La familia Kim

Habían pasado algunos meses desde que Eunbi había decidido cual sería su blanco de investigación y, aunque en un principio la mayor parte de sus bitácoras tenían información de la señora Haneul, resultó que su nieta le proveía de un material mucho más diverso. Tal vez fuese por el hecho de que su edad era similar o porque sus intereses eran curiosamente compatibles. El hecho era que a partir de la bitácora del día 48 todas las páginas hablaban exclusivamente de Yewon.

La anciana no desapareció de la narrativa, por supuesto. La familia Kim aparecía de una forma u otra en alguno de los pasajes, aunque nunca había tenido la oportunidad de conocer a los padres o a los hermanos de la chica en persona.

De hecho, la razón por la que parecía más resplandeciente que de costumbre era que precisamente ese día, si esperaba un par de minutos más, vería por primera vez a la familia de la muchacha.

Eunbi le había comentado a la chica que le habían asignado como proyecto final la reconstrucción de un estilo de fotografía en particular por sorteo y a ella le había tocado tomar una sola fotografía con una cámara plegable de placas en solo dos horas, frente al profesor. Había tenido que investigar mucho sobre el aparato para quejarse del procedimiento engorroso de preparación y el largo período que podía tomar la captura de una sola imagen con su inexperiencia, maldiciendo a un hombre que no tenía idea de si existía o no.

Decidió construir todo ese circo simplemente porque una vez escuchó que la chica hablaba de su abuelo fotógrafo mientras la acompañaba a la entrada del campus. Habían sido una par de frases sin importancia, nada más que una alabanza a la memoria prodigiosa del anciano que ya había partido del mundo, pero que fueron suficientes para que la peligris conectara dos cosas. La primera era que podía usar la fotografía a su favor para sumergirse aún más en la vida de Yewon y la segunda, por los cálculos obtenidos de las historias que le contaba Haneul, era que el período activo del hombre había sido en plenos años 30.

Con esa información pidió todos los libros de fotografía que se le ocurrió que podían contener la corriente artística de la época y llegó al uso de ese tipo de cámara, encontrando lo que creía una oportunidad perfecta para mover su pieza de casilla.

Por supuesto, en cuanto su boca dibujó la frase "cámara plegable de placas", el rostro de su compañera había brillado con luces de neón mientras se lanzaba en una estrepitosa narrativa de admiración al veterano. Se permitió contarle de sus viajes, de las publicaciones de su trabajo, le ofreció prestarle la vieja cámara que acumulaba polvo en su sótano para practicar, pero lo que más le hacía saltar en su sitio era la idea de compartir los álbumes privados de fotos que el anciano guardó hasta el final de sus días, sin mostrar las imágenes en su compañía jamás. Eran especialmente raros y según Yewon le serían de gran utilidad para saber como realizar las tomas y en que elementos enfocarse a la hora de tomar la fotografía.

Por supuesto que Eunbi aceptó encantada, sin poder creer que su plan hubiese fluido tan bien.

Sus dedos estaban picando por llenar las páginas de su diario de campo con información nueva.

Esa tarde estaba dando vueltas en un sitio extremadamente específico del parque en el que se habían conocido y en el que siempre se reunían, agitando su bolígrafo en el aire mientras revisaba la redacción de las últimas líneas que había escrito, frustrada por su poco conocimiento de gramática. Todo lo que empleaba para escribir era una mímica de lo que veía en los libros, pero comenzar un texto original era algo mucho más difícil de lo que había pensado y esa emulación generalmente no le bastaba.

No sabía que regla estaba rompiendo, pero cuando lo leía no tenía el más mínimo sentido.

Tal vez debía solicitar lecciones en la central.

—¡Eunbi!

La pequeña vocecita de Yewon llegó a sus oídos desde el otro lado de la calle, haciendo que levantara la cabeza de su cuaderno. Vio como agitaba su mano en el aire en un saludo energético, esperando junto a otras tres personas que el semáforo cambiase a verde.

Llevaba puesto un pantalón de vestir y una blusa blanca almidonada que parecía no tener ninguna arruga. El final de los pantalones era muy amplio para conformar el estilo del calzado, pero estaba segura de que también debía ser formal.

Seguramente venía de un ensayo oficial.

—Hola —saludó alegremente la peligris, agitando la mano frente a su rostro en cuanto estuvo junto a ella—. ¿Y Haneul? ¿Sigue enferma?

La castaña acomodó mejor la carpeta de portada traslúcida que traía entre los brazos junto a un bultito de tela y dejó caer todo su peso en la pierna derecha.

Hace un par de semanas que su abuela había sufrido una caída en la mitad de la calle. Su Parkinson se había vuelto un poco más severo a medida que pasaba el tiempo, pero nunca había llegado a tocar el suelo, pues siempre había alguien que la sostuviera. Por eso ya no la dejaban estar sola en ningún sitio.

Sin embargo, ese día en particular fue su nieta menor quien la acompañaba y, cuando se fue hacia delante, no pudo sostener el peso de ambas. Haneul resultó con una fractura de peroné y Yewon tuvo un esguince de tobillo.

La más joven ya estaba absolutamente recuperada, pero la anciana no corría con la misma suerte.

—Sí. Sus huesos estaban muy frágiles. No va a sanar tan fácilmente.

—Que pena. Espero que mejore —su tono preocupado causó un calor agradable en el pecho de la muchacha.

Eunbi era realmente genuina con ella.

De pronto la atención de la peligris fue capturada por un ligero movimiento en las telas azuladas que Yewon tenía sujetas contra el pecho y vio como un par de mechoncitos blancos se agitaban para emerger. La castaña le extendió la carpeta y retiró parte del género para revelar la esponjosa cabeza de una cachorrita con expresión somnolienta.

Hwang sintió una punzada en el pecho al hacer contacto visual con la criatura.

—¿Y esta cosita tan bella quién es? —su voz subió varias octavas de tono al acercarse al animal con gentileza.

Yewon se rió encantada. No sabía que a Eunbi le gustaran tanto los perros.

—Su nombre es Angkko. Acabo de adoptarla.

—Es preciosa. ¿Verdad que eres preciosa?

Llevó una de sus manos hasta las orejas para acariciar su esponjoso pelaje, pero se dio cuenta de que esa no era su mascota y la retiró un poco avergonzada.

—Puedes tocarla. No hay ningún problema.

Kim retiró al animalito de su prisión de telas y se lo extendió a su acompañante, quien lo tomó con su sumo cuidado, comos si fuera un tesoro. Su boca había formado una "o" en medio de la concentración, buscando no asustar a Angkko.

Quería ganarse su corazón.

Sin embargo, la perrita apenas se movió entre sus dedos y se dejó acomodar entre los brazos de la chica sin ningún tipo de alboroto. Hasta ese momento no le había quitado los ojos de encima y Eunbi podía sentir por su corazón acelerado y su colita agitándose en el pliegue de su codo que estaba contento.

Solo esperaba que no se orinara sobre ella.

—Es tan tranquila —vió a Yewon con los ojos resplandecientes por un momento y luego volvió a compartir una larga y aletargada mirada quien podía jurar que era su segundo amor—. Tiene unos ojos tan lindos. Eres hermosa.

Angkko intentó alzarse un poco para olfatear el mentón de Eunbi, pero se detuvo en cuanto llegó a sus cabellos. Probablemente notaba que no olía como los otros humanos y estaba tratando de descifrar si era seguro dejarse tocar por ella.

—Hey, es mía —dijo de pronto Yewon con enojo fingido, poniendo ambas manos en las caderas—. No puedes enamorarte de ella.

—¿Quién no se enamoraría de una criaturita tan linda? —apretó a la mascota de Kim contra su pecho con mucho cuidado, acariciando la parte atrás de su cabeza para que no sintiera miedo— Quiero abrazarla por siempre.

—¿Sí? ¿Y cuales son tus intenciones con ella?

—Las mejores, señorita Kim. Prometo cuidar bien de su hija.

—¿Disculpa? Mi pequeña Angkko es muy jóven —extendió los brazos para que se la devolviera y la abrazó de la misma manera que Eunbi lo esta haciendo—. Todavía necesita de mamá.

Hwang hizo un puchero adorable y regresó la mirada a Angkko, quien giró la cabeza justo a tiempo para encontrarse con ella.

—Bien. Dime que al menos me dejarás verla.

—Solo visitas de sofá y bajo mi supervisión.

A pesar de que Eunbi había leído sobre la vieja costumbre de tener los primeros encuentros en la sala de estar y bajo la supervisión de los padres unas décadas en el pasado, era la primera vez que lo escuchaba venir de la boca de alguien tan joven.

Le pareció un poco gracioso.

—Eres ridícula Kim.

—¿Oh? ¿Acaso empecé yo?

Continuaron caminando por el parque un par de minutos más, aprovechando que era una día de semana y había muy poca gente en los alrededores. Solo se veían los niños que aún no entraban en edad escolar con sus cuidadores y uno que otro animal callejero buscando sombra para huir del intenso calor de la tarde.
A Yewon le gustaba estar en lugares poco concurridos, porque podía ser ella misma sin restringirse. No era que ser juzgada le afectara en ese momento, mientras era una mujer muy segura de sí misma, pero cuando era niña solían aislarla.

Kim era una pequeña sumamente estudiosa y responsable, muy poco adepta a las reuniones sociales. Se sentía mucho más cómoda entre los libros y los muros de las salas de estudio que en los espacios abiertos y ruidosos en los que se conglomeraban sus demás compañeros.

Había algunos niños en su salón que se reían de ella por ser un ratón de biblioteca y la molestaban por ser la mascota de todos los maestros, aunque esto no le afectaba demasiado. Tenía buenas calificaciones y algunos de sus compañeros de estudio la trataba casi como una amiga. Se apoyaban cuando los matones se ponían pesados y se devolvían la mano si se sentían con valor, pues cualquier día podía invertirse el foco del bullying.

Estaba bien con eso mientras todo se mantiviera en risitas y comentarios a sus espaldas.

Sin embargo ya más tardíamente, cuando parecía que no tenía ningún interés en el maquillaje impactante o en arreglarse el cabello como sus demás compañeras, comenzaron a reírse de su apariencia y eso fue un golpe de no retorno para ella.

Sus compañeros ya estaban en la flor de la adolescencia y no eran un niñitos enclenques que simplemente la apuntaban con el dedo. Pegaban fotos editadas en su casillero, tiraban sus cosas a la basura y cambiaban sus pertenencias de lugar durante la clase de deportes, generalmente tirándolas dentro de la piscina. Los comentarios también se habían vuelto más crueles y esos colegas que la habían defendido en el pasado también estaban siendo acosados de manera injusta. Algunos incluso se cambiaron de colegio.

Se sentía culpable.

Durante un año no le contó de la situación a su familia y trató de manejarlo sola, pues no quería lastimar a otras personas que le importaban. Desarrolló una distorsión de su imagen que a sus escasos 15 años fue realmente dura de manejar. Se terminó por convencer de que, si tantas personas le decían que no era bonita, eso debía ser cierto y que debía ser una tonta por pensar lo contrario.

Después de eso ya ni siquiera se sentía segura al caminar por los pasillos, al cambiarse de ropa para la clase de deportes y mucho menos quería entrar a los baños de niñas. Aunque tuviera muchas ganas de orinar, simplemente se aguantaba hasta llegar a su casa para no tener que enfrentar ese espejo gigante en donde podría ver como otras chicas la juzgaban.

Se sentía fatal.

La única persona a la que le contó personalmente lo que pasaba durante ese tiempo fue a Sojung, una de las vecinas en las que más confiaba y ella, quien quería mucho a la pequeña Yewon, fue a contárselo a su hermana mayor después de ir con ella a comprar algunas cosas para comer.

Ese día la menor de la familia Kim tuvo una incómoda charla con ella y, después de no obtener una respuesta convincente por parte de la institución, decidieron cambiarla de escuela.

La castaña no tenía amigos y no la pasaba bien hace mucho tiempo, así que no objetó la decisión de sus tutores. Después de todo, con lo inteligente que era, le sería muy fácil estudiar donde fuera.

Su familia la apoyó mucho y la presencia de Sojung se volvió una figura transcendental para volver a sentirse bonita. Le costo mucho volver a construir su autoestima, desde luego, pero para cuando logró entrar a la universidad ya no tenía más miedo de que otros la vieran.

Cuando conociera un poco más a Eunbi, probablemente también le contaría, pero por ahora prefería mantener las charlas casuales.

—¿Qué tal va tu nuevo proyecto de fotografía? —comentó Yewon cuando llegaron al lugar en el que solía ponerse el vendedor de ensalada de frutas.

Hace bastante tiempo que no se aparecía y había sido tan notorio que Eunbi lo había escrito en su bitácora. Poco después averiguó que el hombre había muerto de un paro cardíaco en su departamento, pero la castaña no tenía razones para saber esa información.

—Al profesor Merabachvili le gustó mucho el concepto. No me hizo ningún comentario negativo.

—Que bueno. Se lo diré a mi abuela cuando llegue a casa —sonrió de lado al recordar la vitalidad de la anciana, a la que adoraba como si fuera ella misma—. Sigue entusiasmada con la idea de ser modelo.

Eunbi le contestó con una risita.

—Tiene un talento natural. Es algo que debe venir en la sangre.

Yewon se detuvo de golpe y giró el cuello con busquedad para mirarla. Sus rostro estaba fruncido en una graciosa expresión de desconcierto.

—¿Qué?

—¿Nunca has pensado en ser modelo? —contraatacó de inmediato tocando el estuche de su cámara con ligeras palmaditas.

Yewon abrió más los ojos si era posible.

—¿Yo? —su voz salió aguda e incrédula antes de explotar en una carcajada que Eunbi no había tenido la suerte de escuchar— ¡Imposible!

—¿Por qué? Eres bonita, tienes una buena línea, tienes carisma y no puedes negar que te basta respirar para salir bien en cámara.

La castaña dejó de reír e incluso contuvo la respiración por un momento, incapaz de creer que una persona que no fuera su amiga Sojung se refierese a ella de una manera tan casual. Se sintió aturdida al descubrir que sus palabras no tenían ni una sola gota de ironía.

Sus orejas comenzaron a teñirse de rojo bajo las ondas de su cabello.

—¿De qué hablas? Ese tipo de cosas no me interesan.

Eunbi encogió los hombros, derrotada por lo que sabía que era verdad. Tal vez se estaba dejando llevar demasiado por el instinto de fotógrafa adquirido.

—Supongo que por eso estudias música.

—Interpretación musical —la corrigió de inmediato.

La peligris rodó los ojos.

—Es lo mismo. Si estudias como tocar el piano, eso es música, ¿no?

La pregunta era genuina. Aún no tenía muy claro que correspondía a música y que no, considerando que los únicos instrumentos que conocía antes eran la lira, el arpa y la flauta.

—Sí, en resumen.

—¿Es muy difícil?

—Mucho —cambió el peso de Angkko, quien estaba nuevamente dormida, del brazo derecho al izquierdo—. Si no tuviera mis clases de niña me habrían despedazado en la primera semana. Todos son muy buenos.

—Pero tú vas a ser la mejor, ¿no?

Eunbi no tenía idea que clase de personalidad profesional tenía Yewon, aunque no necesitaba ser una genio para darse cuenta de que le encantaba desafiarse a sí misma en todo lo que hacía.

—Si esa no fuera mi meta, ya me habría rendido. Quiero ser la mejor pianista que me sea posible ser.

No le quedó claro si eso era una declaración de guerra para sus colegas de carrera, pero sin duda la afirmación fue fiel a su espíritu de autosuperación.

Yewon era realmente genial.

Siguieron caminando por entramado de calles hasta que llegaron a una hilera de casas absolutamente iguales, aunque de diferentes colores.

Si Eunbi hubiese vivido allí, se hubiese perdido cada día durante meses, sin poder recordar el color exacto de la fachada, a cuantas casas de la entrada estaba o que elemento podía usar como referencia para ubicarse, porque cada cosa, los jardines, los techos, incluso el ornamento de las ventanas, todo se veía exactamente igual para ella.

Le pareció impresionante que Yewon pudiese recordar cual era su casa casi sin mirar por el camino. Simplemente se detuvo frente a una vistosa fachada verde tropical y puso las llaves como había hecho toda la vida.

—Adelante.

Eunbi se sintió un poco avergonzada de entrar a una casa que fuese la suya. Sabía de su conocimiento literario que en todos los hogares humanos habían costumbres particulares y que incluso las personas, ya habituadas a los ambientes y a las posibilidades rituales que podían presentarse, se sentían incómoda hasta el punto de fingir una personalidad que no les correspondía.

No sabía que clase de tontería podía hacer siendo no humana.

—Con permiso —dijo con una voz diminuta y avanzó a pequeños pasos por el recibidor, tratando de contener su curiosidad de mirarlo todo. No estaba acostumbrada a visitar otra casas, pero sabía que sería grosero hacerlo.

Se mantuvo tensa hasta que sintió que la chica cerraba la puerta tras ella.

—Voy a dejar los papeles de Angkko arriba. Acomódate como quieras —pasó como si nada junto a ella y comenzó a subir las escaleras. Sin embargo, se detuvo a la mitad y dobló su cuerpo hacia atrás para poder hablarle sin la necesidad de bajar los escalones avanzados—. Ah, pero no toques la colección de platos pintados de mi abuela. Se volvería loca si le dejas alguna marca de tus dedos.

Eunbi asintió con una pequeña risita y vio a Yewon desaparecer nuevamente escaleras arriba. Instintivamente sus ojos se desviaron a los platos con aves pintadas a manos y caminó en la dirección opuesta, solo por si su impulso de idiotez le ganaba al poder de la recomendación de su amiga.

De pronto, unos pasos acelerados salieron de la cocina para entrar al lugar en el que Yewon la había dejado. Se congeló a la expectativa.

—¿Eres tú, cariño? —la voz amable de una mujer llenó sus oídos al mismo tiempo que una mujer alta con un delantal a rayas apareciera— Sojung estuvo por aquí en la mañana. Te trajo unas galletas caseras. Últimamente esa chica te busca mucho... —se detuvo un poco sorprendida de ver a Eunbi en la mitad de su recibidor, a una distancia prudente de todo lo que pudiera romperse si lo tocaba— ¿Hola?

La peligris la contempló por un momento. No tenía ningún objeto con el que pudiera amenazarla si se le pasaba por la cabeza que era una invasora (tenía que estar preparada para todo tipo de humanos), aunque si vivía con una chica tan dulce como Yewon era poco probable una reacción así.

Al concéntrese en su cara, pudo notar los mismos ojos marrones y pequeños de la chica e incluso la misma arquitectura de la boca. De hecho, si la miraba desde lejos, podía pensar tranquilamente que era la menor de la familia Kim.

Definitivamente debía ser su madre.

—Buenas tardes —la saludó en un tono respetuoso mientras inclinaba su cabeza—. Usted debe ser la señora Kim. Mi nombre es Hwang Eunbi, amiga de Yewon —extendió su mano para estrechar la de la mujer frente a ella—. Es un placer conocerla.

La madre de la su amiga secó los dedos en la superficie del delantal a pesar de que estaba visiblemente limpia y tomó su palma con firmeza, mirándola de arriba a abajo con precaución.

Eunbi volvió a revisar si llevaba algún artefacto peligroso, esta vez en los bolsillos de su pechera.

No encontró nada.

—Mucho gusto —su tono parecía confundido y era comprensible; Hwang era una completa desconocida—. ¿Yewon te trajo?

—Sí, claro.

La mujer asintió con una jocosa expresión confundida y le indicó a la peligris que la siguiera a la cocina. Una vez allí, se quitó el delantal salpicado de harina y tomó asiento junto a Eunbi en una pequeña mesa de invitados que solía usar cuando sus vecinas las visitaban.

—¿Entonces eres amiga de mi hija? —Eunbi asintió con sencillez— Ella no suele traer a nadie aquí por su cuenta. Debes ser muy especial.

Eunbi apretó la boca un poco incómoda por lo intensa que se había vuelto la mirada de la señora Kim.

—¿De dónde la conoces?

—Nos conocimos en el parque.

—Ah, ya veo —su voz había adquirido un tono de conocedora que confundió un poco a la chica—. Todos se conocen ahí.

La más joven frunció el seño un poco más desorientada. ¿A qué se refería con que todos se conocían ahí?

La mujer soltó una risita aliviada y examinó su rostro con cuidado.

—Tengo que admitir que eres linda.

—¿Gracias?

—Yewon tiene buen ojo.

Eunbi se congeló en su posición. ¿Acaso la mujer pensaba que estaba tras su hija?

Ahora se sentía mucho más incómoda estando sola con ella.

Estaba a punto de explicarle que eso no era cierto cuando la mujer volvió a la carga con una nueva pregunta.

—¿De dónde eres?

—Vivo al sur del puente viejo.

—¿En esos campos? ¿Vives ahí con tus padres?

—Vivo sola.

La mujer la miró con una expresión encantada al darse cuenta de que sorteaba la vida por su cuenta.

—¿En serio? Que inusual. Pareces una chica bastante independiente —examinó su ropa y cabello con rapidez—. ¿Trabajas?

Eunbi sintió la típica sensación de cosquilleo que experimentaba cada vez que iba a decir una mentira nueva. La parte de atrás de su cuello se sentía más caliente.

—En realidad...

—Mamá —estalló de pronto la voz de Yewon y Eunbi se volteó a mirarla con expresión aliviada—. ¿Cuál es esa manía tuya de interrogar a las visitas?
La mujer se puso de pie con las manos en jarra y se paró directamente frente a la menor. En sus miradas estaba grabada la invitación a un desafío amistoso.

—Soy tu madre. Es mi derecho interrogar a quien yo quiera —se giró para mirar a la invitada tiesa en su silla—. Además la señorita Hwang me estaba respondiendo muy bien.

—Eso es porque ella es demasiado amable con todo el mundo.

Madre e hija comenzaron una cómica discusión sobre la importancia de tratar bien a las visitas y que comportamiento eran apropiados durante el primer encuentro, cuando Eunbi notó que Angkko entraba a la cocina y se sentaba a su lado, inclinando la cabeza con las patitas fuertemente apretadas contra el torso. Sus ojos le parecían ligeramente atormentados y se preguntó que necesitaba el pequeño animalito.

—Angkko quiere orinar —reflexionó en voz alta.

Yewon la miró con los ojos entrecerrados y luego examinó a su perrita, tratando de entender que le hacía pensar eso.

La pequeña se veía perfectamente normal para la menor de las Kim.

—¿Cómo sabes? Apenas se mueve.

—¿Tu plan es estrenar el piso de la cocina? —dijo en un tono que demostraba mucho más seguridad de la que realmente tenía en el supuesto— Llévala a orinar.

Yewon la miró seriamente por un par de segundos y decidió que incluso de no ser cierto, lo peor que podía ocurrir era que Angkko diera un paseo extra por su patio trasero y conociera de manera anticipada en donde estaría su sitio de juegos.

Finalmente, la castaña tomó a la criaturita entre sus brazos y salió por la puerta de atrás con pasitos apresurados para no manchar el pasillo si la cachorra empezaba a orinar.

No bien la muchacha desapareció hacia el patio, la señora Kim se acercó a la mesa en donde estaba Eunbi y le dedicó una cálida sonrisa.

—¿Quieres algo de beber? Tengo un poco de jugo fresco en el refrigerador.

—No, gracias.

Hace bastante tiempo que la peligris había comenzado a experimentar con la comida y tenía que admitir que no le había agradado la experiencia de los jugos ni las sopas. La sensación de un fluido con tan poca viscosidad bajando por su garganta era bastante desagradable todavía y no quería ponerse a hacer caras extrañas frente a la madre de Yewon.

No quiso causar una mala impresión.

—Esta bien, pero si quieres algo solo tienes que pedirlo. No sientas vergüenza.

La mujer regresó a la cocina y revisó el contenido de una olla humeante. Eunbi no sabía lo que era, pero definitivamente estaba muy condimentado y la impresión fue fuerte. Estaba segura de que había puesto una expresión de congoja terrible y se alegró de que la mujer no le hubiese estado prestando atención en ese momento.

De pronto, un suave sonido deslizamiento se hizo escuchar por el pasillo y la más joven no pudo evitar girar el cuerpo para ver de que se trataba. Inmediatamente después vio una pierna enyesada asomarse por la puerta lateral de la cocina sobre lo que supuso era una silla de ruedas y al poco tiempo la indiscutible figura malhumorada de Haneul.

—¿Ya llegó la pequeña Yewon? Estoy segura de que escuché su voz.

La madre de la mencionada se dio la vuelta con rapidez, lista para decirle que era una irresponsable por levantarse de la cama cuando todavía estaba tan delicada por la fractura, pero la vista aún aguda de la anciana se encontró con la figura de su eterna acompañante del parque antes de que la mujer pudiese protestar.

Su expresión de hastío se convirtió en una de regocijo en apenas dos segundos.

—¡Pero si es mi amiga Eunbi!

—Señora Haneul —se levantó al ver como la adulta mayor luchaba por mover su silla de ruedas y se agachó para quedar a una altura parecida—. ¿Cómo está su pierna?

—Concentrada en no hacerme caminar de nuevo.

—¿Y va a dejar que se salga con la suya?

—Por supuesto que no. Yo soy la dueña de esta pierna y no al revés.

—Así se habla —contestó risueña.

Se levantó para darle un cariñoso abrazo, cuidando sus movimientos para no tocar el yeso.

La madre de Yewon no tenía idea de que era lo que estaba pasando.

Al poco rato la castaña regresó del patio con una mucho más alegre Angkko, quien parecía lista para ponerse a rodar en el suelo. Ahora que no tenía sueño y había orinado parecía mucho más activa.

—¿Te sientes mejor cariño? —le habló la peligris con su voz aguda de adoración, llamando a la pequeña para acariciar su suave pelaje blanco— Te veías muy afligida —la perrita le dio un agudo y pequeño ladrido que le derritió el corazón— Eso es. Si ya estás lista para correr por toda la casa como una campeona.

El animal empezó a ladrar de manera emocionada y empezó a dar vueltas alrededor de Haneul, quien cayó enamorada en dos minutos de la nueva mascota de la casa. Con el asunto de su accidente, era la única en la casa que no había visto a Angkko.

—Querías ver los álbumes de mi abuelo, ¿no? —le susurró Yewon aprovechando que las dos mujeres estaban distraídas con los juegos de su mascota—. Acompáñame.

La castaña pasó como si nada entre las dos mujeres y tiró de la mano de Eunbi con gentileza, tomando rumbo hacia las escaleras. La chica no se había dado cuenta, pero tanto su abuela como su madre las estaban mirando como si estuvieran viendo una escena inapropiada en una película.

Eunbi comenzó a enrojecer mientras pasaba frente a Haneul, sin saber por qué se sentía tan expuesta.

Una vez que llegaron a las escaleras, Eunbi se apresuró a subir los escalones a tropezones detrás de su compañera, demasiado incómoda para permanecer en la planta baja más tiempo del debido.

Cuando llegaron arriba, se quedó un poco rezagada para que Yewon tuviera tiempo de arreglar su habitación si quería. Sabía que los sitios en los que se dormía decían mucho de una persona y por eso los humanos se preocupaban de mantenerlos a raya.

—¡No cierren la puerta! —gritó la señora Kim desde la planta baja y Yewon, quien ya estaba lista para hacer pasar a su acompañante, se congeló en su sitio.

—No seas anticuada —se escuchó la respuesta de Haneul—. Deja que vivan su juventud.

—¿Cómo? Se trata de mi hija y yo no sé las intenciones de esta muchacha.

Eunbi hizo amago de entrar al cuarto y Yewin se vio obligada a retroceder para dejarle espacio.

—Oye, si la conozco mejor que tú y te estoy diciendo que está bien.

—Claro, cuando está contigo, pero no sabes lo que hará cuando...

Yewon cerró la puerta lo más sigilosamente que pudo y se dio la vuelta para enfrentar a Eunbi.

En el momento que sus ojos hicieron contacto, estallaron en una risa muda. No querían hacer más alboroto sobre la situación, pero no podían contener sus risas cuando era tan ridícula y vergonzosa.

—Tengo que admitir que es la primera vez que me dicen algo como eso en la primera visita —comentó la peligris casi ahogada en su risa.

—Lo siento.

—No importa —contestó un poco más calmada, aunque aún podíanoírse algunos hipos de la risa reciente—. Tu madre lo dijo con buenas intenciones —miró de nuevo a la puerta cerrada, desde donde aún se percibían algunos murmullos rabiosos—.  Y al menos tu abuela me aprueba.

Yewon boqueó incrédula.

—¡Cállate! —le dio un suave golpecito en su hombro— Si tu novia te escuchara.

—Estoy segura de que se reiría conmigo.

La castaña volvió soltar un par de risas, muy similares a las de un cachorrito, y se acercó a un mueble alto lleno de libros. Finalmente se decidió por un volumen grueso con tapa de cuero y páginas aparentemente muy densas.

—Aquí está el... —le estaba extendiendo el texto a Eunbi cuando su teléfono celular empezó a vibrar en el bolsillo de su pantalón— ¿me das un momento? Puedes revisarlo.

La peligris vio que se daba la vuelta para responder y entendió que tal vez podía ser algo privado, así que se concentró en el libro.

Era bastante pesado.

Abrió la portada de cuero y notó que la primera página era más delgada que las demás, con una letras caligráficas impecables en el centro que anunciaban "portafolios de los años 20 y 30". Eunbi sonrió satisfecha.

Era el álbum de fotos profesionales del abuelo de Yewon.

—Hola Sojung —la peligris se sintió un poco mal por escuchar tan nítidamente la conversación, pero ya que estaban dentro de la misma habitación no podía evitase—. Sí, claro. Mañana tengo práctica de grupo, pero tal vez el fin de semana —al voltearse pudo ver que Yewon tenía una linda sonrisa en el rostro; estaba mirando el suelo un poco apenada—. ¿Vas a ir con Choi y... ? —luego de unos segundos de silencio su sonrisa se hizo más amplia, aunque trato de retenerla para que no fuera evidente al hablar—Ah, ya veo. Entonces nos vemos el sábado. Adiós.

Cuando colgó parecía que estaba lista para salir volando y estaba muy curiosa sobre la persona que la había puesto en ese estado, pero no quiso que notara lo atenta que había estado a su conversación, así que avanzó un par de páginas al azar y buscó una fotografía que le pareciera particularmente interesante.

—¿Tu abuelo tomó estas fotos?

Yewon se acercó a ella con el rostro un poco arrebolado, dando pequeños golpecitos en sus mejillas para concentrarse.

—Sí. Hizo una visita a varias ciudades cuando era joven. Creo que tendría unos 30. Mi padre era muy pequeño.

Eunbi comenzó a mirar la imágenes con más atención y se dio cuenta de que eran muy hermosas. La técnica parecía perfecta y era evidente que los modelos no estaban posando en ninguna de ellas. Todo era natural y aún así espectacular.

Al llegar a cierta página, la peligris sintió el extraño impulso de detenerse y la castaña la natural inclinación a contextualizar.

—Estas son de una compañía de danza clásica.

Los ojos de Hwang recorrieron la página con cuidado, pues habían muchos participantes en la captura y, al pasar frente a las bailarinas de la primera fila, su corazón cayó al suelo.

La forma de los ojos, la sonrisa, la manera de levar el mentón, la postura, los gestos de las manos e incluso la forma de recoger el cabello; todo lo que había en esa artista era conocido para Eunbi.

Sus ojos se quedaron clavados en ella por más tiempo que en cualquier otro joven en la fotografía central y, cuando dio vuelta la página y empezaron a aparecer las imágenes individuales, se dio cuenta de que no estaba imaginando cosas.

En la segunda plana, espectacular y eterea como siempre había pensado que era, la bailarina estaba en puntas pie, con los brazos extendidos en un intento de emular las alas heridas de un cisne.

Sus ojos se fueron casi instantáneamente al pie de la foto.

"Jung Yerin. La muerte del cisne"

—La técnica es muy vanguardista, ¿no? —habló de pronto Yewon, notando la expresión de sorpresa con que miraba las imágenes de esa sección, tomándose incluso más tiempo del que había presupuestado— Mi abuelo siempre iba a los teatros a fotografiar a los actores y a los bailarines.

Eunbi todavía estaba impactada.

¿Cuánto tenía que ser su olfato para que la primera persona que llamara su atención fuese la esposa de un fotógrafo que había tomado imágenes de su novia en lo que calculaba eran los últimos años de su vida? Era demasiado conveniente para ser cierto.

—¿De qué ciudad es esto? —consultó para estar completamente segura de lo que estaba viendo.

—Es difícil saber. Este es uno de los pocos portafolios que no tienen la ubicación escrita y, por lo que sé, esa compañía estaba realizando una gira —Eunbi la miró con intensidad tratando de comprender como se habían conectado los hechos—. Digo, es evidente que todos son extranjeros. Hay algunos nombres que ni siquiera puedo leer.

—Sí. Tu abuelo tuvo muchas suerte de encontrarlos si estaban de gira.

—¿Verdad? Mi abuelo siempre decía que esa sesión había sido como ganarse la lotería.

Esta vez Eunbi no podía estar más de acuerdo.

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