Capitulo Único.

Una brillante capa blanca de nieve cubría los alrededores como cada día del año, como una manta blanca y recién lavada. El clima frío de aquél lugar no variaba, siempre pasaría más allá de los -45 °C, congelando narices y cualquier ser que no se encontrase apto para tan extrema temperatura. El lugar solía ser tranquilo, aislado y absolutamente pacifico, sin embargo, como en todo lugar siempre habría días diferentes, plagados de molestia y fatalidad. El polo norte inevitablemente se encontraba pasando por un día como esos.

—Maldición, Norte. Entiéndeme, ¡No pienso volver a ese lugar! No insistas.

El taller de Santa Claus se encontraba pasando por una inestable condición, ya que cierto guardián se encontraba a segundos de congelar todo e irse volando como solía hacer cada que este tema se abordaba.

—Jack, es tú obligación.

—¡No voy a volver, Norte! No vas a obligarme.

El guardián de la navidad suspiro pesadamente, pasando una mano por su rostro cansado. Entendía la perfección la situación del más joven de los guardianes, entendía la razón de su comportamiento inapropiado y en serio continuaba sintiéndose mal por todo aquello, triste e impotente al no poder hacer nada para ayudar a su amigo.

—Hace 5 años que no vas, Jack. Los pueblerinos ya han empezado a preguntarse porque el invierno no los visita a ellos y a los otros reinos si.

—No me interesa, Norte.

Norte golpeó fuertemente su escritorio con sus puños, sobresaltando al espíritu del invierno. Ya comenzaba a hartarse con el comportamiento despreocupado de Jack. Entendía lo que estaba pasando o intentaba hacerlo, pero el chico simplemente no podía continuar evitando sus responsabilidades y obligaciones por un suceso de hace ya 5 años.  No podía continuar saltándose el trabajo y no recibir una sanción después. Al principio había intentado ponerse en sus zapatos, lo había comprendido, escuchado y apoyado como un padre, había aceptado que Jack merecía tal amonestación, pero después de 5 años ya comenzaba a considerar que el guardián se estaba aprovechando, aunque no creía en verdad que así fuera. 

—¡Ya han pasado 5 años, Jack! ¡5 años en que te has salvado de cumplir tus obligaciones con ese reino! ¡Ya no puedo permitir que lo continúes haciendo! Ya no vas a seguir burlándote de mi.

—Nunca me he burlado, Norte. Simplemente no... No puedo hacerlo. No quiero regresar.

Una mirada de profunda tristeza se encontró con la mirada de Norte y a éste se le rompió el corazón.

—Yo sé, Jack. Sé que es complicado, pero no puedes continuar faltando a tu juramento, hombre de la luna no lo permitirá y lo sabes.

El mayor de los guardianes se acercó a Jack con cuidado y lo estrechó en un abrazo. El espíritu del invierno no correspondió tal muestra de afecto, sencillamente ya no podía abrazar a alguien por la misma razón una y otra vez. Se alejó de Norte con cuidado y salió disparado por la ventana, sin dirigir siquiera una mirada al hombre de cabello y barba blanca.

La ira se filtraba nuevamente en su mente y corazón, como una niebla blanca que ocultaba la parte racional de su cerebro. Voló hasta encontrarse a uno 100 kilómetros de distancia del taller de Norte y cegado por la rabia se dejo caer al suelo. Golpeó con ferocidad la nieve bajo sus pies con la punta de su cayado, levantando una ventisca estoica que arrasó de ahí hasta mas allá de lo 200 kilómetros. Lanzó el bastón con brusquedad al suelo y se dejó caer junto a él de rodillas, chocó sus puños múltiples veces contra la superficie cubierta de la blanquecina nieve por lo que no logró provocarse el daño que deseaba. Cerró sus ojos fuertemente y se permitió caer completamente, observó la luna de la media tarde y evito derrumbarse como ya había echo antes. Suspiró profundamente y se levantó del suelo, observando la destrucción de su inestable episodio. Tomó el bastón entre sus manos y alzo vuelo, sin dirigirse a un rumbo fijo.

Las semanas pasaron con una rapidez lívida e inquietante y con el trascurso de los días y meses llegó el cambio de estación.

Los arboles, antes de hojas rojizas y naranjosas, detonantes de calidez y vida, aportaron los colores de la estación mas rigorosa de todas: el invierno. Las copas se vieron cubiertas de la gruesa nieve, cayendo cual montones por el cielo. Los antes vestuarios frescos y escasos se convirtieron en capas calientes de muchas prendas de ropa. Y la falta de un viento helado se convirtió en una nevada compartida de copos de nieve. Tan pronto como se pudo las calles de metrópolis y reinos se vieron opacadas por la nevisca, cada una de ellas decorada con la manta blanca y brillante que la naturaleza les aportaba. A excepción de una, a la cuál no era visitada por la nieve desde hacía ya 5 años.

El guardián del invierno vigilaba desde las alturas las condiciones de su esmerada nevada. Los niños corrían por las calles jugando y divirtiéndose, lanzando bolas de nieve y riendo sin limites. Todos felices y agradecidos por aquél regalo por parte del espíritu. Jack sonrió levemente, preparándose mentalmente para visitar el próximo reino, portador de su siguiente nevada. Entorno los ojos en busca de la luna de la media tarde, más esta con su palidez no parecía poder verse. Suspiró pesadamente, un suspiro que más que cansancio transmitió dolor.

Norte tenía razón, el echo de que él no lograra superarlo no significaba que las personas de Arendelle debieran pagar sus desgracias, esas personas no merecían carecer de las sensaciones que la nieve provocaba, no merecían sentir la falta de una risa de diversión pura provocada por la nieve en descenso. Lo que les había estado haciendo en definitivo fue injusto y egoísta. Los pueblerinos de Arendelle no merecían tal falta de esparcimiento como la que la llegada del invierno estimulaba.

Se colocó la capucha sobre la cabeza y miró el firmamento con una tristeza disimulada. Llamó al viento con menos emoción con la que solía hacerlo y surcó los cielos dirigiéndose directamente hacía Arendelle.

Llego al reino más rápido de lo que le hubiera gustado. Descendió de las alturas y se encontró pisando la acera en las calles de Arendelle como la primera vez que lo visitó. Se descubrió caminando por los pasajes del recuerdo en su memoria y la nostalgia abarco su interior. Observó cada edificio, cada avenida, cada mínimo detalle, comparando cada uno de estos con la imagen persistente de sus recuerdos. Casi nada había cambiado. Sin embargo, algunas estructuras habían crecido, las casas se veían más modernas a como recordaba, con colores más vivos y figuras mas llamativas. La mitad de los pueblerinos a los que veía pasar sonreían, felices con el desempeño que mostraba Arendelle. Quizás la mayoría de ellos ya lo hubiesen superado, más él no, nunca lo superaría.

Observó unos cuantos jóvenes pasar y se sorprendió gratamente, usualmente conocía a la mayoría de los niños que veía, y aquellos no fueron la excepción. Les reconocía, más sin embargo ya no eran niños, si no adolescentes, jóvenes. El tiempo transcurría muy rápido para su desagrado. Algunos de éstos se le quedaron mirando directamente, sonrió internamente, aún creían en él después de todo. Más se alejó lo más que le fue posible, se suponía que en su trabajo debía pasar desapercibido y nunca había sido exactamente bueno en eso.

Al tomar una altura necesaria se permitió así mismo desarrollar el trabajo que en un principió había venido a ejecutar. Tomó el cayado con firmeza y comenzó con la exposición de su magia. Cubrió la copa de los arboles con nieve al igual que las aceras y calles, nublo los cristales de los ventanales en cada casa con una gruesa capa de escarcha, elevó su poder en lo alto y de su vara de madera comenzó a fluir la brisa de una cercana nevada para después dar inició con esta. Observó la cara de cada uno de los pueblerinos: caras asombradas, sonrientes, irradiantes de vida. Caras esperanzadas y muecas de impresión. Los ojos de cada pueblerino brillaron con nostalgia y añoranza, provocando un suave pincho en el corazón del guardián. Notó como a algunos de ellos se les eclipsaban los ojos al borde del llanto y el corazón se le hundió en el pecho. Era mas que obvio saber que los habitantes de Arendelle le guardaban un solido cariño a la nieve y al verla después de tanto tiempo se veían transportados a años atrás donde la magia formaba parte de sus vidas. Ni siquiera necesito usar de sus poderes para comenzar la diversión, los pueblerinos estaban tan ilusionados que no necesitaron ni siquiera de cambiarse para comenzar a disfrutar la nieve en grande. Se divertían y disfrutaban sin necesidad de su ayuda.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡La reina Elsa! La reina Elsa, esta aquí ¿cierto?

El guardián concentro su atención en la conversación de ahí abajo, donde una linda pequeña de cabello castaño y grandes ojos grises saltaba de un lado al otro apuntando lo que se encontraba a sus espaldas.

—No, cariño. Sólo que Jack Frost ha decidido visitarnos.

A Jack se le congeló el corazón al enfocar la vista en el objeto detrás de la pequeña. Su cayado resbaló de sus manos y como consecuencia él se desplomó desde las alturas. La caída no fue para nada agradable, sin embargo, al guardián del invierno poco le importo su condición física. Se acercó a paso lento hacía el recuadro gigantesco y resplandeciente de Elsa. Acarició con la yema de sus dedos la cara de su amada intentando no dejarse absorber por el torbellino de emociones que se avecinaba. ¿De cuando habría sido aquella foto? Elsa portaba un vestido celeste, a juego con sus orbes azuladas, su cabello platinado recogido como siempre en una hermosa trenza francesa, con la corona decorando su cabeza con majestuosidad. Ella sonreía radiante, alegre, contenta, transmitiendo calidez a través de esa suave sonrisa y embriagadora mirada. Simplemente brillaba por si sola, como siempre hacía.

Los murmullos y susurros se extendieron por toda la plaza de Arendelle. Los niños observaban anonados e incrédulos al muchacho de cabello blanco que acariciaba el retrato de su reina, con la boca bien abierta y el corazón desbocado. Jack no parecía percatarse del revuelo que provocaba, él sólo pensaba en Elsa.

—¿Jack Frost?

Repetían los niños, acercándose lentamente al espíritu del invierno.

El interior del guardián ardía como mil llamas quemando y despellejando su interior. Su cabeza daba vueltas y la vista se le nublaba, su corazón palpitaba con discordia y su pecho comenzaba a presionarle el alma. Oh no, de nuevo esas emociones demasiado cargadas lo dominaban.

Cuando un pequeño grupito de niños habían estirado la mano buscando tocar el guardián, éste alzo su báculo, con la mirada vacía y salió de ahí.  Los niños se vieron arrojados por la ráfaga de aire y cayeron a la nieve sin alguna herida, aún sin creer lo que recién habían presenciado sus ojos.

Jack volaba con la vista gacha y nublada, dejándose llevar por sus emociones. La presión que sentía en el pecho comenzaba a asfixiarlo, sus ojos picaban y el sentimiento de quebranto no cedía.  En un momento dado el guardián se estrelló contra un gran pino y cayó desde las alturas por segunda vez en el mismo día. Golpeó múltiples veces contra las ramas sobresalientes de lo pinos, hasta aterrizar en la nieve sin una pizca de delicadeza. Soltó un quejido ahogado mientras intentaba sin éxito levantarse de la fría capa de nevisca. Al final opto por apoyarse en el tronco de uno de los pinos, buscando recuperar la respiración que había perdido. Gruñó furioso y analizó el lugar donde se encontraba.

El color se esfumó de su rostro al reconocer el lugar donde se encontraba, dejándolo más pálido que de costumbre. Cerró fuertemente los ojos y suspiro, sintiendo el agujero de su pecho volverse más profundo. Se encontraba en el centro del bosque de Arendelle, en un claro muy bien conocido por él. Ese lugar albergaba emociones y recuerdos demasiado intensos, demasiado profundos y dolorosos. Recuerdos que había intentado sin éxito borrar. Inevitablemente se descubrió así mismo siguiendo el sendero del recuerdo y por primera vez en 5 años se permitió recorrerlo sin titubeos ni vacilaciones. Por más que después se arrepintiera, después de haberla visto su corazón anhelaba conmemorar cada momento y volver a invocar las sensaciones que -según él- había perdido.

Abrió nuevamente los ojos. Encontrándose en el mismo lugar, más sin embargo, en un tiempo y situación completamente distinta.

Se vio a sí mismo, acostado boca arriba en la rama de un gran pino, dibujando pequeñas figurillas en el aire con uno de sus dedos. Sonrió internamente, recordaba claramente ese momento de su pasado, con afecto y aún sintiendo las mariposas revolotear en su estomago.

En aquel entorno los sonidos de unas ramas quebrarse exaltaron a su yo del pasado. Éste de un salto se coloco en cuclillas sobre la gruesa rama, mirando con detenimiento el lugar de donde aquél sonido peculiar se había propagado. Sus ojos azules miraron con esmero hacía el punto directo, hasta que de éste una chica hizo su aparición. Los ojos de la chica lo llamaron directamente, como una polilla hacía la luz. Permaneció inmóvil, observando a la chica de grandes ojos con detalle. No se molesto en esconderse, estaba seguro que ésta no podría verlo.

Ella suspiro, mientras cerraba sus ojos. La vestimenta que ella cargaba llamó mucho más su atención, un vestido realmente elegante, una capa y lo que parecía ser una pequeña corona sobre una cabellera platinada. La miró extrañado, analizando cada uno de sus movimientos. Era una dama fina, se le veía por la delicadeza de cada acto, adinerada por el lujo que la ropa presentaba. No la recordaba, ni siquiera le resultaba familiar. Pero se sentía cautivado por la belleza de la chica, en sus 300 años jamas había visto a alguien como ella, ni jamas había experimentado un sentimiento como el que comenzaba a florecer en su interior.

La dama de pasos suaves, se acerco a un pino a la orilla del lago, alejándose del chico. Jack se bajo suavemente de la rama y con pasos algo torpes y tranquilos la siguió desde una distancia prudente. La joven de platinados cabellos saco uno de los guantes celestes de sus blanquecinas manos. Acercó lentamente sus dedos al tronco del gran pino y solo basto con un simple roce para que en éste comenzara a abarcar hielo y escarcha. El guardián del invierno se sobresalto ante tal acto, se aproximo más a la chica y sin creerlo observo una y otra vez la capa de escarcha en el tronco.

—Pero ¿Qué...? —Especuló confundido.

La chica volteó rápidamente al escuchar esa voz masculina y articuló un grito al observar al joven a tan poca distancia de ella.

—¡¿Quién eres tú?!—Preguntó temerosa.

El albino la miró perplejo. Observó hacía atrás para ver si alguien los acompañaba, más no era así, estaban solos. El espíritu del invierno la miró incrédulo, observando aquellos ojos celestes que la chica poseía, los cuales lo miraban con terror, directamente hacía él.

—¿Puedes verme?— Murmuró, impresionado.

La chica se relajó un poco y ahora fue turno de ella observarle extrañada.

—¿Por qué no habría de poder verte?

El corazón de Jack dio un vuelco. ¿En verdad le estaba hablando a él? ¿Cómo era posible? Sintió como la felicidad comenzaba a abarcar su interior y sonrió hacía la chica. Ella le miró extrañada, aún sin tomar verdadera confianza hacía el desconocido. El espíritu del invierno borró su sonrisa al mirar hacía el tronco del pino y regreso su vista a la chica. ¿A caso ella...?

—¿Cómo has echo eso? —Preguntó desconfiado.

La chica miró el tronco y de la nada cambió su expresión de serenidad por una de horror. Él la había visto utilizar su magia, seguro pensaba que es un adefesio, que es un monstruo. Les contara a todos los demás sobre su don. No no no no. ¿Qué podía hacer?

—¿De que hablas? —Murmuró, haciéndose la despistada.

Jack la miró ceñudo, no comprendía.

—De esto— Apunto el hielo—. Yo... te he visto hacerlo ¿Cómo?

—¡Por favor no le digas a nadie! ¡Haré lo que tu quieras! Pero por favor no lo comentes con nadie— Argumentó con prisa la fémina.

—¿Qué? —Preguntó extrañado—. ¿Por qué habría de comentarlo con alguien?

—Por favor, si se lo dices a alguien me tacharan en mi reino como un monstruo, no seré aceptada. Te pido por favor que no le cuentes a nadie sobre mi magia, no ha sido mi culpa ser la única persona con una maldición como está.

—¿Maldición? ¿Por qué lo llamas así? —Preguntó el guardián confundido.

—Lastimo a las personas... Sólo causo dolor.

La chica comenzó a sollozar ligeramente, nunca debió haber salido del castillo. Se abrazó así misma y bajo la cabeza, buscando ocultar su lado débil y vulnerable.

Para su sorpresa, una mano suave se posó sobre su hombro. Levanto la cabeza, mirando con los ojos cristalinos al joven frente a ella. Éste la miraba con ternura, no con horror como se hubiese esperado ¿por qué él no escapaba aterrado como todos los demás?

—Tu magia no es una maldición, es algo hermoso. Sólo te hace falta dominarle mejor —Le hablo él con voz suave, observándola directamente con sus ojos zafiros, una mirada que la embauco—. Si lo deseas yo puedo ayudarte con eso.

Ella le miró incrédula ¿a caso se burlaba de ella?

—Me gustaría saber ¿cómo harás eso? —Ironizó.

El guardián sonrío. Mirándola con diversión.

—Sólo necesitas saber que no eres la única con habilidades especiales.

—¿A que te...?

La pregunta de la muchacha se vio interrumpida. La joven de grandes ojos observó con desconfianza como el joven de enfrente hacía unos movimientos de manos, hasta finalmente estirar su brazo hacía ella, dejando ver como en la palma de su mano surgía un copo de nieve. La platinada le miró anonada, sin poder creer lo que sus ojos habían visto. ¿Él había elaborado el copo de nieve? Esté comenzó a girar alrededor de ella, haciéndola reír. Jack se maravillo con esa suave risa y sonrió encantado.

La muchacha borró su risa y observó sus manos, para después mirarle a él.

—Siempre había creído que era la única —Lo observó directamente a los ojos—. Es agradable saber que no lo soy.

Ambos sonrieron tímidamente. Bajaron la vista, levemente sonrojados.

El guardián levanto la vista, observando lentamente a quién esperaba ahora fuera una amiga.

—Jack Frost —Pronunció estirando su mano.

Ella le sonrió enormemente.

—Elsa Arendelle.

Y con un apretón de manos habían comenzado lo que ahora sería una aventura.

Cerró los ojos y al momento de abrirlos se encontró nuevamente en la realidad. Sacudió su cabeza múltiples veces, buscando apartar sus vagos recuerdos, más ya era imposible, lo que él mismo había empezado, tendría que terminarlo. Se levantó de un salto y caminando en círculos intento una y otra vez concentrarse en otra cosa que no fueran aventuras pasadas. Sin embargo, si quería lograr esto se encontraba en el lugar equivocado.

Un gran cumulo de nieve se desprendió de lo alto de una rama, aterrizando exactamente sobre la cabeza del espíritu, transportándolo nuevamente al ayer lejano:

Estaba el mismo, junto a Elsa en exactamente el mismo lugar de su alucinación pasada. Él, parado frente a la reina, quien permanecía sentada observándole con entusiasmo.

—Y solo debes pensar en lo que deseas hacer... Y no limitar tu imaginación.

Golpeó el suelo con su pie desnudo, creando una gruesa capa de hielo que cubrió la tierra bajo sus pies. Elsa río suavemente, maravillada, más Jack aún no había terminado. Apuntando directamente al cielo con su mano izquierda creo cientos de copos de nieve de un solo disparo, la princesa de Arendelle sonrió mientras un pequeño copo se estrellaba en su nariz. El espíritu del invierno movió ambas manos en círculos, creando un conejo de hielo que comenzó a saltar alrededor de Elsa y como último truco creo una corona, una corona brillante y hermosa de hielo, la posiciono en la cabeza de Elsa y le sonrió dulcemente. Ya habían pasado algunos meses desde su primer encuentro. La amistad entre ellos sólo había crecido mucho más en esos meses, alcanzando limites que ninguno creyó podría alcanzar, ahora ambos se encontraban en territorio desconocido, descubriendo sentimientos nunca experimentados antes, mirando al otro de una manera que la amistad ya no abarcaba.

—Tu turno —Le susurró Jack a Elsa.

Está asintió nerviosa. Hace ya algunos días que no practicaba su  magia, ella se había encontrado ocupada atendiendo labores reales que sus padres solían asignarle. Suspiró mientras frotaba sus manos, cerro sus ojos echando a volar su imaginación, pero algo la bloqueaba, algo la estaba molestando.

Jack notó la preocupación que se coloreaba en el rostro de Elsa, la chica se veía tensa y angustiada, no se veía tan feliz y alegre como en otros días, posiblemente la causa de ese comportamiento era la completa carga que la princesa de Arendelle estaba obligada a llevar sobre sus hombros. Se le veía preocupada, inquieta y por lo tanto no se permitía así misma imaginar libremente.

Jack sonrió al pensar en una manera para que Elsa riera y se relajara. Aprovecho el despiste de la chica y creó una bola de nieve, segundos después está ya se encontraba en la cara de ella, con un espíritu del invierno riendo a carcajadas por su anterior acción. Elsa le miro algo impactada y molesta, pero también contaba con un toque de diversión y, todavía mas grande, un toque de venganza.

Casi sin darse cuenta creo una gran bola de nieve con su mano derecha, acto seguido la estampo en la cara del guardián, ahora era su turno de reír.

—Así serán las cosas desde ahora ¿no? —Comentó divertido Jack.

Creo otra bola de nieve más grande que la anterior y se la lanzó a Elsa, comenzando oficialmente con la guerra de bolas de nieve. Ambos reían y se lanzaban nieve en mayor cantidad cada vez, se cubrían de las bolas de su adversario, creando municiones y lanzando de forma ingeniosa las bolas de nieve. En dado momento Elsa comenzó a correr de Jack, aceptando que quizás estuviera acabada si no encontraba un escondite pronto. Jack la siguió de cerca, lanzando a su espalda montones de esferas de nieve. En un mal movimiento la princesa resbalo por el hielo en el suelo, provocando que el guardián chocase con ella y por consecuencia ambos rodaran hacía abajo. Cuando finalmente pararon la posición en la que habían quedado no había sido la mejor. Jack permanecía sobre ella con su cuerpo, aplastando a Elsa contra el suelo sin que llegara a molestarle demasiado, con ambos rostros demasiado cercanos y cuerpos pegados.

La luna brillaba, observando aquella escena. Ambos chicos se miraban mutuamente, sin atreverse a romper el contacto visual que los mantenía unidos. Ambos corazones latían velozmente agitando las respiraciones de sus propietarios, las narices se rozaban y los labios se deseaban.

Jack observó como a Elsa le brillaba el cabello y los ojos de una forma maravillosa a la luz de la luna. Elsa observo como en los zafiros ojos de Jack un copo de nieve se formaba de una forma hermosa. Ambos chicos se sintieron misteriosamente cálidos con el contacto del otro, totalmente seguros y queridos. El guardián de invierno desvió su mirada a los rosados labios de Elsa, analizando como estos resplandecían y se movían en un vaivén de respiración agitada. la princesa también miro los pálidos labios de Jack, examinando como estos parecían contar con una textura realmente suave y acogedora. Ambos tragaron en seco, deseando no cometer un error en su siguiente movimiento. Ambos labios finalmente se acercaron lentamente, hasta rozarse y sellar el contacto que los mantenía separados. Cerraron los ojos en acto de reflejo y se dejaron llevar por el dulce beso que el otro le otorgaba. Era el primer beso de ambos, eran inexpertos y con seguridad no sabían que hacer, pero el anhelo y el cariño fueron sus guías para conmemorar ese beso mágico a la luz de la luna. Ese primer beso que comenzó un nuevo capitulo en su historia que después de un tiempo dio origen al amor.

El espíritu del invierno abrió los ojos nuevamente. El pecho comenzaba a oprimirse contra su corazón, robando su aliento, sentía en su garganta un gran nudo, opacando el acceso de un poco de oxigeno. Apretó su mano contra su pecho en un impulso desesperado por recuperar la respiración, sintió el vaivén acelerado de sus latidos y se dispuso a respirar lentamente, mientras cerraba sus ojos, invocando instantáneamente la imagen de su amada Smowflake.

Aquellos recuerdos lo alteraban, lo dominaban y de alguna forma lo cautivaban. Lo hacían sentir desesperado y absolutamente vacío, y al mismo tiempo lo hacían sentir querido y absolutamente seguro.

Levantó la vista, observando a la lejanía el castillo de Arendelle y en ese castillo, su ventana. La ventana por donde el solía introducirse cada noche, excepto una, la mejor noche de su vida. Sonrió para sus adentros y solicito la imagen de Elsa de aquella noche de noviembre ¿Cómo olvidarla? Elsa usualmente solía brillar a cualquier momento del día, pero aquella noche, no sólo brillo, simplemente la reina de Arendelle, esa noche deslumbró. Aún podía sentir su corazón acelerado como en aquella ocasión, la emoción palpitando en cada miembro de su cuerpo, la alegría, el miedo, la esperanza, la añoranza, el amor. ¿Cómo olvidar aquella noche? La noche en la que sus sueños se cumplieron y sus fantasías se realizaron. En la que su mundo, su vida, se unió finalmente a la de su amada Elsa.

Aún recordaba, aún se podía ver al pié de aquel camino. Con un traje negro clásico que Anna le había conseguido de alguna parte, con un moño donde comenzaba el cuello y una linda rosa blanca como boutonniere. Aún, podía sentir los nervios a flor de piel que había experimentado en aquél momento, las manos sudadas (que antes no había experimentado), la respiración agitada y los latidos rápidos de su acelerado corazón. Podía sentir la intriga del momento, la felicidad y la ilusión de verla caminando por aquél camino diseñado solo para ella. La emoción de cumplir todos sus sueños como siempre había deseado.

Había observado las caras sonrientes de los invitados, haciéndolo sentir aún más la devastadora agitación. Recordaba como su fiel amigo Hiccup le levantaba el pulgar en manera de orgullo, como Rapunzel (la prima de Elsa) Le sonreía alegremente al igual que su esposo Eugene. También recordaba las palmadas cariñosas de su mejor amigo Kristoff. Al igual que recordaba a cada uno de los trolls, haciéndole señas afirmativas y soñadoras. Pero, sobre todo, la recordaba a ella, a Elsa. Podía aún verla caminando hacía él, cuando la marcha nupcial había comenzado, agarrada por el brazo de Anna. Seguía sintiendo el latir veloz de su corazón, el asombro al ver a Elsa tan deslumbrante, el impacto, la emoción, la felicidad.

Le gustaba rememorar el momento en que Elsa le había visto, con esa sonrisa tan enorme y mágica, con esos preciosos ojos azules cristalizados de la felicidad, como los suyos. Recordaba como al momento de tomarla de la mano y sellar sus labios como marido y mujer, la había visto en unos años más adelante, con sus manos aún unidas, sus corazones aún fuera de sus carriles al ver al otro, con el amor aún vivo y palpitante como en ese momento. Supo entonces, que la amaría por siempre.

Al cerrar los ojos todavía le parecía ver y escuchar aquellos pequeños fragmentos de la noche de pasión de aquél mismo día. Aún podía escuchar los gemidos de Elsa junto a la pronunciación de su nombre, aquellos labios gruesos y finos que ella poseía, chisporreantes de pasión y deseo. Podía sentir el calor de su cuerpo y así mismo las llamas que sentía al momento de conectar su piel con la suya. Sin duda la mejor noche de su vida.

La energía, la tentación, su cuerpo se vio nublado del profundo deseo de entrar por aquél lugar que en años no había pisado. Suspiro profundamente, deseando evitar el experimentar cualquier tipo de sentimiento, cualquier tipo de emoción. Pero no podía. Deseaba, anhelaba profundamente el poder volver percibir el aroma embriagador que su Elsa desprendía, el poder volver a sentirse cerca de la persona a la que seguro amaría por toda la eternidad.

Golpeó un poco el suelo con sus pies descalzos, refunfuñando levemente, antes de abrir vuelo en dirección al castillo de Arendelle.

Voló con energía y velocidad, llegando rápidamente frente a la ventana cerrada de la chica. Apretó ligeramente los dientes, era obvio, ¿Por qué una ventana estaría abierta después de 5 años? Era ridículo, rotundamente ridículo.

Agacho la cabeza, decepcionado. Se sentó al borde del ventanal y, para su desconcierto, el cristal tembló ligeramente. Miró la ventana, confundido, y aplico presión para observar como está se abría lentamente. Sonrió para sus adentros y se introdujo con cuidado.

La habitación de Elsa lucía igual a como la recordaba: las sabanas celestes que cubrían la cama se encontraban perfectamente tendidas, como ella siempre las mantenía; el closet blanco, continuaba con aquella decoración de copos de nieve, al igual que la puerta; las sillas, continuaban con su tono morado, al igual que las alfombras.

Lo que más le fascino fue el aroma, el aroma de Elsa. Le parecía casi imposible creer que aún continuara ahí, fresco, reluciente, embriagante de vida. La idea de conseguir un frasco y hacer un vago intento para introducir aquél aroma revoloteó en su cabeza, en serio le gustaría poder llevarse algo de su amada consigo.

La melancolía le escoció el pecho con fervor, sus latidos se volvieron violentos y veloces mientras su cuerpo comenzaba involuntariamente a temblar. Se abrazó a si mismo, de pronto tenía escalofríos. Sus ojos zafiros analizaron cada pequeño rincón de la habitación, intentando, ilógicamente, encontrar una manera para teletransportarse al ayer lejano y feliz.

Su mente se nubló de pequeños y vagos trozos de recuerdos. Cada uno de ellos, golpeándolo directo al pecho con desenfreno. Se sintió abatido, desorientado. De la nada la idea de que Elsa hubiese vivido toda su vida en aquella habitación, aquella habitación por la que él había entrado y se encontraba pisando justo ahora, le parecía demasiado lejana, demasiado siniestra. Justo ahora sentía demasiado frío.

Su pecho se oprimió y tuvo la vaga sensación de que no respiraba. No quería tocar algo, temía que su tacto borrara las huellas de su bella Elsa, temía borrar su legado o, mejor dicho, borrar su recuerdo.

Se sintió asfixiado, como si algo le desgarrara las entrañas lentamente. Sus ojos se llenaron de lágrimas calientes. Endureció el rostro, se negaba a llorar, no quería llorar más, no quería desahogarse, no quería sentir alivio por una situación tan perturbadora. Se arrodillo un poco, respirando entrecortadamente, buscando de una u otra forma recuperar el aliento. Nuevamente, sentía como se le agujereaba el corazón, volviendo aquél agujero de hace 5 años, más extenso.

Definitivamente no debió haber venido.

De nuevo, tenía la sensación de que se encontraba cayendo a un oscuro pozo sin fondo, del cual, no saldría jamás.

No podía creer, le dolía creer que en esa habitación hubiesen pasado tantas cosas, hubiese comenzado a experimentar nuevos sentimientos, hubiera vivido aventuras que en sus mejores sueños había imaginado, hubiese conocido el amor, hubiese saboreado amargamente el sabor de un corazón roto para que después alguien lo hubiese reparado. Cada momento en esa maldita habitación representaba perfección y... Y lo mataba creer, lo mataba saber que lo había perdido todo... Que esa perfección se había ido.

Aún le resultaba complicado aceptar los hechos. Le resultaba difícil aceptar que ya nunca más podría volver a ver aquellos ojos celestes que siempre le robaban el aliento; que ya no podría tocar esa piel blanca y suave, sintiendo el tacto seguro y cálido; que ya no podría escuchar aquella melodiosa risa, semejante al más hermoso canto de pájaros; que ya no podría contemplar aquella hermosa silueta, ese hermoso cuerpo que ni en sus mejores alucinaciones habría podido crear; ya no podría ver y recalcar sus bellas facciones; ya no podría acercarsele por la espalda y susurrarle al oído lo perfecta que era, provocandole un notorio sonrojo que la hacía lucir súbitamente adorable; ya no podría oler la fragancia que aquél perfecto cabello platinado emanaba; ni podría volver a probar esos comestibles y definidos labios rosados; no podría volver a ver esa resplandeciente sonrisa blanca; ni volvería a sentirse afortunado por tenerla en sus brazos; pero, sobre todo, ya no podría volver a pronunciar esas emotivas dos palabras, ya no podría decirle lo mucho que la amaba, ya no podría nunca más a decir esas dos pero profundas palabras que le habían regalado el cielo, ya no podría escucharla a ella pronunciarlas para hacerlo sentir pleno y feliz. Ya no podría volver a amar.

No podía creerlo, apenas era capaz de admitirlo. Y es que, no lo entendía, no entendía que ella a muerto, ni siquiera sabía que significaba, sólo sabía que ella ya no estaba... Que su Elsa se había ido... Para siempre.

Es por eso que simplemente había desaparecido, era por eso que no deseaba poner un pie en Arendelle nunca más. Porque, simplemente, no lo aceptaba, no quería aceptarlo. Aún era capaz de creer que si entraba por esa ventana, como en los viejos tiempos, la vería a ella, encontraría a Elsa leyendo un libro, escribiendo algo o recostada en su cama esperando su llegada. Que aún podría encontrarla rondando el castillo, fingiendo ser mas madura de lo que era. Que la obligaría a ir a aquél claro de bosque, donde seguro se besarían hasta el amanecer.

Pero no.

La realidad era que no. La verdad era que por más que buscara en el castillo, por más que sobrevolara Arendelle, aunque diera una vuelta al mundo entero, no encontraría a Elsa. No podría volver a observar su rostro más que en recuerdos o fotografías, su Elsa, su Snowflake, se había ido. Ya no estaba.

Apretó los dientes, al igual que los puños. No soportaba estar en ese lugar, no toleraba recordarla y no poder tenerla, no poder sentirla otra vez.

Se levanto del suelo, sabía a la perfección que en cualquier momento explotaría. Tenía que salir de ahí, alejarse de Arendelle e intentar, por más difícil que resultara, convencer a Norte de no volverlo a obligar de regresar a ese reino jamas. Simplemente, no podría tolerarlo.

Quería olvidarlo, quería olvidarla, olvidarse de todo...

—¿Jack...?

Aquella voz lo congelo. Por poco y lo destrozo.

—¿Jack? ¿E-eres tú?

El guardián del invierno dio una ligera vuelta, observando de ojos abiertos y tristes a la silueta frente suyo: Anna.

La hermana la ex reina de Arendelle le miro con ojos desorbitados y sorprendidos, al igual, que ligeramente confundidos. Jack analizó suavemente a Anna, sonrió con algo de nostalgia al observarla de aquella manera.

La chica vestía un lindo vestido verde oliva, como a ella siempre le habían gustado; su cabello, antes naranja como las zanahorias, lucía un color blanco, producto de la inevitable vejez, pero aún la monarca de Arendelle lo mantenía peinado en aquellas dos trenzas. Su rostro había sido asaltado por las finas arrugas, demostrando su avanzada edad. Su voz ahora era un poco más baja, al igual que aguda. Sin duda el tiempo había echo de las suyas.

—Hola, Anna.

La Arendelle menor se acerco a Jack lentamente. No sabía porque, pero algo la había llamado, algo le había dicho que en el cuarto de su hermana se encontraba alguien a quien hace mucho no había visto. Le observo detenidamente, aún vagamente consternada con el hecho de que Jack, su cuñado, se encontrara en la habitación de su querida hermana. Tenía que admitir que siempre creyó que nunca más lo volvería a ver.

—No has cambiado nada— Repuso con voz baja.

Se pego un tortazo mental luego de eso. Era obvio que no envejecería, era un espíritu, condenado a rondar por la eternidad.

El espíritu del invierno moría por irse, no esperaba encontrarse con la presencia de su cuñada, pero nunca hubiese deseado encontrársela. Le dolía observarla, le recordaba lo cruel que había sido. También le recordaba a Elsa, ellas eran tan parecidas y a la vez tan diferentes.

—¿Cómo esta Kristoff?

Murmuró, deseando salir del silencio tenso que se había propagado en la habitación.

—Él... Él esta bien, Jack. Está con Elliot, viendo asuntos del reino.

Jack recordó al pequeño hijo de pareja, recordaba como lo había visto crecer y como Elsa y él solían jugar durante horas con el pequeño. Ahora, ya era un hombre, el rey de Arendelle desde que Elsa había... Muerto.

Le lastimó recordar aquello y apartó la mirada. Sólo quería estar sólo.

—Pu-puedo decirle a Kristoff que venga... Si deseas verlo.

—No, Anna. Creó que sera mejor que me vaya.

Intentó sonreír a la chica, pero no fue capaz de lograrlo.

—¡Espera! ¡Jack!

La monarca de Arendelle tomó la muñeca del guardián de la diversión con determinación. Ya no contaba con su fuerza de antes, pero sin duda podría retenerlo.

—Yo... Quiero darte las gracias, por volver. Los pueblerinos de Arendelle echaban mucho de menos la nieve.

A Jack se le hizo un nudo en la garganta. ¿Podría decirle a Anna que ya no pensaba regresar? ¿Que simplemente no podría hacerlo?

—Y más... Porque... Porque sé lo mucho que cuesta para ti.

El semblante del guardián de la diversión se ensombreció, desvió la mirada, harto de la conversación. Nunca había disfrutado hablar de aquello con nadie; cuando recién había pasado recordaba que Hada, Conejo, Norte y hasta Meme habían intentado hablar con él sobre el tema, habían intentado consolarlo, pero de nada había resultado. El tema le inquietaba y cada vez que era mencionado sentía que se le erizaba la piel y se le desprendía una pequeña parte del corazón, hasta que de este ya no quedara nada. Se le aguaban los ojos y odiaba que cualquiera pudiese ver su estado de debilidad, odiaba que alguien presenciara aquella parte de él que nadie más que Elsa hubiese conocido.

Regresando la mirada a Anna observó los ojos vidriosos de ella. Aquellos ojos azules, tan parecidos, pero nunca iguales, a los que Elsa poseía. Le dio un vuelco el corazón, había olvidado que de la muerte de Elsa no había sido el único afectado.

La abrazo calidamente, sabía que quizás la monarca de Arendelle necesitara un abrazo. También sabía, que de todas las personas, quizás fuera el único capaz de verdaderamente entenderla. De saber porque estaba pasando. Sabía que le dolía igual que a él.

—Creí que nunca más volvería a verte— Lloriqueó ella.

Jack la apretó un poco de más "Esa era la idea." Penso, para su desgracia.

Anna se separó de él, palpándole suavemente la espalda. Verlo le recordaba tanto a su hermana, le hacía sentir de alguna manera apenada y a la vez extrañamente reconfortada. Siempre le había agradecido tanto, Jack había sido la razón de que su hermana pudiera vivir cada uno de sus días con una pizca de diversión y aventura, desde que él había llegado a la vida de Elsa está no se limitaba más que sonreír y una que otra vez a tararear. Se le veía contenta, alegre, llena de vida. Eso se lo debía a Jack, ese espíritu le había proporcionado a su hermana el placer de amar sin barreras, el placer de compartir el corazón con alguien más allá de la familia.

Pero no era tonta, notaba a la perfección la mandíbula tensa del guardián, al igual que que los ojos tristes y el corazón destruido. Entendía como podía estarse sintiendo Jack, entendía que para él era muy difícil aceptar que Elsa se había ido, como para ella.

—Anna, en serio, sera mejor que yo me valla, tengo otros asuntos que entender.

La antes pelinaranja le miro algo sorprendida. Notaba como Jack quería huir, quería escapar, dejar todo eso atrás. Lo entendía, pero sin duda no lo aceptaba.

—No puedes seguir huyendo de ella, Jack. De su recuerdo, no puedes seguir evitando todo lo que alguna vez tuvo contacto con ella. Tienes... Tienes que aceptarlo... Aceptar... Aceptar que se ha ido... Por más difícil que sea.

El espíritu del invierno se detuvo, escuchando una y otra vez las palabras de Anna en su cabeza.

—A Elsa no le gustaría que la olvidaras.

Jack Frost cerro los ojos, abatido, destruido.

—Ella te amaba... Te ama... Tu la amas a ella. Jack, vivieron tanto juntos, no puedes simplemente olvidarla ahora que ya no la tienes.

—Anna, no lo entiendes... No puedo soportar no... Volver a verla... No volver a escucharla ni volver a sentirla. Es... Demasiado. Ha sido demasiado.

—¡Por supuesto que lo entiendo! ¡Era mi hermana!... ¡Es mi hermana, Jack! ¡Y se lo mucho que significo para ti! Pero esto es ridículo, que ella ya no esté no significa que olvidaras todo lo que aprendiste con ella, no significa que simplemente dejaras todo atrás... Que la olvidaras a ella y a todo.

"¿Dejas de creer en la luna cuando sale el sol? ¿No? Bien, entonces ¿Dejas de creer en el sol cuando las nubes lo ocultan? Tampoco; nosotros siempre estaremos ahí, siempre estaremos en tu corazón..."

El espíritu de la diversión rompió en llanto, tirándose al suelo. Liberando todo aquello que tanto dolor le causaba, desahogándose hasta quedar seco.

Anna fue a su rescate, abrazándolo levemente, brindándole un cercano apoyo.

Las horas pasaron con velocidad.

Jack una hora después de poder controlarse decidió abandonar el castillo, su tarea con el reino ya estaba echa. Se despidió de Anna y visitó de pasada a Kristoff, saludo a Elliot, hasta que su corazón ya no pudo con toda esa presión y ese dolor.

Voló nuevamente hacía el claro del bosque, decidido a realizar la tarea que hace ya tiempo debió realizar.

Una vez ahí se sentó sobre la fresca nevisca, contemplo un momento la luna llena, recordando vagamente las miles de veces en las que Elsa y él solían compartir tan maravillosa vista. Bajo lentamente la mirada, observando los bolsillos de su suéter azul. Lentamente introdujo su mano a uno de los dos bolsillos. Sus dedos rozaron el material liso y firme de una hoja de papel, acto seguido la extrajo suavemente.

Frente a sus ojos, en sus pálidas manos, se encontraba un pequeño sobre celeste sellado, y a su reverso, en tinta negra, se leía perfectamente las palabras "Para Jack" En una caligrafía perfecta, la caligrafía de Elsa.

Tragó saliva nerviosamente, sentía como sus dedos temblaban levemente ante el profundo vigor. Abrió poco a poco el bello sobre, dejando ver en el interior otra pequeña hoja doblada, una carta. La saco por completo, desdoblandola en el acto.

Emoción, nervios, tristeza, todo aquello se encontraba en el interior del peliblanco.

Acarició con la yema de sus dedos la carta, percibiendo a la misma vez un poco del perfume que Elsa solía usar. Sonrío internamente, imaginando a su Snowflake sentada en su escritorio, escribiendo aquella carta, y al acabar bañándola con aquella fragancia, sabiendo a la perfección lo mucho que a él le encantaba. Claro que de eso, ya habían pasado más de 5 años.

Recordaba como Elsa, con sus manos pálidas y temblorosas, en su lecho de muerte había colocado aquél sobre en sus manos. En ese momento nada le importaba más que la salud de su Snowflake, por lo que la carta no fue relevante. Y luego de que su Elsa ya se hubiese ido, la carta se volvió una memoria extremadamente dolorosa. Le lastimaba demasiado portarla en sus manos, como, a su vez, le reconfortaba. Había ignorado su presencia esos 5 años, pero aún así nunca la había apartado de su lado.

Suspiró pesadamente, comenzando, aún con un toque de duda, a leer.

"Querido Jack:

Me resulto muy complicado escribirte esta carta, no dejaba de dudar en si era lo correcto o no lo era. He desechado miles de otros borradores, con la esperanza de que está carta pudiese demostrar todo lo que mi corazón quería.

Ambos sabíamos que mi tiempo estaba terminando... Que muy pronto yo ya no estaría para ti. Era una realidad que ambos habíamos decidido afrontar desde el momento que nuestra relación había comenzado, aceptamos el riesgo, sin titubeos ni vacilaciones con tal de poder vivir nuestro amor hasta el límite.

Sé que resulta complicado, tanto para ti como para mi, sé que no es fácil aceptar que tengo que irme. Sé que es doloroso aceptar que ninguno de los dos pudo hacer algo al respecto para evitarlo. Y no te reprocho nada Jack, yo ya estaba lista, siempre estuve lista. Había aceptado que llegaría el momento en que me separaría de ti, en la que comenzaría mi ascendencia al otro mundo. Y, sin embargo, sabía que tu no estabas listo.

Sé que te sientes culpable por no poder encontrar una manera para que mi ascendencia nunca llegara. Tooth me informo que buscaste y buscaste, que luchaste y luchaste, claramente no esperaba nada menos de ti. Pero, Jack, no es tu culpa, es un proceso natural y tu lo sabes. No tienes porque sentir culpa por algo así, Jack, eres lo mejor que me ha pasado. Eres la plena razón de que me fuera feliz y satisfecha. Tu me diste lo que nadie pudo darme, me hiciste sentir lo que nunca había sentido... Me hiciste otra persona, me hiciste feliz, me hiciste sentir amada. No sé que hubiera sido de mí sin ti, y créeme que me da algo de miedo descubrirlo.

Jack, cuando me encontraba sola tu aparecías, cuando estaba triste tu sólo necesitabas llegar, sonreírme y absolutamente todo mejoraba. Eras la razón de mi felicidad, mi salvación de la abrumadora soledad y la tristeza. Encendías mi corazón con un simple movimiento. Me hacías sentir amada, me proporcionabas la seguridad que mi alma rogaba. Gracias a ti, yo nunca volví a experimentar miedo.

Me salvaste, tu eres lo que yo siempre había esperado y lo que nunca había soñado. Hiciste de mis días los mejores, me diste una vida colmada de amor y felicidad, gracias a ti me voy sin remordimientos, me voy sin desilusiones. Me voy satisfecha, me voy amada, porque viví la vida que nunca creí vivir.

Quiero que continúes, quiero que vivas tu vida. Te conozco lo suficiente como para saber cómo resultaran las cosas. Jack, eres lo mejor que me pasó, siempre estaré contigo, siempre vamos a estar juntos... Pase lo que pase. Quiero que continúes siendo tu, no quiero que se borre tu encantadora sonrisa, quiero que continúes tu labor, haz feliz a los niños como me hiciste a mi. Siempre estuve orgullosa de ti y siempre lo voy a estar.

Nunca estarás solo, Jack, siempre me encontraré a tu lado.

Te amo, mi guardián. Y siempre lo voy a hacer.

Elsa."

El guardián del invierno levanto la vista, dejando a la vista de la luna sus orbes zafiro cubiertas por las lágrimas. Sonrío melancólicamente, observando directamente a está y murmuró:

—Yo también te amo, Elsa. Hoy y siempre.

A su costado, invisible para sí mismo, una figura femenina sonrío ampliamente, antes de recostarse en el hombro del guardián, acompañándolo en aquella hermosa vista a la luna, cumpliendo su promesa. 

Fin.

...
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