19. Perderemos el vuelo, Romeo
Aioria desperezó su cuerpo desnudo estirándose hasta donde su propia flexibilidad se lo permitió. Escuchó el crujir de alguna articulación y exhaló pesadamente, acomodando su propio peso en los brazos de la japonesa. Estaba agotado. Aquella mañana había caminado hasta su pequeña cabaña luego de sus 5 horas de patrulla de madrugada solo para dormir junto ella, que con una resaca profunda y los ojos más cansados que había visto en su vida, le abrió la puerta para caer juntos en un sueño profundo unos segundos mas tarde.
Ambos durmieron más de lo normal, pero la joven tenía un sueño más liviano y para cuando el león abrió los ojos por primera vez, la japonesa llevaba despierta un buen rato. Despierta y pensando. Observando el cuerpo del guardián de la quinta casa no pudo evitar distinguir algunas... heridas de guerra que no estaban en aquel cuerpo bronceado la mañana anterior.
-Buenos días -murmuró él alcanzándola en un beso somnoliento. Odiaba las patrullas de madrugada, y las cervezas con el escorpión no habían resultado ser una buena idea después de todo.
La japonesa respondió devolviéndole el saludo, pero sus pensamientos vagaban a kilómetros de su corporalidad. Aquello comenzaba a fastidiarle. Y mucho, se dijo.
Siempre le había resultado un tipo simpático y amable, mucho tiempo antes de su ansiado primer beso. Ella aseguraba que tenía una sonrisa que por sí misma podía iluminar hasta el sitio más oscuro del planeta. Fue esa sonrisa la que comenzó a empujar su corazón a los brazos del santo de oro, mucho antes que su cuerpo definido, firme y bronceado. A pesar de que su infancia en el Santuario había sido difícil desde que su hermano había sido asesinado, siempre tenía un gesto bonito para ella.
Cuando comenzó a pensarse seriamente que aquel joven le gustaba más de lo que le gustaría admitir a una amazona que estaba allí con la ligera y nada difícil misión de entrenar al futuro Pegaso de esta era, fue su amiga y compañera de armas Shaina la que se encargó de dejar en claro que aquello no era una buena idea.
<<Todos saben que el león se acuesta con Milo. No es ningún secreto.>>
Bueno, acostarse con el escorpión no era una tarea difícil. Un encuentro, unas miradas sugerentes y ya está, su amiga italiana lo había comprobado. Se acostaban esporádicamente y tenía la información de su fuente original. Sabía con certeza que Leo y Escorpio tenían una relación más "cercana" que el resto, y con "cercana" se refería a cuerpos desnudos colisionando entre sí entre gemidos de placer.
Para cuando accedió a la primera cita, Marin se lo preguntó, abiertamente, y el griego no tuvo reparo alguno en decirle la verdad, después de todo, entre ellos existían vínculos especiales que a veces resultaban difíciles de entender. Podían acostarse toda la noche y luego, aún sudados, darse consejos amorosos mutuamente, sin complicaciones ni celos.
Los celos... ese mundillo tóxico y lleno de dolor que estaba aprendiendo a conocer ella con sus ojos danzando sobre aquellas marcas evidentemente sexuales. ¿Sabía que se acostaba con Milo? Sí. Lo supo siempre... y creyó aceptarlo.
Pero no, cariño, no lo aceptas.
Tenía un miedo atroz de perderle y con eso, perderse ella misma. Pensar que todo podía desencadenar en la ausencia de su gran gato de oro y la desaparición de su cálida sonrisa de su mundo, su estomago se encogió. Sabía que el león adoraba al escorpión, y pedirle que lo dejara le resultaba egoísta. Después de todo, el griego sabía que luego de algunas borracheras ella y la italiana también terminaban enredadas en la sábana y nunca se lo reprochó, ni hizo comentarios imbéciles al respecto. Le envidió profundamente su seguridad en sí mismo.
Fue él quien habló primero, para romper con aquel silencio extraño.
-¿Dónde estás? -le preguntó, con su particular calidez. El griego tenía una voz profunda y la japonesa se negaba rotundamente a renunciar a su vida con ella por las mañanas.
-Aquí -respondió, pero no era cierto. Besó su hombro con ganas de llorar. La japonesa tenía unos ojos muy expresivos que el guardián de la quinta casa había aprendido a leer con paciencia y afecto. Pudo ver sus destellos brillosos, los destellos brillosos del llanto reprimido. Intentó acariciarlo como distracción, pero aquello que había comenzado como un rocío se convertía internamente en una tormenta que arrasaría con todo.
-Creí que no nos mentíamos. -deslizó él. Otra vez, su voz grave. -¿No vas a decirme que pasa?
Todo el interior de su pequeño cuerpo pálido gritó, ella misma quería gritar.
-¿Me amas? -le preguntó ella, sin más. Al menos quería escuchar eso de su boca.
-Mas que a nada en este mundo. -le respondió él con naturalidad. Era una pregunta simple pero creía saber hacia donde se dirigía la conversación. -¿No lo demuestro lo suficiente?
Demostrar. Claro que lo demostraba. Allí estaba él, luego de su patrulla nocturna, en su cama incómoda donde sus 85kg padecían el odio de aquel colchón viejo y delgado. Siempre estaba allí, para ella.
La japonesa asintió.
-¿Mas que a Milo? -inquirió esta vez, insegura. Aunque solía considerarse una persona con extrema confianza en sí misma, pensar en que podía perderlo en los brazos de alguien más le debilitaba. No sabía si quería escuchar la respuesta.
Aioria se veía venir la pregunta. Le sonrió. No existe forma de comparar el amor, pensó.
-Lo quiero tanto como a mi propio hermano. Supongo que de alguna forma lo es, porque nos criamos juntos y así lo vivimos. Sabe que estaré allí para él y sé que estará allí para mí...--
La japonesa no pudo evitar interrumpirlo.
-Pero te acuestas con él.
Aioria asintió. La honestidad era algo a lo que no podía renunciar.
-Sí, lo hago.
La certeza era a veces, mas dolorosa que la duda. No habían vuelto a hablar de ello desde la primera cita, mucho tiempo atrás. El pecho de la joven chilló silenciosamente, la tormenta se desataba, sí... y le perdería para siempre. Ella no se permitiría seguir sufriendo, pero tampoco podía pedirle que deje de frecuentar su cama. Quizás terminar aquello antes de que ambos terminaran odiándose era lo mejor, porque a pesar de todo, adoraba al león.
-Yo creo que deberíamos dejarlo, Aioria. -dijo al fin. Bueno, allí estaba. Lo había dicho, mal, pero lo había dicho al fin.
Los ojos verdes del griego se encogieron con algo de pena y curiosidad.
-¿Dejarlo? -inquirió él, irguiéndose para sentarse. -Creí que estábamos bien.
Ella asintió, angustiada. -Yo también lo creía, pero ya no. No voy a pedirte que dejes de acostarte con Milo, Aioria... pero tampoco puedo despertar a tu lado viendo las marcas que alguien más deja en tu cuerpo.
Él asintió, con algo de vergüenza. Creyó que ella estaba bien con eso pero había terminado por explotarle en la cara. Jamás habían hablado de exclusividad.
-Acostarme con Milo es algo que puedo dejar de hacer si te duele, Marin. No puedo renunciar a su amistad pero sí a su cama si eso te afecta.
Ahí estaba, con su voz grave. La joven no pudo evitar sentir cierto alivio pero no estaba segura que pudiera llevarlo a cabo, después de todo, las misiones juntos...
¿Tanto le jodía que el león no sintiera celos en absoluto? ¿Es que le daba igual si se tiraba medio Santuario?
-¿Nunca sientes celos? -le preguntó, intrigada. -De que pueda... ¿enamorarme de alguien más y dejarte?
El león sonrió y negó con la cabeza.
-No, no realmente. Creo en tu amor, creo en lo que sientes y creo en lo que siento yo. Eso es suficiente para mí, soy un tipo simple, lo que ves es lo que hay. -hizo una pausa intentando acomodar lo que quería decir. -El amor se construye, Marin. Día tras día eliges despertar junto a mí, y elijo despertar junto a tí. Nos elegimos, ¿no? Un día a la vez. Y si algún día... decides que mi amor no te alcanza y te enamoras de alguien más... me dolerá muchísimo, sí. Probablemente llore como un crío y me cague en todos los muertos del árbol genealógico de quien sea que se lleve tu corazón... pero pensar en que vas a dejarme y enamorarte de alguien mas cuando puedo estar disfrutando de ti me parece una pérdida de tiempo. No me malentiendas, no me da igual, claro que no. Te amo y si me das a elegir, claro que me gustaría que me amaras tanto como yo a tí... pero si eso pasa no será hoy y probablemente no mañana. No me gusta desperdiciar la vida pensando que "quizás me dejes". Créeme, si tiene que suceder sucederá, nada podrá impedirlo, y lidiaré con ello como pueda... mientras tanto, me gusta disfrutar de ti, tu compañía, tu amor y tus terribles desayunos.
Ella sonrió. Sabía que la cocina se le daba fatal.
-¿Terribles desayunos...?
Aioria le peinó el flequillo alborotado con una caricia sutil, quería ver sus ojos.
-Bueno, tu café es tan negro que lo cargo como una piedra en el estómago el resto del día y quemas las tostadas de una forma adorable... es tu forma de cuidarme, y me hace feliz. Mi acidez estomacal te ama casi tanto como yo. Perder a mi hermano me enseño que cada día de esta vida, puede ser el último. No sé que pasará con mi alma... si nos desvanecemos, si desaparecemos, si reencarnamos, si nos volveremos a encontrar, si me revivirán en el mismo cuerpo... no lo sé. Shaka es el tío espiritual, no yo. Lo único que sé con absoluta certeza ahora mismo es que hoy estoy vivo y tus ojos me hacen feliz. Hoy. Si mañana despierto vivo, quiero volver a verlos. Quiero ser feliz y tú me haces feliz. En esta vida, en este momento.
A la chica le costaba articular las palabras. La seguridad arrolladora de Leo se la había cargado como un camión y se sentía algo avergonzada. No pudo hablar, solo asintió. El griego volvió a estirarse, aquel colchón era su peor enemigo. Sentía dolor en músculos que ni siquiera sabía que existían.
-Si hubiera sabido que te dolía y que no estabas cómoda con eso, lo hubiera dejado antes. No puedo prometerte ser un novio increíble, pero sí sincero y leal a tu corazón.
Ella le sonrió, besándolo dulce, después de todo, él estaba allí
hoy
y también le hacía feliz.
-Iré a quemar las tostadas para tí.
A Milo le hubiera venido genial la seguridad de su amigo a la hora de hablar, pero no tenía ni de cerca la misma confianza de no cagarla frente al aguador. Aquel hombre ponía en jaque cada uno de sus sentidos.
¿Alguna vez te preguntaste... que quizás me dolía que te acostaras con todos?
Sí, su amigo Barbie Especias se lo había dicho, y aún así había corrido a sumergirse en la entrepierna de su compañero unas horas después de juntar los pedazos de su corazón rechazado al ver que Camus había abandonado su cama otra vez.
Sí, se lo había preguntado, decir que no sería mentir y sin embargo... allí estaba el miedo de saber que el francés le diría lo que él ya sabía.
"Y si sabías que me dolía por qué lo hacías?" "Porque soy idiota"
"Porque es mi naturaleza."
Decidió ser tan honesto como pudo, después de todo, la conversación era tan honesta y real como podía ser y su amigo había decidido finalmente abrir su corazón y decirle como se sentía.
-Sí, lo pensé, y estaba dispuesto a hacerlo. A no tocar a nadie más... pero luego me desperté y no estabas allí... y otra vez el puto fantasma del rechazo me jugó una mala pasada. Solo... supongo que es mi forma de no sentirme un estúpido total.
Camus suspiró, giraban en círculos con una estupidez envidiable.
-Me fui porque tenía que acompañar a mi hermana a la ciudad muy temprano en la mañana, Milo. No porque no quisiera quedarme. Dormías y no quería despertarte, ¿es eso un pecado? Parecías cansado y decidí que lo mejor era dejarte dormir. Yo no veo el rechazo, disculpa.
No intentaba sonar frío, pero así se escuchaba. Aún guardaba en las retinas lo que había visto y no lograba superarlo, por más lógica que intentara aplicarle.
-Debería haberlo preguntado, sí. -resopló avergonzado Milo, se sentía aún más idiota. Sabía que su talón de Aquiles era la comunicación. Tampoco es que al aguador se le daba bien. Bueno, allí tenía su respuesta, después de todo. El aguador lo había intentado. -De verdad lo siento, Camus. Jamás quise lastimarte y jamás quise que vieras algo así.
-No puedo permitirme corresponder a una persona que no puede dejar de tirarse todo lo que se mueve, Milo, eres un adicto al sexo y yo... prefiero preservarme. -se sinceró.
No, era un adicto a buscar entre las piernas y las bocas de la gente los gramos de amor que podía mendigar por los minutos que fueran necesarios.
El escorpión negó.
-No soy un adicto al sexo, Camus. Lo disfruto, sí, como todos... pero... no es eso. Sé que partíamos del punto donde no me creías en absoluto, pero jamás me diste la oportunidad de demostrarte que podía hacerlo. Nunca hablamos de exclusividad y jamás me dijiste que me querías. ¿Cómo saber lo que pasa por tu cabeza si no me hablas? Lo deduzco porque en tus formas retorcidas y gélidas puedo vislumbrar momentos... especiales... pero no puedo simplemente quedarme junto a tí esperando una caricia como si fuera un perro callejero. En algún punto lo soy y quiero que eso cambie. Ya no quiero mendigar.
Había sonado decidido por primera vez en toda la conversación. Haberse drenado en los brazos de su amigo le hizo darse cuenta de algo: él también merecía amor y lo que conocía como amor hasta ese entonces era una mentira. Él también quería, como Aioria, tener a alguien que le mirara como la japonesa, alguien que quisiera abrazarlo y le observara con esa mezcla de admiración y dulzura. Alguien que durmiera a su lado. Si hasta el virgen del Santuario, con todas sus limitaciones sociales, había accedido a hacerle caso a él y vestirse diferente para ser correspondido... Después de todo, la noche que pasó en su casa, había descubierto con simpatía en la mesa de su guardián, un diccionario griego-francés con garabatos en hindi... ¿por qué no él? ¿Por qué nada de aquello no le tocaba a él?
Que él supiera, nadie hacía grandes esfuerzos por demostrarle afecto. Quizás Marin nunca se enterara que en sus misiones juntos, Aioria cambiaba todas los hospedajes a último momento. Elegía dormir en los sitios más baratos del lugar y saltearse algunas comidas para ahorrar y usar el dinero extra en comprarle algún regalo bonito... Quizás el águila jamás se enteraría... pero él lo sabía.
"¿Crees que a Marin le gustará?." preguntaba confundido el castaño en algún mercado perdido de Egipto a su amigo que solo respondía que sí para que el león se diera prisa.
"Vamos a perder el vuelo, Romeo"
Los recuerdos como películas se proyectaban en su mente y aunque buscaba, no podía dar con ninguno que le correspondiera a él. Sus recuerdos personales eran oscuros y estaban cubiertos de dolor. No notó que lloraba otra vez hasta que sus ojos irritados se inundaron. ¿Por qué nadie le quería de verdad?
Camus no supo cómo reaccionar, después de todo, de alguna forma que no lograba comprender, sabía que él había contribuido a empujar al escorpión a ese lugar. Podía sentirlo muy profundamente en su corazón, solo que no con su cabeza. Su cabeza aún se negaba a cooperar porque estaba demasiado ocupada intentando desmenuzar los recuerdos de verle con alguien más.
Milo estaba roto, completamente roto.
No había otro adjetivo que pudiera ir mejor con la visión de su amigo, el soberbio, seguro y divertido santo de Escorpio, llorando como un chiquillo perdido. Después de todo, todos estaban igual. Aquel sitio estaba inundado de lágrimas. Lágrimas, muerte, guerras y dolor.
-Solo quiero que me quieran. -susurró sin notarlo, con la mirada derrotada y vacía. Ya le daba igual.
El francés Intentó obligarse a mover su cuerpo, pero este se rehusó. Ahí estaba Camus, el imperturbable, desde su lejanía cómoda luchando con sus músculos para reaccionar. Quería abrazarlo, quería decirle que lo quería, que por favor ya dejara de llorar. Su cuerpo oxidado de amor también intentaba ajustarse a esa realidad sensible. ¿Por qué no podía? ¿Qué le impedía a él moverse y abrazarlo, amarlo?
Sintió todas sus barreras levantarse como el ejército espartano, intentando contener a su corazón que latía al ritmo del llanto del griego. Sus quejidos sutiles y casi silenciosos ejercieron una presión interna tan fuerte, que su corazón, sepultado bajo el hielo de mil inviernos llenos de duelo, se alzó como Atenas en la Batalla de Esfacteria.
Le abrazó. No supo cómo, pero sus músculos reaccionaron y sus brazos lo alcanzaron. Milo levantó su mirada, solo para encontrarse con sus ojos, conmovidos, sin barreras, solo unas pupilas donde pudo vislumbrar lo que necesitaba.
-Yo sí te quiero, Milo. -le dijo, con seguridad. Las barreras de hielo crujían desesperadas en su intento por protegerle, pero aquel calor derretía la inmensidad de aquellos hielos que cuidaban su corazón.
El griego le sujetó con tanta fuerza como pudo. El olor del jabón de Camus le tranquilizó, como cuando calmas a un niño con una prenda de su madre.
-Siento haberte lastimado, Camus. -le dijo el escorpión en una súplica.
El francés asintió, acariciando su cabello, aún dentro del abrazo.
-Yo también lo siento, Milo. Yo tampoco quise lastimarte.
Aquello le tomó por sorpresa. No esperaba que el galo se disculpara, pero le daba igual. En aquel momento, la completitud de la existencia le alcanzó como un manto de templanza.
Cuando el guardián de la casa de Virgo supo que sus compañeros no iban a matarse, decidió devolverles la privacidad. Había escuchado suficiente y el llanto de su compañero volvía a afectarle profundamente. Se preguntó por cuánto tiempo había guardado todo aquello y por un momento contempló lo injusto que había sido todo para aquellos jóvenes. Niños, huérfanos, soldados.
Observó su armadura cerrada brillar reluciente en su caja dorada, preguntándose si alguna vez lograrían descifrar y reparar todos aquellos sueños que quedaron en el camino, a muchos años de distancia. Mu, su amigo artesano en Jamir, preparaba los ropajes que los nuevos niños usarían meses después, después de pasar por todo aquello que él conocía tan bien. Los golpes, la soledad, las heridas infectadas, las noches sin dormir, los esguinces, los llantos reprimidos.
Con un gesto algo lúgubre, volvió a la habitación donde por primera vez, había podido amanecer junto a una persona abrazándole.
-¿Estás bien? -preguntó ella al verle, curiosa.
El indio no supo que responder, no lo sabía.
-Sí. -asintió, no del todo seguro. La observó por un momento, con sus ojos color cielo, abiertos. Él solo sabía abrir sus ojos para dañar, hasta que ella le había pedido verlos y desde entonces, supo que también...
Cuando le conoció, creyó que estaba ciego. Su hermano le explicó que el joven podía ver, pero decidía arbitrariamente llevar sus ojos cerrados. No se explayó más pero la primera tarde que compartieron juntos en aquel jardín donde había decidido morir tiempo atrás, ella murmuró:
"Les yeux sont le miroir de l'âme"
El rubio con paciencia había buscado su significado hasta que comprendió a lo que se refería.
"Los ojos son el espejo del alma."
No supo en qué momento lo había besado, solo lo había sentido. El francés había perdido la batalla y sentía el rugir de sus barreras muriendo en su interior, dando paso a una automatización de sus actos que le habían llevado a acercar sus labios a los de Milo. Milo, por supuesto, correspondió el beso, diferente a todos. No lo besaba con hambre ni lujuria. Aquel beso intentaba buscar todo aquello que se le había negado.
-Dame otra oportunidad -le suplicó el griego, buscando sus ojos.
-Solo si tu me la das a mí. -replicó Camus.
Algunos besos más tarde, cuando al fin se separaron, Camus escuchó todo con atención.
"Caballero de Escorpio, tu veneno se encargará de destruir todo lo que amas. Es tu naturaleza y tu estúpida sonrisa no podrá evitarlo. ¿Conoces la historia del escorpión y la rana?..."
Su sonrisa, que en el orfanato había sido su escudo, se convirtió en el estandarte de rebeldía ante las palabras de Némesis. A sus 7 años, aquella historia le resultaba cruel. El escorpión no debía picar a la rana, esta no había hecho nada para merecerlo y él no era aquel escorpión del estúpido cuento. Él no creía ser cruel, quizás un poco rebelde, sí... pero no cruel. A pesar de ser un crío, sabía que Némesis exageraba hasta que aquella tarde de Agosto, Aioria y él jugaban y algo salió mal.
Se perseguían mutuamente, entre patadas y puñetazos, pero él tuvo que llevarlo mas allá y...
La aguja carmesí había crecido en su dedo y el muslo del pequeño cachorro que en unos años sería el león de los relámpagos le parecía un blanco excelente. No lo pensó demasiado, preso de la excitación de la pelea, disparó.
Cuando aquella luz roja atravesó su carne y escuchó el músculo desgarrarse ante lo que en unos años sería su ataque más poderoso, no pudo evitar sentir miedo. La sangre comenzó a manar a borbotones y su nuevo amigo trastabilló, cayendo de bruces al suelo. Los pulmones del chiquillo chillaron en un grito agudo que asustó a Milo.
"Tu naturaleza"
Estaban solos y sabía que no podía solucionarlo, no tenía idea cómo, pero sabía que había picado a Aioria
(La rana)
y si seguía sangrando algo muy malo podía suceder. La sangre lo inundaba todo, y su pequeño corazón daba brincos en su pecho. Jamás había visto tanta, y jamás había creído que él podía generarla.
-¿Por qué has hecho eso? -preguntó Aioria llorando. Estaba asustado y aquella herida le ardía y sangraba sin cesar. -¡Eres un idiota! -vociferó intentando detener el líquido carmesí con sus pequeñas manos.
El hermano mayor del león, alertado por los gritos del pequeño, se acercó a la escena con preocupación, solo para coger rápidamente su camiseta y presionar la herida.
-¿Qué has hecho Milo? -preguntó.
Némesis también se acercó. Cogió al escorpión del brazo y lo sacudió.
-¿A qué ha venido eso, idiota? -preguntó fastidiosa. Lo que faltaba era tener un problema con el centauro por culpa de aquel niño. Aioros cogió a su hermano en brazos luego de improvisar un nudo que contuviera el sangrado y se alejó. Milo lo observó marcharse con angustia, después de todo, el cachorro no le había hecho nada -como la rana- y él lo había lastimado. ¿Y si Aioria moría? Dejó de pensar cuando una cachetada que dejó su mejilla ardiendo le atravesó la cara.
-Te lo dije, es tu naturaleza. -replicó seria su maestra.
La había besado y aunque sabía que no se acostarían -su hermano aún estaba en aquella cocina- había aprendido que a veces, algo tan simple como el contacto humano podía obsequiarle sensaciones nuevas y desconocidas para él. Aún le daba vueltas a la dicotomía de la vida en el Santuario, tan llena de dolor y guerra y a la vez de la esperanza que pujaba en la pulsión de vida de todos ellos. Le angustiaba creer que quizás, Camus estaba equivocado y que arrastrar a aquella joven con él, era una mala idea. Quizás, aún podía convencerle de volver a una vida normal, lejos de aquel destino.
-¿Extrañas algo de tu vida? -preguntó, jugando distraído con sus dedos.
Extrañar sí, extrañaba muchas cosas, pero todo había desaparecido ya. Hizo una mueca con la boca, pensativa.
-Supongo que a David Bowie. -contestó sin más. Él asintió. No tenía idea a qué se refería.
La historia de Némesis, su vida en el orfanato, su angustia vital de haberse sentido un bueno para nada escondido tras la máscara de superioridad que obtenía cuando portaba su armadura de oro de Escorpio. Su pulsión tanática de destruir aquello que amaba.
El francés escuchó atento cada una de sus palabras y la primera taza de café se multiplicó por cinco. Camus también se sinceró. Le contó acerca de Isaac, de su madre, de sus... miedos. De su terror a la pérdida y de sus barreras... de todas sus barreras.
La conversación fue finalmente interrumpida por un joven de cabellos oscuros, Adrián, que buscaba al santo de Escorpio para entregarle un mensaje urgente del Patriarca. Milo se cagó en la luz que alumbraba las tumbas de todos sus muertos, pero supuso que hacer esperar al simpatiquísimo pero impaciente Dohko era una mala idea. Se prometió reanudar aquella conversación cuando el chico se retiró en silencio.
-¿Y ahora qué? -preguntó Camus curioso, al ver la carta entre los dedos del griego.
-Una misión. -levantó los hombros, leyendo. -Una misión con Aioria.
No dijo nada, no quería cargarse en dos frases todo lo que acababan de vivir, así que el francés lo dejó ahí y asintió.
-No querrás hacer esperar a Dohko -mencionó.
-No voy a acostarme con él -dijo buscando sus ojos otra vez. -Quiero hacerlo bien esta vez, contigo.
El francés asintió. No preguntó cuando regresaría, después de todo, existían prioridades y en aquel sitio el romance no era una, las misiones asignadas sí.
-Te cuidarás, ¿verdad? -preguntó, algo inseguro... después de todo, no sabía de qué se trataba y solo esperaba que aquella no fuera su última conversación con el griego.
Milo sonrió, acercándose para besarlo una vez más.
-Volveré, no podrás librarte de mí tan fácilmente. Es una promesa.
La sonrisa sardónica de Milo había vuelto a su lugar y dejándola como última panorámica abandonó la cocina del indio. El francés jugó con los restos de su café, que terminó en silencio. Aún rumiaba el sabor de la conversación y tenía mucho en qué pensar, se sentía agotado. Dormiría, luego, sí... pero antes tenía algunas cosas que hacer y para ello necesitaba la ayuda de alguien y ese alguien probablemente aún esté recuperándose de alguna resaca.
Cuando finalmente salió, vió al santo de Virgo en su sala, luchando contra un libro y su propia mano, confundida, que rascaba sus cabellos rubios mientras leía perdido de forma casi hipnótica. Los pasos del aguador rompieron aquel trance.
-Veo que has podido hablar -dijo advirtiendo la calma del nuevo semblante del francés.
Camus asintió.
-Sí, Shaka... Siento mucho el escándalo de esta mañana y... gracias. De verdad.
El rubio sonrió a modo de respuesta y asintió. Le agradaba saber que sus amigos estaban en paz, después de todo, sabía que ambos corrían sobre una cinta de Moebius pero finalmente habían logrado alcanzarse. Quizás la paz no dure para siempre, pero como guerrero sabía que mientras aquello dure, había que celebrarlo.
-Shaka... yo... siento mucho haberte...
El indio negó con la cabeza interrumpiéndole.
-No, Camus. Estamos bien. De verdad.
-Solo quería decirte que... lamento como... se dio todo aquello.
Todo aquello había sido su muerte y su dolor. Su grito, que aún aparecía a modo de recordatorio en algunos de sus sueños. Jamás se lo había dicho pero desde que habían vuelto a la vida, soñaba recurrentemente con aquel episodio, entre otros.
-Yo no. No lo lamento. Era lo que tenía que suceder. Deberías perdonarte alguna vez, creo que es la mejor forma de sanar. Perdonate ya de una vez. Estoy vivo y tú también, ¿no es eso lo importante ahora?
El francés asintió con un gesto algo tímido.
-Te debo una -sonrió.
El indio levantó el libro de forma solemne a modo de respuesta.
-Pues ayúdame entonces, porque no sé que es un "David Bowie" y no puedo encontrarlo en el diccionario.
Milo y Aioria asintieron al escuchar las indicaciones de Dohko. Ni a Marin ni a Camus les gustaba la idea de aquellos dos juntos compartiendo hoteles por un tiempo indeterminado, pero intentaban confiar en que pudieran mantener su palabra, aunque por dentro, estaban aterrados.
Cuando abandonaron el santuario, vistiendo sus ropas civiles y listos para partir, ya sabía el escorpión lo que diría su amigo.
-Creo que conozco un hotel barato en---
El menor lo interrumpió.
-No esta vez. Tendrás que compartir. Yo también necesito el dinero. Debo comprar algo para Camus. -sonrió.
El guardián de la quinta casa rio a modo de respuesta.
-Vale, pero vamos ya, que perderemos el vuelo, Romeo.
Camus descendió las escaleras con rapidez luego de espabilar a su amigo y explicarle con paciencia todo lo que se le escapaba del mundo real. Llegó finalmente donde, como sabía, su amigo yacía preso de una resaca terrible estirado entre las sábanas.
-Saga. -dijo al fin el aguador.
El joven respondió con un gruñido gutural y acomodó su larguísimo cuerpo en una posición diferente, ignorando al santo de Acuario. Cuando notó que su presencia no dejaría su habitación, se giró con pesadez.
-¿Por qué tengo la impresión de que quieres algo de mí? -preguntó con la voz ronca. El santo de Géminis se estiró en búsqueda de su ropa, pero el francés no se movió de su habitación.
-Porque quiero algo de tí.
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