10. Advertencia


Qué valiente te ves

temblando de miedo,

pero arriesgándote a vivirlo.

- J. Guerrero




SELENE

Las palmas de las manos estaban clavadas con rotunda fuerza encima de las colchas desordenadas de la cama, el frío helado en la espina dorsal hacia que respirar se me hiciera difícil, no podía diferenciar la oscuridad de la noche contra la penumbra de su mirada. Estaba absorta, aterrada al verlo de pie frente a mi ventana, dentro de mi habitación.

El ruido acuoso de mi garganta me delató cuando trague la saliva atorada en mi boca con fuerza, la acción hizo que me temblaran las extremidades.

Las miles de ideas que me había hecho en las últimas horas con respecto a su apariencia no se compraban en nada con lo tenía frente a mi, ni siquiera les podía hacer justicia. La apariencia del monstruo era realmente perturbadora, tenía las extremidades de un ser humano pero su rostro carecía de emociones humanas, sus orbes completamente oscuros casi podía transportarme a un vacío infinito de vanas esperanzas. Estaba medio desnudo, con el torso descubierto en donde la oscuridad comenzaba a apoderarse de los extremos de su cadera, recorrían la piel como si fueran enormes cicatrices, extendiéndose hasta ser uno mismo con su cuerpo.

Tenía garras, o algo que se le parecía, las uñas filosas esperando pacientemente acertar a la carne blanda. Piel oscura recorría las extremidades de sus brazos hasta el codo, las venas negruzcas visibles por la fuerza que emanaba la criatura.

En un impulso de supervivencia corrí hacia la puerta, tirándome hacia ella al verlo moverse en mi dirección, su mirada endemoniada dirigida a mi rostro; su expresión expectante a mis reacciones. Jale con fuerza la madera, pero esta no se movió, gemí de terror cuando los segundos transcurrieron y la puerta seguía sin moverse, clavada al suelo como si ella misma se burlara de mi miedo.

Me gire, atrapando en el aire la presencia oscura que rondaba mi habitación, seguía moviéndose hacia mi, con un paso tan lento y marcado que hacía visible su intención de aterrar. Vislumbre en el suelo un par de zapatos y pinceles; no servirán de nada, pero aun así me lancé hacia ellos, atrapando el zapato entre mis manos y lanzándolo con rotunda fuerza en el instante en que me gire hacia el monstruo. Vi girar el material hasta estrellarse contra la palma abierta de su mano, una mano tan negra que, cuando las uñas se clavaron en la tela del objeto lo hizo añicos con un solo apretón de la extremidad.

Una sonrisa burlonamente aterradora cruzó sus rasgos, oscureció su ya atemorizante mirada, mostrando un par de incisivos puntiagudos que se deslizaron fuera de sus labios.

- ¿Qué tratas de hacer, pequeña mosca? - dijo y en el instante el acelerar de mi corazón se triplicó, las piernas me temblaron, arrojándome al suelo cuando sentí que el aire le faltaba a mis pulmones.

Estaba aterrada, tanto que aun en suelo sentía que todo giraba a mi alrededor.

En un último impulso arroje todo lo que encontré cerca de mi, el segundo zapato, los pinceles, un cojín abultado de lana e incluso un frasco de pintura abierto. Este último tuvo el mismo destino que el primer zapato, pero al ser atrapado por él, el líquido rojo se esparció por su hombro, cubriendo las manchas negras que también rondaban su piel en aquella área, salpicando contra la marcada clavícula, haciendo que su expresión ya oscurecida se intensificará en un sentimiento de enojo que hizo saltar al órgano de mi pecho en alerta.

Arrojó el pequeño frasco vacío hacia el suelo, haciéndolo rebotar contra la madera, provocando un sonido hueco y desolador contra el silencio que rondaba la casa.

Un sonido inarticulado se formó en mi garganta cuando en un parpadeo lo vi acercarse, una de sus garras alcanzo mi garganta, que de nuevo se cerró contra la piel caliente de su desbordante calor, la temperatura del líquido que manchaba las garras con pintura roja apenas y podía identificarse contra el escalofrío que me atravesó el cuerpo.

- Basta de juegos - susurro en tonadas oscuras y crepitantes contra mi rostro.

Estaba tan cerca que por un instante pude apreciar el fin de mis días en su rostro, siendo atravesada por sus colmillos como si fuera simple papel mojado entre los dedos de un niño pequeño.

Me levanto del suelo en un segundo, haciendo que me apoyara contra las débiles extremidades que ahora tenía por pies. Cerré mis párpados en un pobre intento de desaparecer, transportarme hacia un mundo desolado donde lo único que existiera fuera el aire y yo; y sin embargo, al abrirlos de nuevo ahí estaba, los pozos oscuros y el aroma tan denso que despedía.

Cuando quise respirar, aire atorado en mis pulmones se mezcló contra la congoja de mis lamentables quejidos, haciéndome atragantar en mi propio y banal miedo.

- ¿C-como...? - quise articular alguna palabra pero la presión que sentía en mi garganta era tan desbordante a mis sentidos que tuve que tratar de mantenerme en pie para prevenir que terminará asfixiándome sola entre sus dedos.

- ¿Cómo... que? - inquirió, el tono de su desinterés por mi incomodidad se hacía evidente en su voz. - ¿Cómo te encontré? ¿Cómo entre? ¿Cómo es que una simple e insustancial cosa como tú, fue la que me encontró dentro de ese agujero de porquería? - me soltó de golpe, haciendo que cayera al suelo en un golpe seco -. Es lo que me he estado preguntando insistentemente en las últimas horas.

Retrocedí, arrastrando mi cuerpo hasta chocar contra la pared fría, la superficie me rozó la piel de la espalda, haciéndome respingar por el impacto. Lo mire, la expresión en mi rostro probablemente siendo poseída por el crudo miedo.

- ¡No le dije a nadie! - exclamé, la saliva acumulada en mi garganta atrofiando mi voz - ¡Lo juro! ¡De verdad no le dije a nadie!

Se plantó frente a mí, la altura de su presencia y la atemorizante sensación que emanaba con el simple acto, era tan desconcertante de mirar que tuve que apartar la mirada.

Encima de la cama yacía el pequeño animalito, dormía tan profunda y desinteresadamente que me sorprendí de verlo tan tranquilo.

Ese gato no era normal.

- No te conviene hacerlo - masculló con irritabilidad, gire de nuevo hacia él, su ceño se profundizó mientras me miraba en el suelo. Desde su posición probablemente me veía miserable. - No me seria difícil acabar con una cosa como tu. Los de tu tipo tienen los cuellos flojos, hacen que desee romperlos en cuanto los veo.

Trate de respirar, el aire se sentía pesado, casi empapado en aceite. La idea de gritar se cruzó en segundo por mi mente, atravesándola en un destello de esperanza que sacudió de adrenalina mi ser, podía hacerlo. No era tan difícil hacerlo, los vecinos estaban a unos cuantos metros de mi casa, un simple grito tendría que llamar la atención de alguien.

La mueca que se estiró en su rostro me desconcertó en el instante en que apareció en su oscuro semblante, sus orbes brillaron en tanto la sonrisa se extendía en un gesto divertido, mostrando no solo las miles de ideas aterradoras que pasaban por su mente, sino también la advertencia silenciosa que me transmitió. Se clavó en mi pecho como una flecha puntiaguda, apuntando directamente al órgano que no paraba de latir desbordado, ansiando el instante en que tomara esa energía para correr fuera de allí.

- Es algo aburrido si me pones las cosas tan fáciles - dijo en un tono bajo y oscuro - Grita y tu lindo cuello conocerá el mundo que yace en tu espalda, cuando lo rompa de un tirón.

- ¿C-omo...? - cómo podía haber sabido lo que estaba pensando? Era imposible. No lo había dicho en voz alta, no pudo haberlo sabido tan rápido.

La idea que me había invadido se había desecho tan rápido como llego, siendo barrida por él como si fuera simple mugre en la piel limpia.

- ¿Como... que? - volvió a repetir la frase, el tono de sus palabras estaba lleno de un profundo desafío, como si me estuviera retando a seguir hablando.

Como si deseara que yo misma terminará destruyéndome con las palabras que no salían.

Tenía que calmarme, si no lo hacía terminaría condenándome a mi misma. Si la criatura hubiese venido a matarme lo habría hecho en el segundo en que entro a la habitación, lo sabía por la rapidez con la que se había movido desde el inicio, yo no era nada para él, podía simplemente estar jugando conmigo.

Tome una gran bocanada de aire, tratando de calmar el azotar furioso de mi corazón, el pecho me dolía, como si ya no resistiera que siguiera presionándolo de esta manera. Incline mi rostro hacia el suelo, en un segundo y tal vez último intento de moderar mi respiración, de evitar el temblor en mi mandíbula cada vez que lo miraba directamente, el tembloroso movimiento de los dedos y las lágrimas que se habían acumulado en los párpados.

- ¿Qué es lo que quieres...? - la voz queda que apenas logró salir era un susurro tembloroso a su presencia. Seguí mirando al suelo, apretando mis manos en puños.

El sonido de sus pasos me extendió los párpados medio cerrados. Estaba caminando por mi habitación, de nuevo la respiración se aceleró. Me obligo a mi misma a inhalar lentamente, ignorando el pitido de mis oídos y la presión en mi pecho.

- ¿Cómo es que me encontraste? - El ruido de sus movimientos se intensificaba conforme rodeaba la cama para plantarse frente a mi, esta vez tan cerca que pude ver los pies descalzos frente a mi rostro. Las garras también estaban allí, el color de su piel y la negrura de sus venas era imposible de ignorar. Imagine entonces que quizá, había caminado por las mismas llamas del infierno. Esa sería tal vez la explicación del por qué sus pies parecieran estar quemados, aunque no tenía cicatrices o piel muerta colgando de él. - ¿Quién te dijo donde estaba?

Negué suavemente, apachurrando los ojos, tratando de esconderme en la misma oscuridad que había detrás de ellos.

- N-nadie.

- ¿Nadie? - repitió profundamente - Quieres que crea eso?

- Es verdad, nadie me lo dijo. Fue un accidente.

Abrí mis párpados. Seguía plantado delante de mí, el pantalón, lo único que tenia puesto hecho jirones.

- ¿Vives sola?

La repentina pregunta fue como sentir un balde de agua fría encima de mi cabeza. Se me helo la sangre cuando se dirigió hacia la puerta. Levante la mirada de un latigazo, viendo como se aproximaba y abría la madera de un tirón, el acceso chirrió contra el brusco movimiento.

Me apresure hacia él cuando salió de la habitación, hacia el corredor.

- ¡¿Qué es lo que haces?! - exclame en un intento furioso de mantener su atención puesta en mi. Si mi papá llegaba y encontraba al demonio en la casa, yo no sería la única que correría peligro.

No lo permitiría. Esto había sido culpa mía.

- Irrumpiste en mi escondite, es justo que ahora haga lo mismo con el tuyo.

Lo vi precipitarse hacia el interior del cuarto de mi papá, estaba justo al frente del mío. La puerta se abrió al primer movimiento de su mano sobre el picaporte. Si el no tuviera la recurrente práctica de dejar su puerta abierta, estaba segura de que el demonio hubiese roto la madera.

Ingresó sin mucho problema, conmigo detrás de él. Se planto en medio del cuarto, sus ojos oscuros escrutando cada cosa dentro de la habitación, las cortinas, la cama hecha, el armario medio abierto con todos los trajes de trabajo negros perfectamente apilados en ganchos. La puerta del baño y por último las decoraciones.

Su atención se desvió hacia la mesa de noche al pie de la cama, donde reposaba una foto de mi mama en uno de los muchos viajes que habíamos tenido juntos, me sostenía mientras sonreía, apenas y había tenido cinco años en ese entonces y aun así, ella se veía más hermosa que nadie que hubiera conocido.

Sus oscuros orbes se detuvieron en el retrato por unos cuantos segundos, examinando con atención el pequeño portarretratos que apenas descansaba junto a un florero con margaritas.

- ¿Quién vive contigo? - demando saber, girando hacia mi.

Su severa mirada me clavó al suelo con un martillazo de miedo, los pozos vacíos que tenía por cuencas escrutando mi diminuto ser con intensidad. La ira en su mirada era casi imposible de soportar, si no decía las palabras correctas me cortaría la garganta.

Estaba escrito en su cara.

- El no sabe nada, no tiene nada que ver... - Negué repetidas veces con la cabeza, mi quijada temblando de nuevo - Por favor, no tiene nada que ver. No sabe nada.

Entrecerró sus ojos, caminando hacia mi. No me atreví a moverme, si huía mi papá estaría en peligro, si hacía cualquier cosa mi papá estaría en peligro.

- Es curioso - lanzó en un susurro divertido, su aliento chocando contra mi rostro - ¿Es alguien importante para ti? ¿Harías lo que fuera por él?

Silencio. Fue lo que me recorrió de pies a cabeza, no temía por mi vida en este instante, temía que en cualquier instante decidiera desviar su atención a alguien que no fuera yo, que por mi culpa mi papá podía resultar herido por él. Estaba claro que haría lo que quisiera si llegaba a desafiarlo, a hablar o simplemente si me atrevía a respirar demasiado fuerte.

Estaba condenada.

Su garra atrapó mi quijada, apachurrando mis mejillas contra la piel. Me levanto, haciendo que me apoyara de nuevo contra la punta de los dedos, su mirada endemoniada clavada en la mía.

- Es muy molesto tener que tratar con una cosa como tú - Escupió - Pero tus pensamientos son tan atrayentes que incluso para mi es difícil ignorarlos. - la punta de su garra acarició la piel expuesta, mostró sus colmillos en una sonrisa inquieta - Escucha bien, pequeña mosca, esta será mi advertencia. Deja de pensar en mí, si sigues provocándome, no te dejaré en paz.

¿Dejar de pensar en él? - ¿C-Cómo es eso posible? - dije contra su palma abierta.

Era una advertencia sin sentido, incluso para el ser humano más talentoso controlar los pensamientos repentinos era imposible. Fue mi objetivo durante todo el día pero fue inútil, mientras más lo intentaba, más terminaba pensando en él.

Acercó su rostro al mío, tanto que la punta de su nariz rozó mi mejilla cuando ladeo mi rostro hacia un lado, el poderoso agarre a mi cara se sentía implacable.

- No lo intentes demasiado. Terminarás llamándome de nuevo y entonces... - la caricia del puente de su nariz por mi húmeda mejilla me erizó los vellos del cuello - El deseo por hacerte desaparecer terminará provocándome a hacerlo.

No podía soportarlo.

No pude evitar el flujo de lágrimas, las mismas que mojaron la palma de su enorme mano. No podía evitar ahora pensar en el hecho de mi muerte, en arrepentirme por haber desobedecido a mi papa. Quería retroceder en el tiempo y evitar el estúpido reto, en evitar la pelea con Fara, en haber caminado sola sobre ese plástico enorme en esa fábrica en ruinas.

¿Cómo podía evitar pensar en el diablo? ¿En esos escalofriantes ojos y en la amenaza que acababa de hacerme? Su sola presencia era imposible de ignorar, era tan espesa que el solo recuerdo que dejaba era capaz de hacer temblar los huesos del hombre más valiente que hubiera, la forma de sus oscuros ojos se habían clavado en mi alma con una lacerante recordación de ellos sobre mi, de la sensación que transmitían por las vellosidades de mi cuerpo.

Me fue imposible olvidar su voz ¿Cómo podía olvidar su presencia en mi cuarto?

- ¿Por qué? - pregunte con voz temblorosa - ¿Perderé mi vida por haberte visto una vez? ¿Eso tiene sentido?

- La vida misma no tiene sentido - Me soltó, haciendo que retrocediera hasta chocar contra la pared - No te esfuerces en hacerme cambiar de opinión, me haces perder el tiempo.

Camino hacia la puerta con lentitud, su figura imponiéndose dentro de la alcoba, como si él fuera el dueño del lugar, como si fuera suyo todo a lo que sus ojos miraban. Una corriente de ira se desplazó por mi cuerpo en una ráfaga de aire que me atravesó los pulmones, no soportaba la manera en cómo había llegado, si se hubiese quedado en esa estúpida fabrica yo nunca lo hubiese visto, no habría tenido necesidad de grabar su presencia en mi memoria.

Lo habría olvidado con el tiempo porque nunca hubiese hablado con él más de lo que lo hice en la fábrica, nunca lo habría visto, habría olvidado el calor que emanaba y la oscuridad de desprendía su aterradora mirada. Si no fuera por él, mi papá ahora no estaría en peligro, mi mejor amiga no estaría en peligro.

Mi propia vida no estaría en peligro.

Un pensamiento, retorcido y zigzagueante me invadió profundamente. Tome el florero que reposaba al lado de la puerta, por donde salía con tanta tranquilidad y naturalidad que la ira se hizo mayor y termine estrellándolo con rotunda fuerza en su cabeza. Los fragmentos chocaron contra el suelo, provocando un sonoro repiqueteo contra la madera.

La figura inamovible se tenso ante el acto, girando el rostro encima de su cuello para mirarme, la expresión de su mirada hizo que retrocediera, el crujir del vidrio debajo de mis pies fue ignorado por los dos, como si solo importamos el y yo.

Ningún sentimiento de arrepentimiento me invadió, estaba aterrada pero ninguna sensación de aflicción se asomo en mi pecho. No me hizo retroceder el miedo a mis actos, me hizo retroceder el pavor que sentía por mi vida, la misma que había puesto en juego desde que había caído por ese agujero.

- Puedes hacer conmigo lo que quieras - masculle, mi quijada temblando con cada palabra - Pero no amenaces a las personas que amo.

El punzante presentimiento que me invadió al encontrarme contra su aterrorizador atisbo hacia mi figura, me hizo temblar las piernas, la saliva se atoro en mi garganta, el órgano cerrado ante el pavor que inundaba todo mi ser. Retrocedí, cuando el avanzo hacia adelante, un gruñido bajo y ronco invadió la habitación en sonoros ecos estremecedores. Lo sabía, esto había sido todo, probablemente amanecería muerta, mi papá encontraría mi cuerpo en su habitación, era lo que más me carcomía el alma, lo que hacía temblar mi cuerpo con arrepentimientos.

No quería que mi papá encontrara mi cuerpo. No quería morir.

El frío dentro de mi solo era comparable al hecho de que la pared detrás estaba igual de fría. No tenía escapatoria, en el cuarto solo había una puerta, la misma que estaba siendo obstruida por su figura. Se acercaba, lo hacía de la misma manera en que lo había hecho en mi cuarto, con un paso tan lento y acechante que era demasiado evidente quién era su objetivo en el lugar, lo dejaba al descubierto, por sus orbes endemoniados la finalidad que tenia su estructura.

- Sigues pensando - el tono áspero que usó hizo estremecer mi pecho - Puedo sentir la ira, el resentimiento... el arrepentimiento. Sigues pensando y desafiándome con cada murmullo de esa mente diminuta.

Me acorraló contra la pared, su estructura oscureciendo las luces de la habitación, haciéndose cargo del interés que tenía por la puerta abierta.

La altura de su cuerpo era eminente comparada a la mía, me hacía sentir diminuta, como una pequeña pulga en el plato de un enorme lobo. Pero él no era un lobo, y yo no era una pulga.

Su rostro se acercó, el calor que despedía apoderándose del mío, su aliento contra mi mejilla al inclinarse sobre mi rostro era estremecedor, apabullante. Se hacía cargo de mis sentidos como si nunca me hubieran pertenecido.

- Tan valiente - dijo contra la piel caliente - Tan ingenua. Una mezcla ciertamente problemática.

El retumbar de mi corazón me hizo perder el sentido, el pitido estridente en mis oídos, como si me se hubieran reventado dentro de si mismos solo con escuchar el crepitar de su respiración, la amenaza en su mirada, la intención que tenia en cada una de sus palabras y en las que no había dicho, pero sentía flotar en el aire, esperando ser atrapadas por mi mente disuelta.

- ¿ Lo qué quiera, dices? - La ronca pregunta resonó en mi cerebro - ¿Estás segura de eso?

Mi mirada se clavó en la suya al vislumbrar el movimiento de sus manos en dirección a mi rostro, la chisporroteante sensación explotó al chocar contra ellos, en un destello de confusión momentánea por la manera en como me miraba. Me veía reflejada en ellos, en ese oscuro pozo de perdición que provocaba a hacerlo, tentaba a la perdición en la penumbra que reflejaba el alma oscura del monstruo.

Un suspiro involuntario y tembloroso se escapó de mis labios al ser incapaz de apartar la mirada. El silencio que reinó en aquel instante, entre los dos, en la casa entera y en el eco vacío de mis pensamientos fue una prueba contundente de la confusión que sentía por él, por el monstruo que amenazaba mi existencia completa con la sola ilusión de su recuerdo en mi memoria.

- ¿Qué eres...? - susurre la pregunta, siendo casi inentendible para mi, pero quedando atrapada por su atención en mi rostro.

Su rostro inexpresivo me escruto la existencia en los segundos que transcurrió en silencio, se escucho un goteo incesante en alguna parte dentro de la casa, un goteo hueco y una mirada demoniaca que me erizaron los vellos. Fue entonces que se escucho un golpe seco, alarmante en el hueco sonido de la casa, luego fueron los pasos, pesados y tranquilos en la sala, haciendo retumbar el piso, recorriéndolo en el reconocimiento de la persona que acababa de llegar al sitio.

Su atención se dirigió a la puerta abierta de la habitación, girando su rostro sin moverse del lugar, escudriñando el sonido de los movimientos nuevos que había dentro.

El frío terror me carcomió entera al distinguir el sonido. Era mi papá, acababa de llegar a casa y estaba rondando en la cocina. La puerta de su cuarto seguía abierta, mostrando fuera el corredor y la puerta, también abierta de mi habitación. 

No tardaría en llegar, no podía dejar que viera al monstruo. 

Me sacudí, intentando salir del acorralamiento contra la pared, pero el demonio no se movía, su mirada seguía sobre el corredor, como si no le importará que lo vieran.

- ¡¿Qué estás haciendo?! - murmure en un grito asustado, sacudiéndome - Te va a ver, tienes que-

- Selene, ¿Estas despierta? - el sonido de la voz de mi papa, desde la planta baja me congelo en el sitio - ¿Por qué las luces están encendidas? - Los pasos se escucharon con claridad, subía las escaleras - ¿Te quedaste dormida?

El abrumador calor desapareció de un latigazo cuando se apartó, caminando hacia la puerta con una tranquilidad aterradora, se plantó en el lugar, inclinando apenas su cuerpo para mirar fuera de la habitación. Me apresure a detenerlo, lanzándome hacia adelante en el segundo de adrenalina cuando lo vi salir al corredor que conectaba a mi habitación.

- Vete. - Le suplique - Por favor...

Supe que era tarde cuando, al salir completamente, mi papá estaba en la cima de las escaleras, su figura mirando el teléfono que tenía en la mano con el ceño profundamente fruncido, sus cejas crispadas por la molestia. Levantó la vista, encontrándose con mi mirada, mi expresión seguramente siendo poseída por el miedo.

Se frenó en la cima de las escaleras, mirando detrás de mí y luego a la puerta abierta de su habitación, guardó el teléfono en el bolsillo delantero de su pantalón, avanzando con contundencia hacia la figura inamovible en medio del corredor.

- Lo puedo explicar - le dije, el miedo reflejándose en el tono tembloroso de mi voz - Papá esto...

Gire mi rostro hacia el último lugar en donde había visto al demonio de pie, justo frente a mi habitación, segura de que estaba ahí pero no encontré nada. El corredor estaba vacío, también mi cuarto, el desolado panorama me confundió los huesos.

- ¿Qué haces despierta a esta hora? - Oí la pregunta en un segundo plano, mi mirada puesta en el sitio en donde se suponía debía estar de pie - ¿Qué es lo que estabas haciendo?

Gire mi rostro hacia mi papá, de pie en el corredor, sus manos puestas en su cadera, como todas las veces en que se mostraba molesto. Mi confusión le arrugó la frente, cuando entrecerró sus ojos en mi dirección, gire de nuevo hacia el lugar donde se suponía debía estar el demonio, para encontrarme de nuevo con el vacío y el silencio que había dejado detrás de él.

- No es nada... - Logré articular - No pasa nada.






Nos vemos pronto :)

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