21. Muerto
Notita:
Ya sé ya sé que el capitulo anterior era duro. Va otro seguidito para relajar. :)
Tus votos alegran un mono tití que aplaude y es feliz.
-Milo... ha muerto, Camus. Lo siento mucho.
Aquellas palabras golpearon -destruyeron- su realidad de una forma tan agresiva que se levantó bruscamente sin notarlo. No, eso no podía ser, no era cierto. Milo no podía morir porque el muy hijo de puta se lo había prometido; que volvería, que se cuidaría. ¿Dónde estaba en ese momento su amigo y amante el gran león dorado cuando le asesinaban? Es que no tenía lógica, él no la encontraba. No, aquello debía ser algún tipo de broma de mal gusto que él no entendía.
Trastabilló torpemente caminando hacia la puerta, confundido. Sus barreras habían resurgido y su corazón nada podía hacer. Le odiaba, le odiaba con todas sus fuerzas. Odiaba a Milo, a Aioria, al Santuario y a todo el panteón de Dioses que nunca eran benevolentes con él. Odiaba con todo su corazón todo aquello porque después de todo, le habían hecho creer que él podía amar. ¡Amar! ¡Él! ¡Que estupidez!
Claro que él no podía amar, y se lo advirtió.
Lo alejó. Lo mantuvo a salvo...
pero el muy cabrón quiso derretir el hielo
y entrar y allí estaba, muerto. Muerto como su madre, muerto como Isaac, muerto como lo estuvo Hyoga, muerto como todos.
A Dohko le hubiera gustado hablar con él, escucharle y acompañarle (en otras circunstancias)... pero aquello era una guerra declarada y cada minuto para rearmar el Santuario era vital. Le vio marchar con algo de pena mientras le daba todas las indicaciones correspondientes a Saga, intentando mantener su compostura.
El griego asintió, en silencio. Al menos, honraría la baja de su amigo con silencio y respeto.
Aquella sería una noche larga. La primera de muchas.
Atravesó el templo vacío de Piscis y luego su propia casa, el templo circular. Debía ver a su hermana, tenía que asegurarse que estuviera bien
-viva-
y luego probablemente la llevaría con él a su casa. Le daba igual la orden de Dohko de que la joven se quede en Virgo, era su hermana y él más que nadie sabía que era lo mejor para ella.
Atravesó Capricornio y su vecino dormía. Lo envidió, profundamente.
"Disfruta esta noche y duerme, porque ya no podrás dormir una noche entera hasta que mates o te maten, por lo que dure esta mierda de guerra."
Sagitario tampoco tenía guardián, así que caminó hacia adelante sin más... pero cuando cruzó la puerta...
Un pie avanzaba dejando atrás al otro, pero cada escalón le dolía más y más. Se acercaba al templo vacío de Milo y no creía ser capaz de lidiar con ello. Creyó que enloquecería, que se volvería completamente loco y aquel dolor le llevaría a la muerte. Cuando pisó el último escalón y entró sintió que podía simplemente morir de angustia. ¿Era posible morir de tristeza? Estaba seguro que sí.
No, no podía tolerarlo. El templo de Milo estaba idéntico evidentemente... pero jamás volvería a ser igual. Observó las paredes y entendió que el paso del tiempo y de la historia terminaría por destruir el recuerdo de su amigo/amado de allí, como si jamás hubiera existido. Retirarían sus cosas, su ropa, sus pertenencias. El pan se secaría sobre la mesa. Las uvas que comía en la mañana, se pudrirían.
El griego se había convertido en un número más, una muerte más
-Hay que reemplazar a Milo-
Reemplazar.
¿Cómo puedes reemplazar a una persona, gran hijo de puta? pensó.
Se detuvo. No podía con aquello, no podía. Su estómago gritó, forzándolo a arrodillarse y vomitar sobre el piso de mármol frío. Bien hecho, Camus, ahora deberías limpiar.
Bueno, ¿por qué? a nadie le importaría porque aquel templo estaba oficialmente vacío, asi que a su dueño no le molestaría porque estaba
MUERTO.
-Lo siento, Milo. Es mi venganza por aquella vez que vomitaste mi baño. -le dijo al cielo.
Sí, cariño. Se ha ido al cielo. Ya no vivirá con nosotros, pero si le hablas te escuchará. Solo mira al cielo cuando quieras hablar con él, y allí estará, feliz de escuchar tu voz.
Estalló en una crisis aguda de risa.
-Milo no puede escucharme porque ya no tiene un cuerpo para hacerlo, mamá. -le dijo a la habitación vacía.
Bueno, quizás así se sentía volverse completamente loco. Ahí estaba, arrodillado en el suelo de la casa del amante que evitó por años afectivamente, junto a su propio vómito. Temblaba, no podía levantarse.
Te amo, Camus.
¿Cuántas veces se lo había dicho? No podía recordarlo. Y él, desde su gélida actitud, solo respondía con evasivas constantes.
-Yo también te amo, Milo -le contestó a la habitación vacía antes de abrazar sus piernas y echarse a llorar.
Nunca se lo había dicho, y aquel detalle le rompió por completo. Le dijo que lo quería, sí, pero no que lo amaba. El griego había muerto sin saber por su boca que él lo amaba. Sentía un agujero negro en el pecho que lo absorbía todo, no creía ser capaz de soportar tanto dolor. Quería que se detenga.
-¿Camus? -escuchó en la lejanía. ¿Milo? Debía ser Milo, estaban en el octavo templo. Milo volvería a decirle que todo era una puta broma de mal gusto, una de esas idioteces que solo a él le resultaban divertidas.
Claro que no era Milo, porque Milo estaba muerto en manos de un médico que comenzaba sus prácticas y se cagaba en el día que había decidido cambiar su día libre y tenía que lidiar con un herido de esa magnitud.
Era Shaka.
¿Qué coño hacía allí? ¿Por qué no estaba cuidando de Marianne?
-Camus -repitió preocupado al ver la escena dantesca. Su amigo yacía en el suelo del templo de Escorpio inundado de lágrimas y... eso en el suelo parecía vómito.
El francés lo miró intentando recuperar lo que quedaba de su dignidad gélida e intentó levantarse. Shaka se acercó a él, para ayudarlo.
-Estoy bien. -dijo como si eso fuera real en algún universo paralelo.
El indio frunció el ceño. -No pareces estar bien. ¿Qué pasa?
El galo lo observó.
-¿Dónde está mi hermana?
¿Aquello tenía que ver con Marianne?
-Está en la cabaña de Marin. No se sentía bien y---
-¿De Marin? -preguntó, cerca de la indignación. -¿Y por qué está allí y no en tu templo cuando se suponía que debías cuidarla?
-Marin no se sentía bien y ella le acompaño. Fui a buscarla por la noche, pero me dijo que se quedaría con---
Camus se sentía completamente ebrio y abrumado por sus propias emociones, como si aquello fuese una pesadilla y fuese a despertar en cualquier momento. Ahí estaba el rubio diciendo que su hermana vagaba en una cabaña al pie del Santuario porque sí, porque le había parecido una buena idea y en plena guerra ser custodiada por una santa de plata a los pies del Santuario para hacer una noche de chicas estaba muy bien.
-¡¿Qué parte de que no podía abandonar el templo de Virgo no se entendió?! ¡El santuario no es un paseo!-ni siquiera notó que gritaba. -Me la llevaré conmigo. Iré a buscarla a la cabaña y me la llevaré conmigo, a mi casa... Y Shaka, no quiero volver a verte cerca de mi hermana ¿me has oido? No quiero. No te acerques a ella. Déjale en paz. No estoy de acuerdo con lo que sea que tengáis. Quiero que lo dejes. ¿Eres mi compañero y me respetas no? Pues déjalo.
El rubio intentaba deducir si es que se sentía más confundido que triste, pero no lo descifró. Quizás Camus iba borracho -eso explicaría el vómito en el suelo- pero no percibía el olor de ningún tipo de alcohol allí.
-Pero...
-No, Shaka. No me interesa lo que tengas que decir. Solo vas a lastimarla. Vas a morirte, chico, estamos en guerra. Tú morirás, y probablemente yo también. -rio sardónicamente- Bueno, quizás alguien se la cargue solo para quitarme lo único que me queda en este mundo. Así que... pues te inventas algo. "No me gustas", "Me gustan los hombres", "Los franceses me caen fatal" no lo sé, lo que tú quieras. Rómpele el corazón levemente, lo suficiente para que crea que eres un imbécil y que luego no sufra cuando algún hijo de puta te pille desprevenido y te mate.
El aguador destilaba odio.
Shaka se consideraba a sí mismo un tío inteligente. Supuso que la reunión urgente con Dohko a las 2 de la mañana tendría que ver con algo relacionado al francés y el motivo por el cual se encontraba en ese estado tan lamentable, pero no pudo determinar qué exactamente.
-Camus, ¿de qué guerra estás hablando? -preguntó.
-Estamos en guerra. Milo ha muerto. Y a ti te han llamado a primeras filas, capitán. No hagas esperar al jefe.
Shaka suspiró angustiado. Aquello era, el sueño, el mal presentimiento. Milo, ¿muerto? No podía ser. Él no lo había sentido. Esas cosas no se le escapaban.
-¿Cómo sabes que está muerto?
-Aioria, le dijo a Dohko y él me lo dijo a mi, así funciona. Si vas a darme un ápice de esperanzas diciéndome alguna tontería de las tuyas, te partiré las piernas, Shaka.
El indio asintió. Era justo.
-Lo siento mucho, Camus. -se limitó a decir. Sabía que acercarse al santo de Acuario en aquella instancia era como mínimo peligroso, así que lo omitió. Después de todo, tenía que ver a Dohko y entendía la urgencia.
El francés decidió que limpiaría aquello luego y siguió su camino. Le importaba poco que la gente lo sintiera.
Milo estaba en paz.
No existía nada más que una sensación de completitud.
Una hermosa mujer se acercó a él, sonriendo. Nada allí tenía sentido para él, estaba suspendido en un vacío de colores que no podría volver a describir jamás.
-No es tu hora, cielo. -le susurró, con una sonrisa, pero el escorpión no quería irse de aquel sitio.
El frustradísimo joven que había terminado su carrera poco tiempo atrás luchaba con aquel corazón como si su vida dependiera de ello. Su padre, había muerto de un infarto delante de sus ojos y aquello le había llevado corriendo a la escuela de medicina. Él estaba ahí para salvar gente, como su padre.
Su compañero, el que declaró muerto clínicamente a Milo a las 2.00, le miró con cierta ternura. "Así son todos cuando comienzan" pensó.
-Chico, que está muerto. Déjalo ya.
El joven no lo escuchó, siguió intentando reanimarlo, aún sin éxito.
-Su corazón ha parado. ¡Ha perdido mucha sangre pero no tiene muerte cerebral! -dijo, como si en aquellos intentos desesperados reviviera a su padre.
Bueno, no era solo la sangre, el cuerpo de aquel joven había colapsado. Uno de sus riñones probablemente se tome vacaciones de por vida y aunque habían contenido algunas hemorragias, el estado de salud de aquel paciente era crítico.
-Chico... venga, tranquilo... que está muerto.
A modo de respuesta, la máquina pitó. El joven, inexperto e inseguro, dejó escapar un grito mientras acompañó con cierta alegría el vaivén de aquel corazón.
El viejo frunció el ceño y volvió a su posición.
-Bueno, hay que cerrarlo entonces... tenemos un latido.
Habían pasado unos diez minutos aproximadamente desde que que le había avisado a Dohko que su amigo se había ido cuando volvió a sentirle. Aquello debía ser un error, se levantó sin pensar y se acercó caminando pesadamente a los quirófanos, algo dentro suyo se encendía.
-Señor, no puede pasar. -le dijo una enfermera, con mala cara. La gente solía estorbar.
Aioria se volteó y la miró con los ojos verdes más dulces que aquella chica vio jamás.
-Lo siento, es que... mi hermano está ahí dentro... Y lo estoy llevando fatal. Creí que había muerto, pero... ¿hay alguna probabilidad de que... eso no sea cierto? Creí escuchar cosas, pero es que yo no entiendo nada... Solo quiero saber si aún vive y no volverás a verme en este pasillo, lo prometo. El joven del quirófano 5.
-Lo siento, no puedo dar esa información. -respondió apenada. Bueno, aquel tío bueno no solo era guapísimo, pensó, sino que también era educado y aquellos ojos estaban bastante desesperados. El chico del 5 había entrado en un estado lamentable, así que pudo entender aquella desesperación.
-Lo sé, hay protocolos y tal... pero hace unos minutos estaba muerto. Solo somos mi hermano y yo y necesito saber si... se ha ido o si aún pelea.
La chica lo miró, debatiéndose.
-Un momento. -resopló antes de salir.
Se alejó para hablar con algunos colegas que pululaban por los pasillos como entes automáticos. Aquella espera se le hizo interminable, si el león bonito y adorable no funcionaba, se cargaría el hospital entero.
La chica apareció 15 minutos después, que en la cabeza de Aioria se sintieron 15 años y una reencarnación extra.
-Están terminando ya. Su hermano aún vive. Le darán el parte médico cuando finalice la cirugía.
Aioria no pudo contenerse ni intentándolo. No sabía quien era esa mujer ni su nombre, pero ahora mismo era la luz de la esperanza. La abrazó, inundado por una emoción que le dejó agobiado, como si le quitaran una piedra titánica de su espalda.
-Lo siento. Muchas gracias por la información. -se disculpó él al descubrirse abrazando a una extraña. Le regaló una nueva sonrisa y la enfermera asintió algo ruborizada antes de volver a sus tareas.
Para el momento que Camus llegó a la cabaña del águila, Marin se había marchado ya a patrullar por pedido de Dohko y encontrar a su hermana sola en aquella casa diminuta sin ningún tipo de cuidado volvió a reactivar todos sus miedos, sintió que su cuerpo pesaba 180 kilos y aquello acabaría por matarle.
-¿Qué se supone qué haces aquí?
-Marin me necesitaba y decidí quedarme esta noche... ¿cuál es el problema? Después de todo, trabajaría aquí asistiendo, ¿no?.
-Te lo he dicho mil veces, ¡es que esto no es un paseo! Ahora mismo estamos... ¡es peligroso! Y no puedo preocuparme por tí porque... ¡porque no puedo! No eres una niña, ¡si te digo algo debes entenderlo y hacer lo que te digo, Marianne! ¡Es que estás aqui tonteando de vacaciones y no es un puto juego! ¡Nada es un puto juego! ¡Que te acuestes con mi amigo y juegues a las novelas románticas con un soldado no es un puto juego!
Los gritos le resultaron totalmente ajenos. Su hermano estaba completamente desencajado y aquello le dolió.
-No me grites, puedo escucharte igual de bien si me hablas como si yo fuera una persona normal y no tu enemigo ¿sabes?
El santo de Acuario cerró sus ojos y exhaló. Él tampoco se reconocía, no tenía una puta idea quién era.
-Lo siento -se disculpó.
Su hermana lo miró, preocupada.
-¿Qué te tiene así?
-Milo ha muerto. Y... me duele... -hizo una pausa, antes de llorar. -Me duelen... partes... del cuerpo... y el espíritu que jamás creí que dolerían así.
Su hermana le hizo sitio en la cama. Cuando el francés se acercó, lo abrazó, y recostó su cabeza en sus piernas
Como mamá
-Me duele saber que aquí... solo... es un caído más y... le reemplazarán con algún idiota nacido en noviembre... es... solo un cuerpo descartable más... Y no lo es. No lo era, joder. Era el amor de mi vida.
Marianne acarició su pelo, permitiéndole aquel desahogo, en silencio unos minutos.
La puerta se abrió de golpe. El cuerpo de Camus se tensó obligándole a levantarse inmediatamente.
-Saga...
El gemelo entró en la cabaña, listo para marcharse.
"A morir, a eso te envían". Pensó con angustia. Estaba enojado, con todos, con él mismo.
-¿Ya te vas, eh? Marin esta patrullando si la buscas a ella.
El caballero de géminis asintió.
-Sí, ya me voy, pero te buscaba a tí. Shaka me dijo que estarías aquí. Tengo un mensaje.
El francés lo miró con recelo, no más noticias, qué cojones quería Dohko ahora.
El griego que en otros tiempos había sido su atormentado camarada de sapuri, ahora vistiendo su armadura dorada y enorme, le extendió algo similar a una carpeta.
Camus lo miró, extrañado.
-¿Y esto?
-Es el archivo de Milo. Ahí esta todo, digo, lo que buscabas. Lo cogí aprovechando la confusión general del momento. Soy rápido y no me gusta dejar las aventuras por la mitad. Lo necesitarás.
Aquello era una broma de mal gusto y quiso protestar pero el gemelo prosiguió, interrumpiéndole.
-Lo necesitarás cuando despierte. -lo miró, serio -Milo está vivo. Grave aún, pero vivo.
Camus no logró hablar. Es que no le daban tiempo a procesar ni a asimilar nada de lo que sucedía.
-Vale, ahí lo dejo. -sonrió un poco- Cuídate, francés. O... mejor cuídalo tú -le dijo a la chica -que aún lo de cuidarse él mismo lo lleva regular.
El gemelo abandonó la casa y Camus volvió a vomitar.
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