6. El aroma del demonio.
Somos nuestra memoria, somos
ese quimérico museo de formas
inconstantes, ese momento de
espejos rotos.
- Jorge Luis Borges.
SELENE
- ¿Qué f-fue eso?
Hallarme sin sentido entre todo el terror que mi cuerpo había ingerido era lo único que podía hacer. Mis oídos aún guardaban el silbido del aire ingerido con brutalidad en mis pulmones, el ardor de mis músculos al correr, el dolor punzante de mi pierna herida. Esto era una locura. Sentía a la muerte acechándome el cuello y susurrándome al oído que vendría por mí.
Esa cosa, esa cosa en ese lugar me había seguido hasta la entrada de la fábrica. Mis manos no dejaban de temblar con el horrendo recuerdo de su silueta dibujada por la noche. Era aterrador, y por supuesto, no era humano.
Esa cosa no podía ser humana, no con esa altura, ese tamaño o las garras en sus manos.
Esa cosa era el mismísimo demonio. Y ahora venía por mí.
Mi cuerpo se sacudió y grité de pavor cuando una silueta me arrancó bruscamente de mis lúgubres pensamientos. La piel en mis brazos ardió por el contacto brusco, trastabillé hacia atrás y caí de culo contra el suelo.
- ¡¿Lena?! – El chillido asustado me desenfoco - ¡¿Estás bien?! ¡¿Qué te sucede?!
Respire con dificultad, levantando mi rostro del pavimento para concentrarlo en la figura delgada frente a mí. Mi pecho se apretujo al ver la insegura mirada de Julia, se agachó hasta estar en mi posición y tomó mi mano temblorosa con suavidad.
- Dime que ocurre – musito suavemente - ¿Qué sucedió? ¿Por qué estás tan asustada?
La imagen aterradora de esa cosa se coló en mi mente como un virus haciéndome temblar y sollozar, me encogí, tomando mis rodillas y apretándolas contra mi pecho. Mis zapatillas eran un fiasco, estaban llenas de polvo y barro, mi ropa era un desastre, no solo había perdido mi teléfono, tampoco tenia mi suéter.
El sudor frío se deslizaba por la piel sensible de mi espalda, todo a mi alrededor me era confuso, hasta los mínimos sonidos de las cigarras me eran demasiado para soportar, el sonido de sus pequeñas fauces cerrándose con fuerza, imaginaba como volaban sobre mi, mirándome con sus ojos amarillos y silbantes, murmurando al son de sus alas rotas que él vendría por mi.
- ¿Qué viste ahí abajo? – La voz de mi amiga era el único consuelo en esta tierra oscura y violenta - ¿Puedes contarme?
Levante suavemente mi rostro de entre mis piernas, Julia seguía sosteniendo suavemente mi mano, apretando de vez en cuando para que sintiera su presencia. Respire lentamente, el aire no salió del todo correcto al exhalar, pero me permitió calmarme lo suficiente como para concentrarme en lo que ella estaba diciendo y no en el baile de las cigarras sobre mi cabeza.
- Cuando... cuando caí – mis palabras se frenaron al recordar la imagen y las palabras prometidas al escalar con salvajismo esa cuerda.
<<Por favor, solo déjame ir. No volveré, no le diré a nadie. >>
Si faltaba a mi palabra, definitivamente no le quedaría piedad.
Observé el verde oscuro en los ojos de julia y me mordí los labios hasta que el sabor metálico se escurrió en mi boca. Me arroje a ella y la abrace, necesitaba sentir el calor humano de nuevo, aún tenía esa sensación abrasadora de ese calor desconocido en mi cuerpo.
Quería olvidar, que cada una de esas escenas desaparecieran de mi cerebro. Quería retroceder el tiempo y nunca haber ido a ese lugar. Quería desesperadamente desaparecer, para que él nunca me encontrará.
- ¿No vas a decirme? – Julia acaricio lentamente mi espalda empapada en sudor, de arriba hacia abajo y viceversa.
¿Cómo podía decirle que el mismísimo demonio vivía en ese horrible lugar por él había caído y ahora vendría por mí si llegaba a decirle algo a alguien? No podía ponerla en peligro, había sido mi elección ir a ese lugar, yo fui la que cayó por el agujero en el suelo... a mi fue a quien amenazaron.
Nadie podía saber acerca de ello.
- No sé si lo notaste... - comenzó a decir en voz baja – pero estoy segura de que vi a alguien de pie en el vestíbulo de esa fábrica cuando salimos, no sé si fue cosa mía porque estaba oscuro, pero-
- Yo no vi nada – la corte antes de que terminara. -. Cuando me caí me golpeé la pierna, había una enorme rata ahí abajo, por eso grite... solo quería salir rápido antes de que me mordiera.
- ¡¿Qué?! ¡¿Una rata?! – Se aferró a mi cuerpo con fuerza, me queje cuando presiono su mano contra una de las magulladas costillas - ¡Que horror!
Una vez más me sorprendió la facilidad con que las mentiras se deslizaban por mis labios, lo hacían con una certeza indescifrable. Como si mi subconsciente ya estuviera preparado para hacerlo.
No sabía de dónde había salido la historia, era lo único que se me había ocurrido para que me creyera. Cualquier mujer estaría asustada de una enorme rata encerrada en un agujero en el suelo, donde todo está oscuro y estás atrapada, sin salida. Julia tenía fobia a las ratas.
Me había aprovechado de eso.
Un suspiro entrecortado se deslizó por mis labios cerrados, me concentré en el aroma frutal que desprende la crema humectante de julia, trate de borrar el olor almizclado de su presencia, esa que me seguía persiguiéndome hasta la calle desierta de este lugar, que me acosaba con la ventisca helada que me congelaba los nervios, con el susurro de las hojas siendo arrastradas, con las malditas cigarras que inundaban la calle como mensajeras siniestras.
- ¿Qué hora es? - avente en un intento de distracción.
Julia sacó el teléfono de su chaqueta, soltándome en el acto, sentándose enseguida en el pavimento frío, a mi lado. Encendió la pantalla del celular. Maldijo al comprobar la hora para luego girar la pantalla del móvil en mi dirección.
- ¿¡Faltan diez para la medianoche!? – me levante del suelo de un salto – Mi papa me va a matar.
Algo mucho más aterrador que esa cosa en ese lugar, persiguiéndome para arrancarme el corazón, era mi papá al enterarse que había ido justamente a ese sitio.
- ¿Dónde está tu teléfono? Tenemos que llamar a tu papá, debe estar preocupado.
- Lo perdí – desvié mi mirada -. En el agujero. Probablemente se haya roto por la caída y por la batería que le restaba... bueno, no debe funcionar.
El silencio de mi mejor amiga aun en el suelo, era un indicativo de que se estaba meditando las cosas seriamente.
- ¿Vas a...?
- No pienso volver. Nunca.
Julia suspiró, tecleando en su móvil y luego mirando de nuevo en mi dirección.
- Yo tampoco quiero volver... - dijo - esa cosa me asusto. Sea lo que fuera. – sacudió su cabeza y se estremeció.
Ignore deliberadamente esas palabras y el gesto. Julia era demasiado lista, me conocía tanto o más que yo misma, descubriría que le mentí si hallara cambio en mi rostro; así había descubierto muchas veces mi gusto por los chicos, ella era simplemente difícil de engañar, parecía, sinceramente una madre con diecinueve años.
- Entonces tendré que llamar a tu papá... - asentí distraídamente mientras escaneaba de nuevo la calle a mis espaldas. Esa por donde quedaba esa aterradora fabrica. - ¿Qué le voy a decir?
- Dile que nos quedaremos en tu casa esta noche.
- ¿Y si llama a mi casa y todavía no hemos llegado?
- Entonces le dices a tu hermano pequeño que nos cubra. – no había demasiada ciencia en eso, no podía ser difícil para un adolescente de quince años, cubrir a su hermana mayor tomando el teléfono si acaso mi padre llamaba.
No podía decir exactamente cuantas veces habíamos escapado de casa en la secundaria para ir a fiestas de universitarios, Maicol ya sabía cómo hacerlo, después pagaríamos su precio, que resultaba ser el último teléfono o la última línea de camisetas de su banda favorita.
- ¿Piensas de verdad que nos ayudará esta vez? ¿Después de que no cumpliste tu palabra con él cuándo prometiste comprarle el Xbox si te ayudaba a demostrar que tu ex novio te era infiel?
Bufé con frustración. Este no era exactamente el momento para pensar en sí nos ayudaría o no, debía hacerlo, o estaríamos más muertas que nunca.
- Maicol sabe que siempre cumplo con mis promesas, no le he comprado el Xbox porque todo el dinero que tenía lo gaste en seguir a ese idiota.
Una larga y deprimente historia que no quería siquiera recordar.
Julia me miró con esa expresión ilegible, trataba de descubrir que pasaba por mi atormentada mente, podía saberlo solo mirando la severidad con que fruncía sus labios en una línea firme después de levantar sus cejas tensas. Era una de sus expresiones favoritas.
En su modismo ella decía: No te entiendo para nada ahora mismo, pero como eres mi mejor amiga voy a olvidar el tema y seguir adelante.
- Bien, supongo que ayudará – musito pensativamente mientras se levantaba, giraba y caminaba unos cuantos pasos delante de mí -. Voy a hacer unas llamadas, espera aquí.
Suspiré aliviada al no notar nada inusual proveniente de la dirección por la que habíamos escapado. La calle se encontraba sumida en el silencio y la oscuridad. Las escasas casas dispersas en esa área estaban separadas por amplias distancias, y no parecía haber señales de actividad en ninguna de ellas. Las ventanas estaban ocultas tras pesadas cortinas y las puertas permanecían herméticamente cerradas. Era como si los habitantes de esta ciudad fueran aves nocturnas, acostándose a las siete de la tarde y levantándose a las seis de la mañana. ¿Quién hacía eso?
Después de lo que pasó en esa fábrica años atrás, creí que nadie se quedaría a vivir aquí, en este barrio, el que fue construido específicamente para las familias de los trabajadores y que por su ubicación, era el lugar más cercano a ese maldito lugar. Seguía sorprendiéndome al encontrarme equivocada.
Mi mirada se desvió instintivamente de las ventanas oscuras de las viejas casas, hacia la carretera oscura por donde estaba la malévola construcción, una brisa helada me recorrió los huesos haciendo castañetear los dientes al encontrarse con la sudoración excesiva. Era una noche fría.
La silueta maquiavélica del sitio se dibujaba confusa entre toda esa negrura, pero aun podía vislumbrar la punta de una de las altas chimeneas, apuntaba al cielo amenazadoramente delgada y mohosa mientras saludaba a la humanidad desde esa exuberante altura. Una parte de mi, imaginaba esa silueta masculina en la punta sólida, observando con orbes endemoniados toda la ciudad, tratando de hallar mi rastro.
Me abracé a mi misma, mirando impaciente en dirección a Julia que parecía encarnizada en una conversación con su hermano al teléfono; me senté sobre la banqueta de la calle y espere.
Mis pensamientos fueron directo a la imagen del demonio en ese lugar, en cómo sonaba su voz y lo espantosa que era su figura. Aún tenía vividos los recuerdos de su aroma, era extraño, no olía a azufre como debería oler el diablo; tenía un peculiar aroma que por más que intentaba no podía comparar con otro.
Era enorme, fuerte y también alto. Tenía dos brazos, dos piernas y... garras. Garras filosas y amenazantes.
El crujido de hojas detrás de mi espalda me espabilo, gire con rotunda fuerza mi rostro hacia atrás en donde un arbusto leñoso y robusto de flores violetas descansaba, las ramas se enroscaban unas sobre otras, se extendían en todas direcciones, las espinas de sus tallos relucían salvajemente, la forma tupida y llena alcanzaba todo el espacio visible del jardín delantero de la casa a mi espalda, tenía la forma de un enorme seto compacto. Era una imagen hermosa.
Las ramas se sacudieron con el viento y volví a escuchar el bajo sonido, me levante, dudosa y me acerque a la planta, mire de nuevo en dirección a julia, cerciorándome de que siguiera allí, mi atención se desvió de nuevo hacia el arbusto, mis zapatillas apenas y hacían ruido al encontrarse contra el podado y bien lucido césped.
Entre toda la espesura del alto arbusto, no podía vislumbrarse nada más que las pétalas violetas de la extraña flor, el sonido inentendible me guio hacia el suelo, por donde se asomaba alguna clase de madriguera descubierta de conejo.
Había un bulto de algo en el suelo que se movía.
Con el alma en la garganta estiré mi brazo y roce la tela, era suave. Me incliné cuando la masa chilló, descubriendo una pequeña y peluda criatura enrollada en el material, desenvolví el curioso animalito cuando un par de orbes azules me saludaron.
Levante el pequeño bulto y lo acerque a mi pecho, el pequeño gatito dentro lucía desnutrido y maltratado, estaba sucio y desprendía un hediondo olor. Aun así, al apreciarlo con cuidado descubrí lo hermoso que era su pelaje negro como el carbón y sus brillantes ojos azules. Chillo con debilidad en mi dirección, como si quisiera que lo ayudara.
Acaricie con suavidad su pelaje, no fue fácil hacerlo sin hacerle daño, estaba pegachento y algo viscoso, algo de pelo se había adherido en mis dedos al deslizar con cuidado la yema por la enmugrecida superficie, le sonreí con ternura y salí del enorme arbusto devuelta hacia la calle.
- Hable con mi hermano, nos cubrirá por un par de horas hasta que lleguemos, les dijo a mis padres que estaba en tu casa e iríamos a dormir en la mía, piensan que tu papá nos va a llevar... - Julia miraba la pantalla de su teléfono con un profundo ceño fruncido -. En cuanto a tu papá, piensa que estas en mi casa, así que ahora supongo que ya no hay... ¿Qué es lo que traes en los brazos?
Sonreí inocentemente, extendiendo mis extremidades para que mirara – El pobrecito estaba atrapado en esos arbustos, creo que lo abandonaron.
Julia se acercó, admirando con cuidado el pequeño bulto en mis brazos, la lastima brillando en sus delicadas facciones. – Pobrecito ¿Pero qué clase de persona le haría esto a un gatito?
- No lo sé, pero no puedo dejarlo aquí tirado.
- ¿Vas a llevártelo?
- Si.
- ¿Y tú papá?
Me lo quedé pensando un momento.
- No creo que haya problema, a mi papá no le desagradan los animales; además, mi cumpleaños es en unas semanas. Lo tomaré como mi obsequio de su parte.
Mi mejor amiga negó varias veces, sonriendo. – Bien, buena idea ¿Puedo cargarlo?
- Por supuesto.
Caminamos de vuelta despacio, inmersas en los pequeños maullidos del animalito; mi miedo hacia esa horrenda cosa había desaparecido. Se esfumó como la espuma en el mar en tanto tuve en mis brazos al pequeño peludo.
Me sentía tranquila, relajada y en calma. Por alguna extraña razón había vuelto a ser una adolescente que encontraba al nuevo amor de su vida en la calle y no una mujer temerosa de su vida.
No tardamos mucho en tomar un taxi hacia la casa de Julia, nos escurrimos por la puerta trasera de la cocina que fue abierta de un azote enfurruñado por el pequeño Maicol.
- Me debes tu vida por esto. – dijo en cuanto cruzamos el umbral. – Y una tableta entera de tu chocolate.
- Trato – murmuró Lucía - ¿Están en casa?
Su hermano negó suavemente – No, cenando.
Ambas nos relajamos.
- Te dije que el Xbox viene en camino, no se que paso con el pedido pero ha tenido mucho retraso, ya me queje con la empresa... - murmure al sentir su acusadora mirada – Lo lamento ¿Esta bien?
Maicol sonrió, con los brazos cruzados – De eso no me cabe duda, aun así, quiero mi Xbox.
Maicol era el hermano menor de mi mejor amiga, lo había visto crecer así que él era como un pequeño hermano para mí, uno travieso y diablillo, su personalidad era animada y despreocupada, amaba los videojuegos y la música, aun recordaba verlo en su cuarto mientras componía canciones y las cantaba en alto, creyendo que nadie lo escucharía, o las veces en que acudía a mi para que le diera alguna clase de consejo sobre alguna chica, era adorable.
A veces me recriminaba por arrastrarlo en asuntos personales. Era demasiado sobreprotector con su hermana, por lo que suponía que sentía la necesidad de protegerme a mí también. Como una especie de hermano menor, Maicol había crecido a mi lado. Juntos, como si fuéramos hermanos, compartimos momentos especiales. Destapamos regalos juntos en Navidad, cenamos en familia con mi papá y nos deleitamos con películas de terror y comedia mientras devorábamos paquetes enteros de nachos cubiertos con una extraña salsa de queso que habíamos inventado. Presencié cómo le salía su primer diente, luego se le caía. También estuve presente en su primera cita e incluso durante sus días rebeldes, aunque estaba convencida de que aún no los había superado por completo.
Recordé como durante la secundaria, había seguido a mi ex novio al sospechar de él, lo había descubierto siendo infiel y luego, con algo de saña había vertido laxante en una de sus malteadas, justo cuando él me había citado en uno de esos restaurantes de comida rápida para tratar de explicarme con calma la situación y convencerme de que solo era una chica sin importancia.
Solo haber recordado el sonido atronador de sus gases y su cara de vergüenza mientras corría al baño había alivianado un poco el dolor que había sentido.
No me habría enterado de su traición si no fuera por Maicol.
- Te daré tu Xbox en llegue el pedido. – agarre sus cachetes regordetes – De todos modos, ¿Quién es lindo?
Sabía que ese gesto no le gustaba, me gustaba hacerlo enojar. Sus mejillas se tornaban de un rojo intenso que lo hacía ver adorable.
- ¡No soy un niño! – refunfuño apartando su rostro y caminado lejos – Trátame como un adulto, ya soy mayor.
- Claro, claro ¡Eres todo un hombre! – solté riéndome – y hablando de eso, ya es hora de que los hombres se vayan a dormir.
- Iré a dormir cuando quiera – giro su rostro hacia su hermana y el bulto en sus brazos. - ¿Qué es eso?
- Un gatito que encontré. – respondí a su pregunta, sonriendo, seguí a juli a la cocina y me senté sobre la silla de madera cerca a la encimera - ¿Quieres verlo?
- No. – se estremeció – Esas cosas sueltan mucho pelo.
- Pareces un anciano – musito su hermana, abriendo la puerta de la nevera.
- Su pelo me da alergia.
- Imaginaria – término Julia, a lo que reí.
Con una rapidez asombrosa, su rostro se encendió como una llama incandescente. Giró velozmente sobre sus talones, emprendiendo un camino apresurado hacia las escaleras.
- ¡Como sea! – masculló con vehemencia -. Me voy.
Murmurando en voz baja, pude escuchar sus quejas, lo que sólo intensificó mi determinación de seguir provocándolo.
- ¡¿Quieres un poco de leche caliente?! – gritó su hermana, sacando el pote de leche fría y dejándola sobre la encimera de la cocina.
Maicol asomo su rostro al final de la escalera - ¡Dije que no soy un niño! – grito y se marchó.
En silencio, calentamos la leche en la estufa, mientras el agradable momento se desvanecía y nos sumergíamos una vez más en nuestros propios pensamientos. Tomé un pequeño recipiente de plástico que previamente había guardado uvas y, acto seguido, nos deslizamos escaleras arriba hasta la habitación de mi mejor amiga.
Lo primero que me recibió en la habitación fueron los impresionantes posters de Constantine, John Wick y The Matrix, todos ellos cuidadosamente adheridos a la pared. Sin embargo, la extraña combinación de figuritas de acción, un enorme panda en la cama y cortinas con pecas no pasó desapercibida. Julia era una devota seguidora de todas las películas y series en las que Keanu Reeves había actuado.
Era tal su fanatismo que nunca dejaba su taza con el estampado del "papucho hermoso" fuera de su vista.
Con delicadeza, depositamos al minúsculo gatito en el suelo, asegurándonos de que tuviera a su disposición la leche tibia en el pequeño recipiente de plástico. Nos detuvimos brevemente, contemplándolo mientras devoraba con avidez, casi desesperación la leche para luego dejarse caer exhausto sobre la mullida alfombra, su estómago notoriamente hinchado.
- ¿Quién sería tan malvado para dejar morir de hambre a esa cosita? – murmuró lucia después de girarse y tomar una pequeña manta.
- Una escoria.
Cubrió a el pequeño y sucio cuerpo peludo con la suave manta y se sentó a su lado en el suelo, acariciando su pegajoso pelaje.
- ¿Podemos darle un baño después?
Observe por unos momentos al pequeño animal.
- Creo que sí, con agua caliente – respondí y agregué rápidamente -, pero mañana. Necesitamos un descanso.
Lucia asintió con suavidad.
- ¿Te has dado cuenta de que tu hermano no preguntó por nuestro aspecto? - comenté, desconcertada por la extraña actitud de Maicol. Normalmente, era bastante curioso e incluso entrometido, pero no mencionó en absoluto la suciedad en la que nos encontrábamos ambas.
- Le dije que tuvimos una pelea con Fara - susurró suavemente - No fue una mentira y evitó que mencionara lo de la fábrica.
- Buena idea.
El silencio que se instaló tras sus palabras me hizo sentir aún más el dolor que me embargaba. Volteé hacia la puerta del baño, luchando con todas mis fuerzas para no mostrar ningún signo de cojera mientras me movía.
- Te encargo a Pitufo, voy al baño – me apresure a ingresar por la puerta al otro lado de la habitación.
- ¿Por qué pitufo? – preguntó Julia, abriendo uno de los cajones de su cómoda y rebuscando en su interior.
- Es pequeño y sus ojos son azules. Pitufo es perfecto. – además de que apareció de la nada envuelto en una manta debajo de unos altos arbustos que tienen flores en forma de campana.
Me recordaba a la casa en donde vivían las caricaturas animadas y azules.
- Jamás les escojas los nombres a tus hijos – murmuró en tono de burla – terminarás traumándolos de por vida. Solo puedo imaginar que uno de tus retoños se llame Cojoncio, por la calentura del momento... - La sonora y atropellada risa no se hizo esperar - ¡No! – grito -, elena nito...
- Shhh. – le advertí, señalando el bulto durmiente en el suelo.
No pude soportar seguir escuchando. Me apresuré a entrar al baño, sintiendo una parte de mí queriendo salir y golpearla, mientras otra luchaba por contener la risa.
En cierto sentido, tenía razón. Nunca le escogería los nombres a mis hijos.
El humor se desvaneció del aire en el segundo en que mire mi rostro en el espejo.
Suspire al ver el fiasco que era. Mi cabello color borgoña caía desordenado sobre mis hombros, tenía un par de telarañas en algunas hebras del sucio pelo, mi blusa con estampado de Keanu Reevs estaba sucia y una de sus mangas destrozada, completamente rota y con algo de sangre seca; seguramente por la caída. Suspire al hallarme lamentándolo, había acabado de comprarla, era una blusa original que me había costado mucho dinero y ahora, estaba arruinada. Tenía un enorme rasguño en la mejilla, esa misma que estaba surcada de pequeñas pecas, me sorprendí al no haber sentido la herida anteriormente y mi cuello, ese en donde había una marca sonrosada de un par de dedos, no era muy notoria y sin embargo estaba ahí.
Solo esperaba que Julia no la hubiese notado.
Me mordí el labio inferior, concentrándome en el dolor del músculo y no en el avasallador impulso de querer llorar.
No solo eso, ahora que la adrenalina del momento había pasado, mi pierna dolía un infierno, el jean que tenia puesto y que antes había sido de un color negro, ahora tenia manchas marrones y blancas.
Me dolía verme al espejo.
Ver esa mirada asustada y la mugre en mis mejillas, esos ojos hinchados por haber llorado ante esa cosa rogando por mi vida.
Deseché la ropa destrozada y me adentré en la ducha. El agua caliente abrazó mis músculos tensos, mientras la suciedad y la sangre se deslizaban lentamente, desapareciendo por el desagüe. A medida que el agua caía sobre mi piel, sentí un ardor intenso en mi muslo. Al revisar la extremidad, contuve un jadeo al observar el enorme hematoma que cubría mi blanca piel.
Era una locura. No había sentido que hubiera sido tan grave. Era peor que grave, la piel se veía casi negra en donde el músculo estaba contraído, pase suavemente la yema de mis dedos por el lugar. Dolía.
Pensar que el impacto habría sido peor de no ser por el montón de tela que me recibió en la caída. Los pantaloncillos y vestidos quedarían descartados hasta que sanara.
Termine de lavar mi cabello bajo el chorro, masajee el cuero cabelludo con fuerza, queriendo deshacerme de los pegajosos pensamientos. De ese recuerdo, de su recuerdo. Me di una segunda ducha y luego me envolví en la toalla. El espejo estaba empañado por el vapor del agua caliente, pase la palma por su superficie y mire mi maltratado reflejo.
El corazón amenazó con salirse de mi pecho con el latir desesperado que invadió de terror mi sistema al divisar la figura oscura que se alzaba detrás de mí. Un par de ojos negros me fulminaron con una mirada burlona y aterradora. Giré bruscamente mi cuerpo hacia atrás, solo para encontrarme con la fría pared de baldosas y un estante rebosante de toallas. Mi mirada escudriñó frenéticamente todo el cuarto de baño, en busca de esa imponente silueta negra. Sin embargo, no había absolutamente nada.
Mi cuerpo temblaba violentamente, mis piernas no resistieron mi peso y caí al suelo, derrotada.
Las saladas lágrimas se deslizaron por mis mejillas, violentas y en contra de mi frágil voluntad.
- No es real... - murmure – Es solo tu imaginación. No es real.
Pero se había sentido tan real.
Tomé una respiración lenta y profunda, mientras secaba mis lágrimas con el dorso de mi mano. Con determinación, me puse de pie desde el suelo, evitando encontrarme nuevamente con mi reflejo en el espejo. Incliné mi cuerpo sobre el lavamanos y dejé que el agua fría acariciara mi rostro, proporcionándome un instante de alivio. La frialdad del líquido me recordaba algo importante, yo seguía con vida. Permanecí allí, apoyada en la superficie dura, durante unos segundos, tratando de tranquilizar el azotar furioso de mi pecho. Finalmente, decidí abrir la puerta.
Solo era la impresión, solo eran los efectos por todo lo que había ocurrido; esa cosa no estaba detrás de mí en el baño, me repetí. Todo fue tu imaginación, esas cosas pasan.
- Juli ¿Tienes esa pijama peluda todavía?
Julia estaba en el suelo, con la prenda lanuda en sus manos. Se levantó sonriendo y ofreciéndome la ropa se dirigió al baño. Siempre que me quedaba en su casa la tenía preparada para mí.
Como decía, me conocía más que hasta yo misma.
- Pensé que habías dicho que habías perdido tu suéter.
- Así fue.
Lo perdí en el instante en que caí por el agujero en el suelo, creo que fue cuando esa criatura me levantó y me arrastró hacia la pared opuesta. Solo el simple recuerdo de aquello me hacía estremecer de escalofríos.
- ¿Estás segura? – entrecerró sus ojos y me miró seriamente.
- ¿Por qué no lo estaría? - pregunte confundida.
Su silencio me puso los nervios de punta. Estaba completamente segura de que no había salido de ese lugar con mi suéter. Estaba más que convencida de que se quedó atrás, dentro del agujero, junto con mi teléfono.
- No lo sé... - dijo con un tono serio – Será porque pitufo estaba envuelto en tu suéter, me di cuenta enseguida – mis piernas temblaron -, Justo cuando tú, me lo diste.
Mire con rapidez hacia el pequeño animal, dormía plácidamente debajo de la mullida manta que Julia había puesto para él; y justo a su lado, sucio y casi deshecho... estaba mi suéter.
- Voy a darme una ducha – sonaba molesta - ¿Tenías la necesidad de mentirme? Sabes que no me gustan las mentiras. Bueno no importa, al menos lo mantuvo caliente.
Mi mundo se vino abajo. No podía despegar los ojos de la prenda rota y sucia en el suelo, mi corazón martilleaba tan fuerte mi pecho que mis piernas ya no tenían la fuerza para mantenerse quietas. Caminé con cuidado hasta estar a la altura de la tela, la levanté con mis manos temblorosas y mi respiración acelerada; mi cabeza dio vueltas cuando la reconocí.
Era mi suéter, el suéter que había perdido. El suéter en el que estaba envuelto el gato cuando lo encontré y en el que no me fijé.
Mis temblorosos dedos llevaron la prenda a mi rostro, inhale, terminando por soltar y retroceder abruptamente contra la pared contraria. Mis huesos chillaron con el impacto y la cabeza me dolió con agonía.
Ese olor se filtro por mis pulmones y salió en una corta respiración temblorosa.
Era imposible, no, no era real. No podía ser. No era mi perfume lo que estaba impreso en la tela sucia, era el suyo. No a carbón, no a muerte, era espejismo.
Era el aroma del demonio.
Nos vemos pronto uwu
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