| Capítulo 3 |
CAPÍTULO 3:
V A L
Abrí los ojos, pero no conseguí ver absolutamente nada. Todo a mi alrededor estaba oscuro. Tampoco podía escuchar ningún sonido. Sentía que estaba en una burbuja atemporal, de la que no podía escapar.
Realmente estaba atrapada. No podía dar más de un paso sin chocar contra una barrera. Me hice un ovillo en el suelo, juntando las piernas con el pecho.
Y entonces, empecé a oír las voces. Al principio me parecían susurros, pero aumentaron rápidamente, hasta que tuve que taparme los oídos con las manos porque aquello era demasiado para mí.
Era un mensaje. Las voces me transmitían un mensaje. Traté de entender lo que decían, pero cada una de las voces decía algo diferente a lo que decían las demás. Escuché varias veces «muerte», «destrucción» y «caos». Todo aquello era demasiado para mí.
Y entonces, las voces se ordenaron de repente, entonando una oscura melodía que me provocó un escalofrío.
Cuando la última despierte de su largo letargo
y el triángulo resurja de entre sus cenizas.
Cuando el cristal helado arda en fuego nuevo
y las llamas se reduzcan a cenizas de cristal
Retornando a tiempos antaño olvidados
Llegará el momento en el que nadie se hallará a salvo.
Y opuestos y complementario unirán sus armas
para retornar a la vida al hexágono.
Y entonces no lo soporté más y grité. Grité hasta que unas manos me agarraron por los hombros.
— ¡Valeria! — exclamó Eva, preocupada. — ¿Qué te pasa?
— Sólo ha sido una pesadilla —respondí con un hilo de voz—. Lo siento por haberte despertado.
— No pasa nada, yo tampoco podía dormir. —me dijo, sonriéndome. Se sentó e el borde de mi cama, dispuesta a quedarse conmigo hasta que me calmara completamente— ¿quieres contarme tu pesadilla?
—En el sueño, estaba encerrada, como en una esfera de oscuridad. No podía ver nada, pero de pronto escuché algo. Era algo así como... Cuando la última despierte de su largo letargo y el triángulo resurja de entre sus cenizas. Cuando el cristal helado arda en fuego nuevo y las llamas se reduzcan a cenizas de cristal...
— ...Retornando a tiempos antaño olvidados, llegará el momento en el que nadie se hallará a salvo. Y opuestos y complementario unirán sus armar para retornar a la vida el hexágono. — completó ella.
— ¿Cómo lo has sabido? — le pregunté alucinada.
— No... No lo sé. — dijo encogiéndose de hombros. Tenía sus ojos azules muy abiertos y estaba inquieta. Parecía... tener miedo. — Creo que lo escuché en un sueño, solo que al despertar ya no la recordaba.
— ¿Qué crees que quiere decir?
— Es todo demasiado confuso. Lo siento, Valeria, no sabría decirte qué quiere decir.
— Es Val.
— ¿Qué?
— Nadie me llama Valeria. Sólo mi madre me llamaba así —le expliqué, con algo de tristeza al recordar a mi madre—. Tú puedes llamarme Val.
— Está bien —respondió Eva, mientras se levantaba y se dirigía hacía la puerta—. Buenas noches, Val.
— ¡No! —le detuve—. Quédate un poco más conmigo, por favor.
Ella asintió con la cabeza y volvió a sentarse conmigo.
— Cuéntame algo sobre ti, Eva —le pedí—. ¡Por favor!
— Bueno, no hay mucho que contar —respondió, encogiéndose de hombros—. Siempre hemos estado mi padre y yo, solos. Supongo que se me hace raro vivir con más gente ahora.
— ¿Y tu madre?
— Nunca la conocí. A mi padre no le gusta hablar de ello, así que no sé nada de ella. Ni siquiera sé si está viva... o si se acuerda de mí. Lo único que tengo de ella es un peluche y un libro de cuentos, que mi padre me leía.
— ¡Mi madre también me leía un libro de cuentos! —recordé. Me levanté rápidamente de la cama y me dirigí a mi estantería, buscando el libro—. Tiene que estar por aquí, estoy segura.
Eva no se movió mientras yo sacaba un libro con un dibujo de un hexágono en la portada, de un gastado color azul claro. Se lo tendí.
— ¿"Mil cuentos para antes de dormir"? —leyó Eva— ¡Es el mismo libro de mi madre!
— ¡Qué casualidad! ¿No te parece increíble?
— Increíble, justo eso —murmuró Eva, asintiendo con la cabeza, pensativa. Agitó la cabeza, como si quisiera ahuyentar algunos pensamientos y me miró a los ojos—. ¿Quieres que leamos alguno?
— ¡Si! —respondo rápidamente, mirando el índice para encontrar un cuento concreto—. Mi favorito era el cuento de Deriak y Zeiss.
Cogió el libro y pasó las páginas hasta llegar a ese. Cogió aire y empezó a leer.
— «Ocurrió que mientras los dragones y los Sheks luchaban encarnizadamente, un Dragón y una Shek se enamoraron y se escapaban todas las noches para encontrarse en un pequeño bosque. Sus nombres son Deriak y Zeiss.
» Poco después los dragones ganaron la batalla y desterraron a los Sheks a Umadhún. Y Zeiss tuvo que partir despidiéndose de su amor, Deriak.»
— ¿Qué? ¿Eso es todo? —pregunté confusa, cuando Eva dejó de leer de repente.
— Alguien ha debido de arrancar el resto de páginas de la historia. Ya no están.
— No puede ser. ¿Quién podría haber hecho eso?
— No tengo ni idea —comentó, encogiéndose de hombros—. ¿Por qué alguien querría que no leyésemos el final?
— No lo sé —respondí, sin poder ocultar mi malestar—. Pero estoy segura de que mi madre tenía otra copia de este libro. Estoy segurísima.
— Creo que es hora de que me vaya —murmuró Eva, tras un silencio incómodo—. Espero que puedas volver a dormirte, Val.
Se dirigió hacía a la puerta y salió rápidamente, cerrando la puerta sin hacer ningún ruido.
— Gracias —le dije, aunque sabía que no podría oirme—. Por todo, gracias.
Me volví a tumbar con un suspiro y me cubrí con la manta, dejando el libro incompleto en la mesita de noche.
Y aunque lo intenté, seguí sin poder dormirme.
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