46.- Bajo presión
Problemas, problemas y más problemas. Ethel podría jurar que no sentía así desde que perdieron el reino de Theodoria. Aquella vez se sintió derrotado, avergonzado, humillado y sintiendo que era su fin. Cuando logró pensar con claridad el vampiro se prometió que aquello no volvería a pasar. Que se levantaría más fuerte de antes, y que siempre sería un rey. Se juró que nunca dejaría que nadie pasase sobre él, que no volvería a perder el control de su vida y el poder.
En ese momento no sentía que había perdido todo. Sabía que lo iba a perder, y aquello era más desesperante. Ya Aurea le había advertido de la próxima luna roja. Ethel sabía que la Nigromante asomaban sus garras sobre Etrica y él poco podía hacer. Lo había intentado, pero solo conseguía sentirse frustrado al no lograr capturar a sus enemigos.
Eso sin nombrar a Aurea, el vínculo que tenía con ella lo tenía al borde de perder la cordura. Estaba pendiente de ella, pero no podía controlarla. Al final la bruja siempre hacía lo que quería, como si quisiera dejarle claro que era ella quien mandaba en ese vínculo. Que el rey era su siervo. Un peón del Dán. A eso había quedado reducido su papel en el mundo.
Ethel se movía con precisión. Cada orden que daba, cada paso, todo estaba orientado a salvaguardar su existencia y a conservar el poder. Sentía que hacía las cosas correctas, pero también tenía claro que al final nada de eso iba a servir. Tenía la sensación de que pronto todo iba a desmoronarse y solo le quedaba aguantar el golpe.
Poco a poco se fue relajando, y no porque fuera su voluntad. Lo ayudaban con eso, era la única forma. Así que el vampiro solo cerró los ojos y dejó que ella hiciera su trabajo. Un hechizo de armonización que lo mantendría calmado y sereno para poder tomar mejores decisiones, o al menos eso quería creer. Sabía que en cuanto saliera de ahí la situación lo sacaría de sus casillas, pero al menos disfrutaría de esa sensación de calma.
"Está hecho", le dijo Marr. Ethel solo se quedó quieto con los ojos cerrados hasta que decidió que ya era hora de volver al trabajo.
Frente a él estaba la bruja Marr. No era mayor, el vampiro sabía que tenía poco más de treinta años y ni siquiera los aparentaba. Aun así tenía el cabello blanco, pero no canoso. Este brillaba como si tuviera luz de luna en cada hebra. Marr no lo miraba, pero podía verlo. Porque Marr nació sordomuda, y ciega. Algo que no era usual en las brujas, algo que ninguna Fiurt pudo curar jamás.
"No creo tener nada que curar, Ethel", le dijo mentalmente, interrumpiendo sus pensamientos.
"Quédate solo para hablar, hemos acabado. No te entrometas más", le ordenó.
"Como digas", contestó ella sin ganas.
A Marr no le importaban sus carencias físicas. Aunque no pudiera verse a sí misma, era bella. Y gracias a la magia mental podía percibir los sonidos e interpretarlos de otra forma. Sus ojos no podían ver, pero ella observaba en la cabeza de los demás y veía a través de ellos. No necesitaba los labios para hablar, pues su mente hacía el trabajo. Una bruja como ella, con tanta experiencia, era ideal para hacer el trabajo de proteger su mente y hacerlo pasar como un humano más en Etrica. Ella era la encargada de cuidar sus recuerdos y los secretos más peligrosos que guardaba.
Para su desgracia, Marr era la única bruja aparte de Aurea que tenía conocimiento de su condición de danae. Era una información delicada, y por lo mismo tenía que ser en extremo cuidadoso. Marr no hacía comentarios al respecto, solo se dedicaba a hacer su trabajo. Y Ethel se había asegurado hace años que sea incapaz de comunicarse con su aquelarre, pues vivía encerrada en una sección de la residencia. Nunca le reprochó su crueldad al encerrarla ahí, supuso que en realidad a la bruja ya le daba lo mismo. Una vez mencionó que tenía pocas ganas de seguir viviendo, y Ethel le proveía constante entretenimiento dejándola acceder a su mente.
"Ya debo retirarme", le avisó a la bruja, y esta asintió despacio.
"Adiós, pues tal vez no volveremos a encontrarnos. Según sabes, la Nigromante se acerca. Eso puede significar el fin de todos. Tal vez uno de estos días me encuentres muerta, yo misma me encargaré de eso", contestó sin ganas. Ethel solo la quedó mirando, preguntándose si tal vez eso que sentía al verla era culpa. Pues él era el responsable de apartarla del mundo exterior, condenarla al encierro, y empujarla a odiar su vida. Marr moriría, eso era seguro.
"Será difícil reemplazate", admitió. "Las otras antes de ti fueron un verdadero desastre."
"Todas hicieron bien su trabajo, rey de los vampiros", contestó Marr con seguridad. "El problema es que tú escondes demasiado. Cientos de años de vida, una mente oscura, un pasado humano, deseos de sangre y poder. Ni hablar de tus nuevas aventuras como parte de un danan. Son demasiados secretos para guardar, cualquier bruja con tres dedos de frente se sentiría tentada a destruirte. Eres un monstruo peligroso, lo sabes".
No contestó a eso, pues Marr tenía toda la razón. A diferencia de sus hermanos, Ethel se veía obligado a cambiar constantemente de bruja Briathar para protegerse. Ninguna duraba lo suficiente para confiarse por completo, ellas acababan delatándolo con su aquelarre o haciendo alguna locura como intentar exponerlo a pesar del voto de silencio. Marr era sin dudas la mejor que tuvo en los últimos años. Y sí, se reafirmaba en su postura. Las anteriores fueron un desastre.
"Se supone que ustedes deben limitarse a su trabajo y no tomarse atribuciones que no les corresponde", le dijo a Marr. Notó que sonreía, y vio la burla en ese gesto.
"No pensabas lo mismo cuando decidiste mezclar placer y trabajo. Eso no se hace, Ethelbert". Él frunció el ceño. Odiaba que le señalaran sus propios errores, y ese último era uno de los que más lo irritaban.
Constance Holland. En algún momento la llamó solo Connie. Una bruja joven, bella y muy talentosa. Su aquelarre la presentó ante él sin ninguna duda de que cumpliría con su labor, y así lo hizo en varias ocasiones. Pero Connie no fue como las otras, ella quiso estar con él. No mantuvo la distancia, buscó su compañía con insistencia. Sus caricias, sus besos, su cuerpo. Ethel intentó dejarle claro que aquello sería solo un entretenimiento pasajero, pues una bruja y un vampiro como él no podían tener una relación en serio.
No iba a negar que le gustó mucho, tal vez demasiado. Ella fue justo lo que le gustaba. Delgada, alta, rubia y atrevida. Ethel apenas se dio cuenta del pasar de los años, todo parecía ir rápido con ella. Constance cuidaba de su mente, y también se entregaba a él sin ningún reparo. Fueron buenos años, cierto. Lo disfrutó mucho, pero tuvo que acabar.
Ella ya era maestra de la escuela, él ya se estaba aburriendo. Ethel empezó a apartarla poco a poco, pues encontró a otras personas con quien pasarla bien. Connie se hacía cada vez más posesiva, lo molestaba con escenas de celos. Y no iba a tolerar eso de ella ni de nadie.
Cuando la bruja amenazó con exponerlo ante todo Etrica empezaron los verdaderos problemas. Tuvo que recurrir a amenazas, y por poco se arma una guerra entre las Briathar y los vampiros. Por poco el pacto se rompió porque esa condenada bruja testaruda parecía obsesionada con él y no quiso dar su brazo a torcer. Ethel no tenía idea qué hizo la líder de aquelarre en ese entonces, pero Constance cedió, le asignaron a otra bruja, y fin del problema.
No, eso tampoco era cierto, pues Constance nunca se fue de su vida. Siempre encontraba una forma de aparecer por ahí, ya sea para averiguar cosas o reclamarle. Él no quería verla más. Peor al enterarse gracias a Kazimir que la directora siempre le hacía la vida imposible a su Aurea dentro de la escuela. Para Ethel, lo de Constance fue un completo desastre, por eso se juró que nunca le daría confianza a otra bruja que trabaje para él. Excepto por Aurea, pero ella era caso aparte.
"¿Me permites una sugerencia?", le preguntó Marr de pronto. El vampiro quedó sorprendido, pues eso jamás pasaba. Ella se limitaba a hacer su trabajo y soltar uno que otro comentario que pretendía ser hiriente, pero nunca lo ayudaba más de la cuenta.
"¿A qué se debe ese arrebato de bondad?"
"Por alguna razón que aún no logro descifrar el sagrado espíritu te ha escogido para que seas parte de su misión. Lo mínimo que puedo hacer es ayudarte a que cumplas con tu destino."
"Así que se trata de eso", contestó sin ganas.
"No podía ser otra cosa. Sé que piensas que por mantenerme encerrada aquí limitas mi poder, y en parte es cierto. Nadie entra a tu mansión sin autorización, pero no todos tienen protección mental. Yo puedo entrar en quien quiera". Marr sonrió, Ethel la observó con sorpresa. Aquella confesión era inesperada.
"¿Y qué has visto?"
"Tus hermanos tienen barreras, de ellos no sé nada. Pero sé que tu hijo Kazimir daría la vida por ti, que jamás debes dudar de él. Sé que los siervos de esta mansión te temen, sé quiénes te desean. Sé cuándo algún político maldice internamente a Velimir mientras negocian. Sé que Bardeth piensa que Aurea se ve deliciosa y que si pudiera mordería su cuello, pero jamás lo haría porque la someterías a mil y un tormentos. Y sé que Constance te sigue amando..."
"Vaya manera de arruinarme el día", le cortó con molestia. "¿Y a qué viene todo esto? ¿Cómo es posible que entraras en la mente de Constance?"
"Oh, eso no es necesario. Lo he visto en cada una de sus acciones. En tu mente, y las veces que ha regresado la he escuchado a través de otros. No hace falta entrar en ella para saber lo que quiere y de lo que es capaz."
"¿De qué es capaz?"
"De todo, Ethel. Constance es poderosa, por algo es directora de la escuela. Pero no es buena, claro que no. Nunca lo ha sido, ¿qué clase de bruja sensata se entregaría a alguien como tú pensando que puede poseerte? Había rumores en mi aquelarre sobre ella."
"¿Qué tipo de rumores?"
"Decían que veía fantasmas. Otros que escuchaba voces. Que hablaba a escondidas con un ente que nadie podía ver. Algunas decían que era un consejero espiritual que invocó en su ritual de iniciación. Yo no estoy segura."
"¿Qué es lo que insinúas?"
"Aurea es una muchacha muy valiosa, ¿sabes?"
"No mezcles las cosas, brujas. Habla claro."
"Pensé que eras más listo, Ethel. Ya ves que no siempre todo está bajo tu control", se burló la desgraciada. "Es obvio que Constance ya sabe que Aurea viene aquí, y probablemente sepa lo que es en verdad", dijo para su sorpresa.
"¿Por qué piensas esto?"
"Tú no lo sabes, tus siervos se dedican a evitarte los problemas. Y han sido varias veces las que Constance llegó aquí poco después de que Aurea apareciera. La sigue. Tal vez piense que la reemplazaste con ella, cosa que es casi cierta."
"Eso último no es verdad, sabes que es por el danan."
"No es cierto. Tú lo sabes, te niegas a admitirlo. Pero lo sé bien porque he estado en las profundidades de tu mente. Sé lo que sientes por Aurea. Ella no es el reemplazo de Constance. Ella es mucho más. Es lo que ninguna otra ha sido, lo que nadie jamás será. Espero que algún día lo reconozcas."
"Deja de decir tonterías y ve al grano". La sonrisa de Marr se hizo más amplia, era tal como dijo, jamás lo admitiría. Ethel no se permitía pensar en eso. No podía querer a Aurea, simplemente no.
"Yo no me fio de las intenciones de alguien que escucha voces errantes. Nunca sabes si lo que te dicen tiene buenas intenciones, muchas han caído en el mal al invocar consejeros espirituales equivocados. Y estoy segura que ya sea por venganza o por locura, le hará daño a Aurea. Cuídala."
"Eso ni siquiera tienes que pedirlo, sé lo que tengo que hacer."
"El que cuida aparta todo mal del camino del ser querido, Ethel. Corta la mala yerba y evita que siquiera el viento la lastime. Piensa en eso." El vampiro asintió, había captado a la perfección lo que tenía que hacer. Y nada le iba a impedir hacerlo. Eso era algo de lo que tenía que encargarse él mismo.
Ethel salió se aquella habitación, dejó a la bruja a cargo de sus siervos y caminó rumbo a su despacho. Era la hora de escuchar el reporte de Kazimir, algo que hasta hace poco solía disfrutar y que últimamente solo le causaba dolores de cabeza.
Iba pensando en las palabras de la bruja. Cambiar a Bardeth del servicio de Aurea era una opción, pues no quería que esa vampiresa acabe probando siquiera un poco de su sangre. No la culpaba, cualquier vampiro se sentiría tentado a morder a Aurea, su energía atraía y que sea Asarlaí resultaba una tentación más grande. Pensando en eso fue que llegó a su despacho, y ahí encontró a Kazimir esperándolo de pie.
—Buen día, padre —lo saludó con una sonrisa. Ethel no estaba de humor, no después de lo que le dijo Marr.
—¿Dónde está Aurea? —preguntó apenas tomó asiento, le hizo una seña a Kazimir y este lo imitó.
—En la sala de entrenamiento, padre.
—¿Cómo la notaste?
—Inquieta. Es obvio que algo malo le pasó en su escapada al bosque, pero no quiso contármelo.
—¿Interrogaste a Noah?
—Dijo que no sabe nada, y que si quieres saber algo contactes con Wolfgnag.
—¿Y qué dice Wolfgang? —preguntó, pues sabía que su hijo no era de entregar información a medias.
—Que quiere reunirse contigo personalmente. Tampoco quiso decirme qué pasó en el bosque.
—Entiendo —murmuró. Ethel recordaba el terror que Aurea sintió hace unos días, pero luego todo se fue calmando. Como siempre que quería evadirlo, la bruja se internó en la escuela y no salió hasta ese día. Le sacaría la verdad a ella, eso no iba a costarle mucho. Aurea era muy transparente con lo que sentía por él.
—Hay otras novedades relacionadas con Aurea, y le advierto que no será de su agrado.
—No me sorprende —comentó resignado. Problemas, problemas. Acababa de salir de una sesión con armonización y una vez más se llenaría de estrés.
—Primero, los Nayruth. No han aceptado retirarse de la negociación para apadrinar a Aurea ni con amenazas. Nuestros contactos secuestraron y mataron al menor como advertencia, pero eso no ha sido suficiente. Cuentan con el apoyo de brujas locales, y acabamos con tres bajas después de un enfrentamiento. —Ethel suspiró. Esa gente de mierda no iba a dar su brazo a torcer.
—Tienen brujas de su lado, pero quieren a la mía —dijo con molestia.
—Supongo que ahora es personal, padre. —El vampiro asintió. Era una guerra personal entre los vampiros de Theodoria y sus enemigos de Berbard. Y no se iba a quedar con los brazos cruzados.
—Me encargaré de eso yo mismo. ¿Qué hay de lo otro?
—Jaaran envió novedades del norte.
—Bien, ¿cuándo llega el padre de Aurea?
—Es complicado. —Hasta notó temor en los ojos de Kazimir cuando pronunció esas palabras. Acostumbrado a darle soluciones, de pronto se presentaba ante él con un problema. A ese punto Ethel se sentía irritado con tantos obstáculos, pero no podía olvidar las palabras de Marr. Ella dijo que entró a la mente de Kazimir, ella sabía que su hijo era completamente leal. No podía castigarlo por eso.
—Con el norte nada es simple, Kazimir. Debí sospechar que eso iba a pasar. —Fue comprensivo. Ni él se la creía—. ¿Qué es lo que dice exactamente?
—Tal vez necesite algo de dinero extra, los sobornos son más caros de lo que esperó. El padre de Aurea no es un preso común, muchos quieren verlo muerto y retrasan los trámites para su liberación. Se está encargando de que le den algunas comodidades hasta conseguir el objetivo.
—Esto va a tardar más de lo que esperé —comentó pensativo. En el norte las cosas funcionaban distinto, y a veces no bastaba el dinero para conseguir que se abran las puertas. Jaaran sabía hacer su trabajo, haría lo imposible por cumplir su palabra.
La lentitud del proceso acabaría por desesperarlo, lo tenía claro. Porque llevar a Charsel Cardini a Etrica era la condición para tener a Aurea tal como deseaba, y esa espera lo angustiaba. Quizá no debería preocuparse tanto, quizá aquello sucedería antes y fluiría sin mayores problemas. Fue Aurea misma quién lo besó, estaba seguro que pasaría otra vez. Muchas veces. Aquel beso lo sintió como un triunfo, la realización de sus deseos. Era lo que quería, que la misma Aurea lo busque y lo necesite. Él no, él no podía ceder ni dejarla notar lo atraído que se sentía. Que la pensaba día y noche, que su cuerpo la anhelaba.
Marr tenía razón. Por más que se esforzara en negarlo era difícil huir de lo que sentía. Sí, la deseaba con todas sus fuerzas. Pero también quería más de ella, lo quería todo. Al principio se dijo que solo deseaba corromper su pureza, poseerla, hacerla caer en su trampa. Pero ya no estaba seguro. Era Aurea quien lo atraía y lo tentaba, no al revés.
Ella tenía una vida ajena a él, definitivamente un vampiro no era su mundo entero. En cambio, todo lo que Ethel hacía estaba relacionado con ella. Para protegerla, para cumplir sus deseos, para asegurarse que no los descubran. Todo era ella, sus pensamientos giraban alrededor de la bruja, ella representaba todos sus deseos. Aurea lo estaba consumiendo.
—Supongo que por ahora solo nos queda esperar, envía más dinero a Jaaran para que acelere los trámites.
—Como digas, padre.
—Necesito otra cosa. Quiero que vigilen a Contance Holland. —Kaz lo miró con sorpresa. De seguro aquello le pareció una locura.
—Padre, según el acuerdo con las Briathar...
—Lo sé —le cortó brusco—. Pero este es un asunto de suma urgencia. Extremen cuidados, sean más discretos. No pueden dejar que descubra a los espías.
—Como lo diga, así se hará —contestó con seguridad. Ethel confió en que se haría cargo, ya no había más que decir. Se puso de pie, su hijo hizo lo mismo.
—Me retiro, no quiero que nadie me moleste.
—Si, padre —le dijo, y esa fue la despedida. Kaz tenía mucho trabajo por hacer, y él tenía otras prioridades. La única prioridad en realidad.
Ethel salió del despacho y fue rumbo a la sala de entrenamiento. Se quedó quieto unos segundos en la puerta mientras escuchaba un ruido. La puerta tembló por la energía emitida ahí dentro, algo sonó, era el ruido de los blancos que cayeron. Segundos después escuchó la caída de Aurea, luego se quedó quieta. Era el momento preciso para entrar.
Ella lo percibió. Aurea se levantó del piso, luego se giró a verlo. Considerando que después de ese beso ella acabó huyendo aterrada pensó que lo miraría cohibida, que tal vez empezaría a enrojecer y sus nervios serían evidentes. Eso no pasó. Aurea se plantó firme y no apartó la mirada. Podría jurar que estaba molesta, hasta podía sentir su hostilidad.
—¿Qué haces aquí? —Habló brusca, se cruzó de brazos. Él solo la contemplaba, no podía apartar sus ojos de ella. De su trenza desordenada, la ropa deportiva que se puso para entrenar y que se ceñía con perfección a su esbelto cuerpo. De su boca roja, de esos labios que tuvo la dicha de probar y con los que no dejó de fantasear. Ethel no contestó, solo avanzó firme hacia ella. Moría de ganas por volverla a besar. Y fue justo cuando estuvo a unos centímetros de ella que Aurea dio dos pasos hacia atrás—. Te hice una pregunta, Ethel.
—¿Por qué tan seria, Aurea? ¿Acaso te hice algo y no me enteré? —preguntó sonriendo de lado. Mirándola fijo, provocándola. Él no podía resistirse a ella, cierto. Pero Aurea tampoco.
—No estoy aquí para jugar, vine a entrenar y me estás haciendo perder el tiempo.
—No es necesario que te pongas hostil solo para evadir nuestro asunto pendiente, querida —le dijo suavemente. Volvió a acercarse a ella. Pero Aurea mantenía su postura seria, no parecía siquiera ceder un poco. Algo estaba pasando, y no le agradaba nada. Tal vez él también tenía que ponerse serio y dejar el placer para más tarde—. Bien, ¿tienes algo que decirme?
—Claro que si —respondió muy firme—. Te agradezco por este espacio, porque en verdad lo necesito. He hecho progresos, lo seguiré intentando. Pero nada más, es lo único que quiero de ti.
—¿Disculpa?
—Solo vendré a la mansión para entrenar, luego me iré y eso será todo. No quiero que tus vampiros me vigilen y protejan, no quiero que me pagues la escuela. No quiero ropa, no quiero nada. Ya veré una forma de reponerte todo lo has gastado, solo necesito tiempo.
—¿Y por qué de pronto ese arrebato de independencia?
—Porque ya no quiero nada de ti. No voy a volver a verte. No me interesa que seas mi danae, no quiero que me sirvas. No te quiero cerca de mí y es el fin de la discusión. —Ethel se quedó mirándola perplejo. ¿Qué rayos le había pasado para que de pronto tome esa decisión? ¿Solo fue por el beso? Oh no, no lo creía. Había pasado algo más, estaba seguro. Algo que tal vez se relacionaba con el incidente del bosque.
—¿Por qué me estás diciendo todo esto? —preguntó sin entender. No. Aurea no podía dejarlo de lado. No iba a permitirlo.
—¿Acaso no es obvio? Ya me cansé de esto, de depender de ti. Pagaste mis deudas sin que te lo pidiera, ahora te debo dinero. Me presionas para que haga lo que tú quieres, incluyendo asistir a esa ridícula gala. Me fuerzas a mentirle a Abish, y ya no quiero más de eso. Se acabó, tú no me mandas más. Yo soy la dhan, tú harás lo que yo diga. —Se plantó tan firme ante él que hasta podía creérselo. Si fuera Aziza Asarlaí ni siquiera dudaría en ponerse de rodillas ante ella y ceder. Pero no, era solo una bruja en entrenamiento. Por más poder que guarde en su interior no iba a dejar que ella lo domine.
—Estás muy equivocada, Aurea —contestó serio. Dio un paso largo hacia ella, Aurea no se movió. Estaban frente a frente mirándose molestos, y ninguno estaba dispuesto a ceder—. ¿En qué mundo alguien como tú puede pasar sobre mí?
—En este mundo, Ethel. A ver si lo entiendes de una vez.
—Vas a necesitar algo más que palabras para someterme. Si crees que voy a ceder a tus ridículas amenazas te equivocas.
—¿Quieres que te golpee con enerkinesis para que entiendas? ¿Es eso?
—Inténtalo. —La tensión era palpable. Por unos segundos Ethel tuvo la seguridad de que Aurea iba a atacarlo, que lo lastimaría en serio. Ya había visto lo que era capaz de hacer, sabía que podía dañarlo. Y solo esperó ahí, firme, dispuesto a aguantar el golpe. La bruja le sostuvo la mirada, pero luego la apartó. No pudo siquiera formar una bola de energía en una de sus manos. El vampiro contuvo la sonrisa. Lo sabía, Aurea no era capaz de atacarlo. No a él—. ¿Qué decías? ¿No que ibas a hacerme entender a la fuerza cuál es mi lugar? —Se burló, Aurea le devolvió una mirada molesta.
—Ya escuchaste mi decisión.
—La cual no pienso cumplir.
—Ethel, necesito que te alejes de mí. En serio.
—¿Y por qué esa necesidad? —Cuestionó. Ella no se atrevió a responderle, pero él lo sabía. O creía saberlo—. Ni siquiera tienes que decirlo. Tienes miedo de mí, de nosotros. Puede que intentes apartarme con hostilidad, pero no vas a lograrlo. —Ethel habló suave. Se acercó más a ella. Sabía que su presencia le resultaba tentadora, que no podía resistirlo—. Tú me besaste, Aurea. Me deseas y lo sabes. No importa que quieras alejarme de ti, no importa que grites y me des órdenes. Eso no va a cambiar nada. Me seguirás deseando, y tienes miedo de llegar lejos. Y sabes que quieres ir más lejos, hasta lo más hondo.
—No... no es eso. —Por primera vez le tembló la voz. Lo estaba logrando.
—Lo es y lo sabes. —Lentamente llevó una mano a su mentón. Lo tomó despacio, levantó su rostro. Estaban tan cerca. La tentación que ella era para él se hacía cada vez más irresistible.
—No —lo apartó molesta—. Es que sé lo que quieres hacer conmigo, y no voy a dejarte.
—¿Y qué es lo que quiero hacer según tú?
—Abusar de mí. Quieres que sea tuya, quieres violarme. Eso es lo que quieres —habló con tanto resentimiento que lo dejó perplejo. No podría creer lo que escuchaba—. ¡No te atrevas a negarlo, Ethel! ¿No es eso lo que has deseado desde un inicio? Someterme a ti, ablandarme, moldearme a tu gusto, tenerme. Por algo has pedido mi cuerpo como pago por el rescate de mi padre, ya no pudiste ocultarlo.
—Aurea...
—¡No lo niegues! —Le gritó, y hasta levantó un dedo acusador—. ¡Admite de una vez que quieres abusar de mí! ¡Quieres hacer lo mismo que hizo Nevell con América, y no voy a dejarte! —Aquello fue más de lo que esperó escuchar. Ethel estaba atónito viéndola temblar, hablar con rabia, con miedo. Le temía, algo que jamás deseó.
—¿Fue ella quién te metió esas ideas en la cabeza?
—América no me dijo nada, fui yo la que me di cuenta. Así que no tienes que usar la máscara de la amabilidad y del buen danae, ya no voy a creerte. Y no te daré lo que quieres jamás.
—No estás pensando con claridad.
—¿En serio? ¿Eso es todo lo que vas a decir para defenderte?
—Yo no quiero abusar de ti.
—Tal vez tenemos conceptos diferentes de abuso, ¿será? Porque hasta donde sé es lo que has estado buscando hasta ahora, presionarme para que sea tuya. ¿O es que algo no me quedó claro?
—No es así. —Se defendió, y sabía que era en vano.
—Mientes.
—¡No quiero violarte! —Se sorprendió por el tono de su voz. Desesperado, así sonó. Porque sí creía que Aurea estaba dispuesta a apartarlo, podía notarlo en su determinación. Y él no iba a perderla—. No es eso lo que quiero, no voy a hacerte daño jamás —confesó.
—¿Qué es lo que quieres entonces? ¿Acaso puedes decir algo en tu defensa?
—Tal vez... tal vez tienes razón en algo. —Titubeaba. Se desconocía, él no era así. Él no dudaba, él siempre tenía el control. Pero ahí estaba, frente a una bruja, intentando hacer lo posible por retenerla—. ¿Quieres saber la verdad? Te deseo. Aunque eso ya debes tenerlo claro. Te deseo, es verdad. Y sé que no puedo tocarte, que no debo hacerlo. Eres una Asarlaí, tengo que mantenerte a salvo y pura. Ni siquiera estoy pensando en forzarte a nada cuando tu padre esté aquí, pensé que no sería necesario. No puedo estar contigo, pero a la vez es lo único que quiero. —La dejó sin palabas, y solo entonces la notó flaquear—. Te estoy diciendo la verdad.
—Pero tus acciones...
—Lo sé —interrumpió de inmediato—. Tal vez me tomé atribuciones contigo que no me correspondían, pero no fue para condicionarte a que vayas a mi cama.
—No te creo —le dijo, logrando que se desesperase más—. Nadie da tanto sin esperar obtener nada a cambio, lo sabes. Y tú querías tenerme en tus manos, que dependa de ti. ¿Vas a negarme eso también? No puedes. —¿Cómo defenderse de esas acusaciones? ¿Acaso no tenía algo de verdad? Sus intenciones no fueron puras, desde el inicio quiso darle la vuelta al vínculo que tenían. Ponerse en la cima, que ella esté subordinada a sus deseos. Pero claramente el Dán no quería nada de eso y se había encargado de torcer todo a su favor—. ¿Lo ves? Ni siquiera puedes contestarme.
—Tal vez lo hice todo mal —admitió—. Estoy acostumbrado a controlar todo, a ser el rey. Quise controlarte a ti también, y me salió todo mal. ¿Eso es lo que querías escuchar? —dijo, e intentó esconder la vergüenza que sentía. ¿Hace cuánto que no se sentía así? Solo esa bruja había logrado ponerlo de esa manera.
—¿Por qué debería creerte?
—Porque es la verdad, ¿qué más quieres que te diga? ¿Acaso pretendes que te ruegue? Pues no lo haré. Ya fue suficiente, Aurea. No voy a humillarme más ante ti, eres libre de creerme o no. Solo debes tener bien claro que no quiero lastimarte, que jamás lo haré.
Aurea calló, pero le devolvió una mirada llena de dudas. Le creyó, podía notarlo. Esa hostilidad inicial con la que le habló había desaparecido, la bruja tenía el corazón acelerado. ¿Por qué seguir negando lo que sentían? Él ya lo había admitido, y ella también al besarlo. ¿Para qué seguir callando? ¿Por qué no entregarse a sus deseos? ¿Qué los detenía? "Ella tiene dueño", se dijo con rabia. Petrus la marcó primero, y haría cualquier cosa para tener a su hembra. No iba a dejarlo, Aurea nunca sería de esa bestia. Ese Petrus y su marca no podían detenerlo. Nada podía.
Ethel se acercó más a ella. La bruja estaba paralizada. Tomó despacio sus mejillas, aproximó su rostro al suyo y sus frentes quedaron juntas. La sintió suspirar, su aliento suave y lleno de vida parecía llamarlo. Fue la misma Aurea quien se encargó de acortar el espacio entre ellos, pegó su cuerpo al suyo. El vampiro se mordió el labio inferior cuando sus senos rozaron su pecho. Como deseaba tocarlos, besarlos, acariciarlos con su lengua. Quería que la ropa desapareciera.
—No podemos, Ethel —murmuró Aurea con la voz temblorosa—. Yo aún no sé si creerte.
—Yo no te he forzado a acercarte. Puedes irte ahora si quieres, no voy a abusar de ti nunca. Dime si no me quieres más, si es así me alejaré ahora mismo. Solo pídemelo y cumpliré —contestó muy seguro. Una parte de él tuvo miedo de la decisión de la bruja. Que tenga la suficiente fuerza de voluntad de mantener su postura y lo echara a un lado. Así lo apartaría para siempre, y tal vez por dignidad él no tendría valor para acercarse a la que lo rechazó.
Pero Aurea no hizo eso. Lo besó como la última vez, y eso fue todo. Solo eso bastó para desatar en él a la fiera dormida que ardía de deseo por ella. Besó sus suaves labios sin cansarse, profundizando el beso hasta dejarla sin aliento. La apretó contra su cuerpo, deslizó sus manos de sus mejillas a sus hombros, luego a sus brazos y hasta llegar a sus caderas. Los brazos de Aurea lo rodearon, ella también lo besaba como si de eso dependiera todo. Ella también lo quería así, sin importarle las consecuencias. Lo deseaba y no podía resistirse más.
No quería detenerse, no quería dejar de tocarla. Apretó sus nalgas, sintió las manos de Aurea bajar por su espalda e intentar quitarle la camiseta. Ethel solo se apartó un poco para dejar que lo toque, y lo hizo. Esos finos dedos pasearon de su espalda a su pecho, de su pecho al torso, y se detuvieron justo ahí. Tan cerca del bulto bajo el pantalón.
—Espera, espera...—Aurea apartó sus labios de los suyos. Respiraba agitada—. No vamos a hacerlo, ¿si? Sabes que no puedo —agregó con cierto temor. Por supuesto, casi lo olvida. Por más que la deseara con todo el ardor del mundo no podía ir más allá de eso. Aurea no era una iniciada, y definitivamente no estaba lista para despertar energía sexual. Menos con un vampiro.
—No haré nada que no desees, Aurea. ¿Quedó claro? —le dijo, sintiéndose cada vez más sorprendido de sí mismo. Estaba acostumbrado a tomar lo que sea sin pedir permiso. Pero con Aurea sería siempre su voluntad primero, él tendría que acostumbrarse a eso. Maldita sea su suerte.
—Bien... yo... nosotros... ¿Estamos juntos o algo así?
—Qué interesante pregunta. —Algo a lo que no sabía cómo responder.
Una bruja y un vampiro, eso no podía pasar. Los primeros fueron Mstislav y Aziza, si es que lo que su padre dijo fue cierto. Y no funcionó. Lo suyo con Constance tampoco funcionó. Sus naturalezas eran tan contrarias, sus vidas tan distintas. No podía ser, no cabía ninguna relación formal entre ellos. Pero Aurea lo miraba a la expectativa, con esos bellos ojos que tenía. Ilusionada tal vez, con el corazón latiendo a mil por hora. ¿Cómo negarle algo a su bruja? ¿Cómo decirle que no? Imposible.
—Estamos juntos. —Claro que fue lo que quiso escuchar, pues apenas dijo esas palabras Aurea volvió a besarlo.
—Ethel —susurró sobre sus labios—. Sabes que no podemos...
—Ahora no. Ya sé que no puedes, que no estás listas. Puedo esperar... o eso creo. —Ella le sonrió de lado. No podía esperar mucho en realidad, no hacía otra cosa que pensar en las mil maneras de estar con ella.
—Tal vez sea más pronto de lo que creemos.
—Tal vez...—murmuró él mientras la observaba.
Más que su cuerpo deseaba todo de ella. Porque le fascinaba sentir el palpitar incesante de su corazón, verla enrojecer, notar el brillo en sus ojos, palpar su piel tan suave. O imaginar el sabor de su sangre. Puede que sea solo el vínculo, eso lo empujaba a sentir las emociones de la bruja, y eso le haría perder la cabeza. Si, lo había pensado. Puede que sea solo el vínculo, y no le importaba.
En ella quería perderse.
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Hola holaaaaaaaaa
Hoy llegué más rápido que la semana pasada para que no me peguen xddd
Espero les haya gustado el capítulo, en especial a las Ethaurea xd iba a decirles sorry a las Aurish, pero me acordé que las Aurish también son Ethaurea y se me pasó XD
Ah, la Aurea tomando malas decisiones como siempre. ¿En qué acabará esto? Solo Luz eterna lo sabe. Bueno, yo también xd
En multimedia, Marr la bruja. Imagen referencial porque fue la única que encontré xd
Hasta la próxima <3
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