9. Problemas caninos
Esa mañana, antes de la llegada de la nueva líder cazadora, Zack ni siquiera imaginó lo terrible que sería el día. A pesar de sus preocupaciones —incluyendo el saber que aquella cosa que se suponía era un espíritu ancestral rondaba la ciudad en forma de perro—, nada le inquietaba lo suficiente como para alterarlo. Se levantó temprano, como de costumbre, y caminó directo al laboratorio.
Para su sorpresa, Samantha ya estaba allí. Antes de que pudiera preguntarle algo, ella se adelantó.
—Sé todos los pendientes que tiene, doc, y estoy dispuesta a trabajar más horas en el laboratorio, incluso después de que usted se vaya —dijo con decisión—. Haré lo que sea por ayudar. Sé que a veces más enredo que desenredo, pero quiero tomármelo en serio. Antes de que todo esto pasara, tenía algo en mente... y sé que no es el momento, pero quería comentárselo.
—Claro, Sam, dime. ¿Qué sucede? —preguntó Zack, intrigado.
—No quiero que piense que voy a abandonarlo.
—¿Es eso? ¿Quieres trasladarte a otra área de la Academia?
—¡No! —exclamó, levantando las manos—. Me gusta mi trabajo, pero quiero... quiero... quiero ser una científica de verdad —agregó, mientras su voz se apagaba y sus mejillas se enrojecían.
—¿Cómo dices?
—Que quiero estudiar, doc. Estudiar en serio. Ser más que una ayudante. ¿Acaso estoy loca por eso?
—No, para nada —respondió Zack, aún impactado por su confesión.
Todos en la Academia conocían bien a Samantha. No era la primera ni la última huérfana sin habilidades para enfrentarse a los peligros de una cacería, pero la Academia siempre ofrecía otras opciones. Había médicos voluntarios que dedicaban largas temporadas a atender heridos y enseñaban a los cazadores interesados en aprender primeros auxilios. Sin embargo, no era lo mismo aprender a curar heridas que convertirse en cirujano. A pesar de ello, ese conocimiento era invaluable en las patrullas.
Samantha había pasado por ese proceso desde joven, pero, cuando estuvo a punto de ser asignada a una patrulla, pidió trabajar en el laboratorio y asistir a Zack en sus investigaciones. En ese entonces, Rick no pudo negarse. La chica tenía escasa experiencia en primeros auxilios y poco conocimiento sobre investigación científica, pero todos sabían que no sobreviviría un día en el campo. Así que las opciones eran aceptarla en el laboratorio o expulsarla de la Academia. Allí, todo miembro debía tener una función clara.
Con el tiempo, Zack descubrió que Samantha era dedicada, cuidadosa y aprendía rápido. Además de asistirlo con investigaciones, se encargaba de la parte administrativa, el presupuesto, el mantenimiento y otros asuntos que él no tenía tiempo de atender. Zack valoraba su punto de vista, aunque no lo considerara profesional. Sin embargo, nunca imaginó que ella tuviera mayores ambiciones.
—¿De verdad lo sorprendí tanto? —preguntó Samantha, aún avergonzada al notar el silencio de Zack.
—Sí... no... no lo sé. Jamás lo mencionaste. ¿Hace mucho que piensas en esto?
—Más o menos. Pero pasaron cosas... primero el ataque a Albion, y luego todo lo demás. Sabía que mis asuntos no eran prioridad.
—No digas eso. Querer estudiar no es una tontería.
Samantha desvió la mirada, sonrojada.
—He estado pensando en opciones. Quise hablar con el señor Grimm antes de que muriera. Él podía enviarme a estudiar, aunque no fuera con una beca completa. Yo hubiera trabajado. También pensé en postular a una beca por mi cuenta. Estuve estudiando y creo que la Universidad podría aceptarme. Tienen debilidad por los cazadores que quieren superarse.
—Para eso necesitarás una carta de recomendación.
—Sí, y ese es el problema. Como no hay líder, tendré que esperar. No sé si el próximo líder querrá recomendarme.
—Bueno, será alguien de la Academia. No creo que te nieguen eso.
—Es que... la gente... los cazadores... todos... —Samantha se corregía una y otra vez. Su expresión cambió; Zack notó que estaba a punto de llorar—. Sé que parezco desordenada, que hablo mucho, que me distraigo... pero intento concentrarme. De verdad lo intento. Y no importa cuánto me esfuerce, ellos siguen pensando que soy tonta.
El labio inferior de Samantha temblaba y sus ojos se llenaron de lágrimas. Zack sintió un nudo en el pecho. Sabía que Sam tenía un déficit de atención, pero no era tonta. Lo frustrante era que los cazadores, siempre enfocados en lo práctico, no tenían tiempo para comprenderla.
—No eres tonta, Samantha. No dejes que esos comentarios te afecten. Si a eso vamos, un cazador no aguantaría ni un día aquí, escuchándome dar órdenes con la terminología que tú manejas tan bien. Que no seas como ellos no te hace menos.
Samantha se secó las lágrimas y sonrió con timidez.
—Gracias, doc...
—Y, ¿sabes una cosa? Lo he pensado mejor: yo haré tu carta de recomendación.
—¿Qué? —preguntó, incrédula.
—Yo también me gradué en la Universidad de Etrica. Tengo otros estudios allí. Me conocen, y sin duda me tomarán en cuenta.
Los ojos de Samantha brillaron. No pudo contenerse y, dejándose llevar por su impulsividad, abrazó a Zack con fuerza. Él no hizo más que corresponderle.
—¡Muchas gracias, doc! ¡Le juro que no lo voy a decepcionar! —exclamó, presa de la alegría.
—Sé que no lo harás. Aunque debes tomar en cuenta que la solicitud de beca sin intervención de la Academia tiene otro proceso, quizá la respuesta tarde en llegar.
—No importa, me prepararé más entonces. ¿Me ayudaría con algunos libros, doc?
—Por supuesto. Lo que necesites, sabes que cuentas conmigo.
—De verdad que eres el mejor jefe del mundo.
El que acabó enrojeciendo fue él, cuando Sam le dejó un beso en la mejilla antes de separarse. En verdad era un desastre con las relaciones humanas, nunca podría acostumbrarse a esas cosas, por más simples que fueran.
A ese punto, Zack ya estaba pensando en lo difícil que sería lograr que Sam volviera a poner los pies sobre la tierra y que se pusiera a trabajar. Incluso pasó por su mente en qué iba a hacer cuando la chica partiera al campo universitario, tal vez debería empezar a buscar un reemplazo. Y, antes de decir cualquier cosa, alguien tocó la puerta del laboratorio.
—Adelante —dijo él. Pronto, Erin se asomó por la puerta con cierto temor.
—¡Hola! ¿Interrumpo algo? No quiero pasar y romper cosas.
—Puedes entrar —respondió Zack. La joven, que llevaba un sobre en las manos, entró con mucho cuidado.
Desde la muerte de Richard, Erin se dedicaba a la parte administrativa y la correspondencia de la Academia. Por supuesto que tenía solicitudes y papeleo retrasado, porque para muchas cosas se necesitaba la autorización de alguien a cargo. Erin no era la única que se quejaba de eso, todos requerían respuestas, y la ausencia de un líder llevaba a muchos retrasos.
—¡Hola, Erin! ¿Traes el correo? —preguntó Sam, de lo más animada. Bueno, Erin no pertenecía a la Academia, solo trabajaba allí. Por eso, a la chica le traía sin cuidado los rumores sobre Sam, ni siquiera creía que los oyera.
—No era necesario, iba a pasar por la oficina más tarde —dijo él, y se dio cuenta de que sonó algo brusco. No quería más interrupciones, y menos con Sam tan distraída.
—Lo sé, doctor Morton. Pero me entregaron esto para usted con carácter de urgencia, así que supuse que quería leerlo pronto para tomar acciones. Tenga...
La chica caminó en su dirección, y le tendió el sobre. Zack lo vio por encima, pero le bastó leer un solo nombre para saber por donde iba el asunto. Era de la familia Sharman.
—Gracias por tu consideración, ahora puedes irte.
—Si, yo también tengo prisa... ¡Oh! ¡Sam! Antes que me olvide, traje el libro que querías que te prestara, ¿quieres pasar a la oficina a verlo? De paso que me ayudas a repartir correspondencia, no me da la vida para hacerlo, y ya casi nadie pasa a la oficina principal.
—Bueno... —Sam lo miró de lado, y él asintió.
—Ve, no tardes mucho. Iré avanzando con algunos informes.
Samantha obedeció de inmediato, pues Erin había cambiado todo el foco de su atención. Esperó en silencio a que esas dos salieran para ir a su escritorio y revisar el documento. Este llegaba sellado por un importante Estudio de Defensa Civil de la ciudad, así que sea lo que sea que iba a encontrar, era serio. Pronto lo supo.
Los Sharman querían demandarlo por la desaparición de su hijo Candem. Aducían que lo entregaron no en calidad de objeto de estudios, sino como un paciente que debió ser tratado como tal. Hablaban sobre las supuestas negligencias que cometió, y buscaban no solo llevarlo a prisión, también querían quitarle la licencia para ejercer su profesión.
Zack apretaba los bordes de esa hoja, como si fuera lo único a lo que pudiera aferrarse. A pesar de estar bien sentado, sentía como si el mundo bajo sus pies temblara.
Cuando los Sharman le entregaron a su hijo a la Academia, fueron muy conscientes de que Candem perdía sus derechos humanos al convertirse en una criatura enemiga del pacto. Todos sabían como eran las cosas, una vez la persona se convertía —por voluntad u obligación— en vampiro o licántropo, ya no había leyes que lo protegieran. Cualquiera podía y debía matarlo. Entonces, ¿por qué pretendían acusarlo de esa manera?
Y allí estaba el detalle: Nunca se certificó que Candem era un licántropo. Técnicamente, cuando lo entregaron, se había logrado detener su conversión. Los únicos testigos que podían declarar haberlo visto convertido eran él y Aurea, cosa que no iban a tomar en cuenta. Zack podía ver varias inconsistencias en el caso de los Sharman, pero no se confiaba. Si había algo que los ricos sabían hacer muy bien, era salirse con la suya. Y sin dudas, estos no escatimarían en gastos y moverían todas sus influencias con tal de ganar.
A partir de ese momento, el ánimo de su día cayó en picada. Todo empezó a salirle mal. No logró concentrarse en nada, se le rompieron varios tubos de ensayo con muestras. Y, como si el hecho de que pudieran arruinar su carrera no fuera suficiente, de pronto llegó la nueva líder de la Academia.
Si bien era cierto que la presencia de una figura de autoridad era necesaria, no imaginó que pondrían a alguien externo para esa labor. Y que su presencia no le llevaría nada de calma.
Tal vez estaba exagerando, tenía la amenaza de los Sharman en mente, y los anuncios de Finlay sonaron a peligro. Logró contarle a Abish sobre la notificación que recibió, y una vez salieron de la Academia, pudo confirmar que no fue solo su percepción pesimista de ese día, sino que de verdad Finlay insinuó que las cosas iban a cambiar, y que pronto todos en la Academia tendrían que aprender a danzar a su ritmo.
Lo único que Zack deseaba era que ese maldito día acabara de una vez, no podía creer que empezó con una novedad tan buena con Samantha, para terminar así, con ganas de cerrar los ojos y olvidarse de que existía.
Oh, no. Corrección. Las sorpresas no habían acabado. Cuando el científico creyó que ya nada más podría suceder ese maldito día, llegaban a la cabaña en las afueras para encontrar no a uno, sino a dos lobos insolentes. Y al menos uno de ellos quería colaborar. En cambio, el otro...
—Al parecer no ha logrado volver a su forma humana desde la Luna roja —aclaró Wolfgang—. Lo cual ya es un problema serio.
Zack asintió. Por supuesto, Candem escapó hacia el bosque sin ninguna guía, su creador murió antes de siquiera enseñarle algo tan básico como controlar su transformación. Y en la forma de animal salvaje sería más difícil razonar con él o darle lecciones.
Se suponía que el equilibrio que hacía a los licántropos racionales llegaba de su cerebro y forma humanas. En ese estado, Candem no ayudaría en nada. Ni siquiera en su caso, porque lo único que demostraría era que sus métodos fallaron.
—Al menos no es como un lobo silvestre —añadió Abish. Pero, cuando la cazadora dio un paso hacia adelante, Candem empezó a gruñir.
—No, aún no. Este todavía razona, pero no le quedará mucho. Tiene que volver a ser humano al menos unos días, o su alma se perderá, consumida por la bestia —les dijo Wolfgang, y todos asintieron.
—Tampoco podemos dejarlo libre —agregó él, y volvió su vista al lobo—. Estoy seguro de que a Candem no le hace nada de gracia la forma que tiene ahora. —La bestia la sostuvo la mirada un instante, antes de apartarse y hacer un ruido parecido a un bufido humano, o que al menos parecía imitarlo. El lobo sacudió su pelaje, y luego aulló.
—Pues sí, ese es el motivo por el que anda más dócil que de costumbre —se burló Wolfgang—. Es natural, lo entiendo. Ser un lobo está bien, pero saber que tienes la capacidad de tener más que una forma y no poder controlarlo, es frustrante. Además —Wolfgang posó la mano sobre el lomo del lobo. No pretendía acariciarlo, más bien fue como una palmada. Luego, deslizó la mano hacia el cogote, y de allí lo cogió—, le he contado unas cosas a nuestro nuevo amigo.
—¿Qué cosas? —preguntó Abish, desconfiada.
—No sé, tal vez la existencia de cierto libro que tal vez podría ayudarlo a romper la maldición que lo aqueja...
—¡Qué! —exclamaron Abish y Zack al unísono, pero Wolfgang no pareció prestarle importancia.
—Y así podría volver a ser el apuesto y desgraciado heredero humano, además de toda una celebridad, al ser el primero en vencer la maldición de los licántropos. En fin, todo un hito histórico.
—¡Cómo pudiste decirle a este tipo del libro de Blake! —gritó Abish, señalándolo con furia.
—¿Te parece que puede contárselo a alguien? —respondió Wolfgang con burla, lo que irritó aún más a la cazadora.
—Deja de jugar conmigo. Sabes lo delicado que es esto, y ni siquiera estamos seguros de que ese libro contenga la cura para la licantropía.
—Es cierto, pero también sabemos que Blake dedicó toda su vida a investigar ese tema. Diría que tenemos una gran oportunidad, especialmente con este hijo de Petrus aquí, dispuesto a cooperar.
Zack frunció los labios. Aunque entendía el punto, no podía evitar sentirse incómodo. Aun así, tenía que admitir que Candem era la mejor opción que tenían si querían poner en práctica la investigación de Blake.
—Sigo pensando que es ridículo —dijo Abish, esforzándose por contener su molestia—. No puedo creer que, de pronto, este bastardo sea nuestro aliado.
Al escucharla, Candem gruñó y mostró los dientes. Sus ojos amarillentos brillaban con furia, dejando claro que, si quisiera, ya estaría sobre ella, desgarrándole el cuello.
—Más respeto —bromeó Wolfgang—. El muchacho quiere ayudar, y se supone que ahora somos colegas, ¿no? —Ni Zack ni Abish respondieron. Finalmente, el lobo se calmó, y Wolfgang lo soltó—. Pero antes de avanzar, le enseñaré a este tipo cómo volver a transformarse. Estuve intentándolo toda la tarde, pero o ya perdió su alma o es simplemente estúpido.
—No haré comentarios al respecto —replicó Abish, mordaz—. Esa es tu especialidad; tú sabrás qué hacer.
—Tal vez tu amigo el "doctorcillo" tenga algo que pueda ayudar —sugirió Wolfgang.
—¿Algo como qué? —preguntó Zack con desgano. No le importaba ganarse el respeto de Wolfgang, pero le irritaba la forma despectiva en que se refería a él.
—Algo que lo calme, que lo haga dormir. Parece tranquilo, pero su estado de excitación no ha disminuido desde la Luna Roja. Está en un estado de hipervigilancia. Tan agitado que no puede concentrarse.
—Entonces deberíamos llevarlo al laboratorio. Tal vez allí esté más seguro mientras aprende a controlar su transformación.
Al escuchar eso, Candem comenzó a gruñir de nuevo. Wolfgang lo sujetó con fuerza antes de que atacara.
—Te advertí que esto iba a pasar, no te quejes ahora —dijo con tono condescendiente—. Así que, o nos sigues, o te suelto para que una manada te haga pedazos en el bosque. Tú decides.
El lobo gruñó con fastidio, pero la parte de él que seguía siendo humana logró imponerse. Ese era el problema: la parte humana de Candem era la de un niño rico egocéntrico y despreciable, incapaz de pensar en algo más allá de sí mismo.
—Entonces, vamos —dijo Zack—. Cuanto antes empecemos, mejor.
Wolfgang se transformó y empezó a correr hacia el laboratorio. Candem lo siguió, pero no sin antes dedicarles una mirada cargada de desprecio. Abish subió al volante del jeep, y Zack se acomodó en el asiento, ambos en silencio mientras se dirigían al laboratorio subterráneo.
Era evidente que a Abish le molestaba depender de Candem. A Zack tampoco le agradaba. Ese desgraciado había intentado abusar de Aurea, algo que él no estaba dispuesto a perdonar. Si iba a ayudarlo, sería solo porque necesitaba librarse de las acusaciones de los Sharman. Por lo demás, que el lobo se las arreglara como pudiera.
Los lobos llegaron primero. Abish estacionó, y Zack ingresó el código de seguridad. Mientras descendía por las escaleras con dos licántropos detrás de él, no pudo evitar sentirse extraño. En otros tiempos, no habría considerado a esas criaturas más que bestias irracionales. Ahora, uno de ellos todavía lo era.
"Aurea me matará cuando se entere de esto...", pensó. Sabía que ella tenía suficientes preocupaciones como para añadir a su ex abusivo a la lista.
—¿Y bien? ¿Qué sigue? —preguntó Wolfgang, ya de vuelta en su forma humana. A su lado, Candem gruñó con fastidio. Ver a otro licántropo controlar su cuerpo con facilidad debía de ser insoportable para él.
—Voy a darle un tranquilizante. Llévenlo a la jaula, por precaución.
Para sorpresa de todos, Candem caminó hacia la celda por sí mismo y se sentó, esperando. Zack lo observó de reojo mientras preparaba la inyección. No sabía si funcionaría, pero al menos lo mantendría dormido un buen rato.
Cuando Zack se acercó con la jeringa, Candem retrocedió, mostrando los dientes. Wolfgang intervino rápidamente, sujetándolo por el cuello.
—Quieto... tranquilo... —murmuró Wolfgang, pero el lobo no obedecía. Entonces, comenzó a hablar en un idioma extraño, uno que sonaba tan antiguo como el bosque mismo—. Ciuin, Candem... Cium... Smachd a chumail... Smachd.
El lobo dejó de gruñir y Zack aprovechó el momento para inyectarle el tranquilizante. Pronto, el efecto se hizo evidente: Candem comenzó a caminar en círculos dentro de la celda antes de caer dormido.
—¿Qué le dijiste? —preguntó Abish, curiosa.
—Nada importante, solo que se calmara y se dominara —respondió Wolfgang, apartándose.
—Él no puede entenderte.
—Todos los licántropos pueden entenderme. Es algo nuestro.
Cuando confirmaron que Candem estaba inconsciente, Zack cerró la reja con alivio. Para él, el lobo volvía a estar bajo supervisión. Si tanto les importaba a los Sharman, los enfrentaría con pruebas en mano.
Mientras desechaba la jeringa, notó algo que lo dejó helado: un pequeño cachorro blanco lo observaba desde el suelo. Zack apenas pudo reaccionar antes de que el cachorro ladrara, sobresaltándolo.
—¡Zack! —exclamó Abish al verlo sentado en el suelo, aturdido por su torpe caída.
—Estoy bien —respondió él, aún confundido.
—¿De dónde salió esta cosa? —preguntó Wolfgang, tomando al cachorro por el cogote.
—Será mejor que lo bajes —advirtió Abish—. Hay algo que debes saber. Esa cosa...
—¿Cosa? ¿Qué se supone que eres? —Wolfgang olisqueó al cachorro y lo examinó antes de fruncir el ceño—. Esto ni siquiera es un perro real. Es un juguete.
—Es Danny —dijo Zack, sin saber qué más añadir.
—¿No pudieron elegir un nombre menos ridículo?
—Wolfgang, escúchame bien. Este cachorro llegó con Aurea tras su viaje astral. Es... es el Dán.
El silencio se hizo insoportable. Wolfgang miró al cachorro, que dejó de ladrar al instante. La tensión era palpable.
—Voy a destrozarte el cuello —dijo finalmente Wolfgang, arrastrando cada una de sus palabras.
Y así fue como Zack vio al gran lobo del bosque correr tras un cachorro blanco, espiritual, por todo su laboratorio.
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Después de un largo silencio, en lo que debió ser su máximo esfuerzo de autocontrol en los últimos tiempos, la bruja respiró hondo y los miró a todos. Frente a ellos estaba parado el muy desgraciado, sacando la lengua y sacudiendo la cola.
—No puedo creer que me hicieran faltar a mis clases para que les hiciera de traductora de perros —dijo finalmente, con evidente fastidio, lo que solo los irritó más de lo que ya estaban.
—Eres la única que puede entenderlo —contestó Abish—. A nadie le hace gracia esto, ¿sabes?
—¿Y qué se supone que pasó aquí? —preguntó Aurea, señalando los destrozos a su alrededor: mesas rotas, estantes caídos y líquidos apestosos derramados por todos lados. Hablando de cosas apestosas, no necesitaba que nadie le aclarara que el lobo estúpido en estado de coma que dormía detrás de la reja era Candem. Lo recordaba perfectamente.
—Wolfgang estuvo persiguiéndolo —aclaró Zack, mientras el licántropo se cruzaba de brazos.
—Esa cosa no es normal. Lo hubiera destrozado en un instante, pero no dejaba de moverse —dijo Wolfgang, apartando la mirada. No había dudas: Danny lo había herido en su orgullo.
—¿Y dicen que apareció de la nada? ¿Sin dar una sola indicación espiritual? —preguntó Aurea.
—Sí —respondieron todos a la vez.
Aurea se puso en cuclillas y miró a Danny con reproche.
—¿Ves lo que provocaste? ¿No puedes actuar normal al menos un día, como para variar?
—Mi cuerpo físico tiene necesidad de un líquido elemento vital. ¿Cómo pueden proporcionarlo? —preguntó el Dán, con una seriedad tan fuera de lugar que Aurea no pudo evitar poner los ojos en blanco.
—Que tiene sed, dice.
—¿Solo eso? —interrumpió Abish, visiblemente exasperada—. Aparece de la nada, causa un maldito alboroto, ¿y solo quiere agua?
—Sí, solo quería agua. Les iba a decir, pero nadie me hace caso —declaró el cachorro, casi ofendido.
—Es que también tú... —suspiró Aurea, acercándose para cargarlo despacio. No quería parecer una loca maltratadora de animales, pero esa cosa no se lo ponía fácil—. Vamos por agua para la criatura.
Tampoco iba a decir que se estaba perdiendo un día maravilloso en la Escuela. Cuando esa noche volvió de la Academia, Clemence ya la estaba esperando para darle el sermón por haber abandonado la asamblea de esa forma. Por supuesto, se esperaba que pidiera disculpas por su actitud, cosa que haría, pero otro día. No tenía ni ánimo ni fuerzas para ponerse a discutir con su maestra, así que simplemente asintió, dándole la razón en todo.
No solo tenía en mente su nueva posición como Gran Consejera del Espíritu, sino también las inquietantes novedades de los cazadores. Entendía perfectamente por qué Abish y Zack estaban tan preocupados: esa mujer sin duda había llegado para complicarles la vida. Una lástima, se notaba que era de esas que tenían la brujafobia a tope, y a ella... que le hubiera gustado...
"¿Qué te hubiera gustado qué cosa, eh, estúpida?", se reprendió a sí misma mientras se arreglaba para otro día de Escuela. "No sé, que me invite a salir o algo. Es de esas a las que te gustaría decirle 'Sí, mami'," pensó, y no pudo evitar reírse de sus ideas.
No lo negaba: Finlay había llegado para imponerse. Y si quería imponérsele, Aurea no pensaba negarse. "¿O sea que oficialmente ya no somos bisexuales, solo lesbianas?", se preguntó. ¡Ah, como si esas cosas pudieran decidirse!
Y así, con esas estupideces en mente, Aurea estaba a punto de ir a clases cuando le avisaron que su dhan acababa de llegar a la Escuela a buscarla.
Todo eso se le hacía irreal. Antes apenas podía hablarlo en susurros y, de pronto, todas lo sabían y hasta le daban el día libre sin ningún problema para que fuera a atender sus asuntos de Escogida. Agradeció salir de la Escuela con Abish, pero ojalá esta le hubiera dicho que era para traducir los ladridos del Dán o, peor, para oler los orines de Candem a lo lejos.
Sin decir nada, Aurea tomó un cuenco que encontró tirado por allí, abrió el caño y le sirvió a Danny el agua que tanto quería. Colocó al cachorro y al cuenco sobre una mesa metálica que seguía en pie, y este empezó a beber con avidez. La bruja tomó una silla y se sentó frente a él, y los demás la imitaron. Así que allí estaba casi todo el danan, reunidos alrededor de un perrito engreído.
—Tah-dah, acá tienen al ancestral y sagrado Dán —dijo Aurea en un falso tono ceremonioso, extendiendo las manos hacia el cachorro como si quisiera lucirlo.
—Esto no es gracioso, rubia. Lo odio —declaró Wolfgang, quien seguía con los brazos cruzados.
—No eres el único, pero acá estamos. Y tú, querido, dime de una vez para qué viniste y por qué dejaste que el lobo te persiguiera toda la noche.
—No fue toda la noche —respondió Danny, ya habiendo terminado el agua—. Y no lo sé, al principio fue angustiante, y luego gracioso.
—Bueno, ¿qué pasó? Llevas días desaparecido y, de pronto, llegas al lugar donde nadie puede entenderte. ¿Nos perdimos de algo?
—De muchas cosas. Estuve experimentando la existencia terrestre. La comida de perro es un asco, ¿sabías? No me gusta. Quiero comida humana para ver qué tal es. De preferencia algo abrasado por el fuego.
—¡Ah! ¡Nos salió exigente! —exclamó Aurea.
—¿Qué quiere? —preguntó Abish, con el ceño fruncido.
—Una chuleta a la parrilla. Mira, Danny, no estamos aquí para darte de comer. Además, eres un espíritu, no lo necesitas.
—¿Quién dice? Este cuerpo tiene sentido del gusto.
—Danny —dijo Aurea con más seriedad—. ¿Qué pasa? Estamos todos juntos aquí. Es el momento preciso para presentarte, contarnos cosas, no sé. Hacer algo digno de ti.
—No estamos todos...
—Oh, cállate...
—Falta el vampiro.
—No me interesa, ni lo nombres.
—Está hablando de Ethelbert, ¿verdad? —dedujo Wolfgang—. ¿Y acaso no sabe esa cosa dónde anda el vampiro?
—Lo mandé a cuidar de Aitanna.
Ese fue el colmo. Aurea golpeó la mesa y lo miró con furia.
—¡Mi madre está muerta!
—Eso es cuestionable.
—¡Esa cosa no es mi madre, es la Nigromante!
—En parte sí, en parte no. Es complejo, pero no te corresponde a ti juzgar el viaje interior que le toca a mi querida Aitanna antes de encontrarse.
—¡Mi querida! ¡A ella sí le dices "mi querida"! —estalló Aurea—. ¡A ella, que intentó matarme! ¡Que casi mata a tus escogidas!
—A ti te digo Pequeña luz, y eso es lindo.
—¡Abish, sácame de aquí, no lo soporto!
—Oh, por la Luz, ¿quieren calmarse todos? —interrumpió Abish, visiblemente irritada—. Tú —añadió, señalando al cachorro—. Dile de una vez a Aurea para qué viniste.
—Pues escuché algo sobre cierto libro de cierto lobo, y sabía que tenía que estar aquí.
—Es sobre el libro de Blake —aclaró ella, y todos se inclinaron, mirando a Danny con interés—. ¿Qué sabes de él?
—Sé que encontrarán lo que buscan allí, no tienen prohibido su uso. De hecho, era exactamente esto lo que tenía que pasar. Pero, y esa es la advertencia, deben tener cuidado. Hay un precio. Todo tiene un precio. Me temo que puede ser muy alto.
—¿Qué dice? —preguntó Zack.
—El miserable solo ladra. Vamos, bruja, traduce —exigió Wolfgang.
—Que... que hay un precio, que tengamos cuidado y... ¿qué puede pasar? —preguntó Aurea con vacilación.
—Eso puedes averiguarlo tú misma. Ahora puedes.
—No... no... no... no me hagas hacerlo, no eso, por favor... —Se refería a su poder, a esos hilos del destino que, de pronto, también podía tejer. Negaba con la cabeza mientras hablaba y echaba su espalda hacia atrás, como si quisiera huir de la idea.
—No puedes vivir con miedo.
—No quiero, no puedo...
—Solo hazte una simple pregunta, Pequeña luz: ¿cuál es el precio que hay que pagar?
—¡No!
Pero era incontrolable, casi tanto como su curiosidad. Claro que quería saber qué pasaba si se hacía un mal uso del libro de Blake, pero no así. No con esa sensación de estar siendo consumida por un vacío del que no podía escapar. Esa irrealidad volvió, y las imágenes venideras empezaron a formarse, tomando cientos de formas.
Fueron símbolos al principio: pequeñas figuras triangulares, círculos y cuadrados. Luego, las imágenes se hicieron más nítidas. Y Aurea vio allí varios caminos; solo unos pocos eran tolerables. Pero fue inevitable mirar el horror, porque estaba justo frente a ella. Era una advertencia, sin lugar a dudas.
—¡Aurea! ¡Reacciona! —La voz de Abish la ayudó a aferrarse a la realidad. No quería enloquecer, no con todo eso. Pero tenía que decirlo, tenía que expresarlo antes de que se desvaneciera de su mente.
—¡El exceso traerá a la oscuridad! ¡La deformidad y el horror! ¡Las palabras son de otra era de sombras y temor! ¡Cada palabra romperá el alma del usuario! ¡Porque, si quieren derrotar la magia de Annevona, deberán pagar su precio!
Se desvaneció en los brazos de Abish, temblando y sintiéndose débil. Decirlo le devolvió el aire, pero al principio respiró con dificultad. Su dhan le sostuvo la cabeza; ni siquiera se dio cuenta de en qué momento había terminado en el suelo. Sin embargo, cuando volvió a abrir los ojos, vio a Danny sobre su pecho, mirándola con atención. A sus lados, también estaban Wolfgang y Zack, inclinados, tratando de entender qué le había pasado.
—¿Ya lo viste? —preguntó Danny. Aurea asintió apenas—. Pues cuéntales.
—¿Y qué le pasó? —escuchó a Wolfgang decir.
—Hizo encuadernación con el Dán, y por eso también comparte su poder —explicó Abish mientras ayudaba a Aurea a incorporarse.
—¿En serio? —preguntó el licántropo. Más que sorprendido, su tono sonaba fastidiado—. Pero si esta niña apenas puede lanzar sus bolas de luz, ¿y además le dan otro poder ancestral? No, se nos va a desmayar todo el rato.
Aurea, ya sentada, le devolvió una mirada llena de molestia.
—¡A un lado todos! —exclamó Zack. El primero en obedecer fue Danny, que dio un salto y se alejó lo más que pudo. Abish también hizo caso, mientras que Wolfgang, sin mucho interés en la salud de Aurea, se limitó a observar. Aún mareada, ella notó cómo Zack le tomaba el pulso, revisaba su temperatura y la miraba directamente a los ojos antes de mostrarle su mano en alto—. ¿Cuántos dedos ves?
—Cinco, no seas dramático.
—No finjas que todo está bien. Tú no ves lo que te pasa cuando estas cosas ocurren. No es normal, Aurea. No me pidas que no me preocupe.
Ella asintió lentamente, sintiéndose enternecida en el momento menos oportuno.
—La bruja ya está bien, no se murió. Estoy seguro de que tiene algo que contarnos, y será mejor que lo haga rápido para que no se le olvide nada —comentó un aburrido Wolfgang. Solo porque odiaba que el lobo la fastidiara tanto, sin importarle que casi se desmayara, Aurea se esforzó por ponerse de pie.
—Bien... ya estoy lista, creo...
—¿Segura? —preguntó Abish, mirándola con cautela. Aurea asintió.
—¿Dónde está el libro de Blake? —Los tres se miraron entre sí, claramente desconfiados—. En serio, lo necesito para comprobar algo.
—Está por aquí. —Zack, quien se había encargado de custodiar el libro, caminó hacia otro lado del laboratorio. Desde esa distancia, Aurea lo vio presionar botones que desbloquearon una especie de caja fuerte. Y sí, allí estaba aquella cosa. Todos volvieron a la mesa, y el científico colocó el libro frente a ellos.
Tal como la primera vez, Aurea tuvo que hacerse un corte con un bisturí para que su sangre de Asarlaí rompiera el sello del libro. Ya no les sorprendió que pareciera ser consumido por ácido, como si fuera a destruirse. Una vez que el efecto terminó, Aurea abrió el libro con cuidado.
—Wolfgang, dijiste que podías leerlo, que entiendes el idioma que usó Blake.
—Ajá. ¿Quieres que lea algo para ti?
—Hay algo que tal vez no entiendas... —murmuró Aurea para sí misma. Pero, estando todos en silencio, pudieron escucharla claramente. Ella repasó las páginas del libro, guiada por el poder del Dán, hasta encontrar lo que buscaba—. Esto —señaló. Wolfgang se asomó y, tras un instante, frunció el ceño antes de negar con la cabeza.
—Este no es mi idioma.
—Ni el mío. Pero puedo pronunciarlo. Lo he escuchado.
—Pequeña luz, será mejor que no...
—¡Tú no te metas! Déjame comprobarlo —le gritó al cachorro, que había empezado a ladrar. Aurea tomó el libro con ambas manos y comenzó—. Az árnyak... világa erőt ad... neked... ¡Ahh! —gritó, soltando el libro. No porque este la quemara; no le hacía daño físico. Fueron las palabras las que la dañaron.
—¡No vuelvas a hacer eso! —exclamó Abish, claramente alterada. Cuando Aurea miró sus manos, notó algo extraño: como si, por un instante, su piel se hubiera arrugado—. No puedes... no... Lo que sentí cuando dijiste aquello... no sé qué es, pero es malo, terrible...
—Te lo advertí —dijo el cachorro. Aurea no tuvo ánimos para responderle.
—Pero ya lo comprobé.
—¿Qué cosa? —preguntó Zack.
—Este idioma, esas palabras... no solo es nigromancia. Es el legado de Annevona. Son las palabras de la Gran Bruja Oscura. —Y por eso nadie podía pronunciarlas, ni siquiera ella. Ni siquiera otra Nigromante; eso también lo había visto.
—Esto es peor de lo que pensaba —murmuró Wolfgang—. Nadie podrá leer esto jamás. Nadie tiene la magia de Annevona. Ni siquiera esa Nigromante o su maestra.
—No fue diseñado para ellas —contestó Aurea—. Lo vi. Solo puede leerlo un ser mágico con sangre maldita.
—¿Y de dónde vamos a sacar uno de esos? —preguntó Wolfgang.
—¿Un hechicero? ¿Es eso? —inquirió Abish, y Aurea asintió rápidamente—. No conocemos a ningún maldito hechicero.
—Sí... sí hay uno. Uno con un sello. —Ni siquiera quiso decir su nombre, pero ya lo sabía. El poder del destino se lo mostró, y no lograba asimilarlo. Claro que había un hechicero. Un muchacho.
Leonard.
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En multimedia: El libro de Blake
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Tenía el cap listo desde el lunes, y se borraron cosas, y tuve que reescribir y laptm.
Eso me pasa por no agradecer a Beyoncé
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