24.- El problema del norte

"Querida hija,

Te escribo el mismo día en que recibí tu última carta, aunque presumo igual mi respuesta tardará en llegar. No juzgo a los arrieros del bosque, los caminos están cada vez más peligrosos. Cruzar el bosque es algo que ya nadie se atreve a hacer, a excepción de las mismas criaturas oscuras que lo habitan. He hecho lo posible para poder pagar el correo naval, y también te envío todo lo que he ahorrado, sé que es poco, pero espero te sirva para poder mantenerte un tiempo más en la escuela.

Como debes imaginar, la situación en el País del norte se ha endurecido. Cada vez son más las personas que violan la ley Ferrica, y por lo mismo la vigilancia es mayor. Quizá todo este tiempo estuve en un error, debí escapar a buscarte cuando tuve la oportunidad, pero ya no es posible. Ahora siento que cada paso que doy es vigilado por el corregidor de Senzagul. Ese hombre sabe de mi pasado, sabe todo lo que fui, y cree que soy un posible agitador del pueblo. Por lo mismo mi paga se ha reducido, y cada vez me cuesta más sobrevivir. Quizá la razón por la que no me han matado aún eres tú. Ellos saben que mi hija es una bruja Fiurt, saben que trabajo para mantenerte en la escuela de Etrica. Y solo por eso me tienen en consideración. Pero pronto dejará de importarles.

Aurea, lamento no haberte hablado antes de mi situación. No quería preocuparte, tú estás tan lejos, y es poco lo que puedes hacer por mí. Nada en realidad. ¿Qué hubiera ganado con contarte? Todos somos prisioneros del estado, y cuánto me alegra que hayas nacido bruja para poder escapar del infierno que representa este país para todos.

No tomes esto como una carta de despedida, sabes que tu padre es un sobreviviente. Si logré regresar cuerdo del viejo mundo, ¿acaso este miserable gobierno podrá conmigo? No, amor. Yo no lo creo. Pero decidí que ha llegado el momento de que sepas la verdad. Muchos lograron escapar, es cierto. Y aun así sé que la mayoría no ha sobrevivido a los piratas costeros, mucho menos a los peligros del bosque. Aquí lo único que nos queda es aguantar al gobierno, o morir en busca de la libertad. Y yo he preferido vivir trabajando casi como un esclavo aquí para que puedas siquiera tener algo que comer cada día.

Ojalá pudiera ir a ti, Aurea. Estoy cansado de extrañarte, de mirar al cielo y rogar a alguna deidad que me diga cómo estás. Solo vivo con la esperanza de saber que te convertirás en una gran bruja como tu madre. Y que quizá algún día volverás tus pasos a casa para liberar a los prisioneros. Sé que nos volveremos a encontrar. Ahora solo te ruego que te quedes en Etrica, no vuelvas.

Vivo cada día recordando tu tierna sonrisa, y aunque no lo creas, esta no ha cambiado. Gracias por la fotografía que enviaste de tu última ceremonia de paso de nivel en la escuela. Por Luz eterna, eres tan hermosa como tu madre. Y si, esa sonrisa que tienes en la foto es la misma que recuerdo. Sé que es difícil, pero sigues siento esa pequeña bruja llena de luz que dejé partir para librarla de Senzagul.

No puedo escribir más, es lo máximo que puedo pagar en el correo. Sé fuerte, resiste.

Te ama,

Charsel Cardini"


Aurea ya no sabía cuántas veces había leído la carta de su padre. Tampoco cuántas veces se había secado las lágrimas. Estaba sentada en un rincón del patio principal de la escuela mientras leía, y había notado que varias de sus compañeras la miraron con curiosidad. Nadie le habló, comprendieron que en ese momento no deseaba nada de nadie. Mejor así, necesitaba un poco de tiempo para digerir todo lo que leyó. Si antes había pensado que las cosas estaban terribles, se había puesto peor.

En el País del norte gobernaba la dinastía Ferré. Descendían, según sabía, de una facción radical de los hijos de la Luz, quienes alguna vez tuvieron el control del desaparecido país de Aucari. Y claro, ni el pasar de los siglos había detenido a esos maniáticos. Todo lo contrario, en los últimos años se habían puesto más extremistas que nunca. Ellos representaban a la religión antigua, una que nunca se extinguía. Todo lo contrario, renacía cada cierto tiempo con argumentos más vomitivos que la anterior generación. Y claro, la dinastía Ferré cultivaba las viejas costumbres, ya que según ellos ese fue el orden correcto que llevó a la gloria Xanardul después de la destrucción en la era de los espíritus.

En el País del norte existían un sinnúmero de reglas restrictivas, todas a favor de la corona y los poderosos por supuesto. Adoraban a las brujas Asarlaí, o el recuerdo de ellas. Las brujas Fiurt eran siempre las más privilegiadas, casi intocables. También había otros aquelarres de brujas, pero estas no gozaban de la inmunidad de las Fiurt. En ese sistema que ponía a la magia blanca por sobre todo lo demás, eran los hombres quienes seguían en la escala de poder. Eran ellos los que dictaban las reglas a favor de todos, y eso incluía mantener a las mujeres sumisas y calladas.

Sin contar la dominación que ejercían sobre sus mujeres, la ley que más molestaba a Aurea era la Ferrica. La que prohibía que los súbditos del rey abandonen el país. Los ciudadanos le pertenecían a la corona, siempre estaban vigilados. Y claro, no podían hacer nada sin escapar del control de las autoridades. Ellos se encargaban de asignar trabajos, un hogar, una tierra para trabajar, y una esposa si era necesario. Por eso su padre no podía escapar, y aunque pudiera, sería muy difícil para él llegar a Etrica.

El bosque para empezar. Las personas solían pagar a los arrieros, quienes conocían todos los caminos seguros y se movían en caravanas, para que los guíen a salvo a través del bosque. Pero su padre no tenía dinero para eso. Todo lo que ganaba, después de tributos, se lo daba a ella. La otra opción estaba en el mar, dominado por el comercio ilegal y piratas que navegaban dentro de la zona que fue aislada por las Asarlaí al inicio del pacto. Otros cruzaban hasta el continente de Ursova y comercializaban con reliquias del viejo mundo. Era muy peligroso, y pocos sobrevivían a ese viaje. Pero al menos el correo marino funcionaba mejor que el terrestre, por eso estaba tan caro.

Aurea se sentía impotente. Tenía que ayudar a su padre, tenía que sacarlo de ahí. El corregidor de Senzagul lo tenía fichado, todos conocían el historial de papá. Antes, cuando la ley Ferrica no era tan severa, Charsel Cardini se lanzó a la aventura y se fue por años. Viajó a través del bosque, pasó por Etrica y ahí conoció a unos amigos con los que cruzó por el sur hacia el viejo mundo. Cuando regresó a Senzagul fue con una hija en sus brazos, y nadie pudo creérselo. Volvió, pero porque no tuvo alternativa. El peligro había cruzado desde el sur, y llegar al País del norte fue la única forma de protegerse que encontró.

Para el corregidor de Senzagul su padre era una amenaza. Un mal ejemplo. Un hombre que rompió la ley ferrica y desafió a las autoridades del país. Podían acusarlo de cualquier cosa, como ser un agitador, incluso un revolucionario. Quizá alguna vez lo fue. A Aurea no se le hacía difícil imaginar a su padre joven, arrebatado, conquistando a todos con esa sonrisa encantadora que tenía, haciendo lo que le dio la gana.

A veces, cuando era niña, padre le contaba historias del viejo mundo. Del antiguo reino de Aucari y de la caída de su asqueroso régimen, el mismo que en ese momento parecía dominar su propio país. Le contaba de la historia de las damas de la revolución de Aucari, era de sus favoritas. Le contó incluso la de la sirena maldita que escapó del mar en busca de un alma humana y de libertad.

Todos sus cuentos tenían un mensaje revolucionario. Libertad, lucha, resistencia. Una vida de resistencia, como decían las mujeres y brujas de la era pasada. Papá alguna vez fue la llama de la revolución, y esas llamas se habían extinguido. De él ya no quedaba nada. Le dolía en el alma pensar en eso, en todo el sacrificio que papá hacía por ella.

Aurea se llevó las manos a la cabeza, quería llorar otra vez. No podía tolerar que su padre siga en ese maldito lugar, tenía que hacer algo. Cualquier cosa. Él le enseñó a ser fuerte, a resistir. Siempre se lo decía en sus cartas, y eso hacía. Por eso, cuando la idea pasó por su mente, tuvo miedo. Y pronto tuvo la certeza de que era lo único que podía hacer para salvar a papá. Tenía que pedirle ayuda a Ethel.

Estaba segura que iba a empeorar su situación con el vampiro al pedirle favores, pero ya estaba bastante arruinada como para preocuparse por eso. Tenía que hacer ese sacrificio por papá. Aurea se puso de pie decidida, apenas saliera de la escuela y viera a su danae le pediría aquello, y esperaba que no se negara. Quizá le pida algún favor a cambio de ese trabajo extra, sabía que traer a una persona de Senzagul iba a ser difícil hasta para un vampiro como él, pero tenía que arriesgarse. No importaba lo que fuera a pedirle, ella lo haría. Cualquier cosa por papá, no iba a abandonarlo en ese maldito lugar.

La bruja dobló la carta en cuatro y la guardó en el bolsillo de su blusa. Eras las primeras horas de la tarde y se suponía que tenía que repasar sus lecciones. Esos últimos días habían sido una locura y no tuvo tiempo de nada. No estaba en su mejor momento, con todo lo que le pasaba le era difícil concentrarse en las clases. Lo bueno para ella era que siempre había tenido buena memoria para los hechizos, se le hacía fácil recordar cada palabra. Quizá sufriría un poco en la prueba de herboristas, pero como le caía bien a la maestra Grace de seguro aprobaba.

Empezó a caminar tranquila de vuelta a su habitación, cuando la persona que menos esperó ver en ese momento le salió al encuentro. Aurea frunció el ceño, ella en cambio parecía bastante tranquila. Pensó que se haría a un lado, que le lanzaría algún insulto como siempre para luego seguir su camino, pero nada de eso pasó. Eleanor la miraba fijo, y además se acercó a ella. Por alguna especie de milagro estaba sola, ninguna de las brujas antipáticas de su séquito la rodeaban. Hace mucho que no se encontraban a solas, no era común. Siempre había testigos cerca, y no sabía qué esperar de ese encuentro.

—Cardini —dijo Eleanor al fin. Por alguna razón no le parecía tan agresiva como las otras veces.

—Llevo prisa, se me ha hecho tarde para estudiar.

—Ajá. Pero debo hablar contigo antes.

—¿Eh? —le dijo extrañada—. ¿Tenemos algún tema pendiente?

—Algo así.

—Eleanor, en serio no creo que tengamos nada que hablar tú y yo —le contestó muy seria. No tenía tiempo para soportar burlas, no tenía humor para nada en realidad.

—Yo creo que si —le dijo muy segura la bruja pelirroja. Y en ese momento lo sintió. Algo rozó su pierna derecha. Algo peludo y pequeño. Contuvo la respiración, no lo había sentido, ni siquiera lo vio rondar por ahí. Cuando bajó la mirada vio a un enorme gato gris. Y este le devolvió la mirada con unos increíbles ojos vivaces. Hasta podría jurar que le vio una sonrisa.

—Ah, ahí estaba Mourne. Ven acá, deja en paz a la rubia. Claramente no es amiga de los animales.— El gato la rodeó, y pronto acabó en los brazos de Eleanor de un salto. Aurea se sintió algo incómoda con la mirada del gato, y eso porque no era un simple animal. Era un espíritu protector.

Todos los aquelarres tenían uno o varios de ellos, y por lo general estos tomaban forma de animales. Por ejemplo, el aquelarre Fiurt tenía una lechuza blanca, y también otras aves. La mayoría de los espíritus tomaban forma de gato, a veces de perros, pero eso no era común. Y sabía bien que en el aquelarre Briathar había varios gatos, todos espíritus que protegían al aquelarre. A la escuela estos no solían entrar, pero las alumnas de nivel diez como Eleanor tenían que cumplir algunos deberes con su aquelarre, y uno de ellos era cuidar de un animal protector. Seguro esos días era responsabilidad de Eleanor, y solo por eso le permitieron llevarlo a la escuela.

Mourne la miraba fijo, como si pudieran leer en ella. Le hizo gracia el nombre, en realidad le gustó bastante. Hace siglos existió un aquelarre tan poderoso, descendiente de las hechiceras antiguas de la era de los espíritus. Por mucho tiempo las cazaron hasta desaparecerlas, pero siempre renacían. Se contaba que la bruja mentalista Inxi Briathar se encontró con ellas. En ese entonces ella ni sabía que era una bruja, desconocía sus grandes poderes, y ellas le salvaron la vida. La protegieron, la ayudaron a descubrir su potencial. Y luego la presentaron ante Aliena Dulrá, quien en ese entonces era la bruja oscura más temida del bosque. El resto era historia. Así, poco a poco, se juntaron las brujas legendarias y se ordenó todo. No se sabía qué fue del aquelarre Mourne, quizá desaparecieron. Quizá seguían entre ellas.

—Vamos, Aurea. Tengo algo que decirte —insistió Eleanor, y ella intentó no ponerle atención al gato.

—No entiendo qué quieres conmigo —contestó más seria—. No hemos hecho otra cosa que discutir todo el ciclo, tú y yo no tenemos nada en común.

—¿Cómo no? Somos familia. Quizá no hermanas de aquelarre, pero somos brujas después de todo. No nos llevamos bien, es cierto. Pero eso no significa que no lamente lo que te hicieron.

—Ah vamos, no quieras engañarme. Hablas como si te importara lo que me pase —respondió brusca. Pero Eleanor solo la miraba tranquila, cosa que le parecía increíble. Ni siquiera tenía la postura altanera que le conocía, no le dedicó una mirada desdeñosa como siempre. Si quería engañarla lo estaba haciendo muy bien.

—No seas estúpida, Aurea. Que crea que eres una idiota básica no significa que te desee el mal. ¿En serio piensas que me alegré por lo que te hizo Candem? Apenas me enteré...— se cortó, y bajó la mirada. Bien, eso era más raro aún. Eleanor suspiró, sea lo que sea que iba a decirle, parecía ser algo difícil—. ¿Quieres saber por qué me enojé cuando Candem terminó conmigo para acercarse a ti? Pues mira, tenía un voto de silencio al respecto, pero ya me autorizaron a romperlo en este caso. Monté en rabia porque te metiste con ese miserable y yo no podía decirte que te alejes. Nadie podía hacerlo, aunque sabíamos lo que podía pasarte tuvimos que dejar que las cosas sigan su curso para no arruinar la investigación.

—¿Qué...?— No supo qué responder, estaba en verdad sorprendida. Intuía lo que seguía.

—Candem y algunos de sus amigos llevan un tiempo haciendo estas cosas, comprando pócimas ilegales para abusar de algunas mujeres o brujas —le explicó Eleanor con calma—. No sabemos quién las prepara, y como sabes, los desgraciados pagan por proteger su mente a algunas brujas poderosas y que no podamos acceder a sus recuerdos. Mi misión era usar a Candem para llegar a la proveedora de esa pócima y arrestar a la mentalista responsable.

—Espera, pero tú y él estaban juntos, ¿verdad? En serio te metías él... quiero decir... Oh... mierda.— Estaba nerviosa, porque Eleanor le estaba revelando algo importante del aquelarre Briathar, algo que habían ejecutado en secreto. Y en serio era algo delicado, porque esa misión tuvo como objetivo librar a Etrica de una mentalista malvada e irresponsable que vendía sustancias ilegales a riquillos violadores como Candem.

—Claro —respondió Eleanor con desdén—. La barrera que tienen Candem y los otros está bien diseñada, así que para que no note ni le duela mi intromisión tenía que aprovechar sus momentos de debilidad para hurgar en su mente. El climax es un buen momento para eso, ¿sabes? Así que cumplía mi misión, y de paso lo utilizaba para acumular energía sexual. Era como matar dos pájaros de un tiro, salvo que no terminé mi parte. En fin, eso ya no importa, el tipo se va a morir en cualquier momento. Ya nos las arreglaremos, logré encontrar en la mente de Candem lo suficiente para identificar a la desgraciada.

—Ahhh... ahora entiendo todo —le dijo, y se sintió arrepentida de inmediato. Y ella que creyó estúpidamente que al bajarle el novio a Candem le dio un golpe a Eleanor, cuando en realidad arruinó la misión de las mentalistas y de paso se puso en peligro—. En serio no fue mi intención, quiero decir... Bueno, sí quería joderte un poco en plan broma, pero no tenía idea de lo que hacías. Si tan solo hubiera sospechado...

—No tenías forma de saberlo —le cortó Eleanor mientras acariciaba la cabeza de Mourne. El gato ronroneó, luego volvió la mirada hacia ella—. Apenas me enteré que Candem quería estar contigo supe que intentaría hacerte daño, pero no podía revelar nada. Nadie podía, si actuábamos para detenerlo él y sus amigotes iban a sospechar que los estuvimos vigilando todo el tiempo, hubieran desaparecido las pruebas. Lamento que las cosas se hayan puesto peor de lo que esperaba, no lo detuvimos a tiempo y tú pagaste las consecuencias.

—¿Esa es una disculpa?

—Si, en nombre de la División de Mentalistas infiltradas del aquelarre Briathar —le dijo ella. Aurea seguía mirándola con sorpresa. Eleanor pidiendo disculpas era algo inaudito.

—Bueno... ya... ya pasó —contestó aún sorprendida—. No pasa nada, no hay rencores. Como dices, Candem se muere en cualquier momento igual. Yo... ah... vaya, no lo puedo creer.

—¿Qué parte es la que te resulta tan increíble?

—No lo sé, todo. Tú aquí pidiendo disculpas, contando algo tan delicado.

—Nadie puede ser tan estúpida para difundir lo que acabo de contarte. No me decepciones —ella asintió. Claro que no pensaba revelar esa información a nadie, sería imperdonable.

—Eleanor...

—¿Si? ¿Tienes otra pregunta?

—No, yo solo...— No sabía cómo decírselo. De pronto se sintió tonta por no haberle creído cuando le dijo que lo lamentaba. Podían tener sus diferencias, podían pelear casi todo el tiempo incluso. Pero ella tuvo razón, eran familia después de todo. Eran brujas, y las brujas siempre tenían que estar unidas—. Es horrible que hayas tenido que pasar tanto tiempo con él, sobre todo sabiendo lo que hacía a escondidas.

—No fue tan horrible como parece —dijo y se encogió de hombros—. Candem creía que se divertía conmigo, cuando todo el tiempo fui yo quien le vio la cara de estúpido. Era divertido usarlo, saber que mientras él bajaba sus barreras conmigo yo me aprovechaba en todos los sentidos. Los hombres solo sirven para una cosa, y está bien usarlos. Sobre todo si son tan repugnantes como él.

—Ahhh... ya veo. Tú también eres así —se le escapó eso. Eleanor la miró sin comprender, hasta el gato parecía confundido por sus declaraciones—. Me refiero a que no te gustan los hombres.

—Pues no, para nada. Me desagradan en muchos sentidos, pero acumular energía sexual solo sirve con ellos. La dualidad, ya sabes. Femenino, masculino, esas cosas. Eso es algo que tengo bastante claro.

—Es que...

—¿Qué cosa?

—Es que a mí sí me gustan los hombres. O sea, en serio. Me agradan —admitió. La mayoría de las brujas hablaba con desdén de todos los hombres, y eso hasta tenía justificación histórica, Aurea lo entendía bien. Ella también lo hacía de vez en cuando.

—¿Cómo podrías saberlo? Sigues siendo virgen. Cuando veas una verga flácida o a un tipo que no te dura ni cinco minutos vas a cambiar de opinión.

—Ah, gracias por la sinceridad —le dijo sonriendo de lado. Eleanor hasta parecía más relajada, incluso correspondió la sonrisa.

—No esperes nada de los hombres, Aurea. No tienen mucho que ofrecer, y no todos son buenos. Siempre encontrarás a uno que esté dispuesto a intentar someterte. Dicen que no les gustan las brujas porque siempre tramamos algo, pero lo cierto es que no les gustamos porque somos libres. Porque no pueden dominarnos. Ya no más.

—Me temo que ya me encontré con el primer hombre que intentó someterme, y no me fue nada bien —dijo en referencia a Candem. Y no solo él. Ethel también iba por ese camino, y ese vampiro sabía bien como jugar a ganar. Quizá para él eso era como un reto, dominar a la bruja.

—Pues ahora ya sabes como son en verdad. Hasta el más sonriente y amable puede aprovecharse de ti cuando menos lo esperes —advirtió. 

Sabía que tenía que creer en el consejo de Eleanor. Ya había pasado su iniciación, tenía una consejera espiritual, tenía entre sus brazos a un espíritu protector. Pertenecía a una división de investigación de las Briathar, y además admitía que era muy lista. Eleanor sabía de lo que hablaba, y lo mejor era creerle. Pero a Aurea no le gustaba pensar de esa manera. No quería creer que todos los hombres eran malos como Candem. No podía vivir pensando que cualquier hombre que se le acerque solo intentaría aprovecharse. Si, sabía que había razones para pensar de esa manera, después de todo las brujas sufrieron por siglos la crueldad del hombre. Pero ella no podía pensar así. Quizá estaba siendo muy ingenua. Que su padre sea un buen hombre no significaba que todos podían ser como él.

—Bueno, solo por esta vez voy a hacerte caso. Y supongo que esto es una especie de tregua.

—Oh, no lo creas. Mañana nos encontraremos por los pasillos y te pondrás altanera como siempre. Así que no podré ser amigable por mucho tiempo.

—Eres tú la que siempre se mete conmigo —le reclamó ella—. Te gusta darme donde más me duele.

—Eso no es cierto —se defendió Eleanor—. Te molesto con tonterías, y tú ya estás bastante grande para enojarte por eso. Si quisiera ir por ti de verdad te jodería con asuntos familiares, o por tu ascendencia de esclava del País del norte. No jodas, eso jamás lo haría. No soy una perra cruel.

—No me hace gracia que digas eso, Eleanor —le dijo cruzándose de brazos—. No hables de cosas que no entiendes.

—¿Lo ves? Jamás tocaría esos temas para molestarte.— Aurea apartó la mirada con molestia. Eleanor dijo la frase mágica para acabar de arruinarle el día.

Ascendencia de esclava del País del norte. Y si, los abuelos fueron esclavos de la dinastía Ferré, les dieron la libertad antes de que tuvieran a su hijo Charsel. En teoría papá era un hombre libre. A los ojos de la sociedad de norteña ella no era otra cosa que una apestada de clase baja. La perdonarían por ser bruja Fiurt, pero la seguirían viendo como inferior. Las castas ahí estaban bien definidas, y nadie que descienda de esclavos era bien tratado. Eran gentuza que no merecía nada. Así era como veían a Charsel Cardini en el norte.

—Olvídalo —le dijo ella. Tampoco quería que note lo mucho que le afectaba la sola mención de ese tema.

—Si, bueno... en verdad lo entiendo. Debe ser horrible venir de ese lugar de mierda.

—Has vivido privilegiada por tu aquelarre, Eleanor. Claro que no lo entiendes —le refutó Aurea. Le devolvió una mirada llena de molestia. Y Mourne solo la observaba con curiosidad mientras hablaba. Definitivamente ese gato le estaba leyendo hasta el alma.

—Pero lo imagino, no es difícil ponerse en el lugar de alguien más. Y así puedo entenderte mejor. Vienes de abajo, te ha pisoteado muchas veces. A ti, a tu familia. Por eso eres así, por eso siempre intentas que nadie vea tu lado vulnerable y te pones agresiva. No permites que nadie te haga daño ni pase sobre ti justo por eso. Ya te ha pasado, y ahora no puedes dejar que vuelva a pasar.

—Como odio a las mentalistas —dijo molesta. 

Las brujas de su clase siempre daban en el clavo analizando a las personas, y a veces no tenían filtro para soltar esas verdades incómodas. Eleanor dijo algo muy cierto. Se cubría con hostilidad y sarcasmo casi todo el tiempo, intentaba parecer siempre segura de sí misma. Y lo era, se quería, se valoraba, conocía sus limitaciones y lo grandiosa que podía ser. Aun así siempre habría una parte de ella, una pequeña y maldita parte, que le recordaría como era ser una descendiente de esclavos en el País del norte. La parte que siempre se sentía inferior.

—Si, bueno, a veces podemos ser de lo peor —contestó Eleanor—. Solo si quieres saberlo, es bueno que hayas salido de ese lugar a tiempo. No le deseo el mal a nadie.

—No sé por qué de pronto quieres hacerme creer que te importo y que te preocupas por mí.— Eleanor sonrió de lado. Acto seguido dejó a Mourne en el piso, este rodeaba a la bruja y luego empezó a caminar alejándose de ellas.

—Me caes de lo peor, en serio me resultas insoportable. Me preocupa más el color de uñas que quiero usar la próxima semana que tu vida, pero hay momentos en los que no se puede ser indiferente, ¿no crees? Te pasaron cosas malas, la estás pasando terrible, no lo mereces. Listo, eso es todo.

—Es lo más amable que me has dicho jamás —le dijo aún incrédula.

—Pues no te acostumbres. Sigues siendo una Fiurt básica a la que jamás me cogería.— Las dos se mantuvieron serias un instante, pero luego notó que Eleanor la recorrió de pies a cabeza con la mirada, su sonrisa se hizo más amplia. Oh, oh. ¿Qué pasaría por la cabeza de esa pelirroja insaciable? Ya hasta le daba miedo—. En fin, nunca digas nunca. Eso dice mi madre.

—¿Entonces, por obra y gracia de Luz eterna, de pronto estoy en tu lista de posibles brujas por cogerte? ¿Es eso? —preguntó incrédula. Y sin querer, porque no podía controlar esas cosas, enrojeció. Porque Eleanor era insoportable y todo, pero siempre le había parecido guapa. Le gustó un tiempo, incluso su primer beso fue con ella en juego de la botella. Solo fingió que no para que no se sienta importante y le restó importancia, cuando en realidad fantaseó con eso mucho tiempo. No debería sentir nada por Eleanor, esa desgraciada se había pasado doce años hostigándola y de pronto iba ahí a hacerse la comprensiva.

—Tendría que estar muy borracha —aclaró Eleanor y ella solo bufó.

—Ah, por favor. Cierra la boca, yo no me acostaría contigo jamás.

—Nunca digas nunca.— Listo, estaba roja de pies a cabeza. No le daba buena espina el jueguito de Eleanor, algo tramaba.

La situación se le hizo incómoda, no sabía cómo escapar de esa. O al menos así fue, hasta que escuchó maullar al gato. Tanto ella como Eleanor se giraron a ver, y para su sorpresa, el gato iba directo hacia una persona que lo recibió entre sus brazos con una sonrisa. Era Abish. Una bruja de asistencia al estudiante la escoltaba, jamás hubiera llegado hasta ella por su cuenta.

—¡Pero qué cosita más linda! —dijo la cazadora emocionada. Hasta sonreía enternecida, no le conocía esa faceta—. Eres hermoso, ¿sabías eso?— Y como Mourne no era un gato común y corriente, lo notó bastante creído al recibir ese halago. Dejó que Abish lo acariciara, fue muy amigable con ella.

—Listo, acá está la alumna —comunicó la asistente—. Tiene una hora, luego debe presentarse en el módulo de ingreso.

—Si, claro —contestó Abish sin prestarle mucha atención. Todos sus sentidos estaban en Mourne. La asistente se fue, y estaban las tres solas. Bueno, las tres y el gato—. Hola, Aurea. ¿Es tuyo? No me dijiste que tenías una mascota.

—No, es del aquelarre Briathar —aclaró. Solo entonces Abish reparó en Eleanor. Las dos se miraron, y se reconocieron.

—Te conozco —afirmó Abish mientras avanzaba hacia ella con Mourne en los brazos—. Ibas de vez en cuando al bar de Alistair.

—Si. Y tú eres cazadora de la academia —contestó Eleanor si dejar de mirarla. Aurea frunció el ceño. Definitivamente su eterna enemiga tramaba algo.

—Acá tienes, es precioso —le alcanzó a Mourne, y Eleanor le sonrió. Eso era raro por mil.

—Gracias. Así que vienes a ver a Aurea. No sabía que permitían visitas de pareja los días de semana.

—¡Qué! —terminaron gritando las dos a la vez. Abish y Aurea intercambiaron una mirada, de pronto las dos estaban de lo más indignadas.

—No digas estupideces —le reclamó Aurea a la pelirroja—. No estamos saliendo ni nada, no inventes cosas sin sentido.

—¿Sin sentido? Pues a mí me parece de lo más lógico. La cazadora es guapa, no sé qué esperas —declaró Eleanor. Y en ese momento hasta Abish estaba con la boca abierta.

—Lo que tenemos Aurea y yo no es asunto tuyo —le dijo Abish—. Y solo para que dejes de estar inventando estupideces, somos solo conocidas.

—¿En serio? —preguntó Eleanor incrédula—. En ese caso no te molestaría que pase al bar de Alistair más seguido, ¿verdad? Podemos encontraros por ahí.— Real que Eleanor había enloquecido. Le estaba coqueteando a Abish con todo el atrevimiento del mundo, ¡y en su cara!

—Ya déjala en paz, no seas ridícula.— Le reprochó Aurea, pero Eleanor solo respondió con una sonrisa.

—¿Estás celosa?

—¡No, y ya deja de molestar! Solo tenemos una hora, te agradecería que te largues y dejes de robarnos el tiempo —le soltó ella. Eleanor rio otra vez, pero retrocedió con el burlón Mourne lista para irse.

—Bueno, bueno. Yo respeto las visitas conyugales. Si quieres un consejo, a esta hora no hay taller de herboristas, y la maestra Grace no está por aquí hoy. Podrán coger con calma sin que nadie las moleste.

—Ya deja de joder —le increpó Abish. Y, cosa increíble, tenía las mejillas rojas. Ya sea porque Eleanor intentó ligársela, o porque no se cansaba de insinuar que las dos tenían algo. No importaba. Porque por un instante Aurea hasta pensó que se veía linda así.

—Si, claro...—dijo alejándose mientras contenía la risa—. Aurea, el sexo oral no cuenta como perder la virginidad para tu aquelarre. Aprovecha.

—¡Cállate, estúpida! —le gritó enojada. O avergonzada. Las dos escogidas se miraron, las dos estaban rojas. Hasta acabaron riendo nerviosas.

—¿Siempre es así? —le preguntó Abish.

—No lo sé, en realidad no nos llevamos bien. Ha tenido un repentino arranque de bondad. ¿Sabes? Qué bueno que se largó. De seguro, si hubiera tenido más tiempo, hubiera intentado leerte la mente. Y ese gato... ugh... qué insoportable.

—¿Qué hablas? Está precioso.

—En realidad Mourne es un espíritu protector del aquelarre de Eleanor, ni siquiera es un animal.

—¿Un espíritu como aquel que ya sabemos? —preguntó sorprendida en referencia al Dán.

—No tan poderoso, pero igual de entrometido. Eso te lo aseguro.

—Bueno... en ese caso... pues creo que... Mierda...—murmuró. No se veía nada contenta con la novedad, no lo asimilaba—. ¿Siempre pasan estas cosas en tu vida? Espíritus con forma de gatos entrometidos, lobos violadores, brujas lesbianas con hambre...— En cuanto dijo eso no se pudo aguantar la risa, simplemente soltó la carcajada. Y Abish, en lugar de enojarse, acabó riendo también—. En serio, ¿es siempre así?

—No, es peor.— Porque a pesar de lo mucho que había progresado su relación, Abish no sabía nada de Ethel o de sus negocios ilegales con pócimas. Y no estaba segura de poder contárselo pronto.

—En fin —le dijo ya rendida—. He venido a recogerte.

—¿Disculpa? —preguntó ella sorprendida.

—Mañana es luna llena, ya sabes, llegó el momento del viaje astral.

—Si, ya sé. Pero...

—Dijiste que necesitabas un día de preparación entero y que nadie podía darse cuenta. Así que definitivamente no puedes estar en la escuela hoy y mañana. Puedes quedarte conmigo en la academia.

—¿Y eso lo decidiste hace cinco minutos o cómo fue?

—Has estado incomunicada estos días, Aurea. Ni siquiera has ido a las clases de entrenamiento básicas. ¿Qué te pasó? Cuando llamaba a la escuela decían que las alumnas tenían prohibido contacto exterior estos días.

—Claro, estamos en días de prueba. Y tenía la intención que quedarme de largo a estudiar, he estado muy distraída en clase últimamente. Cuando acaben estos días de descanso se reanudan las pruebas.

—¿Acaso habías olvidado lo del viaje astral de mañana? —le notó cierta molestia en la voz. Y lo peor era que no sabía cómo excusarse con ella.

—No lo olvidé, lo ignoré.

—¿Eh?

—O sea, si me acordaba. Ya tengo la fórmula para el preparado, los ícaros que tengo que cantar, incluso he ayunado para prepararme mejor. Pero...— No quería decirle. Temía que se moleste, que le salga con algún discurso que la haga sentir peor. Lo cierto era que Aurea tenía muy presente lo que estaba por pasar y trataba de no pensar en eso. Porque tenía miedo.

—No quieres hacerlo, estás asustada —le dijo Abish con calma, era casi como si le leyera la mente—. Está bien, lo entiendo. Pero sabes que tenemos que hacerlo —ella asintió. Eso era cierto, ya habían dado muchas vueltas al asunto y no podía retrasarlo más.

—Si, ya lo sé. Aún no termina la jornada escolar de hoy, es hora de talleres opcionales. Iré por mis cosas, ¿tienes espacio para unos libros? En serio tengo que estudiar.

—No hay problema, he venido en auto. Nate me encontró en el camino, así que nos llevará a la Academia —la miró con desconfianza. Nate. No olvidaba que él estaba ligado de alguna forma a Ethel, que quizá era un vampiro. Y uno muy antiguo quizá. Uno que de seguro estaba al servicio de Ethel, y cuando se entere de eso lo iba a reportar.

—¿Y qué le has dicho para justificar esto?

—Algo creíble. En la Academia tenemos dos días de taller de recuperación para víctimas de marcas de licántropos y vampiros, así que le inventé que te ibas a quedar por eso. No ha hecho más preguntas, no es como que le importe mucho.

—Claro...—respondió aún desconfiada.

—Y aprovechando que estarás en la Academia podrás conversar en calma con Zack —agregó Abish. Y la sola mención del científico la puso a temblar. Había pretendido olvidar el encuentro con su otro danae también.

—Si... está bien. Es buena idea —respondió en voz baja.

—A todo esto, ¿lograste averiguar algo sobre Leonard? ¿Qué te dijo el hechizo de ubicación?

—Nada —respondió, y notó la decepción en los ojos de la cazadora—. El objeto que me diste no tiene su energía, es muy disperso. Pero dijiste que es norteño, ¿no? De Senzagul.

—Eso mencionó él.

—Entonces puedo darte una lista de lugares donde de seguro está.

—¿En serio?

—El mundo no es un lugar seguro para los norteños, Abish.— No entró en detalles. Si era cierto que aquel niño que buscaba la cazadora venía del pueblo donde ella se crio entonces estaba bien escondido. Los norteños indocumentados la tenían difícil, sobre todo si eran esclavos que escaparon de sus amos. Incluso lejos del norte podían cogerlos por violar la ley Ferrica. Quizá Abish no lo sabía, pero en Etrica había una comunidad de norteños que se movía con discreción. Así evitaban ser deportados y esclavizados otra vez. No les quedaba de otra que unirse a la distancia. Y eso Aurea lo sabía bien porque varias veces tuvo que recurrir a ellos en el pasado, y al ser una bruja Fiurt tenía beneficios para conseguir información.

—Pues eso suena bien —le dijo Abish más animada—. Ahora vamos, alista tus libros y todo lo que quieras llevar. Ya es hora.

—Bueno...—murmuró. Mentiría si dijera que no estaba asustada. Era más que eso en realidad. Estaba cagándose del miedo por lo que se venía.



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En multimedia, Inxi Briathar. La mentalista

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¡Hola, hola!

Definitivamente este es el último capítulo del año, empezó Diciembre y no tengo tiempo ni para respirar xddd así que aunque es muy pronto, aprovecho para desearles una feliz navidad y año nuevo <3

La promesa del año, adelantada xddd es que una vez que termine Maldita Sirena esta será la próxima historia prioridad. Quiero decir, que la actualizaré semanal, yasssssss



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