Lecciones de vuelo
Había llegado nuevamente la época de reclutamiento para los ángeles nuevos y Yerin, quien por motivos de comodidad había dejado de usar su emblema de Guardián fuera del horario de trabajo, empezó a recibir una extensa lista de propuestas para inscribirse en las secciones de vuelo alto. La razón era bastante obvia, pero como se había convencido de que sus alas ahora eran un apéndice inútil, no se puso a analizarlo hasta que su jefa la llamó a su oficina esa semana.
Después del "incidente en cuestión", como se había acostumbrado a llamarlo cuando tocaban el tema en público, su plumaje se dispuso a crecer de una manera extremadamente lenta y dolorosa. Esto era bastante difícil de tratar, ya que la mayoría de los ángeles tenían su crecimiento de alas y la proliferación de las plumas a la par. Por lo tanto, rara vez se formaban infecciones o erosión en la piel desnuda.
Sin embargo, en el caso de Jung fue muy diferente.
Sus yagas y lesiones eran muy frecuentes y no había mucha información médica sobre como tratarlas, así que tuvo que pasar por varios tratamientos experimentales antes de encontrar uno que realmente le hiciera bien.
La supervisora de sección había ido personalmente a echar ojo a los terapeutas e indagaba ella misma en los componentes de las pomadas, los aerosoles y las compresas. Pues, no le gustaba decirlo en voz alta, especialmente si había riesgo de que la propia Jung pudiese oírla, pero sus alas eran un tesoro invaluable para los Guardianes y no iba a permitir que las dañaran por falta de pericia.
El período de sanación había tardado tanto como era esperable y unas preciosas plumas doradas cubrieron por completo sus alas. El patrón había cambiado ligeramente también, dándole cualidades mixtas, entre vuelo de altura y veloz.
Después de ser dada de alta por el equipo médico encargado del crecimiento y recuperación de los juveniles, se vio obligada a regresar a sus labores como Guardián en el área administrativa, pero ni siquiera pudo iniciar su papeleo cuando fue asediada por sus compañeros de trabajo para informarle que la directora de la sección necesitaba encontrarla en su oficina para una entrevista.
Resultó ser que el nuevo crecimiento de alas había cambiado por completo la posición de Yerin en la organización, pues su nueva especialidad recomendada tenía que ver con la alta supervisión y, sí lograba acreditar sus capacidades de vuelo, sumado a la declaración jurada de la directora sobre su comportamiento impecable, podía llegar a ser supervisora de Guardianes de menor categoría.
Jung recibió la noticia con sentimientos encontrados, algo asustada con la idea de volver a cruzar el cielo. Sin embargo, lo que más le estremecía los huesos era la posición de poder en la que deseaban ponerla, ya que era consciente de que todos sus colegas, cualquiera fuese su antigüedad, conocían perfectamente la razón por la que ya no acudía a atender humanos en terreno.
Algo le decía que conseguir respeto iba a ser una gran tarea y no sabía si iba a ser capaz de soportar que murmuraran a sus espaldas, cuestionando su autoridad.
Trató de negociar con su jefa el mayor tiempo que pudo y finalmente acordaron que la castaña tomaría lecciones de vuelo, desarrollando una prueba final con el comité evaluador del año y, luego de determinar la calidad de su desempeño, volverían a discutir que clase de trabajo realizaría.
Esa tarde, la joven terminó su papeleo a la velocidad de la luz y fue a buscar a su hijo como si sus pies no tocaran la superficie de las nubes. Lo observó entrenar en las alturas, imaginando con el estómago apretado como sería estar ella misma suspendida en el cielo.
Lo cierto es que la idea era absolutamente aterradora.
Finalmente, cuando llegó la madrugada y su alma gemela regresó para descansar un par de horas, Jung escupió la información nueva de la jornada como si hubiese estado pendiendo de su boca.
—¿Vas a volver a lecciones de vuelo? —repitió Eunbi, saboreando la frase en un tono excesivamente sorprendido que no fue capaz de disimular.
—Eso me dijo la supervisora — replicó la mayor en un timbre tembloroso bastante similar al de su compañera—. No tengo opción de elegir.
Hwang se acomodó mejor en donde estaba sentada y parpadeó varias veces, intentando enfocar a su novia en la oscuridad de la noche.
—¿Y tus restricciones?
Yerin apretó los labios en un gesto nervioso, pensando en una decena de cosas que podrían salir mal si fallaba la cadena de comunicación entre los oficiales que la habían condenado y la comisión que iba a retomar sus clases.
De hecho, ya lo había reflexionado en muchísimas ocasiones esa jornada y cada una de las veces terminaba entrampada en el peor de los escenarios, temblando de pies a cabeza por algo que probablemente nunca ocurriría.
—La coordinadora de sección me consiguió permisos, por lo de la rehabilitación. Aún tengo plataformas prohibidas y esa escolta que no me deja respirar —desvío su mirada a la docena de alados que la miraban a la distancia desde puntos estratégicos para pasar "desapercibidos"—, pero algo es algo.
La peligris se encorvó ligeramente hacia delante, entrelazando los dedos de sus manos mientras miraba el final de su túnica revolotear al ritmo de sus pies nerviosos. Sus alas se contrajeron tras la espalda y no encontró el valor suficiente para elevar la vista hacia el rostro de Jung.
—¿Dónde vas a ir?
—Al complejo de muertes traumáticas para adultos. Allí es donde aprendí a volar la primera vez.
—Bien —contestó incluso antes de que su amada terminara la explicación, sintiendo un extraño burbujeo ascender desde el ombligo hasta el pecho, causando un entramado de cosquillas poco agradables—. Yerin, no quiero que me malentiendas, es que...
—Sé que estás preocupada —la interrumpió en un tono cariñoso, acariciando su rostro caído con gentileza—. A mí también me tiemblan las piernas con solo pensar en volar de nuevo, pero necesito hacerlo. Soy un ángel después de todo. Me emblema grita que abra los cielos.
Hwang asintió varias veces en un intento de convencerse a sí misma de que aquello estaba bien y se dejó atraer en un apretado abrazo. Finalmente, encontró calma en los latidos del corazón de la castaña y se quedaron dormidas envueltas en él, conciliando la paz necesaria para abandonarse al sueño unas horas más tarde.
A la mañana siguiente, al elevarse el sol en su carrera por el cenit, Lygte envío un mensaje de justificación a la central de investigaciones sin que tuvieran que pedírselo; tenía sobreentendido que ese día tendrían que presentarse más tarde.
Yerin despertó a su hijo como era habitual y Eunbi, quien no acostumbraba estar ahí a esas horas, preparó todo el material que utilizaba el pequeño para sus entrenamientos, según las instrucciones rápidas de su compañera.
En circunstancias normales, el inicio de sus tareas habría tenido lugar en la curación del crecimiento del infante, pero por fortuna eso ya no era necesario. Sus alitas ya estaban más que saludables y doblaban en tamaño a las de cualquier alado que la pareja hubiera visto.
Sin duda iba a ser un excelente volador cuando se graduara.
El pequeño se sentó, sacudiendo lentamente las telarañas del cansancio matutino y se quedó mirando como hipnotizado el ir y venir de la túnica característica de la peligris. Sus ojos entrecerrados no entendían como era posible que su madre siguiera con él en ese momento y se preguntó si realmente era ella.
Después de todo, no la veía hace tanto tiempo que tal vez la recordaba mal.
—Mamá Eunbi —casi saltó en su sitio cuando la mujer se dio la vuelta para mirarlo; secretamente estaba convencido de que no era ella y ahora que sabía que se había equivocado, estaba mucho más confundido—, ¿no vas a trabajar?
Hwang se agachó a la altura del niño y le dio un suave beso en la frente mientras acomodaba sus cabellos con la mano derecha.
—Claro que sí. Tengo que ir a trabajar todos los días.
Abdiel inclinó la cabeza hacia la mano que le daba mimos y parpadeó con ligereza, intentando darle sentido a las palabras de su madre aunque su cerebro estuviese en período de latencia.
—Pero no te has ido.
Eunbi sonrió ante su adorable expresión de confusión y se incorporó, haciéndole señas a Jung para que se acercara a ellos. El pequeño se sentó muy derecho, restregando su rostro vigorosamente para asentarse completamente en la realidad.
La castaña se agachó a su altura, acomodando los últimos mechones de cabello en una larga y apretada trenza de lado que emulaba a la de sus primeros años. Se había calzado el cinto blanco de "entretiempo" alrededor del torso, dejando a la vista el emblema del los Guardianes en el lado izquierdo de la túnica, a la altura del tórax, y se veía tan esbelta y resplandeciente que parecía haber rejuvenecido.
El pequeño la miró embobado, pensando en lo realmente bonita que era su madre.
—Abdiel, ¿sabes qué voy a hacer ahora?
El angelito parpadeó un par de veces y observó las nubes que apenas estaban dejando el tinte rojizo que marcaba la muerte de la madrugada, pensando si realmente había más de una posibilidad. Después de todo, los alados no cambiaban de ocupación de la noche a la mañana.
—¿Vas a la oficina de registros? —dijo al fin, dejando caer la respuesta más probable.
La mayor lo miró con una sonrisa ansiosa, dejando que sus ojos tomaran la forma de dos pequeñas ranuras curvas, muy características de su rostro juvenil. Tomó aire, buscando algo de valor para terminar de hacer real lo inevitable y tomó asiento junto a su pequeño.
—En realidad es otra cosa —soltó una risita nerviosa, un poco tímida—. A partir de hoy voy a estudiar, como tú —tocó juguetonamente el centro de su pecho con el dedo índice.
Abdiel miró su tórax, buscando absorto el resabio lo que fuese que apuntara la mujer y, como una sombra, copió el gesto que había hecho su madre con su propio dedo. Las pequeñas carcajadas de Eunbi le hicieron elevar la mirada de nueva cuenta y enfrentar a la joven con una falsa expresión de enojo.
La peligris cruzó los brazos sobre el pecho, imitando su gesto de berrinche y desvió el mentón, simulando estar indignada. El niño hizo lo mismo, dando un pequeño quejido molesto; Hwang lo copió y recibió otra respuesta, como si estuviesen absorbidos en un vórtice de repetición infinita.
Pasados un tiempo, el menor miró a la investigadora de soslayo, haciendo un pequeño contacto visual que hizo elevar la comisura izquierda de su boca. Hwang no pudo evitar devolver la sonrisa y eso fue suficiente para comenzar una cascada de risitas que también contagió a Yerin.
Incluso Lygte, aún retraído desde su rincón, pensaba dentro de su cerebro programado que esa escena era muy linda y desde la base de su espíritu, muy en el fondo, deseó pertenecer a una comunidad como esa alguna vez.
Una familia que lo escuchara, que lo acogiera y que le diera refugio si estaba triste, pero sabía que era completamente imposible. Pues, aunque le dieran la oportunidad de formar un vínculo tan profundo con otros alados, probablemente los olvidaría en el momento de su reseteo y ese pensamiento era mucho más doloroso que el mismo hecho de estar solo.
Ese cariño prestado era lo mejor que podían brindarle por el momento.
—Disculpe, señor —se atrevió a preguntar de pronto la castaña, aún ahogada por los temblores de la risa—. ¿Me puede recordar cuál es el motivo de esta reunión?
Abdiel, rojo hasta las orejas por la falta de aire, solo podía negar con la cabeza, incapaz de recordar siquiera el motivo del ataque de risa. Miró por sobre el hombro de la Guardián hacia su madre en busca de apoyo para responder la pregunta y bastaron un par de segundos para que Eunbi se levantara alarmada, dando un gran resoplido; acababan de perder mucho tiempo haciendo tonterías.
—Cielo, tenemos que irnos pronto.
—Ah, cierto —exclamó sorpendida, sentándose derecha frente a su hijo para terminar de explicarle lo que sucedería—. Tenemos clases, así que mamá Eunbi va a...
–Espera, espera —se acomodó en su sitio, retomando poco a poco su respiración normal y tomando sitio en la situación real—. ¿Qué clases? ¿Para qué son?
Yerin extendió las alas a la mitad de su capacidad, casi por reflejo, un poco emocionada y bastante nerviosa.
—Para aprender a volar.
El niño la observó con los ojos entrecerrados; por algún motivo, eso le parecía particularmente extraño.
—Creí que sabías volar.
—Sí, mis otras alas sabían, pero estas no se acuerdan muy bien, así que necesito refrescarles la memoria.
El niño se enfocó en la trama del plumaje y se sorprendió al notar que nunca se dio cuenta del cambio.
Cuando las nuevas plumas emergieron, después de que las alas viejas enfermaran, siempre pensó que era un proceso de muda normal, como les habían enseñado que ocurría en la mayoría de las aves en los dominios humanos. Por eso no le puso especial atención al proceso y solo se sintió afectado cuando la mayor se quejaba de dolores o era víctima de algún sangrado, pero para todos los efectos, las plumas debían ser exactamente iguales en el tejido nuevo.
Sin embargo, ahora que las veía con atención y podía ver su sombra brillante y anaranjada cuando colaban los rayos del sol, era lógico que su cuerpo no reconociera su nueva cubierta y que fuese incómodo al momento de cortar el aire.
—Claro —asintió varias veces— ¿Y mamá Eunbi se quedará para enseñarte?
Jung abrió los ojos en todo su esplendor y liberó una risa incrédula, sintiendo como el color rojo trepaba desde la parte posterior de su cuello directamente hasta sus mejillas.
Más temprano esa mañana, o más bien aún entrada la noche, su alma gemela le había dicho, en su charla ininteligible de recién levantada, que estaba dispuesta a renunciar a su puesto como investigadora y a solicitar un permiso de docencia para darle lecciones privadas, como en los viejos tiempos. La idea le había parecido tan ridícula y encantadora que, también tambaleante entre el mundo de los sueños y la vigilia, le había contestado que era una excelente idea.
Fueron a comentarle la propuesta a Lygte y, después de divagar por largos minutos y recordar sus primeros días de noviazgo, el Guardia de custodia las mandó a dormir con palabras gentiles, sugiriendo de una manera cortés que aquello era imposible.
Después de dormir una hora más, Jung cayó en cuenta de que se habían comportado como un par de adolescentes enamoradas planeando huir de sus padres intransigentes y se sintió tan avergonzada que no pudo mirar el rostro de su novia por bastante tiempo.
Solo se rindió cuando los besos y las cosquillas "de reconciliación" terminaron por volverla una porción de gelatina.
—No, no —su voz apenada era bastante evidente—. Ella va a dejarte a la plataforma de entrenamiento, porque yo tengo que ir a mi propia escuela.
—¿En serio? —el infante se puso de pie, dando pequeños saltitos— ¿Voy a ir a la escuela con mamá Eunbi?
—Sí, mi vida —le respondió la peligris cariñosamente, levantándolo en sus brazos—. Hasta que mami se gradúe, voy a acompañarte por las mañanas y podrás volver con ella en las tardes.
Y tal como lo habían planeado en las primeras horas de la jornada, más apresuradamente de lo que les hubiera gustado, partieron a sus respectivos destinos acechados por la sombra siempre fiel de los Guardias de custodia, con la figura de Lygte a la cabeza.
Luego, cuando tuvieron que separarse, el ejército "camuflado" que debía echar ojo a los pasos de la Guardián alzaron el vuelo para pasar desapercibidos entre la multitud de ángeles que rondaban cerca de las aulas aéreas y la siguieron hasta el edificio de muertes traumáticas para adultos, en donde verificaron su identidad y valoraron la veracidad de sus permisos en el sistema. Desde allí la vigilancia cambiaba de manos.
La hicieron pasar por el pasillo de revisión de pertenencias hacia el edificio principal y no tardó en reconocer varios de los rostros que habían marcado su juventud. Saludó a sus primeros profesores y a la ronda de enfermeros que parecía no cambiar en lo absoluto a pesar de que pasaran los años. Algunos de los compañeros que habían pasado su período de aprendizaje de despegue con ella ahora eran ayudantes o docentes y solo unos pocos, los que no pudieron superar el trauma psicológico arraigado, aún rondaban por los pasillos sin poder usar sus alas ni un solo día.
Ellos apenas eran capaces de reconocer los rostros de los amigos que habían hecho. Generaciones de alados que inspiraban su afecto, compartían experiencias con ellos y que luego se marchaban para nunca volver, dejando nuevamente un vacío imposible de llenar o recomponer; seguramente tampoco sabrían quién era ella.
Cambió su curso hacia el ala interior y, como era pleno horario de clases en esa zona del edificio, el corredor se encontraba absolutamente vacío. Pasó frente a las casetas destinadas a entrevistas como si llevara algún paquete sospechoso en los bolsillos, sintiendo como los nervios aumentaban a cada paso que daba, y llegó prácticamente trotando a la última de ellas, en donde recordaba claramente que se realizaban las inscripciones para las clases de especialidad o se pedían refuerzos de las materias.
Al detenerse a mirar el característico color caqui de sus paredes y la ventana desvencijada y poco segura que daba acceso al pasillo, se tomó un par de segundos para reajustar la posición de su emblema y aclaró su garganta, muy concentrada en no decir alguna incoherencia. Finalmente, se asomó por el hueco y buscó con la mirada al secretario de turno.
Su corazón se apaciguó un poco al ver una larga cabellera roja menearse de un lado a otro por el fondo del cuartucho, justo enfrente de los archivadores históricos. Algo en la manera en que los largos mechones se bamboleaban, tratando de hallar equilibrio en la caminata desaliñada de su dueña le parecía extrañamente familiar.
—Buenos días —dijo al fin, sin poder ver del todo el perfil de la mujer cuando, en su empeño por devolver algunos documentos al estante sin restarle atención a su consulta, había girado la cabeza hacia ella una fracción de segundo—, vengo de la sección de Guardianes. ¿Esta sigue siendo la oficina de registros?
La ejecutiva terminó de acomodar los papeles y asintió en un gesto exagerado, para dejar claro que su respuesta era afirmativa. Luego, dejó que su pelo cayera como una cascada por su hombro derecho y se dio la vuelta en una pequeña pirueta, sin tocar el suelo con los pies. Sus alas de vuelo a larga distancia estaban abiertas en todo su esplendor, llenando todo el espacio de una blancura refrescante que apenas lograba teñirse de sombras mientras agitaba las alas.
Se detuvo frente al mostrador sin mirar a la chica, buscando rápidamente la lista de visitas inscritas por la sección de Guardianes y, casi sin esfuerzo, se dio cuenta de que solo había un alado declarado para ese día.
Sus grandes ojos ambarinos se abrieron resplandecientes y elevó la cabeza con rapidez, encontrándose la característica sonrisa arrebatadora de la castaña. Algo dentro de ella la llevó a empujarse en dirección de la chica, pero la superficie del mueble la detuvo un poco antes de dar el segundo paso.
Jung se rió un poco avergonzada por lo incómodo del encuentro y tomó la mano ansiosa de la secretaria, dándole un suave apretón.
—¡Jung Yerin! —exclamó después de varios segundos de incredulidad— No puedo creerlo.
—¿Sorprendida de verme?
—¡Sí! Es que, ¿quién en su sano juicio volvería al infierno en el cielo? Vete antes de que sea tarde.
La castaña soltó una carcajada al escuchar ese nombre de nuevo y sintió un extraño hormigueo de familiaridad que le hizo olvidar todos los nervios.
—Sí, también es un placer verte, Jess— su tono irónico no pasó desapercibido y arrancó una ligera sonrisa en su interlocutora—. ¿Será posible que estés más alta desde la última vez que te ví?
—¿Lo notaste? —dio una vuelta sobre su eje, terminando en una fabulosa pose con las manos extendidas— Digamos que esta es mi nueva forma.
—¿Qué?
Jess miró hacia su costado haciendo una mueca, decidiendo que tanto debía decir sobre su situación actual, pero consideró que, si su amiga no estaba siquiera al tanto de su ocupación en la urbe, tampoco tendría que enterarse de todas las minucias de sus problemas fisiológicos.
—Accidente de reconstitución luminosa, pero aquí no hablamos de eso.
Antes de que la castaña pudiera preguntar algo al respecto, Jess se dio la vuelta para buscar el formulario de solicitudes generales y la extendió sobre la mesa, dejando también una pluma a libre disposición para que pudiera llenarla.
—¿Qué te trae por aquí, Yerin? —miró el distintivo de los Guardianes con genuina curiosidad, apoyando ambos codos sobre la mesa y dejando descansar la mandíbula entre ambas palmas— ¿Supervisión, fiscalización, tal vez espionaje? Restriégame tu emblema en la cara, vamos.
Jung tomó la pluma entre los dedos y pareció pensar un poco la respuesta antes de liberarla.
—En realidad, necesito hacer terapia de vuelo.
Jess la miró de arriba a abajo y, tal vez fue porque habían pasado varias décadas desde la última vez que se habían visto, pero se preguntó cual era el sentido de hacer terapia cuando parecía tener las mismas preciosas y saludable alas que cuando era una estudiante. Además, el hecho de que hubiese sido seleccionada para ser Guardián dejaba entrever una habilidad de vuelo superiores al promedio, ¿no?
—¿Terapia de vuelo para un Guardián? —la entonación de su voz denotaba incredulidad— Suena un poco sospechoso si me lo preguntas.
Yerin, quien ya había empezado a llenar la forma con los datos que ya sabía de memoria, se congeló en su posición por un momento y trató de buscar algún indicio de burla o juicio negativo en los pliegues de su expresión facial, pero no parecía ser el caso. Todo lo que se leía en sus gestos le recordaba al ánimo curioso y sagaz que siempre había marcado su personalidad.
El "incidente en cuestión" no había sido tan masificado como ella pensaba, después de todo. O Jess seguía siendo una despistada respecto a los rumores.
—Fue un accidente de reconstitución luminosa —terminó por colgarse de las palabras de su vieja amiga con una sonrisa ambigua—, pero aquí no hablamos de eso.
La pelirroja la miró intensamente con los ojos entrecerrados y se irguió, cruzando los brazos sobre el pecho.
—¿Con quién te estás viendo, Jung? ¿Algún criminal?
—No diría eso. Fue más bien una locura de amor.
La respuesta salió de su boca mucho antes de que pudiera pensarla y solo la exclamación de sorpresa de su compañera la hizo caer en la realidad. Su relación con Eunbi era muy sólida y no tenía reparos en reconocer que estaba con ella incluso ante el mismísimo demonio, pero de alguna manera en esta ocasión se había sentido como atrapada en medio de un furioso oleaje un día de tormenta. Pronto el color rojo empezó a expandirse por su cara, sobrepasando la línea del nacimiento del cabello.
Jess ya había empezado a chillar, tratando de sacar el cuerpo por sobre el mesón, dándole suaves golpecitos en el hombro sin poder contener la emoción. De las dos, la pelirroja era las más enamoradiza y la que menos aterrizaba la idea de tener un alma gemela. La vida dentro de ese complejo era tan plana y tormentosa que fantasear sobre romance era su manera de darle sazón a sus días y, a pesar de que Jung siempre disfrutaba de sus delirios románticos, nunca había demostrado interés por absolutamente nadie.
Escuchar que la castaña tenía un acercamiento a ese mundo era algo demasiado emocionante como para ignorarlo.
—¿Encontraste a tu alma gemela? —su pregunta salió ansiosa, como si quemara en su boca. Sin embargo, esperó pacientemente por una respuesta y casi saltó cuando vio el asentimiento abochornado de su amiga— ¡No puede ser! Me siento una pésima amiga. ¿Cuándo fue?
—No lo sé —se rascó la nuca, atormentada por el calor que parecía no disminuir—. La conocí hace algunos años.
—¿Cuánto es algunos años? ¡Quiero todos los detalles!
—No recuerdo con claridad —su respuesta avergonzada rozaba el berrinche—. Sabes lo difícil que es saber ese tipo de cosas.
—¿Ah, sí? —se permitió reír abiertamente al ver su adorable expresión aproblemada— ¿Estás segura de que no me estás diciendo eso para evitar la pregunta?
—Jess...
—Es una broma, cielo —levantó las manos sobre la cabeza para recalcar su inocencia—. Pero eso no significa que no esté insatisfecha con tu falta de cooperación. Al menos dime como se conocieron. Eso debes recordarlo, ¿no?
—Ah, bueno —sus palabras temblaron al salir de su garganta; al menos esa no era una información muy íntima—. Fue cuando trabajaba como voluntaria en los centros juveniles. Daba clases de vuelo intermedio en ese entonces.
Yerin se atrevió a mirarla directamente por fin y se sintió un poco confundida al ver como su boca se curvaba en una sonrisa gatuna, acompañando de manera perfecta el brillo travieso de sus ojos; de alguna manera parecía estar esperando algún otro detalle para contestarle. Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba y el silencio se extendía, su expresión se iba tornando cada vez más jocosa.
—No me digas que era tu alumna.
La Guardián sintió que su piel subía dos tonos completos sobre el escarlata que ya la tenía cubierta. No podía descifrar la razón, pero de pronto se sentía atrapada haciendo algo muy inapropiado.
Su pánico le hizo imposible responder, aunque aquello fue más que suficiente para confirmarlo.
—Jung Yerin, no puedo creerlo. Mira que seducir a una estudiante.
—¡No hice tal cosa! —esta vez la respuesta fue estridente e inmediata, causando nuevas risas por parte de la pelirroja.
—Sí, voy a hacer como que te creo. Aunque tengo claro que eso fue abuso de poder.
Yerin no podía hacer otra cosa más que boquear indignada, percibiendo que el ardor en su cara y cuello cobraba nueva fuerza. Seguramente estaba más colorada de lo que había estado en toda su existencia inmortal, al menos que pudiera recordar.
Nunca le había dado material a Jess para molestarla, por lo que estaba completamente deshabituada a ese tipo de exposición y no lograba soportarla del todo bien.
—Por Dios, Jess ¿No tienes algo que hacer?
Aun cuando el ambiente seguía siendo extraño entre ambas y no podían hacer contacto visual sin que Jess estallara en risas y Yerin la fulminara con la mirada, siguieron el protocolo de solicitud de clases y, como la orden había sido emitida de manera parcialmente judicial, consiguieron de inmediato un tutor para comenzar.
Un guardia de plataforma llegó para escoltarla al área de entrenamiento más central, en donde normalmente se daban los primeros revoloteos después de haber abandonado las terapias psicológicas y, más tarde, se rendía la prueba global para ser finalmente liberados a la circulación pública.
Los uniformes habían cambiado un poco desde que Jung la había visto por última vez y, si alguna vez se había desorientado al ver ese tipo de prenda inferior en los humanos, ahora le parecía lo práctico en el planeta que los maestros usaran trajes de dos piezas: una túnica corta sujeta por un cinto amarillo y un par de pantalones con puño a la altura de los tobillos. Aunque los pies, por supuesto, aún no avanzaban hacia el uso de la tela; no tenía una función práctica y era un cambio extremadamente difícil de imponer.
Al llegar ahí, la recibieron dos alados muy jóvenes y le entregaron un pañuelo rojo para que lo cruzara alrededor de su muñeca derecha. Aquello le indicaba a los docentes que no se hallaba dando evaluación, sino que se encontraba allí por remendación de un organismo externo. Luego, fue conducida a lo largo de la plataforma hacia una zona bastante alejada de la luz del sol, por motivos de seguridad.
No bien se acercaron al cuadrante, Yerin sintió un tirón de angustia al ver el patrón de sus uniformes. La temible trama de magenta y violeta era el signo enequivoco de que en esa zona se trataban los casos de deformación o dificultades de crecimiento que no podían subsanarse con una reconstitución fotomórfica, como se recomendaba en algunos casos, sino que eran irreversibles y la única forma de darles herramientas de desenvolvimiento era la conocida terapia de vuelo.
Jung sabía esos y aún así no pensó que tendría que realizar sus clases en la misma zona; su mente se sacudió en la nebulosa de recuerdos espantosos que, aunque estaban ahogados por la amnesia de resurrección, seguían atormentándola de vez en cuando.
Tomo aire, diciéndose que sus alas estaban en perfecto estado y que no tendría ningún problema para volar. El hecho de que tuviera lecciones de vuelo en esa área era mero protocolo y no había ningún indicio médico en todo su historial que dijese lo contrario.
Se lo repitió tantas veces como le fue posible mientras se acercaban y solo dejó de hacerlo cuando el instructor a su cargo entró en su campo de visión, robando su atención por completo.
Al fin y al cabo, era absolutamente imposible no distraerse con sus casi dos metros de altura e inusuales cabellos anaranjados.
—Al parecer nuestra Guardián ha llegado. Gracias por traerla —despidió con un poderoso asentimiento al guardia de escolta—. Soy Demian, uno de los alados más altos de este lado del mapa y voy a ser tu instructor de vuelo. Déjame terminar con este amigazo de acá y podremos empezar, ¿de acuerdo? —esperó que la castaña le diera alguna señal afirmativa— Perfecto.
La castaña había notado una robusta silueta a su espalda, pero intentó no mirarla en detalle para conseguir despercudirse de los nervios. Sin embargo, cuando el profesor se dio la vuelta le fue inevitable no hechar un vistazo.
Lo conocía. O más bien, recordaba haberlo visto, mas nunca había mirado sus alas, pues se había graduado mucho antes de que emergieran.
Sus plumas eran de un tono rojo muy inusual y la forma en la que estaban distribuidas evocaba a la de un ave de rapiña. El entramado era espléndido y la musculatura tenía un tono excepcional, pero algo en su configuración no le había permitido desarrollarse correctamente: el ala izquierda no había crecido y era tan pequeña que no conseguía extenderse.
Con una condición como esa era posible que nunca pudiera volar.
Demian le dijo un par de cosas y le entregó una pila de hojas, recibiendo una brillante sonrisa de regreso. Jung sintió una sensación cálida en el estómago ante esa ola de optimismo.
Más tarde, cuando el campo estuvo despejado, el maestro le sugirió una serie de ejercicios de ambientación para quitarle el miedo que suponía que debía tener. Por obvia razones, la castaña conocía esas estrategias prácticamente de memoria y sabía perfectamente para que servía cada una de la etapas de esa ronda inicial, pero no se privó de la experiencia.
Finalmente, Demian la bombardeo con una descripción muy detallada del tipo de vuelo que iban a realizar a lo largo de las sesiones y le dio varias recomendaciones de seguridad, sin darle tiempo a masticar los nuevos datos. Después de todo, ella no era ninguna primeriza. Solo tenía que despercudir los retazos de conocimiento previo.
—Muy bien, egresada —le dio un par de palmadas en el hombro—. Muéstrame cual es tu nivel de vuelo.
—Copiado.
Yerin dio un paso atrás y extendió las alas como le indicó su instructor, mostrando las preciosas plumas que casi lograban un tinte dorado. Juntó los brazos a su cuerpo, relajados, con los dedos cosquilleando por la expectación. Dio un pequeño aleteo sobre su sitio, un poco temerosa, y se recordó a si misma que estaban muy lejos de alguna plataforma de despegue para que el dispositivo en su nuca hiciera algún movimiento sospechoso por error, a pesar de que se encontraba inhabilitado en ese horario. Trató de concentrarse en la tensión de sus alas, buscando estimar el nivel de tono muscular que tenían y, ante la primera ráfaga de viento, la sensación vertiginosa que la llamaba a perderse en el vacío del cielo se disparó por lo alto.
Tomó una temblorosa bocanada de aire, apretando el abdomen y presionando la planta de sus pies contra las nubes para darse impulso. Cada una de las regiones de su cuerpo se vieron envuelta en una sensación eléctrica que no recordaba sentir en mucho tiempo, por lo que, bastante más confiada, se atrevió a despegarse de la superficie para elevarse sobre la superficie.
En el primer intento su cuerpo se elevó casi un metro, pero Jung sentía que eran varios kilómetros. La euforia de haber logrado suspenderse le dio brío y quiso batir sus alas para sumar más distancia a ese récord. Sin embargo, su comando tardó demasiado en llegar a las alas y lo siguiente que supo fue que, de hecho, las nubes eran siempre suaves, independientemente de la fuerza con la que fueran impactadas.
Desenterró su rostro avergonzado de la capa mullida y se rió de si misma, aceptando de buena gana lo ilusa que podía llegar a ser en situaciones de desempeño.
—Buen intento, veterana, pero te recuerdo que volviste a estar en pañales —el docente extendió una de sus manos para ayudarle a ponerse de pie—. Ven aquí. Te enseñaré un par de cosas.
La joven aceptó su ayuda de muy buen ánimo, dispuesta a aprender cada una de las mañas de sus nuevas compañeras.
Practicaron por largas horas y, para el final de la sesión, Yerin estaba tan cansada que apenas podía caminar derecha. Las alas pesaban una tonelada más que esa misma mañana y picaban mucho por la cantidad de plumas perdidas. Seguramente tendría calambres insoportables al día siguiente y tendría que volver a consultar a sus médicos sobre el crecimiento de las plumas nuevas.
A lo menos, ese plumaje sería saludable inmediatamente y no tendría que quitársela a diario para estimular el crecimiento de uno nuevo y de mejor calidad, como había sucedido durante la terapia. O eso es lo que esperaba.
El mismo guardia que la había llevado a la plataforma intermedia fue a buscarla, sin dejar pasar más de un minuto entre el término de las clases y su partida. Al parecer lo único que les habían dicho a los centinelas del edificio es que Yerin tenía una falta grave en su registro y que tenía estrictamente prohibido abandonar las dependencias sin supervisión, pero no tenían ninguna información de la naturaleza de la infracción. Por tanto, la estaban tratando como una criminal de calibre considerable, solo por precaución.
Después de todo, los recursos demandados por el comité de disciplina nunca constituirían un despilfarro.
Una vez en el patio central, el guardia le hizo saber que la sensibilidad del dispositivo de rastreo había regresado a la normalidad y la dejó ir con una sutil advertencia, recordándole como funcionaba el aparato y señalando que si se acercaba a alguna plataforma, aunque fuese para mirar, iba a ser recluida inmediatamente en las dependencias del comité de disciplina. Luego se alejó silbando como si nada hubiera pasado, aliviado por haberse librado de aquella delincuente peligrosa.
Yerin se rió entre dientes.
—Esta generación de ahora —negó solemnemente con la cabeza—. En mis tiempos estas cosas no sucedían.
Trató de localizar a los mentores que le habían entregado el pañuelo rojo y lo devolvió doblado en un impecable y pequeño triángulo. Más tarde, se dirigió a la salida pasando por el ala más concurrida del patio, despidiéndose alegremente de todos los ángeles que se cruzaban por su camino.
—Hasta mañana —se dirigió con especial energía a un hombre delgaducho que estaba sentado solo, sin indicios de su primer crecimiento aún; tenía una expresión bastante atormentada—. Espero que podamos graduarnos juntos.
Jung estaba a punto de seguir su camino cuando escuchó la voz ronca y maltratada a su espalda.
—¿No es aterrador?
—¿Cómo?
—Volar, ¿no es aterrador?
La castaña se dio la vuelta por completo y se agachó a la altura del alado, tratando de hacer contacto visual. La iris temblaba entre la culpa y el terror, evitando a toda costa mirar a Jung a la cara.
Algo en su espíritu era familiar y un poco inquietante.
—Al principio lo es, supongo, pero es como aprender a caminar. Una vez que lo logras, las piernas reaccionan por sí solas. A veces nuestras alas saben mejor que nosotros mismos.
El hombre contempló sus inmensas alas de tonalidad amarilla y tocó su propia espalda con la punta de los dedos, pensando en como sería el proceso del crecimiento que le habían comentado sus compañeros. Estaba seguro de que sería un dolor agudo y que, por las características de su muerte, podía suponer varios problemas antes de completarse. De hecho, había conversado con varios ángeles que tenían alas saludables y que ya asistían de forma activa a lecciones de vuelo, e incluso su experiencia parecía de lo más aterradora.
No quería volver a sentir una agonía semejante a la que había pasado el día de su fallecimiento.
—¿Eres recién llegado?
El alado se sobresaltó un poco. De algún modo no pensó que la conversación seguía en curso y no pudo evitar desplazar sus ojos azules hacia los ajenos, maldiciéndose a sí mismo por parecer un poco dispuesto a establecer una conexión amistosa.
—Sí —apartó la vista un poco molesto—. Odio estar aquí.
Esta vez Yerin soltó un bufido de simpatía, manifestando su comprensión ante aquella idea. Tomó la parte inferior de su túnica con los dedos y se acomodó en la superficie de nubes, tomando asiento en una confortable posición de loto.
—Todo el mundo lo odia en algún punto. Si llegamos aquí, es porque terminamos muy mal, ¿no? Debe sentirse extraño.
¿Así que las muertes repentinas eran un denominador común en ese lugar? Eso le daba mucho más sentido al hecho de que nadie compartía el modo en que había perdido la vida y el solo hecho de preguntarlo era considerado tan grosero que los instructores tenían sanciones para ello, por el daño emocional que podía causar.
El hombre se preguntó que tipo de muerte había tenido la alada frente a él para que se viera tan entera, porque al menos la suya había sido espiritualmente tan traumática que aún tenía pesadillas.
—No quería morir —dijo sin detenerse a reflexionar—. Estaba triste, quería escapar, pero morir...
—Yo tampoco quería morir —lo interrumpió con voz amable, siendo incapaz de aceptar la actitud lúgubre que parecía dominarlo—. No recuerdo mucho más allá de las sensaciones que tuve en mis primeras semanas aquí, pero me fui muy joven. Tal vez tenía planes. Estoy segura de que tú también.
Se rió amargamente en respuesta.
—En realidad no. Mi vida estaba yendo cuesta abajo.
—No se puede ir más abajo que el fondo, ¿no? Al menos sabías a donde ibas.
—Que estupidez.
—Hey, es una reflexión de alguien mayor. Deberías tomarla.
El alado la miró de arriba a abajo, extremadamente confundido. Esa chica era lo suficientemente joven como para ser su hija.
—¿Cuántos años tienes?
Yerin no esperó que le preguntaran algo como eso y por un segundo olvidó que el concepto de edad era muy importante para los humanos. El organismo se deterioraba de manera lineal y consecutiva, causando que cada región del cuerpo perdiera tono, fuerza y color. El cabello se volvía blanco, la piel dejaba de ser elástica y muchas veces, los sistemas enfermaban.
Era evidente que un humano que aún recordaba claramente su vida mortal se sintiera confundido al no saber que, como ya no tenían un cuerpo orgánico, el paso del tiempo era solo simbólico.
Se rió de su propia estupidez.
—No me creerías si te dijera.
La Guardián intentó obtener algunos datos más sobre él, como el número de sección que habitaba, su edad mortal y si estaba interesado en la literatura, para presentarle la biblioteca de la que muchos no sabían en sus primeros años, pero le fue absolutamente imposible rescatar alguna información relevante.
Ese ángel estaba muy deprimido todavía.
—Bien, entiendo si no quieres compartir nada, pero si necesitas hablar con alguien, puedes buscarme. Me llamo Jung Yerin. No tengo problemas con solo escuchar.
—Bien.
La muchacha esperó un momento sin quitarle los ojos de encima.
—¿No me dirás tu nombre al menos?
—Jarek.
—Bueno, Jarek, puedes contar conmigo si te sientes agobiado, ¿bien?
—No es necesario que te desperdicies así.
—Vamos. Una de las ventajas de la eternidad es que no puede desperdiciarse. Pregunta por mí con las auxiliares, ¿sí? —se levantó graciosamente y agitó su mano en el aire en señal de despedida— Nos vemos.
Cuando se dio cuenta de que el hombre no iba a despedirse de ella y que estaba muy incómodo con la idea de formar relaciones con otros ángeles, se alejó un poco desanimada. Sabía de primera fuente que una de las cosas más difíciles de lograr en ese tugurio era la confianza, la clave de optimización del tiempo y abaratamiento de costos que no implicaba la disminución en la calidad de la formación de alados competentes, al menos en teoría. Y, de hecho, estaba sobreentendido que esa era una de las principales causas del fracaso de los programas que terminaba por costarle al complejo la fama de "El infierno en el cielo".
Por ello, no estaba del todo rendida a ayudar a colegas con esa condición y no pensaba dejar de intentarlo. Después de todo, como sobreviviente al método de ambientación psicológica, no estaba dispuesta a contribuir al ciclo de prácticas insensibles y poco enfocadas en la persona.
Más tarde, cuando le permitieron salir del recinto después de revisarla de pies a cabeza, se permitió navegar por los alrededores, divirtiéndose con el séquito de alados que la seguían. Había encontrado un gusto travieso por hacerlos seguir una trayectoria ridícula y tautológica que no podían desatender, a pesar de que estaba segura de que se daban cuenta de lo que hacía.
Al llegar el momento, fue a recoger a Abdiel y, una vez en casa, jugaron a adivinar la forma de las nubes que pasaban debajo de ellos. Cada uno apostaba sus fichas a una figura en particular y uno de los guardias que vigilaban a Yerin se asomaba por la plataforma para describir la nube que pasaba.
Jung no pudo acertar ningún intento, aunque Abdiel corrió con un poco más de suerte y logró adivinar que la enorme masa de gas que se aproximaba tenía forma de pie. Fue tan inesperado y divertido que varios de los asistentes se asomaron también, sin dar crédito a que una forma tan rebuscada existiera en la naturaleza. Después fueron a ensalzar al niño con toda clase de elogios y bromas sobre su habilidad, terminando la reunión improvisada en un competitivo juego de trabalenguas.
La castaña estuvo aliviada al saber que, incluso si las cosas salían mal para ella, habría mucha gente considerada que podría proteger a su pequeñito.
Pronto llegó la noche y la oscuridad que proporcionaba la luna nueva fue suficiente para que el comité retrocediera a sus sitios designados y para que Abdiel, todavía quejándose por el dolor muscular, apagara sus nervios por la inminencia del examen final con un inmenso bostezo. La Guardián le contó la historia del nacimiento de las estrellas, acariciando su pelo con dulzura con el fin de ayudarlo a dormir.
Pronto, su respiración tranquila se hizo hueco en el silencio propio de esa hora y se acomodó como una ovillo, guardando de calor de sus manos contra el abdomen antes de que se perdiera en el ambiente. Yerin tomó sitio a su lado, sin estar dispuesta a dormir realmente.
Al poco tiempo, el característico aleteo acelerado de cierto alado extremadamente alto llamó su atención y levantó la cabeza justo a tiempo para ver como Eunbi, un poco más desaliñada que de costumbre, se dejaba caer cuan larga era, precisamente a su lado.
Hicieron contacto visual casi de inmediato.
—¿Te desperté? —su voz fue un susurro muy ligero, casi sin fuerza.
Yerin se incorporó desde donde estaba y se acomodó el cabello fuera del rostro, inclinando su tren superior hacia abajo para rematar con un suave beso en la frente de la peligris. Hwang se rió un poco avergonzada y terminó por levantar la cara para darle otro en los labios, suave como una caricia de sol. Luego, la castaña la envolvió en sus brazos en un apasionado abrazo, siendo arrastrada por la conocida urgencia de estar junto a su alma gemela, y llevó sus labios cerca de su oído, respirando sus palabras.
—Imagina el privilegio que es despertar para verte frente a mí, siendo la primera memoria en mi período de vigilia—sintió a la menor ponerse en bandera por una fracción de segundo, entre nerviosa y atenta—. Aunque supongo que hoy no tuve tanta suerte, porque ya estaba despierta.
—No digas tantas tonterías cuando ni siquiera ha salido el sol —le dio un empujón que apenas tenía fuerza, bastante coqueta—, me avergüenzan.
—¿En serio? ¿Es eso posible a estas alturas de nuestra relación?
—Claro que sí. Hay días en los que me siento como una niña cuando estamos juntas. Es como si mi estómago tuviese una fiesta bailable.
La expresión fue un poco rara, pero logró sacarle una adorable carcajada a su compañera.
—¿Qué es eso? ¿Alguna jerga juvenil humana que no llegué a conocer?
—No estoy segura. Creo que el concepto es el mismo, pero su comparación va relacionada a alguna clase de insecto con alas. No recuerdo como los llaman.
—¿Insectos con alas? —Yerin pareció pensarlo exhaustivamente, mirando a lo alto con el ceño fruncido por la concentración— ¿Cómo las moscas?
Eunbi arrugó su expresión del disgusto, sin poder evitar imaginarse un vientre poblado de aquellas criaturas voladoras. No sabía si eran venenosas, o si picaban, mucho menos si algún sitio del cuerpo humano les servía realmente de hospedaje, pero había aprendido en su entorno social que eran insectos sumamente insalubres y que no había manera de que los humanos lo usaran para describir sentimientos positivos.
—Sí, tal vez no ese tipo de insectos.
Jung se encogió de hombros, abultando un poco el labio inferior.
—¿Y qué puedo saber yo? Si tienen alas, servirán, ¿no? Es más, ¿por qué no piensas en ángeles?
Eunbi se rió encantada por lo extraño de la comparación y se encontró a sí misma dándole sentido.
Si tenía a esa alada enclavada en lo más profundo de su corazón, ¿por qué habría de ser imposible imaginarla en otros sitios?
"No, de hecho sigue siendo muy raro", pensó.
—Nunca se me había ocurrido, pero no me hagas volver a considerarlo.
Contempló a Yerin, quien se encontraba petrificada en una expresión de espeluznante concentración, sin devolverle la mirada.
—¿Te imaginas todos esos pequeños alados atrapados en tu estómago, intentando salir?
—Cariño, deberías dormir. El cansancio te hace decir cosas extrañas y tienes clases mañana.
—Pero, escucha —se acomodó mejor, estableciendo un intenso contacto visual—. Imagina cientos de angelitos volando por ahí, en tu estómago. Imagina que...
Eunbi cerró los ojos y se recostó sobre las nubes, preparándose a sí misma para una larga noche de divagaciones.
Y pensar que ni siquiera había podido preguntarle por sus lecciones de vuelo.
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¡Buenos días estrellitas! ¡La Tierra les dice hola!
Han pasado millones de años desde que pude decir "creo que esto está listo" durante la madrugada, sin deseos de revisar si todo es coherente y demasiado cansada para cuestionarme sobre mi criterio. Fue un viaje largo, difícil, agotador, agobiante y la mejor parte es que apenas está empezando. Estudiar salud es realmente un desafío impresionante y es aún más complejo hacerlo encajar con otras pasiones, pero aquí estoy, jugando a que soy escritora para ustedes.
No voy a mentir. El capítulo no quedó exactamente como yo quería, pero terminé convenciéndome de que algunas cosas mejoran con el tiempo, así que lo he cosechado para que termine de madurar en su paladar. Espero que no lo odien y que estos meses aguardando hayan valido la pena, al menos en un pequeño porcentaje.
Los quiero una montaña 💖 Espero que podamos vernos pronto, o al menos en un tiempo más corto. Tomen agua, sigan sus sueños, ríanse mucho y no olviden decirle "te quiero" a la gente que aman.
Nos leemos luego.
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