10. Sincronicidades

En este mundo, la casualidad no existe.

Todo está conectado de una forma u otra, incluso cuando no parece haber una causa evidente.

Las acciones tienen consecuencias, sí, pero a veces la causa y el efecto no tienen relación aparente. Las dejamos en el terreno de lo curioso: coincidencia, casualidad, hechos fortuitos.

Sin embargo, ¿es realmente así? No es necesario que exista una causa visible para que los hechos se conecten. Al menos, no una causa o razón que podamos comprender con simpleza.

Dicen que no hay una explicación lógica, pero nada ocurre porque sí. Nada de lo que sucede es un error, todo es un eco de las cuerdas invisibles que tejen nuestra realidad.

Esas cosas, esas sincronicidades, no son meros caprichos del azar. Se conectan con nuestro mundo interior y, al mismo tiempo, con planos más altos. Cada ser está entrelazado con los demás, sin saberlo, vinculado al pasado, al futuro, y a señales que solo unos pocos logran interpretar.

Sincronicidad.

Así llamamos a lo que los simples denominan "coincidencia". Son las vibraciones de los hilos del destino y de la vida misma, los ecos y murmullos que el Dán oculta en los pliegues de la realidad.


Estudios metafísicos de la realidad percibida

Esves Dulrá

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No podía seguir aplazando ese viaje, y todos lo sabían. Pero nada le resultaba fácil, ni siquiera la búsqueda de respuestas. Por más dinero que Grigor soltaba, por más que pagaran lo que fuera necesario sin regatear, poco se sabía, y la sombra del mal seguía creciendo. Podía sentirla en la piel, en sus sueños, en sus noches y días. Si no encontraba, aunque fuera una pista, Charsel de verdad iba a enloquecer.

—Tengo que ver a mi hija —dijo para sí mismo, pero todos pudieron escucharlo con claridad. Seguro que ya estaban hartos de él, de oírlo repetir esas palabras. De su impaciencia, de su mediocridad. Pero cuando Charsel miró al frente, encontró los ojos tristes del capitán del "Espectro Nocturno", y alrededor solo hubo miradas llenas de comprensión. Otros, incluso, asintieron.

Charsel cerró los ojos con fuerza, sintiéndose inexplicablemente peor. Tal vez habría preferido que lo consideraran un inútil, y no que le tuvieran lástima.

—¿Y crees que no lo sé, hermano? —contestó Grigor con esa voz gruesa, casi gutural, que intimidaba a muchos. Sin embargo, para él siempre tuvo palabras gentiles, afecto y consideración. Era, en ese momento, el único en la nave al que Grigor llamaba "hermano". Todos los demás habían muerto—. Estoy tan harto como tú, maldición. Ya no sé qué más tenemos que hacer o a quién tenemos que matar para que alguien desembuche algo.

—Creo que aquel ya nos enseñó que así no se consiguen las cosas. —En cuanto escuchó eso, el capitán bufó e incluso escupió a un lado.

—A ese hijo de perra ni lo nombres. Está prohibido. No en mi nave.

—Lo sé... —murmuró, y notó que todos los demás hacían el mismo gesto de desprecio, algunos incluso escupieron. Todo por la mención indirecta del Dán.

El fornido capitán frente a él no podía siquiera escuchar sobre su existencia. Si envió el libro de Blake a la Librería de Etrica, no fue por alguna "maldita mierda del hijo de perra", como solía decir, sino porque una de las brujas de la tripulación tuvo una visión y advirtió al respecto. O bueno, eso era lo que Grigor quería creer, pues Charsel estaba seguro de que esa visión no le llegó a la bruja por casualidad. Todo lo que sucedía no era más que algún intrincado plan del Dán.

Grigor cogió la botella de destilado que tenía al lado y dio un gran sorbo. Tenía el ceño fruncido, lo que llevó a Charsel a replantearse cómo abordar el tema sin que lo mandara muy lejos. A sus cincuenta años, Grigor seguía luciendo aguerrido y brutal, como en su juventud. Después de todo, no se llegaba a ser el capitán pirata más temido de los mares de Xanardul por mera coincidencia.

Con el cabello y los ojos tan negros como la misma noche, una barba descuidada y un físico envidiable, muchos se preguntaban cómo alguien como él podía seguir siendo invencible. Y Charsel lo sabía: era listo, mucho más de lo que aparentaba. Más que todos ellos.

El capitán del "Espectro Nocturno" había perdido mucho en aquellos años: a sus amigos más queridos, a su danan, y el brazo izquierdo. Aquello que muchos considerarían una debilidad, en él se había convertido en algo más temible. Las brujas le hicieron un brazo metálico, y con un hechizo que renovaban cada luna llena, lograban vincular el objeto a la voluntad de Grigor, haciéndolo más letal que cuando era un hombre completo.

Viéndolo a él y viéndose a sí mismo, Charsel no entendía cómo podían siquiera respetarlos por igual. Los años lo habían vuelto patético, mientras que a Grigor solo lo habían engrandecido.

—Está bien, no hablaremos de esa cosa —continuó Charsel, esperando no enfurecerlo más—. Solo temo que la información que buscamos no esté en boca de nadie, o que ni siquiera la sepan en Anglia.

—Es probable, claro. Será difícil saberlo si no tenemos ni idea de a dónde va Aitanna.

—Claro... —musitó. Grigor seguía llamándola así. No creía que dejara de hacerlo. No era con mala intención, pero a él le lastimaba escuchar su nombre.

—Podría estar en cualquier parte del puto bosque de mierda ese —añadió Grigor, chasqueando la lengua—. Incluso podría estar camino al norte, si sabe los mismos rumores que nosotros sobre el niño hechicero.

—Ajá. Se supone que fue el último lugar donde se tiene la certeza de que se vio a Leonard. —Los demás asintieron. Nadie había dicho una sola palabra, pero todos seguían muy atentos a la conversación.

—El tema es determinar qué es más importante ahora mismo: encontrar a Aitanna y su corazón, o sacar a tu hija de esa ciudad maldita.

—Tal vez deberíamos echar la suerte —sugirió Lev, y todos se giraron a mirar al joven pirata. Lo dijo con ligereza, pero tenía algo de razón. Tal vez solo las sincronicidades del tiempo y el destino que manejaba el Dán podrían darles una pista de los pasos a seguir.

Desde que una bruja adivina de Tyrynar les habló sobre el cofre con el corazón de Aitanna, pensaron que la prioridad sería encontrarlo para intentar liberarla de su forma de Nigromante. Y para eso, debían saber cuáles serían sus pasos, algo que no lograban averiguar hasta el momento. Pero mientras pagaban por información que nunca llegaba, el riesgo para su hija seguía creciendo en Etrica. ¿Qué era más importante? ¿Cómo decidir, si encontrando el corazón arrancado podrían hallar una vía de salvación, pero protegiendo a la Asarlaí también?

Las brujas de la tripulación intentaron obtener información del mundo espiritual, pero fue en vano. "Pareciera que todos estos mierdas se hubieran metido la lengua espiritual al culo", había dicho Grigor con una risa amarga aquella vez. Nadie habló, nadie sabía nada. Ni las ancestras, ni las deidades menores. Ni la planta de Nishi, que solía ser más reveladora. Vamos, ni siquiera la Diosa del mar a la que tanto adoraban las brujas tuvo la decencia de manifestarse.

Todo era extraño. La última pista que se les concedió fue la visión de la bruja de Tyrynar. ¿Cómo esperaban que hicieran algo sin orientación?

Sin embargo, lanzarlo a la "suerte"... Bueno, eso era otra cosa. Charsel sabía lo que era el Dán y lo entendió cuando llegó al conocimiento antiguo y sagrado del viejo mundo. Era el hilo conductor del tiempo y la existencia, del destino y la vida. Hasta en las cosas más mínimas e irracionales, él estaba. Y la sincronicidad era su herramienta favorita. Nada, absolutamente nada, era casual. Aunque el espíritu no quisiera revelarles nada, las pistas estaban atadas en el hilo del tiempo. Solo había que buscar las señales.

—Bueno, trae una maldita moneda —le pidió Grigor a Lev, y el muchacho se levantó con pesadez. Buscó en sus bolsillos, y se escuchó el tintinear de varias monedas hasta que sacó una que no brillaba mucho. Bronce, tal vez...

—¡Acá va! —Lev la lanzó al aire, y el capitán la atrapó con los dados metálicos. La observó y arrugó el ceño.

—¿De dónde sacaste esta cosa?

—No lo sé, me gusta coleccionar rarezas.

—Idiota, esto debe valer una fortuna para los coleccionistas.

—¿De dónde es? —El Maestre de Botín se acercó y miró sobre el hombro del capitán. Al hacerlo, abrió los ojos de forma desproporcionada—. Es de Berbard... Sin duda es de Berbard.

Tal vez, alimentado por la curiosidad, Grigor le tendió la moneda a su maestre, quien la examinó con cuidado.

—¿De antes o después de la caída? —preguntó.

—Antes.

El "Oh..." de asombro fue generalizado, ni siquiera el capitán escapó a ello. Charsel sonrió de lado. Allí estaba: su primera sincronicidad. Berbard. Y todos sabían lo que eso significaba. Intercambió una mirada con Grigor, quien asintió. Por más que odiara todo lo referente al Dán, el capitán no había olvidado cómo usar sus trucos a su favor.

—¿De cuántos años estamos hablando? —preguntó Lev, cuyos ojos brillaban con una emoción renovada al descubrir el verdadero valor de su moneda.

—De antes de la caída del reino vampírico, cuando los Nayruth aún dirigían la resistencia. Eso nos sitúa en... Sí, hace unos ochocientos años, por lo menos.

—Vaya, vaya... —murmuró Lev, llevándose dos dedos al mentón—. Me parece que voy a tener que negociar con esto.

—Primero lo echamos a la suerte, y luego haces lo que quieras —dijo Grigor, extendiendo la mano para recibir la moneda.

Con cierto pesar, el Maestre de Botín se la cedió, y Charsel supo que más de uno querría observar de cerca el tesoro que Lev había guardado como una simple baratija en sus bolsillos. Tal vez, y con alta probabilidad, la moneda desaparecería esa misma noche si el joven pirata no mantenía los ojos bien abiertos.

—¿Y qué le preguntaremos a la moneda? —inquirió una de las brujas mientras Grigor acariciaba los bordes del objeto con sus dedos.

—Si debemos ir a Iskel. Si sale cara, enviaremos una misión más allá de las montañas. Si sale sello, iremos directo a Etrica en busca de las escogidas.

Se escucharon murmullos, y algunos se miraron entre sí. Sin embargo, Charsel estaba conforme y, aún más, complacido de saber que Grigor había captado las señales.

—¿Por qué a Iskel? —preguntaron varios a la vez.

El capitán hizo un gesto para que se callaran, y todos obedecieron sin demora.

En medio del suspenso, Grigor lanzó la moneda al aire. La vieron girar rápidamente, y cuando la atrapó con su mano metálica, Charsel podría jurar que todos contuvieron la respiración. El capitán abrió la mano lentamente, quizá también temeroso de lo que les aguardaba el destino.

—Cara —anunció.

Aunque tal vez no era el resultado que algunos esperaban, Charsel al fin pudo respirar hondo y calmarse. Ya no había dudas: pronto volvería a pisar tierra firme para cruzar el bosque hacia las montañas. Allá, donde vivían los descendientes Nayruth.

De todas esas sincronicidades, solo una estaba clara: la procedencia de la moneda, Berbard y los Nayruth. Ese era el destino, aunque aún quedaba por revelar para qué exactamente. Lo demás... Bueno, lo demás era una pista complicada.

Si la moneda databa de la época en la que aún gobernaba el rey vampiro, ¿acaso toda esa misión estaría relacionada con él?


***************


—Tienes que decirle —insistió el cachorro, pero ella respondió con silencio—. Aurea, tienes que...

—No —respondió con brusquedad, sin siquiera mirarlo. Caminó en línea recta, pretendiendo que no sentía las miradas de las personas que probablemente la reconocían de alguna foto en el periódico.

—Negarte no va a cambiar las cosas —dijo el Dán, y ella resopló. No podía escapar del ruido casi tierno de sus pequeñas patas sobre el asfalto, ni de la verdad que ese pequeño monstruo insistía en que debía revelar.

—No tiene sentido lo que pides.

—Oh, tiene todo el sentido del mundo, y lo sabes.

—¡¿Cómo se te ocurre que voy a revelarle eso al niño?! ¡Es solo una criatura!

—Una criatura que merece conocer su verdadero origen y naturaleza. Negárselo es incorrecto.

—Es que no puedo aceptar eso.

—No eres nadie para negar la verdad.

—¡Soy tu maldita escogida!

—Entonces haz algo digno de una escogida, para variar.

Aurea gruñó, y Danny también. Se habían detenido a media cuadra de la sede de las Fiurt. Aunque solían ser calles poco transitadas, alguien desde la otra acera la vio discutiendo con un cachorro que no le llegaba ni a la rodilla. Muerta de vergüenza, apartó la mirada y avanzó hacia la puerta principal a grandes zancadas, mientras Danny la seguía pisándole los talones.

Tenían un gran problema: Leonard. Y no era algo que se resolvería fácilmente, no con tantas personas al tanto de su origen. Especialmente Wolfgang.

Después de la visión en el laboratorio de Zack, no tuvo más remedio que revelar la verdad. Blake Ormavus había descubierto la clave de la maldición de los licántropos, ideada por Annevona para que jamás pudiera romperse: si los hechiceros desaparecían para siempre, nadie podría deshacerla. La clave no estaba en la magia de las brujas, sino en la de los hechiceros. Solo uno de ellos podría lograrlo.

Pero Leonard era apenas un niño con sus poderes sellados. No sabían si tenía algún talento útil para algo tan delicado como romper la maldición. Incluso si tuviera suficiente energía mágica, esta sería descontrolada y tardaría años de entrenamiento para moldearla, y quién sabe cuántos más para aprender a ejecutar el contrahechizo de Annevona.

Además, Aurea había visto otras cosas: deformación, horror... No. Simplemente no. No podía permitir que aquel muchachito pasara por algo así, no tenía la culpa de nada.

En el danan, todos parecían de acuerdo en que no debían exponer a Leonard a semejante peligro. Todos excepto Wolfgang. A Aurea no se le escapó que ese condenado lobo no dijo ni una palabra mientras los demás afirmaban con seguridad que jamás pondrían al niño en riesgo. Wolfgang se quedó callado, observando, sin hacer promesas de no interponerse. ¿Qué planeaba en realidad? Nunca dijo que quería ser libre de su maldición, pero tal vez deseaba usar la cura en otros. Tener ese poder lo haría increíblemente influyente, aunque él mismo no fuera portador de la magia.

"Lo que faltaba", pensó con amargura. "Tenemos que proteger al niño del lobo también. Y de la magia, de la oscuridad, de cualquiera que quiera el secreto. Es el único del que estamos seguros que tiene magia. Ahora es más preciado que yo cuando era una estúpida Asarlaí en las sombras".

Y sí, todo eso era cierto. Precisamente porque sabía cómo se sentía, temía por Leonard. Pero ¿cómo manejar las cosas con discreción si ese condenado cachorro no hacía más que exigirle que revelara la verdad?

Aurea se detuvo en seco, y Danny con ella. Allí estaba, la puerta blanca de las Fiurt, abierta de par en par. No había vuelto a ese lugar desde que despertó tras la ceremonia de iniciación, y sabía que la estaban esperando.

El cachorro caminó detrás de ella con un andar tranquilo, sin más ruido que el de sus patas pequeñas. Aurea cruzó el primer jardín sin ceremonias. Un par de brujas ancianas que cuidaban las flores la vieron y la saludaron con un gesto amable de las manos, acompañado de una sonrisa.

Tenía que seguir adelante, así que atravesó la segunda puerta hacia la zona administrativa. Las paredes blancas le parecieron más brillantes que antes, casi relucientes, con un relieve que ahora podía apreciar desde la distancia.

Respiró hondo, intentando encontrar algo de la paz que se suponía debía sentir en ese lugar, que alguna vez fue su aquelarre y donde siempre soñó pertenecer. Pero tanto silencio la abrumaba. Ahora que podía percibir otras cosas, también sentía las presencias que habitaban el lugar: las ancestras y los espíritus que siempre cuidaron a las Fiurt.

Al cruzar el segundo jardín, varios de ellos salieron a recibirla. Pequeñas aves revolotearon a su alrededor; una se posó en su cabeza, otras en sus hombros, y una más en su mano cuando la extendió.

Ya todos sabían que era Pequeña Luz, supuso. Antes debieron sospecharlo. Sonrió y extendió los brazos. Más aves se posaron en ella, haciéndola reír suavemente.

Entonces, un silbido, apenas audible, la sorprendió. Apenas resonó, las aves se alejaron, dejándola sola con una sensación extraña. Era un silbido largo, pero más que un sonido animal, se asemejaba a un canto. Una balada antigua, en un idioma que parecía más que un lenguaje.

Aurea cerró los ojos por un instante, extendiendo una mano hacia adelante. Una pluma blanca cayó del cielo, y la atrapó con delicadeza. Al mirar al frente, supo quién estaba detrás de aquello: la lechuza, la protectora de las Fiurt.

Siempre le habló y confió en la sabiduría de su silencio. Pero esta vez era diferente. Se había manifestado de una forma única. ¿O tal vez antes no pudo verlo al no ser una iniciada? No, estaba segura de algo: aquello era solo para ella.

—¿Quién es? —preguntó Aurea en un susurro.

—Es Adama —respondió Danny con naturalidad.

—¿Adama? ¿Tenía nombre? Jamás me lo dijeron...

—Bueno, ahora ya lo sabes. Si te comportas, tal vez algún día te enseñe sus otras formas.

—Pero ¿quién es en verdad? ¿Qué es ella? ¿Es "ella"? ¿Y por qué ese nombre me parece familiar?

—Debe ser porque se parece a aquel con el que le sirvieron en la remota antigüedad de este mundo.

—¿Y ese es...?

Arrrdramahh... —El nombre no vino del Dán, sino de la lechuza blanca. Aurea casi gritó.

¡Mierda! ¡La diosa de la guerra! La decapitadora, la bebedora de sangre, la...

—Ya sé lo que estás pensando —dijo Danny con una voz que denotaba cansancio—. La humanidad no ha hecho otra cosa que malinterpretar el símbolo de la ceremonia de la decapitación.

—No soy humana.

—Peor, eres bruja y estás alejada de ese concepto. Vergüenza debería darte.

Aurea abrió la boca para gritar de indignación, pero nada salió de su garganta. Al contrario, empezó a enrojecer porque la diosa Ardramah, o Adama, o lo que fuera, la miraba fijo con sus ojos de lechuza. ¡Esa cosa se había pasado cortando cabezas en otras eras, y ella le había hablado de sus sentimientos!

—Igual... Igual... Como que era muy sangriento todo, ¿no? —dijo, algo nerviosa.

—Bah, un poco de sangre ajena no mata a nadie, y más si se hace en un contexto sagrado de unión con lo divino.

—¡Es que no entiendo qué tenía de divino cortar cabezas y degollar gente!

—La sangre no siempre es muerte, Pequeña Luz. La muerte y la vida son naturales, y la sangre de un sacrificio era vida también. Era fertilidad. Parte del orden natural de las cosas. Lo que pasa es que tu gente se asusta de todo.

—Por Luz eterna, es que no los entiendo.

—Luz sí entendía estas cosas —añadió tajante, como si pretendiera dar por terminada la discusión.

Miró al cachorro y a la lechuza, pero antes de que pudiera replicar, varias brujas vestidas de blanco salieron de uno de los salones.

—¡Aurea! —exclamó Clemence con emoción—. ¡Al fin, querida! Te estábamos esperando.

Ella no salía de su turbación. Ni siquiera podía dejar de mirar a la lechuza—diosa de la guerra—corta cabezas en un sentido sagrado, y eso.

Adama, que al parecer era su nombre espiritual, no le quitaba los ojos de encima. Tan concentrada estaba en la mirada de la diosa que apenas se dio cuenta de que Clemence la tomó de las manos, y el resto de las brujas la rodeó, formando un círculo.

—Hola... —murmuró.

Con tantas brujas alrededor, ya no pudo mirar a la lechuza. Todo eso la llevaba a pensar: ¿qué hacía un ser de guerra y sangre cuidando a las Fiurt desde hacía generaciones?

—Oh, trajiste a tu guía espiritual —dijo Clemence, bajando la mirada hacia Danny, que ladró como respuesta.

—Ajá. Él solo quiere enterarse de algunas cosas de primera mano. Pero todo va en orden, ya nos llevamos mejor. Al menos ya no me perturba tanto cuando aparece y eso.

—¿En serio ya nos llevamos mejor? —preguntó el cachorro.

Ella lo miró, mostrando una sonrisa hipócrita que le dio la respuesta.

—Algún día me tendrás que aceptar.

—En fin, estoy lista. Hablemos de la ceremonia —respondió a Clemence, ignorándolo por completo.

Las brujas caminaron a su lado, dirigiéndola al salón principal de las reuniones Fiurt. Aurea no quería sentirse abrumada, en especial porque no percibía ninguna energía turbia o malintencionada en ellas. Todas parecían genuinamente alegres con su presencia, y las preguntas que le hacían no eran incómodas. A la mayoría podía responder con rapidez: un "Sí", un "No", o simplemente asintiendo o negando. Que si se sentía bien, si algún espíritu la había molestado, si deseaba aprender hechizos de protección avanzados, si le gustaría programar una ceremonia de sanación o, incluso, si querría danzar con ellas.

No le sorprendió que le indicaran tomar asiento al lado de Clemence, en una posición de honor a la que tendría que acostumbrarse. La silla de mármol blanco decorada con almohadones era más cómoda de lo que esperó, muy diferente a las frías piedras blancas que les daban a las jóvenes Fiurt no iniciadas.

Dirigió la mirada hacia las pocas no iniciadas que quedaban, entre ellas unas cinco niñas, y sintió una profunda tristeza por ellas. Las muchachas, que la miraban fascinadas y con ilusión, tendrían que pasar el mismo tormento al que ella fue sometida: falta de fondos para sus estudios, incomodidad, pobreza forzada. Si la reunión duraba más de lo previsto, las niñas se irían con un terrible dolor de espalda y no podrían sanarse hasta volver a la Escuela. Eso tenía que cambiar. No podía permitirlo.

Cuando el silencio se hizo en la sala y todas estuvieron en sus lugares, Danny no se conformó con el papel de mascota. Saltó hacia ella y se acomodó en su regazo. Algunas la miraron con reprobación, pero las más jóvenes rieron con disimulo.

—La sesión ha comenzado —anunció Clemence—. Y quisiera empezar felicitando a nuestra hermana Aurea por la importante designación como Gran Consejera del Espíritu. Sin duda, una gran responsabilidad y honor.

Hubo ligeros aplausos. Aurea no sabía qué cara poner. Apenas había enviado sus disculpas formales a las brujas dirigentes y ni siquiera sabía qué más tendría que hacer o cómo ejercer ese cargo.

—Aurea ya es una iniciada, pero, siguiendo las normas del aquelarre, deberá participar en su primera Ceremonia de luces antes de empezar su vida pública como bruja. Es la única Asarlaí, y nosotras, como sus hermanas más cercanas, tendremos el deber de iniciarla en los misterios. La reunión de hoy tiene como motivo hablar sobre la preparación y los pasos para la próxima ceremonia, además de escoger la fecha, de acuerdo con las señales astrales. ¿Hay algo que quieras decir, hermana Aurea?

—Sí, claro —dijo con firmeza. No quitó la mirada de las hermanas menores del aquelarre. Siempre pensó que algún día intentaría cambiar las cosas por ellas, y ahora tenía el poder para hacerlo. Por eso mismo, ya no podía temblar en público—. El secreto de mi naturaleza se reveló a tiempo divino. Fue algo que siempre supe que ocurriría, así como supe que sería voluntad de los espíritus. En mi caso, el sacro espíritu Dán tuvo una gran influencia.

—Eso es verdad, estaba harto de que te escaparas de mis garras —dijo el cachorro, a lo que ella respondió con una caricia firme en su cabeza.

—Y, como es obvio para todas —continuó Aurea—, son tiempos de cambio. Difíciles, y oscuros también. Me siento feliz y agradecida por ser parte de ustedes. Después de todo, las Fiurt siempre fueron mi aquelarre. Una vez se concrete esta ceremonia, seré parte del Consejo de Brujas. Estoy convencida de que mi papel allí no será mantenerme neutral, sino ser parte activa de las decisiones, y estan deben estar orientadas a un cambio para mejor. En todos los aquelarres, empezando por el nuestro.

Se detuvo un instante para medir a su audiencia. La seguían con interés, aunque en las mayores notó cierto recelo en sus gestos y miradas.

—Entiendo que estamos reunidas para programar mi primera ceremonia oficial como bruja iniciada. Pero también creo que debemos considerar la siguiente acción: la elección inmediata de la nueva líder del aquelarre.

Los murmullos no se hicieron esperar, incluso de Clemence, quien lució desconcertada. Aurea no sabía si a esas alturas las brujas se arrepentían de haberle dado voz y un lugar de honor. Quizá sí, porque todas parecían muy conformes con Clemence al mando. "Bueno, lo hubieran pensado antes de darle poder a la más antisistema de este lugar", pensó con una sonrisa de satisfacción.

—¿Y acaso tienes alguna propuesta? —preguntó una de las ancianas. Aurea asintió de inmediato.

Sabía lo que tenía que hacer, aunque en el fondo aún sintiera miedo y deseara huir de todas las responsabilidades. Pero miró atrás, a las niñas, a las muchachas que apenas podían costearse una vida decente. No iba a permitir que ninguna de ellas pasara hambre por una tradición estúpida y sin base en las escrituras tradicionales.

—A mí —respondió con firmeza, haciendo acopio de sus fuerzas para no escapar esta vez.

Ni siquiera Danny se atrevió a reprochar. Hasta él sabía que era lo correcto. Solo ella tendría la voluntad para cambiar las cosas.


*****************


—No diría que fue la mejor ejecución posible, pero no estuvo nada mal. Sabías exactamente qué decir, aunque no quisieras. Bien, así es como se hace —dijo Danny, caminando a su lado. Ni siquiera podía reconocerle algo positivo sin añadir un "pero". ¿Y qué importaba? Al final, logró lo que quería.

—Sí, ahora la mitad de las Fiurt me odian, y la otra mitad votará por mí.

—Eso casi te garantiza el liderazgo. No veo drama por ningún lado.

—Sí... Bueno... Supongo —suspiró. Era tan fácil decirlo y mantenerse optimista, cuando lo que estaba por llegar sería peor para ella.

Lo logró, no había discusión. Planteó la cuestión de las nuevas elecciones y, aunque insistieran en que no era necesario, las normas internas dictaban que ya se había excedido el plazo para que una sustituta asumiera el cargo. En realidad, hacía días que debió haberse hecho el llamado para presentar candidaturas.

Las tomó por sorpresa, por supuesto. Nadie más se presentó como candidata a líder de las Fiurt, pero, por las expresiones de todas, dedujo que no la dejarían ascender sin dar pelea. ¡Ah, pero allí estaban las consecuencias de sus actos! ¿De verdad creyeron que podían tenerla como un adorno bonito y brillante, diciendo y haciendo lo que otras quisieran?

Al menos se fue de allí con dos cosas interesantes: la fecha para su primera Ceremonia de las luces y una pluma de Adama. Aún la tenía en sus manos mientras caminaba. Aunque Danny no le explicó nada al respecto, daba por sentado que el hecho de que la lechuza espiritual le diera una parte de su cuerpo físico significaba protección.

La miraba con curiosidad, aprovechando los últimos rayos del sol. Notó que, por momentos, la pluma lucía como la de un animal común y corriente, pero también brillaba de forma peculiar, como si aún formara parte del cuerpo de Adama. Una extensión de la Diosa, sin lugar a dudas.

—Son demasiados honores para alguien como yo —murmuró para sí misma, sin perder de vista la pluma.

—Eso es mi responsabilidad, te concedí demasiado, y no tienes mérito alguno.

Se detuvo de pronto, y el cachorro siguió avanzando hasta que se dio cuenta de que ella se quedó quieta.

—¿Que no tengo mérito, me dices? ¿Tú crees que aguantar la vida de mierda a la que me destinaste me hace mucha gracia? ¿Que la luz que porto sale de mí sola, sin mi voluntad? Soy yo quien hace las cosas, maldita sea. Deja de tratarme como si nada de lo que hice hubiera servido para algo.

—Oh, pero sí sirvió.

—¿Lo ves?

—Para empeorar la situación.

—¡Por la Luz! ¡Basta ya! ¡Te esfuerzas para que te odie!

Caminó más rápido, pretendiendo dejar atrás al espíritu, cosa que sabía que era en vano. Ah, pero si tan solo pudiera librarse de su voz por un momento...

Iba tan apresurada que no se percató de que alguien cruzaba la esquina al mismo tiempo que ella, y chocaron con fuerza. No le dolió mucho, pero del impacto soltó la pluma. La cogió en el aire mientras intentaba reponerse, y el otro ser afectado murmuraba algo como "¡Auch!". Tardó otro instante en reconocerlo y palidecer.

Eso no podía ser coincidencia.

—¡Leonard! —exclamó, mientras el niño se sobaba la cabeza—. ¡Lo siento! ¿Te lastimé? ¿Estás bien?

—Sí... No... Creo... —murmuró, confundido.

No creía haberle dado un gran golpe, por lo que todo eso era extraño. Aurea notó que, con el choque, al niño se le cayeron unas cosas al suelo. Recogió una bolsa de papel y notó que adentro había algo de pan.

—Oye, ¿estás bien?

Apenas el niño notó que ella llevaba su bolsa, se la quitó de las manos y la apretó contra su pecho. Ella temió. Conocía esa actitud, esa mirada.

—Sí, yo solo... Iba... Bueno...

—¿A dónde?

—A buscar un lugar donde dormir —murmuró, avergonzado y bajando la mirada. Eso solo logró que ella estallara.

—¡¿Qué acabas de decir?! ¿Y la Academia? ¿Acaso te echaron? —Él asintió, lo que era aún peor.

—La nueva líder dice que no soy apto, que soy un gasto innecesario, que la Academia es para entrenar cazadores, no un orfanato.

—Oh, no... —murmuró. A su lado, Danny se mantenía imperturbable. Este no dijo nada, pero esa mirada nada canina le dejaba claro que el espíritu no se rendiría. "Nada de esto es coincidencia, es el momento. Él tiene que saberlo, ahora..."

—Pero ya me las arreglaré, los norteños sabemos de esas cosas —añadió el niño, irguiéndose con orgullo.

—¿Solo te dieron pan cuando te sacaron de la Academia?

—Bueno, no me iban a echar hasta mañana, así que me fui. Y no, esto no me lo dieron en la Academia, fue en la Fundación.

—¿Qué Fundación...?

—De norteños, ya sabes.

—Ah...

No dijo más, porque sabía muy bien a qué se refería.

La Fundación llevaba años de existencia, pero no era reconocida como oficial por las autoridades locales. Ningún político se atrevía a darles su apoyo de forma pública, pues eso significaría reconocer que en el País del Norte había abusos de todo tipo: un régimen nefasto, esclavitud y otros horrores que en un mundo civilizado no podían tolerarse.

Y las otras dos naciones que gobernaban el continente no querían enemistarse con los vecinos del norte, mucho menos emprender una campaña en su contra.

Era horrendo que todos en ese mundo supieran lo que hacían los reyes norteños, pero, más allá de lamentarlo, nadie quería actuar al respecto. Esa cruel indiferencia mantenía a los monarcas en el poder, a los esclavos siendo esclavos, al pueblo sufriendo, y a la Fundación de Norteños de Etrica sin recibir ayuda real.

En esa asociación, algunos ciudadanos norteños que escaparon se dedicaban a hacer activismo, brindar ayuda a compatriotas en necesidad que lograron huir del régimen y ofrecer cobijo siempre que podían. No tenían una sede muy grande, y recibir donaciones era casi imposible.

Aurea lo sabía bien, porque en varias ocasiones intentó conseguir ayuda de ellos. Pero, incluso siendo una niña, supo que ellos necesitaban ese apoyo más que ella misma. Supuso que fue una suerte que lograran darle un pan entero a Leonard a esa hora de la tarde. Tal vez también le ofrecieron un rincón para dormir, pero el niño no quiso aceptarlo.

Entre las muchas cartas de solicitudes que Aurea había recibido, y que había decidido revisar después de su iniciación en la vida pública, estaba la de la Fundación. Le pedían su presencia o que intercediera por ellos, levantando la voz contra los abusos. Y claro que lo haría. Ahora podía. Todo estaba en sus manos. Ya no se trataba solo de tener el poder de la luz, sino de otro poder, uno incluso mejor. Si bastaba con pronunciarse, nadie volvería a callarla.

El asunto de la Fundación era importante, sí, pero en ese momento tenía otra prioridad: un niño que necesitaba ayuda inmediata. Ni siquiera sabía adónde llevarlo o cómo costear un lugar para él. Aún recibía una asignación de las Fiurt, pero era insuficiente para ofrecerle a Leonard algo digno.

"Hay algo que sí puedes hacer ahora", pensó.

—Ven, vamos a comprar provisiones —anunció, sorprendiendo al muchacho.

—¿Tienes dinero?

—No es mucho, pero aquí nadie se morirá de hambre. Ya nos las arreglaremos.

—Aurea, pero es tu dinero...

—Técnicamente, es "nuestro" dinero.

Leonard se detuvo y la miró, incrédulo. Luego empezó a reír, y ella lo siguió. Para los gobernantes norteños, cuando se les antojaba, de pronto todo era "nuestro", y podían quitártelo. Tal vez no era apropiado bromear sobre algo que afectaba a tanta gente, pero ¿por qué no? Solo entre norteños podían entender esas desgracias.

Cruzaron la calle, y pronto Aurea notó que estaba oscureciendo. Fue entonces cuando el niño se percató de la presencia del cachorro y comenzó a acariciarlo, incluso ofreciéndose a cargarlo. El Dán, curiosamente, no le reprendía ni insistía en que hablara de una vez. Esa criatura tenía la certeza de que lo haría pronto, quizá antes del amanecer. Todo lo había planeado para ese momento: el reproche de la mañana, el encuentro inesperado con Leonard en su situación más vulnerable. ¡Claro que no era coincidencia! Aurea lo sabía. Solo quedaba preguntarse cómo sucedería todo, aunque podría saberlo si entraba en trance. Pero no lo haría, no quería asustar al niño.

Los negocios nocturnos apenas estaban abriendo, por lo que les llevó más tiempo llenar la canastilla y pagar. Aún no tenía idea de adónde llevar al niño, y la Escuela no era una opción. "Tengo toda la noche", pensó. Ya no era una estudiante de pre-iniciación, no tenía la obligación de regresar a dormir ni registrar sus movimientos.

—¿Y ahora qué? —preguntó Leonard, con la boca llena de pan relleno con queso.

—No lo sé, tal vez... —"Un teléfono, un lugar donde sentarnos, un sitio céntrico...", pensó, hasta que una idea le vino a la mente—. ¡Ya sé! Vamos donde Alistair.

—¿No es un bar?

—Nadie te va a servir alcohol, andando.

Era la mejor opción. Desde allí podría usar el teléfono para llamar a Abish y explicarle. Seguro que, en la Academia, Sam estaría preocupada por la repentina desaparición del niño. Entre todos podrían encontrar una solución temporal para darle refugio hasta resolver su situación.

"Y pensar que te pasaron por la cabeza cosas sucias con esa Finlay", se recriminó. La nueva líder había resultado ser una desgraciada. ¿Cómo se le ocurría expulsar al niño así?

Las calles estaban mejor iluminadas desde la noche de la luna roja, pero algunas seguían en mantenimiento. Eso pensó Aurea al ver una zona oscura a tres cuadras, por donde debían pasar para llegar al bar de Alistair. Ya no podía confiarse. En los tiempos de Ethelbert, gozaba de protección contra los vampiros. Pero después de lo que ocurrió en la Academia, eso quedó en el pasado.

Sacó un billete y unas monedas del bolsillo, suficiente para un taxi. Avanzó con Leonard y Danny hasta la esquina y buscó un auto vacío. Sin embargo, cuando levantó la mano para detener un taxi, un auto lujoso y fuera de lugar se detuvo frente a ellos.

Por instinto, tomó la mano de Leonard. Empezaron a retroceder con cautela. Aurea miró a los lados, y se replanteó si tal vez debería entrar a la tienda otra vez.

Algo en ese auto le advertía peligro. La ventana trasera bajó, revelando un rostro que reconoció al instante. Aquel que antes le había sonreído con cierta gentileza ahora lo hacía con una amenaza apenas velada.

—¿Necesitas que los lleve? —preguntó Velimir con burla. Dentro del auto, otros rostros pálidos y siniestros se perfilaban en la penumbra.

—Corre —le dijo a Leonard. El niño no esperó a que se lo repitieran. Danny también salió disparado.

Aurea fue tras ellos. Podría defenderse, o al menos intentarlo. Pero si alguno de esos vampiros alcanzaba al niño, no estaba segura de poder usar su luz sin dañarlo. Corrió por una calle alterna hacia el primer botón de emergencia que recordaba. Cuando lo alcanzó, lo presionó repetidamente, pero nada sucedió. Incluso las farolas comenzaron a apagarse.

—¡Aurea! —gritó Leonard, y ella se giró. Todo estaba oscuro, y los vampiros avanzaban detrás de Velimir, quien lideraba, mirándola con una sonrisa helada.

—Quédate atrás —ordenó al niño, cubriéndolo con su cuerpo. Luego, se volvió hacia Danny—. Y tú, no interfieras.

—No lo haré. Solo vine por el espectáculo —respondió el espíritu, haciéndose a un lado.

Aurea encendió sus manos con luz de enerkinesis, iluminando todo el callejón. Algunos vampiros se detuvieron, cerrando los ojos. Velimir permaneció firme, aunque sabía tan bien como ella lo que sucedería si la luz lo alcanzaba.

—Querida, esto no tiene que ser así —dijo con calma.

—Vete —advirtió ella, intensificando la luz.

—Esta vez no será tan fácil para ti, Aurea —replicó él con una elegancia imperturbable—. Sabes quiénes somos, y tendrás que respetarnos. Si tengo que garantizar que no quede nadie con vida que conozca nuestra verdad, lo haré. Y puedo empezar ahora mismo.

La sangre se le heló al entender la amenaza. Leonard estaba allí. Él acababa de ver la verdadera naturaleza del Gobernador. Era un testigo.

Antes de que pudiera reaccionar, dos vampiros monstruosos se lanzaron hacia ella. Y unas garras oscuras arrastraron a Leonard hacia las sombras.  



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En multimedia: Adama

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PRIMER CAPÍTULO DEL AÑO OMG

Vengo de un Diciembre super complicado, así que ando acomodando mi vida y las actualizaciones tan rápido como puedo uwu

Aunque claramente dejo la gatada kjdsjjakjka xddd




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