4. Reconocimiento
También yo he sentido la
inclinación a obligarme,
casi de una manera demoniaca,
a ser mas fuerte de lo que
en realidad soy.
- Sorey Kierkegaard..
HELENA
Observe absorta por la ventana abierta del vehículo; había edificios de una inmensidad abrumadora, vehículos de todos los colores y tamaños, personas con todo tipo de color, podía observar con demasiada claridad como varios ancianos esperaban sentados plácidamente sobre una banca de metal la llegada del autobús. Oía con demasiada claridad el pitido de cada automóvil y veía con cuidado cada calle bien cuidada, incluso entre el bochorno del día, podía sentir una suave y refrescante brisa ingresar al interior del vehículo y alborotarme los pelos.
Sin embargo, no reconocía ninguna calle, ninguna parada de autobús, ninguna tienda de helado.
- Solía acompañarte a ese lugar - señalo Dominico hacia un conjunto de casas pequeñas, se veían modestas, de pinta familiar, con sus jardines perfectamente podados frente a las mismas - Te encantaba caminar por ahí, decías que te resultaba refrescante comparada a la vía principal, donde solías frecuentar cuando ibas a la universidad.
Observe con cuidado esos espléndidos jardines, con sus cercas hechas de un bloque color café oscuro, uno encima de otro, formando perfectamente sincronía frente a la vivienda que protegían.
- Me acuerdo bien lo que decías - seguía el hombre mientras giraba el volante del vehículo para tomar la siguiente curva, justo a la izquierda. - Decías que soñabas con vivir tranquilamente en un pequeño lugar como ese, con tus tres gatos y un par de hámsteres - río. - siempre te encantaron esos animales. Nunca entendí tu gusto por ellas.
Lo pensé seriamente, vivir tranquilamente en un lugar como ese no resultaba desagradable, sin embargo ¿Me gustan los hámsteres?
Dominico siguió conduciendo, lucía brillante desde esta mañana después de que me dieran el alta en el hospital, parecía deslumbrante sin razón aparente, a excepción claro, de mi exitosa salida del hospital. Estaba vestido con ropa ligera, una camisa suave que contrastaba los músculos debajo de la prenda, una chaqueta de cuero marrón y un par de pantalones azules.
Parecía despreocupado. Feliz, extrañamente complacido.
- Muy pronto estaremos en casa...
No seguí escuchando lo que decía, estaba demasiado ansiosa. Cada día que había pasado encerrada entre esas paredes pulcramente blancas, cada mañana que despertaba entre médicos y enfermeras, drogada o lucida, cada bendito día después de haber sabido que tenia un hijo de once meses en algún lugar había sido una tortura. Por más que insistí en que lo llevara al hospital, en que quería verlo, sentir que era real... Él no lo había llevado ni una vez, siempre articulando que los hospitales no eran un buen lugar para un bebe y afirmando con convicción que no estaba en condiciones para verlo.
Sinceramente, me importaba muy poco lo que el hombre decía, me había enfadado... muchas veces. No había logrado nada con eso.
Me concentré en las casas y vehículos que pasamos, la forma de cada una de ellas se grabó en mi memoria con una precisión asombrosa, la estructura pulcramente revestida de un suave color caramelo. La imagen de la pequeña criatura, con sus mejillas manchadas de saliva después de mordisquear un juguete de goma, aún estaba inmersa en mi mente, navegaba como un flotador desinflado que vuela con rapidez por el cielo hasta estrellarse vacío contra algún árbol.
Me sentía de la misma manera, como un globo vacío sobre el suelo, que poco a poco se rellenaba con vagas esperanzas y deseos. Con nuevos recuerdos.
Apretuje el objeto blando en mis piernas, ese de un color rojo vivo que contenía mis documentos de identificación, algunos productos de belleza y ese bulto duro que no dejaba de inquietarme. La cantidad de paquetes del mismo tamaño contrastaba de sobremanera con el resto del contenido de la bolsa.
Ocupaba más de la mitad del espacio.
- Escuche bien señora Helena. - Había dicho el viejo médico, aquel que había identificado como Carmín Rodríguez. Se encontraba sentado detrás de su enorme escritorio de caoba, sus ojos oscuros me escrutaba con seriedad, mientras acomodaba sus gafas con un lento y pausado movimiento - Después de realizarle los estudios pertinentes respecto a su condición, consideramos que esta lo suficientemente saludable como para que abandone el hospital - apoyó sus brazos en el escritorio frente a sí mismo, cruzando grácilmente sus manos contra la madera, tomando un porte de seriedad sobrecogedor -, sin embargo ya que su condición es un tanto especial... - remarco la última palabra con pausada lentitud - deberá estar sometida a un tratamiento con inhibidores por un tiempo, hasta que avancemos en la recuperación de sus memorias.
- ¿Inhibidores? - mi voz era un susurro - Pero me acaba de decir que estoy completamente bien.
No entendía la necesidad de tomar medicamentos, recordaba cada cosa después de despertar, se los había dicho muchas veces, ¿Entonces porque ahora me recetaban medicamentos?
- Se bien que esto puede ser confuso para usted, pero durante el examen se descubrió una anomalía en la corteza temporal de su cerebro - volvió a acomodar el cristal de sus gafas sobre le puente de la nariz, su mirada aguda me daba escalofríos - Como bien sabe, ese costado es el encargado de almacenar sus memorias pasadas, se le recetó medicamento para reducir la hinchazón, los dolores de cabeza y de la misma manera ayudarla a recuperar poco a poco la memoria.
La mano de Dominico que estaba a mi lado, apretó la mía sobre la superficie rasposa de la silla en la que estábamos sentados. Mi mirada se dirigió a la suya, sus ojos grises me miraban con ternura.
- Todo está bien cariño - decía - confía en el médico, él sabe lo que es mejor para ti.
Y sonrió. De esa manera suave y persuasiva.
Incline mi rostro hacia el suelo, enfoqué la mirada hacia la alfombra azul que descansaba en el piso bajo mis pies. No me agradaba la idea de medicarme, sin embargo quería sobre todo recuperar la memoria, saber quién había sido y lo más importante.
Recuperar la vida que había olvidado.
Suspire pesadamente, rompiendo el contacto con la mano de mi esposo, fijando de nuevo mi mirada hacia el viejo médico y verlo sonriéndome con esos dientes alineados y perfectos detrás de ese espacioso escritorio. Cada vez que lo observaba fijamente me hacía sentir pequeña y vulnerable, como si en cada segundo me estuviera encogiendo hasta perderme en la suciedad del suelo. Era aplastantemente abrumador.
Él sabía que tenía razón.
- Muy bien - consentí al fin, con un nuevo suspiro - ¿Cuál es el medicamento?
- Se trata de un medicamento experimental en el que hemos estado trabajando con anterioridad - carraspeo, su senil voz sonando con fuerza - No tiene que preocuparse de nada, ya ha sido probado en veinte personas antes que usted, todos con la misma afección, no repercutirá en su salud de ningún modo. Se ha probado que es un 85% efectivo en estos casos y además de todo; no tendrá ninguna secuela después del tratamiento.
Observe a Dominico, que miraba con seriedad al médico, su semblante en este momento era firme, me daba un singular sentimiento de seguridad. Se giró hacia mí y sonrió de nuevo, con esos labios estirándose en toda su comisura, mostrando un par de hoyuelos que se formaban en sus blancas mejillas.
- ¿Estas de acuerdo? - le pregunté.
No sabia porque pedía su consentimiento, no conocía a este hombre de nada; sin embargo, su presencia me mantenía clavada al suelo, cuerda, consciente de que estaba viva y que aún tenía una oportunidad en este mundo. Él era la única persona que podía ayudarme a descubrir quién era.
Se inclinó sobre el mueble para quedar a solo centímetros de mi rostro, el aroma varonil de su colonia se volvió a colar en mis sentidos, esta vez, usaba una esencia diferente. Observo mi rostro, escudriñándome con esa grisácea mirada sin dejar de sonreír con mayor suavidad.
- El médico Rodríguez es de mi total confianza - acaricio mi mejilla derecha con paso moderado - También te atendió durante tu embarazo. Puedes confiar en él.
Me molestaba la férula enorme y gruesa, hacía que tuviera muy poco espacio para estirar mis piernas dentro del automóvil aun cuando incline en totalidad el asiento hacia atrás. Las cajas de plástico dentro de la bolsa en mis piernas estaban más presentes que cualquier otra cosa, el médico me había atiborrado de pastillas, según las cuales, tendrían que durar al menos tres meses.
Después de ese tiempo, tendría que volver a consulta para revisar mi progreso.
El vehículo ingresó por un caminillo bien atendido, nos habíamos alejado del centro de la ciudad para ingresar a un suburbio de casas elegantes; cada mansión estaba separada una de la otra por enormes jardines, pulcros y bien cuidados jardines. No podía acostumbrarme a tanta majestuosidad, estaba segura de que no lo haría nunca.
Un pesado y escalofriante bulto se asentó en mi estomago con fuerza al avanzar, el pequeño vecindario estaba casi desierto, a excepción de pequeñas familias que acampaban en sus inmensos jardines y los cuales se veían pequeños y lejanos al avanzar.
Mascotas corrían detrás de frisbees, el collar dorado de una de ellas me cegó momentáneamente cuando su pulcra superficie chocó contra el sol y rebotó contra la ventanilla del auto por la que asomaba la cabeza anonadada ante la escena.
Era un perro con un pesado collar de oro colgando de su peludo y bien cuidado cuello canino.
La risa masculina me distrajo de la escena quimérica que estaba presenciando. Giro el volante para ingresar por un segundo caminillo delicado, rodeado de rosas rojas bien cuidadas que se alineaban por los bordes del mismo.
- No necesitas sorprenderte por algo tan pequeño como eso - dijo - Aun no has visto tu casa.
El pesado nudo en mi estomago se hizo mayor cuando lo vi aparcar frente a la enorme mansión, subió por mi garganta al vislumbrar el movimiento de sus manos al desabrochar el cinturón de seguridad y apagar el vehículo; se volvió un sentimiento nauseabundo lleno de espasmos repentinos de ansiedad al verlo abrir la puerta del conductor y deslizar su bien definida silueta fuera del auto.
Las manos me temblaron al retirar, con cierta inseguridad mi cinturón. La puerta del copiloto fue abierta con elegancia por el mismo hombre quien ahora me miraba sonriente, claramente orgulloso de su propiedad y de mi reacción.
El agrio sentimiento se hizo mayor al deslizar mi propio cuerpo fuera del auto seguida con cierta renuencia por la pesada y estorbosa férula para observar desconcertada la puerta principal de la casa.
La entrada principal era amplia, equipada con una puerta de última tecnología, cuando Dominico se acercó hasta casi tocarla un vibrante aparato arrastró alguna clase de luz láser por su rostro, se escuchó un suave chasquido y automáticamente se abrió, dándole paso a la exuberante residencia.
- No te asustes - dijo en tono juguetón, mientras me extendía la mano y me incitaba a avanzar con él - Es un sistema biométrico de reconocimiento facial, tiene registrado tu rostro y el mío como propietarios de la mansión, así que podrás salir y entrar cuando lo desees.
Tome vacilante su extremidad, dejándome guiar por él mismo hacia el interior del lugar, arrastrando de tras de mi el yeso inamovible. Una vez dentro me recibió con exuberancia el vestíbulo, un espacioso e impresionante vestíbulo. La bilis se me subió a la garganta de la impresión, las paredes estaban revestidas de pantallas táctiles, al girar sobre una de ellas, una de los monitores mostraba el paisaje viviente de una selva amazónica, el sonido de las aves y el susurro de las hojas se desplazaba como un suave eco por el corredor hacia la sala principal, en donde, al asomarme con notable nerviosismo; muebles lujosos y pulcros de un color blanco hueso estaban decorando con grácil certeza el espacio.
Me pregunté, entre mi embelesamiento y el sentimiento punzante de desconcierto como había sido posible que una casa como esta se hubiese quemado.
- La casa está equipada con un sistema de vigilancia y seguridad inteligentes. Así que ya no tendremos que preocuparnos por un nuevo incendio. - La voz del hombre, detrás de mi espalda era un vívido recordatorio de que no estaba sola. - Me encargue de que nada más pueda hacerte daño.
Un calor extraño se deslizó por mi espalda baja, cuando con una lentitud marcada uno de sus brazos rodeó la cintura y apretó su pecho suave contra mis costillas. La extrañeza de aquella acción me hizo retirarme de inmediato. Casi renuente a su proximidad.
- ¿Es mi casa? - Pregunte con fijeza. Se sentía más suya que mía propia.
- Nuestra. Así es.
No pareció importarle mi alejamiento, no con el tono calmado que marcaba cada palabra suya en ese tono varonilmente bajo que expresaba su voz.
Una larga mesa de cristal decoraba como protagonista principal el espacio de la sala, resaltaba gracias al jarrón que estaba fijo en el centro, ese en donde descansaban tulipanes blancos. Me moví con sumo cuidado, cuidando de no romper nada o estrellarme contra algún mueble bajo. El taco que descansaba en mi garganta parecía haberse calmado momentáneamente. Me llenaba de gran curiosidad este lugar.
Mi hogar.
El sacudimiento me despertó del embelesamiento que estaba teniendo al recordar la verdadera razón por la que no me había negado a venir a este lugar. Mi bebe.
Me gire hacia el hombre, ese que me estaba mirando fijamente, con sus brazos cruzados sobre su amplio pecho. Me sonrió, con suavidad mientras me incitaba con la mirada a seguir mirando. Sin embargo, ya estaba lejos de eso.
- Mi bebe. - dije con premura, alejándome del sistema empotrado en la pared que había estado reparando y dirigiéndome con urgencia hacia el.
Aunque todo me resultara tan extraño, cada acción o cada situación o incluso las palabras que salían de mis labios, una cosa solamente estaba fija en mi vocabulario con veracidad inmaculada. Mio. Mi bebe.
Desde que había visto a esa pequeña criatura rosada en todos esas fotos, oído su voz en cada uno de esos murmullos inentendibles en cada minúsculo video. Me había obsesionado con esa pequeña vida al punto de querer seguir a un hombre desconocido, en una dirección desconocida, haber accedido a tomar medicamentos desconocidos y entrar en esa casa desconocida.
Todo había sido por conocerlo.
- ¿No quieres terminar de ver la propiedad?
Sacudí con energía la cabeza. Negando - Déjame verlo, por favor.
Sonrió - Pero quería que te familiarizas con la casa, no quiero verte perdida en tu propio hogar.
- Puedes mostrarme después - apresure a decir - Llévame con él. Quiero conocer a mi bebe.
Medito por algunos segundos, sin dejar de mirarme fijamente. - Está en la parte de arriba - accedió por fin - Sígueme.
La emoción burbujeó en mi pecho, reemplazando con rapidez el nerviosismo agridulce que me había invadido minutos antes. Lo seguí con la mayor rapidez que pude, arrastrando de nuevo, como si mi propia pierna herida fuera un bulto de papas que iba jalando por el suelo, cuando lo vi avanzar hacia un par de escaleras de mármol blanco en uno de los extremos de la habitación, el pasamanos era de madera pulida, oscura, arrolladoramente pulcra, se retorcía al finalizar el peldaño en alguna clase de caracol torcido, creando alguna clase de fluidez y equilibrio al diseño de la ostentosa escalera.
Trague saliva al vislumbrar toda esa cantidad de escalones, reparar en la altura de todos ellos e imaginarme subiendo en mis propias condiciones por ese lugar. Dominico me sostuvo la cintura, contemplándome desde su altura, sus ojos grises observándome con preocupación.
- Déjame ayudarte - musito en un tono bajo y suave - En tu condición, no puedes subir tu sola.
Cedi casi de inmediato, apoyándome en su pecho cuando me levanto completamente, la posición en la que estábamos me evoco con cierto consuelo, una escena de una pareja recién casa. El esposo cargando a su esposa por las altas escaleras hacia la habitación principal. Sacudí ese pensamiento, negándome a pensar en una noche con él de esa forma.
Subió despacio, recorrió lentamente cada escalón. Cuidando que no estuviera incomoda, previniendo que me callera de sus acolchados brazos.
Un amplio corredor se vislumbro al llegar al final del peldaño, Dominico me bajo, cediendo a mi petición silenciosa al llegar a la cima. Camino delante de mi, en silencio mientras yo observaba fascinada la decoración de este segundo lugar, las paredes estaban decoradas con pinturas hechas a mano, pude reconocer a una de ellas. La famosa obra del Beso de Gustav Klimt, me frene momentáneamente, admirando la pintura, desconcertada por mi reconocimiento ¿Cómo sabía yo eso?
- ¿Ocurre algo?
Gire mi rostro para mirar al hombre al final del corredor, frente a una puerta de madera negra, tenía la mano sobre el pomo, dispuesto a gritar la manilla antes de notarme en el estado Zombie en el que estaba.
- No... no es nada.
Me aleje de la pintura hasta alcanzarlo, las zapatillas bajas no hacían ningún sonido sobre el mármol del suelo. Giró el pomo de la puerta, dejándola entreabierta y dando un paso atrás para que ingresara primero, esperaba pacientemente frente a la misma, mientras con cierta lentitud lo alcanzaba.
La luz de la habitación estaba tenue, las cortinas corridas sobre las bisagras, las paredes estaban pintadas de un suave tono azul, en ellas, con certeza colgaban un par de estrellas, formando sobre la misma pared una cortina luminiscente. En medio del cuarto, una cuna, a su lado una mujer mayor sentada en una silla acolchada, sosteniendo sobre sus manos un libro de tapa dura. Levantó la mirada de las amarillentas hojas del libro para fijarla sobre mi, mi presencia clavada en la entrada de la habitación, mi mirada inmersa en ella.
- Señora - dijo en un tono bajo. Se levantó de la silla, cerrando el libro con cuidado y dejándolo sobre una pequeña mesa al lado de la cuna - Me alegra mucho que haya vuelto.
Se acercó, su larga falda moldeando la forma de sus piernas con cada paso que daba en mi dirección, sus zapatos de tacón bajo y lustroso no dejaba escapar un solo sonido dentro de la oscura habitación. Podía moverse con una sutileza increíble.
- El niño está durmiendo - musito bajo -. Acaba de comer. Es mejor no despertarlo.
La mire fijamente, grabando su rostro en mi cerebro, tratando de hallar alguna indicación de que la conocía. - ¿Quién es usted?
Su arrugada mirada mostró empatía mientras tomaba mis manos entre las suyas y apretaba suavemente - Me llamo Maritza Cábez, señora. Soy la niñera de su bebe.
Asentí - Ya veo. ¿Por cuánto tiempo lo ha cuidado?
- Serán aproximadamente cuatro meses, señora.
- ¿Dominico te contrato?
Me observó con detenimiento - Usted lo hizo.
Me quedé en silencio, no teníamos que decir nada más, por su reacción al haber ingresado a la habitación, era entendible que conocía mi conducción. Tal vez por eso no mostró sorpresa por la pregunta o desconcierto. La apariencia de esta mujer era entrañable, te daba la impresión de que era una clase de abuela, además, tenía un aire apremiante y sincero. Demasiado confiable.
Sin embargo, si estaba cerca de Adrián, me encargaría de estudiarla con cuidado. Era mi bebe después de todo.
- Ya debo irme. - dijo, soltándome las manos y haciendo una clase de reverencia extraña - Vendré mañana, sobre las siete, como siempre.
- Como siempre... - repetí en un susurro sus palabras,
Sus manos tomaron el bolso que colgaba sobre uno de mis hombros, liberándome del peso - Me llevare esto, si me permite. - Le permití que lo tomara mientras la veía avanzar hacia la puerta. - Lo pondré en su habitación.
Dominico no se había movido de su posición. - Sígame un momento señora Maritza. Debo hablar con usted. - artículo con suavidad cuando la anciana alcanzó su posición. Se giró hacia mí, sonriendo levemente para rotar su mirada de la cuna a mi silueta parada en medio del lugar - Vendré en unos minutos. Siéntete libre de hacer lo que quieras.
Y se fue, dejándome sola en la habitación después de haber cerrado con cuidado la puerta.
Dirigí mi mirada hacia la cuna marrón, esa en donde giraba con suavidad un carrusel donde colgaban un par de coches de peluche, emitía un casi indescriptible sonido, una canción de cuna. Camine con cautela sobre la alfombra mullida, arrastrando mi extremidad atada, me incliné, con cierta incomodidad para retirar el zapato antes de alcanzar totalmente la cuna, el yeso no me permitía hacer estas simples acciones con facilidad. Mi corazón martilleaba con fuerza mi pecho al casi alcanzar el pequeño lecho. Mi pie sano desnudo, sintiendo la suavidad de la alfombra bajo mis pies.
Me incliné para admirar con emoción el pequeño cuerpo reposar entre las mantas acolchadas, dentro del cesto. Su pequeño cuerpecito vestido con un mono amarillo, uno de sus dedos en su boca, chupaba el dedo como si fuera un vieron. Pequeños murmullos salían de su pequeña boca, donde saliva se deslizaba por sus mejillas hasta caer sobre las sábanas azules. Un sentimiento cálido llenó de inmediato mi pecho, el olor a bebe estaba presente con fuerza en este sitio, un olor agradable y con pequeños toques entrañables de reconocimiento.
No sé por cuánto tiempo me quedé mirándolo dormir. Cuanto paso hasta que lo vi removerse con incomodidad entre esas mullidas colchas hasta que abrió sus ojos, dejándome absorta por el color marrón claro de sus pequeños y brillantes orbes.
Su mirada se quedó fija en la mía, creí que lloraría cuando retorció su pequeña boca en un sonido indistinguible. Balbuceos sin sentido.
Se liberó de las ataduras calientes de las colchas para estirar sus extremidades, todas ellas en una sola dirección. Mis párpados picaron al observar con embelesamiento como, esa expresión arrugada se formaba en una sonrisa, escocieron cuando esa pequeña sonrisa se transformó en una risa pegajosa, y finalmente se liberó en gotas saladas cuando con cuidado, levanté a la pequeña criatura entre mis brazos y lo bese, en esa frente pálida y lisa con olor de bebe.
El sentimiento abrumador de mi pecho cobró forma al sostener a la pequeña criatura entre mis brazos. No sabía quién era, pero sí sabía una cosa.
Yo lo protegería, protegería a este bebe aunque me costara la vida.
No se ustedes pero yo ya amo a ese bebe.
¿Qué me dicen ustedes?
Besos ❤❤
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