62.- El reino en las sombras

Qué frustración sentía en su interior. Algo tan intenso que hasta podía confundirse con odio, y que tal vez lo era. Esa frustración lo tensaba, y a pesar de las miles de cosas que quería gritar, se forzaba a sí mismo a callar pues temía su estallido. Ya bastante había arruinado las cosas al dejarse llevar por sus impulsos oscuros, no podía darse el lujo de caer en la barbarie otra vez.

Ya no era ese que se dejaba dominar por el miedo. Ese príncipe maldito murió cuando aceptó su vampirismo. Ya no era el que se dejó llevar por la ira y acabó levantando murallas alrededor de Theodoria, matando a cientos de personas y nobles, enemistándose con Berbard y ganándose eternos enemigos. Tampoco era el soberbio y sanguinario que se creyó eterno, seguro de su superioridad y capaz de cualquier cosa. A todas esas versiones de sí mismo las dejó atrás cuando entendió que su verdadera grandeza llegaría al aprender a dominarse de todos los instintos salvajes que aparecieron con su naturaleza. De un vampiro se esperaba que sea despiadado, cruel, impredecible. Eso eran todos, y él no iba a ser uno más.

Él se hartó de ser lo que su padre quiso. Y no se refería al hombre que lo crio, sino al vampiro que lo transformó. Mstislav lo moldó a su sombra, a su imagen e ideales. Hizo de él lo que siempre deseó, y ni siquiera lo dejó ser un rey en todo el sentido de la palabra. Su marioneta, su fachada, nada más. Eso fue, y se cansó de serlo.

Por eso Ethelbried dejó atrás su nombre y tomó otro similar, algo que le daba un nuevo significado a la nueva vida que escogió. Una vida lejos de la dominación del vínculo de sangre con su padre y las sombras. Después de siglos de ser un rey esclavo, de una existencia bajo la dominación de otro más poderoso, Ethel probó la libertad. La hizo suya, vivió su independencia con alegría. Fue feliz de, al fin después de más de mil años de vida, poder controlar su existencia y todo lo que pasaba alrededor.

No hay marcha atrás cuando sabes lo que es la libertad. Primero, de humano, fue esclavo de su deber con la patria que lo vio nacer. Luego, siervo del vampiro original más poderoso de todos. Pero eso pasó, y nada logró someterlo. Todo lo hizo él. Armó su reino vampírico en las sombras, dominando los estratos de poder, extendiendo su influencia por todo el continente. Así se sintió cómodo, así pensó que sería su vida. Un nuevo él, uno que era dueño de sus actos, de su vida.

¿Cómo sentirse después de saber que estuvo viviendo en un espejismo? Se creyó el cuento del rey de los vampiros, se creyó que podía ser libre para escoger. Nunca fue así, porque un día se dio cuenta que tal vez cada paso de su existencia, incluso el hecho de haber llegado a la posición en la que estuvo, pudo ser planeada. Que el espíritu lo quiso así. Lo colocó en el lugar y el momento preciso para ser el danae de su escogida, lo obligó a perder el control de sí mismo. Él, que se había acostumbrado a la soledad y desterrado todo sentimentalismo, de pronto se descubrió anhelando a una bruja tanto como se amaba a sí mismo. Nunca la necesidad de cuidar y atesorar a alguien fue tan grande como cuando la conoció.

Él mismo se encargó de arruinar eso cuando cedió a ese otro vínculo. Uno más antiguo, uno que estaba impreso en su sangre, en su alma oscura y en cada aspecto de su naturaleza. El vínculo de las sombras, esa magia oscura que le permitía existir y a la que solo le quedaba someterse. Se odiaba no solo por haber dañado a Aurea, sino por haber perdido el control de su vida. Fue ingenuo, ¿cómo pudo pensar que podría escapar del poder de la Nigromante? No pudo darles la espalda a las sombras, ni siquiera con la influencia del Dán.

Así se descubrió atado a dos poderes de los que no podía escapar. Por un lado, su deber como danae con Aurea que le obligaba a protegerla a toda costa. Y en la otra esquina estaba aquella sumisión a las sombras que era parte del vínculo con el que nació como vampiro. En ese momento no estaba enfrentado a ambos poderes, y al parecer ninguno de los dos entraba en conflicto. Había entendido los hechos, pero eso no significaba que iba a aceptarlos. Esa era la razón de la frustración que lo estaba desgarrando. El no poder escoger, y solo seguir con el rumbo que le habían trazado.

Ethelbert se estaba impacientando. Ella no despertaba, pero seguía allí. Pensó que tal vez la parálisis de la bruja le había afectado, lo cual sería hasta oportuno. Pero cuando Nigromante, o Aitanna, abrió los ojos, él solo suspiró aliviado. Bien, al menos un deber menos. Ya se había cansado de esperar y vigilar su cuerpo moribundo. Ella se incorporó lento y, confundida, empezó a mirar alrededor. La notó algo sorprendida y se preguntó la razón, ¿acaso ella no estaba acostumbrada a la muerte y los sacrificios? Tal vez sí, pero a su manera. Y esa vez Ethel se dio el lujo de hacer las cosas algo diferentes.

—¿Qué significa todo esto? —Preguntó Aitanna. En su mente había empezado a llamarla así. Escuchó con claridad las palabras que salieron del espejo. Y si ese era su verdadero nombre, lo iba a respetar.

—Tuve la necesidad de alimentarme, supongo que lo entiendes —explicó. Ella se refería a los cadáveres de una bruja, un licántropo y un vampiro que estaban justo a su lado. Alimentarse de cuatro razas a la vez era una vieja costumbre de su reino vampírico, solo que en esa ocasión tuvo que reducirlo a tres razas, pues no había humanos cerca.

—¿Y qué hay del resto? —Dijo ella señalando a los demás. Los pocos seguidores que los alcanzaron luego del ataque a Etrica estaban inmovilizados. Unas pocas brujas sobrevivientes los encerraron en círculos de barrera con magia de sangre.

—Supongo que necesitas recuperar energía de las sombras. Y tus siervos están dispuestos para cualquier sacrificio ritual que quieras realizar. Las brujas seguirán tus indicaciones.

—Ya veo... —Murmuró. No parecía muy contenta con su nueva realidad.

La presencia de Ethel allí solo tenía una explicación que odiaba admitir. Cuando el instinto de supervivencia que tenía desde que su padre le ordenó sobrevivir a toda costa se activó, Ethel escapó tanto como pudo de la enerkinesis de Aurea. Tal vez ella no lo vivía como los demás, tal vez ni siquiera se daba cuenta. Pero usar enerkinesis y revelar la energía pura de Luz eterna era un acontecimiento único que de alguna forma modificaba todo. Que abría un puente para todo tipo de milagros no previstos. Porque cuando Aurea atacó, la presencia del Dán se manifestó con más fuerza. Fue tal vez él mismo quién la sostuvo para que no cayera en medio del ataque. Quizá el Dán se encargó de despertar a Abish para salvar la situación. En ese instante tan potente de enerkinesis, él pudo escucharlo con claridad.

No fue una voz lejana e indescifrable como siempre, fue una orden concisa e irrefutable. Ethel sabía, porque en los viejos tiempos se teorizó mucho sobre los alcances del poder del Dán, que su energía residía en su voz. Y que al parecer cada cosa que él decía tenía la facultad de hacerse posible. Por eso, si le dijo que fuera danae de Aurea, nada ni nadie iba a cambiar eso. Todos sus pasos se conducirían a seguir ese propósito. Por eso, cuando el Dán le dijo lo que quería que hiciera, a Ethel no le quedó otra que obedecer.

Cuánto hubiera deseado correr hacia Aurea y asegurarse que estuviera bien. Permanecer a su lado, prometerle protección, pedirle perdón por marcarla. Pero se vio obligado a dejarla atrás de momento, pues de alguna forma entendió que sería mejor que se alejara un tiempo. Lo que tenía que hacer era proteger a la madre, a Aitanna. Asegurarse que viviera hasta que pudiese recuperar su corazón, y con ello, su luz.

"Protege a la madre. Encuentra su corazón, devuélvele la luz."

Y eso fue todo. Pocas palabras que pudo entender gracias al evento de luz del que fue testigo. El resto fue solo atar cabos. Una vez se llevó a Aitanna, tuvo tiempo de averiguar un poco más sobre ella. Un cuerpo que se mantenía solo con energía de las sombras, un cuerpo al que le habían arrancado el corazón.

Según la teoría del sistema interno de energía mágica, el órgano que concentraba la magia de las Asarlaí era el corazón. El de las brujas Briathar era el cerebro, por ejemplo. Y según las brujas, no solo desde ese órgano se repartía la magia por el sistema interno, sino que el alma residía allí. Al arrancarle el corazón a Aitanna, le arrancaron la luz y el alma. O bueno, eso era lo que las brujas creían y tal vez tenía algo de cierto.

Al parecer la esperanza no estaba muerta para la antigua escogida del Dán. Y él lo sabía, él otra vez había dispuesto todo para recuperar a Aitanna. ¿Sería posible? Al menos las condiciones estaban, pero existían muchas fuerzas actuando en Xanardul. Espíritus entrometidos para empezar. Ambiciones y deseos propios. Errores humanos, errores de brujas. Tantas cosas que podrían amenazar una orden del Dán. Pero él, como vampiro ancestral que tenía el deber de sangre de obedecer a la magia de las sombras, estaba allí para eso. Para asegurarse que Aitanna esté a salvo hasta recuperar el corazón. No había, para su desgracia, nadie mejor para esa misión que él.

—Entonces esperaré a la noche para el sacrificio —murmuró Aitanna. Él la escuchó con claridad solo porque sus sentidos eran más finos—. Luego continuaré con mi misión. Me acompañarás, rey de los vampiros —le ordenó. Él solo asintió.

—Eso no tenías que pedirlo, para eso estoy aquí. Lo único que quisiera saber, si se puede, es cuál será nuestro destino. ¿Seguiremos en el bosque? ¿Esperaremos órdenes?

—Aunque quisiera, ya no hay forma de comunicarme con el exterior —contestó, molesta consigo misma—. Rompí el espejo, y ya no sé nada de la maestra.

—¿Qué podemos hacer al respecto?

—Buscar respuestas en viajes astrales tal vez, pero ese es asunto mío. Te informaré cuando me plazca.

—Entiendo —respondió disimulando su decepción. Esa nueva señora a la que tenía que servir era bastante cortante, ni siquiera creía que fuera posible ganarse su confianza.

—Dime una cosa, vampiro. ¿Por qué marcaste a Aurea? —Excelente pregunta. Ni él mismo sabía cómo justificar esa bajeza.

—El poder de la luna roja tuvo un mal efecto para mis instintos —dijo, pues no se le ocurrió otra cosa.

—Oh, no lo creo. —Aitanna sonrió de lado, burlona. Ni siquiera estaba recuperada del todo, pero parecía ser la misma de antes—. Nadie hace esas cosas de la nada, siempre lo deseaste. Te controlaste para no hacerlo, pero era tu necesidad, tu instinto básico. Querías hacerla tuya, y solo cediste cuando desaparecieron las ataduras. Marcaste a Aurea, eres dueño de mi hija entonces.

—Eso ya no importa ahora —respondió de mala gana. En verdad odiaba hablar de eso.

—Importa, porque tienen un vínculo. Quiero saber, y dímelo ahora. ¿Ella está viva? —Asintió. La nigromante permaneció imperturbable.

—¿Acaso planea volver por ella?

—Haces demasiadas preguntas —le dijo ella, mirándolo con desconfianza—. Será mejor que te controles. Verás que soy una señora generosa si me sirves bien, y sé que lo harás.

—Así será, señora —contestó sin dudarlo. Así era como lo hacían sentir ese vínculo de las sombras. Obediente, pero lleno de rencor por dentro. Casi había olvidado aquella sensación.

—Pero mereces que te responda, después de todo es tu hembra. O lo será. Sí, volveré por ella. Volveré solo cuando tenga mis respuestas —le dijo antes de darle la espalda.

Ethel guardó la calma, pero sacó una conclusión. Cuando tenga sus respuestas. Cuando recuerde lo que era en verdad, cuando sepa quién la sacrificó y la convirtió en eso. Un camino que la llevaría a ese corazón que tenía que ayudarle a recuperar.


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La luz del sol la seguía incomodando, y no porque le hiciera daño. Solo no recordaba lo que se sentía el calor, o ver todo de forma tan clara. Sus ojos no acababan de adaptarse a la luminosidad, casi no había salido de la habitación que tomó para sí misma. Todo alrededor le parecía un ambiente hostil que no entendía, pues toda su realidad había cambiado.

No entendía la decoración, ni los artefactos que la rodeaban. Ni siquiera la ropa le agradaba, pues lo poco que había visto no se asemejaba en nada a sus gustos clásicos. Le molestaba pensar que pronto tendría que adaptarse a esa vida, y tendría que esforzarse.

Había dejado a Nathanael en la misma tumba donde la encerraron a ella. Cerró el ataúd y las rejas, pero sabía que aún haría falta una bruja que pusiera los sellos correspondientes para que nadie lo saque de allí. Si las cosas no habían cambiado mucho, seguro que los hijos de su hermano irían a intentar rescatarlo de ese encierro. Etheldrytreth se preguntó qué pasó con sus hijas, si tal vez su hermano el rey las mató a todas, o si ellas escaparon temiendo la tortura y el castigo. Lo único que tenía claro era que estaba sola en todo eso, y que había que encontrar aliadas.

El orden tardó en regresar a esa mansión donde se refugiaba. Al principio solo encontró caos, siervos vampiros escondiéndose o alimentándose. Cuando la luna roja acabó, ellos empezaron a trabajar de inmediato, a limpiar cualquier rastro de suciedad que pudiese molestar a sus señores. Y al verla, pocos la reconocieron. Nada podían hacer, seguía siendo mayor y le debían obediencia. No había ningún Seymur en casa, dijeron, y por unas horas ella fue la ama y señora de aquel lugar.

Ordenó que le diesen una buena habitación, que buscaran ropa cómoda para ella. Que le consiguieran muchachos para alimentarse, que prepararan la comida que le gustaba, y que alguien la pusiese al día con o que había sucedido en los últimos cien años. Aunque eso lo dejaría para después, tenía demasiadas cosas en la cabeza, al menos quería disfrutar su primer día de libertad y soledad. Antes que llegaran los demás e intentaran devolverla al ataúd. Se preguntó varias veces si tal vez sería mejor huir de la ciudad antes que el rey volviera y la encerrara otra vez.

Pero no podía. Había algo que la detenía. No podía dejar a Nate a su suerte en esa cripta. No porque en verdad le importa su bienestar, sino porque seguían ligados el uno al otro. Le quedó claro en ese ataque que Nathanael tenía enemigas, y estas podían ir a rematarlo ya que estaba inmovilizado. No podía apartarse de él hasta lograr que una bruja asegurara las barreras. Según recordaba, la última vez que estuvo despierta, Ethelbried estaba por pactar con las Briathar para mantener el equilibrio en el continente. Algo que a ella no le agradó, pues no estaba de acuerdo en tener tratos con las descendientes de la bruja que crearon la orden de cazadores. Vamos, que era una cuestión de ética. Ni con Asarlaí, ni con Briathar. Era algo básico, Ethelbried no podía deshonrar así el pasado glorioso de Theodoria.

Por eso la encerraron. Porque lo fastidiaba, porque no lo dejaba en paz con su rebeldía, porque ponía en peligro el acuerdo. Nate siempre fue más fácil de manejar dentro de lo posible, así que obviamente lo prefirió despierto a él. Jamás iba a olvidar esa traición. De Ethelbried no esperaba nada, ese monstruo la condenó a una eternidad de oscuridad. Pero jamás esperó que Nathanael cediera a su encierro para mantener su libertad. Por siglos le mintió diciéndole que la amaba y que era lo más importante de su miserable existencia, y ella tal vez creyó en sus palabras vacías. Así que, como él no dudó ni un instante en anteponer su vida a la de ella, Etheldrytreth le retribuyó de la misma manera. No se arrepentía de nada.

Ah, pero su vínculo con Nate no era lo único que la mantenía atada a esa casa y a esa ciudad. Sino la marca invisible que tenía en la frente, pero que aún sentía. La sangre con la que la marcaron había desaparecido, pero la magia del sello seguía vigente. Ella seguía atada a esa bruja llamada Eleanor a la que debía obedecer. Suponía que aquel vínculo iba a desaparecer si ninguna bruja renovaba el sello, pero en verdad no estaba segura.

Etheldrytreth se había puesto un vestido largo, lo único que le gustó de la ropa que le llevaron. No le gustaba que no tuviera corsé, le parecía una tela sin sentido que no marcaba su figura ni realzaba su belleza. Ató su cabello en un moño alto muy ordenado, y pidió que el menos le lleven una joya de la realeza. Se puso un collar, y hasta la tiara que le pertenecía. Así se veía menos insípida, o eso quería creer. Se miraba al espejo intentando reconocerse, pero seguía sin sentirse cómoda. Se miraba, y no encontraba a la princesa de Theodoria. Ya no era la misma, y tal vez ya no quería serlo.

—Su alteza. —Una vampiresa hizo una inclinación ante ella. No era su hija, pero sabía cómo comportarse con ella—. Me pidió que le avisara de la llegada de alguno de sus hermanos. El señor Velimir está en casa, alteza.

—Velimir. —Se repitió. Cierto, sus hermanos habían cambiado de nombre—. Te refieres al príncipe Veliciabram, ¿verdad?

—Así es, alteza. Se encuentra ahora mismo en el estudio principal.

—Perfecto. —Se puso de pie, ella se apartó. Ese momento sería importante y definiría su destino.

Prefería pensar en él solo como Vel, le resultaría difícil acostumbrarse a su nuevo nombre. Entendía que todos ellos decidieran dejar su pasado atrás, que tal vez fue lo mejor. Pero tomar nuevas identidades, hasta un nuevo apellido, nunca fue de su agrado. Nada de eso, como adaptarse a gobernar en las sombras y reconstruir su reino a escondidas, fue bien recibido para ella. Pero al parecer el rey Ethelbried lo hizo bastante bien, y ella quería saber más.

Al llegar al estudio notó que la puerta estaba entreabierta. Él la esperaba, de seguro sintió su presencia desde antes. Muchas cosas podían haber cambiado, pero Veliciabram seguía siendo el mismo tipo cauteloso que esperaba antes de actuar. Que siempre escuchaba primero, y cuando atacaba, era implacable y mortal. Cosa que rara vez pasaba, pocas personas le hicieron perder la paciencia en verdad. Para deshacerse de las molestias en el camino tenía a sus lacayos. Así que Etheldrytreth abrió la puerta y lo encontró de espaldas, revisando unos documentos. Fingiendo que no le prestaba atención.

—Vel. —Lo llamó al entrar. Este se giró lento. Claro que sabía que era ella, pero igual se mostró sorprendido al verla.

—Por Annevona, qué horrenda te ves. ¿Quién te dio ese vestido de la temporada pasada? Es una falta de respeto a mis sentidos. —Escuchar su voz, a pesar del reproche, fue más agradable de lo que esperó. De inmediato ella sonrió, y él la imitó. Cómo olvidar el exquisito gusto para vestirse de Vel.

—¿Así me recibes después de tantos años?

—No pude evitarlo, hay cosas que simplemente no pueden perdonarse. —Vel dejó aquellos documentos a un lado y caminó hacia ella. Se quedó mirándola de frente, y no hubo ningún abrazo de bienvenida, ni siquiera una muestra de auténtica alegría. La estaba estudiando, eso lo daba por hecho. Quería saber qué rayos iba a hacer con ella despierta.

—¿No vas a decirme nada? —Preguntó. Odiaba que se vayan con rodeos, prefería que le dijera de una vez si planeaba enterrarla viva o no.

—¿Qué puedo decir? Me alegra que tú estés aquí. Nathanael siempre fue un insufrible desordenado, nos tenía estresados a Ethel y a mí todo el tiempo. Solo me preguntaba cómo fue que lograste escapar.

—Me sacaron en realidad —le informó—. Nate está ocupando mi lugar, por si quieres saberlo. Fueron unas brujas, una mentalista entre ellas. Al parecer sabían de mi existencia.

—Uhh... —Se dijo pensativo—. Tuvo que ser la bruja que se encargaba de proteger la mente de Nate, no es posible que otra más estuviera enterada. ¿Era una bruja de edad mediana y cabello rojo?

—Oh no, era una pelirroja exquisita y muy joven.

—Eleanor entonces. Si, tengo entendido que ella iba a tomar el puesto de su madre y empezó a ir a algunas sesiones con Nate. Supongo que se enteró que tu querido hermano estaba metido en algo turbio y decidió jugar la mejor carta para detenerlo, cosa que resultó bien por lo que veo. En fin, esto igual rompe algunas de las cláusulas del pacto que tenemos que las Briathar, así que tendré que presentar una queja yo mismo, ya que Ethelbert no está aquí.

—Así que firmaron el pacto después de todo —dijo con desagrado.

—Por supuesto, ¿qué esperabas? Fue bastante ventajoso, por cierto. Ya te vas a acostumbrar. Sé que no te gustó la idea en su momento, pero todo resultó bastante bien. Solo que el asunto va a complicarse a partir de ahora.

—¿Eso por qué?

—El rey no está aquí. Nadie sabe dónde está. Se ha marchado, y no sabemos si volverá. — Etheldrytreth se quedó boquiabierta. Eso era imposible.

—No puedes estar hablando en serio.

—He pedido reportes a algunos de sus hijos, las brujas están intentando ubicarlo, pero no saben nada de él. Simplemente se esfumó.

—Creo conocerlo bastante bien para afirmar que él sería incapaz de dejar a la deriva un reino que seguro le costó mucho construir.

—Pienso igual, así que supongo que se ha ido contra su voluntad. Y sé que volverá, de eso no me quedan dudas. Para desgracia mía, soy el vampiro de clase A más antiguo al mando. Me va a tocar hacerme cargo de todo.

—Ohh... ¿Y cómo lo llevas?

—¿No quieres arrancarme el corazón para salir de la rutina? —Bromeó, ambos rieron. Pero ella sabía que su hermano hablaba muy en serio.

Veliciabram fue conde Leblanc antes de ser convertido, pero en verdad nunca gobernó. Se dedicó al relajo, el despilfarro, la caza y los bailes. Siempre tuvo gente haciendo el trabajo sucio por él. Cuando se convirtió en príncipe vampiro fue igual. Por supuesto que tenía deberes, como todos, pero se dedicaba a seguir las órdenes del rey sin cuestionárselo. En parte porque no le importaba, porque siempre le favorecía, y porque no le convenía darle la contra a alguien mayor. Imaginar a su hermano Vel tomando el mando de una ciudad, decidiendo asuntos importantes y manteniendo el orden se le hacía imposible. No lograba imaginar ningún panorama favorable para eso.

—¿Tienes idea de cómo empezar?

—No me creas un inútil —dijo sin dejar la pose bromista—. He sigo gobernador de esta ciudad nefasta en los últimos años.

—Bajo las órdenes de Ethelbried.

—Por supuesto. —Se le borró la sonrisa. Supuso que a pesar de lo relajado que podía ser, a nadie le gustaba que le recuerden que era una marioneta en manos de otro—. Pero sé qué hacer. Sé lo que él haría.

—Entonces suerte con eso, la ciudad es un maldito caos. Nadie estará contento con lo que pasó. Ni humanos, ni cazadores, ni brujas. Se viene una crisis.

—Lo sé —contestó guardando la calma—. Y no saldremos de esto rápido, así que tendremos que trabajar unidos.

—¿Te refieres a mí? —Preguntó incrédula—. ¿En serio quieres encargarme algo a mí? ¿Acaso no me consideraban una saboteadora? Por eso Ethelbried me encerró, y supongo que tú estuviste de acuerdo. ¿No se supone que ustedes pensaban que yo era una amenaza para todos los planes del reino?

—Una amenaza fue el inútil de tu mellizo, estoy seguro que de alguna forma lo arruinó todo. Si no hubiera metido las narices donde no debía, no hubiera acabado en la tumba donde lo has arrojado. —Bien, esto tenía sentido. Algo tuvo que hacer Nathanael para acabar así. Si había un pacto entre brujas y vampiros, la tal Eleanor lo había roto sin dudarlo por una razón de peso. No creía que nadie se arriesgara así por nada.

—Aún así...

—Sé que no eres estúpida —le cortó Vel—. Sabes lo que te conviene, lo que nos conviene a todos. El rey no está, pero sabemos que volverá. Es nuestro deber mantener el reino de vampiros unido, y asegurar que nuestra raza siga gobernando. Pero más que eso, tenemos que mantenernos con vida y disfrutar de lo que nos queda de libertad.

—Vel, hay algo que necesito que me expliques —dijo, y él la miró atento—. ¿Por qué tenemos que vivir ocultos en las sombras? No consigo entenderlo.

—Cielo, Theodoria cayó —contestó con cierta molestia. Al parecer Vel no entendía por qué explicar algo tan obvio.

—Pero duró cientos de años, Vel. ¿Me vas a decir que nuestro hermano no podía retomar el poder? ¿Qué no podía apoderarse de un poblado y construir todo desde cero? Lo he visto gobernar por demasiado tiempo, lo creía muy capaz de volver a fundar un reino.

—Y lo ha hecho, querida. ¿Dónde crees que estamos? Las cosas ya no son las de antes, ni podrán ser lo mismo. Theodoria cayó, y con ella todo el sistema que nuestro padre mandó a crear. ¿Se te olvida quién fue el verdadero artífice de todo?

—Mstislav —murmuró. Y se odió por pronunciar su nombre con respeto.

Él pedía, Ethel ejecutaba. Aunque reconocía que su querido hermano se excedió en su eficiencia. Muchos intentaban justificar sus atrocidades diciendo que Mstislav le dio órdenes, pero ella sabía que solo le dio directrices generales. Los detalles fueron obra de Ethelbried. Él y su manía de tener todo bajo control eran insoportables.

—El reino cayó —continuó Vel—, y no me refiero solo al hecho que las Asarlaí nos sacaran con el rabo entre las piernas de nuestro palacio, sabes que fue más que eso. Liberaron a los esclavos, destruyeron nuestras instituciones. Ajusticiaron en público a los nobles vampiros que capturaron, incluidos al resto de nuestros hermanos y hermanas. Intentaron cazarnos después, fueron años de persecuciones. El miedo se acabó, Etheldrytreth. Si las brujas vencieron a un reino poderoso que por siglos fue el terror del mundo, ¿qué esperanzas teníamos? Era imposible refundar un reino.

—Sigo creyendo que...

—Ah, por favor —le dijo exasperado, hasta suspiró con mucho ruido—. No seas igual a Nathaniel, él nunca entendió las razones de Ethel. Siempre estuvo convencido que seguía siendo un príncipe, que Theodoria podría renacer de las cenizas, que podía reconstruir la grandeza de antes. No, y será mejor que lo entiendas de una vez. La impunidad se acabó, el viejo régimen cayó en el olvido. Y si soy sincero, duró demasiado. Xanardul ha cambiado, y nosotros también. Ethel lo entendió y se adaptó de inmediato.

—Y el resultado es esto que no puedo ver —dijo sin muchas ganas.

Odiaba que Vel, o los demás, intentaran hacerla sentir estúpida. No lo era, y ellos lo sabían. Ellos le temían. ¿Acaso no era la única princesa que sobrevivió? Se las arregló bien, estaba allí gracias a su astucia. ¿Cuántas vampiresas podían darse el lujo de decir que tenían más de mil años? Ninguna, Etheldrytreth sabía que era única. No iba a permitir que intentan otra vez hacerla sentir incapaz.

—Oh, ya te acostumbrarás. La grandeza se disimula, querida. Es mejor así. Llamar la atención es de la era pasada. Nosotros controlamos la riqueza de esta ciudad, Ethel tenía a todas las grandes familias comiendo de su mano. Estamos por todas partes. En el gobierno central, en las grandes instituciones. Hasta tenemos a brujas de nuestro lado. ¿Qué más puedes pedir?

—No sé, una habitación más lujosa tal vez. —Vel sonrió, ella lo intentó—. ¿Y ya te acostumbraste a esto? ¿A ser uno de ellos?

—A veces me cuesta, hay cada ordinario, no sabes.

—Se supone que somos superiores, ¿no? De eso nos convencieron por siglos. Que estábamos en la cima, que merecíamos el mundo. Que podíamos hacer lo que quisiéramos.

—Aún seguimos siendo superiores, no te equivoques. Pero ya no somos tantos.

—¿Eso significa que...? —Preguntó confundida. ¿Estaban en desventaja con la civilización humana?

—Que Ethel también se ha encargado de mantener una fachada para que las brujas Briathar crean que somos lo suficiente fuertes para destruirlas si queremos. Lo cierto es que no podemos. En el reino vampírico éramos decenas de vampiros poderosos con más de mil años. Ahora nuestros contemporáneos apenas se cuentan con los dedos. Los cazadores han aprendido a liquidar a los vampiros de clase B y C. Las brujas ya no están dispersas como en el viejo mundo. Su civilización está aquí, entre nosotros. En una eventual batalla les causaríamos problemas, como sucedió en la luna roja. Pero la realidad es que, si ellas se vuelven en nuestra contra, estaremos perdidos. Esta vez para siempre.

—Vaya... —Dijo y suspiró. Todo era más frágil de lo que esperó. A eso tenía que enfrentarse ya que decidió despertar—. ¿En verdad son pocos los clase B? No puedo creerlo.

—Hay un número considerable repartido en la ciudad y en el país. Hijos míos, de Ethel, de Nate. Por supuesto que hemos procurado que vivan, necesitamos más vampiros antiguos para poder hacer frente a las enemigas. Pero para eso falta un siglo, o dos.

—Bien, ya entendí. Es complicado —comentó pensativa. Todo pendía de un hilo. El control de las redes del reino de su hermano, el pacto con las Briathar, el poder de los vampiros. Había vuelto en el momento más delicado, y por más que odiara a quienes la encerraron, tenía que preocuparse por su destino y colaborar.

—Relájate, hermana. No todo es tan malo como crees. Aún tenemos aliadas. Las Briathar para empezar. Y tenemos a una Asarlaí a la que le caemos bien. —Ella lo quedó mirando incrédula. Vel acabó riendo por ese gesto que hizo.

—Tienes que estar bromeando. Nosotros no pactamos con brujas Asarlaí.

—Brujas es mucho decir. No hay más, se extinguieron en el continente mientras estuviste dormida. Solo queda una, y cooperó bastante con nosotros.

—No te creo.

—Pues vas a creerme menos cuando te cuente que se traía un asunto con Ethel.

—¿Qué asunto?

—Un asunto... ¿Cómo definirlo? Íntimo.

—¿Eh?

—Que estaban juntos de alguna forma. No me arriesgo a decir romántica, pero sí diré que había un vínculo.

—El último vampiro en marcar a una Asarlaí fue nuestro padre. Eso no se pudo volver a repetir —concluyó tajante.

Toda esa historia tenía que ser una especie de broma para molestarla. ¿Ethel marcando a una Asarlaí? Peor, ¿Ethel enamorado de una? No solo era imposible, también ridículo. Ese miserable no podía amar, no podía tener ni un solo sentimiento genuino. Lo suyo era causar muerte y dolor, nada más. La gente cambiaba, cierto, pero en cien años creía imposible que Ethelbried haya dejado atrás al vampiro que fue por más de mil años. No podía aceptarlo.

—No dije que la ha marcado, eso no lo sé. La cuestión es que la única Asarlaí del continente no se meterá con nosotros, o eso espero. Al final va a depender de nuestros eternos enemigos.

—¿Los Nayruth siguen vivos? —Vel asintió, y ella en serio sintió ganas de gritar. Solo apretó los puños e intentó serenarse. ¿Cómo era eso posible?

—Quieren apadrinarla, y con toda seguridad, ponerla en nuestra contra.

—¿Cómo vas a garantizar que no venga aquí a quemarnos con enerkenesis? ¿Puedo siquiera saber eso?

—La Asarlaí se llama Aurea, por cierto —explicó—. Aurea tenía un trato con Ethel sobre liberar a su padre de una prisión norteña. Según el último reporte, que justo estaba leyendo antes de que entraras, nuestro emisario logró la libertad del hombre. Supongo que están en camino a la ciudad.

—Ajá, entonces usaremos a su padre como garantía para que no nos ataque. Si, está bien. No hay de otra —dijo tranquila. No la conocía de nada, así que no lo lamentaba. Así tenían que ser las cosas—. Y sobre los Nayruth —continuó—, no hay forma de, no sé, ¿asesinarlos a todos?

—Los hemos mantenido a raya, pero saben cómo salir adelante. Ellos no saben que sobrevivimos, piensan que en verdad descendemos de la familia Seymur, por eso nos odian tanto. ¿Te imaginas lo que pasaría si se enteran que somos nosotros? Son capaces de organizar un levantamiento general en el continente para cazarnos. Así que no, Ethel nunca creyó necesario darles pruebas de nuestra identidad. Hay que tomar las cosas con calma.

—Si, claro. Ethel, siempre Ethel. De seguro lo tenía todo pensado —comentó con fastidio. Las cosas no habían cambiado mucho en realidad, por más que al inicio le hubiera parecido distinto. Ethelbried siempre tenía el control, él siempre decidía. Y siempre se hacía lo que él quería.

—Es así. Se ha concentrado estos años a construir su nuevo reino a su manera, y no me opongo. Theodoria ya quedó en el pasado.

—Hablas como si no hubiera sido importante para él como lo fue para todos.

—Claro que lo fue, él amaba ese país. —Etheldrytreth no quiso responder, solo giró los ojos.

Sí, claro. Amó ese país, pero lo destruyó con el vampirismo y la tiranía. Ella también amó Theodoria, ella también soñó con liberar a su patria del tirano. Y él se vengó haciendo que la transformaran en aquello que tanto odió. Tal vez lo mejor que hizo su hermano por Theodoria fue dejarla atrás, en las manos de las brujas.

—Ahora nos queda mucho trabajo por hacer. He convocado a algunos de mis hijos, necesito gente leal haciéndose cargo de esta ciudad. Es más, necesito saber quiénes han sobrevivido a la luna roja, los datos no son precisos.

—¿No dejarás a los hijos de Ethel haciendo lo suyo?

—No a todos. Algunos solo lo obedecían a él, y no me interesa tener que lidiar con críos rebeldes.

—¿Te refieres a Kazimir? —Vel asintió, una vez más la vampiresa se mostró sorprendida—. Sí qué ha durado el muchacho.

—Y no tengo idea si está vivo. No ha aparecido, nadie lo ha visto. Como sea, no lo quiero en el poder. Relegaré sus funciones a uno de mis hijos mayores. En cuanto a ti, supongo que empezarás el proceso de selección para convertir a tu séquito.

—Sí, ya veré qué hacer —se dijo pensativa.

—Por cierto, vas a necesitar que se te asigne una bruja Briathar para ayudarte a disimular tu naturaleza entre los humanos. Hasta entonces, es mejor que no salgas de aquí.

—Lo entiendo. Y me temo que no vas a tener que esforzarte mucho en buscar a mi bruja particular. Ya tengo a alguien en mente. —La vampiresa sonrió con malicia, Vel parecía no entender nada.

Ella sí, por supuesto. Eleanor, la que le puso esa marca. Ella sería la elegida. La quería allí, trabajando para ella. Haciéndose cargo de lo que hizo. Que se entere de una vez por qué no fue buena idea usarla e intentar jugar con ella como si fuera alguien manipulable. Ni Ethel pudo controlarla, menos una bruja.

—Como quieras —contestó Vel despreocupado—. Hay otro detalle. ¿Piensas cambiar de nombre? Todos lo hicimos.

—Buena pregunta... —Murmuró, y se llevó una mano al mentón.

Le pusieron Etheldrytreth en honor al rey Ethelbried. Su madre, una mujer temerosa y respetuosa del régimen, presentó a su pequeña hija ante el rey de los vampiros. Le dijo que la llamaría Etheldrytreth para honrarlo, pues el nombre quería decir "La sierva de Ethel" o algo similar. Odiaba ese nombre, pues ella no quería honrar al artífice de su tragedia. Sí, tomaría otro nombre. Lo había pensado muchas veces en el pasado, y lo decidió de inmediato.

—Linnette. Ese será mi nuevo nombre —declaró muy segura. El segundo nombre de la reina más famosa de la historia de Theodoria. Una escogida del Dán, la gran revolucionaria. Por supuesto que quería tomar su nombre.

—Perfecto —dijo Vel muy animado—. ¿Sabías que en el cuento popular de la sirena de Aquaea la llaman simplemente Linet?

—Por supuesto, me lo contaron cientos de veces de niña.

—Entonces, Linnette Seymur, bienvenida a casa. —Los hermanos se sonrieron, ya no había más que decir.

Así que al fin empezaría su nueva vida. Nueva identidad, nuevo nombre, y una libertad no tan limitada en ausencia del rey de los vampiros. Solo había una cosa que decir.

Que Etrica se prepare.


***************


Parada frente a ellos la verdad se sentía pesada y hasta vacía. ¿De qué valía contarles una historia como esa? ¿Qué ganaban ellos? Nada. Al contrario, perdían. Una compañera, una amiga, una hermana. Una líder cazadora que además era bruja, una que ya no sabía qué hacer. No quería dejarlos, su lealtad y corazón estarían siempre en la Academia. Pero tampoco iba a ser necia, no iba a negar que era absolutamente necesario entrenarse con las Dulrá. De hecho, ya le habían hecho una invitación para que se presente en la sede principal del aquelarre. Cosa que llevaba atrasando por días.

Para Abish era más importante estar con su gente. Ayudar a organizar la Academia, reparar las pérdidas, hacer inventarios, buscar a los cazadores desaparecidos, vigilar a los heridos. Presentarse en el funeral de su padre, rendir testimonio de lo que pasó esa noche, seguir las normas. Contarles a los líderes cazadores la verdad de su naturaleza, justo después de que enterraran a Richard Grimm con todos los honores, le parecía una labor pesada y detestable.

Pero lo hizo. Los reunió en el auditorio, se paró ante ellos. Les habló con la verdad, les dijo todo de sus orígenes, de su relación con Aurea, de lo que pasó esa noche, de lo que era capaz de hacer. Omitió, por supuesto, la parte en que tenía tratos con licántropos. Tal vez los cazadores la perdonen por bruja, pero jamás tolerarían la traición que significaba relacionarse con Wolfgang y su manada. 

Así que los líderes escucharon, no la interrumpieron. Le creyeron, pues todos vieron la tormenta eléctrica. Y porque las líderes brujas ya habían anunciado la aparición de la primera Asarlaí después de casi cien años. Ya toda la ciudad sabía quién era Aurea, pero pocas sabían que era escogida del Dán. A los cazadores no les quedó otra que creerle, y aceptar su nueva realidad. Su situación, desde luego, era delicada.

—Las elecciones para el nuevo líder o lideresa serán en unos días —explicó Nigel. Él había tomado la palabra en nombre de todos los demás—. Y creo que hablo por todos cuando digo que nos hubiera gustado que presentes tu candidatura, pero me temo que, dada tu situación, eso no será posible.

—Lo sé —le dijo. Cierto que alguna vez deseó ser líder de la Academia, pero conocía las responsabilidades gracias a su padre. No podía asumir ese cargo, no cuando aún tenía una misión que el Dán no se encargaba de esclarecer—. Pero no tengan dudas de que participaré en el proceso. Sigo siendo una de ustedes, quiero seguir aquí. Este es mi hogar, ustedes son mi gente. No voy a abandonarlos ahora.

—Sé que no lo harás, todos te conocemos bien —continuó el cazador—. Pero dices que tienes un poder que apenas conoces y no sabes controlar. Tienes que aprender a hacerlo, tienes que tomarte un tiempo para eso —ella asintió, no podía contradecirlo en eso—. Nadie aquí tiene la autoridad para relevarte de tu cargo, pero espero que tomes conciencia de la situación y dejes el liderazgo de tu escuadrón en manos de otra persona igual de capaz que tú. No lo tomes como que queremos echarte de aquí, ya lo dijiste, eres parte de nosotros. Pero necesitas tomarte un tiempo.

—Lo he pensado —respondió en voz baja, le dolía decir esas palabras.

Pensar en dejar de ser cazadora un tiempo le pesaba, y mucho. Toda una vida dedicada a eso. Era su rutina, su identidad, su forma de ver la vida. Jamás se planteó la idea de dejar ese deber, ni un solo día. Pero ahí estaba, dispuesta a dar un paso al costado.

—Será temporal —agregó una de las líderes cazadoras, Diann. En su momento fue la más joven en obtener el cargo de líder, a sus veinte años. Ya llevaba diez años liderando la zona de los suburbios de Etrica para limpiar la zona de vampiros y otras alimañas, uno de los trabajos más difíciles, pues allí se concentraba lo peor de lo peor—. Ya lo dijiste. Te queremos aquí con nosotros, eres valiosa. Y vamos, ¿acaso no fue Inxi la que fundó este lugar? Una mentalista. Una bruja fue la primera cazadora, ¿qué tendría de malo que otra bruja sea parte de nosotros? Cuando te sientas lista para retomar el cargo, te esperaremos con los brazos abiertos.

—Seguirás portando tus armas reglamentarias, y si deseas patrullar, no veo problema —agregó Nigel—. Ahora dedícate a resolver tus asuntos con esas brujas, y vuelve pronto. Te necesitamos aquí.

—Me tomaré ese tiempo, y en estos días les estaré comunicando mi decisión sobre el reemplazo. Será temporal, no se van a deshacer de mí tan fácil.

—Tampoco queremos eso —le dijo Diann, y los demás asintieron.

—Gracias por entenderlo. Pensé que... Olvídenlo. No tiene sentido. —Pensó que la rechazarían. Que se armaría una polémica. Que dirían que una bruja no podía ser parte de los cazadores, que tenía que irse. Pasó una noche entera con ansiedad y por poco quema su habitación. La sola idea de que podían alejarla de su hogar por ser bruja la hizo sentir pésimo.

—Eres, y siempre serás, una cazadora. Que no se te olvide —le dijo Nigel antes de ponerse de pie junto a los demás. Ella se irguió, y asintió segura. Jamás lo iba a olvidar.

Uno a uno los líderes salieron de auditorio. Abish esperó, pues tenía que hablar en privado con Zack. Este estuvo presente en la reunión, pero fue poco lo que dijo. Acordaron que no era momento de contarle a los cazadores que él también estaba involucrado en ese asunto, pues explicar el concepto de danae y del danan era algo innecesario a su parecer. Para empezar, ellos no lo entenderían, los tomarían por chiflados. Eso era algo que había que vivir para entender. Segundo, Aurea y Zack podrían seguir trabajando sin problema. Solo era cuestión de organizarse, o al menos eso pensaba ella.

—Me temo que yo también deberé empezar a buscar un reemplazo —le dijo Zack apenas estuvieron cerca. Esa no se la esperó, y lo quedó mirando con sorpresa.

—Dudo que haya en Etrica alguien tan capaz como tú para dirigir este lugar, Zack. No te precipites.

—No quiero hacerlo, pero ya ves que las cosas cambian de un día para otro. Ya no sé qué esperar, no sé qué puede pasar en unos días. Si algo me pasa, si me tengo que alejar, quiero dejar a alguien competente. —Tuvo que reconocer que esa idea no tenía nada de descabellada. Era mejor así, que estén prevenidos. El Dán era una entidad capaz de cualquier cosa, y no podía permiso.

—Supongo que también puedes tomarte unos días para ver ese asunto.

—Tal vez. Me comunicaré con algunos colegas de la universidad, buscaré recomendaciones. Sam es una excelente aprendiz, pero a ella nunca le ha interesado estudiar en serio. No la culpo, a algunos se les hace tedioso, pero puede con toda tranquilidad hacerse cargo de este lugar por unos días.

—¿Esperarás a las elecciones para irte? —Él asintió. Y Abish pensó que no tomaría ninguna decisión sobre su entrenamiento con las Dulrá hasta que eligieran a un nuevo líder cazador en la Academia. Cuando todo esté organizado y en calma se dedicaría a las brujas.

—Ahora mismo hay mucho trabajo, solo terminar todos los análisis del cuerpo de Petrus. Por cierto, ¿cómo está Aurea? No la he visto en varios días.

—Ni siquiera ha pisado la Academia desde antes de la noche de la luna roja —murmuró. Y sí, reconocía que la extrañaba mucho. Su voz anunciando alegre su llegada, sus zapatos de taco golpeando el piso, sus abrazos, sus tonterías. Se le extrañaba mucho en la Academia, y si hasta Zack hizo ese comentario era porque sentía lo mismo.

—¿Se puede saber por qué?

—No la está pasando muy bien. Ya sabes, es la nueva revelación de las brujas, y la última vez que hablé con ella supe que ha tenido varias citas con los altos mandos de aquelarres y las dirigentes. Además, están adelantando su iniciación, y tiene que prepararse.

—Ah vaya, sí que está ocupada.

—A eso súmale el asunto de su amiga Sybil —agregó con pena. Conoció poco a la bruja de fuego, pero solo pensar en su valentía para enfrentar a un clase A, y acabar de esa forma, la entristecía—. Tiene algo llamado parálisis de la bruja. No despierta, no se sabe si lo hará algún día. Ellas dos eran muy unidas antes de toda esta locura, compartían habitación incluso. En fin, que está siendo muy difícil para ella.

—Entiendo... —Murmuró él pensativo—. Y esa parálisis de la bruja, ¿es similar a caer en coma? Ya sabes que las brujas llaman de forma diferente algunas funciones del cuerpo y enfermedades, tal vez se trata de lo mismo. Siendo así tal vez yo pueda...

—No creo que se trate de lo mismo —le interrumpió—. Aurea me ha explicado un poco, y no, no es algo como eso. Tiene que ver con el sistema interno de energía de cada bruja, es distinto.

—¿No será el sistema nervioso?

—No, Aurea también me lo explicó. —Pero por la mirada de Zack, notó que este no estaba tan seguro—. Ojalá pudiera hacerte entender... Es como esto, como ser parte del danan. No lo entiendes hasta que lo vives. Al principio estaba confundida, todo lo sentía distinto, no lo entendía. Pero desde que soy esto me he dado cuenta las diferencias.

»Veo, Zack. Veo cosas que antes no veía. Colores que antes no sabía que existían, energías. Cuando Aurea decía que sentía energías muy reales y la tratábamos de exagerada... Ah, no sabes cuánto nos equivocamos. Se siente, hasta se ven. Es más que una presencia, es algo que sabes que está allí, se percibe con tanta claridad como tocar a alguien. Mi cuerpo se siente distinto incluso, hasta mi forma de pensar ha cambiado. Percibo y veo cosas que antes no existían. Sé que no soy humana, que de pronto dejé de serlo.»

Era la primera vez que hablaba sobre cómo se sentía respecto a su nueva naturaleza, y no pudo detenerse. Zack la miraba asombrado, al parecer al fin lo estaba creyendo.

—Es... Increíble —le dijo finalmente. Así que ella continuó.

—Pensé que era un cambio de percepción por recuperar mis poderes, pero es diferente. Nada es lo que creía, y aunque quiero seguir siendo cazadora, todo esto me tiene loca. Y vamos, si Aurea dice que las brujas tenemos un sistema interno que regula nuestra energía, yo le creo. Somos seres distintos.

—Veamos...—Murmuró llevándose una mano al mentón—. Si cuando tenías el sello, este ocultaba tu naturaleza de bruja, y te convertía en humana... Tendría que comprobar algo. ¿Me dejarías hacer estudios contigo?

—¿A qué te refieres?

—Nada que te moleste. Tal vez análisis completo de sangre, radiografías, rayos X. Una resonancia tal vez. Así podemos encontrar ese sistema interno de magia que describen, ¿no?

—Bueno, Aurea puede verlo porque es Fiurt y es una característica de su aquelarre. ¿En serio crees que sea posible verlo con tecnología? —Él se encogió de hombros, tampoco lucía convencido.

—Nada perdemos con intentar.

—En ese caso, sí. Accedo a que hagas estudios, avísame cuando tengas todo listo.

—Claro que sí, descuida. Puedes comentarlo con Aurea también, tal vez ella quiera participar. —Abish asintió, era probable que sí. Esos dos lograron dar con la forma de hacer letal unas balas con veneno para licántropo, juntos podrían hacer cosas mucho mejores.

—Le diré, descuida. Ahora, si me disculpas, estoy de salida. Tengo algo planeado.

—¿Es urgente?

—Más o menos. Voy a ver a Wolfgang.

—Oh... —No comentó más. Esos dos seguían sin llevarse bien del todo, y según le contaron, aquella noche de la luna roja se enfrentaron para tratar de buscar una forma de rescatarla.

No había duda que el lobo era muy territorial, y vaya a saberse qué estupidez le hacían pensar sus instintos. Que Zack, al ser hombre, era una especie de amenaza. Eso hubiera tenido sentido hace unos meses, pero sus sentimientos habían cambiado. Zack seguía siendo un amigo al que quería mucho, pero nada más.

—Entonces nos vemos —dijo Zack para despedirse.

—Adiós, hablamos luego —respondió ella. Tomó su chaqueta, y salió del auditorio.

Atardecía en Etrica, y hacía mucho que no montaba su moto. Siempre prefería un vehículo más grande, pero muchas de las calles de la ciudad estaban cerradas o intransitables, en moto sería mucho más fácil moverse. No había mucha gente en las calles a esa hora, mejor así. El gobernador Velimir había decretado que los locales comerciales se mantuvieran cerrados unos días hasta que todo estuviera orden, y hasta había ordenado un toque de queda. Nadie que no estuviera autorizado salía de casa al anochecer, y considerando la situación que vivieron, algunos pobladores ni siquiera querían salir de día.

Abish cruzó rápido la ciudad y llegó a la entrada del bosque. Era el mismo sendero que siempre usaba, aquel que llevaba a la laguna. Caminó en silencio, pero iba lento. Todo eso se le hacía extraño. Antes el bosque era solo un lugar, en ese momento todo se sentía distinto. La vida que la rodeaba, el calor, las plantas creciendo, los animales. No entendía cómo Aurea jamás le habló de eso, quizá porque era tan normal para ella que ni siquiera se planteaba una vida donde no se sintiera así. En cambio para ella cada día era una novedad, y aunque le costara adaptarse, le encantaba.

Estaba avanzando cerca a la laguna, cuando percibió con claridad a alguien tras ella. Tal vez antes no lo hubiera notado, pero en ese momento sintió una presencia no humana. Era un licántropo, pero no Wolfgang. Se giró, y segundos después de sentirse descubierto, el lobo se acercó a ella. Iba dócil y con tranquilidad, no parecía amenazante. Una vez frente a ella la olfateó y se agachó a sus pies. Le parecía reconocerlo, era el mismo lobo que una vez Aurea montó para ir al asentamiento de la manada del Wolfgang.

—Supongo que él quiere que me lleves. —El lobo asintió. No tenía forma de saber por qué Wolfgang no fue personalmente, pero ya la averiguaría. Igual eso era muy extraño. El licántropo no le encargaría a otra persona algo de los dos—. Bien, vamos entonces. —Sin más preámbulos, la cazadora se subió al lomo del lobo y este empezó a andar.

No se fueron muy lejos, ni siquiera llegaron más allá del límite. Pero el lobo se movió en zigzag, como si quisiera confundirla con el camino. En parte lo logró, en verdad ni siquiera se dio cuenta qué dirección tomaron, y ella no recordaba haber estado en ese lado del bosque antes. Había una pequeña cascada, un riachuelo que fluía en calma. Y allí estaba él, podía sentirlo. No solo su presencia y energía, sino algo más. Su conexión.

El lobo se agachó, y ella puso los pies en el piso mientras buscaba a Wolfgang con la mirada. Lo halló al otro lado del riachuelo, la esperaba de espaldas. Cuando el licántropo se alejó, este se giró.

Fue instantáneo. De pronto lo entendía todo. Aurea le dijo varias veces que sentía cosas cuando estaba con Zack, y que se sintió igual con Ethel, por eso los sentimientos fueron más fuertes. Así que eso era. La conexión con el danae era distinta a la de Aurea, pero eso no le quitaba lo poderosa. Fue como quedarse sin respiración, como sentir que todo estaba bien. Eran una oleada de emociones lo que la invadían, y sabía que Wolfgang se sentía igual. Lo compartían, en ese momento de conexión se sentían como uno solo.

Ni siquiera se dio cuenta en qué momento Wolfgang cruzó el riachuelo. Estaban frente a frente, y ella con el corazón latiendo alocado. Con deseos casi irrefrenables de sentirlo más cerca, y ni podía entender cómo hacía para contenerse. Pareciera que todos los años en los que esa conexión fue bloqueada se estuvieran recuperando en cuestión de segundos.

—Wolfgang... —Murmuró. Se dio cuenta que tenía las mejillas rojas. Y él lucía tan sonriente y feliz de sentir al fin esa conexión que pensó ambos estallarían de felicidad.

—No sabes lo feliz que me hace saber que has vuelto. Que eres tú otra vez —le dijo emocionado. Si hasta podía sentir que estaba conmovido de verdad. Increíble.

—Nosotros...

—Sí, tenemos que hablar. Pero hay algo que debes saber antes que continuemos. Tengo algo importante que contarte, y tal vez no lo tomes a bien.

—Ajá... —Dijo con desagrado. No quería que nada manchara ese momento, pero al parecer nada podía ser perfecto.

—Es sobre un libro, y aunque hace unos días pensé que eso era lo más grave que tendría que contarte cuando llegue el momento, me equivoqué.

—¿A qué te refieres?

—Lo peor, Abish, es que no puedo contarte la historia completa. Eso solo te pondría en peligro, y no quiero dañarte por nada del mundo.

—Vamos, no juegues a eso conmigo. Nunca hubo secretos entre nosotros.

—Sí que los hubo —admitió él, avergonzado. Eso la dejó helada. No sabía qué pensar, pero no le hizo nada de gracia. Wolfgang siempre fue sincero, siempre creyó que podía confiar en él—. Está el asunto del libro. Y... lo otro. Sobre los Seymur.

—¿Qué cosa?

—Escúchame bien —dijo serio—. No estaba seguro, pero después de lo que ha pasado hoy, lo creo muy posible.

—Tienes que ser claro de una vez, esto ya no me gusta nada —replicó molesta. Y se dio cuenta, por su gesto y su silencio, que todo eso en verdad era difícil para él.

—Me persiguieron hoy, Abish. Quieren atacar mi mente, quieren que olvide algo primordial. Algo que juré callar por el bien de todos. Antes no se atrevieron, no con Ethel presente. Y tampoco creo que sea algo que Velimir haya ordenado, él no se atrevería.

—¿Atacar tu mente? —Temió, pues la sospecha que Aurea y ella tuvieron cuando se enteraron que Abish había olvidado detalles de la noche de la luna roja parecía hacerse realidad.

—Las brujas Briathar los protegen. Esa es la verdad.

—¿Qué? No, no... espera... —Sentía que le faltaba el aire. Él no mentiría en algo como eso. Imposible. No, no... Eso no podía ser, no podían. Ellas no serían tan miserables. Ellas no...

—Escucha —continuó el licántropo—. Si han decidido actuar ahora, atacándome a mí, es como si me declararan la guerra. A mí, a los licántropos del bosque. A todos nosotros.

—¿Por qué harían algo así?

—No lo sé, Abish. Pero ni las brujas serían tan tontas para querer provocarme. Nadie jugaría con algo como eso. Solo hay una cosa que creo, puede ser cierta o no.

—¿Y cuál es tu sospecha?

—Alguien controla a las brujas.



***************

¡Hola, hola! Casi dos semanas sin capítulo, me muero. Igual espero que hayan disfrutado del especial de Halloween pasado, que me costó la vida escribirlo xd

Y este capítulo también, porque aparte que está largo, pasé una semana super difícil y tuve que tomarme varios días sin compu para relajarme y no explotar del estrés. Solo espero que les haya gustado todas las cositas de hoy ❤ Cerrando tramas, y abriendo dramas para el Libro 2 xd

Ethel tiene deberes sagrados que cumplir en contra de sus deseos. Pero así es la vida cuando el Dán te arruina jaja

Denle la bienvenida a Linnette ❤ porque ya no quiere ser la Ethel 2. Así que ya saben, ella y el tío Velimir se encargarán de mantener el reino, ¿se podrá?

Siguiente misterio sin resolver aún, ¿dónde esta Kazimir? ¿Qué será de él? 💔

Otro misterio sin resolver xd ¿Dónde anda el señor Charsel? 

Y por último y no menos importante... #PrayForWolfgang, qué la cosa ya se le puso brava al amigo lobito. 

No olviden ir dejando en comentarios los mejores momentos, los más dramáticos, lacrimógenos y emocionantes de la historia, así armamos un bonito top 10 al finalizar 

El capítulo estuvo dedicado a mi amiguis Delia, ¡feliz cumple! Espero la hayas pasado genial 

En multimedia, Etheldrytreth 

¡Hasta la próxima! Ya solo quedan dos capítulos y adiós.



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