56.- Quebrado

Tenía tanto qué decir, pero sentía las palabras atrapadas en la garganta. La mordida de Ethel había dejado parte de su cuerpo adormecida, Aurea incluso se sentía mareada. Lo peor no era el malestar físico, ni la herida sangrante. No, lo terrible era cómo se sentía ella. A punto de quebrarse y echarse a llorar, de gritar, de hacer cualquier cosa que le quitase esa sensación de encima. Ni siquiera podía asimilar lo que acababa de hacerle Ethel, y ya tenía al frente a Abish reclamando una explicación.

—¿Puedes curarte? —le preguntó al tiempo que la ayudaba a recostarse contra la pared.

Ella asintió despacio, solo tenía que usar algo de magia de sanación básica para regenerar algunos tejidos. Por lo demás no podía hacer nada. Esa marca iba a quedar para siempre grabada en su piel para recordarle que tenía un dueño.

—Estarás bien entonces —continuó Abish—. Ahora necesito qué me respondas. ¿Siempre lo supiste?

Aurea entendió una cosa en ese momento, Abish no se había dado cuenta que Ethel la había marcado. Pensó que solo la mordió para atacarla y alimentarse de ella, por lo que le quedó claro que el acto de dejar una marca en la víctima era algo tan íntimo que solo dos podían saberlo. ¿Tenía que explicárselo? ¿En serio quería decírselo? ¿Cómo hacerlo si solo quería olvidarlo? Aurea fue a esa gala con la intención de contarle la verdad a Abish sin importar lo que pasara. Era momento de resolver ese asunto, luego habría tiempo para ella. O eso quería creer.

—Si, lo sabía —confesó. Y aunque fueron apenas tres palabras le pesaron tanto que hasta sintió terror de haberlas dicho—. Lo supe todo el tiempo, él es mi danae. Tal vez te lo mencioné una vez, lo olvidaste porque no volví a hablar de eso. Fue el primer danae que conocí.

—Un vampiro, ¡¿un maldito vampiro?! —Preguntó indignada. ¿Con quién? ¿Con ella?

—Tú tienes a Wolfgang...

—¡Jamás te oculté nada! —Exclamó presa del enojo—. Lo supiste todo el tiempo, lo integré al danan, nunca te mentí. ¿Por qué tú sí lo hiciste? ¿Acaso no te pedí muchas veces que confiaras en mí? ¡Cómo fuiste capaz de hacer esto! —Abish no solo estaba enojada. Parecía hasta asqueada de la situación. Decepcionada por ella, por sus mentiras. Todo lo que decía era verdad. ¿Cómo pudo traicionar su confianza así?

—¡Tuve miedo! —respondió intentando defenderse. Para ese punto sus ojos una vez más se habían llenado de lágrimas, y estas bajaban por sus mejillas como si le quemaran la piel. Nunca llorar le había hecho tanto daño—. Cuando todo esto empezó me asusté, en ese tiempo no éramos unidas, tuve miedo de decirte. Él no quería que lo hiciera, tenía miedo de su poder, de lo que podía hacer. Luego las cosas cambiaron, cuando quise contarte él ya me tenía en sus garras. Si te lo contaba, él no iba a rescatar a mi padre.

—¿Qué cosa? —Preguntó confundida.

—Te lo he contado, que mi padre está prisionero en el norte. Él prometió liberarlo si me quedaba callada. En serio sé que tuve muchas oportunidades de decírtelo, quise hacerlo, pero...

—¿Y piensas que me voy a tragar esa basura? ¿Acaso crees que no entiendo nada? Dices que te amenazó, y tal vez en parte sea cierto, ¿y qué hay del resto?

—¿De qué...?

—¡De esto! —gritó molesta. De lo furiosa que estaba no midió su fuerza. Cogió una parte de su vestido y lo rompió, luego hizo lo mismo el suyo, como si intentara arrancártelo—. El dinero, Aurea. El maldito dinero de ese vampiro que aceptaste de buena gana. ¡Me mentiste todo el tiempo! Decías que era él quién se encargaba de gestionar tu padrinazgo de parte de los Seymur, el que se encargaba del dinero. Pero no fue así, no mientas. ¿Cómo explicas esto, eh? ¡Estás vestida con dinero de vampiros!

—Yo no... Yo... —Se quedó sin palabras, porque era verdad.

Muchas veces se vio a sí misma como una vendida, una traidora. ¿Qué iba a decirle? Todo pasó muy rápido. De pronto tenía una deuda, de pronto llegó dinero fácil. Ese que siempre le faltó, por el que luchó centavo a centavo año tras año. De pronto se sintió estable, protegida. Ya tenía claro que todo fue parte de la estrategia de manipulación de Ethel, que así la hizo dependiente de él. Pero en ese momento, con la voz entrecortada, llorando, con Abish furiosa frente a ella, apenas le salían las palabras para explicarlo.

—No sé qué decirte, por favor perdóname —lloraba—. Lo necesitaba, sabes que era así. No tenía qué comer, no me alcanzaba para nada, tenía deudas. No quise caer tan bajo. Te lo juro, Abish. Te juro que no quise.

—¡Ya deja de poner excusas! —gritó ella. Nada la aplacaba, ni sus lágrimas.

Se sentía una cobarde en ese momento, no quería mirarla. Pero lo hizo, se atrevió. Y notó que, a pesar de su terrible enojo, Abish también estaba dolida. Lo notó al mirar que sus ojos tenían lágrimas que luchaba por contener.

—Yo pude ayudarte, sabes que lo hubiera hecho. ¿Cómo fuiste capaz de mentirme así? ¿Acaso no ibas a la Academia siempre? Conoces cazadores. Mierda, Aurea. ¡Sabes que ellos salen a morir cada noche por tipos como ese vampiro! Nos viste la cara a todos, no te importó el sacrificio que hacemos. Es él, ¿verdad? El rey de los vampiros del que habló América. Recuerdo tu cara cada vez que lo nombraban, te ponías nerviosa. Lo protegías. ¿A él y a cuántos más? ¿A cuántos vampiros protegiste? ¿Por cuántos de ellos me traicionaste?

—Solo quiero explicarte...

—¡Y yo no quiero escucharte más! —Gritó colérica—. Te di mi confianza, mi apoyo, mi amistad, mi cariño. Y tú te cagaste en todo eso, no te importó nada, no te...

—¡Prometiste que ibas a escucharme! —Exclamó ella intentando que su voz se escuchara más fuerte que la de Abish, cosa difícil cuando la cazadora no hacía otra cosa que gritarle dolida—. Lo prometiste, dijiste que si te contaba algo ibas a comprenderme.

—Ya tuviste muchas oportunidades para explicarme esto, y no pensabas hacerlo, ¿verdad? Lo pusiste a él primero. ¿Cómo se supone que debo sentirme? —Ni siquiera podía culparle por su falta de confianza, se lo merecía. Sus gritos, su desprecio, todo eso. Se lo ganó por miserable, por estúpida, por no ser capaz de confiar en ella.

—Perdóname —rogó entre lágrimas—. Quiero contarte todo, de verdad. Te juro que no quería hacer daño a nadie, me metí en un problema y luego no supe cómo salir de eso. Fui idiota, fui egoísta. Insúltame todo lo que quieras, pero no me dejes. No quiero perderte —le dijo en medio de un llanto desesperado.

En ese momento era capaz de echarse a sus pies y rogarle perdón si eso la aplacaba. La traición y las mentiras de Ethel dolieron, pero nada como ese momento. Nada como saber que le había roto el corazón a su dhan, y el miedo de saber que podía alejarse. Abish calló unos segundos, se secó rápido las lágrimas, no se permitió llorar. La miró en silencio, pero no vio en ella ni un poco de piedad. Solo dolor y decepción. Algo que no iba a superar pronto.

—Ya me has perdido —pronunció esas palabras despacio. Fue lento, como una tortura cruel. Aurea cerró los ojos, ya no quería soportar más.

¿En verdad se habían perdido tanto? ¿Era cierto que todo se quebró en apenas segundos? ¿Acaso ya no serían las mismas? Imposible saberlo, imposible recuperar lo que se rompió. Todo destruido por su silencio. Si había algo más que decir, no se atrevió a hacerlo. Todo lo que salió de su boca fue estupidez tras estupidez, excusas idiotas que siempre ponía para no admitir que no hacía otra cosa que arruinar su propia vida. Abish ya no tendría que soportar a alguien tan inútil como ella.

A pesar de que habían desviado la vista una de la otra, sus miradas se encontraron una vez más. Pudieron decirse algo, cualquier cosa. Pero unos gritos llegando del salón las sorprendieron. Algo había pasado, algo terrible. Podía sentirlo, percibía una energía oscura y aterradora. No solo eso, desde afuera se escuchó el fuerte sonido de alarmas de cazadores. Una explosión tal vez.

—Quédate aquí, regresaré pronto. Cúrate —le pidió. Eso sonó más como una orden.

Aurea asintió, tenía que concentrarse en hacer magia de sanación. Ya no había tiempo para lloriqueos, si la luna roja había llegado ella tenía que buscar a la nigromante pronto y evitar la muerte de cientos de personas.

—Te espero —murmuró. Abish cargó su arma, dejó los zapatos a un lado y corrió de vuelta al salón. Tal vez la alcanzaría luego apenas lograra dejar de sangrar.

Una vez sola, Aurea se concentró en recitar un ícaro de sanación. Pero descubrió, conforme lo hacía, cuánto dolía eso. No podía cerrar la herida con magia, porque no era una simple herida. Tenía magia de las sombras y una marca de posesión. La esencia de Ethel era tan fuerte que intentar destruirla solo la lastimaba. Así que caminó hacia alguna oficina o baño en busca de paños con los que cubrir la herida y esperar que deje de sangrar. Al menos eso serviría.

Afuera el escándalo era cada vez mayor, la gente había entrado en pánico. Ella no podía ponerse en acción con una herida sangrante, así que cuando encontró un botiquín de emergencias se cubrió el hombro con gasas. Gimió despacio y se aguantó el dolor, que era punzante y la hacía sentir mareos. Mierda, que hasta eso era preferible a pensar en el dolor que sentía en el pecho. Justo a la altura del corazón.

Aún débil, la bruja presionó la herida y se acomodó la ropa. Se quitó los zapatos, ya no los soportaba. No estaba bien, sentía punzadas alrededor de la mordida, y el malestar se fue generalizando. No iba a poder enfrentar a la nigromante así, solo acabaría matándose. Afuera, los gritos parecían cada vez más lejanos. Tenía que volver y buscar a Abish, no quería quedarse sola. Antes de salir de ahí escuchó pasos apresurados, así que se giró y caminó rápido para darle el encuentro.

—¿Abish...? —La pregunta se quedó a medias, ya no le salieron más palabras.

Pues su cuerpo quedó paralizado por el miedo. No tenía fuerzas para enfrentar eso, no podía. Ni siquiera intentó hacer enerkinesis, no se concentró lo suficiente. Cuando se dio cuenta estaba de espaldas al piso con un rostro cerca al suyo, seguido de un gruñido salvaje. Una situación muy familiar y aterradora que intentó olvidar.

Estaba en sus garras otra vez.


***************


La camioneta se detuvo y ellas saltaron desde la parte trasera al piso. Sybil agradeció que esa noche decidiera ponerse esas botas tan guerreras que tenían, unas que ella misma consideraba eran todo terreno. Sí que las iba a necesitar.

Habían salido de la tetería a toda prisa, corrieron hacia una calle principal y Alicia detuvo a una patrulla de cazadores que pasaba haciendo su ronda de siempre. La vieron tan alterada que ni siquiera dudaron de su palabra cuando dijo que estaba por ocurrir una aparición de vampiro de Clase A, y que necesitaba hablar con Nigel.

También tuvieron suerte en eso. Mientras la camioneta avanzaba con rapidez, alejándose de aquel lugar, Alicia logró contactar con Nigel por radio. Le dio una breve explicación, y este le pidió que se encontrasen pronto en un punto medio del centro, incluso les dijo dónde encontrar a Matt, uno de sus mejores cazadores. Nigel estuvo a punto de salir de la Academia para ir por su cuenta a aquella gala, pero con el cambio de planes reuniría a los mejores cazadores que no estuvieran de descanso e iría de inmediato a hacerles el encuentro.

Eso era bueno, al menos ya tenían refuerzos. Pero haría falta más, ella lo sabía. Así que al llegar al lugar donde andaba Matt iba a pedir que le presten el teléfono y llamaría a sus madres. Tenía que avisarles para que den la voz de alerta a todas las Bruenne de la ciudad. Sabía que acudirían a su llamado, que protegerían a América. Eso iba a estar difícil, pero entre cazadores y brujas tenían que ayudarse para cazar a ese bastardo.

Así que apenas tuvieron los pies en el suelo, las dos brujas, seguidas de Alicia y otros cazadores, irrumpieron en el local y se hicieron paso entre tanta gente. Lógico, a esa hora de la noche la fiesta estaba empezando. Lo bueno, de alguna forma, era que el lugar estaba plagado de cazadores que siempre llevaban un arma. Y así, caminando entre todos, llegaron a la barra donde encontraron a Matt. A Matt en pleno beso intenso con el dueño del bar siendo precisos. Ja, y pensar que a ese lo conoció en pleno coqueteo con Aurea hace un tiempo, quién lo diría. Como sea, a Sybil le parecía mucho más tierno e interesante que los hombres cojan entre ellos.

—Matt... —Alicia lo llamó.

El cazador se separó con pesadez de Alistair, los dos parecían sentir nulos deseos de dejar de besarse y atender otros asuntos urgentes. Las miraron con cierta sorpresa, pero ni así se alarmaron.

—¿Qué pasa? —preguntó Matt sin ganas.

—No hay tiempo, toma esto —le pidió Alicia con prisa. La chica entró con un rifle, y eso lo colocó con fuerza en la barra, al lado puso las municiones—. Esto es una emergencia Código 3, así que será mejor que saques tu trasero de ahí y te pongas a trabajar. —Ah vaya, la chica tenía buenos ovarios.

En verdad que Sybil estaba bastante sorprendida por la forma en que actuaba y se movía. Sin dudar, sin amilanarse. Había conocido una faceta tierna y encantadora de Alicia, pero en ese plan cazadora ruda la estaba poniendo tan caliente que ni siquiera debería atreverse a pensar de esa manera en una situación tan crítica.

—Mierda, ¿pero qué rayos sucede? —Preguntó Matt preocupado. Sin demorar más cogió el rifle y empezó a cargarlo. Alistair se hizo a un lado, y notó algo más. Los cazadores presentes habían dejado de beber y bailar, todos se habían puesto en alerta y sacaban sus armas.

—Parece ser serio —dijo Alistair. Hizo una señal al encargado, y pronto la música estuvo a un volumen regular. La fiesta había acabado—. ¿Hay un ataque cerca? ¿Es eso?

—Aún no, pero habrá —explicó Sybil—. Un vampiro de clase A se acerca.

—¡¿Qué?! —Gritó el chico horrorizado. Incluso Matt se quedó boquiabierto. De inmediato miró a América, pues al parecer él estaba enterado de su situación. Esta asintió débil, confirmando sus sospechas.

—Bien... Oh mierda... Cielos...—decía el cazador turbado por la noticia—. Sabíamos que esto iba a pasar en cualquier momento. Supongo que Nigel ya está en camino. —Alicia asintió.

—Nos alcanzará en cualquier momento, América nos va a avisar cuando esa alimaña esté cerca. Hasta entonces hay que resistir —contestó la cazadora, y este asintió.

—No van a luchar aquí adentro, ¿verdad? No sé si el seguro lo cubra —comentó Alistair con cierta preocupación. Y claro, lo entendía. Ese lugar iba a quedar destrozado si Nevell los pillaba dentro.

—Supongo que lo llevaremos a otro lugar donde sea más fácil acorralarlo —explicó Alicia.

—¿Me prestas tu teléfono? —le preguntó ella a Alistair, el chico asintió de inmediato. Hizo a un lado la puerta de entrada a la zona del bar, y ella pasó rápido. Cogió el teléfono y marcó el número de casa.

Al segundo intento empezó a preocuparse, nadie contestaba. Eso no podía estar pasando, sus madres no avisaron que saldrían. Y ella no se sentía bien, una energía perturbadora la estaba afectando. A juzgar por la expresión y la mirada de América diría que ella sentía exactamente lo mismo.

Sybil resopló, eso no estaba funcionando. Tal vez podría llamar a la Escuela o a la sede principal de las Bruanne, alguien tendría que contestar a esa hora. Pero antes de que pudiera marcar otra vez un número, una alarma empezó a sonar. Y luego otra, y otra. El sonido era ensordecedor. Todos se miraron entre sí confundidos.

—Tiene que ser una falla técnica —declaró Alicia sin entender—. Es como si todas las alertas del centro estuvieran sonando a la vez, eso nunca pasa.

—Tal vez no es una falla...—murmuró Matt, y tragó saliva. Eso solo quería decir que en varios puntos del centro a la vez se estaban dando ataques de alguna criatura. Alicia tuvo razón, eso jamás sucedía.

Asustada, Sybil dejó el teléfono a un lado y corrió a la ventana más cercana. Al abrirla escuchó otra cosa. No solo eran las alertas de la ciudad, también los gritos. Gritos de horror, rugidos, balas. Sintió que sus manos estaban temblando, y la sensación empeoró cuando miró al cielo. A la luna. Sybil se llevó la mano al pecho, tocó su cristal para apretarlo con fuerza en busca de algún tipo de fortaleza que la calmase.

No lloraba hace mucho, no recordaba la última vez que lloró. Pero al mirar al cielo vio a la luna sangrar. Roja, despidiendo una energía horrenda y sangrante. Alguien estaba ejecutando un hechizo que lastimaba al espíritu de la luna, que corrompía su energía. Y lo que ante sus ojos se veía era algo que solo aparecía en los libros de historia. La luna roja.

—Vamos a morir...—murmuró.

Ella, como cualquier bruja, sabía lo que eso significaba. No había lugar al que escapar, no podría huir. Aquello era una catástrofe de la nadie se iba a salvar, y ese intento de atrapar a Nevell solo quedaría en eso. Pues si antes era imposible matarlo, con la luna roja en su apogeo sería peor. En ese momento sentía que estaba parada en su tumba.

—¿Qué pasa? —Alicia se paró a su lado, y también miró al cielo—. ¿Roja? ¿La luna está roja? ¿Qué significa esto?

—Que no hay esperanza —respondió con la voz quebrada.

No quería que todo acabe así, no quería aceptarlo. Ni siquiera se había graduado, ni siquiera se permitió amar a nadie. Sus madres. Pensó en ellas y sintió deseos de correr a casa a buscarlas, no quería morir sin abrazarlas otra vez. Al girarse, notó que América también lloraba mirando al cielo, pero a diferencia de ella, se secó pronto las lágrimas.

—Si hay que morir, moriremos luchando —declaró la bruja—. Somos Bruanne. No pararemos hasta hacerlos cenizas.

—¿Qué tan buena eres en lucha elemental? —Preguntó rápido.

—Fui la mejor de mi clase, ¿qué tal tú?

—Me va bien, pero...—suspiró. No se creía tan buena luchando, ni tan rápida—. ¿Qué consejo puedes darme?

—A las Bruenne nos enseñan a controlar nuestro fuego. No lo hagas. Déjalo salir. Quémalo todo, quema con fuerza. Deja que el fuego te domine, no dudes, no te detengas. Quémalos a todos. — Sybil asintió, ¿qué otra opción tenía?

—Y que el fuego de nuestra madre Aliena arda dentro de nosotras —concluyó.

Cerró los ojos, apretó su cristal con fuerza. Tomó de él la energía que tenía que tomar. Y se preparó para quemar hasta el último vampiro que sus ojos vieran antes de morir.


***************


Cuando dejó atrás a Aurea y fue hacia el salón se sintió tan confundida que estuvo segura no podría manejar lo que sea que estuviese pasando. Abish se detuvo unos segundos al final del pasillo antes de volver, se apoyó contra el muro e intentó calmarse. Una vez más se dio cuenta que las lágrimas se le escapaban de los ojos, pero no tuvo voluntad de secárselas. ¿Cómo llegaron a eso? ¿Qué hizo? ¿Qué hicieron? Ya no solo se sentía dolida por las mentiras de Aurea, también culpable.

Por alguna razón su mente no dejaba de repetirle una y otra vez la parte en que Aurea le rogó que la perdonara, que le recordó que ella misma prometió escucharla. Tal vez debió guardarse su enojo un momento, quizá debió dejar que le explique. Quizá debería volver con ella y no dejarla sola cuando un vampiro acababa de morderla, y este había escapado con vida. Aurea le mintió, más que eso, se sintió como una traición. Pero no era una mala persona, eso lo sabía bien. Quizá tuvo buenos motivos, quizá...

Más gritos la alertaron, ya no podía quedarse allí. Al menos tenía que saber qué rayos estaba pasando antes de volver con Aurea. Y cuando llegó al salón sus dudas no se aclararon, al contrario, la confusión fue peor. Los invitados estaban siendo evacuados, eran los cazadores y oficiales de seguridad presentes los que se encargaban de llevarlos hacia otro lado.

El ruido de las sirenas de alarma era ensordecedor, y las balas también. Al asomarse por una de las ventanas se quedó boquiabierta. Había varios lobos y vampiros luchando entre sí, luchando con algunos cazadores también. Otros intentaban proteger a la gente que tuvo la mala fortuna de pasar por allí cuando inició el ataque. El escándalo era tal que parecía que toda la ciudad estuviese en pie de guerra.

—¡Abish! —El grito la hizo girar, fue el líder de los cazadores quién se acercó corriendo hacia ella—. ¿Dónde estabas? —Preguntó preocupado. Apenas la alcanzó se inclinó y besó su frente por varios segundos con alivio—. No te veía hace buen rato, temí que te hubiera pasado algo.

—Estoy bien —murmuró confundida.

A pesar de lo terrible de la situación se permitió disfrutar de la cercanía de su padre. O de su tío. A esas alturas en verdad ya no era importante. Sus dedos se entrelazaron con los suyos, un gesto que le recordó a algo que hacían cuando era niña. Así solía llevarla a pasear de la mano, protegiéndola.

—¿Qué rayos está sucediendo? —Preguntó de inmediato.

—No lo sé bien. Hace un momento la radio empezó a sonar, alertaron de ataques en el centro no muy lejos de aquí. Y también en otros puntos de la ciudad. La gente en el salón entró en pánico cuando vio a unos licántropos transformarse acá afuera. Y unos cuantos saltaron desde el techo.

—Mierda... —Se le escapó sin querer—. ¿Y a dónde se los llevan?

—Son la gente más rica de la ciudad, ya sabes cómo se ponen. Hay un bunker bajo la Casa de Gobierno, los están evacuando. Estarán a salvo hasta que todo esto pase.

—Bien... Eh... ¿Y Sarenne? ¿Dónde está el gobernador? ¿Qué pasó con todos?

—Tranquila, Sarenne y el gobernador fueron los primeros en ser evacuados, se fueron con su personal de seguridad. Ahora tenemos que salir de aquí.

—Si, si. Claro —respondió intentando mantener la calma. Todo se había descontrolado en cuestión de segundos, pero al menos ya no se escuchaban los gritos histéricos de los millonarios de Etrica. El salón había quedado vacío.

—Hay una patrulla afuera, intentaré contactar con la Academia y ordenar a los escuadrones. Vamos...

—Espera, tengo que ir por Aurea. Está herida, la mordió... La mordió un vampiro... —Admitió en voz alta. Una vez más pasaron por su mente todas aquellas cosas que la llevaron a perder el control con la bruja. Todo eso que no podía perdonar.

—¿De qué hablas? Ella se fue con Ethelbert Seymur, los vi.

—¿Lo conoces?

—Es familiar del gobernador, él es... —Abish negó con la cabeza. Su padre entonces la miró con sorpresa. Pronto él también captó la verdad—. No... No es en serio... No puede ser...

—Es el rey de los vampiros —contestó—. Y eso significa que los Seymur también han engañado a toda la ciudad.

—Maldita sea —dijo su padre intentando contener la rabia.

Les habían visto la cara por años. No era posible que un vampiro formase parte de una familia tan prestigiosa sin que ellos no supieran la verdad. A menos que de alguna forma estén siendo manipulados. ¿Cómo era posible eso? Era inaudito, nadie podía sostener una gran mentira como esa por tanto tiempo.

—Tenemos que hacer algo de inmediato —le dijo Richard—. ¿Y Aurea? ¿Cómo está ella? ¿La bruja descubrió todo?

—No, papá. Ella me engañó. —Su voz se quebró cuando pronunció esas tres palabras—. Me mintió, me mintió...—repitió dolida. Y lloró.

Se odió por eso, ¿qué mierda le estaba pasando? ¿Llorar porque una bruja idiota no fue capaz de sincerarse? En el fondo sabía que no era eso. Eran dhan, y ella en serio pensó que lo que tenían era más fuerte que cualquier otra cosa. Pero a sus ojos, Aurea se enamoró de un vampiro y lo protegió, se dejó envolver por él. La engaño, cierto. Pero hizo algo más que eso. Le rompió el corazón con sus mentiras.

—Oh, cariño... Ven acá. —Rick la abrazó y la llevó a un lado, lejos de la ventana. Fueron solo unos segundos, tiempo suficiente para calmarse y volver a la acción. No importaba la situación, el abrazo de papá siempre sería suficiente para confortarla—. Sé que se quieren, van a superar esto. Ve por ella, ya tendrán tiempo de arreglarse. Hay que salir de aquí pronto.

—Si, no tardo.

Richard le dio un beso en la frente antes de separarse, Abish le dio la espalda. Solo caminó unos pasos, cuando el sonido de una bala dentro del salón la ensordeció. Se giró alarmada, y todo su cuerpo se paralizó por lo horrendo que era aquello. Su padre frente a ella, inmóvil. Y su pecho lleno de sangre. Le habían disparado a quemarropa, y ni siquiera vieron acercarse al atacante. Papá cayó al piso de frente, fue un golpe seco y duro. Su rostro golpeó el piso de mármol, y a pesar de la escasa luz del salón, Abish pudo ver cómo el piso empezaba a teñirse con su sangre.

Estaba paralizada. Sus piernas no se movían. Por años fue testigo de la caída de sus compañeros cazadores, y se mentiría a sí misma si dijese que se había hecho insensible ante la muerte y el dolor. Pero había aprendido a superarlo pronto y seguir adelante, pues en una pelea no se podía dar el lujo de rendirse. Solo que nada en el mundo la había preparado para ver a su padre recibir una bala, para verlo caer y rodearse de su propia sangre. No cuando apenas segundos antes la tuvo entre sus brazos.

Lo único que la hizo reaccionar fue el descubrimiento del atacante. De entre las sombras apareció su rostro cruel y su sonrisa macabra, sus colmillos, sus ojos de monstruo. ¿Acaso no lo supo desde que vio a Ethel morder a Aurea? ¿No lo dedujo su padre hace un instante? No solo era uno, eran todos. Todos los Seymur eran unos miserables y asquerosos vampiros. Y el peor de todos, el más rastrero y desgraciado, estaba frente a ella sosteniendo el arma que le quitó a un cazador. Nathaniel no tuvo piedad.

—Quería que lo vieras morir —le dijo burlón.

Un fuerte grito salió de lo más profundo de sus entrañas. El odio, la rabia, el fuerte deseo de venganza. Abish disparó todo lo que pudo contra su cuerpo sin siquiera pensarlo. No tenía idea de qué clase de vampiro era, pero estaba segura que eso sería suficiente para detenerlo. Así lo supo cuando el cuerpo de Nate cayó inerte a un lado, y a ella el arma ya sin carga se le resbaló de las manos. Así de corta fue su venganza, pero tampoco había tiempo para disfrutarla. Papá estaba muriendo.

Corrió hasta alcanzarlo, giró su cuerpo despacio y lo sostuvo. Miró la herida con la esperanza de que aún hubiese tiempo de salvarlo, pero se echó a llorar como una niña cuando fue consciente que eso no iba a pasar. Ya no quedaba tiempo.

—Papi... Papá, por favor...—rogó.

Rick tenía los ojos cerrados, pero al escuchar su voz hizo un esfuerzo por abrirlos. Levantó una de sus manos y acarició despacio su mejilla. Su cuerpo estaba temblando, la palidez de muerte llegaba con prisa a su rostro.

—Ami... Amicia...—Pidió. Ella entendió pronto a qué se refería.

—La buscaré, te prometo que lo haré —le dijo. Rick asintió despacio.

—Él te amaba —le dijo, su voz sonó baja, casi un murmullo. Tenía lágrimas en los ojos, porque sabía que se iba. Y sí, de seguro era como una tortura admitir ante ella que no era su padre. Decirle que su verdadero padre, su hermano, la amó alguna vez.

—Lo sé —mintió, pues en realidad a ella nunca le constó eso. Pero tal vez era cierto, quizá Adel Grimm hizo cualquier cosa por salvarla. Por eso la envió con su hermano y le dio al mejor padre que pudo desear.

—Yo... Yo...

—Tú siempre serás mi papá. Te voy a amar toda la vida, te lo juro —le dijo mientras lloraba y veía sus lágrimas caer sobre la camisa de su padre.

—Mi niña...—Dijo con su último aliento.

Sus ojos la quedaron mirando, y así permanecieron abiertos hasta que la vida se le fue. Afuera las balas sonaban, afuera se vivía una verdadera catástrofe. Pero ella también la vivía allí. Una pérdida que para ella era el fin de su felicidad.

Abish apenas tuvo tiempo unos segundos para llorar abrazando el cuerpo del hombre que amó como su padre. Así fue hasta que sintió que alguien le tiraba de los cabellos con fuerza y la arrastraba lejos de él. Hizo un esfuerzo por buscar el cuchillo debajo de su falda, pero su atacante fue más fuerte al someterla.

—No pudiste creer que en serio esas balas iban a acabar conmigo —se burló Nate. Jadeaba, sangraba. Y a pesar de lucir débil por las balas, seguía siendo más fuerte que ella—. Quise hacerlo fácil para ti, mi cielo. Pero la escogiste a ella, y ahora vas a pagar —le dijo amenazante. Abish logró coger el cuchillo, pero antes de que pudiera clavárselo, él se encargó de sacarla del juego.


****************


Pensó que había olvidado cómo se sentía el dolor. Los últimos años había tenido algunas heridas, uno que otro altercado. Pero no eso, nadie se atrevió a lastimarlo en serio. Y quitarse cada una de las balas de Abish fue en verdad molesto. Cuando dejó a un lado la última al menos pudo sentir el alivio de que el veneno no hubiese llegado a su sangre, pero las heridas se cerraban lento y con dolor.

Le bastó unos segundos de mirar al cielo y ver la luna roja para entender que cualquier cosa que hiciera en ese momento sería en vano. Ethel no podría controlar a los vampiros enloquecidos de la ciudad, su vínculo de sangre ya no valía. Todos estaban sometidos al poder de la Nigromante, y a él lo único que le quedaba era intentar resistir sus instintos oscuros.

Luchó por doblegarse. Cuando huyó de la escena después de recibir las balas se sintió como una bestia acorralada. El dolor le nubló el juicio, pero su instinto de supervivencia le empujó a huir. Eso le ordenó su padre hace siglos después de todo. Le dijo que nunca se sacrifique, que se salvase. Que siempre ponga su vida por delante. Y aunque él estuviera muerto, Ethel obedecía. Aun así sus impulsos le gritaban que se apresure y vuelva. Que saque a la cazadora del camino. Que vaya por su bruja, que se la lleve. Que nadie la toque, porque era suya. Solo suya... suya...

Gruñó con rabia al tiempo que echaba la última bala a un lado. Era rabia y odio contra sí mismo. Ethel quería dominarse, y por asumir de una maldita vez lo que acababa de hacerle a Aurea. Esa parte primitiva de él, ese ser de oscuridad que siempre vivió dominado y esperando, se sentía satisfecha. El sabor de su sangre se convertiría en una adicción, solo de ella querría beber. Podía rememorar el momento en que la probó, lo deliciosa que le pareció, lo mucho que su cuerpo la deseó. Era un triunfo, ¿verdad? Eso diría el gran Mstislav. Él que se vanagloriaba de haber sometido a Aziza. De ser el primer vampiro en marcar a una Asarlaí. Siempre se lo dijo, marcar a una bruja de luz sería probar la gloria. Y vaya que lo supo.

Pero Aurea. Su Aurea...

Qué asco sentía de sí mismo. Él ya no era el hijo de Mstislav, ya no era Ethelbried. Un vampiro como él tenía muchas vidas, y todas ellas las dejó atrás cuando decidió ser Ethelbert. Ya no era un monstruo sediento de sangre, era alguien razonable que se dominaba a sí mismo. ¿Y qué hizo? ¿Qué rayos hizo? Ella nunca iba a perdonarlo, por supuesto que no. ¿Cómo fue capaz de hacerle tanto daño? Ni siquiera tenía sentido lamentarse, pues no había vuelta atrás. No había forma de quitarle esa marca infame.

"La quieres, es eso. La quieres. La amas tal vez. ¿Por qué le hiciste eso? ¿Cómo pudiste?", se reclamó a sí mismo. En ese momento quería volver a ella tanto como quería alejarse. Su oscuridad la anhelaba, pero lo que quedaba de bueno de su alma, esa pequeña parte que la quiso tanto, le decía que la deje. Ya la había lastimado mucho, y no se creía capaz de volver a mirarla a los ojos.

Pero no podía dejarla, pues a pesar de sus sentidos entumecidos por el dolor de las balas, su conexión de danae le gritaba que ella no estaba bien. Algo le estaba pasando, algo peor de lo que él le hizo. Si es que eso era posible. Tenía que volver a ella, y aunque Aurea no quisiera volver a verlo, la salvaría de lo que sea que estuviera pasando. Por eso volvió sus pasos de regreso a la Casa de Gobierno.

Era difícil controlarse y hallar un solo aroma en ese desastre. Olía a sangre, a muerte. A lobos, a brujas, a vampiros. Los olores venían de todos lados y se confundían. Era como si buscarán enloquecerlo. Todo eso sacaría de quicio a cualquiera vampiro menor, que de hecho era lo que estaba pasando. Pero a él no, él podría controlarse. Tal vez fue débil y dañó a Aurea cuando la luna roja llegó, pero ya no iba a dejarse vencer más. Por ella lo lograría, al menos eso le debía.

Fue al llegar a la entrada que un olor lo sorprendió. Era él, sí. Pero también era su sangre. Wolfgang caminaba a paso lento, tenía algunas heridas. No le sorprendió verlo allí, le sorprendió verlo herido. ¿Qué podía ser tan fuerte para lastimar a Wolfgang?

—¿Qué pasó? —Preguntó de inmediato.

—Ese maldito animal de Petrus, eso pasó. Estuvo cerca hace un momento, ni siquiera me metí con él, pero está más salvaje de lo que recuerdo.

—Y ya veo que no te fue bien.

—A él le fue peor, te lo aseguro. Tengo algo que decirte.

—Ya me cuentas después, debo volver por Aurea.

—No la vas a encontrar. Él y su nueva mascota Candem se la llevaron. —Ethel rugió de rabia, y sin contener su fuerza, golpeó uno de los muros de la Casa de Gobierno, lo sintió quebrarse bajo su puño.

Así que fue eso, maldita sea. Esas malditas balas no lo dejaron bien parado y no llegó a tiempo para salvarla, ese miserable se la llevó. Oh no, no iba a permitirlo. El instinto le gritaba que tenía que ir de inmediato tras la bestia de Petrus y quitarle lo que era suyo. Ambos habían marcado a la misma bruja, pero solo uno podía sobrevivir. Y ese alguien no sería el condenado Petrus.

—Tengo que ir por ella ahora mismo.

—¿Ah si? ¿Y te crees que la vas a encontrar? Me he arrastrado hasta aquí en busca de Abish, pero solo huelo la sangre de Grimm y ya no queda nada de ella. Se la han llevado también —agregó sin contener su enojo—. Ese maldito Petrus se puso en mi camino, ¡si no fuera porque vino por Aurea esto no había pasado! —Le dijo con rencor. Ethel no lo toleró, ¿en serio le estaba echando la culpa a la bruja porque no llegó a proteger a la cazadora?

—¡No metas a Aurea en esto! Ella no tiene la culpa de que hayas sido débil enfrentando a Petrus.

—Mira quién habla, el que salió del juego con tres balas. Hasta acá huelo la pólvora —replicó mordaz.

Ethel estuvo seguro que con toda la rabia encima, sumado al descontrol por la luna, acabarían metidos en una pelea interminable por una tontería sin sentido. Y así pudo ser, hasta que escucharon un vehículo acercarse. Los dos giraron, y vieron con sorpresa al científico de la Academia acercarse en moto. El tipo se estacionó cerca de ellos, y aunque lucía agitado, fue capaz de plantarse frente a ambos. Por un instante notó su temor, después de todo estaba ante dos de las criaturas más poderosas y antiguas del continente. Pero también vio su decisión, su templanza. Y ese hombre, un simple mortal que a sus ojos lucía bastante patético, les habló con firmeza.

—Se las llevaron, ¿verdad? Lo sentí mientras intentaba llegar aquí. —Ninguno dijo nada, la respuesta era obvia—. ¿Y dónde se supone que estaban ustedes? ¿Por qué no las protegieron?

—Será mejor que cierres la boca —escupió Wolfgang desafiante—. No tengo que rendirle cuentas a un pedazo de carne inútil.

—Pues el pedazo de carne tiene algo que vamos a necesitar si queremos rescatarlas —contestó sin miedo. Ethel no pudo evitar sorprenderse. Así que el científico tenía bolas.

—Habla de una vez —le pidió él, brusco. Notó que el hombre sostenía un morral, ahí dentro había algo que parecía ser un líquido con un olor penetrante.

—¿Quién se llevó a Aurea? ¿Fue Petrus? —Ambos asintieron—. Rayos... ¿Y Abish? ¿Alguien sabe quién la tiene? —Negaron—. Vamos, ¿no tienen a nadie en mente?

—¿Te parece que si lo supiera estaría aquí perdiendo el tiempo contigo? —Respondió Wolfgang molesto.

—Velimir está aquí, lo sé —dijo Ethel, pues al menos el olor de su hermano le llegaba—. Pero no tengo idea de donde rayos está Nate, solo huelo restos de su sangre. Él podría decirnos algo, estuvo en el salón al momento del ataque.

—Vamos, ¿no tienen otra opción? —Preguntó Zack apresurado.

—Hay alguien —contestó el licántropo—. Tu ex novia, la bruja poseída, logró escapar. —La declaración lo tomó por sorpresa. En verdad que Ethel estuvo a punto de golpearle la cara en ese momento.

—¡¿Se puede saber cómo permitiste algo así?! —bramó enojado—. ¿Es que tienes puros perros inútiles en tu manada? ¡Quise encargarme yo, pero me aseguraste que lo harías bien!

—¡Mató a dos lobos de mi manada, infeliz! ¿En serio te atreves a reclamarme? —Los dos quedaron frente a frente, mirándose desafiantes, retándose. A punto de ceder a sus impulsos salvajes y lanzarse uno contra el otro en busca de liberar esa tensión acumulada, esa que ya no podían controlar.

—¡¿Quieren callarse?! —Exclamó el científico, y se notaba enojado—. No es momento de ponerse a discutir, ahora mismo tenemos que...

Wolfgang estaba con los nervios de punta. Frustrado por su pelea con Petrus, enojado por haber perdido a Abish, rabioso porque él le reclamó. Y para variar ese científico pretendía decirle qué hacer. Fue en cuestión de segundos, Ethel vio cómo se lanzaba hacia Zack, y esperó verlo muerto a los pocos segundos. Pero lo que pasó fue toda una sorpresa.

Antes de que el licántropo tocara al hombre, una pared de tierra se interpuso entre ambos. Y segundos después las plantas del jardín de la Casa de Gobierno crecieron de forma anormal y rápida. Las raíces y ramas se enredaron en el cuerpo de Wolfgang hasta dejarlo paralizado. Cuando Ethel intentó hacer algo, un círculo de fuego lo rodeó. Y entre las llamas no solo vio el rostro de Zack absorto por los sucesos, también a Amicia Rowe y Grace Austyn avanzar hacia ellos.

—¿Te lastimaron? —Le preguntó la bruja Dulrá al hombre, y este negó con la cabeza—. Bien. Ahora quietos los dos.

—Bruja miserable, será mejor que...—Wolfgang forcejeaba, pero Grace solo apretó más, hasta paralizarlo por completo. Incluso cubrió su boca con una rama de árbol para que dejase de hablar.

—Hasta que no te comportes no te soltaré —amenazó la bruja herbarista. Ethel gruñó. No sería prudente lanzarse a través del fuego para enfrentar a una Dulrá. Él sí respetaba ese poder.

—Ya entendí que perdieron a las escogidas, pero si dejan de luchar como idiotas tal vez podamos hacer algo —dijo Amicia. Aurea no le había contado nada de eso, apenas sabía que Wolfgang y el científico eran parte del danan. Al parecer esas dos eran parte de todo, y estaban bien informadas—. Necesito que se controlen, no llegaremos a ningún lado así. Haré un hechizo de ubicación con Abish, la encontremos pronto. En cuanto a ti —dijo mirándolo, incluso bajó un poco las llamas—. Eres el danae de Aurea, así que aquel te guiará. ¿Quién la tiene?

—El lobo que la marcó —contestó de mala gana.

—Entonces solo tú podrás frenarlo —le dijo Amicia, y en eso estaba en lo cierto.

—Hay algo que he intentado decir desde que llegué —interrumpió Zack—. Volví a la Academia por un veneno reforzado para paralizar vampiros de Clase A, pero Nigel se lo llevó. Lo que tengo ahora es algo que servirá con licántropos puros como Petrus. Solo deben hacer que lo beba, o inyectarle un poco con una jeringa.

—Dame eso, yo lo haré —declaró Ethel—. Ustedes morirían antes de ponerle un dedo encima. Me encargaré de salvar a Aurea.

—Yo iré por mi sobrina —dijo Amicia. El vampiro abrió los ojos con sorpresa. No había forma de procesar esas declaraciones tan rápido—. Grace, suelta al lobo. Lo necesitamos para rescatar a Abish.

—Como digas. —Despacio, y a pesar de que Wolfgang nunca dejó de forcejear, la bruja lo liberó. Cuando al fin pudo moverse, la bruja Dulrá bajó el muro de tierra que levantó.

—Guárdense sus trucos conmigo, no soy el enemigo —les dijo el licántropo con molestia.

—Pues más vale que te comportes, tenemos algo importante qué hacer —respondió Amicia.

—¿Y qué hay de mí? —preguntó Zack—. Soy danae de Aurea, debo ir con el vampiro —agregó de mala gana.

—Ven entonces —contestó Ethel. ¿Qué le quedaba?

—He cargado un arma con balas con ese veneno para el lobo —le dijo—. Están a prueba, son pocas, pero servirá.

—¿Tienes buena puntería?

—Eso creo...

—Servirá —aseguró Ethel. Era mejor tener un apoyo en caso las cosas se complicasen, aunque en verdad estaba seguro de poder enfrentar al miserable de Petrus y arrancarle la cabeza.

—En marcha entonces. No podemos tardar más —les dijo Amicia—. La Nigromante está acumulando mucha energía gracias a esto, ellas tienen que pararla antes que sea peor —asintieron. En realidad era algo que él también deseaba. Detener esa maldita luna roja lo haría volver a ser él mismo.

Así que se dividieron, ya no había tiempo que perder. Por primera vez los danaes estaban reunidos, y tenían que cumplir con las escogidas cueste lo que cueste. Más que su misión sagrada ese era su verdadero deseo. Ethel se dijo que moriría antes que Petrus vuelva a tocar Aurea. Y de seguro Wolfgang pensó lo mismo respecto a Abish. Que daría la vida por ella, por salvarla. Él también haría lo mismo.



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AMAAAAAAA ME DIO ANSIEDAD kjsjjkajka no en serio, cuando terminé de escribirlo estaba al borde de una crisis lol 

Aprovecho para decir sorry xd porque solo le he pasado dos revisadas al capítulo, así que debe tener más errores que mi vida XD Ando muy ocupada en estos días y ni sé de dónde saqué tiempo para escribir.

Capítulo de fuertes sucesos, declaraciones, desgracias y más. 

RIP Aurish... 💔 ¿O no?

#PrayForSybil #PrayForAlicia #PrayForMatt #PrayForAmerica #PrayForAlistair

¿Qué fue de Velimir, Noah, Marcio, Sasha y Sarenne?

Adiós, señor Grimm. Siempre lo recordaremos 💔

Y AHORA SÍ SE ARMÓ EL TEAM DANAE CON TODO EL POWER muajajajaja Vamos a ver si se dejan de pelear y sirven para algo xd

En multimedia, luna roja

¡Hasta la próxima! ❤






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