🎅🏻 Especial de Navidad 2024 🎄


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El sorteo

No odiaba la Navidad, no era el maldito Grinch. Lo que odiaba era no conocer al 90% de las personas que entraban en el sorteo y, de pronto, verse obligada a buscar información sobre ellas. Además, tenía que gastar su dinero en alguien que apenas conocía. Pasaría exactamente lo mismo con la persona a la que le tocara darle el regalo navideño, algo que, sin duda, era injusto. ¿Por qué no podían hacerlo por área? Así, todos estarían felices; incluso podría ser divertido. ¿No se suponía que un regalo debía entregarse con cariño? Pues no, al parecer, en esa empresa no había otra opción.

En "Danny Producciones", las cosas siempre se hacían como el gerente general deseaba. Si él decía que todos iban a participar en el sorteo del Santa secreto, no quedaba más que aguantarse. El año pasado, cuando intentó negarse, recibió una llamada de atención de su supervisora de área, quien la reprendió por su falta de espíritu navideño, algo que, según ella, no iba acorde con la cultura de la empresa. ¡Pura basura! ¿A quién demonios le importaba un maldito regalo de un desconocido? En fin, ni modo. Abish se limitaría a tirar los dados y que le tocara cualquiera; le daba igual.

—Ojalá me toque alguien de Restaurantes —comentó Matt. En su área de logística acababan de regresar del almuerzo y caminaban juntos de vuelta al almacén. Abish no podía creer que estuvieran emocionados por el sorteo, hasta haciendo conjeturas.

—Tú lo que quieres es que te toque el chico ese, el que te gusta —comentó Alicia, y Matt empezó a enrojecer.

—No es que me guste tanto, solo me parece simpático —se defendió. Abish puso los ojos en blanco. Sí, claro, ella había visto muy bien cómo esos dos se miraban.

—Yo solo quiero que me toque uno de ustedes —confesó Alicia—. La verdad, me da igual lo que me regalen, no espero mucho. Solo quiero invertir mis últimos centavos en alguien que valga la pena.

—Eso dije yo el año pasado, y casi me suspenden —bromeó Abish, haciendo que sus compañeros rieran.

—¿A ti te gustaría algo en particular? ¿O alguien? —preguntó Matt, y ella se encogió de hombros.

—No sé, solo compraré lo básico. Apuesto a que me toca alguien que ni conozco.

—O peor, alguna de las chicas de Marketing —bromeó Alicia, y Abish se detuvo.

—La nueva, tal vez —añadió Matt.

—Ay, no, cállense. Pobre de ustedes dos si me echaron la maldición —dijo, muy seria, pero ambos solo se rieron.

Aunque ya había aceptado que iba a comprar un regalo sin gracia para quien fuera, lo haría con menos ganas si tenía la mala suerte de que la nueva chica del área de Marketing fuera la escogida.

Para empezar, no soportaba a ninguna de esa sarta de brujas presumidas que trabajaban allí. Siempre pulcras, luciéndose como si estuvieran en una pasarela. ¿Qué hacían exactamente? Ni idea, pero seguro no era gran cosa.

La chica nueva, en particular, resultó ser más idiota de lo que esperaba, incluso para el estándar de las idiotas de Marketing. Abish no se lo podía creer. Cuando regresó de despachar un pedido, encontró a la rubia obligando a toda su área a prestarse para grabar un vídeo de TikTok con algún audio de moda. Pero eso no fue lo peor: ¡quiso que ella también participara en esa ridiculez!

—No me interesa, adiós —le dijo firme, cruzándose de brazos.

—Bueno, pero solo será unos minutos —respondió, sonriente, la rubia—. Además, es divertido. Puedes relajarte un poco y solo dejarte llevar...

—Mira, no sé si a esto tú le llamas trabajo, pero aquí estamos ocupados. Si nos tardamos con los envíos, estamos jodidos. ¿Eso puedes entenderlo? ¿O no procesas lo que es trabajar de verdad?

—¡Qué grosera! —replicó, indignada—. De todas maneras, no quiero que salgas en mi vídeo y arruines todo con tu mala vibra.

—Ah, lo que faltaba. ¿Qué tal si te largas? Tenemos cosas que hacer aquí, y estorbas.

—De todas maneras, ya me iba —contestó muy digna—. Y tranquila, nunca te voy a incluir en la publicidad.

—¡Uy, qué triste! ¡Me voy a morir de la pena! —exclamó con sarcasmo. La chica solo la miró con fastidio antes de darse la vuelta de forma dramática. Su cabellera rubia le chocó en el rostro, como una cachetada. En serio, no se podía ser más ridícula.

Cuando al fin se deshizo de esa antipática, pensó que todo acabaría. Pero sus compañeros siguieron distraídos buen rato, emocionados por los videos que grabaron con la rubia, especulando si se harían virales y famosos, al menos por unas semanas.

Todos sabían cuánto le molestó ese incidente, y no hacían otra cosa que molestarla al respecto, llamando a la rubia "su amiga más personal" o inventando situaciones ficticias donde ambas tendrían que pasar tiempo juntas.

Por eso, que le tocara como Santa secreto no solo era molesto; era una posibilidad que prefería no considerar.

De vuelta en el almacén, Abish revisó algunos despachos listos para salir. Una vez aprobados, se dirigió a la computadora de la oficina para revisar sus correos pendientes. Uno de ellos llamó su atención: era del mismísimo gerente general, Danny. Sabía de qué se trataba, así que prefirió revisar los demás antes de abrirlo.

"Sorteo del Santa secreto 2024"

Con mucho pesar, Abish hizo clic en el correo, que la redirigió a otra página de sorteos. Ingresó su nombre y esperó los resultados. Una ruleta virtual giró varias veces. Los nombres que antes aparecían moviéndose vertiginosamente empezaron a detenerse, haciéndose legibles.

Cerró los ojos segundos antes de que la ruleta se detuviera. Cuando abrió el ojo izquierdo, vio que ya tenía un nombre asignado. Lo leyó.

"Aurea Cardini"

Ahogó un grito y, de pura molestia, apagó la pantalla. En verdad, el destino podía ser cruel.


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Las normas


Por supuesto que no podía revelarle a nadie de la oficina su desgracia; era algo que le tocaba sufrir en soledad. Al final del día, todos habían participado en el sorteo y ya sabían quién era esa persona que, con suerte, habrían visto dos veces en su vida, pero en la que tendrían que invertir dinero para un regalo que probablemente terminaría en la basura tan pronto como dejara la empresa.

Esa fue la razón por la que lo siguiente tomó por sorpresa a todos. "Si este tipo se dedicara a subirnos el sueldo con la misma frecuencia con la que manda correos, seguro seríamos más felices", pensó Abish con fastidio al ver el nuevo mensaje del gerente Danny.

"Normas para el Santa Secreto 2025", decía el asunto.

Una vez más, Abish decidió terminar todos sus pendientes antes de dedicar cinco minutos de su tiempo a lo que seguramente sería otra monumental estupidez. Pero, como de todas maneras tenía que enterarse y no podía retrasarlo más, abrió el maldito correo y empezó a leer.


Sé lo que están pensando: ¿Cómo podría darle un regalo a alguien que no conozco? ¿Siquiera le gustaría? ¿Vale la pena? Les digo que sí, este año haremos que valga la pena.

Tal vez piensen que un practicante de Marketing tiene poco o nada que ver con alguien del área de mantenimiento. Y sí, tal vez todos tenemos trabajos distintos, pero igual de importantes. Quizá apenas conozcan a la persona que les tocó en el sorteo y no tengan idea de qué regalarle. Todos somos distintos, cierto, pero hay algo que nos une: somos personas, y nadie quiere sentirse solo.

Todos tenemos problemas, sueños, tristezas y alegrías. Esa persona que piensan que es muy distinta a ustedes también libra sus propias batallas. No saben qué puede haber detrás de una reacción malhumorada o de una sonrisa. Por eso, los invito a conocerse. Les aseguro que se sorprenderán al descubrir en alguien más aspectos que también existen en ustedes.

Este año haremos las cosas de manera diferente. Así que, sin más preámbulos, les presento las normas para jugar el Santa Secreto este año:

Participación obligatoria (pero divertida): Nadie se va a escapar esta vez.

Presupuesto: El límite de gasto será de cien soles. No queremos regalos excesivamente costosos, pero tampoco algo por debajo del presupuesto. ¡No seas miserable!

Cuestionario: Cada participante llenará un formulario básico indicando sus gustos de forma general. Este formulario será dejado en un sobre en la sala de juntas. Pueden entrar cuando quieran a recoger la información de la persona asignada.

¡Prohibido revelar identidades! Es un secreto de Estado.

Interacciones: De forma muy discreta, deberán dejar notas con preguntas o pequeños regalos (como dulces y otras cositas) en el lugar de trabajo de la persona asignada. ¡Sean astutos!

Regalos creativos: No todo es dinero. Pueden regalar algo hecho con sus propias manos. Atención: habrá un premio sorpresa para el regalo más creativo de todos.

Hagamos de este Santa Secreto el mejor de todos.

Con afecto,
Su lindo gerente general,
Danny.


—Tarado —murmuró Abish, al tiempo que eliminaba el correo de su bandeja de entrada.

En verdad, no podía creer cómo alguien tan infantil y desgraciado podía ser el dueño de esa condenada empresa. ¿Lo peor? Tendría que seguir esas estúpidas normas para evitarse problemas con su jefa.



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Excursión de oficina


El mes de diciembre acababa de empezar, y con ello, el número de pedidos a despachar se incrementaba de manera escandalosa. Tenían más trabajo que nunca, cierto, pero no era nada que Abish no pudiera tolerar. Estaba acostumbrada a esos picos laborales y, en honor a la verdad, disfrutaba esa adrenalina.

Lo que no le gustaba era tener que seguir las normas de Danny para el Santa Secreto de ese año. Lo peor era que todos parecían entusiasmados con ese juego estúpido, y ella no tenía con quién quejarse de su desgracia. Una desgracia que comenzó cuando tuvo que ir a la sala de juntas, donde todos dejaron un sobre con sus preferencias. Allí encontró uno rosado, con una letra impecable y un corazoncito al final, que decía: "Aurea Cardini".

No supo qué cara poner al leer que le gustaban "Azúcar, flores y muchos colores". Que, para variar, era Swiftie, vegana e intolerante al gluten. Incluso había adjuntado una lista de restricciones alimentarias que solo lograron desesperarla más. ¡Y ya debía pensar en dejarle un pequeño regalo-pista en su escritorio! No tenía idea de cómo empezar o, peor aún, cómo rondar por la zona de Marketing sin parecer sospechosa.

—Tienes que buscar un cómplice —le dijo Samantha, una amiga de Laboratorio, mientras regresaban al almacén—. Yo conozco a alguien del área de la persona que me tocó, entonces le pido que le deje un regalo en mi lugar. Así, la persona no sospecha nada. Todo súper confidencial, como ordenó nuestro supremo Danny —añadió con solemnidad.

—No es tan fácil en mi caso —murmuró con desagrado. Lo más cercano que tenía al área de oficinas era Zack, pero él era el jefe del laboratorio y apenas tenía algo que hacer en Marketing.

—Vamos, eres muy ingeniosa. Ya se te ocurrirá algo.

—Se me tiene que ocurrir algo. —En especial porque ese día terminaba el plazo para el primer regalo-pista o lo que sea.

—También puedes enviarlo con alguien de limpieza. Ellos siempre se presentan para todo.

—Umm... puede ser —respondió, pensativa—. Pero será cuando termine de dar el visto bueno a los despachos. Nos vemos al rato.

Sam hizo un ademán de despedida, mientras Abish se acercaba a su escritorio y tomaba asiento. Fue entonces cuando notó un sobre blanco con su nombre. Miró a su alrededor, pero nadie le prestaba atención. Con cuidado, sacó el contenido y encontró varias notas. La persona que las envió había pegado letras cortadas de periódico para ocultar su caligrafía. Además, parecía haberle puesto gran empeño a los detalles.

"Un pajarito me contó que te gusta chelear al salir del trabajo."

Abish sonrió. Era cierto. No había nada mejor que ir a beber algo con amigos y quejarse del trabajo. Al revisar los demás papeles, encontró varios cupones de descuento, de esos difíciles de conseguir y que quizá habían costado algo de dinero. O no.

Entonces vio otra nota:

"Soy pobre, pero honrade."
La "e" final estaba escrita con toda intención, y aquello le sacó otra risa. Cuando pensó que era todo, encontró un último papel.

"Así que el bar de Alistair, ¿no?"

—Vaya, vaya... —murmuró para sí misma. Su Santa Secreto sí que estaba haciendo el trabajo arduo de averiguar cosas sobre ella. ¿Debería entusiasmarla o aterrarla?

—Abish. —La voz de su superior interrumpió sus pensamientos. Rápidamente dejó las notas a un lado y miró a la mujer.

—¿Pasa algo, Finlay?

—Todas están ocupadas.

—Sí, yo también. —"Pendeja, ya va a empezar," pensó con molestia. Típico de los jefes, ¿acaso creían que sus subordinados no tenían nada que hacer?

—Necesito que lleves estos documentos a Marketing —dijo, dejando un sobre sobre su escritorio—. Necesito que Sinitta los firme.

—¿Necesitas una respuesta o algo más? ¿Y estos papeles son...?

—Solo llévalos. No te pedí nada más —respondió con desdén. Abish se contuvo para no poner los ojos en blanco y prolongar la conversación. En cambio, le dedicó una enorme sonrisa cargada de hipocresía.

—¿Algo más?

—Tráeme un café expreso —añadió la mujer con una sonrisa burlona antes de darse la vuelta. Abish apretó los puños, esperando a que se alejara, y murmuró:

—Estúpida.

Se puso de pie, tomó el sobre y se dispuso a cumplir el encargo. Tal vez no sería tan malo, quizá incluso vería a Aurea y encontraría la forma de dejarle un presente.

En el camino, se detuvo en una máquina expendedora y compró unas gomitas de gusanito para la idiota de Aurea. Parte de ella se lamentó por lo mediocre de su regalo. Bueno, se prometió que para la próxima haría algo más decente.

Al acercarse al área de Marketing, escuchó gritos. Pero no eran una discusión; alguien estaba recibiendo una reprimenda sin defenderse. Aquello la inquietó, y frunció el ceño. No sabía si intervenir o si siquiera debía hacerlo.

Al llegar, vio a Aurea, de pie con la mirada baja, mientras Sinitta le gritaba.

—¿Es que algo no te quedó claro, chiquilla? Tú vas a hacer exactamente lo que te pida. No me interesa tu opinión. No me interesa si no te gusta. Te estamos pagando para seguir órdenes, no para dar ideas. ¿Tú? ¿Una estúpida practicante? ¡Como tú hay cientos rogando por un puesto! Así que, si quieres este trabajo, haz lo que te digo. ¿Quedó claro?

—Sí, señora —murmuró Aurea con la voz temblorosa.

Abish sintió un nudo en el pecho. No sabía si era culpa, indignación o ambas cosas. De repente, comprendió que había juzgado a Aurea sin conocerla. ¿Cómo pudo ser tan superficial? 

—Y ahora ve a traerme un latte de vainilla —continuó Sinitta—. Cuando regreses, subes el contenido que te pedí.

—Como ordene.

En ese momento, Abish ya estaba parada en la puerta, esperando a que los gritos se acallaran. Aurea pasó por su lado, demasiado avergonzada para mirarla. Y Abish... Abish no supo qué pensar. Lo único que tuvo claro era que eso que empezaba a crecer en su pecho era culpa. Mucha.

Para empezar, siempre pensó que Aurea era una más de las chicas de Marketing, no una practicante a la que, seguramente, le pagaban menos del sueldo mínimo. Tampoco imaginó que la trataran tan mal por dar su opinión, que probablemente había sido algo lógico y decente.

Abish siempre había criticado el contenido mediocre que la empresa subía a las redes: superficial, viral por razones equivocadas, y en ocasiones tan malo que terminaba siendo cancelado. Pensó que Aurea era cómplice de eso, una más de las que lo aprobaban. Ahora, tenía claro que no era así.

Eso no era todo. Sí, la jefa de la chica la había tratado de forma horrible, pero lo que más la perturbaba eran las miradas y sonrisas cómplices del resto de las empleadas del área. Tenía que ser un infierno trabajar con esas personas, que no solo la menospreciaban, sino que también se unían a las humillaciones. La culpa crecía a cada instante. Abish se sentía tan idiota por haberla juzgado sin conocerla.

Sin querer, las palabras de Danny en el correo resonaron en su mente. Maldita sea, ¿podía ser que ese excéntrico antipático tuviera razón?

Esa persona que piensas que es muy distinta a ti, lucha sus propias batallas.

"Ay, Dios. Cállate un poco", le dijo mentalmente al jefe que ni siquiera veía, pero cuya voz sonaba en su cabeza como una reprimenda. De cualquier forma, ya estaba allí. Se suponía que debía entregar unos papeles para la directora de Marketing.

A ese punto, todos en la oficina ya se habían percatado de su presencia, y el ambiente comenzó a cambiar. La hipocresía retomó su lugar. Sinitta le sonrió con una calidez inesperada, pero para Abish no pasó desapercibido que la recorrió de pies a cabeza con la mirada, probablemente para juzgarla en cuanto se diera la vuelta.

—¡Hola, muñeca! —exclamó con el tono más jovial y fingido que Abish había escuchado jamás—. ¿Se te ofrece algo, cariño?

—Vengo de parte de Finlay.

—¡Ah! ¡Por supuesto! Pasa, pasa —añadió muy animada.

El resto de las chicas y chicos del área perdió el interés en su presencia y volvió a lo suyo. Abish ni siquiera los saludó y fue directamente hacia la directora.

—Vengo por su firma, y eso es todo.

—Déjame ver... —La mujer recibió los documentos y los revisó rápidamente. Abish apostaría que ni siquiera los leyó. Luego la vio tomar un lapicero del escritorio cercano y estampar varias firmas en las hojas—. Listo —dijo Sinitta, metiendo los papeles de vuelta al sobre—. Si sabes que esto es confidencial, ¿cierto, muñeca? Nada de echarle un ojo en el camino —bromeó, con una ridiculez que hizo bufar a Abish.

—Dios, como si de verdad me importara lo que ustedes dos hacen. La gente que sí tiene una vida no anda fijándose en el resto, ¿sabe? A ver si trabaja en la suya, que se nota que le hace falta.

Ni siquiera dejó que la directora de Marketing le respondiera, pero notó las miradas llenas de sorpresa y los cuchicheos de algunas de las chicas del área. No esperó; tiró la puerta tras de sí y se alejó rápidamente de aquel lugar infernal.

En honor a la verdad, Abish solía ser una persona frontal, y ese tipo de discusiones cargadas de hipocresía la estresaban. Por eso, al ver el baño correspondiente a ese piso, entró para refrescarse un poco.

El silencio no era absoluto. Un murmullo disimulado proveniente de uno de los baños del fondo llamó su atención. En cuanto la escuchó entrar, la persona dentro del cubículo se detuvo, pero ya era tarde. Abish no pudo quedarse quieta. Caminó directamente hacia donde estaba y notó que la puerta del cubículo estaba entornada, sin seguro. Allí encontró a Aurea, sentada en el inodoro, intentando sin éxito disimular su llanto y secarse las lágrimas que empapaban su rostro lleno de frustración y temores.

—Oye...

—Lo siento —respondió Aurea rápidamente, secándose las lágrimas con torpeza—. Yo... No sé... Pensé que nadie me vería y...

—No, tranquila. Lo escuché todo. Esa mujer se cree que puede pasar por encima de las personas y está muy equivocada. No es justo lo que te hace, podrías presentar una queja.

—¿A recursos "inhumanos"? No, gracias, paso —respondió tajante, poniéndose de pie—. ¿Te das cuenta de lo que soy? Ni siquiera tengo sueldo fijo ni un contrato. Podrían sacarme de aquí sin ningún problema, y yo de verdad necesito este trabajo.

—Entiendo —murmuró Abish—. Pero no está bien lo que te hace. Alguien tiene que ponerla en su lugar. ¿Acaso crees que te lo mereces?

—¡No! —gritó Aurea de inmediato—. No hice nada malo, lo sé. Pero si esta gente cree que puede seguir bromeando con temas delicados solo para ser viral en el maldito TikTok por cinco malditos minutos, entonces no creo que pueda hacer más. Listo, ya está. Haré lo que me pidan y se acabó. Que se jodan. No me pagan para hacerme llorar.

—Pero puedes quedarte a llorar en el baño y que eso cuente como parte de la jornada laboral.

—¿Y qué hay del latte de vainilla?

—Le dices que había mucha gente en la cafetería y listo. Si quieres tu revancha, olvídate de la leche deslactosada.

Aurea sonrió de lado, ya un poco más tranquila. Había dejado de llorar, pero toda la situación seguía mortificando a Abish. ¿Cómo era posible que trataran a esa chica tan mal, hasta el punto de mandarla a llorar al baño? No había dudas de que algunos jefes aprovechaban cualquier indicio de debilidad para satisfacer una especie de instinto sádico, llevándolos al límite de sus emociones.

—Oye, gracias por consolarme. No tenías que hacerlo. ¿Y tú eres...?

—Abish.

—¡Ah! Sí, de Logística. Ya me acuerdo —respondió Aurea, sonriendo, probablemente recordando el incidente que tuvieron, pero que al parecer no le afectaba en lo más mínimo.

—Y tú eres Aurea —continuó Abish—. Me acuerdo por...

—¿Qué es eso? —preguntó Aurea, señalando algo.

Era el paquete de gomitas que Abish aún llevaba consigo. Las había comprado para ella, pero olvidó ponerlas en su escritorio.

—Ah... Esto... Esto es para ti —respondió Abish, con un ligero temblor en la voz.

—¿Para mí?

—Sí, de parte de tu Santa Secreto. Se supone que debía ser más discreta, pero bueno... Acá tienes. —Le tendió las gomitas, sintiéndose básica y carente de imaginación. Enrojeció de vergüenza. ¿En serio? ¿No se le ocurrió nada mejor?

—¡Me encanta! —exclamó Aurea, casi dando un brinco. Atrás quedaron las lágrimas. Su rostro se iluminó de emoción, y sonrió con verdadera alegría—. ¿Cómo lo supo? ¡Son mis favoritas desde que era niña!

—Supongo que hizo su trabajo... —murmuró Abish, sintiéndose aún peor.

—Pues dale las gracias de mi parte —dijo Aurea. Guardó las gomitas en el bolsillo de su chaqueta, recordando súbitamente que estaban en el baño.

—Podemos ir a la cafetería juntas. Mi jefa también me pidió un expreso.

—Hazlo descafeinado.

—Obvio.

Rieron y salieron juntas, como si fueran grandes amigas. Y pensar que Abish había llegado allí detestándola.



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Notas de sorpresa


Por supuesto que cuando les dijo a los chicos del área que llevaría a alguien al after office, nadie pudo procesar que aparecería con la chica nueva de Marketing. Y Aurea, quien había logrado disimular las huellas del llanto gracias al maquillaje, se portó de lo más jovial y amigable con todos.

Más de uno bromeó diciendo que, si eran novias, simplemente lo admitieran. Samantha añadió que ese era el verdadero enemies to lovers, y Alicia comentó —para sorpresa de todos— que en realidad conocía a Aurea porque era amiga de la chica con la que salía, Sybil.

Cuando esa salida acabó, Aurea ya era una más del grupo, pues la acogieron con entusiasmo. Eso era bueno, pensó Abish. Ahora tenía amigos en la empresa, y ya no estaría condenada a aguantar sola el nido de víboras de su área.

Pero los días corrían, y las notas con pequeños detalles también. Pronto tendría que comprar algo para regalarle a Aurea, y aunque cada vez la conocía más, el regalo perfecto seguía lejos de revelarse.

Abish y Aurea aprovechaban ratos libres para tontear en la cafetería al lado de Matt y Alicia. La rubia se sentaba con ellos en el comedor a la hora del almuerzo, y Abish disfrutaba enormemente ver la cara de molestia de Sinitta al notar que la chica que tanto mortificaba ya no la estaba pasando mal. En varias ocasiones le preguntó si esa mujer la seguía molestando, y Aurea solo respondía: "Lo de siempre", sin entrar en detalles, lo que acababa fastidiándola aún más.

Tampoco se dio cuenta en qué momento las cosas llegaron a ese punto. Como en realidad no tenía forma de llegar a Marketing para dejarle los obsequios allí, se los daba personalmente, diciendo que iban de parte de su Santa Secreto, que por supuesto "no era ella". Si Aurea lo sospechaba, no lo insinuaba en absoluto. Tal vez por eso dijo lo que dijo esa vez, al recibir su segundo detalle del día: un pequeño ramo de flores.

—Yo creo que le gusto —dijo Aurea de pronto, y Abish palideció.

—¿Qué...?

—¡Nadie recibe tanto! —exclamó, muy convencida—. En la mañana me da chocolates, ¿y ahora flores? Sospechoso.

—Pues...

—Anda, dime, ¿es chico o chica?

—Es...

—¿Es guapo? ¿Está buena? ¡Una pista al menos! —le exigió en broma. Pero Abish no pudo reaccionar ante esa revelación. Y porque, de pronto, sus sentimientos estaban expuestos sobre la mesa.

Todo eso que hacía era porque realmente había comenzado a nacerle la necesidad de darle presentes a la chica. No eran cosas caras, muchas veces las sacaba de las máquinas expendedoras de la empresa, y eso le bastaba para iluminar su día viendo cómo Aurea sonreía. Tampoco se dio cuenta de que pasaba casi todo el día pensando en su próximo detalle o en el regalo perfecto. Ya no podía sacarla de su cabeza, y Aurea tenía toda la razón: le gustaba. Mucho.

Esa vez no quiso siquiera darle una pista. Se despidió con rapidez, casi huyendo de sus emociones. Desde ese momento intentó ser menos obvia con sus pequeños obsequios o con sus invitaciones a salir con los chicos después del trabajo, pero eso tampoco podía evitarlo. ¿En qué momento esa chica empezó a consumir sus horas y sus días? No podía gustarle, era imposible. Aurea nunca insinuó que le interesara más allá de una amistad. No podía imaginarse cosas que no tenían sentido.

Pasaron unos días más, y aunque luchaba por distanciarse y disimular, ya no podía. Toda esa situación era confusa, sobre todo porque, del otro lado, a Abish también parecía agradarle su Santa Secreto.

No tenía idea de quién era, pero Abish se la pasaba esperando que al volver a su escritorio encontrara alguna nota con un pequeño detalle. No tanto por las cosas que le dejaban —a veces chupetines o caramelos—, sino por lo que le escribían.

Bellas palabras de aliento, detalles sobre libros que no conocía pero que de pronto quería leer, o comentarios sobre lo linda que lucía al llegar a la oficina. Incluso críticas sobre lo tarada (usando textualmente esa palabra) que podía ser la gente al no darse cuenta de la chica maravillosa que era Aurea.

¿Podía decir Abish que también estaba interesada en un anónimo desconocido? ¿O desconocida? Sí, tal vez. Era raro, pero sí. Tenía a Aurea de un lado, alguien muy real a quien veía todos los días y a quien llenaba de sorpresas; pero también le gustaba alguien sin rostro ni nombre. ¿En qué rayos se había convertido su vida? ¿En una jodida novela de romance rosa?

Abish suspiró. Entre sus manos tenía la última nota mecanografiada de su Santa Secreto. Era una frase de Persuasión de Jane Austen, un libro que su misterioso desconocido le instaba a leer:

"Cuando el carácter de una persona no es estimado justamente, nunca estará completamente a salvo de una falta de gratitud."

¿Acaso se refería a ella? Seguro que sí. Su superior había decidido contratar a la desgraciada de Finlay, que no hacía otra cosa que tontear con el resto de los gerentes mientras les encargaba a ellos todo el trabajo. Abish siempre fue una excelente empleada, siempre daba más de lo que debería, y rara vez se equivocaba. Pero solo estaban allí para señalarle sus errores, jamás para apreciarla.

Muchos la consideraban fría y distante, pero pocos se habían atrevido a ver quién era realmente. Que su Santa Secreto se lo dijera así solo la llevaba a pensar en lo mucho que la observaba, o que quizá estaba más cerca de lo que creía.

—¡Abish! ¿Aún aquí? —La voz de Matt la sacó de sus cavilaciones, y solo entonces miró el reloj de la pantalla. Eran casi las seis, debió haberse ido al menos media hora antes.

—Ah... Sí, bueno, se me hizo tarde —contestó mientras apagaba la computadora con prisa.

—No te olvides de lo de hoy, ¿sí? ¿Ya compraste tu taza?

—¡Eso! Ya sabía que me estaba olvidando de algo —respondió, sintiéndose cada vez más tonta. ¿Dónde demonios tenía la cabeza?

A Samantha se le había ocurrido que, antes del intercambio oficial, podrían intercambiar tazas navideñas. Esa noche se encontrarían en el bar de Alistair, brindarían un poco y se divertirían antes de pasar por el horrendo proceso de la empresa de revelarse como el Santa Secreto frente a gente a la que le importaba muy poco la vida de los demás.

—¿Y tu regalo? ¿Ya lo tienes?

—Creo que iré a comprar algo ahora mismo, así mato dos pájaros de un tiro —dijo, tratando de juntar los pedazos dispersos de su mente mientras se ponía de pie al fin—. Sí, ya tengo una mejor idea de qué regalar, así que allá voy.

—¡Pues suerte! Yo compré algo el fin de semana pasado, y ya no sé qué hacer. Creo que no le gustará...

—Tampoco te exijas mucho, es solo un juego.

—Nunca es solo un juego —respondió Matt, guiñándole un ojo antes de alejarse.

Abish asintió, más para sí misma que para otra cosa. Tomó las llaves de su moto y caminó decidida, prometiéndose que no saldría del centro comercial sin el regalo ideal para Aurea.



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Sentimientos encontrados


Todo era un puto asco. Felizmente tenía moto, porque no hubiera soportado conducir en ese tráfico infernal que provocaban las fiestas de fin de año.

Lo primero que Abish hizo fue detenerse en una tienda a comprar la taza navideña para la reunión de esa noche, y luego cometió el error de entrar al centro comercial. Por supuesto, estaba repleto, claro que había colas por todos lados. Era una locura absoluta.

El ruido llegaba en forma de villancicos en varios idiomas, de las estúpidas lucecitas navideñas, o de imitadoras de Mariah Carey diciendo "It's time" con el peor timbre de voz concebido por el ser humano. Comenzó a dolerle la cabeza de tantos estímulos y decidió largarse de allí. No iba a encontrar nada decente con tanto bullicio.

Y no podía terminar la noche sin comprar un regalo. Al día siguiente era el intercambio, y aunque podría escaparse durante la hora del almuerzo para conseguir algo, sabía perfectamente que no tendría tiempo.

Todo esto era su culpa, claro. ¿Quién la mandaba a dejar las cosas para el final? ¡Encima para la chica que le gustaba! "Sí, sí, tenemos que admitirlo. Te gusta Aurea, punto", pensó, ya sin ninguna vergüenza ni culpa. Era lo que era, aunque jamás fuera a funcionar.

Abish caminó un poco más, alejándose del centro comercial y sus luces estridentes. Giró en una esquina y siguió hasta una zona más tranquila. Encendió un cigarrillo y fumó despacio, esperando que la calma llegara a ella. Cosa que no pasó, por supuesto. Lo que sí llegó fue una revelación.

Frente a ella, con las luces cálidas apenas encendidas, estaba una tienda de antigüedades.

Ni siquiera lo pensó. Apagó el cigarrillo y cruzó la pista casi corriendo. Empujó la puerta con cuidado, y un suave aroma a incienso —que parecía ocultar el olor a cosas viejas— la envolvió. Una música tenue llenaba el espacio, generándole una extraña sensación de respeto. No quería tocar nada y caminaba con cautela, como si estuviera entrando a un lugar sagrado.

Sabía que a Aurea le gustaría algo relacionado con su rutina de belleza. O quizás unos vinilos de Taylor Swift para su colección. Pero lo que realmente valoraría sería algo único, algo pensado exclusivamente para ella, y eso era lo que Abish quería darle.

La joven recorrió con la mirada las piezas que la rodeaban, tratando de encontrar ese regalo perfecto que, estaba segura, la esperaba allí. Fue justo al cruzar al otro lado de la tienda cuando casi choca con alguien. Patético. La sorpresa de encontrarse con otra persona en medio de esa calma le arrancó un pequeño grito. La mujer con la que casi se tropieza solo rió con gracia.

—Cuidado, muchacha, no vayas a romper nada.

—Lo siento —dijo Abish, observando a la mujer mayor. Parecía ser la dueña del lugar. Algo excéntrica, sin duda, pero con un cabello rojizo brillante que seguramente había arrancado más de un suspiro en su juventud.

—¿En busca de un regalo de última hora?

—Sí...

—¿Familiar? ¿Amigos?

—Santa Secreto.

—¡Ah! —exclamó con desdén—. Siempre odié esas cosas. ¿Entonces buscas algo viejo que lleve una maldición encima, como muestra de tu desprecio?

—¡No! Quiero algo bueno, algo perfecto. Es que me agrada la persona que me tocó en el sorteo

—¿Te agrada?

—Sí —respondió sin entrar en detalles; no tenía ánimos para darlos tampoco.

—Tal vez pueda ayudarte. ¿Es él o ella?

—Ella.

—¿Y cómo es tu amiga? Puedes describirla, eso ayuda.

Abish dudó un momento antes de responder, pero finalmente habló:

—Mi Santa Secreto es... Es una chica joven y muy... muy linda. De esas mujeres que ves en la calle y piensas que son perfectas, que lo tienen todo. Con ese cabello rubio tan largo y brillante, sus labios rosados y suaves. Una sonrisa que contagia alegría, ojos vivaces y... Como sea, ese no es el punto —se interrumpió al notar por dónde divagaba. La dueña de la tienda la miraba con interés, atenta a cada palabra—. Es una gran chica, con gustos sencillos. Cosas simples, como una bolsa de gomitas de gusano, la hacen feliz.

—Parece que me estás hablando del mismísimo sol —bromeó la mujer.

—Sí, creo... Creo que lo es. Porque cuando llega, todo se ilumina con brillos —sonrió, preguntándose si algún día sería capaz de decir esas cosas directamente a Aurea.

—Lo tengo. Ven, muchacha, creo que sé qué le puedes regalar a tu "Pequeña luz" —continuó la mujer. Aunque lo dijo con algo de burla, el apodo le pareció perfecto para Aurea.

Abish siguió a la mujer al otro lado de la tienda. La vio agacharse y la ayudó a sacar una caja del estante inferior. Con cierta ceremonia, la pelirroja sacó un pequeño cofre de estilo victoriano. Lo sopló, tomó un paño de uno de sus bolsillos y lo limpió antes de mostrárselo.

Era perfecto.

El cofre, hecho de madera robusta sin una sola picadura, tenía intrincados grabados florales. Los bordes estaban decorados con metal dorado, formando delicadas rosas. El broche central era una obra de arte por sí mismo. Abish lo tomó con cuidado, revelando un interior de terciopelo color verde musgo. Era hermoso, y supo de inmediato que no podía irse sin comprarlo.

—Puedes llenarlo de cosas lindas —sugirió la mujer—. Un peine dorado, un espejo de bolsillo, algunos broches. Tenemos varios de esos por allí.

—Sí, me gusta. Escogeré unas cosas más, pero esto es perfecto —respondió Abish, entusiasmada.

Mientras la dueña buscaba algo para envolver el cofre, Abish recorrió los pasillos, eligiendo algunos objetos que le parecieron lindos. Quería entregar el cofre lleno. La mujer envolvió el regalo con tanto cuidado y detalle que Abish terminó apreciando la demora.

—Muchas gracias, fue de mucha ayuda —dijo Abish, dejando el pago sobre el mostrador.

—No fue nada. Y ya sabes, puedes venir por más regalos a la tienda de Margaret cuando quieras.

—Gracias, en serio. Pero ahora debo irme.

—Claro, con cuidado. ¡Nos vemos, cariño!

Abish se despidió con un ademán, guardó el regalo en el baúl de su moto y arrancó hacia el bar de Alistair, donde seguramente ya la estaban esperando para el intercambio de tazas navideñas.

Manejaba de forma temeraria, esquivando el tráfico de la ciudad. Se calmó al notar que solo se había pasado quince minutos de la hora del encuentro. Todos eran muy puntuales, especialmente ella. Por eso no le sorprendió mucho que Aurea no estuviera allí, era de las que solían demorarse y llegar una hora después de lo acordado.

Al entrar, saludó a todos con un ánimo inusual. De seguro lo notaron, porque vio cómo intercambiaban miradas discretas. Pusieron todas las tazas navideñas al centro de la mesa y pidieron bebidas mientras conversaban.

Conforme pasaban los minutos, y se acercaban las nueve de la noche, Abish comenzó a sentir cierta angustia. ¿Y Aurea? ¿Por qué no aparecía?

A las 9:15 p. m., le fue imposible disfrutar de la compañía o de la bebida. Aurea no aparecía. Le timbró varias veces y le mandó mensajes que nunca contestó. Se preguntó si algo malo había sucedido.

Casi a las 9:30 p. m., Samantha se levantó para empezar el intercambio de tazas. Fue entonces cuando Abish interrumpió:

—Esperen, falta Aurea.

Alicia intervino de inmediato:

—Eh... No, no va a venir.

—¿Qué? ¿Cómo lo sabes? —preguntó Abish, alarmada.

—Sybil me contó que está ocupada con un tema familiar.

—Oh... —murmuró para sí misma.

—Sí, algo con su padre y el novio, no sé... algo así.

Desde ese momento, no escuchó nada más. Todo empezó a desmoronarse poco a poco, junto con ella, cayendo en un pozo oscuro del que no sabía si podría salir.


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El regalo perfecto


Esa mañana llegó antes que todos a la oficina y se encontró con otra nota de su Santa Secreto. La última, en realidad. Se preguntó si tal vez esa persona tenía cómplices en el servicio de vigilancia nocturno; no se lo explicaba de otra forma. En verdad, tenía el ánimo por los suelos. A ese punto, poco le importaba el ridículo juego, cuando lo único que quería era que acabara de una vez: entregarle el regalo a Aurea y fin del asunto.

No entendía nada. Hablaron de todo y de muchas cosas, ¿pero jamás se le ocurrió contarle que tenía pareja? ¿Un hombre, para variar? Tal vez ella vio cosas donde nunca hubo nada. Se imaginó que quizá podría gustarle a Aurea, ¿pero cómo, si ya tenía algo serio con alguien más? Aunque, claro, no era culpa de la rubia; no le debía explicaciones. Todo era su responsabilidad por pintarse una fantasía en la cabeza de algo que jamás tuvo sustento.

Abish suspiró y, ya resignada, abrió el sobre con la última nota de su Santa Secreto.


"Quizás cuando nos encontramos, algo raro y hermoso nos reconoció mutuamente. Nos tomó de las manos, susurró algo como 'Tú también, ¿verdad?' y finalmente nos sentimos a salvo."

Eso escribió Sylvia Plath, pero le tomo la palabra. Hoy sabrás quién soy. Yo siempre supe que eras tú.


Al terminar de leer, Abish dobló el papel con cuidado y lo devolvió al sobre. Se dio cuenta de que sus ojos lagrimeaban, así que hizo acopio de todas sus fuerzas y decidió concentrarse en el trabajo. Quizá la tristeza de saber que Aurea no le pertenecía se borraría con la alegría de conocer a quien le había dejado palabras tan hermosas.

Las demás personas de su área comenzaron a llegar, llenando la zona con conversaciones casuales y risas. Todos parecían más preocupados por el Santa Secreto que por su trabajo. Quizá ella hubiera participado con el mismo entusiasmo, pero ya no sentía deseos de nada.

Intentaba concentrarse en lo suyo, cuando Samantha se paró justo frente a ella y se quedó allí, mirándola fijamente para llamar su atención.

—¿Qué quieres? Estoy ocupada haciendo la programación.

—Sí, ya sé, pero no es urgente, ¿o sí?

—Ya sabes lo que dijo la jefa, aquí todo es urgente.

—Abish, ¿estás bien?

—Sí, solo tengo muchos pendientes y quiero terminar antes de la tontería del intercambio, nada más.

—Ah, eso. Bueno, solo pensé que estabas preocupada, seguro ya lo sabes.

—¿Qué cosa?

—Lo de Aurea y el novio...

—¿Qué?

—Es que como te fuiste temprano, Alicia bebió más y le insistimos para que nos contara el chisme.

—¿Y...?

—Es un asco el tipo, ¿no? ¿Cómo pueden existir hombres que a la fuerza quieran poseer a alguien? Felizmente el papá de Aurea ya llegó para ayudarla.

—¿Qué dices...?

—Es que el exnovio es un posesivo asqueroso.

El alma le volvió al cuerpo cuando escuchó esas palabras. Ella estaba soltera, no le mintió nunca. Ex... ¡Era el maldito ex! ¿Por qué a nadie se le ocurrió hacer esa aclaración? Y sí, saber eso era un alivio, pero lo siguiente que dijo Sam empezó a preocuparla.

—Alicia dice que Sybil le contó que el tal Petrus se metió con ella cuando tenía quince, ¡y él ya era mayor de edad! La comprometió y todo, la manipulaba, ya sabes. Cuando al fin Aurea le terminó, no dejó de molestar. Hasta ahora lo hace.

—Eso que dices es...

—Horrible, lo sé —interrumpió Sam—. Aurea vivía sola en un cuarto rentado, el tal Petrus descubrió donde vivía y empezó a molestarla otra vez. Pero el padre de nuestra rubia favorita ya volvió del norte, y cuando se enteró... ¡Ah, ya te imaginas! No es que los dos tengan una buena situación económica, pero van a vivir juntos para ayudarse con los gastos, y como el papá de Aurea es exoficial del orden, pues tiene contactos y así. Ese Petrus no volverá a acercarse.

—Por supuesto. —Y si de ella dependía, jamás dejaría que ese tipo volviera siquiera a verle un solo cabello.

—No sabías nada, ¿verdad? —negó con la cabeza—. Ay, disculpa... Me porté de lo más chismosa. Cuando Alicia nos contó, nos arrepentimos todos. Es algo tan delicado...

—Lo sé, no es para chismes. Es muy serio —le dijo con un tono de reproche que avergonzó a Samantha.

—¡Claro que lo es! Y ahora la vamos a cuidar, ¿no? Es miembro honoraria del área.

—Sí, es de las nuestras —sonrió a medias. Lo era, sí. Y ella siempre la iba a cuidar.

Sam se despidió, y no pasó mucho tiempo para que les avisaran que era hora de ir al salón donde se daría el gran almuerzo navideño y el intercambio de regalos. A ese punto, su ánimo era muy distinto. Ese dolor punzante que apareció esa noche se había esfumado, y solo florecía en ella la esperanza.

Tal vez fue esa alegría lo que la hizo ver todo distinto. El dueño de la empresa, Danny, estaba allí compartiendo con los empleados y gerentes. Como siempre, no podía evitar sus rarezas, y llevaba consigo un lindo cachorro blanco muy peludo. Ah, pero este siempre parecía a punto de atacar a cualquiera que invadiera el espacio personal de Danny, con gruñidos graciosos y poco intimidantes.

Tenía que reconocer que la idea de Danny para el Santa Secreto de ese año mejoró el ánimo para todos. Ya no le molestaban los villancicos de fondo, ni el olor de la comida, ni las risas divertidas de los compañeros que se juntaban para conversar y distraerse. Nada de eso era una especie de magia de Navidad, no había nada sobrenatural en todo eso. Lo que sí había era algo muy humano y hermoso: ese algo llamado empatía.

Danny los invitó a conocer más al otro antes de darle un regalo, a jugar con sorpresas, a esforzarse en aprender más de la otra persona. En recibir obsequios, y en retribuirlos. Era extraño, pero Abish podría jurar que muchos aprendieron en ese juego más de lo que esperaban, y se irían con algo más valioso que un regalo de Navidad. Una amistad duradera, tal vez. O un amor.

Vio a Aurea a lo lejos, aunque ninguna de las dos pudo acercarse a la otra. La rubia estaba secuestrada por su jefa y otras más, quienes no dejaban de parlotear. Cuando intercambiaron una mirada, Aurea le hizo un gesto de hastío con mucho disimulo, y luego puso los ojos en blanco. Abish sonrió, ya pronto terminaría eso. Y estaba ansiosa por revelarse ante ella.

Por supuesto, fue Danny quien dio por inaugurada la sesión de intercambio. En una empresa con casi cien empleados, el ritual de la revelación sería infinito y tedioso si uno a uno daban pistas hasta que adivinaran. Por eso, el gerente invitó a que todos se acercaran a la persona a la que les tocó dar el regalo y se presentaran al fin.

El salón se revolucionó en un instante. Abish llevaba la caja bajo el brazo, pero se detuvo un momento para admirar lo que estaba pasando. A algunos, por algún capricho del destino, les tocó regalarse mutuamente, y al notarlo, rieron y se abrazaron con fuerza. Una coincidencia repetitiva notó Abish conforme avanzaba en busca de la chica. Como si ese sorteo hubiera sido manipulado. Al mirar al frente, se sorprendió al encontrar a Danny y su cachorro más cerca de lo esperado. Y este solo confirmó sus sospechas al guiñarle un ojo.

"Entonces... Tal vez nosotras..."

—¡Boo! —exclamó Aurea detrás de ella, tomándola por sorpresa—. ¿Estás en chismes? ¿O aún buscando a tu Santa Secreto?

—Yo... Eh... Bueno... —Carraspeó la garganta y se recompuso. No podía ser que los nervios la invadieran a ese punto—. ¿Cómo estás, Aurea?

—Bien, bien... ¿Por?

—Me contaron lo de tu padre, y lo de ese exnovio...

—¡Ah! Eso —dijo con cierto fastidio—. Es un asco, lo sé, y de verdad no quiero que me arruine el día. Te contaré todo entre copas, ¿sí? No hablemos de eso ahora.

—Sí, claro. Lo que digas. —En ese momento, los ojos de Aurea se desviaron al paquete que tenía en sus manos, y le sonrió.

—¿Esta vez también me lo manda mi amigo secreto? —bromeó, y a Abish casi le dieron ganas de salir corriendo de allí.

—¡Siempre lo supiste! —exclamó, enrojeciendo.

—Eres muy evidente a veces, ¿nunca te lo dijeron?

—No, yo... ¡Ah! ¡Solo tómalo y espero que te guste! —le dijo, y le tendió al fin la caja con el cofre.

—¿Quieres que lo abra ahora?

—¡Claro que sí! Necesito saber si te gusta.

—Entonces espera, falta algo.

Apenas se había dado cuenta de que Aurea llevaba algo en una de sus manos; parecía un cuadro envuelto. A Abish se le cortó la respiración cuando la vio tenderle aquel presente. "Hoy sabrás quién soy. Yo siempre supe que eras tú". ¡Fue ella! Esas notas hermosas, esas palabras tan bonitas que le estrujaron el corazón de emoción. ¡Siempre fue Aurea! No podía seguir engañándose; sentía el pecho lleno de sentimientos intensos, y quería hasta llorar de emoción.

—Gracias... —murmuró, apenas le salían las palabras.

—¿Lo abrimos a la vez?

—Claro.

Las manos le temblaban, y aun así fue capaz de despedazar el papel de regalo, para encontrarse con una pintura de ella misma. Y sí, era un retrato, pero era más que la Abish que veía todos los días en el espejo. Era una chica que exudaba seguridad, pero con ojos amables, una sonrisa suave, y una extraña alegría que no siempre podía encontrar en sí misma. Al levantar la mirada, notó que el gesto de Aurea también se iluminaba al encontrar ese cofre victoriano, mismo que acarició con ternura.

—¡Es precioso! —exclamó, y la rubia parecía a punto de llorar.

—Lo llené de cosas lindas para ti...

—¡Me encanta! ¡Es tan perfecto! ¡Es hermoso! ¿Y a ti? ¿Qué te pareció? Lo hice con mis deditos.

—Es... Es muy lindo, Aurea. No sé si me veo tan perfecta, pero es en verdad maravilloso.

—No sé si te ves perfecta, pero en esa pintura eres tal y como yo te veo...

No lo soportó más. Aun sosteniendo la pintura con una mano, tomó a Aurea de la nuca y acercó sus labios a los suyos para besarla.

Sabía que la tomó por sorpresa, algo que apenas duró un instante. Pronto se sintió correspondida, pronto se perdieron en ese beso, uniéndose más, incluso más que antes, cuando aún no sabían que era la otra quien les iluminó los días y con quien soñaron.


🎁🎁🎁🎁🎁🎁🎁🎁

¡FELIZ NAVIDAD PARA TODAS USTEDES! YINGOBEL YINGOBEL YINGOMADAFAKAAAAA

LKAJKAJKAA perdón 🎄🎄🎄🎄🎄🎄

Ha sido un año complicado, ya saben. Costó llegar al especial de Navidad de este año, pero se logró sacar a tiempo que es lo importante.

Espero que la pasan muy bien hoy, disfruten la noche de la manera en que mejor les haga sentir. Sea por religiosidad, espiritualidad, amistad o familia, todo es válido si las hace felices.


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