28. Equivocado


¡Hola, hola! Terminé por partir el capítulo anterior porque me quedó bastante extenso así que... ¡hay mas de un capi hoy! Gracias por leer y por los votos y comentarios. 

Por algún motivo, esta canción me ayudó a inspirar a Saguis, así que voy a robar unas líneas y el título de la canción. :)

Gracias a quienes lean, tu voto hace feliz a un pandita bebé y tu comentario lo salva de la extinción.

Mia :)

https://youtu.be/O9eZEOliRko

"Nací con el signo equivocado
En la casa equivocada
Con la ascendencia equivocada
Tomé la ruta equivocada
Estuve en el lugar equivocado en el momento equivocado
Por la razón equivocada y la rima equivocada
En el día equivocado de la semana equivocada
Usé el método equivocado con la técnica equivocada...

...Hay algo malo en mí
Químicamente, algo malo en mí, inherente a mí
La mezcla equivocada en los genes equivocados..."

Depeche Mode - Wrong


Fue Saga quien apagó los ojos azules de Kanon con sus dedos. Se preguntó si algún día sería capaz de comprender la felicidad como la describían, porque en 34 años de vida el gemelo no había podido dar con ella. Supuso que la felicidad  había sido poder crecer de alguna forma junto a su hermano, jugando entre ruinas hasta que todo se oscureció... su vida se oscureció.

Había vivido más de 3 décadas, sí. Había disfrutado del placer carnal, de los excesos, del poder absoluto, lo había tenido todo y sin embargo era un envase vacío. Había salvado a su Diosa, no una sino dos veces. La salvó de sí mismo, era la única forma que encontraba de salvar a aquellos a quienes amaba, suprimiéndose. 

Ni el poder, ni la guerra, ni mil orgías, ni otros mil orgasmos le habían dado nada similar a lo que su hermano, gemelo, le había dado en pocos años de vida. Recordó al aguador, jugándose un castigo por buscar la historia de Milo... la historia. Ese concepto que nos define, nos marca y nos moldea. 

Ni Saga ni Kanon conocieron a su madre, porque al igual que la del escorpión, falleció luego del parto. Nadie la había golpeado, habían sido ellos, con su estrella maldita, los que habían acabado con ella, ambos lo creyeron así. ¿Luego? La soledad compartida, siempre compartida, siempre soledad. 

Siempre habían sido ellos, los dos contra el mundo.

Su hermano compartía sus desgracias, las conocía y las alimentaba, pero allí estaba y era su hermano, su gemelo, sangre de su sangre y su viva imagen... bueno, viva no, porque había muerto y ahora, a pesar de haber coincidido en tiempos de paz, con la calma que eso había traído a su vida, Kanon estaba muerto.

No habían coincidido demasiado, porque al revivirlos, le asignaron la armadura de Géminis a su portador original y al menor, tareas de entrenamiento que le llevaban de un sitio a otro sin demasiado tiempo libre y pocas visitas al Santuario.

Solo, siempre estaba solo. 

Se lamentó. La vida le pareció un castigo y aquello, una desgracia. ¿Por qué no le había tocado a él? ¿Por qué simplemente no podía morirse en paz? Creía haber pagado con sangre todo aquel Karma, pero se preguntó cuánto más... cuánto más de aquello tendría que soportar.

-Lo siento, hermano -susurró. -Te acompañaré pronto, espero, y coincidiremos esta vez.

Sentado, en silencio, pudo sentir a Camus. Otra vez.

...hermanos. Lo había olvidado por completo.

-"No está aquí, Camus, no he dado con tu hermana." 

Su cuerpo no estaba allí, no.


Cuando pudo inspeccionar su cuerpo con tranquilidad, luego del visto bueno del médico y sus indicaciones, Lía pudo ver que los pies de Marianne estaban sucios y lastimados en partes iguales. Se preguntó durante cuánto tiempo había caminado -o corrido- y aún no se decidía qué historia cuadraba mejor con el shock que llevaba la joven de cabellos negros. No parecía vivir en la calle, aunque pudo adivinar por la carga gutural de algunas letras que provenía de algún país francófono.  

Luego de la limpieza correspondiente para evitar infecciones, comenzó a vendar la herida mientras le indicaba qué medicamentos debía tomar y su horario, de todas formas, lo escribiría luego prolijamente para que pudiera recordarlo. La miró, de soslayo... la chica parecía triste y abrumada. ¿Algún problema en casa? ¿Familia conflictiva, esposo conflictivo? 

-¿Quieres que avise a alguien que estás aquí? -preguntó la joven, con cierta formalidad. La realidad era que no podía -ni quería- dejar ir a la chica descalza a pulular por la isla. 

Marianne negó con la cabeza, aún limpiaba unas lágrimas rebeldes.

-Estoy bien. -respondió, en un susurro. No lo estaba, claro que no. Le encantaría llamar a alguien sí, pero esas personas no utilizaban móviles y sería complicado explicar por qué.

Lía se limitó a asentir y continuó trabajando, con minuciosa atención. 

-¿De dónde eres?

-Francia... pero vivo en... Atenas. -respondió. La voz de la joven de ojos amables intentaba relajarla, pero llegaba a sus oídos en un sonido distante, incapaz de penetrar la barrera de su cansancio y tristeza. Contestó por inercia y le costó encontrar las palabras.

-Ya veo. El francés es un idioma muy bonito, puedo oírlo en tu acento. -sonrió, cálida. -¿Visitas familia o te quedarás en un hotel?  

Bueno, un hotel le costaría dinero y no tenía. 

-Tengo familia aquí. Mi hermano... y... mi pareja -contestó, sin currárselo demasiado. Hermano sí tenía, pero no allí... estaba en algún sitio del mundo, sí, un mundo de 7700 millones de personas y demasiados sitios donde buscarlo. Su "pareja" había sido el joven con el que había vivido hasta algunas horas atrás y se había tirado pocas veces
-te quiero-
antes de que decidiera declarar sus verdaderos sentimientos y luego enviarla lejos para morir, o al menos eso había dicho.  

Lía asintió, pero la enfermera de voz amable tenía el ojo y el oído muy entrenados para las mentiras. El francés era un idioma muy bonito, sí, pero daba igual el acento con el que lo dijera, una mentira era una mentira y ella lo sabía.

-Bueno, podríamos avisarle a tu hermano o a tu pareja que estás aquí, ¿no lo crees? -aventuró, observándola con una sonrisa.


Mientras Aioros notificaba a Aioria la cantidad de bajas totales y Marin dormía luego de haberse drenado en llanto, Camus caminaba como un gato encerrado de un sitio a otro. Saga había dicho que no había dado con Marianne, así que supuso que lo que debía hacer era ir a ver aquello por sí mismo. La angustia lo corroía vivo como un ácido, desde sus entrañas. Todo aquello era su culpa, se dijo. Él la había dejado allí, en un sitio peligroso, para perseguir como un adolescente lo que le pedía su corazón. Ahora su corazón se cagaba en él y en toda su ascendencia. 

-Cálmate, hombre, que me estás poniendo nervioso a mí. -le dijo el león, irritado. También quería dormir pero la bomba adrenalínica en la que se había convertido su torrente sanguíneo no se lo permitiría.  

-¡Me calmaré cuando sepa qué pasó con mi hermana, no te jode! -exclamó el aguador, con el mismo fastidio. 

-Mu ha muerto, Camus. Kanon, Death Mask, Shaka, Shiryu, Shaina, Jabu, June... es que ya no recuerdo cuantos más han muerto también. Mensajeros, escuderos, aspirantes, todos muertos. ¿La chica, Shunrei? Muerta. Los sobrevivientes están ayudando a los heridos. Han buscado, han buscado en los putos escombros, chico, y no han encontrado a tu hermana. ¡Que Shaka la salvó, hombre necio! La encontrarás, tarde o temprano. Vale quizás se le pasó el detalle de avisar dónde la enviaría, pero te aseguro que lo planeó todo, porque era un puto obseso. Igual fue Mu, o Kanon. Alguien la sacó de allí por pedido de Shaka.

-¡Hechos, Aioria, necesito hechos! 

-¡Me cago en tus hechos y en tu puta necedad! -le gritó, lo que despertó a Marin. -¿Quieres un hecho? ¡No confías en nadie, Camus! Que yo entiendo tu desesperación, hombre, pero no la han encontrado y ¡eso es otro hecho! Lo creas o no, es bueno, porque refuerza mi teoría de que Shaka logró enviarla lejos de allí. O escondérsela en el culo, macho, pero la salvó.

Camus siseó antes de llamarse a silencio, otra vez la sensación de culpa lo inundó. Aioria no lo entendería, nunca... pero esperó que tuviera razón. 



Luego de cubrir a su hermano con su propia capa blanca a modo de mortaja improvisada, Saga se unió al grupo de los sobrevivientes que ayudaban a los heridos. Shion le ofreció sus condolencias de un modo amable, como si no fuera aquel joven a quien había asesinado en lo que parecía otra vida.

-Lo siento mucho, Saga. -dijo él. 

El griego asintió. Le daba igual que lo sintieran, la vida le pesaba diez toneladas como si su castigo fuera el de Atlas.

-Yo también lo siento. -dijo sin más. Observó al antiguo carnero por un momento que pareció eterno. -La chica, la hermana de Camus. No la he visto y... me gustaría ayudarlo a encontrarla para darle sepultura.

El antiguo patriarca entendió tácitamente de dónde venía aquel pedido. Era una fibra sensible, sí. 

-Ya veo. Shaka habló con Dohko y pidió conocer la ubicación del hospital donde Milo se recupera. Le pediría a Kanon que la enviara allí si todo se ponía difícil por aquí... sabiendo que su hermano estaría cerca. No lo sé con certeza pero supongo que lo logró, ellos trabajaban juntos con las ilusiones de los templos vacíos y Kanon estuvo de acuerdo con aquel pedido, especialmente sabiendo que era la hermana de un compañero. -suspiró, apenado. -Tu hermano era un buen hombre, Saga. 

Quiso contestar, pero decidió callar por el bien común. Asintió con un gesto leve. 

-Dado que el Patriarca está inconsciente y ya se ocuparán otros de atender a los heridos, iré a buscarla.

Aquello no era ni remotamente una petición, era un "Haré lo que me salga del culo para irme de aquí y no tener que ver aquel bulto blanco y enorme que en otra vida fue mi gemelo, muerto." Shion lo comprendió, él tampoco quería enterrar a Mu. 

-Espera, Saga -replicó el antiguo carnero, serio. -Si vas a buscarla... Shaka ha dejado algo para ella. -dijo antes de teletransportarse y desaparecer de allí.


Aldebarán no había logrado reactivar sus sentidos aún cuando escuchó la voz de Kiki.

-¡Maestro Mu! -gritó el niño, acercándose. Los circuitos emocionales y mentales del toro se aceleraron con urgencia, para ponerse de pie tan inmediatamente como pudo.

-Kiki... 

-¿Maestro Mu? -preguntó el niño, al ver la palidez de la muerte en el rostro sereno del carnero.

El brasileño lo cogió en brazos.

-Lo siento, pequeño -le dijo, sosteniendo su cuerpo diminuto en un abrazo. -De verdad lo siento. Mu... se ha ido, cariño.

<<El toro cocinaba aquella noche, como siempre. Le encantaba jugar con los sabores y explorarlos como un arte personal, la cocina era su momento de expresión creativa y en la dinámica de la pareja, él se encargaba de la comida -a él le agradaba y el tibetano para compensar, era un pésimo cocinero-. El aroma de los vapores que emanaban las ollas inundó el olfato de Mu, quien esbozó una sonrisa. Leía un libro y su pequeño aprendiz se había dormido sobre sus piernas. 

-Mmmm -murmuró cerrando sus ojos. -No sé que haces, pero ya sé que me gustará.

La risa suave de Aldebarán llegó a sus oídos, como una caricia. Su voz profunda y melodiosa aún estimulaba todas las fibras de su cuerpo. A pesar de que las noches de Jamir eran increíblemente frías, el calor del fuego y el aroma de aquella cocina convertían aquel pequeño bloque gris de cemento y piedra en un hogar, un hogar del que jamás quería marcharse.

-Si siempre me dices lo mismo nunca sabré lo que te gusta realmente. Creo que es todo un engaño para que no te toque cocinar a tí. -le desafió la voz del toro, divertido.

Mu sonrió, reprimiendo una carcajada. Dejo el libro a un lado para cargar al pequeño durmiente a su cama y acercarse a su cocinero personal, solo para abrazarlo por la espalda. Aquella espalda, su espalda. Cerró los ojos para besar su columna como si fuera un camino.

-Sabes bien qué me gusta realmente. -replicó el carnero. A pesar de que su pareja le llevaba varios centímetros de ventaja (y varios kilos también) desde su complexión menuda, le divertían aquellas batallas afectivas en las que el toro, paciente, le dejaba ganar.

-Si me distraes podría arruinar la receta, y no queremos eso. -replicó divertido, volteando a buscar su boca. Si se podía amar más de lo que él amaba al tibetano, no sería con palabras de este mundo.

Mu solo se dejó caer en aquel abrazo, para enterrar su nariz en el hueco de su espalda y sentir su fragancia. 

-Te amo, Alde. -le dijo, hipnotizado. -Me haces tan feliz que no podría imaginarme una vida sin tí, porque no la concibo.

El brasileño sintió el calor del carnero y sonrió. Aún revolvía algo que parecía una salsa cuando habló, a sus espaldas. 

-No tienes que imaginar una vida sin mí, porque aquí estoy y no me iré a ningún sitio. No sin ti. Nunca.>>


Era cierto, él no se había ido a ningún sitio... pero el carnero sí, y de buena gana se hubiera ido con él porque desde que se había muerto en sus brazos, solo rogó que algo lo asesinara también. Abrazó a Kiki, que comenzaba a llorar. Aquello le recordó que tenía algo por lo que vivir, sí. Su familia. 

Después de todo, el aprendiz de su amado formaba parte de ella.

-Nos iremos de aquí, pequeño. -aseveró el toro acariciando su cabello con dulzura. -Y recordaremos a Mu, cada día, aunque duela. Nuestro mejor regalo para él, será darle una familia feliz.     


Marianne se cagó en su estúpido cerebro que se negaba a cooperar. Debía marcharse de allí y apañárselas para poder conseguir dinero -de la forma que sea- y un sitio donde descansar. También necesitas calzado, Cenicienta, se recordó. 

-No, solo debo volver... -dijo algo apenada. -Seguro están esperándome. 

Lía volvió a mirarla mientras ajustaba una nueva vuelta en su vendaje. 

-Sabes que podemos ayudarte, ¿verdad?

No sabía a qué se refería exactamente pero cualquier tipo de ayuda se le antojó necesaria. Quiso decir que sí, que necesitaría ayuda, toda la ayuda del mundo, pero una voz conocida le interrumpió.

-¿Marianne?

Cuando la enfermera volteó para decirle al dueño de la voz que se marche e indicarle que no se podía pasar porque aquello era un hospital y no un paseo de verano se encontró con un metro y ochenta y ocho centímetros de cuerpo. El tipo era intimidante y llevaba una cara que parecía todo menos amistosa. Bueno, ya podía suponer que conjetura había ganado la batalla. Amante/Novio/Esposo imbécil. Normal. 

La francesa lo miró, helada. 

-Saga -exclamó, sorprendida.

-Señor -dijo Lía aclarando su garganta. -No puede pasar, aún no termino con la paciente. 

-Sí, cielo, ya has terminado. -sentenció él. -Debo llevarme a la paciente. Y ahora mismo.

La joven frunció el entrecejo, molesta. "Cielo". Si creía que con esas pintas podía hacer lo que quisiera pues ya se equivocaba de enfermera. Llamaría a la policía de ser necesario, pero no era la primera vez que intentaban intimidarla y no daría el brazo a torcer.

-Que no puede "llevarse" a la paciente. Aún no termino con ella. -repitió, fulminándolo con la mirada. -Y no es un paquete. Debe esperar fuera -agregó. 

-Es mi esposa -mintió rápido. No era francés, era griego y colaría, después de todo no parecía su hermano, no eran ni remotamente similares y despertaría sospechas. Debía marcharse con la chica y con urgencia. -Ella compró el paquete completo, ya sabes, el marido adorable y dulce que la recoge en el hospital y la lleva a casa. Y debemos irnos, así que si puedes... hacer lo que tengas que hacer rápido... igual mejor.

Bueno, de adorable y dulce tenía lo que un perro con rabia atacando un infante en una novela de Stephen King.

-Pues siendo un marido adorable y dulce, comprenderá que necesitará cuidados porque no puede caminar. Y no se encuentra bien, debería verla un---

-Créeme, sé muy bien lo que necesita mi esposa. -le interrumpió. Lo que necesitaba su mujer ficticia era un abrazo fraternal del aguador que probablemente ya no fuera Camus el Imperturbable sino El Vomitos Nerviosos, pero la enfermera malinterpretó la frase y volvió a fruncir el entrecejo. Aquello había sonado increíblemente machista y desagradable. Vaya imbécil, ya podía ver por qué la chica estaba como estaba.

Lía quiso responder pero se jugaba su trabajo y no pagaría un precio tan alto por insultar a un idiota. Montar un espectáculo a minutos de comenzar su turno no auguraba nada bueno. 

-Su esposa no se encuentra bien. -le dijo, seria. -Necesita descansar. No puede caminar. -repitió, pero el hombre no parecía preocupado en lo absoluto, de hecho, parecía cansado y... abatido.

-Copiado -contestó él asintiendo. -Cargaré a la parienta en brazos y directo a la cama a dormir. ¿Algo más? ¿Ya podemos irnos?

Lía volvió al vendaje, insultándolo para sus adentros. Vaya paquete has comprado, chica, el premio mayor. 

-En cinco minutos. -contestó mirando a Marianne, quien había comenzado a llorar otra vez, sin saber que era producto del alivio de ver un rostro conocido. Le apenó ver a la joven en ese estado y se debatió internamente, preguntándose si llamar a la policía era una buena idea. 

Saga, como si pudiera leer sus pensamientos, habló, más calmo esta vez.

-Siento haber sido... -se detuvo, estaba cansado y le costaba dejar de pensar en Kanon. -Siento haber sido tan desagradable. Hemos tenido... una pérdida familiar y estamos muy afectados... Marianne está muy estresada... ella es fuerte pero... la ansiedad también lo es. -dijo, sonando tan honesto como pudo. Después de todo, exceptuando el parentesco, todo aquello era verdad. -Sé que crees que soy un imbécil, lo llevas escrito en la cara, pero jamás la lastimaría. Soy un imbécil bastante inofensivo. -agregó. 

Bueno, inofensivo no. Era un asesino declarado y de inofensivo tenía poco, pero no mentía cuando decía que no lastimaría a la hermana de su colega.

La chica asintió, dándose prisa. Quizás habían sido ideas suyas, después de todo, el tipo intimidante e idiota del comienzo parecía estar diciendo la verdad. Eso explicaría la crisis de llanto de la francesa y que no tuviera ninguna marca o indicio que indicara un abuso físico. 

Marianne asintió para confirmar el relato. 

-Muchas gracias. -sonrió finalmente la joven a aquella enfermera dulce (que le recordaba a alguien y no podía deducir a quién). -Ya deberíamos irnos. ¿Vamos, Saga?  

El griego asintió y cogió a la joven en brazos como si fuera la muñeca más liviana del planeta, agradeciéndole también con un gesto, para luego marcharse rápidamente de allí.

Lía les devolvió el saludo, observándolos. Que pareja extraña, pensó, mirando su reloj. Tenía cinco minutos antes de cuidar de los pacientes en cuidados intensivos.


El gemelo no dijo nada, ni al salir del hospital, ni al utilizar el mismo portal dimensional que su hermano había utilizado horas antes. Ella tampoco preguntó. Cuando entró a la habitación de hotel número 33 de aquel callejón perdido, Camus ya estaba histérico.

Aioria volteó, dejando su tercera taza de café a un lado.

-¿Saga?

Camus dio un salto casi espasmódico cuando le vio materializarse allí. Tenía un cuerpo en los...--

-Hey, francés. -dijo el griego mirándolo con cansancio. -Tengo algo para ti.

-¡Camus! -exclamó Marianne intentando zafarse de los brazos del guardián de Géminis para alcanzar a su hermano. 

El galo abrió sus ojos, enormes y azules y se abalanzó sobre la joven en un abrazo que podría haberle fracturado varios huesos si ella no hubiera protestado con un sonido agudo.

-¡Marianne! Dioses, Marianne... 

El santo de Virgo lo había logrado, Aioria tenía razón después de todo. El león arqueó una ceja, esbozando una sonrisa victoriosa. Ahí estaba, su hermana, la pequeña pulmones estereofónicos, con los pies vendados y en una pieza.

-Camus, ¿qué pasó? -quiso saber. -¿Dónde estamos? ¿Dónde está Shaka?

La sonrisa se desvaneció de los labios del aguador. 

Ah, sí, hubo un pequeño problema y parece que yo tenía razón y tu novio el soldado se ha muerto.

-Estamos en... Milos y a salvo. Nos quedaremos aquí hasta que... se me ocurra algo. 

Su hermana lo miró. 

-¿Y Shaka? -insistió curiosa. -¿No vendrá?

Aioria dejó el café y se deslizó en la cama de la japonesa que dormía, para abrazarla. Saga deseó huir también, pero la habitación era muy pequeña así que se limitó a desplomarse cansado sobre un sofá. 

-Non, Il ne viendra pas, mon coeur.*

La francesa levantó su mirada, buscando sus ojos, angustiada. ¿No vendrá hoy? ¿No vendrá nunca? Supuso, por el rostro de su hermano que la respuesta era clara. 

-¿Se ha... él... ha... -negó con la cabeza, el griego no le alcanzaba. -Tu veux dire qu'il est mort?**

Sí, eso exactamente quería decir. Que estaba muerto. Camus asintió, apenado. Ella rompió a llorar, tan sonoramente como cuando era una niña, con unos chillidos que intentó ahogar en el pecho de su hermano sin mucho éxito.   

Saga conocía la palabra, no necesitó un intérprete para entender lo que preguntaba. En todos los idiomas sonaba horrible. La única "mort" que podía ser bonita era "La petite mort" de los franceses, que de una forma casi poética, utilizaban la frase para describir el desvanecimiento post-orgásmico.

-Shaka ha dejado esto para tí. -dijo el gemelo, alcanzándole un sobre. -Yo debo volver al Santuario ahora, debo enterrar a mi hermano. 

Aioria volteó la cabeza. 

-Iré contigo, quizás pueda ayudar. 

Marin protestó y el gemelo negó.

-No, quédate, aquí eres más útil. Hay más muertos que heridos y no se irán a ningún sitio. Los médicos ya están trabajando con los que pueden salvarse, que no son muchos. Con respecto a los caídos... esperamos órdenes, pero supongo que les daremos sepultura; sin Atena y con un Patriarca inconsciente, aún no sabemos nada más. 

El león asintió, en silencio, aún abrazando a la japonesa. Fue Camus quien habló. 

-Saga, yo... lo siento mucho y... gracias... no tengo palabras... lo que has hecho por mí, gracias. 

-Deberías agradecerle a mi hermano, él hizo el trabajo sucio yo solo me llevé la gloria, gratis -contestó con una tristeza tan profunda e infinita que el francés decidió dejarlo estar. No lo había hecho por Camus, lo había hecho por su hermano, y en el nombre de una justicia poética que permitía un reencuentro fraternal en medio de tanta mierda.

*****

Traducción:

*No, el no vendrá, cariño.

**¿Quieres decir que está muerto?


Los pacientes dormidos eran sus favoritos, precisamente por eso, porque dormían. Lía tomaba los signos vitales del joven que, por algún tipo de milagro, aún vivía y contra todo pronóstico se estabilizaba noche tras noche. Frecuencia respiratoria. Ya. Frecuencia cardíaca. Ya. Miró los monitores con atención mientras apuntaba todo. 

Su compañera, Iona, una enfermera rubia y extremadamente joven, hacía lo propio con un hombre algo mayor en otra cama. 

-¿Qué tal va el chico? -le preguntó curiosa. -Es guapo ¿no?... por aquí dicen que quien lo visita es su novio. Un francés que es... -hizo un gesto indicando lo mucho que le gustaba.   

-Estable -respondió la morena, verificándolo todo. -¿Su novio? Francés, ¿eh?

-Tienes que dejar tu documentación en recepción para visitar a alguien en cuidados intensivos, y Kaia me ha dicho que es francés... 

-¿Han sacado vuelos desde Paris a unos pocos euros? -preguntó la joven absorta en sus papeles.

Iona la observó, extrañada.

-¿Y eso?

-Nada, nada, no me prestes atención. Hoy conocí una chica, francesa también. La encontré muy cerca de aquí, iba descalza y aturdida. Marianne. -comentó, viendo que la frecuencia cardíaca de Milo aumentaba levemente, por lo que tuvo que reescribir sus anotaciones.

-¿Descalza y aturdida? Drogas. Alguna fiesta de la isla, probablemente, así son los turistas -comentó la rubia, inyectando antibióticos en la vía del hombre. 

-No, no. Ni drogada ni borracha. Estaba asustada, herida y aturdida como un pájaro.  Vino su esposo a buscarla, griego él, altísimo y bastante imbécil. Saga. Pobre chica, lo que tendrá que aguantar en casa.

Griego altísimo y bastante imbécil. Saga. Ese tenía que ser SU Saga, por sus muertos. ¿Qué hacía Marianne en un hospital? ¿Y por qué estaba herida? Camus. Camus estaba allí, solo... su hermana. Abre los putos ojos, tenemos que despertar, pensó.

-Igual se la folla genial, así ligan los imbéciles.

-Eso no lo sé pero espero que descanse porque---... ¿pero este de qué va? -preguntó asombrada, mirando el monitor. Las pulsaciones de Milo variaban constantemente. 

El cerebro del escorpión dio la orden con tanta violencia que una de sus manos se sacudió, antes de abrir sus ojos, claros y confundidos, en una lucha a muerte con su propio cuerpo. Se cargaría todas las drogas del mundo a la fuerza si era necesario. Su mirada, azul y penetrante, se fijó en las pupilas anonadadas de la mujer. 

-¡Llama al doctor, Sideris!








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