La Mansión Stark

MEMENTO

Autora: Clumsykitty

Fandom: Marvel, AU.

Parejas: principalmente Stony. Otras más.

Derechos: muero de la risa. Nada más que ésta idea.

Advertencias: historia que viene a raíz de Halloween y en mi país, el Día de los Muertos. Inspirada en la Mansión Winchester, el cuento El taxidermista de Pisa, una historia que alguna vez vi o leí cuyo título no recuerdo, la película La Mansión y mis ganas de escribir de este género.

Gracias por leerme.



La Mansión Stark.


1870.

Vicksburg, Misisipi, Estados Unidos.



Los Confederados habían perdido la Guerra de Secesión, que otros llamaron la Guerra Civil, la esclavitud fue abolida y Estados Unidos de Norteamérica por fin alcanzó la paz que tanto necesitaba para convertirse en la potencia mundial que buscaba desde hacía décadas atrás. En ambos bandos había bajas considerables, amigos, familiares, esposos, padres, hermanos... hijos perdidos en los campos de batalla que nunca más encontrarían. Rhodes tomó aire al ver uno de esos campos, con árboles quemados y cruces puestas de forma improvisada para cuerpos que nadie reclamaría. Con el ceño fruncido, pateó suavemente su caballo, descendiendo la colina por la que había ascendido para ver aquel lugar que una vez le viera nacer. Sus padres habían podido escapar, corriendo día y noche hasta alcanzar uno de los estados de la Unión donde fueron rescatados y luego trasladados a Nueva York donde el matrimonio Stark les recibió.

Aunque hubiera querido encontrar a su único hijo, Howard tuvo que esperar con amargura a que el conflicto terminara antes de poder embarcarse en su búsqueda, preguntando a cuanta persona tuviera una noticia sobre Anthony. Rhodes, para agradecerle y ayudarle, se había ofrecido como voluntario para irle a buscar al único sitio donde no habían indagado: Vicksburg, donde los soldados de Furia habían abatido un contingente confederado, encontrando la muerte después cuando un ejército mejor preparado les halló. Una zona más que peligrosa por la que no pudieron entrar sino hasta ese año. Los Stark no tenían ya muchas esperanzas de encontrar a su hijo, apenas si arañando esa posibilidad de que hubiera viajado a Sudamérica, pero era poco probable y nadie le había visto cruzar la frontera.

-¿Rhodey?

-¡West!

El joven bajó del caballo al ver por entre los troncos blancos de los árboles muertos a un anciano conocido suyo del campamento de esclavos. Calvo, con una barba mediana blanca que contrastaba con esa piel oscura, ojos vivaces que acompañaban a una sonrisa a la que le faltaban dientes. Tenía una cicatriz que iba desde su ceja izquierda hasta su mentón, un cuchillo de un viejo patrón. Ambos se abrazaron, conmocionados de encontrarse luego de la guerra, vivos y relativamente a salvo.

-¿Qué haces por aquí, muchacho?

-Ah, West, tengo una misión.

-Debe ser muy importante para dejar Nueva York. ¿Cómo está Munroe, ese sinvergüenza de Jonas?

-Bien, tratando de vestirse como la gente decente.

West rió, negando y mirándole de arriba abajo. -Te ves bien, Rhodey, pero dime, ¿qué es lo que buscas en estas tierras?

-Al joven Anthony Stark, West.

-¿Ah?

-Le hice una promesa a su padre de encontrarle así me llevara toda la vida.

-Lo último que supe es que había ido a la casa de tus padres y luego de ahí tomó su cabello para jamás volver. Furia llegó poco después así que no creo que esté por aquí, a menos que viva escondido, pero créeme que en estas tierras no.

-¿Qué es lo que cargas en esa mano, viejo West?

Éste levantó unos muñecos vudú que colgaban de cuerdas burdas, no tenían parecido con nada, más bien eran todos blancos con ojos en forma de una cruz y bocas rojas como si gritaran.

-Es para la casa.

-¿Casa?

-La Mansión Stark -West le miró de reojo- Ven, te mostraré.

Caminando colina abajo, el anciano le narró los hechos que ellos sabían sobre la Mansión Stark, una propiedad de la cual apenas se estaba enterando, un sitio prohibido para todos los que apreciaran su vida, aparentemente. Los esclavos ahora personas libres, tenían una serie de ritos santeros de origen vudú a raíz de las cosas sucedidas en la Mansión Stark. Nada sabían del Coronel Rogers o su hijo, todo mundo había dado por sentado que ambos se inscribieron en el ejército confederado y murieron en alguna batalla de tantas. Pero la mansión era un cuento diferente. Desde que Furia y sus hombres perecieran no lejos de ahí, comenzaron a notar que los árboles empezaban a pudrirse alrededor, quedando blancos y sin hojas. Además, los animes huyeron de ahí. Las mujeres que habían caminado cerca de aquel lugar regresaban alteradas al decir que habían visto fantasmas dentro.

-Estos muñecos son para que lo que vive en esa mansión, nunca salga.

-¿Qué es lo que vive ahí, West?

-Algo muy malo que corrompe la tierra, los que han querido entrar a la casa han terminado locos o muertos en el pórtico. Hay una maldad viviendo ahí, Rhodey.

Llegaron a lo que era la entrada de los terrenos de la Mansión Stark, donde Rhodes comprobó con ojos asustados que la maleza y los árboles morían como si algo los estuviera pudriendo. La casa estaba rodeada de enredaderas secas, las paredes ya comenzaban a agrietarse ante la falta de mantenimiento, igual que las ventanas. Un silencio denso caía sobre el sitio, era como si la naturaleza misma no quisiera estar presente en la mansión. West intercambió una mirada con el joven, asintiendo después levantando su mano para que le siguiera de regreso, pero Rhodey se negó, tendiéndole las riendas de su caballo.

-Tengo que ver.

-Muchacho, no.

-Si Anthony... si está muerto, quiero encontrar su cuerpo para llevarlo a sus padres. Una madre llora por él.

West tomó aire, levantando los muñecos, hizo un collar con sus cuerdas que puso sobre los hombros de Rhodey.

-Quieran los Santos que nada te ocurra. Ve pronto, yo te esperaré aquí, pero si no sales pronto...

-Le enviarás un mensaje a mis padres diciendo que el tonto de su hijo está en los Cielos.

-Por favor, Rhodey, si ves algo extraño, no dudes en salir.

-Volveré, West.

Si bien el joven no era inclinado a las historias de fantasmas, no podía negar el ambiente extraño y asfixiante que le recibió al adentrarse en los dominios de la Mansión Stark que pareció observarle como un animal salvaje descubre a un invasor. Las puertas de caoba estaban entreabiertas, así que no le costó empujarlas para hacerse espacio y entrar, tosiendo ante el aire enrarecido, lleno de polvo y cenizas. Parecía que un huracán hubiera pasado dentro de sus paredes, con una luz tenue pese a las ventanas abiertas. Rhodey sacó una pistola que cargaba consigo, por si acaso los fantasmas resultaban estar muy vivos. Con pasos contados, llegó a la sala donde no encontró nada salvo una alfombra manchada con algo.

-¿Hola? -llamó haciéndose el valiente.

No hubo respuesta más que ese silencio pesado, bajó su mirada a la mancha seca pero oscura, inclinándose para tocarla. Parecía ser sangre, pero no había cuerpo que le acompañara, ni rastro de que lo hubieran movido. Estaba confundido igual que temeroso, sin estar muy seguro de que pudiera cumplir su misión ahí. Miró alrededor con algo de nostalgia, porque entre los objetos caídos descubrió libros y otras cosas que le parecieron, pertenecieron a ese amigo suyo, perdido ahora. Había sido su hogar, aunque solamente hasta que todo hubiera pasado fue que se enteró de la existencia de la Mansión Stark. ¿Por qué ocultar un lugar que en tiempos mejores parecía haber sido un buen hogar? No lo comprendía.




-¿Rhodey?




Éste brincó cual felino del suelo ante la voz que le habló, apuntando su arma hacia la figura en el marco de la entrada de la sala, del otro lado por donde cruzaba un pasillo principal. Su mano tembló al ver entre los débiles rayos de luz a quien estaba buscando. Rhodey quiso gritar, y fue un milagro que no lo hiciera. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras bajaba el arma, sonriendo por acto reflejo más que por voluntad, tratando de hacer un esfuerzo titánico por no temblar más de la cuenta cuando la figura avanzó hacia él con una sonrisa de labios morados. Lo que el joven estaba viendo era un fantasma, un espectro que al parecer no sabía que lo era, con sus ropas manchadas de sangre, unas horribles marcas en su cuello, sangre escurriendo por una sien.

-A-Anthony... t-te he estado buscando -jadeó al fin.

-¿Buscarme? ¿Por qué?

-Tus padres -jaló aire, rogando porque su raciocinio no le abandonara- Tus padres quieren que vuelvas, Anthony. A casa.

-¿Lo dices en serio? ¿Aunque el coronel les haya dicho cosas de mí?

-No importa, Anthony.

-Oh...

-Q-Quieres... ¿Quieres volver?

-Sí.

-Vamos, Anthony -Rhodey contuvo un sollozo- Vamos a casa, solo sígueme, de acuerdo.

-Estás muy extraño, Rhodey.

-A-Anda, sígueme, s-sólo quiero que me sigas, vámonos ya. ¿Estás listo?

-Te sigo.

Rhodey apretó los muñecos colgando de su cuello con una mano, girándose sobre sus talones para dirigirse a la puerta. De vez en cuando giraba su cabeza para mirar por encima de su hombro al fantasma que sonriente le seguía los pasos. Se talló lágrimas traicioneras, pero aún firme en su decisión de llevar ante Howard a su hijo, aunque fuese de esa forma. Así tuviera que pelear con medio Estados Unidos para cruzar hasta Nueva York. Era Anthony. Ya luego cobraría venganza por aquel espantoso crimen. El aire fresco del exterior hizo de bálsamo para su mente agobiada, recobrando la entereza perdida por semejante aparición.

-Anthony, ven... -se volvió, estirando una mano para que el otro le siguiera- ¿Qué...? ¡ANTHONY!

Las puertas de la mansión, viejas y podridas se cerraron antes de que el fantasma pudiera atravesarlas, un espantoso rugido se escuchó como si fuese una voz que reclamara algo. Rhodey se quedó sin aliento y perdió el color en el rostro al oír gritos, algunos de Anthony cuya voz reconoció. Luego un disparo, pasos corriendo que se alejaron. Luego silencio. Después de nuevo ese rugido que hizo a sus cabellos ponerse en punta del terror que le provocó. Todo volvió a la normalidad, pero las puertas no se abrieron cuando tiró de ellas, el candado volvía a cerrarse como si una fuerza lo obligara a hacerlo. El joven sintió un escalofrío recorrer su espalda, los muñecos vudú cayeron, deshaciéndose como si tuvieran miles de años de antigüedad.

-¡RHODEY!

Volvió corriendo con el anciano West, quien le abrazó aliviado, recorriendo con sus manos arrugadas todo su cuerpo buscando signos de heridas que no encontró. Rhodey le dijo lo que había visto, llorando de impotencia, de rabia al saber que el hijo de Howard Stark había sido asesinado. West le suplicó ya no volver a la mansión, pues aunque ahí estuviera el cuerpo o el espíritu de Anthony Edward Stark, algo no lo dejaba salir de ahí. Algo que era muy malo. Los dos se alejaron, pero en la mente de Rhodey estuvo la determinación de hacer algo, algo por el joven quien le había dado una vez la libertad, por quien tenía aún padres. Simplemente no podía presentarse ante los Stark con semejante noticia y en tales características.

Fue así que regresó a Nueva York, un par de semanas después, arrodillándose ante Howard y María Stark quienes no necesitaron palabras para entender su gesto, llorando amargamente por su hijo. El hijo de Munroe contó lo que supo en Misisipi, omitiendo el detalle del fantasma. Margaret estaba ahí, llorando igual por su sobrino, abrazando a María quien estaba desconsolada. Rhodey esperó hasta que los lamentos se hicieron más sosegados para hablar, tosiendo un poco antes pues lo que estaba por decir no era fácil, más era la única forma de ayudarles, aunque fuese lo más disparatado del mundo. Fue la tía Margaret que tanto quisiera Anthony quien notó la expresión del joven, llamando la atención de un Howard quien se lamentaba una y otra vez no haber regresado con su hijo luego de recibir la carta tan espantosa del Coronel Rogers.

-Howard, María, parece que Rhodey tiene algo más que decirnos.

-Milady... hay algo, quisiera presentarles unas personas.

-¿Qué? -María levantó su rostro del pecho de Howard, mirando al joven.

Rhodey asintió, jugando nervioso con su sombrero antes de ponerse de pie, haciendo un gesto al mayordomo presente. Las puertas se abrieron, dejando pasar a una pareja madura, de rostros gentiles y modales propios de los ingleses, igual que sus acentos al hablar.

-Señor Stark, Señora Stark, permítanme presentarme, mi nombre es Edwin Jarvis y ésta es mi esposa, Ana.

-¿Quiénes son ustedes? -preguntó Margaret.

-Hemos venido por un telegrama del joven Rhodes -respondió solemne Ana Jarvis- Porque lo que sucede en esa casa que llaman Mansión Stark es más terrible de lo que imaginan. Si los padres del joven Anthony desean salvar a su hijo en el más allá, hay que protegerlo de aquello que lo persigue.

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