Introducción: Los trece

Cuando el portal que unía a los dos mundos se cerró para siempre, y los grandes espíritus quedaron atrapados en el plano de la creación de Xanardul, pocos tuvieron elección.

La luz que fluía de la divinidad de la gran creadora se opacó, y la libertad les fue arrebatada. Muchos quedaron atrapados en un instante que luego se hizo eterno, marcando su condición perpetua hasta la actualidad. O hasta el fin de los tiempos.

Otros, en cambio, conservaron su forma física. Y mantuvieron su poder. Ese fue el gran reto que tuvieron que enfrentar los hechiceros del viejo mundo, pues estos espíritus no eran otros que los paladines de la Oscuridad. Los esbirros de la maligna hermana de Luz eterna. Dispuestos a desatar el caos otra vez, y traer a este mundo a la destrucción que su líder demandaba.

Devastación, Degradación, Pobreza, Hambre, Egoísmo, Soberbia, Rabia, Envidia, Codicia, Egolatría, Crueldad, Insensibilidad y Corrupción. Los llamaron "Los trece monstruos"

El primero de ellos, el espíritu de la Devastación conocido como Uku, quedó prisionero en una montaña del antiguo reino de Nayruth, derrotado por el dios protector llamado Mallku. Pero no fue igual con el resto. A ellos tuvieron que someterlos.

Pronto descubrieron que no podían reducirlos a la nada, ni expulsarlos de Xanardul. Debilitarlos sí, mas no extinguirlos. Fue entonces que tomaron la arriesgada decisión de encerrarlos en un elemento físico, así como Mallku hizo con Uku. Sin más alternativas, y después de elaborar los sellos y hechizos de encierro eterno, los héroes y hechiceros se lanzaron a la caza de los monstruos antes de que hicieran más daño.

Los encierros funcionaron, hay que decirlo, pero no siempre los hechiceros pudieron escoger donde contener a los espíritus malignos. En casi todas las ocasiones, y después de una ardua lucha, tuvieron que improvisar.

Pobreza y Hambre, siempre juntas, quedaron atrapadas en dos torres de la ciudad de Kefortin, ubicada más allá del bosque en el reino de Umbralia.

Degradación intentó esconderse en la casa de unos nobles de Aucari, y sin más elementos a la mano, fue encerrada en un cuadro. Se sabe que los antiguos sacerdotes de la luz del reino lo vigilaban, y se decía que cualquiera que lo viera podía caer en la locura.

Egoísmo y Soberbia se defendieron con fiereza, intentaron llegar a sus hermanos encerrados en las torres. Pero fueron detenidos en el bosque antiguo del viejo continente, y atrapados en dos árboles gemelos que pronto se secaron. Y son los únicos que crecen solos, como muertos, sin flores ni hojas, en medio de la belleza del bosque encantador.

Rabia, Envidia y Egolatría corrieron el mismo destino. En lo alto de la cordillera, en el norte y hacia los confines del mundo, hay un nevado que llaman Wëvius. Y allí quedaron ellos, entre lagos congelados y piedras frías, conduciendo a la muerte a cualquiera que deseara cruzar el paso.

La Codicia no se rindió fácil. Quiso llevar el caos a la sagrada Isla de Issenis, pero fue detenida en el antiguo reino de Albyssini. Allí lograron encerrarla en una corona de oro y joyas preciosas. Se dice que muchos monarcas la desearon, pues daba grandes poderes. Pero solo era una trampa del espíritu para apoderarse del alma del portador.

De la Insensibilidad se dice que nunca fue capturada, pero otros cuentan que la atraparon en una roca que luego arrojaron al mar. Se sabe que cayó en una fosa, y que ningún ser pensante ha llegado allí jamás. Se pudre en lo hondo de los mares, ardiendo de impotencia.

Crueldad fue un hueso duro de roer. Siempre dispuesta a causar sufrimiento, se ensañó con los magos que quisieron atraparla, destruyendo a casi todos. El único objeto que pudieron usar para encerrarle fue un látigo de cuero, uno que representaba en su mera existencia la imposición de autoridad, la dominación y la ausencia de compasión. Usado para infligir daño, se dice que los antiguos hechiceros oscuros Dulrá lo custodiaron.

La última en caer fue la Corrupción, también llamada Ardis. Un espíritu escurridizo y manipulador que cumplía al pie de la letra con el significado de la palabra que le daba nombre. Al último de los trece monstruos le atraparon en un espejo, pensando que tal vez sería sencillo, como pasó con el cuadro donde quedó Degradación.

Pero Ardis no estuvo lo suficiente débil cuando la encerraron en el enorme espejo, y extendió sus garras de dominación por el viejo mundo cada vez que caía en las manos de alguien. La más célebre fue la reina malvada de Berbard, quien sometió a su pueblo a una tiranía sangrienta y corrupta, hasta que su hija, la princesa Blanche, se unió a Theodoria para derrotar al espíritu y a su propia madre.

Mucho se ha dicho de Ardis desde entonces. Se sabe que al inicio fue un espejo enorme, de piso a techo, ancho como la pared de un salón. Pero fue dividido en partes, pensando que así debilitarían a la Corrupción. Por lo mismo, Ardis encontró una forma de extenderse. Con los años, algunos trozos de su espejo fueron destruidos. Pero otros fueron guardados con celo.

Se ha hablado de avistamientos, pero hay pocas pruebas al respecto. Por lo que se sabe, este espejo maldito quedó en las ruinas del viejo mundo. O tal vez no. Tal vez la misma Ardis espera para mostrarse ante un nuevo portador.

El espíritu de la Corrupción no conoce el tiempo, como sus hermanos. Y puede extender sus redes poco a poco y de forma imperceptible.

Que nos libre Luz eterna de ella. Que jamás llegue a nuestro nuevo mundo siquiera un trozo pequeño de Corrupción.

Memorias de Xanardul - Amphelise de Thacir

Los trece monstruos




Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top