habían levantado y sacudían los restos de tierra de sus nuevas corporalidades, lejos de aquellos desgarros horribles producidos por las siluetas oscuras. Dio con Jabu, quien observaba los restos del Santuario completamente absorto y luego con Hyoga, abrazado por un Seiya muy emocionado que no podía dejar de llorar. Vio también a Shunrei en los brazos de Shiryu... pero no lograba dar con ella.

Shaina había vuelto ya a su cabaña cuando el santo de Capricornio entró, luego de golpear.

-Disculpa... ¿has visto a June? -preguntó, tan serio como se lo permitió su rostro, estaba tan estresado como emocionado; si todos habían vuelto a la vida, esperaba que la joven también.

-Aquí está... ¿tú has visto a Marin?

El guardián de la décima casa asintió, algo nervioso. 

-Sí, Saga la ha enviado lejos de aquí, está con Aioria. 

La italiana sonrió como respuesta, antes de hablar. 

-Rubiaca, te busca la cabra española, yo debo salir un momento... -dijo antes de marcharse de allí tan rápido como pudo, con sus piernas nuevas, hermosas y... enteras. 

La joven se sonrojó, mirándolo. Él se acercó, dubitativo.

-Eh... June yo... me preguntaba si...

-¿Sí?

-Bueno sé que... no hablamos mucho pero... me preguntaba... si todo está tranquilo por aquí... ya sabes... cuando solucionemos todo esto, claro... 

La etíope lo observó nerviosa, esperando pacientemente que su voz se acomode y termine lo que sea que quisiera decir. 

-Si te gustaría... salir conmigo... en una cita.


Saga y Marianne caminaron por el pasillo buscando a la chica en cuestión y dieron con ella en la planta alta, atravesando las primeras salas con rapidez. Dos enfermeras voltearon hipnotizadas al ver al griego caminar con su metro ochenta y ocho enfundados en aquella ropa tan elegante -y ceñida-, ignorando completamente a la joven que apresuraba su paso junto a él. 

-Lía... -la llamó la francesa al verle, por su nombre. La chica se volteó, recordaba a la chiquilla, claro, especialmente ahora, que podía distinguir los ojos del francés en aquella mirada... y al idiota de su esposo. Le devolvió una sonrisa, se le veía mejor que la última vez, descalza y aterrada... se alegró por ella aunque no envidiaba su suerte. 

-Hola... te ves muy bien -sonrió, amable, ignorando al griego altísimo que la acompañaba. -¿Qué tal la herida?

La pequeña pulmones estereofónicos sonrió. 

-Pues va muy bien, quería agradecer... te

Saga sonrió a las enfermeras que pasaban junto a él, ya funcionaría luego su encanto, si todo salía según lo planeado. La enfermera lo espió de soslayo. "A tu marido se le van los ojos, niña", pensó, será especial.

-No tienes que agradecerme, de verdad. 

Fue el griego quien habló esta vez, intentando echarle un cable a la chica que no encontraba las palabras para comunicarse presa de la vergüenza, sacudiendo sus ojos claros en un gesto amable.

-Queríamos pedirte algo. -dijo, sin más. -Marianne es enfermera y estamos pensando en asentarnos en la isla... quizás... ¿podrías ayudarla a conseguir un empleo aquí? O al menos... evitar comentar que la conociste descalza y ¿algo aturdida? Ha sido mi culpa, lo siento, tuvimos una discusión en la playa, se alejó molesta... y conoces el resto de la historia. Le vendría bien una pequeña ayuda dado que este es el único hospital de la zona...  

Ya puedo imaginarlo, pensó, mirándolo con cierto desdén. 

-Yo he traído mi CV... -dijo la francesa arrastrando algunas letras. -Puedo trabajar como auxiliar hasta aprender mejor el idioma... o lo que sea... servirá.

Estiró la mano para alcanzarle la hoja prolijamente impresa, se le veía algo tímida y nerviosa... 

La joven morena la observó, pensando aún en el galo que la visitaría esa misma noche para mostrarle lo que habían sido los fragmentos de su infancia. Aún intentaba acomodar en su cabeza que el chico de "Los Amantes de la quinta" podía ser su hermano menor. Asintió, algo perdida.

-Me encargaré que llegue a las manos indicadas -sonrió. 

-Muchas gracias -asintió ella. -De verdad, es muy importante para mí. 

-Deberíamos dejar a la señorita trabajar -comentó Saga, intentando resultar tan encantador como pudo pero a Lía no se lo pareció. Era un cabrón, declarado. 

Cuando se alejaron, al pasar junto al pequeño grupo de enfermeras, se aseguró de hablar con su voz gruesa, haciéndola danzar en su lengua tan seductoramente como pudo.

-¿No sería genial, cariño, que te den el empleo? podré venir por ti todos los días... y quien sabe quizás yo también pueda trabajar en el hospital. -le dijo el griego con una sonrisa amplia. 

No tardaron demasiado las jóvenes en revolotear junto a Lía para averiguar quienes eran aquellos dos, que querían y qué le habían dicho (específicamente él, a lo que la morena quiso responder "un idiota" de buena gana, pero se lo ahorró). Probablemente, según dedujeron las chicas, sería una buena idea que aquel griego de metro ochenta y ocho se paseara por ahí obsequiándoles sonrisas, después de todo y del dolor que vivían día tras día, algo bonito a la vista siempre se agradecía. 

Quizás no era una mala idea entregar aquel currículum, aseguraron. 

Claro que Lía lo entregaría sí, pero no lo haría por el idiota de su esposo a quien todas querían ver pasar... sus intenciones eran otras.

Ayudar al novio de su hermano y su familia. 

Cerró los ojos, recordando los gritos y los golpes.

Ojalá haber sido mayor para poder ayudar. 

Ojalá haber...

Sacudió la cabeza, aún debía terminar su turno y nada de lo que se cruzaba por la cabeza le ayudaría a mantener la mente fría.


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