♫ Recomposiciones y Aficiones ♥


Aira

Las caricias que le prodigaba eran más inusuales que antes. La había abrazado y acariciado en incontables ocasiones, cierto. Pero hoy, por algún motivo desconocido, Rodrigo parecía no reparar en contenerse con besarla... con tocarla... con electrizarla...

No solo había sido su primer beso... No solo había sido su primera caricia... Sino que hoy, por primera vez, toda la tristeza, toda la nostalgia, toda la soledad que la habían carcomido por dentro, durante casi diez años, daban la sensación de haber desaparecido por completo de su ser.

Cada fibra de la que estaba hecha parecía haber sido rehecha gracias al leve de él sobre su piel. Cada molécula de su cuerpo volvía a formarse gracias a la conjunción de nuevos átomos que él le prodigaba al dejar su huella sobre su piel. Cada sensación de vacío dentro de ella era colmado por el amor inmenso que él le demostraba con besos y caricias, aunque no con palabras.

Porque así era cómo se sentía ahora: llena, completa, pero sobre todo, recompuesta. Porque su corazón, que se había quebrado en cientos de pedazos con la partida de su padre, ahora habían sido juntados por él... de manera paciente... de manera constante... de manera perseverante... para ayudarla a reconfortarse, a levantarse, pero sobre todo, a recomponerse para poder ser capaz de, por fin, mirar hacia adelante, y saber que existía otra vida con la que podía soñar, pero sobre todo, ansíar...

Aira todavía no era consciente de lo ilegal de la situación. Por ahí pensó que lo que estaban haciendo no era indebido. Por breves segundos, como un sonido casi imperceptible, recordó lo que había conversado con Xico sobre revelarle su verdadera edad antes de consumar lo que estaban por hacer. Sin embargo, prefirió callar. Se sentían tan bien... se acoplaban tan bien... se fundían tan bien... que prefirió callar, para solo poder amar...

Finalmente, la razón desapareció momentánea de la habitación para solo dar paso a lo que le dictaba el corazón. Porque ella sólo era pasión, ebullición y explosión pura. Aunque tenía poco tiempo de saber besar, gracias a Rodrigo, rápidamente sus labios aprendieron a adherirse a los de él con avidez, a responder a sus caricias con rapidez, a acomodar su cuerpo a los de él con fluidez.

Su cuerpo se estremeció cuando percibió que él dibujaba tenues líneas de luces de felicidad sobre la sombra de su pasado, las cuales bajaban de su boca hacia su oreja, cuello y hombros. Su alma se electrizó cuando sus besos seguían el camino de la ternura, para dar paso al surco de la pasión y de la locura que se veía en donde nacía su escote. Sus temores, sus sueños, pero sobre todo, sus anhelos, deseaban fundirse a los de él, para partir de un pasado familiar tortuoso que los unía y tratar de construir algo más puro, algo más eterno, algo más duradero

Por breves instantes se le pasó por la mente confirmar si, de verdad, la quería. Porque, aunque era sabido que él todavía no era capaz de formular en palabras lo que ella tanto ansiaba, se preguntó si los Asperger solo eran capaces de decir con hechos lo que por dentro sentían. Porque Rodrigo, con todo su ser, en esos instantes, parecía, efectivamente, manifestarle que la amaba.

Abrió sus ojos para preguntarle y que le respondiera lo que su corazón tanto ansiaba oír. No obstante, cuando sus ojos se cruzaron con los de Rodrigo, entrecerrados, y contempló cómo los suyos se perdían en los de él, se dio cuenta de que no necesitaba hacerlo. La miraba con tanta ternura, con tanta calidez, pero sobre todo, con tanto amor, que se dio cuenta de que, en momentos así, no era necesario decir con palabras lo que con hechos se manifestaba. Y es que, ahora, dejadas atrás su baja autoestima, su inconmensurable soledad, y lo que creía hasta ese instante, su infinito vacío; no había paso para inseguridades, para temores o debilidades. Ella se daba cuenta de que él la amaba. Otra Aira era la que estaba naciendo dentro de ella y eso le gustaba.

No obstante, cuando sonrió complacida por aquellos sentimientos tan positivos que la embargaban, y contemplaba totalmente enamorada al hombre que tenía encima de sí, el cambio brusco que ocurrió a continuación y los ojos de terror con los que él la observó, la trajeron de nuevo a la triste y sombría realidad...

—¡¿Qué estamos haciendo?!

Dando un grito, él se separó de inmediato y aterrorizado de la joven, que todavía se hallaba emborrachada de placer y de lujuria. Rápidamente, se sentó al otro borde de la cama, al tiempo que se aseguraba de marcar la distancia correspondiente entre ambos para no seguir tentando a lo que instinto le dictaba hacer.

—¿Eh...? —respondió ella frunciendo el ceño y recién volviendo a la realidad.

—Yo... lo siento... yo... —dijo Rodrigo al tiempo que alargó su mano para darle su casaca que yacía al borde de la cama y le daba la espalda... —No quise... yo... ¡Póntelo, por favor!

Una todavía confundida Aira recibió la chaqueta. Posteriormente, al tratar de ponérsela y bajar su vista, se topó con que los botones superiores de su blusa estaban desabrochados. Aquéllos dejaban a la vista lo que minutos antes él había tocado, por lo que la sangre se le subió al rostro, aunque este no era nada comparado al color que en ese instante se podía ver en las orejas de Rodrigo, aún de espaldas...

—De verdad... de verdad... lo siento —afirmó todavía incapaz de mirarle al rostro—. No sé qué me pasó... en serio...yo...

De inmediato, se abotonó la blusa y se acomodó sus ropas, mientras Rodrigo seguía disculpándose.

‹‹Rodri...››

—Soy terrible... soy de lo peor... yo no quise... yo... —hablaba todavía de espaldas.

Alzó su mano para captar su atención, pero él se negó.

—¡Rodri! —dijo, tratando de captar su atención al tiempo que insistió el cogerle de la mano.

Sin embargo, de nuevo la rechazó. Esto le provocó un dolor punzante en su pecho, tan amargo, que desapareció por completo todas las sensaciones placenteras que antes le había brindado.

—No debí tocarte así... —mencionó alzando su mano para cubrirse el rostro y menearlo. Este tenía el color de un tomate y tenía la mirada gacha—. ¡No debí! ¡No debí! Yo quiero ir paso a paso, te lo prometí. Pero no sé qué me pasó... lo siento...

—¿Rodri...? —insistió al tiempo que se inclinaba frente a él.

—Yo... —decía todavía incapaz de dirigirle la mirada al tiempo que la rechazaba por tercera vez, al impedir que ella le cogiera de las manos—. Discúlpame, por favor..., pero no quiero hacerte daño...

Esto fue la gota que colmó el vaso. Percibió cómo su corazón, que hacía segundos atrás había sido tiernamente recompuesto por él actuando como cirujano, ahora de nuevo se hacía añicos, tal cual asesino de sus sueños y de sus mayores anhelos...

—¡BASTA! —exclamó fuera de sí, dejando salir en su grito toda su frustración y sacándolo de su ensimismamiento.

—Aira... —dijo descubriéndose el rostro para ahora sí mirarla frente a frente.

—¿Es que acaso? —Respiró entrecortadamente—. ¿Es que no te das cuenta? una lágrima bajaba por su mejilla izquierda—. ¿Es que acaso no te das cuenta de que rechazándome, tú... me haces daño?

—Lo siento.

Ella lo cogió del rostro y lo observó fijamente.

—Quiero que me vuelvas a besar, a abrazar y a tocar, ¿ok? —Él arrugó la frente. Iba a replicarle, pero ella le calló poniendo un dedo en su boca—. Paso a paso, eso sí. Pero, por favor... —Hizo una pausa—. Por favor, no me vuelvas a rechazar... no vuelvas a provocar esto aquí... —Puso su mano derecha sobre su pecho—. No me vuelvas a romper el corazón, te lo ruego, ¿sí? —dijo mientras trataba de contener sus lágrimas en vano—. Por favor, ¿sí?

Rodrigo

Hizo caso a su petición. Tal y como se lo había pedido, la había besado en la boca, dejándose llevar por lo que sentía. De pronto, se dio cuenta de que quería ir más allá. Quería besarla en la piel, quería besarla con mucha calma, pero lo que no sabía, era que desde hacía tiempo había besado su alma.

Sintiendo que su calor corporal aumentaba de improviso como antes y con la toz que trajo a la vuelta a la razón, recordó su promesa a Aira. De inmediato, dejó de besarla, aunque no supo cómo hacerle saber que debían parar. Ella bajó su vista, y se percató de la situación. Con una sonrisa cómplice, le sugirió que lo mejor sería que se sentara en la pequeña silla del frente para dejarlo descansar.

"Aunque me gustaría saberme que soy la cura para tu tos, algo me dice que no soy la mejor opción", dijo señalando su garganta con el dedo índice, para luego ayudarlo a cubrirse con las frazadas.

Después de esto, Rodrigo se había acomodado para sentarse de costado. Ante la locución irrefrenable de ella y su ardor de garganta, se había limitado a asentir con la cabeza o a decir simples monosílabos, mientras la contemplaba muy cómodamente echado. Y fue ahí que se dio cuenta de algo: le gustaba que ella le conversara... mucho. Pero no solo eso, le gustaba verla hablar.

Observar cómo apoyaba su cabeza, que descansaba sobre su mano derecha, que a la vez lo hacía sobre su rodilla... Contemplar cómo jugueteaba con los mechones de su pelo con su mano libre... Apreciar cómo fruncía la nariz cada tanto como si algo le molestara en ella... Memorizar la cantidad de veces que había sonreído; y alegrarse por verla siempre así, feliz, espontánea, viva.

Definitivamente, le gustaba contemplarla. Adoraba que Aira se perdiera en sus ojos, y Rodrigo en los suyos, porque eso significaba que siempre sería para sí, o por lo menos eso creía. Quizá por esto fue que, cuando la vista de ella se desvió hacia arriba por un buen instante, contemplando el techo de Star Wars, ignorándolo, sintió un nuevo ardor en su interior, pero ahora no en su garganta, sino en su corazón.

Ya había percibido esa amarga sensación dos veces en un día. Sin embargo, le era una vieja conocida. La había experimentado años atrás, cuando había amado y había ansiado que quien se hubiera alejado volviera a su lado. Pero entonces, no había sabido cómo manejar aquellas sensaciones de rabia, de vacío y de soledad; y ahora parecía repetirse de nuevo...

De inmediato, quiso captar su atención para traerla de vuelta a sí, pero no pudo. Se halló imposibilitado de saber qué decir o qué hacer. Sólo su brazo derecho se alzó hacia donde la joven se hallaba.

Ella, a diferencia de otras veces, no le devolvió la mirada ni sonrió ante cualquier gesto que Rodrigo hacía. Seguía tan concentrada en el techo de su habitación, provocándole imaginariamente un terrible puñal sobre su alma y su corazón; sin imaginarse que, con ello, traía de vuelta a los viejos fantasmas de ansias no concretadas y que él creía enterradas. Porque sus ansias por ser el centro de atención de Aira, por la chica que adoraba y cuyo apodo representaba al cien por ciento lo que ahora sentía por ella, se quedaban simplemente en eso... en unas ansias imposibles de tocar... imposibles de alcanzar... imposibles de concretar...

Cuando se hallaba navegando en aquel oscuro mar de frustración, la chillona voz de la joven lo sacó, por fin, de aquella situación:

—Cuéntame más sobre su afición por "Star Wars".

—¿Eh? —dijo con una mueca de desconcierto.

—Me dijiste que ibas a pintar el techo para que pareciera una galaxia. Y quedaría alucinante, Rodri —dijo volviéndole a ignorar con la mirada—. Quiero conocer más sobre tus gustos por la saga. ¿Te has visto las seis películas? ¿Has leído los cómics? —preguntó observándole con los ojos llenos de emoción—. ¿Has jugado a sus vídeojuegos? Conociéndote, seguro que los has leído y jugado todos, ¿sí?

—No.

—¿No?

Negó con la cabeza, más con resentimiento que por negación.

—¿Qué quieres decir con "no"?

—Bueno... —habló con el ceño fruncido.

—¿No me digas que no te gusta mucho "Star Wars", pero tienes algo así pintado en tu techo?

—No quise decir eso.

—¿Entonces?

—Me gusta, pero mi afición no llega a tanta como para lo que dices. Aunque cuando era niño, sí que era un friki total. La primera película que recuerdo haber visto en el cine fue una de Star Wars. —Su mirada se desvió hacia el mueble del frente, en donde había un pequeño retrato de él con su madre. Ambos estaban en un parque, sentados al pie de un árbol de eucalipto. Ella lo abrazaba y posaba sonriente para la foto, mientras él tenía un gesto similar a la foto que Aira había visto en la sala—. Tenía seis años. Mi madre era muy fan de la saga y me llevó a ver un reestreno que hubo del Episodio 4. Luego de eso, me preguntó si me había gustado...

—¿Y así fue?

—Sí. —Levantó la cabeza para mirarla. Aira pensó que sus ojos se emocionarían como cuando lo oía hablar de cine de terror, pero se equivocó—. Quedé alucinado con los efectos especiales, las naves y todo eso. Aunque al principio no me quedaba muy claro por qué una historia debía empezar por el episodio cuatro de la misma. Mi madre me lo explicó más de una vez, pero yo era muy terco y no lo comprendía. Es decir... lo usual es que todo empezar desde donde debe ser, ¿sí?

—Pero ya sabes todo el rollo ese de que al principio George Lucas no tenía pensado filmar el episodio uno, dos y tres.

—Lo sé, pero eso lo comprendí tiempo después. Para alguien como yo, en el que se debe seguir siempre un mismo patrón de las cosas, me fue difícil de asimilar el porqué un director de cine nombraba a una historia como el episodio cuatro, cuando lo ideal hubiera sido que fuera el episodio uno.

—¿Tú eres muy esquemático?

Rodrigo asintió.

—Es una característica de los Aspie. Me fastidia, no, mejor dicho... —Cerró los ojos y se encogió de hombros, sintiendo que toda su piel se erizaba de solo imaginar las distintas situaciones a las que se refería—. Me irrita demasiado que las cosas se salgan de un esquema preestablecido. Aún todavía me cuesta a veces ser tolerante a algún cambio de lo que considero que debe ser de cierta manera. Ahora ya de mayor, y gracias a mis terapias con la psicóloga, ya asimilo mejor ciertas cosas, pero...

Se rascó la cabeza recordando todas las anécdotas que había tenido al respecto.

La enorme decepción que se había llevado de pequeño al descubrir que Santa Claus no existía, más que la de cualquier niño de su edad. El gran debate que había tenido con el director de su colegio, con solo ocho años, cuando éste había decidido adelantar los exámenes bimestrales y las vacaciones de invierno por cuestiones de reparación de la infraestructura de la escuela, oponiéndose Rodrigo a ello y argumentando que en años anteriores no había sido así. El gran impacto que había tenido en él al enterarse de que sus padres seguían casados, pero separados en realidad al no compartir el mismo lecho; llorando todas las noches por el enorme desencanto que esto le había provocado al saber que vivía con una familia en una situación conyugal "anormal", como entonces la había bautizado, y que solo con mucha paciencia de parte de su madre y la ayuda de su psicóloga había podido asimilar. Sin embargo...

—Cuando me enteré de que iban a estrenar "La amenaza fantasma", me alegré mucho, ¿sabes? Marqué el día del estreno, 16 de julio de 1999, en el calendario, y cada día estaba pendiente de la cuenta regresiva.

Elevó la vista al techo, cruzándose su vista de nuevo con aquellas palabras que tantos recuerdos le evocaban.

‹‹¿Qué significa exactamente "A galaxy far far away"?››

‹‹Una galaxia muy muy lejana››

Cerró los ojos y suspiró. El olor del viejo cine de barrio al que había años atrás, mezclado con el perfume materno con olor a lavanda todavía podía sentirse en sus glándulas olfativas. Parecía extraño que hubiera pasado tanto tiempo desde aquella ocasión en la que se había sentido tan a gusto fuera de su casa... tan a gusto en una actividad lúdica cualquiera... tan a gusto en su primer encuentro con aquello que lo apasionaría tanto desde entonces: el cine; todo gracias a que su madre lo había forzado a que lo acompañara, para obligarlo a socializar y que saliera de la burbuja imaginaria que él mismo había creado entre él y el mundo exterior.

En ese instante, otro perfume lo distrajo. El olor cercano a vainilla de quien se sentara a pocos metros de él, lo trajo de vuelta al presente, a sus temores, a sus anhelos a sus pensamientos de antes y a todo aquello que había dejado momento atrás...

—Cuando faltaba pocos días para el estreno de la película... —Abrió poco a poco los ojos, clavando los suyos en los de aquella chica que tanto adoraba contemplar—. Le decía a mi madre: "¡Por fin las cosas son como debían ser! Episodio uno, Episodio dos, Episodio tres... ¡Tú estabas equivocada, mamá!".

Ella no pudo evitar soltar una carcajada al imaginarse a un pequeño Rodrigo replicando con la joven mujer del retrato. En su mente era un mini petulante intelectual, tal y como lo había conocido por primera vez en Wattpad.

—A mí me hubiera gustado ir. Pero era una bebé entonces.

—Técnicamente ya no eras una bebé... —acotó él casi como acto reflejo, sin poder reprimir sus ganas de siempre corregir a los demás—. En junio de 1999 tenías tres años, ¿sí?

—En realidad, no. Todavía soy menor de edad y...

—¡¿Cómo?! —la interrumpió de inmediato, abriendo grandemente los ojos y con ellos, ante la verdad que yacía frente a sí. 

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