4.
—¿Qué ves?
El joven con una inconfundible cicatriz bajo su ojo, se vuelve hacia la voz sorprendido pues no ha percibido la presencia que se había acercado a él hasta que esta ha hablado. De reojo puede dislumbrar un tono anaranjado, característico en la joven navegante con tan fuerte carácter.
—¿Qué?
La mujer, con sus rizos revoloteando, toma uno de sus cabellos y los recoge tras su oreja. Hace verse delicada, pero el moreno tiene fe de que eso no es así.
—Pareces ver algo en la infinidad del paisaje que los demás no podemos, ¿qué es?
Contempla durante varios segundos el paisaje ante ellos, toma respiraciones profundas y le devuelve la mirada a su compañera.
—Aquello que anhelo.
—Nuestro capitán siempre hacia eso —asiente para si misma mientras juega con uno de los mechones anaranjados—. Siempre se sentaba en la cabeza del Sunny y observaba. Nadie supo que miraba, nadie preguntó. Pero algo en esa acción nos daba seguridad, de algún modo sentíamos que él estando ahí nos protegería de todo, que era inquebrantable.
El moreno teme articular palabra e incluso puede llegar a creer que el viento que sopla no es merecedero de escuchar tales cosas que desprenden los labios de la joven. Así, él permanece en silencio y ella se envuelve sobre si misma intentando ahogar la pena.
—No fue así —murmura—. Era obvio que él no era indestructible, pero nos dejamos llevar por la esperanza. Por la luz que siempre le envolvía.
Se detiene, y el moreno puede ver las lágrimas asomando en la esquina de sus ojos. Jamás las deja caer.
—Fuimos ingenuos, y él fue el precio a pagar.
De un movimiento fugaz, ella se dió media vuelta y se alejó varios pasos. Observó todo y a su misma vez nada.
—Estás aquí —toma aire temblorosamente—. Estás vivo. Tienes la oportunidad de cambiar aquello que no te gusta y luchar por lo que realmente quieres.
—Así es.
—Él murió sin arrepentimiento, ¿harás lo mismo?
—Mis peores pesadillas me seguirán siempre y no puedo hacer nada para evitarlo.
Inclinó levemente su cabeza, dejando ver al moreno sus cálidos ojos color miel. Su expresión mostraba pena, quizás melancolía, mientras una suave sonrisa se pintaban en su rostro.
—¿Eso es lo que crees realmente?
El silencio del moreno fue respuesta suficiente para aquella pregunta. La muchacha segundos después partió, alejándose de él con pisadas tranquilas y una ligereza que antes no mostraba. De tal manera que ella ha dejado atrás una carga, mientras que el joven siente algo nuevo presionar contra su pecho.
Y allí se encontró de nuevo, con una suman a sus arrepentimiento.
Sin más que encontrar en las infinidades del océano, da un paso atrás –se permite apreciar una vez más el horizonte– y da la espalda a aquel paisaje, dirigiendo sus pies a cualquier otro lugar que permita olvidar sus más y aterradores secretos que tanto le perturban.
No tarda en encontrar una distracción, es más, es a él a quién encuentran. Es Sanji, el cocinero de aquel barco –si mal no recuerda–, quién se acerca a él tan sigilosamente que le aterra. Sus pies parecen ser escurridizos, en un suave baile con la madera que roza sus costosos zapatos. Su elegante delicada y su danza con los pues, hace pensar mucho al moreno; pues es tan elegante y mortal que siente una inevitable necesidad de cuidado.
—A pasado un tiempo.
Es ignorante en su totalidad en cuanto al tema del que está hablando aquel hombre. La mirada confusa es respuesta suficiente.
—Quizás no lo parezca —comenzó, casi fue un susurro arraigado al mar—. Pero no ha habido sol desde hace un tiempo.
—¿No? —murmura. Alza su mirada y echa un vistazo al cielo, tapando con una de sus manos ambos ojos para que el sol no pueda cegarle.
El rubio niega suavemente con su cabeza. Rebusca en uno de sus bolsillos y el más joven puede captar una pequeña cajita, de ella saca un cigarrillo. El más joven observa detenidamente casa movimiento de su compañero. Cuándo este termina de revolverse, ya listo un cigarro encendido entre sus labios, continúa su diálogo.
—Quizás no lo parezca —reitera—. Son todo rayos de sol y luz para el futuro, pero hace poco solo había tormentas, el tiempo estaba bastante agitado para ser ciertos. Ahora, sin embargo, todo parece estar en calma.
—Pero... Eso es bueno, ¿no?
—Eso es esperanza.
Escucha alguna que otra maldición por parte del cocinero mientras quita un mechón de su cabello que ha caído frente a su único ojo visible.
—El problema es, que jamás no adaptamos —alza su vista al cielo y retoma sus palabras—. Aún no lo pareciese, siempre esperábamos el sol tras aquellas nubes tan negras como el tizón. Aunque siempre supimos que quizás no llegaría.
El moreno asiente, él entiende aquella sensación. Es como el dolor fantasma tras perder una extremidades, o esa perpetua presencia de pesadillas tras tus sueños más profundos. Él siempre esperó ese rayo de luz, pero jamás llevó.
—¿Y sabes qué?
Y es absolutamente imposible que él sepa responder aquello.
—A veces es mejor vivir en esperanza, sin que ella nunca llegue.
El mayor rueda sobre sus pies y con trotes se dirige a la cocina. Su compañero luce una rostro envuelto en la confusión absoluta y, casi de inmediato, sigue los pasos de aquel hombre.
Jamás llega a alcanzarle.
Cree escuchar voces alejadas, no obstante, el solo alcanza a oír un golpe sordo. Eventualmente la oscuridad lo envuelve.
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