Memorias congeladas

La mirada de la mensajera del delirio anunciaba el principio del fin. Una sentencia aterradora se había escrito en los sombríos orbes de aquel ente nacido de la angustia. Tristhet, la última de las legendarias Mareritt, anhelaba pronunciar los versos de la destrucción. La sulfúrea pestilencia que estaba por salir de su boca arrasaría las olvidadas tierras del pueblo de Insomnia en cuestión de minutos.

La esencia de aquella criatura contenía lágrimas de huérfanos y cenizas de muertos que viajarían en forma de susurros hasta los oídos de los sentenciados. Cada uno de ellos sería despojado del aliento vital entre temblores, alaridos y truculentas pesadillas. La dama abisal exigía el debido pago por la profanación de su santuario. De lo contrario, no dudaría en darles un castigo a los arrogantes humanos por el terrible agravio en contra de su poderosa raza.

Lidelse, la más antigua de las habitantes de los linderos del abismo, se había trasladado a un plano existencial más elevado hacía poco tiempo. Justo antes de partir, ella había decidido dejar un pequeño fragmento de su alma atrás. De esa manera, le haría compañía a Tristhet en los confines de Insomnia. Al ser esta última la más joven de las criaturas abisales, aún debía esperar por el término de su ciclo señalado para marcharse. En un día no muy lejano, todas las creadoras de las fantasmagorías humanas volverían a estar juntas en la ciudad celestial de Dromme y ya no aterrorizarían más a los hombres.

Sin embargo, una cándida muchacha de nombre Inga lo trastornó todo. Ahora era la culpable del inicio de la catástrofe para sus coterráneos. No solo había traspasado los límites establecidos entre las tierras de la luz y los dominios de las sombras, sino que también había tenido la osadía de irrespetar los recuerdos de Lidelse. Las plumas negras que esta había arrancado de sus ocho alas eran preciadas memorias para Tristhet, su hermana menor. Ella simplemente no dejaría impune tal sacrilegio.

La joven aldeana había tomado para sí la mayor parte de aquellas suaves plumas por ingenuidad y vanidad. Le habían parecido idóneas para colocarlas como ornamento entre sus rojos cabellos. El problema estribaba en que la chica había ignorado un detalle de suma importancia: las plumas se encontraban desperdigadas sobre las arenas sagradas de las Mareritt. A ojos de la etérea dama que habitaba allí, la gran insolencia de aquella niña mortal no tenía perdón.

El precio a pagar por la ofensa de Inga era alto y el valeroso Morten lo sabía, pero estaba dispuesto a darlo todo con tal de liberar a la muchacha. El tono ceniciento que reflejaba su semblante, junto con los movimientos convulsos en las extremidades, eran la señal inequívoca del comienzo de la metamorfosis de los condenados. Sin embargo, el alma del varón no albergaba ni siquiera un atisbo de miedo. Aquella transmutación voluntaria de su cuerpo podría significar la redención absoluta para su amada hija, así que valía la pena.

A medida que el hombre se iba adentrando en los dominios de las Mareritt, el ritmo de los latidos en su pecho disminuía. El escaso aire que le llegaba a los pulmones se los quemaba cual si fuese un torrente de lava en pleno tránsito hacia sus entrañas. Ya no había marcha atrás, la danza a muerte con Tristhet había dado inicio. Debía resolver el acertijo que la dama declamaría frente a él o Inga y los demás aldeanos no obtendrían el perdón de sus vidas.

Morten levantó la vista hacia el despejado cielo nocturno y allí estaba la figura flotante de ella, la solitaria Mareritt que custodiaba el santuario de Netter. El resplandor de la luna llena a sus espaldas la hacía verse aún más pálida de lo que era por naturaleza. Aquella piel de nieve servía como lienzo para las decenas de runas que llevaba tatuadas en los brazos y en las piernas.

Las delicadas manos de la criatura comenzaron a formar símbolos desconocidos. Sus dedos iban siguiendo una secuencia de movimientos pausados que se repetía una y otra vez. Los largos ropajes oscuros que traía sobre sí, los cuales le cubrían tanto el torso como las alas, ondeaban con el viento mientras esta se aproximaba al padre. Una vez que los pies de la dama se posaron cerca del suelo, su mirada azul se enfocó en la del hombre que la esperaba. Las palabras del enigma empezaron a brotar de sus labios como una cascada.

—Solo ves lo que tus ojos quieren ver. Estarás congelado y roto si tu corazón se cierra ante la verdad. El amor es un ave que necesita volar para que todo el dolor desaparezca. Despierta ya, tienes la llave de nuestra libertad.

En cuanto Tristhet terminó de pronunciar el acertijo, se rasgó las prendas con fiereza. Al entrar en contacto con la arena, las ropas se dividieron en numerosas piezas serpenteantes. Aquellos fragmentos movientes luego se transformaron en una ruidosa bandada de grajos. El campo de visión de Morten quedó bloqueado por el grupo de aves negras durante varios segundos. Mientras tanto, la figura desnuda de la Mareritt se elevaba con rapidez hacia el firmamento, gracias al enérgico batir de sus propias alas. Entre los brazos, la dama llevaba lo que parecía ser una escultura pétrea con forma humana.

—¡Inga! ¡Aguanta, por favor, ya estoy aquí! —exclamó el hombre, al tiempo que se arrodillaba.

Cuando la señora del abismo alcanzó los dos mil metros de altura, miró hacia el suelo por un instante. Enfocó su aguda visión en el círculo rojo titilante que habían trazado los grajos con la sangre extraída de la muchacha congelada. Poco después, dejó caer a la chica humana en medio del espacio delimitado por aquel aro. El padre tendría apenas unos segundos para encontrar la solución del enigma que ella le había dado. Si el cuerpo de la jovencita tocaba el suelo antes de que el varón hallara la respuesta correcta, ambos morirían y la destrucción de Insomnia iniciaría.

La figura petrificada de la niña iba cayendo a toda velocidad, como si de un meteorito se tratase. Justo después de arrojar a Inga, Tristhet dio un giro en el aire, de manera tal que su cabeza apuntase hacia el suelo. Acto seguido, replegó sus alas y se impulsó hacia delante con los brazos, para luego dejar que la gravedad hiciera el resto del trabajo. Ella también comenzó a descender a un ritmo vertiginoso. Alcanzó el mismo nivel de aceleración de Inga en fracciones de segundo. Ambas ahora descendían en perfecta sincronía.

Morten ya estaba preparado para interceptar el cuerpo de la jovencita humana. A pesar de la lentitud en los movimientos provocada por la rigidez de los músculos, aún tenía algo de control sobre sus facultades para usarlas en el rescate de la chica. Sabía que la fuerza del impacto contra la masa rocosa lo aplastaría, pero debía hacer todo lo posible por atraparla. Aunque no lo pareciera, aquella piedra contenía la esencia de su adorada hija.

Sin embargo, una extraña idea se apoderó de su mente en el instante previo a la colisión de las mujeres contra la agrietada superficie del suelo. No vaciló ni siquiera un instante, solo actuó en conformidad con los designios de la intuición. Comenzó a desplazarse unos cuantos pasos hacia la izquierda.

—Espero que puedas perdonarme, hija mía —susurró el padre.

Su instinto era la única guía confiable en ese momento crucial. Presentía que la respuesta del acertijo se encontraba mucho más cerca de lo que él había imaginado en un principio. Pocos segundos después, el crujido del cuerpo de Inga al estrellarse contra el terreno le inundó los oídos. Mientras tanto, un maremágnum de plumas oscuras y piel descolorida lo despojaba del aliento. A pesar de ello, logró mantenerse despierto para continuar luchando. Tenía la certeza de que había acertado en su elección al atrapar a Tristhet.

La Mareritt ahora se estremecía cual si fuese una débil criatura diminuta rodeada por gigantescos enemigos. En lugar comportarse como un ser majestuoso y letal, la dama sollozaba. Era incapaz de contener los fuertes espasmos de su organismo. Jamás había experimentado nada parecido a lo que Morten la estaba haciendo sentir. Las extremidades superiores del varón rodeaban su torso en un cálido abrazo, mientras los labios de este se fundían con los suyos en un lento beso apasionado.

De manera gradual, la piel de Tristhet iba adquiriendo una tonalidad rosácea, al tiempo que sus pupilas se dilataban. Sin proponérselo, las negras alas en su espalda decidieron desplegarse por completo. Los cuerpos entrelazados del hombre y la mujer comenzaron a elevarse en el aire cual si fuesen un cúmulo de ligeros pétalos de diente de león. Mientras ascendían, ambos giraban despacio al compás de una suave melodía extraterrena.

Cuando los labios unidos por fin se apartaron, un denso líquido grisáceo salió desde el vientre de la fémina abisal. Dicho fluido fue expulsado a través de su boca y se derramó sobre el terreno. Justo cuando la sustancia entró en contacto con la tierra, una secuencia de alaridos femeninos dio inicio. A unos cuantos metros de la pareja, los pedazos del cuerpo de Inga habían empezado a fundirse con aquel extraño líquido y con la sangre del círculo.

El corazón de Morten se desbocó. Hacía varios años que no se aceleraba de aquella manera. La imagen que contemplaba le parecía un espejismo, una jugarreta provocada por algún trastorno mental repentino. Un ente tan insensible como ese jamás podría obsequiarle una mirada cargada de bondad y afecto. ¿Por qué de pronto le parecían familiares aquellos ojos azulinos?

—Te he extrañado tanto, no te imaginas cuánto te he echado de menos —declaró la cuidadora del Netter, entre risas suaves.

La voz que el varón escuchaba en realidad no le pertenecía a la Mareritt, sino a Siri, la única mujer que él había amado, la difunta madre de Inga. Cuando su esposa falleció debido a una enfermedad terminal, la familia de ella había decidido incinerar los restos. Luego de hacerlo, los habían arrojado desde un acantilado que se conectaba con el mar.

Tras la ceremonia fúnebre, las cenizas de aquella joven humana habían pasado a formar parte de la esencia de Tristhet. La criatura había absorbido también una buena porción de las lágrimas que Inga derramó por la señora muerta. Morten estaba contemplando a una poderosa entidad que combinaba fragmentos de sus seres queridos para subsistir.

—Sabía que solo tú podrías sentir mi presencia. Gracias, amor mío, nos has liberado —proclamó la dama, al tiempo que besaba al hombre por última vez.

Los momentos que había vivido junto a Siri pasaron frente a los ojos masculinos como una estrella fugaz. En cuanto la boca de la fémina se alejó de la suya, una fuerte brisa helada envolvió al varón hasta el punto de hacerlo perder el conocimiento. La Mareritt colocó al hombre dormido sobre el suelo junto a su querida hija, quien también yacía inconsciente. Tanto el padre como la jovencita y el entero pueblo de Insomnia ahora se encontraban a salvo.

Al romper el vínculo físico y emocional con Morten, Tristhet recuperó la esencia que la caracterizaba. Para sorpresa de ella, de inmediato comenzó a escuchar el dulce llamado de sus hermanas en Dromme. Todo cuanto había sucedido estaba escrito en su destino, era la prueba que debía pasar para convertirse en una criatura digna de ascender. Por fin estaba preparada para transformarse y abandonar los confines del abismo, lo cual la hacía sentirse llena de dicha.

Una amplia sonrisa decoraba el rostro de la dama mientras miraba al hombre y a la niña. Unos pocos segundos después, plegó sus alas y dejó caer muchas de sus brillantes plumas sobre ellos. Luego marchó hacia el portal del Netter con pasos decididos. El abismo ya no tenía razón de existir, así que Tristhet lo cerraría para siempre antes de partir. Los habitantes del pueblo de Insomnia no volverían a experimentar pesadillas nunca más.

Y por si todo aquello no fuera suficiente para alegrar el espíritu de Morten, un futuro favorable lo aguardaba. Gracias a su valentía, no solo había rescatado a Inga, sino que había propiciado el resurgimiento de Siri, el cual estaba próximo a suceder. Al abrir los ojos del alma, el hombre había logrado que estos lo guiaran hacia la verdad. La llave de la libertad siempre había estado en sus manos. Solo necesitaba despertar a su corazón adormecido y dejarse cobijar por las alas del amor...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top