Vigilia
Esa mañana Eunbi se despertó por el característico ruido de la alarma de la central de investigaciones, la que por alguna extraña razón no había dejado de sonar a pesar de que ya había aceptado el mensaje y confirmado su asistencia.
Lygte pensó que el censor estaba descompuesto y probó enviando él mismo un aviso a la casa de informaciones, pero el timbre rebotaba de inmediato.
Aparentemente había un problema generalizado con las señales.
La peligris se preparó rápidamente para partir, intentado ser lo más silenciosa posible, pero el sonido del aparato no hacía más que incrementar y destruir todos sus intentos de dar espacio a su familia para dormir unos minutos más.
Yerin se irguió del tirón y miró a su alma gemela con atención, intentando descifrar si había alguna emergencia de la que debía enterarse aún en su estado aletargado. Abdiel le siguió estirando sus alas en alerta, con el corazón latiendo un tanto acelerado por la interrupción de su sueño, aunque demasiado atontado para hacer cualquier cosa.
Tenía el vago recuerdo de una calle casi desierta, a excepción de una luz intensa sobre su rostro. Algo le dolía, aunque le era imposible identificar que era.
Aún conservaba la impresión de haber estado esperando en un espacio pequeño por mucho tiempo, hasta que el dolor no estaba en ninguna parte.
Después de eso todo se oscurecía.
No era la primera vez que tenía esa construcción mental en sueños, pero era la única vez que había durado tanto.
Mientras tanto, Hwang continuaba su lucha contra el atado de cuadernos y dispositivos dentro de su bolso, todavía revisando si había alguna notificación urgente que había pasado por alto, mas la pantallita de su altavoz estaba apagada e inutilizable.
La golpeó un par de veces con el dedo y la agitó, desesperada por detener el chillido. Sin embargo, todo lo que consiguió fue que el sonido se volviese más y más agudo.
—Dámela —espetó Lygte, arrebatando el aparato de las manos de su protegida, demasiado irritado para ser fiel a su naturaleza calmada.
Ubicó el artefacto entre las palmas de amabas manos e hizo presión, encorvando la espalda hacia adelante. Al poco tiempo, un pequeño sonido de ruptura abrió paso a una cascada de grietas a lo largo del monitor y poco a poco el alarido se fue estrangulando hasta extinguirse.
Le devolvió el cachivache destrozado a la muchacha.
—¿Gracias? —contestó mirando el altavoz destartalado, un poco asustada por la cantidad de fuerza estratégica que tenía su cuidador — Digo, no tenía en mente romperlo, pero...
—Estaba descompuesto, así que no importa.
—De acuerdo.
El alado se alejó un par de metros y restregó las manos contra su túnica, tratando de calmar la picazón que se extendía por sus brazos en medio de largos temblores.
Los Guardianes de Custodia no eran naturalmente fuertes en batalla y el incremento de potencia física no estaba contemplado dentro de sus lecciones de preparación, debido a que lograban percibir los ataques o intentos de huida antes de que se hicieran efectivos. Sin embargo, sus técnicas de reducción pasiva eran cuidadosamente trabajadas y si se concentraban lo suficientemente podían partir la espalda de cualquier alado, siempre y cuando evitaran que opusiera resistencia.
Ahora bien, un altavoz era mucho más denso que la materia de los ángeles y, por consiguiente, su cuerpo resultó más fatigado de lo que debía.
Después de que Eunbi estuvo segura de que el Guardián se encontraba en pleno uso de sus facultades y de que no tenía intenciones de seguir rompiendo todo lo que lo rodeaba, guardó el instrumento deshabitado y dirigió su atención de vuelta a su familia.
Yerin la estaba mirando con sus ojitos entrecerrados y soñolientos, quitando varios mechones rebeldes que se habían envuelto en su rostro durante la noche.
—¿Todo bien, amor? —consultó con su voz ligeramente enronquecida y la pronunciación un tanto arrastrada.
La peligris se agachó a su altura para terminar de ordenar la hebras de su cabello suelto y acarició sus pómulos con los pulgares, secando las lagrimitas que habían quedado suspendidas en sus pestañas al despertar.
—Todo está bien —su respuesta fue un susurro muy dulce—. Lamento haberte despertado.
Jung se enderezó en donde estaba y estiró los brazos hacia el cielo, soltando un pequeño quejido a medida que sus músculos iban retomando sus funciones habituales. Luego, se restregó los ojos para aclarar la visión y empezó a reconocer el entorno, un poco más aterrizada.
—Aún no ha salido el sol —dijo de pronto, pensando en voz alta—. Ese trabajo tuyo es realmente demandante. Yo no podría.
La muchacha se rió entre dientes y le dio un suave beso en los labios.
—Soy un pájaro nocturno, ya sabes.
—Al menos pude verte hoy. Normalmente no tengo es privilegio.
La menor no pudo evitar mirarla con expresión de culpa.
En los último cinco días solo se habían visto un carga total que no superaba las dos horas y durante ese período, debido a los turnos descompaginados, rara vez sostuvieron alguna conversación. No obstante, lo que más la torturaba mientra terminaba de escribir sus observaciones al interior de la vieja cabaña humana, era que no había logrado cruzar ni una sola palabra con su pequeño. Hace poco más de una semana que solo podía verlo mientras estaba dormido.
Y no bien tuvo ese pensamiento, los ojos resplandecientes de su hijo se asomaron por detrás de Yerin, buscando llamar su atención.
—¿Hoy no irás a trabajar? —preguntó en un tono tan esperanzado que estruja el corazón de la peligris; sus alas estaban tensas ante la expectativa.
—Tengo que ir.
Sus hombros bajaron junto a las alas en un claro gesto de decepción y sus labios se abultaron en un pequeño puchero frustrado.
—¿Es necesario que vayas hoy?
—Mamá está a cargo de algo muy importante y no puede faltar —aportó la mayor—. Si Eunbi no va a trabajar, el sol no puede salir.
Abdiel asintió con lentitud y le regaló una sonrisa comprensiva a su madre; ya tendrían tiempo de ponerse al día y de mimarse.
—Vuelvo más tarde —enunció la peligris con voz gentil, dando un pequeño beso en la frente de su hijo. Luego le revolvió suavemente el cabello, que estaba empezando a pasarle un poco la quijada—. Hazle caso a mamá y sigue todas las instrucciones de tu terapeuta, ¿si? Tus alas aún están cicatrizando.
Abdiel se tomó su tiempo para integrar las palabras que le había dicho la joven, pero en cuanto les encontró sentido asintió con una dulce sonrisa.
—Sí. Voy a trabajar muy duro para hacerme fuerte y retomar mis clases de vuelo. No puedo esperar para volver a entrenar con mis amigos—reforzó su punto aleteando con alegría—. Además, las alas ya no me duelen.
Eunbi tomó su mentón con la mano para obligarlo a hacer contacto visual, buscando esas pequeñas arruguitas que se hacían en las esquinas de sus ojos cada vez que le decía una mentira complaciente, normalmente para ocultar su dolor y evitar que la pareja se preocuparan más de lo necesario. Sin embargo, todo lo que había era una rastro de emoción refulgiendo desde lo más profundo de su alma.
Finalmente, la joven no pudo evitar corresponder a su sonrisa.
—Sí, más te vale —acunó su rostro con ambas manos y le dio un beso esquimal—. No me gusta ver a mi niño enfermo.
El pequeño soltó una risita, frotándose el puente de la nariz para dispersar las cosquillas cuando Hwang hizo amago de apartarse. Sin embargo, antes de que pudieran volver a mirarse, él mismo avanzó hacia ella y la envolvió como pudo con sus bracitos, apoyando su mejilla contra la ajena.
El pequeño compartió una mirada significativa con Yerin, como si planearan una travesura, aunque la investigadora no pudo notar su breve momento de comunicación.
Eunbi apenas tardó unos segundos en comprender el objetivo del gesto y se acurrucó hasta quedar a una altura cómoda para ambos, asegurándose de cubrir la cabeza de Abdiel de la mirada de su acompañante.
Esa era la señal que usualmente usaba para compartir un secreto.
—Dime, amor —murmuró con gentileza.
El niño miró una última vez por encima del hombro de su madre y, cuando estuvo seguro de que nadie los veía, sacó un papelito de uno de los compartimentos de su túnica y se le entregó a la peligris, completamente arrugado.
La mayor no necesitó abrirlo para saber que era el folleto de ocupaciones que le daban a los alados que ya estaban próximo a graduarse, con algunas recomendaciones escritas de los profesores y asistentes.
—Ayer llegaste muy tarde, así que no pude decirte, pero mi instructor me citó al campo de entrenamiento después de la terapia. No volamos—se apresuró a añadir lo último antes de que su madre le diera un sermón innecesario—. Me dijo que quiere recomendarme a las líneas de vigilancia aérea, pero que está seguro de que me van a llamar a la promoción de los Guardianes. Dice que mi puntaje actual es suficiente.
—¿Él te dijo eso?
—Sí. Dijo que podría empezar apenas terminen mis lecciones —ocultó su rostro un poco más cerca del cuello, ahogando su voz emocionada—. Voy a poder hacer lo mismo que mamá Yerin.
Eunbi lo levantó en sus brazos con energía y llenó su rostro de besos desordenados, con el pecho reventando de orgullo. Abdiel respondió con una cascada de risas y agitó sus alas alrededor.
—Mi amor, te felicito —su voz estaba casi humedecida por las lágrimas—. Mi niñito está creciendo tan rápido. No puedo creerlo.
Esa última frase salió con una pizca de dolor sin quererlo; no era posible que un infante estuviese tan cercano a terminar su entrenamiento de vuelo.
Habían otros niños estudiando con él, incluso más jóvenes que Abdiel. Algunos que ni siquiera habían dominado el arte de caminar mientras estuvieron con vida y que ahora debían esforzarse para comprender el vuelo. Por ello, todos ellos terminarían sus lecciones mucho después que su hijo.
Entonces sintió el cuerpo que sostenía en el aire aún más pequeño que el de esos niños. La menuda complexión de un infante que no había alcanzado a acercarse a la pubertad antes de morir, con los ojos brillantes y llenos de sueños, sin conocer una pizca de maldad, quien siempre se vería mucho más infantil que el resto de sus compañeros de la misma generación.
Abdiel iba a egresar muy joven y el hecho de que ya lo tuvieran en consideración en una ocupación tan exclusiva era aterrador. Sentía que le estaban quitando a su hijo de los brazos. Sin embargo, cuando recordaba al pequeño hablarle con tanta emoción de su deseo de ser Guardián como su madre y ver que las probabilidades de cumplirlo eran tan altas, la alegría ahogaba todo rastro de angustia.
Ya tendría tiempo de llorar a solas cuando llegara el momento, pero en ese instante no quería salir de su felicidad, especialmente porque no estaba dispuesta a darle una impresión equivocada al menor.
Decidió esconder su expresión atribulada en el pelo de su hijo, aspirando su aroma a hierbas curativas y abrazando al niño con todas sus fuerzas, aunque no pudo retener los sollozos por mucho tiempo.
—¿Estás llorando, mamá? ¿No estás feliz?
—Por supuesto que sí —secó sus lágrimas rápidamente y regresó a mirarlo a los ojos—. Estoy llorando porque estoy feliz.
Abdiel analizó la expresión de su rostro y terminó por darle un beso en la punta de la nariz.
—Entonces todo está bien, mami. Puedes ir tranquila —le dijo muy determinado—. Yo cuidaré de mamá hasta que llegues.
El pequeño enderezó la espalda e hizo una extraña emulación del saludo de las tropas aéreas, utilizando el brazo equivocado para dibujar el emblema en el aire.
Yerin se llevó una mano a la boca para contener su sonrisa de orgullo.
—Cuento contigo, Guardián Abdiel —Eunbi devolvió el gesto con el brazo correcto, pero fallando el emblema.
Más tarde, cuando la menor de las dos decidió que habían intercambiado suficientes abrazos y felicitaciones, el Guardia de Custodia no tuvo más remedio que acercarse a señalar que el sol ya estaba por emerger.
Lygte usó de credencial de "puedo hacer todo lo que se me antoje, incluso rompiendo la ley, porque soy un empleado de Custodia" para arrastrar a Eunbi a todo lo que daban sus alas por las plataformas de vuelo, burlándose de las señaléticas de velocidad máxima permitida. Incluso ingresó a algunas residencias particulares para acortar camino, recibiendo algunas quejas en forma de murmullo a sus espaldas. Sin embargo, eso no podía importarle menos.
Necesitaban reponer ese transmisor cuanto antes o él también se metería en problemas.
Cuando por fin llegaron a la oficina y entregaron el aparto partido en varios pedazos, la jefa de comunicaciones los empapeló en preguntas de seguridad. El Guardia fue regañado severamente por uso indebido de la fuerza en una situación que no lo ameritaba, aunque fue puesto en registro que el dispositivo llevaba varias lunas siendo víctima de desperfectos informáticos, por lo que pudo ser repuesto sin problemas.
Ahora bien, debido a que el transmisor nuevo no tenia ingresados los datos de identificación de la base criminal de alados, ambos se vieron forzados a esperar por casi dos horas a que la información fuese autorizada y liberada a la central de investigación para ser finalmente cargada al aparato.
Lygte estuvo todo ese tiempo en posición de penitencia.
Finalmente, cuando todo estuvo regularizado, siguieron hacia la sala de archivos para notificar el motivo de su retraso en el descenso. Allí se encontraron con la secretaria de informática, quien los buscaba desde hace varios minutos para entregarles una larga lista de intentos de entrada de voz en su copia de teléfono celular.
Eunbi revisó los códigos numéricos con rapidez: tenía seis llamadas de dispositivos desconocidos alrededor de las cinco de la mañana y luego decenas de ingresos de Yuna, algunos cuantos de Jung y los siguientes eran intentos intercalados entre Sojung y la madre de Yewon.
El último acceso figuraba hace poco menos de diez minutos y tenía un extenso mensaje de voz en el buzón, además de algunos mensajes de texto.
Eunbi tragó duro, sintiendo que su corazón se detenía.
—¿Puede traerme el teléfono, por favor? —preguntó la peligris mientras extendía la hoja de regreso. Su voz tembló al pasar por la garganta estrechada a causa del miedo.
La mujer recibió el documento y se alejó dando suaves aleteos hasta llegar al más profundo de los cajones archiveros. Miró la clave única del papel que tenía entre las manos y la ingresó en la gabeta de los investigadores de la sección 4C. Rebuscó en al menos una treintena de dispositivos hasta que finalmente dio con el suyo.
La muchacha lo recibió ansiosa y, después de obtener la aprobación de la administrativa a cargo, lo encendió dentro de la sala. Solo le bastó mirar el brillo de la pantalla para que empezara a sonar.
Era Yuna.
—¿Hola? —contestó temerosa, con la voz casi tan delgada que apenas lograba escucharse.
—Eunbi, gracias a Dios —la voz de la chica sonó casi sin aire, ronca y bastante agotada a través del altavoz; también podía escuchar un pequeño rastro de llanto reciente—. Te he llamado mil veces.
—Lo siento, mi teléfono estaba muerto —hizo un gesto a la encargada para solicitar una conversación privada, a pesar de que estaba completamente en contra del protocolo; la consiguió de inmediato—. ¿Qué pasó?
La ejecutiva que se encontraba cerca de la entrada le pidió a Lygte que esperara afuera, a pesar de que portaba su identificación de guardia.
—Yuna, no me asustes. Por favor, dime que pasa.
Eunbi escuchó a través del artefacto, al principio con la expresión en blanco, pero a medida que avanzaban los segundos su mandíbula se volvía más y más tensa. Sus labios formaron una línea recta.
—¿Estás en el hospital ahora? —preguntó de pronto. Las palabras salieron casi a presión por la estrechez de su garganta— Entiendo. Voy a ir inmediatamente. Gracias por avisarme.
En cuanto colgó la llamada, Eunbi salió de inmediato de las oficinas rumbo a las plataformas de vuelo, sin decirle ni una palabra a su guardia cuando se le encontró fuera de la sala. Volaron en silencio todo el camino y cuando llegaron a la cabaña, la muchacha ni siquiera se molestó en escoger su ropa. Tomó un par de pantalones holgados de descanso y una camiseta que superaba su ancho por varios centímetros, bajando a la planta principal inmediatamente.
Estaba tan apresurada que olvidó desvanecer sus alas antes de ponerse la prenda superior y tuvo que batallar con la tela para no romperla mientras sus apéndices dorsales desaparecían.
Por primera vez sintió que el ritual de humanización era demasiado largo y que las alas estorbaban muchísimo.
Se calzó un par de zapatillas con cordones que estaban cerca de la entrada y tomó su bolsa multiuso, sacando la cámara para aligerar el peso y haciendo un nudo muy apretado con los tirantes.
En ese momento su acompañante supo exactamente cuales eran sus intenciones.
—¿Dónde debemos ir? —preguntó Lygte cuando sospechó que ya no había nada más que preparar. Sus alas se extendieron majestuosas en el momento que cerraron la puerta exterior.
—A la casa de Yewon —contestó de manera tosca, atando el morral en torno a su cuerpo.
Sin consultar nada más, Lygte la levantó con uno de sus brazos y, contra todo protocolo, saltó hacia lo alto para emprender el vuelo. El sol estaba especialmente abrasador a esa hora, por lo que al principio tuvo algunos problemas para orientarse, pero finalmente consiguió dar con la estación de trenes que indicaba el inicio de la urbe más poblada; la llevó volando por la mitad de la ciudad a una altura suficiente para no ser detectados.
Luego pensaría como justificar su comportamiento a la central. En esos momentos Eunbi jugaba como humana y llegar a ese lugar con urgencia era parte de su trabajo. Sería muy poco profesional de su parte no ayudarla a cumplir su papel de manera verosímil.
Cuando estuvieron a dos calles de llegar, el alado la dejó ir en un callejón vacío, listo para emplear alguna artimaña si las cosas se complicaban, aunque, afortunadamente, ningún transeúnte vio a Eunbi levitando o cayendo del cielo a la acera.
—Voy a estar esperando justo aquí —le dijo rápidamente, sacando un diminuto aparato de uno de los bolsillos interiores de su túnica—. Buscar el blanco.
Hwang escuchó el característico chillido que emitía el localizador al sincronizarse y apretó su bolso, confirmando su posición al interior.
—Gracias, Lygte. Volveré antes del límite de transformación.
Hwang se despidió agitando su mano y se apresuró a integrarse a los escasos transeúntes que pasaban por la zona, extremadamente nerviosa.
Revisó de nuevo la pantalla de su teléfono celular y vio que tenía un par de mensajes de Yuna.
No los abrió.
Siguió caminando por la avenida a todo lo que daban sus piernas y de alguna manera logró hacerlo más rápido cuando la característica fachada de la casa de su amiga entró a su campo de visión.
Tocó la puerta con el corazón en la garganta.
Dentro se escuchó la voz de Choi y unos pasos muy ligeros moviéndose por la sala, probablemente descalzos. Parecía que estaba discutiendo con alguien en susurros un poco ansiosos.
Finalmente, fue Jung quién abrió la puerta. Su rostro se veía trasnochado.
—Eunbi —le dio un abrazo fuerte que fue correspondido al instante—, gracias por venir.
—No hay problema —siguió a la muchacha de cabello corto en cuanto se separaron y miró en todas direcciones, buscando a algún integrante de la familia de Yewon—. ¿Dónde está la señora Kim?
Ambas entraron a la sala de estar, en donde Yuna esperaba ansiosa, con las manos tomadas entre sí. Sus ojos estaban rojos por la falta de sueño y por la forma prominente que había adquirido su nariz y su boca, era bastante evidente que había llorado.
Se enderezó en su asiento en cuanto hicieron contacto visual.
—Aún no ha vuelto del hospital, aunque su suegra fue a tratar de tomar su lugar —la respuesta fue breve y agotada—. Sojung pasó toda la noche allá también.
—¿Y el padre?
—El señor Kim está conduciendo de regreso a la ciudad y los hermanos ya están haciendo las gestiones para volver.
Eunbi asintió lentamente y se acercó a Choi, tomando asiento junto a ella y alcanzando su mano para darle una serie de caricias calmantes. Su mejor amiga hizo lo mismo desde el otro lado.
—¿No podemos ir nosotras? —preguntó la fotógrafa, un poco esperanzada.
—No puede recibir visitas —esta vez la respuesta vino de Yuna, bastante ahogada—. Sojung simplemente está ahí para acompañar a la señora Kim, pero ya están intentando echarla también. No podemos hacer nada.
Al escuchar su tono, Hwang sintió que había hecho una pregunta terriblemente estúpida e insensible. Su pecho se llenó de una sensación de zozobra inmensa y se dio cuenta de que tal vez, y a pesar de que la situación le preocupaba, no tenía idea de lo intensos que podían ser los sentimientos de los humanos. No tenía idea de lo que era la enfermedad, las despedidas o incluso la muerte. No conocía la angustia de la incertidumbre. Simplemente no podía entenderlo y se lamentó mucho por ello.
—Yuna, no digas eso —le dijo su amiga, acercándose un poco más para darle un abrazo—. Ella estará bien, ya verás. Los médicos saldrán pronto y nos darán buenas noticias.
La muchacha soltó una risita amarga y se restregó el rostro, frustrada.
—¿Cómo estás tan segura de eso? —su respuesta fue casi un desgarro; sus ojos habían vuelto a llenarse de lágrimas y estaban a segundos de debordarse—. Ni siquiera sabemos si salió del maldito quirófano.
—Yuna...
—No es justo que me digas algo así. No me des esperanzas cuando la realidad me está contando una historia distinta —las lágrimas empezaron a fluir sin resistencia alguna—. No hagas esto para hacerme sentir mejor cuando hice algo tan horrible.
—Cielo, cálmate —Eunbi apartó el pelo de su cara y secó sus mejillas con gentileza—. Tenemos que estar tranquilas para que las cosas salgan bien.
—Pero es mi culpa. Manejar de noche fue mi idea y por eso ella...
—No podías saberlo —Jung la detuvo en seco—. No hay manera de predecir como van a suceder las cosas.
A pesar de que Yuna no dijo nada más, sus sollozos siguieron resonando irremediablemente, convencida de que toda la responsabilidad de lo que había pasado era suya.
La noche anterior se había atrasado bastante para volver a casa y se encontró en medio de una calle casi desierta, sin locomoción para regresar. Se fue caminando algunos metros sin ningún problema, pero pronto la oscuridad y el silencio fueron demasiado para ella, así que decidió llamar a Sojung para que fuera a recogerla.
Después de algunos timbres, fue Yewon quien contestó su teléfono y le dijo que su amiga estaba en su casa, aunque ya se encontraba durmiendo.
Yuna le dijo que no había problema, que buscaría a otra persona para que fuera por ella, pero su amiga insistió en que ella misma podía ir.
Durante el camino de ida a la casa de Yuna no hubo ningún problema, pero de regreso su suerte no había sido la misma.
A dos cuadras de su propio hogar, mientras el semáforo cambiaba a verde, un hombre completamente ebrio se arrojó desde un costado al mismo tiempo que ella cruzaba y no pudo frenar antes de recibir el impacto.
El sujeto había muerto al instante, mientras que Yewon había quedado gravemente herida.
Las amigas estaban acostumbradas a llamarse cada vez que llegaban a sus casas, para asegurarse de que todo estuviese en orden, por lo que se preocupó muchísimo cuando Yewon ni siquiera le había enviado un mensaje.
La llamó durante casi cuarenta minutos hasta que finalmente respondió la madre de la muchacha y le contó lo que había pasado.
Choi se deshizo en disculpas durante esa llamada y lloró por casi media hora junto a la señora Kim, buscando algunas palabras de consuelo que sirvieran para aliviar el dolor en su corazón.
Nunca había sentido tanta angustia en su vida y no sabía si podría soportar que Yewon empeorase su estado.
Se desahogó un poco más con sus amigas y dejó que el cansancio agotara sus lágrimas hasta que finalmente se quedó dormida sobre el regazo de Jung.
Las dos equilibraron su peso hasta llegar al cuarto de invitados, donde solían dormir todas amontonadas en sus tiempo de pijamadas y la recostaron en la cama con cuidado.
No bien habían cerrado la puerta del cuarto, la puerta principal demostró señales de bulla. Se escucharon las llaves tintineando al chocar entre sí y la voz de dos mujeres, muy conocidas para el par de chicas.
La primera en emerger fue la madre de Yewon, con el rostro paliducho y ojeroso. Sus ojos enrojecidos lucían exhaustos y apenas se mantenían abiertos por la hinchazón. Debajo de su chaqueta de invierno se asomaba la tela de franela de su ropa de dormir.
Era evidente que había saltado de la cama para estar junto a su pequeñita.
—Señora Kim —Eunbi la saludó con gentileza, extendiendo la mano para recibir la bolsa que arrastraba con ella.
La mujer la miró como si despertara de un largo sueño y le sonrió de una manera tan dolorosa que el corazón de la joven se encogió. En lugar de entregarle las cosas que traía, las soltó en el suelo como peso muerto y extendió los brazos para recibir el cuerpo delgaducho de Hwang.
—Eunbi, preciosa —su voz estaba cargada de dolor y preocupación—, que bueno que estás aquí.
La peligris apretó su torso con fuerza, tratando de contenerla. Su rostro se sentía helado y bastó sostenerla por un par de segundos para darse cuenta de que temblaba.
Jung también se dio cuenta.
—Venga conmigo, señora Kim —la de cabello corto acarició su mano para que la viera, llamándola con una voz muy dulce. Finalmente el abrazo fue disuelto—. Voy a prepararle un té. ¿Quiere algo de comer?
—No hace falta —hizo un gesto con la cabeza para referirse a la chica que venía tras ella—. Esta jovencita de aquí me obligó a comer en la cafetería del hospital, aunque le dije que no tenía hambre.
Sojung quiso reírse ante el tono reprobatorio con que la mujer había dicho eso, pero todo lo que logró salir de su boca fue un lastimero suspiro. Sus ojos no tenían el brillo habitual y se notaba que no había dormido mucho.
—Pues hizo muy bien en forzarla —respondió la pelinegra, dándole una fugaz mirada de agradecimiento a su compañera—. Yewon necesita a su mamá fuerte para poder recuperarse.
La mujer se rió sin ganas.
—Supongo que tienes razón. Mi hija me regañaría si dejo de comer por tanto tiempo.
Jung la tomó del brazo con cuidado y la invitó a dirigirse al salón mientras ella preparaba la bebida caliente.
Las otras dos se ubicaron en un rincón del recibidor para no poner más nerviosa a la mujer.
—¿Cómo está? ¿Supiste algo?
—Hicieron la cirugía y la superó. Eso es todo lo que sé —se notaba que había frustración en su afirmación; probablemente el procedimiento había sido largo—. Ahora tenemos que esperar por su evolución.
—Está bien —acunó su mandíbula tensa para darle algo de confort—. Vamos a apoyamos entre todas, ¿sí? Somos una familia.
Sojung vio como Jung volvía a sentarse al lado de la mujer mientras el agua hervía, mostrando su mejor sonrisa a pesar de que debía estar sufriendo tanto como ella y que había estado llorando también hace solo un par de horas atrás.
Su pecho se envolvió en un extraño calor que solo recordaba haber sentido en su primera infancia, cuando sus padres estaban en el mejor momento de su matrimonio y no había nada de que preocuparse.
Sonrió con nostalgia y le dio una abrazo a Eunbi.
—Sí, lo sé.
Más tarde, se unieron a la pequeña reunión del té que sostenía la señora Kim y trataron de distraerla con temas irrelevantes. Hablaron de todo lo que se les ocurrió, vieron un programa ridículo en la televisión y finalmente se arrojaron todas juntas en el sofá.
Sojung durmió unos minutos recostada contra Jung y bastó que despertara para que la señora Kim cayese rendida contra el hombro de Eunbi. Era sabido que la madre de Yewon tenía el sueño ligero, así que optaron por acomodarla mejor en donde estaba, dejando todo el sofá libre para que estuviese cómoda y cubriéndola con una frazada; más tarde se encargarían de despertarla para que fuese a acostarse a la cama.
El trío se retiró al comedor para no hacer más ruido del necesario y se encontraron con Yuna, quien tomaba una taza de café sola en un rincón.
—Choi —el saludo de Sojung fue alegre, dentro de lo posible—, no tenía idea de que estabas en la casa.
—¿Estás aquí hace mucho? —consultó Eunbi.
—Desperté hace media hora, pero no quise interrumpirlas —dejó la taza sobre la mesa, casi vacía—. Además, necesitaba estar segura de estar completamente repuesta antes de hablarle o la señora Kim podría angustiarse innecesariamente.
—Ya veo.
Las recién llegadas se sentaron en las sillas contiguas e intercambiaron información de las cosas que habían pasado en los diferentes ambientes. Cuando todo estuvo en orden, se dispusieron a planificar la dinámica de los siguientes días.
—¿Tienen algo que hacer? —preguntó Sojung— ¿Clases en la universidad?
—No —Hwang contestó de inmediato—. A estas alturas solo tengo un examen dentro de algunas semanas.
Las otras dos chicas estaban en sus semanas libres.
—¿Qué deberíamos hacer? —aportó Jung— Sería una falta de respeto quedarnos todas, pero no quiero que ella se quede sola.
—Por supuesto que no. Tomemos turnos para hacer guardia —la respuesta de Choi fue automática—. Yo me quedaré hoy.
—¿Estás segura?
—Sí. No hay forma de que me vaya en este momento. Se lo debo a mi amiga.
Esa noche Eunbi no pudo conciliar el sueño. Una extraña y desconocida sensación de opresión en su pecho le hacía muy difícil respirar. Sabía que Yewon no desaparecería para siempre incluso si moría, pero de alguna manera eso no le parecía tan claro.
Sus días de visita eran cada vez más tensos y las noticias del estado de salud de su amiga no cambiaba para nada. Su grado de consciencia había entrado en un sueño profundo y, aunque estaba estable, algo no se sentía bien sobre todo aquello.
Para estar segura de que las cosas saldrían bien, usó sus influencias para revisar la ficha de vida de Yewon, pero era absolutamente ilocalizable en los expedientes de la central.
Entonces supo lo que realmente estaba pasando y le fue imposible ocultar su angustia con sus compañeras humanas.
Después de algunos días, los altos mandos autorizaron que Lygte la acompañara en todo momento, incluso al interior de recintos cerrados y particulares. Le dieron facultad para utilizar encantamientos en situaciones específicas y le entregaron un botón de emergencia para llamar a los Guardianes en caso de que Eunbi se viese sobrepasada por la presión, con el fin de proteger su integridad física.
Entonces, y mucho antes de lo esperado, llegó el día de su guardia.
Decidió que tomaría la responsabilidad, incluso si debía encerrarse en algún lado para regenerar sus alas cuando llegase la hora límite, pero no iba a dejar a esa mujer sola.
Lygte consiguió un permiso para que esto pudiese suceder y la acompañó en su vigilia, esperando de pie junto a la puerta mientras la peligris buscaba una posición cómoda para que sus alas no rozaran el techo.
Eran las 4:32 de la mañana cuando sonó el teléfono.
Hwang escuchó atentamente como la madre de Yewon salía corriendo de la habitación. Su Guardia le dedicó una mirada significativa y le hizo un gesto para que recompusiera sus alas, que por suerte habían descansado lo suficiente.
Por un instante solo se escuchó el ligero palpitar del reloj y para cuando la peligris estuvo lista y en alerta, la noticia ya había sido transmitida.
La voz destrozada de la mujer se propagó por todos los rincones de la casa, seguida del golpe seco de sus rodillas en el suelo.
La joven abrió la puerta sin darse tiempo a reflexionar y se arrojó junto a la madre de Yewon, dándole un fuerte abrazo para contenerla.
Su cuerpo no consiguió enderezarse de inmediato, sin poder reponerse de un sollozo antes de que el otro la hiciera doblarse de nueva cuenta. Sostenía el teléfono apretado contra su pecho, sin colgar la llamada. También se escuchaban quejidos del otro lado de la línea, aunque no pudo identificar de quien se trataba con exactitud.
Eunbi trató de quitarle el aparato de las manos, pero le fue imposible; la madre de su amiga parecía esculpida en piedra, inamovible.
—Señora Kim, por favor. Déjeme...
Cuando volvió a intentar, la mujer la apartó de un manotazo y le dio un empujón que la hizo sentar en el suelo de una manera un poco brusca. Después, se llevó ambas manos a la cabeza y tironeó de su cabello, en un intento desesperado por calmar el dolor que le estremecía desde las entrañas.
Se sentía sola.
Su esposo y su hijo estaban en el hospital, acompañando a la señora Haneul, mientras que la hermana de Yewon no había conseguido viajar de su pasantía en el extranjero, aunque había empezado la tramitación desde el mismo día en que la castaña había sido ingresada.
Desde la mañana, cuando los doctores le hicieron saber a su esposo que Yewon había empeorado su estado y que el diagnóstico era reservado, supo de inmediato que su hija la iba a dejar. No podía decir que fue exactamente lo que le trajo la idea. Tal vez fue el tono del médico, la expresión de su cara, la manera en la que el contacto visual parecía atravesarla como una navaja. Tal vez era todo aquello junto.
Lo sabía y aún así conservaba la esperanza de que su pequeña se tardase mucho más tiempo en dar el paso al otro mundo.
En algún punto su llanto y sus gritos de dolor se encontraron con la fatiga de su cuerpo, dejando solo un jadeo mudo. El dolor en su pecho era el más grande que había sentido en toda su vida.
Solamente se dio cuenta de que Eunbi la rodeaba en un abrazo cuando trató de incorporarse. Su torso pequeño temblaba desesperado, sin poder contener su propia angustia.
—Eunbi —su enunciación no fue más que un gemido destrozado—, mi niña...
Hwang se enderezó con suavidad cuando sintió que la mujer la llamaba y abrió sus ojos enrojecidos, encontrando la mirada desolada de la señora Kim. Nunca había visto algo tan denso y tormentoso en toda su vida.
La mujer soltó el aparato de inmediato y la apretó en un abrazo que clamaba por protección. Acarició su cabello con una de sus manos, aún ahogada en sus lágrimas sin final, y tironeó de su propia ropa con la otra, desesperada por obtener algo de aire.
Lygte se asomó por la puerta con las alas encogidas y caminó hacia el par de mujeres. Se agachó con lentitud, cuidando muy bien el equilibrio de su peso y, con las manos encendidas por un conjuro de relajación, envolvió a ambas con sus largos brazos.
Poco a poco las convulsiones de tristeza empezaron a menguar y solo quedó la angustia latiendo por todos los rincones de sus cuerpos. El silencio que reinaba en la casa perforaba como nunca antes.
Fue la noche más triste y larga que Eunbi podía recordar.
El día siguiente se sentió irreal. No podía sacarse de la cabeza el rostro destrozado de la señora Kim y por más que quiso seguir el conducto regular hasta que liberaran el informe obituario de la chica, sus pies la llevaron directo a la central de informaciones generales cuando regresó esa tarde.
Una vez allí, se acercó un poco avergonzada al joven que atendía en el mesón principal.
—Disculpe —su voz diminuta nunca había sonado tan timida—, quiero cotejar el ingreso de un ente espiritual. Su nombre es Kim Yewon.
—Correcto, ¿sabe la fecha de ingreso?
—Falleció el día de ayer. Yo misma cerré su ficha de reporte —sacó su bitácora en la página correspondiente de la bolsa multiuso y la extendió al ejecutivo. Una vez que la tomó, le mostró su tarjeta de identificación antes de que pudiera siquiera pedirla —. Aquí está mi credencial.
El muchacho miró el código en la tarjeta y lo ingresó en el sistema para abrir los expedientes asociados. Finalmente volvió a mirarla con una expresión plana.
—Sí, fue ingresada hace 9 horas —volvió a mirar el monitor para seguir viendo sus datos—. Figura como alada de vuelo veloz en la plataforma 675.
La sonrisa que estaba empezando a formarse en el rostro de la investigadora se borró de golpe.
—¿Qué? ¿Por qué tan lejos?
—Su Guardián pertenece a esa sección. Es un asunto de protocolo.
Hwang lo contempló por largos segundos con los ojos muy abiertos y dejó caer sus alas tras la espalda, sintiendo un pequeño atisbo de vértigo.
Lygte le dio una palmada en el hombro para que reaccionara.
—Ya veo —la respuesta fue un poco alta debido a la sorpresa—, muchas gracias.
Los dos alados salieron revoloteando de la oficina.
—Espero que no estés considerando ir a esa plataforma —le advirtió el Guardia de Custodia, demasiado consciente de su estado de vulnerabilidad emocional—, porque eso si que te costaría la cabeza. Tienes prohibido cambiar de complejo.
—Lo sé.
Lygte se dio cuenta de que su voz había sonado más apagada que de costumbre y la tomó de los hombros, usando una de sus alas para cubrirla mientras salían de la central de investigaciones.
Una vez afuera, se encorvó para estar más cerca de su rostro, a pesar de que no podía verlo. La tristeza era algo más que evidente en su aura, después de todo.
—¿Estás bien?
—No —la respuesta fue la mitad de un sollozo—. No estoy bien. Nunca la voy a volver a ver. Es mi amiga y nunca la voy a volver a ver.
Entonces se puso llorar como una niña pequeña y se dejó envolver por los delgados brazos de su compañero, escondiendo el rostro en su pecho para que los ángeles que pasaban no pudiesen verle el rostro.
Lygte la cubrió con sus dos alas para darle más privacidad.
—Estoy seguro de que hay alguna manera de arreglarlo. Voy a investigar, ¿está bien? Mantente centrada.
Eunbi estaba destrozada, pero entendía que mantenerse tranquila era algo más que necesario por la naturaleza de su profesión. Si se dejaba llevar así cada vez que alguien moría, seguramente le quitarían la licencia y eso era algo que no estaba dispuesta a aceptar.
Cuando estuvo más calmada y su rostro parecía casi normal, regresó al lugar que compartía con su familia.
Casi sale volando del susto al ver que su novia se daba vuelta para verla.
—Yerin. Pensé que estabas dormida.
—Abdiel ha sangrado bastante hoy —su tono preocupado no pasó desapercibido—. No he podido pegar un ojo. Ven.
La castaña palmeó el lugar junto a ella para invitarla a sentarse.
—¿Estás bien? —le preguntó en cuanto pudo ver su cara con más claridad; era más que obvio que había llorado.
Hwang la miró por algún tiempo con los ojos semicerrados. Se fijó en la forma de su boca, en el rastro que su sonrisa había dejado en sus mejillas y en lo madura que se veía su quijada, a pesar de que la curva era muy suave la mayoría del tiempo. La recorrió con cuidado, adorando todos los rincones de ella y se tomó su tiempo para memorizar cada uno de esos preciosos detalles.
Finalmente se decidió a responder.
—Puede que suene extraño, pero me alegro de haberte conocido en la vida eterna.
Yerin la miró totalmente descolocada.
—¿Qué? ¿Por qué dices eso ahora?
Eunbi desvío la mirada, saboreando con amargura los sentimientos de luto que nunca pensó experimentar.
—Porque me di cuenta de que no habría soportado verte morir —volvió a contemplarla; sus ojos estaban un tanto apagados—. No habría sido capaz de seguir sin ti.
Jung sintió que su corazón se caía a la superficie de la tierra humana y regresaba sin pulso.
La manera en la que había dicho esa afirmación había sido tan lúgubre que sintió miedo.
—No digas eso —se acomodó para mirar a su alma gemela de frente—. No vuelvas a decir eso. Puede que sea difícil, lento, doloroso, pero no puedes rendirte sin luchar, ¿me oyes?
Eunbi asintió con lentitud, no muy convencida de que esa hubiese sido una opción.
—Yo hubiese esperado por ti toda mi existencia inmortal de ser necesario —continuó con vehemencia—, miles de vidas, millones de años, porque estamos destinadas, porque te amo desde siempre y para siempre.
—No sé si yo podría ser tan fuerte.
—Está bien si no lo eres siempre. Incluso si estamos lejos, yo voy a sostenerte. Puedes apoyarte en mí. Yo voy a encontrarte y a protegerte de lo que sea necesario.
—¿Me lo prometes, Yerin?
—Te lo prometo, amor.
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