7. La puerta negra

... tengo tantas ganas de
dormir y tanto sueño atrasado.
Una buena noche, una sola,
barrerá con todas estas
historias.

- Jean-Paul Sartre.





HELENA

Cerré con sumo cuidado la puerta de la habitación, cuidando de girar con suavidad la perilla dorada y hacer el mínimo ruido posible al salir del cuarto del bebe. Había pasado por lo menos el resto de la mañana encerrada allí dentro con él, me había familiarizado con su aroma y la calidez de su pequeño cuerpecito, había intentado hacerlo dormir con mi nula experiencia, no había salido del todo mal al verlo entrecerrar sus pequeños ojos y bostezar contra el biberón que le había estado dando. La leche apenas y estaba tibia pero él parecía disfrutarla.

Me había dado cuenta de que era una criatura extremadamente tranquila e inteligente. No había proferido llanto en ningún momento e incluso había reído y sonreído al presenciar mi pobre acto de hacerlo feliz al transformar mi rostro en una mueca irregular. Ser madre era algo nuevo para mi, todo en esta vida me era nuevo pero por él, quería hacer mi mejor esfuerzo.

Quería ser una buena madre.

Suspire al sellar con éxito la puerta de madera, me gire con cuidado hacia ese extenso corredor que se iluminaba completamente en una luz blanca y mortecina, varios cuadros se extendían por las paredes, colgando con majestuosidad, mostrando esos colores vividos y aterciopelados en esos marcos bien hechos. Me permití contemplarlos mientras arrastraba la enorme férula detrás de mí por el suelo impoluto.

Había reconocido uno de los cuadros anteriormente, frene el paso al hallarlo de nuevo frente a mi, los detalles ornamentales y esos colores vibrantes sobre el lienzo me transmite un sentimiento cálido en el pecho, yo conocía esa pintura, sabia que había sido una obra de Gustav Klimt, que representaba el amor de una pareja en un mundo lleno de sensualidad y belleza. Lo que me confundía y hacía imposible quitarle la mirada de encima, era el hecho de que no recordaba de donde sabía eso.

- ¿Cómo te fue con Adrián?

Desvié mi atención de la pintura para mirar a Dominico, estaba de pie, apoyado en la baranda de la escalera al final del pasillo, con sus brazos cruzados sobre su pecho y una sonrisa enorme en la cara.

- Bien, supongo - suspire, alejándome de la pintura y avanzando con lentitud por el corredor - No lo se, es nuevo para mi ¿Sabes? Me refiero a lo de ser madre.

Una expresión de entendimiento cruzó sus varoniles rasgos. - No tienes que esforzarte en ser una buena madre - se alejó de las escaleras para alcanzarme en el pasillo, su mirada desviándose de la pierna herida para fijarla con suavidad a mi rostro - Tu ya eres una buena madre.

La seguridad con la que pronunció esas palabras me tomó desprevenida, sonreí con gracia al no hallar razón para creerle tal cosa, él podía ser mi esposo pero Adrián solo tenía once meses, había sido madre por muy poco tiempo - ¿Cómo lo sabes?

Sentí una suave caricia ascender con lentitud por mi brazo, sus dedos acariciaban la piel expuesta con marcada pausa - Solo lo se. - dijo, su voz era apenas un murmullo suave que recorrió el pasillo perdiéndose dentro de todas esas pinturas para esconderse en el horizonte de un verde prado.

La manera en la que me miraba me hacía acelerar el pecho, la caricia había envuelto la piel de mi brazo en la calidez de su cuerpo, retrocedió cuando la incomodidad volvió a mis nervios como un latigazo ponzoñoso de realidad. Yo no conocía a este hombre. Era un hecho que no me permitía disfrutar de la manera en como me hacía sentir. Carraspee, moviéndome hacia el inicio de la escalera, lo sentí moverse a la vez, alcanzándome con un solo paso para apoyar la palma de su mano sobre mi espalda alta.

- ¿Tienes hambre? - asomo su cabeza por el lado derecho de mi cuerpo, inclinando su rostro y sonriendo. Parecía un niño pequeño que asoma su cabeza por el borde de la pared para cerciorarse de que no hay nadie por el pasillo - Porque acabo de hacer algo delicioso en la cocina, es tu plato favorito.

- ¿Mi plato favorito?

- Solo pensé... - se enderezo, posicionándose delante de mí - Ya que estas aquí, y tarde o temprano tendremos que iniciar con tu tratamiento ¿No sería bueno que conocieras las cosas que te gustaban primero que todo?

No me parecía una mala idea, además, tenia demasiada hambre, podía sentir como los huesos de mis costillas se pegaban a la piel. - ¿Cuál es mi plato favorito? - inquirí con curiosidad.

- Bajemos y te sirvo de inmediato.

En el momento en que se giró para bajar las escaleras, un destello de dolor cruzó el hueso de la extremidad para desplazarse con salvajismo por la columna. Me queje, apoyándome torpemente por la pared y respirando entrecortadamente. Un destello nebuloso cruzó mi vista, mareándome momentáneamente, el pitido chillón se hizo cargo de sentido auditivo, ese sonido carente de razón y sentido.

Un par de brazos me sostuvieron con rapidez, apoyándome sobre un pecho firme y cálido, sentí las manos de Dominico escrutar mi rostro con preocupación, tomar la temperatura de mi frente, revisar el reloj que tenia puesto en la muñeca para comprobar la hora.

- Lo había olvidado por completo, es hora de que tomes el medicamento. Ven - me levanto del suelo con facilidad, girando de nuevo hacia el corredor y adentrándose a una segunda puerta, aquella que quedaba justo frente a la habitación de Adrián - Debes descansar.

En un instante estaba dentro del cuarto, mi cuerpo fue dejado con cuidado sobre una enorme cama matrimonial, la tela suave de la ropa de cama fue lo primero que sentí tras ser dejada sobre esa blanda superficie, antes de que el mareo me golpeara de nuevo, esta vez acompañado de un singular instinto de náusea. Contuve el deseo para observar como Dominico llegaba con un vaso de agua y una píldora azul brillante en una de sus manos segundos después de dejarme en el lugar.

- Toma esto - ordenó, depositando el vaso con agua helada en una de mis manos y la pastilla en la otra.

Engullí con rapidez la píldora, ignorando el taco sólido que subía por mi garganta, me acosté sobre el colchón de la cama, apoyando mi cabeza sobre una de las mullidas almohadas blancas. Respire con lentitud, cuidando que mi sistema no vomitara lo único que había comido en el día, procurando con ahínco no hacerlo frente a él.

- Debes descansar - le oí decir, mientras me cobijaba con una manta - Esperaremos a que te sientas mejor para cenar. - Beso mi frente - Duerme un rato.

El sonido de la puerta al cerrarse fue lo que me informó sobre su salida, no quería abrir los ojos, me dolían los párpados al hacerlo. Me quedé tan quieta como pude sobre la cama, sintiendo el revoltijo de tripas calmándose mientras, con el tiempo, el medicamento hacía su trabajo. La calidez del lugar me envolvieron en una nebulosa cómoda, estaba demasiado cómoda, sentí como era llevada por el pasaje del sueño hasta perderme en ese laberinto, recorrerlo como una clase de Zombie mareado que no conoce el camino pero tiene la intención de llegar a algún lado. Lo seguí hasta que perdí el rumbo, girando sobre cada intersección, y volviendo a girar en la siguiente, lo hice hasta que pasó el tiempo y no supe en qué momento me había detenido.

Lo había hecho frente a una puerta negra, estaba allí, frente a mi, puesta completamente. La madera brillaba contra la poca luz que entraba al lugar, no había ninguna inscripción en su superficie, era solo un pedazo de madera negra puesta sobre el camino, sellada completamente, con el paso de los segundos esta se iba haciendo más grande, crecía casi imperceptiblemente, alzándose sobre mi como un foso de oscuridad abrumador. El laberinto desapareció, se convirtió en un foso negro con una única puerta en el. Esa puerta negra.

Mi mirada se desvió a la cerradura en la superficie, me picaron los dedos con la necesidad que tenía de tomar la manija tallada, clavada en la superficie y abrirla. Una necesidad desconocida subiendo por mi cuerpo para posicionarse en la yema de mis dedos. Algo oscuro se alzó en un eco escalofriante cuando moví mi brazo hacia la superficie, el terror se apoderó de mi cuerpo al verme con la extremidad congelada a milímetros de tomar la manija y jalar con fuerza.

Me vi a mi misma tratando de hacerlo, fue entonces cuando desperté.

Me senté, el sobresalto haciéndome brincar sobre la cama, el sudor frío goteaba por mi cuello, mi respiración errática, la bilis subiendo salvajemente por mi garganta, me incliné sobre el borde de la cama, sacando la barbilla con fuerza y vomite. El líquido blanco manchado como una segunda piel la alfombra mullida, respire entrecortadamente, tratando de calmar mis nervios, cerré con fuerza los párpados a la vez que repetía la misma respiración entrecortada una y otra vez.

No me había dado cuenta del momento en que me quedé dormida. O la necesidad que tenía mi cuerpo de descansar, no me había dado cuenta de que estaba tan cansada que era solo cuestión de unos pocos segundos en una superficie suave y cómoda para hacerme dormitar por algunas horas. La habitación estaba vacía, una manta arrugada en mi regazo. Tampoco me había dado cuenta de cuando me la habían puesto encima.

Estire la pierna enyesada hacia el borde de la cama, me molestaba mucho la enorme férula, sentía como si de alguna manera se trataba de una esposa en mi pierna, una en donde colgaba una enorme bola de hierro, similar a la que llevaban los presos.

El malestar estaba pasando según transcurría el tiempo, pero el sueño seguía demasiado vivido en mi memoria, estaba impreso en el nervio como un mal recuerdo. La droga que había tomado había hecho sus efectos, o al menos evito el dolor en el hueso, pero no me había protegido de tener esos sueños tan extraños.

Mire por segunda vez el líquido desparramado en la alfombra al pie de la cama, tragué la bilis restante mientras me atrevía a sopesar las opciones que tenía para limpiar el desastre; sin embargo, no podía moverme mucho, no podía limpiar esto por mi cuenta, tendría que llamar a Dominico y pedirle que lo hiciera por mi, y no quería hacer eso. Por más que lo pensaba no quería ser dependiente de otra persona.

La ventana en la habitación estaba abierta, las cortinas apenas sostenidas por una cinta de tela en los extremos, era entrada la tarde, apenas y habían algunas nubes decorando ese cielo azul que comenzaba a oscurecerse. Escruté la habitación, era grande, las paredes de un color gris elegante, en la mesa de noche a mi lado, reposaba una lámpara de cristal, pequeños filamentos colgando como una cortina en el sombrero de la farola. Junto a la ventana se posicionaba una butaca tapizada en terciopelo rojo, rodeada de estanterías de libros y un par de jarrones.

En una de las esquina estaba el tocador, en donde se exhibían un par de frascos de perfume y una pequeña caja de joyería, frente a él, un espejo enmarcado con detalles dorados. Un suave aroma a jazmín impregnaba el aire, probablemente proveniente de algún aromatizante automático.

Ver tanta elegancia en un mismo lugar era extraño, incluso podía suponer el valor de las sabanas en donde estaba acostada, su textura lisa era inimaginable, era como tocar la seda más pura del universo. Al menos podía hacerme una idea del costo de la alfombra que acababa de estropear, seria difícil para mi acostumbrarme a esto.

El toque de la puerta estuvo a punto de levantarme los nervios, la figura masculina que ingresó al cuarto fue todo menos bienvenido, todavía no había formulado la respuesta a mi actual desastre en la alfombra, no podía dejar que él se diera cuenta de aquello. Su figura avanzó por el cuarto, cargaba en sus brazos un par de muletas grisáceas, destacan contra su ropa, resplandeciendo en el costo de sus materiales.

- Dejaste esto dentro del auto - dijo, mientras se acercaba hasta el pie de la cama - Te permití descansar de ellas cuando entramos a la casa pero ahora, debo insistir en que las uses...

Las palabras se fundieron de sus labios al ver el desastre en el suelo, una expresión de disculpa se apoderó de mi rostro cuando levantó su rostro hacia el mío. Probablemente buscando una explicación.

- Lo siento, al despertar yo-

- ¿Estás bien? ¿Te duele algo? - soltó las muletillas sobre la cama que rebotaron a su vez al chocar contra el colchón.

Me quedé sin palabras por unos cuantos segundos, su grisácea mirada escrutando con seriedad mi rostro, en busca de heridas o algún vistazo de síntomas, lo que provocó la avergonzada expresión en mi rostro.

- Estoy bien, pero la alfombra quedó arruinada... ¿Podrías llamar a alguien para que puedan limpiarla?

Negó suavemente con la cabeza, algunas de las hebras de su rojizo cabello sacudiéndose al son del mismo movimiento, la corta y ronca risa que profirió hizo que mi pecho se sacudiera y se sofocaran mis mejillas con ese tono carmesí embarazoso.

- La alfombra no importa, compraré otra. - su aterciopelada risa era contagiosa.

- ¿No es demasiado cara? - Me costaba pensar que una alfombra así sería desecha solo por un pequeño incidente - Yo podría-

- No. - me interrumpió, sentándose en la cama, a mi lado - Sé lo que vas a decir y no. - su mirada se transformó en una expresión llena de ternura - Al menos eso no ha cambiado en ti ¿Sabes? Solías preocuparte por cosas pequeñas, como esta. Es bueno que no haya cambiado.

Me costaba imaginar que esta persona fuera mi esposo, una pareja que parecía ser casi perfecta, siempre sonriendo y resolviendo mis problemas con unas simples y suaves palabras. No podía negar que la forma en que me miraba me hacía sentir avergonzada de la manera en que me sentía, no podía simplemente corresponder a sus sentimientos, no estaba segura de querer hacerlo o de siquiera querer intentarlo.

Lo que me hacía sentir peor.

- ¿Tienes hambre? - pregunto. Había notado en cambio en su vestimenta, en la mañana parecía un hombre que había estado de vacaciones, en la tarde se presentaba como un hombre de negocios, con su traje gris impoluto y una extraña corbata tropical - Acabo de darle de comer a Adrián, está durmiendo de nuevo, pero tu - me señalo - No has comido nada desde la mañana.

- No tengo mucho apetito - No después de haber vaciado el poco líquido que había guardado en mi estomago.

Me lamentaba un poco por no haber estado para la hora de cenar de Adrián, le había dado su biberón pero deseaba poder seguir haciéndolo por mucho tiempo, seguir reuniendo todos los recuerdos de él como fuera posible.

- Tendrás que hacer un esfuerzo. - se levantó de la cama, tendiendo a su vez la mano para ayudarme a levantar - Ven, enviaré a alguien para que limpie la alfombra mientras no estamos.

Tome su mano sin pensarlo demasiado, era un hecho el que no podía hacer las cosas sola, no en este estado y permitirle a él ayudarme era una manera extraña de decirme a mí misma que debía darle la oportunidad del principiante. Estábamos casados, no podía seguir ignorando ese hecho.

Ayudó a que me acomodara las muletillas debajo de los brazos, era un poco incomodo hacerlo, no me gustaba la dureza debajo de mis axilas o el paso marcado que tenía que seguir para no caerme; sin embargo, hacerlo era bueno para mi recuperación, entre más rápido sucediera era mejor para mi.

- Por cierto, hay una persona esperándote abajo - mencionó casualmente. - Una amiga que estaba preocupada por tu recuperación.

La sorpresa tras sus palabras me hizo mirarlo con precisión. Dominico no había mencionado a ninguna persona en el hospital y nadie mas me había ido a visitar además de el, pensar que tenia una amiga que estaba "preocupada por mi" pero no había hecho el esfuerzo de visitarme mientras estaba internada era un poco amargo de considerar. No podía negar que me llenaba de mucha curiosidad el hecho de tener a alguien más con quien hablar sobre lo que había pasado, alguien que mencionara la clase de persona que había sido o que me iluminara sobre cuestiones de mi vida de las que mi esposo no había sido testigo, y aun así, dentro de mi, solo había un sentimiento amargo y casi enfermizo ante tal revelación.

Desconfianza. Una pura y creciente desconfianza.

- ¿Una amiga? No habías mencionado a nadie antes.

La seriedad de mis palabras lo hizo detenerse mientras avanzábamos hacia la puerta. Se giró, observando con singular gravedad mi rostro, como si en su silencio me recriminaba el hecho de mi desconfianza hacia sus palabras.

- Si, una amiga. - dijo mientras abría la puerta - No la conoces ahora pero ya la conocerás ¿Puedes darle esa oportunidad al menos?

- No estoy diciendo que la vaya a rechazar, solo quiero saber porque no la habías mencionado.

- No lo había hecho porque quería que te concentraras en tu recuperación. - Me incito a seguirlo por el corredor - Después de hablar con el médico, el mismo aconsejo que debemos buscar a todas las personas que fueron cercanas a ti, de esa manera tu recuperación se realizará en menor tiempo.

Ese hecho era innegable; sin embargo, no me agradaba la forma en que ocultaba información. Era como si, en su extraño lenguaje masculino, insinuara que me revelaría las cosas gradualmente, en beneficio de mi recuperación. Yo simplemente quería conocer todo de una vez.

- Está bien. - accedí - ¿Cómo se llama?

Sonrió y caminó a mi lado mientras atravesábamos ese largo corredor en dirección a las escaleras, con los brazos cruzados detrás de su espalda. Su presencia evocaba la imagen de un caballero elegante escoltando a su dama hacia algún lugar en particular. - Hanna. Hanna Ruiz. Es tu mejor amiga, no la culpes demasiado, fui yo quien insistió en que no te visitara en el hospital. Ella estaba demasiado preocupada por tu recuperación.

"Mi mejor amiga" - ¿Desde hace cuanto?

- Es mejor que se lo preguntes tú misma.

Bajar por ese montón de escalones no fue nada sencillo, tuve que tomar la ayuda de Dominico en varios momentos, incluso tuve que dejar que me llevara en brazos hasta el último escalón porque era demasiado difícil para mi, bajar por los peldaños con un par de altas muletas de metal. Y justo allí, al final del camino, de pie, frente a la puerta corrediza de cristal que daba al patio estaba la mujer.

Lo primero que percibí tras verla, fue su hermoso cabello rubio platinado, lo tenía sostenido en una cola alta, algunas hebras caían a cada lado de su rostro, dibujando las curvas de su mentón y la suave piel blanca de sus mejillas, sus hermosos ojos azules me saludaron con una calidez desconocida. Sonrió, mostrando esa línea de incisivos perfilados, camino con rapidez apenas estuve en el suelo, lanzándose sobre mí como un niña pequeña que ve a sus padres después de un largo viaje, me estrechó contra sí, casi arrancándome el aire, su perfume dulce inundó mis sentidos momentáneamente.

- ¡No puedo creerlo! ¡¿Cómo estás?! ¡¿Estás bien?! - la emoción en su voz me desubico por unos cuantos segundos - ¡¿Sabes lo preocupada que estaba?!

Me soltó para palpar mi rostro con sus suaves manos - Estoy tan feliz de que estés bien. - la dulzura de su expresión y la calidez de su voz eran imposibles de ignorar, esta mujer era en verdad una persona que se preocupaba por mi. Giro su rostro detrás de mí, su rostro transformándose en un puchero cuando hallo a Dominico adentrándose a la cocina - Ese hombre, - lo señaló acusatoriamente - ¿Sabes lo que me dijo? ¡No me dejo visitarte ni una sola vez en el hospital! ¡Tampoco llamarte! Es un ser despreciable...

Parpadeé varias veces, confundida, la emoción con que se expresaba era un poco abrumadora. No cabía duda de que ella me conocía, pero no podía imaginar un escenario donde fuera mi mejor amiga, parecía que teníamos caracteres diferentes, aunque tampoco estaba cerrada a la idea de que fuera cierto.

Ella no parecía una mala persona.

- Ah - me sacudí el aturdimiento - Tu eres Hanna ¿Verdad? Es un gusto conocerte.

La joven mujer me soltó, su expresión era una mueca dolorida, parecía desconcertada mientras en su mente inquieta giraba una rueda, tratando de desvelar los misterios del universo. Su semblante no cambió mientras yo sonreía con melancolía, su alegría momentáneamente oscurecida por ese instante.

- Lo había olvidado - dijo en un tono bajo y triste - Así que es cierto que no recuerdas nada. - Suspiro sonoramente, levantando sus hombros al son del movimiento, se sacudió la expresión sombría en el rostro y me sonrió de nuevo, con toda esa brillantes girando en torno a ella - No importa, ya recordarás. Es bueno que estés viva.

- Lo siento... - me disculpe, no muy segura de porqué lo hacía. Tal vez era esa parte de mi que comprendía la situación y las emociones por las que debía estar pasando la mujer.

Negó suavemente con la cabeza, tomando mi mano a la vez, guiándome hacia la sala de estar.

- Ven conmigo, sentemos juntas. Hay mucho de lo que te quiero hablar.











BESOS

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