Día 1: Primer contacto
Eunbi había pasado casi tres horas en una fila para entrar a la oficina de registro y aprovechó ese tiempo para estudiar su personaje de nuevo.
Su nombre sería el mismo, aunque esto no era necesariamente así para todos los alados. A veces les asignaban nombres de fantasía para evitar coincidencias sospechosas con los humanos una vez que eran asignados en algún lugar al azar. En ocasiones incluso les daban una instrucción extra para cambiar su apariencia física, pero la peligris había tenido la suerte de no coincidir en ningún aspecto con alguna persona viva.
Sería una chica de 21 años de edad, estudiante de fotografía en una universidad del centro de la ciudad, cuya admisión era tan enrevesada que disminuiría al máximo las posibilidades de que alguien descubriera su ardid.
Le habían facilitado una casa bastante alejada de la ciudad para que no fuese extraño su aparición de la nada, con suficiente espacio para desplazarse con sus alas extendidas si necesitaba descansar de su transformación. Tenía un jardín grande para que pudiese cultivar si quería, ya que su personaje era bastante adepto a la jardinería, y un amplio lugar para tener a la mascota que la estudiante de fotografía se moría por adoptar.
Incluso habían vuelto a escribir sobre su relación con Yerin y Abdiel, en caso de que a la chica se le escapara o si quisiera utilizar esa información para construir una historia más verosímil. En el complejo no era recomendable inventar relaciones que no fuesen comprobables, pero Eunbi se mostró muy tranquila cuando su jefe le sugirió que otros humanos podrían exigirle presentar a su novia.
Ya se le ocurriría que hacer para maquillar esa información.
Luego de dos ensayos exhaustivos a su libreto, se encontró frente al escritorio de la secretaria general y dictó su código de memoria. La mujer lo digitó con rapidez y buscó en una de las cajas sobre su escritorio.
Sacó una placa de color amarillo con su fotografía y se la extendió.
—Esta es tu identificación. Si tienes problemas, presiona el emblema en la parte de atrás y nosotros nos encargaremos —mostró con el dedo un dibujo azulado que al tacto desapareció de inmediato. Eunbi memorizó la figura y le sonrió a la ejecutiva para indicarle que había entendido—. Ten un buen viaje.
Hwang guardó la tarjeta en su bolsa multiuso y se dirigió a la plataforma de despegue en una carrera alborotada, buscando rápidamente un sitio para ubicarse sin entorpecer el vuelo de sus colegas.
Miró hacia el pequeño pastizal que se extendía a miles de metros bajo sus pies y respiró hondo. Extendió las alas en un ángulo ya aprendido de memoria, le dio la espalda al precipicio que marcaba el final de la plataforma y se dejó caer con todo su peso.
Sintió la conocida sensación de vértigo en la raíz de su estómago y, movida por la memoria muscular adquirida en los entrenamientos, se detuvo para mantener el vuelo estático varios cientos de metros más abajo.
Era la primera vez que hacía una picada completa sin ayuda de un instructor y no podía negar que estaba bastante feliz.
Bajó con suavidad en caso de que el viento comenzase a volverse loco y la arrojara a la deriva, mirando con suma concentración si había algún mortal rondando por la zona.
Finalmente, al comprobar que no había más que varios compañeros de labor aterrizando en las cercanías, puso sus pies desnudos sobre la tierra y ajustó la correa de su bolso con fuerza.
—Muy bien. No fue tan malo.
Caminó con el resto de los ángeles por el césped salvaje del terreno, algo incómoda por la sensación de picazón que no hacía más que aumentar, hasta que empezaron a hacerse visibles las pequeñas casetas de campo facilitadas por la compañía.
Eunbi buscó sus documentos dentro de la bolsa y se concentró en el número de asignación una vez más, comprobando que la pequeña casa verde que le había llamado la atención era la suya.
Utilizó su llave maestra para abrir la puerta.
Una vez que estuvo dentro, buscó la llave corriente que estaba en la mesa de centro y la guardó en la bolsa, cerrándola muy bien antes de quitársela y dejarla en el mismo mueble. Recorrió la sala de estar y tocó los sillones rojos llenos de polvo, estudiando los escuetos adornos de pared que, a pesar de no saber mucho sobre la estética de esa época, le parecían un tanto pasados de moda.
Lo que más le llamó la atención fueron los retratos pintados a mano, siempre de la misma modelo. Tenían un aura que le parecía familiar.
En el ambiente contiguo había una pequeña mesa redonda con cuatro sillas que probablemente no usaría a menos que tuviese visitas y una cocina bastante diminuta pintada de un color rosado pastel que le dio escalofríos a Eunbi. No sabía que un color podía causarle tanto disgusto.
Siguió su camino por la casa hasta una puerta de color blanco entreabierta que revelaba la esquina de una cama con un cobertor de color crema y una mesita de noche de roble sin nada sobre ella. Además se asomaba un tapiz a rayas que contrastaba de manera impactante con el minimalismo de su contenido.
Al lado, una puerta completamente abierta dejaba ver un pequeño cuarto del que, desde el ángulo en el que se encontraba la joven, apenas se podía ver la puerta de una ducha.
Hwang no sintió interesada. El baño era por lejos el lugar más inútil de la casa para ella, por lo que regresó a la puerta anterior y la deslizó hasta que todo el interior fue visible.
No había demasiados muebles.
Además de la cama y el velador, todo lo que llenaba el espacio era un espejo de cuerpo entero y un inmenso ropero que se extendía de muro a muro; el mueble más importante de la casa.
La peligris sabía que en todas la cabañas debían tener ropa para todo tipo de alados. Debían ser aptas para las diferentes estaturas, pesos, distribución muscular y grasa e incluso para adaptarse a las opciones de comodidad de cada uno. Por lo tanto, había vestuario más ancho o más entallado, más corto o más largo simplemente para no hacer que los empleados pasaran un mal rato en las calles. Era parte de las garantías explicitadas en el contrato.
La muchacha se acercó al armario con timidez y fue abriendo cada uno de los compartimentos para revelar las opciones de vestimenta.
Se concentró por un memento para hacer desaparecer las alas, comprobando luego con el tacto si realmente se habían ido.
Pasó de largo todos los vestidos y las faldas inmediatamente, pues a pesar de estar acostumbrada a la túnica de una sola pieza, la longitud no le producía comodidad todavía.
Se decidió por un par de pantalones negros de corte recto, una camiseta blanca simple y una chaqueta gris con cierre bastante ancha. Lo único que le incomodaba era que podía sentir tela alrededor de toda la extensión de sus piernas, incluyendo el interior, pero supuso que tendría tiempo de acostumbrarse. Por último se calzó un par de zapatos bajos con cordones.
Se miró en el espejo dando un par de vueltas para comprobar que todo estuviera en orden.
—Me veo tan rara —guardó las manos en los bolsillos del pantalón y se giró de medio lado—. La moda humana es extraña. Ni siquiera sé si combina.
Eunbi no estaba segura de lo que "combinar" significaba, pero supuso que tenía que ver con lo atractiva que era la mezcla de ropa y ella, quien estaba acostumbrada a una sola pieza de tela, no tenía idea de esa idea de estética.
Pero bueno, lo peor que le podía pasar era que la miraran raro. Podría lidiar con ello.
Una vez que se adaptó a su propia imagen, salió de la habitación y buscó en su bolsa la adaptación de su dispositivo de registro, resultando en una cámara de fotos profesional. Se la colgó al cuello y la tomó con cuidado con las dos manos, repasando los comandos de encendido y captura antes de salir de la casa.
Caminó por los pastizales un poco más nerviosa que cuando había llegado, siguiendo de cerca a los pocos alados que podía reconocer aunque fuesen sin sus alas. Eran varios cientos de metros hacia la ciudad y, cuando llegaron a las primeras casas de asentamiento urbano, decidió tomar su propio camino.
Caminó por una calle bastante ancha que daba a la entrada de una iglesia, la que reconoció inmediatamente en el plano que había memorizado, siguiendo por ese camino hasta un concurrido paseo peatonal, al menos para lo pequeña que era esa zona de la urbe. Allí se tomó el tiempo de estudiar a las distintas personas que pasaban, pensando en que tipo de humano sería más interesante para el estudio.
En un principio, cuando su jefe de área le había preguntado por área de interés, su respuesta había sido que quería estudiar a los niños. Sin embargo, era consciente de que ese era probablemente el grupo más difícil. Su primera dificultad sería, por supuesto, generar confianza en los adultos que cuidaban de esos niños y, por segundo, hacer que los mismos infantes confiaran en ella.
Si hubiese tenido una profesión como educadora de párvulos, niñera, profesora u otra ocupación que tuviera contacto directo con las criaturas como fachada, probablemente no habría considerado estudiar otro conglomerado humano, pero la situación le decía que todas las cartas estaban dispuestas para que las cosas salieran mal en su juego.
Pensando en eso, llegó a un pequeño parque con apenas un puñado de personas dando vueltas. No era el mejor lugar para ver variedad, pero tal vez sería una buena oportunidad para investigar con holgura.
Se cruzó con un par de niños jugando con un cachorro muy bonito, un joven trotando mientras tarareaba una canción pegajosa que estaba de moda y un hombre en traje que hablaba furiosamente por teléfono, pero la persona que más llamó su atención fue una anciana de cabello bastante blanco y mirada adorable que intentaba darle algunas migajas a las palomas que se paseaban frente a ella.
Tenía una energía bastante potente y su instinto le decía que debía marcar su primera ficha en ella.
Se acercó con pasos diminutos y se agachó para estar más cerca de su figura encorvada.
—Buenas tardes.
La mujer elevó su vista asombrada, deteniendo sus balbuceos de súplica a las aves para que comieran lo que ella les ofrecía. Acomodó sus lentes para ver mejor a la persona que le hablaba.
—Oh —formó una pequeña sonrisa desdentada al ver la expresión amable de Eunbi—, buenas tardes jovencita.
—¿Puedo sentarme a su lado?
—Por supuesto —se deslizó un poco más a la derecha para que la chica se sentara, a pesar de que ya había suficiente espacio para que lo hiciera con comodidad—. Es un lindo día, ¿no?
—Sí. Está muy fresco.
—Por eso decidí salir. Últimamente mi hijo me dice que me quede en casa, porque el aire contaminado le hace mal a mis pulmones. Hoy el día está tan limpio que no podía perdérmelo.
—Yo vine por la misma razón —comentó sin tener idea de la calidad del aire en lo absoluto—. Hay pocos días así.
La mujer le regaló una risita con algo de esfuerzo y regresó su atención a las palomas, deshaciendo otra porción de pan para arrojarla al suelo.
—¿Estás tomando fotos?
Eunbi se sorprendió un poco por la pregunta. No le parecía que la anciana hubiese mirado su cámara.
—Sí. No vengo aquí muy a menudo, pero tengo que admitir que es un parque muy bonito para hacer retratos.
La mujer asintió con lentitud y volvió su mirada a Eunbi, alzando el pedazo de pan oscuro entre sus dedos.
—Usualmente vengo aquí para alimentar a las palomas, pero hoy no quieren acercarse. Incluso traje el pan que parece gustarles.
Hwang miró a las aves pasar sobre las migajas sin probar una sola.
—Tal vez ya están llenas.
—¿Las palomas? —su tono tembloroso y confundido le pareció sumamente adorable— ¿Y que podrían haber comido?
—No lo sé. Son criaturas inteligentes. Si tienen hambre, comerán lo que puedan.
La anciana bajó el trozo de pan y lo miró un poco apesadumbrada.
—Supongo. Nunca me detengo a pensar en esas cosas —alzó la mirada y le sonrió de nueva cuenta a la muchacha—. Por cierto, me llamo Haneul.
—Mucho gusto —le sonrió de vuelta con su clásica energía desbordante—. Mi nombre es Eunbi.
Haneul abrió la boca en un gesto emocionado.
—Ah, tambien eres extranjera —se acercó un poco más por la emoción, mirando los rasgos de su rostro con detención—. Lo sospechaba, aunque casi no tienes acento.
La peligris se congeló por un momento, alarmada por la primera interrogante sobre su origen, pero repasó con cuidado lo que había leído incluso esa misma mañana.
—Llegué aquí cuando era muy pequeña, así que estoy familiarizada con la fonética.
La mujer asintió con naturalidad.
—Ya veo —comenzó a rebuscar en su cartera por una bolsa de tela blanca y sacó una pequeña bolita amarilla con un fuerte aroma a limón—. ¿Quieres uno?
Eunbi miró la esfera por un momento e identificó en su forma y su olor dulzón que probablemente era algo para comer. Su vientre se contrajo asustado.
Nunca había comido algo, aunque biológicamente podía hacerlo, y la sola idea de ponerse algo en la boca para que ingresara a su cuerpo le daba escalofríos.
No podía simplemente tener su primera experiencia de alimentación frente a un humano.
—No, gracias —su rostro se encogió en una expresión avergonzada—. No me gustan mucho las cosas dulces.
—¿No? —su tono estaba ligeramente decepcionado, pero luego de guardar el caramelo dentro del saquito volvió a sonreír con tranquilidad— En ese caso traeré maní la próxima vez. ¿Te gusta el maní?
Eunbi no sabía que tipo de alimento era el maní, pero mientras tuviese tiempo de experimentar antes de comerlo todo estaría bien.
—Claro.
—Que bueno —le dio una palmadita en el hombro con sumo cuidado—. Por cierto, te ves muy joven. Seguro que debes estar en tus 20.
—Ah, sí. Tengo 21.
—Tengo un nieta de tu misma edad —sus ojos adquirieron un brillo soñador que no pasó desapercibido para la chica—. Es un chiquilla muy dulce.
—Así que tiene nietos.
—Tengo tres. Ya están grandes, pero siguen siendo unos adorables pequeños para mí —su tono fraseaba como lo haría la risa, resplandeciente—. Si hasta no puedo creer que mi hijo haya crecido y ya tenga su propia familia, cuando parece que fue ayer que dejó los pañales —regresó la mirada a la chica, quien la miraba llena de curiosidad—. Ya estoy hablando como una anciana, ¿verdad?
Eunbi negó energéticamente con la cabeza .
—No, yo la entiendo. Los niños crecen tan rápido. En un parpadeo ya no dependen más de nosotros.
La anciana estudió sus palabras un momento y entrecerró los ojos, interesada.
—¿Tienes hermanos pequeños?
—No.
—¿Algún sobrino quizás? —la peligris negó con la cabeza como respuesta— Por tus palabras pensé que cuidabas de algún niño.
Antes de escuchar la frase directamente, Hwang no se había dado cuenta de que sentido tenía preguntar por los diferentes parentescos y se preguntó si debía decirle la verdad o inventarse algo más. Sin embargo, sabía que no podía mentir con facilidad a menos que calcularse cada detalle del engaño y no tenía tiempo para eso, así que se fue por el camino seguro.
—En realidad tengo un hijo.
La vieja tardó un momento en entender que era lo que le había dicho, ajustando los párpados en un intento por descifrar el significado de sus palabras. Cuando estuvo segura de que no había otra interpretación, se alejó con las cejas en alto.
—¡Un hijo! Y tan jovencita —se dio cuenta de que el rostro de Eunbi se mantuvo de piedra, tenso por la reacción, y se dio cuenta de que tal vez había sido hiriente sin quererlo. Siempre tenía esas reacciones explosivas en los peores momentos—. No te lo tomes a mal. Es solo que es raro que la generación de ahora tenga hijos antes de los 30 y tú apenas estás entrando a los 20.
La muchacha se destensó un poco y se dio ánimos para continuar con la conversación. Sin importar lo que las personas pensaran, Abdiel era uno de sus mayores orgullos y no se iba a restringir a ocultarlo.
—Bueno, no es algo que elegí al principio, pero estoy feliz con mi pequeño.
La mujer se sintió conmovida por la sinceridad de sus palabras. Suspuso que las personas destinadas a la paternidad tenían esa semilla de adoración desde el inicio.
—Espero que lo estés llevando bien. ¿El padre está contigo?
Hwang soltó una risa nerviosa.
No era precisamente un padre, pero no tenía motivos para dar tantos detalles técnicos.
—Sí —su sonrisa se hizo inmensa y Haneul se vio contagiada por la emoción—. Son la familia que siempre soñé tener.
La anciana se rió con gusto y le dio un apretón en el hombro.
—Eres como un alma vieja. Que curioso.
La joven no supo que significaba eso, pero no le preguntó mucho más mientras le ayudaba a alimentar a la aves.
Resultó ser que ellas si comían cuando Eunbi les arrojaba migajas, aunque se encargaba de hacerle creer a la anciana que estaban comiendo las suyas también.
Haneul se puso de un humor mucho más luminoso.
La mañana pasó con calma. El parque se fue llenando poco a poco y muchos más jóvenes empezaron a llegar en grupos, probablemente por los periodos de descanso de las universidades.
Eunbi se sentía mucho más cómoda con gente de su edad alrededor.
De pronto, una muchacha de cabello castaño y los mismos ojos adorables de la anciana se asomó cerca de ellas a gran velocidad. Traía un atado de hojas con símbolos que la peligris pudo identificar como notas musicales. Parecía haber corrido hasta ahí.
—Abuela, ya son las 10 —se dirigió directamente a Haneul mirando su reloj de pulsera—. ¿Tomaste tu medicina?
En lugar de responder a la pregunta, la mujer extendió los brazos para envolver a su nieta en un cálido abrazo.
—¿Cómo estás cielo? Esta muchacha tan amable me ha hecho compañía durante un rato. Me ayuda darle de comer a las palomas.
La recién llegada la miró con cautela, estudiando las intenciones que podría tener con la adulta mayor. Su abuela no solía hablar con los extraños a menos que le dieran mucha confianza; ambas tenían un instinto infalible con las personas.
Sin embargo, la castaña no sintió nada extraño en su aura.
—Hola —agitó su mano en el aire con una brillante sonrisa—. Soy Hwang Eunbi.
La nieta de Haneul se sintió deslumbrada por su amabilidad de su tono. Esa chica debía ser un ángel.
—Kim Yewon.
La recién llegada se sentó entre su abuela y Eunbi, estudiando otro poco la forma de relacionarse con la mayor de las tres.
Ciertamente estaban concentradas alimentando a las aves. Al principio había pensado que era mentira, pero una extraña se había acercado simplemente para alimentar a un grupo de palomas con su abuela.
Eunbi parecía ser bastante ingenua.
—Muchas gracias por hacerle compañía —le susurró después de un rato, al haber comprobado que nada parecía fuera de norma—. No me gusta que se quede sola.
—No hay problema. Tu abuela es fascinante.
Yewon la miró sonriente por un momento, deteniendo los ojos en su cámara de fotos. Sin duda era una profesional.
—¿Eres fotógrafa?
—No aún, pero estoy en eso. De hecho estoy haciendo un proyecto ahora mismo.
—¿Un trabajo para la universidad? —la peligris asintió con suavidad— En ese caso yo me ocupo de ella y tú puedes continuar en lo tuyo. No te sientas comprometida.
Eunbi abultó un poco los labios, decepcionada de que le sugiriera irse cuando creía haber encontrado a un sujeto de estudio tan interesante. Pensó rápidamente en una excusa que tuviera más de verdad que de mentira.
—En realidad, tu abuela me parece una excelente modelo —de estudio, pero la palabra modelo seguía siendo correcta—. Quería pedirle permiso para tomar algunas fotos, pero lo olvidé —se inclinó por sobre el hombro de Yewon y esperó a que la anciana le prestara atención—. ¿Le importaría, señora Haneul?
—Para nada. ¿Tengo que hacer alguna pose especial?
Eunbi se rió de forma encantadora.
—No. Solo haga lo que suele hacer. Yo me ocuparé de capturar los mejores momentos.
La señora Haneul estaba acomodando su cabello un poco mejor en su moño cuando Eunbi ya había tomado la primera fotografía, capturando también la tierna risita de Yewon en una esquina de la imagen.
La muchacha no se dio cuenta de que era parte del plano hasta que escuchó el chasquido del flash, encogiéndose avergonzada cuando vio a la peligris mirar la pantalla que plasmaba la imagen con una sonrisa boba.
Yewon tenía una curiosa belleza natural.
—¿Quieres que salga de la toma? —preguntó repentinamente, a punto de ponerse de pie.
Eunbi la miró un poco alarmada, pensando que la había hecho sentir incómoda. Después de todo, no le había preguntado si quería ser fotografiada.
—No es necesario. Te ves bien en el plano.
La muchacha asintió tímidamente y permaneció sentada, dándole pase libre a Hwang para seguir con la sesión de fotos.
Las interacciones continuaron por algunas horas y, a pesar de no tener experiencia tomando fotos con el dispositivo, las imágenes resultaron ser realmente buenas.
—Bueno —acotó Yewon después de un rato de inactividad, mirando su reloj de pulsera—, ya es hora de tu almuerzo.
Haneul la miró ponerse de pie, sin moverse un solo centímetro de su lugar.
—No tengo hambre.
—¿Cómo que no? —su nieta puso las manos en sus caderas, utilizando su tono de regaño cariñoso— Desayunaste temprano y no puedes pasar tanto tiempo sin comer —luego, como si supiera que eso no iba a servir, se agachó un poco para llegar a su altura y le susurró con dulzura—. Preparé algo delicioso.
La anciana pareció pensarlo detenidamente y finalmente se puso de pie, tomando el brazo de la chica como soporte.
—Espero que sea tan bueno como me lo dices o me sentiré estafada.
La castaña sonrió victoriosa.
—Lo es. Sabes que tengo buena mano.
Eunbi también se puso de pie.
—Muchas gracias por ayudarme.
—El sentimiento es recíproco —su tono sonó un poco nervioso, aunque feliz.
Eunbi era apenas unos cuantos centímetros más alta que ella, pero se sentía imponente.
—Cuando quieras puedo volver a charlar con ustedes.
—¿No es demasiado trabajo?
—Vivo muy cerca de aquí —utilizó su dedo para apuntar hacia atrás, graficando la poca distancia que había entre su casa y el parque—. Este parque es mi idea de ocio, de todos modos. Estoy segura de que volveremos a vernos.
—¿Estás segura? Tal vez deberíamos intercambiar contactos o algo.
Yewon se sentía un poco abochornada por pedirle algo como eso. No era la primera vez que lo hacía, pero se sentía un poco torpe.
La peligris parecía una chica genial. Realmente quería ser su amiga en el futuro.
—Estoy completamente segura, señorita Kim.
—Espero que tengas razón —le extendió la mano a modo de despedida—. Me dio gusto conocerte.
Eunbi tomó su palma con delicadeza y la estrechó.
—Igualmente.
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