♫ Te quiero [Parte 2] ♥


—Porque te quiero.

Al escuchar esas palabras, algo dentro del corazón de Aira se revolucionó. Sentía una emoción tan inembargable en su interior, mezclada con tanta dulzura y ternura, que simplemente no podía creer que fuera cierto que aquellas palabras salieran del joven que adoraba con locura. Tenía tantas ganas de correr, de gritar, de chillar porque los anhelos que había tenido durante tanto tiempo se veían, por fin, concretados. 

—¿Qué...? ¿Qué es lo que has dicho?

Rodrigo la miraba con esos ojos tan inexpresivos, que no se correspondían a sus palabras, como si hubiera dicho una frase cualquiera. Pero, cuando volvió a estrujar sus dedos con los de ella, los cuales seguían entrelazados, aquello la hizo volver a la realidad.

—¡Estás mintiendo!

—¿Eh?

Él abrió grandemente sus ojos e hizo una mueca de sorpresa para luego soltar su mano de la suya.

—¡Estás mintiendo! —dijo Aira para después levantarse, alejarse de él y darle la espalda.

—¿Por qué estaría mintiendo? ¡Recuerda que los aspies no mentimos!

—Te recuerdo que mentiste acerca del plagio de los poemas —mencionó encarándolo—. Así que... no estoy muy segura con eso que dices que nunca mienten.

Él enarcó la ceja. Después giró los ojos y resopló profundo, como apelando a la paciencia infinita que siempre lo caracterizaba.

—Pensé que este tema ya estaba superado al decirme que querías que volviéramos a ser enamorados —dijo arreglándose un flequillo sobre su oreja derecha.

—Sí, está superado por mi parte. Pero...

—¿Pero qué?

—Lo que ocurre es que... —afirmó arrugando la ceja y haciendo un puchero—. Si pudiste mentir en algo tan importante como eso, ¿quién me garantiza que no lo estás haciendo ahora al decirme que me quieres cuando no es así?

Él volvió a soltar a suspiro.

—Es distinto.

—¿Cómo?

—Los aspies no tenemos mucho filtro para mentir de forma maliciosa como un neurotípico lo haría.

—¿Neuroqué?

—Neurotípicos. ¡Los que no tienen Asperger!

—Ah... —dijo poco convencida.

—Nunca te dije que esos poemas que tenía publicados fueran míos, ¿o sí?

—¿Qué?

—Que nosotros no mentimos tan fácil cuando nos hacen una pregunta como lo harían ustedes, los neurotípicos. Y aquí tengo razón. Cuando publiqué esos poemas de mi compañero de la universidad, nadie, ni siquiera tú, me preguntó si eran míos o de otra persona. Así que, técnicamente no mentí.

—¿Eh? —habló soltando una mueca de desagrado.

—¿O acaso alguna vez me preguntaste si esos poemas eran míos y yo te dije que sí?

Aira frunció el ceño.

—¡Claro que te pregunté!

—¿Cuándo? No lo recuerdo —dijo encogiéndose de hombros—. Si me lo hubieras preguntado, me hubieras puesto en un aprieto, porque no hubiera sido capaz de mentirte.

—¡Estás equivocado! Sí te lo pregunté.

—¿Cuándo?

—Cuando...

Iba a continuar, pero su memoria no le ayudó a recordar algún momento en específico.

—Cuando...

Creía que tenía la respuesta adecuada, mas suspiró cuando se dio cuenta de que no era así. Luego, pensó que, por fin, que había dado con el momento que buscaba, pero...

—Cuando estábamos navegando en Wattpad, justo una tarde, aquí en tu cuarto y... —prosiguió tratando de hacer un esfuerzo para recordar. Sin embargo, se detuvo.

Rodrigo arrugó sus cejas esperando a que continuara; pero cuando después de varios segundos, ella seguía callada, él ladeó el rostro. Hizo una mueca que fue interpretado por ella como "¿Ves? Tengo razón". No obstante, como no quería dar su batalla por perdida, a Aira se le iluminó el rostro cuando, luego de mucho tratar de recordar, creyó que había dado con la escena adecuada para desbaratar los argumentos de su enamorado.

—Cuando la otra tarde, te dije que la portada de "Treinta Poemas a ti" era bonita, te pregunté si era tu poemario, ¿sí?

—S-sí.

—¡Pero no era tuyo!

—Sí es mío —dijo tranquilo—. Es el primer poemario que he escrito en mi vida y solo porque tú me inspiraste a hacerlo —contestó sin inmutarse y sin darse cuenta del remolino de emociones que sus palabras provocaban en la muchacha.

Los ojos de ella se llenaron de unas incipientes lágrimas de emoción, pero todavía imperceptibles para el sistema de alerta de Rodrigo.

—¡Tonto! Ya lo volviste a hacer —dijo sentándose y escondiendo el rostro en sus rodillas.

—¿Eh? —preguntó el joven enarcando una ceja y haciendo una mueca de sorpresa—. ¿Qué...? ¿Qué hice?

—Na... nada —contestó la adolescente, todavía incapaz de encararlo.

Las hormigas en su interior al saber que, podría ser verdad que fuera la fuente de inspiración para alguien como él, a quien consideraba tan inalcanzable, se dispararon a mil por hora.

—No sé a qué te refieres con eso. Pero, quiero que te quede claro que, si digo que te quiero, es porque es así —habló de forma pausada, clara y firme.

Ella levantó la vista hacia encararlo.

Rodrigo la contemplaba con esa mirada tan penetrante, que hacía que las piernas de Aira comenzaran a temblar. Pero, el joven seguía sin inmutarse ante las palabras que había pronunciado. Se mostraba tan impasible como siempre; tan poco demostrativo, como si hubiera dicho una oración cualquiera. Y lo que agregó terminó por vencer los muros de incredulidad de la muchacha.

—No te he mentido, Aira. Te quiero.

La joven acortó la distancia entre ambos. Se sentó sobre las piernas de él y tomó su rostro entre sus manos.

—¿Qué...? ¿Qué pasa? —preguntó asombrado por la reacción de  Aira.

Ella lo miró embelesada.

Rodrigo había decidido abrirle su corazón, sincerarse y decirle lo que sentía por ella. ¡Al fin ambos se habían confesado que se querían! Ya no solo lo había hecho ella, en una relación que muchas veces le había parecido unilateral, no. Ese simple gesto en él, de decirle "Te quiero", era muy, pero muy significativo; porque en alguien como él, que sabía que no tenía la malicia para decir mentiras, significaba la verdad absoluta.

Él la quería, por fin le correspondía, en un mismo nivel de apoyo, de entrega, de devoción mutua. Y, fue en ese instante, que el sentimiento que tenía por él se engrandeció de manera sin igual, que ya no le quedaban mayores dudas. Esto que sentía por él era mayor, mucho mayor...

A pesar de su corta edad, mientras lo contemplaba, se dio cuenta de que quería experimentar con él todo lo que la palabra amor significaba. Lo adoraba tanto, en un sentimiento tan puro e indescriptible, que había nacido por la preocupación que había tenido por ella desde un comienzo, que se había desarrollado por el más mínimo de sus gestos hacia ella que la hacían emocionarse tanto, y que estaba culminando en la más sublime felicidad que experimentaba en sus besos y abrazos.

Se dijo que toda aquella ola de bellas sensaciones debía proseguir, en un momento de hermoso clímax para lo que se hallaba lista. Y era que ya no solo sentía que lo quería, sino que lo amaba, lo deseaba, lo necesitaba. Con la confirmación de sus sentimientos hacia ella, estaba segura de que, solo con él, con su sinceridad, con su apoyo, con su cariño podría recuperarse y lograr la felicidad que tanto había buscado en su vida. Al darse cuenta de todo esto, su pecho se hinchó tanto, que le provocó que le doliera por la emoción inembargable que la recorría.

Rodrigo, en cambio, todavía no era capaz de darse cuenta de esto. Solo a notar que ella lo miraba de una manera que nunca lo había hecho antes, gotas de sudor comenzaron a bajar por sus sienes, provocando que Aira sonriera al ver su estado de nerviosismo.

—¡No me mires así! —dijo volteando su rostro al percibir que miles de hormigas revoloteaban dentro de él.

Ella soltó una pequeña carcajada.

—Tus palabras dicen una cosa, pero tu carita bella otra. A excepción de cuando te pones nervioso...

—¿Eh? —dijo contemplándola.

Aira volvió a sonreír, pero ahora con timidez.

—Sé que quizá suene muy "lanzado" si te digo todo lo que siento y pienso, pero quiero hablar con la verdad a partir de ahora, ¿ok?

—No... No entiendo.

—No he sido sincera del todo contigo...

—¿Eh? —Rodrigo arrugó la frente.

Bajó la vista con las mejillas rojas por la vergüenza que sentía. Estaba resuelta a que, si insistía en entregarse a él, tanto en cuerpo y alma, debía hacerlo sin remordimiento, sin culpa, sin mentira alguna.

—En realidad... en realidad...

Alzó su rostro para encararlo.

Un estrujón en su interior volvió a insistirle en el temor que la comenzaba a embargar. Pero, decidió ser valiente. Si quería dar un paso tan significativo en su relación, debía hacerlo sin la culpa de saber que ella no estaba en misma situación de sinceridad que él.

—¡Tengo dieciséis años! Los acabo de cumplir hoy.

—¿CÓMO? —preguntó con los ojos como plato y el rostro desencajado.

—Lo... Lo siento.

Rodrigo quiso levantarse de su asiento y separarse de ella. Pero, Aira lo detuvo al agarrarlo fuertemente de su cuello.

—Por favor, por favor, no te enojes —insistió, mas no pudo evitar que el joven se alejara de ella.

De inmediato, y gracias a su diferencia física y de tamaño, se soltó de su agarre. Luego él comenzó a dar vueltas alrededor de la habitación para tratar de procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Cómo...? ¿Cómo es posible? —preguntó alzando la voz, mientras negaba con la cabeza a cada rato, incapaz de asimilar la verdad que tenía delante de sí.

—Rodri... —dijo tratando de agarrarlo del brazo, pero la rechazó.

—¿CUÁNTAS MENTIRAS MÁS ME VAS A DECIR, AIRA? ¿CUÁNTAS?—gritó observándola con el rostro desencajado—. YA NO ES SOLO UNA VEZ, SINO TRES VECES, ¡TRES!

—Perdón, perdón... —le rogó chillando—. Pero es que, tenía mucho miedo de perderte, luego no vi otra salida que mentirte, ¿ok?

—¡NO ENTIENDO! ¡SIMPLEMENTE NO ENTIENDO! —gritó dándole la espalda y rechazándola de nuevo cuando trató de asirse de su brazo para que la contemplara.

Él dio varios pasos hacia el otro extremo del cuarto para separarse de ella. Quería tener tiempo y espacio para respirar mejor y procesar la verdad que le acababa de revelar.

‹‹¡Dieciséis años? Dios mío. ¡Claro, con razón está en cuarto de secundaria y acaba de repetir!››, se dijo mientras negaba con la cabeza y se cubría la frente con su mano izquierda.

Ella no se quedó atrás. Fue a su alcance, pero él la volvió a ningunear.

—Por favor, por favor... —siguió rogando a la vez que volvió a cogerle de la mano, pero él no le respondió—. ¡PERDÓNAME! —gritó desesperada—. No me des la espalda ni me rechaces, por favor.

—¿CÓMO PUEDO CONFIAR EN TI DESPUÉS DE TANTAS MENTIRAS? —le dijo observándola con decepción—. ¿CÓMO? —preguntó negando con la cabeza.

—Rodri... —lo llamó extendiendo el brazo en su dirección, tratando de tocar su mano, pero él la rechazó.

Pasó saliva. Una gota de sudor bajaba por su mejilla. Esa mirada con la que Rodrigo la observaba, tan desilusionado por ella, dolía, dolía mucho. Su alma se hallaba congelada ante esos ojos que lanzaban una ventisca de aire tan frío. Y se dio cuenta de algo muy importante.

Pequeñas lágrimas caían de su mejilla. Ella creyó que, al verla en este estado, él se ablandaría, pero se equivocó. A diferencia de ocasiones anteriores, aquellas no encendieron el sistema de alerta de Rodrigo. Todo lo contrario. Al contemplarla llorar, ladeó su cabeza y luego bajó la vista hacia el lado izquierdo, dándole la espalda, negando con aquella varias veces, como si así pudiera negar a la verdad que había descubierto. Y fue al ignorarla, que un profundo cuchillo se clavó en el corazón de la muchacha, desgarrándolo con mucha aprensión y desesperación...

En medio de todo ese mar de sensaciones tan negativas pensó que, más que nunca, la vida daba vueltas, te cobraba tus acciones y de qué manera. Ella había sido muy dura con él, a pesar de que había estado en una situación tan o peor que Rodrigo, porque había mentido varias veces. Sin embargo, aún a pesar de saber esto por medio de los mensajes de Xico, en ningún momento se había ablandado su corazón. Solo se había centrado en ella, en su decepción, en su indecisión, en su confusión, sin siquiera detenerse a pensar en el arrepentimiento y dolor posterior del joven.

Fue allí que comprendió cómo se había sentido él al ser rechazado. Dolor, frustración, desesperación estrujados dentro de sí. Y solo ahí fue que, de verdad, al estar en sus zapatos, se arrepintió de haber sido tan dura con él durante varios días... Porque ella estaba experimentando este rechazo recién por pocos minutos; pero, para su desvalido corazón, significaba la eternidad misma.

¿Cómo reaccionaría Rodrigo a partir de ahora? ¿La perdonaría? ¿Su relación continuaría? ¿O la terminaría?

Al formular esta última pregunta, el solo miedo de perderlo produjo que su corazón se terminara de quebrar en mil pedazos. El dolor emocional que sintió era tan fuerte, que la ensombreció en un mar de dudas y de temores. Todo esto provocó que sus piernas le flaquearan de tal manera, que terminó por caer al suelo.

Escondió su cabeza entre sus manos, mientras la meneaba con desesperación. Parecía que, con este gesto, ella trataba de borrar toda la serie de pensamientos negativos que empezaron a abordarla y a absorberla como un vendaval furioso de dudas y de inseguridades.

‹‹¿En serio Rodri sería capaz de nunca perdonarme?››

‹‹¿En serio Rodri sería capaz de abandonarme?››

‹‹¿En serio Rodri sería capaz de ya no quererme?››

No, esto no era posible. Él había jurado acompañarla y ayudarla en todo momento en su tratamiento contra la depresión, por lo que quizá estas posibilidades eran inimaginables.

Mas, al experimentar, aunque sea de manera tardía, esa empatía por cómo se había sentido Rodrigo al ser rechazado por ella por su mentira, pudo ver la luz al final del túnel. Se dio cuenta de qué debía hacer. Y tenía la esperanza de que, con esto, la balanza se pondría a su favor.

Con resolución, se levantó poco a poco del suelo y continuó la charla como correspondía:

—Me preguntas cómo puedes confiar en mí luego de mentirte y déjame recordarte que, aunque me demoré, yo decidí confiar en ti después de enterarme de tu plagio.

—¿Eh? —habló volteando a verla y con una mueca de asombro.

—¿Crees que no sé cómo te sientes de decepcionado por saber que te mentí? Es igual que esa vez, en el parque luego de mi cita con la psicóloga.

—Eso fue distinto...

—¿En qué es distinto? Dime, ¿en qué? —Se acercó y lo encaró valiente—. Tú me mentiste, yo ahora también. Los dos fallamos, ¿ok? No le veo mayor diferencia —habló decidida.

—Es diferente —dijo el joven tratando de alejarse de su lado. Pero, cuando iba a hacerlo, ella lo retuvo cogiéndolo fuertemente de la mano.

—¡Me importa un pepino que digas que es diferente! ¡Lo veo igual!

—Aira...

—Ok, quizá lo hice no solo una vez, sino varias veces. A diferencia de ti, que técnicamente...

Hizo un gesto de comillas con sus dedos que Rodrigo no entendió, provocando que ella esbozara una pequeña sonrisa y luego soplara con resignación.

—Técnicamente —prosiguió rodando los ojos—, nunca me mentiste porque argumentas que nunca te pregunté si esos poemarios eran tuyos.

—Así es. Si hablamos con propiedad, nunca te mentí de verdad. Por lo menos, no de manera directa.

Él asintió con la cabeza muy orondo, provocando por breves segundos que a Aira le dieran arcadas.

‹‹Siempre tan asquerosamente orgulloso››, pensó la adolescente mientras suspiraba con resignación y trataba de hacer uso de la poca paciencia que le quedaba.

—Pero no lo hice por maldad, ¿ok? Sino porque te quiero y tenía miedo de perderte... que te enojaras... que me rechazaras... —Hizo una pausa mientras sentía que sus ojos le quemaban—. Tal y como lo estás haciendo ahora —dijo arrugando la frente.

—¿Y cómo quieres que esté? ¿Feliz?

—¡Claro que no!

—¡Estoy enojado! ¡Decepcionado! ¡Me mientes siempre! Cuando ocurrió lo de la otra vez, te conté lo que para mí significaba una mentira y la gran desilusión que me había llevado entonces...

Cerró los ojos al recordar aquella tensa tarde. Luego los abrió para mirarla con dureza y decepción.

—Pensé que al confesarme entonces que tenías dieciséis, te había dejado las cosas claras de lo que para alguien como yo significa una mentira. Pero ahora... ahora...

Se sentó sobre la silla en la que había estado antes. Agachó la cabeza sobre sus manos mientras trataba de asimilar lo que acababa de descubrir. Mas, era tanta la decepción que sentía, que no le permitía todavía pensar con claridad.

—No sé, Aira... —Movió la cabeza—. No sé...

—¿Qué no sabes? —preguntó ella juntando las cejas y con una cara de preocupación.

—Yo...

—¿No sabes si seguir conmigo? ¿No sabes si estar a mi lado porque soy muy joven para ti?

—¡No es eso! —Se agarró la frente con ambas manos. Todavía no se hallaba con fuerzas para observar a la muchacha—. Es que yo... Yo... Yo...

—¡Te voy a decir algo que sí sé, huevón! —dijo Aira con frustración y levantando la voz.

—¿Eh? —Levantó la vista al escuchar aquel insulto que no se lo había oído, menos leído, hacía tiempo atrás.

—Y quiero que me escuches bien, porque esto no es muy fácil de decir para alguien como yo. Pero si después de lo que te voy a confesar... me juzgas, te enojas, me rechazas o lo que sea, ¡me da igual! Por lo menos, estaré tranquila con mi corazón y mi conciencia, porque por primera vez, desde que entraste en mi vida, te estoy hablando con la verdad... ¡con la maldita y puta verdad! —habló con desesperación.

Él abrió ampliamente sus ojos ante lo que le escuchaba.

—Tú recién, después de meses de dudas, me has dicho que me quieres, mientras yo... yo... —Hizo una breve pausa al tiempo que arrugaba sus ojos al darse cuenta de la diferencia que había entre los sentimientos de ambos—. Creo que siempre estoy más allá respecto a lo que siento por ti. Ya no solo te quiero, sino que ¡te amo, huevón!

Sus piernas le temblaban tanto, que creía que iba a volver a flaquear. Apoyó una de sus manos en una de las mesitas que había en el dormitorio.

Los ojos de Rodrigo parecía que se iban a salir de su órbita, a diferencia de los de Aira, que estaban más pequeños que antes, al estar empañados por las lágrimas que volvían a correr por ellos.

—¡TE AMO, HUEVÓN! TE AMO PORQUE TÚ ME HACES TAN FELIZ, Y ES TANTO EL AMOR QUE SIENTO QUE QUIERO ENTREGARME A TI, QUE QUIERO EXPERIMENTAR TODO LO BONITO QUE SIGNIFICA EL AMAR A ALGUIEN. PERO NO QUERÍA HACERLO CON MENTIRAS DE POR MEDIO, POR ESO TE CONFESÉ TODA MI VERDAD, ¿ENTIENDES, HUEVÓN? ¿ENTIENDES?

Él pasó saliva al darse cuenta de lo que escuchaba. Sus orejas estaban rojas al procesar lo que Aira le estaba diciendo.

—SÉ QUE ANTES FUI EGOÍSTA, QUE TE HE HICE SUFRIR MUCHO CON MI INDECISIÓN Y RECHAZO. LO SÉ PORQUE AHORA MISMO LO ESTOY PASANDO CON TU ACTITUD. Y TIENES DERECHO A ESTAR ENOJADO, A ESTAR DECEPCIONADO Y TODA LA MIERDA ESA. PERO TE JURO QUE SI TE MENTÍ, NO LO HICE NUNCA POR MALA, SINO PORQUE SABÍA QUE TE ENOJARÍAS Y TENÍA MIEDO DE PERDERTE, ¿Y SABES POR QUÉ? PORQUE ESTOY ENAMORADA... DE TI.

El corazón de Rodrigo dio un vuelvo al oír esas palabras salidas desgarradoramente desde lo más profundo de ella. Quiso decirle algo para responder a su confesión, pero solo pudo emitir un monosílabo:

—Yo...

—SÉ QUE TENGO MIS ERRORES Y DEMÁS. QUE SOY INMADURA, MALA ESTUDIANTE, MAL HABLADA, MENTIROSA, PERO CREÉME QUE, SI TE DIGO QUE TE AMO, NO TE MIENTO. TE ESTOY HABLANDO CON LA VERDAD. ¡ESTOY ENAMORADA DE TI POR TODO LO QUE TÚ ME DAS!

Ella quiso proseguir en pie con su diarrea verbal, mas no pudo. Era tanta la emoción que la embargaba, que tuvo que sentarse al borde de la cama al tiempo que quiso regular su respiración para continuar hablando. Las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas, las cuales se limpió con el pañuelo de la madre del joven.

—Aira... —dijo un emocionado Rodrigo ante todo lo que oía. Sus ojos le brillaban tanto, que se preguntó si lloraría junto a ella.

—Hoy —habló de forma más pausada y baja—, hoy... antes de venir aquí, estaba en la calle llorando por lo de mi abuelita y la mierda de vida que tengo al lado de mi madre. Justo antes de cruzar una avenida, pasó por mi mente el lanzarme a un coche para así acabar con todo...

—¡Por Dios, Aira! —exclamó él con preocupación y levantándose de la silla.

—No lo puedo evitar, ¿ok? —dijo limpiándose los ojos con la manga de su casaca—. ¡No puedo! Siempre pienso estas cosas, tengo miedo de que algún día no pueda más y lo haga... como hoy... casi lo iba a hacer. ¡Estoy segura que lo iba a hacer!

—¿Por qué piensas en esas cosas? —habló en voz alta y con una cara de espanto. Se hincó frente a ella para encararla—. Mañana mismo buscamos a la psicóloga y...

—¡Lo iba a hacer de no ser por tu mensaje, Rodri!

—¿Ah?

—Tú impediste que lo hiciera... —habló levantando su rostro para observarlo mejor—. Y fue, al solo leer tu mensaje, que me olvidé de toda la tristeza que sentía. Estaba feliz, contenta, querida... por ti.

—Aira...

Él alzó sus manos y los apoyó en los hombros de la muchacha.

El saber que había estado a punto de acabar con su vida simplemente le desgarró el corazón. El solo imaginarse la posible escena de suicido de ella, terminó por quebrarlo. Las lágrimas que había estado guardando para sí empezaron a correr por sus mejillas, en un cruel paralelismo con las de ella, desapareciendo por completo los sentimientos negativos de decepción, dolor y rechazo que habían aquejado su corazón. Podía amargarse, fastidiarse y decepcionarse por su mentira, cierto; pero ninguno de estos sentimientos se comparaban con el profundo hueco de desesperación que lo embargaba en ese instante. Perderla era algo que no se podía permitir. Nunca.

Tuvo ganas de abrazarla en ese instante, pero ella lo detuvo porque todavía tenía cosas por decirle:

—Sé que todavía soy muy joven, que no sé nada de la vida, de prohibiciones legales y demás, por eso te preguntaba antes por cuándo perdiste tu virginidad con tu ex y todo eso —dijo arrugando la ceja y cabizbaja. Él se sintió avergonzado al recordarlo—. Pero solo hay algo que me queda claro y es que te amo por todo lo bueno que me das, quiero entregarme a ti y seguir siendo feliz a tu lado. ¿Es mucho pedir? —le observó con mucha aprensión.

—¿Estás...? ¿Estás segura de que quieres...? ¿Quieres dar ese paso?

Ella asintió.

—Incluso, como tenías miedo de que regresara a mi casa por lo de mi mamá, hasta ver si puedo quedarme en donde mi tía... como no habíamos decidido qué hacer... estaba pensando... estaba pensando... que quería quedarme aquí a vivir contigo por mientras. ¿Es posible?

Los ojos de Rodrigo se abrieron sorprendidos para luego entrecerrarse cuando se toparon con los de ella. Lo contemplaba con una adoración sin igual, llegando a lo más profundo de su alma y corazón, que simplemente terminó por derrumbar todas las defensas que se había propuesto construir ante su inesperada proposición:

—Aira, ¿estás segura? ¿De verdad?

—Sí.

—¿Por qué? ¡¿Por qué yo?! No creo merecer esto, yo...

Ella negó con la cabeza.

—Ya te dije, porque te quiero. No, te amo. Sí, te amo, Rodrigo...

Al joven lo embargó de una emoción sin igual al darse cuenta de la seguridad con la que ella le respondía. Agachó la cabeza y cerró los ojos. Evocó un recuerdo de alguien que había pasado por una situación parecida, justo cuando había dudado cuando le prodigaba sus besos y caricias minutos antes. Alzó el rostro, abrió sus ojos y contempló a una temblorosa pero decidida Aira.  La mezcla de sentimientos que experimentó fueron tales que, finalmente, se decidió por los próximos pasos a tomar...

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