♫ Obsesiones e Incomprensiones ♥

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Nota de la autora:

He leído un par de comentarios en donde me indicaban que no les quedaba nada claro de los últimos capítulos. Al respecto, me tomo la libertad de citar lo que una lectora dijo para que quede todo mejor aclarado:

"Primero: la  conversación de chat del capítulo 24-11-2015

Segundo: la conversación entre Rodrigo y Fabián.

Por último, cuando Aira le responde su mensaje, va a su casa lo atiende de lo enfermo que está, y ocurre su beso."

Esperando que haya quedado todo más claro, los dejo con este capítulo y les deseo Feliz Día de San Valentín :D, no sin antes autoespammearme (xD) y avisarles que subí el viernes una historia corta de nueve capítulos (muy cortos) llamada "Shooting Stardust" ambientada a esta fecha. Para los que gusten de historias románticas, pues los invito a darse una vuelta por mi perfil y chequearla si les interesa :) 

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Rodrigo

—Rodri... ¿puedes decirme cómo era tu ex?

Después de establecer su nuevo estatus, Aira no esperó mucho tiempo para formular la pregunta que ansiaba que fuera respondida por él. Esto era algo que Rodrigo había esperado que lo hiciese, sí. Pero no tan pronto. Y aquello lo dejó tan desencajado que su rostro, usualmente inexpresivo, fue un espejo de la confusión de su alma en ese instante...

—¿Mi...? ¿Mi ex? —dijo al tiempo que se rascaba el cuello.

Ella asintió.

—Bueno...

Elevó la mirada hacia el techo. Sus ojos se toparon con el color de aquel y con una frase que le traía viejos recuerdos de su amor pasado, el cual quería enterrar, pero que le era imposible debido a la insistencia de Aira. Así que optó por devolver la pregunta con otra, como era lo usual que solía hacer en este tipo de situaciones:

—¿Debo contestar a esto?

—Claro —dijo ella cogiéndolo de ambas manos, en un gesto que en una situación normal transmitiría apoyo a una persona, pero que a él le provocaba incomodidad.

Rápidamente, retiró sus manos de las de Aira y se rascó detrás de las orejas.

—¿Qué es lo que quieres saber de ella?

—Bien... ¿Cómo es físicamente? —le interpeló con el ceño fruncido muy segura de sí.

—Bueno... —Tragó saliva—. Medía... —Ladeó la cabeza—. No la he visto hace años. Pero cuando tenía diecisiete medía 1.72. La última vez que me informó de su peso era de 56 kilogramos. Su presión entonces era baja, de 10 si no me he olvidado. Pero tomando en cuenta su edad actual, pues su masa corporal debe de ser...

Y así continuó hablando de cómo una vez, cuando paseaban por un centro comercial cerca a su casa, ella optó por pesarse en una balanza electrónica. Esta era de las que entregaban un ticket e informaban de la presión, el índice de masa corporal y demás basados en el peso, el sexo y la edad de quien se sometía a su evaluación. A Aira le pareció alucinante que se acordara con tantos detalles de estas cosas a pesar de haber transcurrido varios años, y así se lo hizo saber.

—Bueno, me preguntaste cómo es físicamente. Y yo traté de hacerme una imagen aproximada de cómo sería ahora.

Ella hizo una mueca.

—¿Y era bonita?

—Sí —dijo sin rodeos.

—¿Era como una típica pituca?

—¿Eh?

—¡Las pitucas! Esas que hablan como si tuvieran una papa en la boca, son rubias, de ojos claros, con la nariz alzada... —Hizo un gesto de desaire, elevando su nariz y observándolo de reojo—. Como si todo les apestara... ¡Ay fo!

—¿Ay fo? —preguntó arrugando la ceja.

Aira meneó la cabeza.

—Será por tu Asperger o porque en el fondo eres un amor de persona. —Ella volvió a cogerle de la mano, provocándole que se sintiera intimidado de nuevo, sin saber qué hacer o decir—. O por lo que sea, pero eres muy sencillo, y eso me gusta de ti. Y tu forma de hablar no es como la de un pituco, a pesar de que sé que tu familia tiene dinero.

—Un psicólogo me dijo que el tono de voz con el que solemos hablar los Aspie suele ser distinto del resto —afirmó para después retirar su mano de la de ella.

—¿Te molesta que te agarre de la mano? —preguntó en un tono de voz de enfado.

—Sí. ¡Te sudan mucho las manos! —dijo sin tapujos.

—Ok —dijo alejándose de él y alzando sus manos a la altura de su rostro, como si fuera una señal de "STOP"—. Ya capté el mensaje.

Ambos se quedaron sin saber qué decir o hacer. Rodrigo volvió a elevar su mirada al techo y lo que decía en él, le trajo recuerdos de una situación por la que había pasado años atrás...

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—Quiero que seas mi enamorado. ¿Me aceptas?

Una chica de piel morena lo tenía acorralado en la pared, literalmente hablando. Toda la fiesta de primavera del colegio había clavado sus ojos en él. Y cuando lo vio solo en los pasillos, le había preguntado si tenía tiempo para hablar con él. Sin embargo, luego de hacerle su propuesta, Rodrigo optó por rechazarla de inmediato.

—No quiero. No eres compatible con mis gustos de hombre —dijo sin tapujos.

—¿Compatible? —preguntó con una mueca y moviendo la cabeza.

—Sí —contestó sin rodeos—. No me veo atraído por ti ni física ni socialmente.

Ella arrugó la frente.

—Y lo dices así... —El tono de su voz se quebró—. Sin más... ¿Sin siquiera decir lo siento o discúlpame por no corresponderte?

La chica tenía los ojos brillosos al ser rechazada. Pero esto no parecía causar el menor efecto en él.

—¿Por qué debo disculparme? No me atraes, por eso no puedo ser tu enamorado. Eso es todo —dijo encogiéndose de hombros para luego darle la espalda y querer proseguir con su camino. No obstante, ella lo detuvo.

—Pero, Rodrigo...

Lo cogió de la mano, pero él se zafó de su agarre espantado.

—¡¿Qué haces?! ¡Suéltame!

—¡Eres un patán! —exclamó la chica llorando.

Al ver cómo las lágrimas bajaban por sus mejillas, algo dentro de él se encendió. Recordó cómo su madre le había enseñado tiempo atrás que, si veía a alguien llorar, esta persona debía estar pasando por algo malo, por lo que merecía ser consolada, abrazada y tranquilizada. Quiso ir donde la chica para lograr su cometido, pero ella se soltó de su agarre para luego afirmar:

—Me habían dicho que eras el bicho raro de nuestro salón y que estaba loca por fijarme en ti, y no les quise creer. Pero no eres raro... ¡Eres un insensible patán! —gritó para luego salir corriendo por los pasillos.

Rodrigo se quedó ahí sin saber qué hacer. Transcurridos varios minutos, en los que trató de recordar las enseñanzas de su madre y de su psicólogo, concluyó que ninguno de ellos le había aconsejado cómo reaccionar frente a una declaración de amor que no podía ser correspondida.

De esta manera, con las manos en los bolsillos y todavía absorto por sus pensamientos, siguió caminando por los pasadizos para alejarse cada vez más de la música que sonaba por la fiesta de la primavera. Quería alejarse de la muchedumbre, el bullicio y el gentío. No se sentía a gusto en medio de la gente y de las reuniones sociales. Si había asistido a esa festividad era porque así lo había obligado su tutor, cuando le había consultado si podía faltar.

‹‹Debes esforzarte por socializar. Es una orden. Sino sacarás un reprobatorio por inasistencia. ¿Te quedó claro, Estremadoyro?››

Todavía sonaban las palabras de su tutor en su cabeza, como si fueran un lastre imposible de asimilar. Pero esto era mejor a la ansiedad que le provocaba el solo imaginarse sacar un desaprobatorio en su inmaculado récord de buenas notas.

Sin embargo, mientras caminaba y veía su reloj, por enésima vez, para ver cuánto faltaba para que tocara el timbre que indicara la hora de salida, algo lo interrumpió. A lo lejos, podía oír un quejido.

Al principio no le hizo mucho caso y prosiguió con su camino. Sin embargo, como le entraron ganas de orinar y el baño de hombres estaba al lado del salón de donde parecía provenir ese sonido, no pudo evitar observar por las ventanas lo que ocurría en su interior.

Una joven de pelo largo castaño lloraba desconsoladamente, mientras rompía decenas de fotografías y hojas de un cuaderno.

—¡Maldito desgraciado! ¿Por quién me has tomado? ¡Cómo te atreves a hablar así de mí al...!

Cuando se dio cuenta de que era espiada, volteó en dirección de él y le preguntó desafiante:

—¿Qué miras?

—A ti.

Ella pareció soltar un esbozo de sonrisa. Luego le dio la espalda y se sentó junto a una carpeta.

—¿Has venido para burlarte de mí como los demás? —dijo sin dirigirle la mirada—. Sé que no tengo buena fama, pero también tengo sentimientos, ¿ok?

—¿Por qué me burlaría de ti? No estás haciendo nada gracioso. Todo lo contrario. Estás llorando y eso no es bueno.

La chica sonrió y volteó para contemplarlo.

—¿No estás al tanto de todo lo que se habla de mí, entonces? —dijo apoyando su cabeza en su brazo.

—Bueno... —Hizo una pausa—. Sé que eres Schemankewitz, de la clase B, del salón del pasadizo, frente al mío. Coincidimos en las clases de inglés y de alemán en el primer año. De ahí no he vuelto a coincidir contigo. Supongo que, porque al clasificar a los alumnos en los siguientes años, no se han dado las circunstancias necesarias.

Él formuló una teoría de por qué, entre casi trescientos cincuenta alumnos de su año, ellos no habrían coincidido nunca más en una clase de idiomas. Lo atribuyó a que quizás, por sus orígenes, pues él había decidido llevar cursos de italiano y de inglés, ya no de alemán, cosa que ella sí.

La muchacha sonrió al escucharlo hablar y afirmó:

—Tienes razón. Desde el primer año llevo cursos de alemán.

Él acortó la distancia que había entre ambos y le ofreció un pañuelo.

—¿Para qué me das esto?

—Para que te seques las lágrimas. Todavía tienes restos de lágrimas en tus mejillas...

—Gracias —mencionó al tiempo que cogía el pañuelo y se limpiaba la cara.

—No me gusta ver llorar a las personas... —dijo Rodrigo frunciendo las cejas—. Me enseñaron que... cuando alguien llora es... porque está sufriendo. Y sufrir es malo.

—Así es. Sufrir es malo.

La chica sonrió mientras lo contemplaba y movía la cabeza. Esto lo intimidó bastante al tiempo que él se alejó y desvió la mirada. Ella se dio cuenta de eso y trató de relajar el ambiente:

—Eres bastante peculiar, ¿sabes? Todo un caballero. No se conocen muchos chicos como tú en la actualidad.

Se encogió de hombros.

—¿Puedo saber cómo te llamas?

—Rodrigo.

—¿Y a qué clase vas?

—A la "A".

—La de los "cerebritos" —dijo sonriendo pícaramente.

—Se me da bien estudiar. Estoy en el cuadro de honor desde el primer año de primaria. Nunca he sacado un desaprobado.

—Ohhh... Eres todo un estudiante modelo, entonces.

—Así es.

Ella soltó una carcajada, provocando su atención y que elevara su vista para contemplarla mejor.

Tenía una gran sonrisa en su rostro, que le pareció increíble que momentos antes hubiera estado tan triste. Su mirada era tan vivaracha, que por un momento le recordó a la vitalidad que había tenido su madre antes de que cayera bajo los garras de la depresión. Y al quedársele tan absorto contemplándole, por alguna razón desconocida, se le calentaron las mejillas, provocando que bajara la mirada de vergüenza.

Tiempo después, la chica que respondía al nombre de Noelia, coincidiría con Rodrigo en los pasadizos, saludándole de lejos y poco más. También, en ese tiempo, se dio cuenta de que le gustaba observarla de lejos y que quería conocerla un poco más. Pero, al no saber cómo interactuar con alguien del sexo femenino que le gustara, no encontraba la manera de dar el primer paso sin que eso lo hiciese ver como un acosador, como le había pasado tiempo atrás; cuando en su primer año, le había gustado una de sus compañeras, a la que, como le gustaba contemplarla, había seguido todos los días en su camino de regreso a casa, llevándose una reprimenda por parte de sus profesores y de sus padres. No obstante, para su buena suerte, al año siguiente de conocer a Noelia sería clasificado en su misma aula, teniendo la oportunidad de hacerse más cercanos y a posteriori, enamorados.

Con el transcurso del tiempo, con ella aprendería todo lo que sabía relacionado al ámbito amoroso, aunque no del modo adecuado. ‹‹Muy rápido›› como concluiría años después. No obstante, había algunas enseñanzas que Noelia le había dejado y que ahora le servirían para tratar de salvar su situación actual.

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‹‹¿No te gusta que te toque de las manos?››

‹‹No››

‹‹Pero cuando estás de pareja con alguien es algo que se suele hacer››

‹‹¿En serio?››

—Aira —dijo al tiempo que la miraba.

Luego de aquel momento incómodo, ella se hallaba parada contemplando absorta la habitación. En especial, los pósteres de las películas clásicas de terror como "El exorcista", "Halloween", "Pesadilla en Elm St 1", que decoraban las paredes de su cuarto capturaron poderosamente su atención.

—Dime.

—Si quieres... —Pasó saliva—. Si quieres... luego de secarte, me puedes agarrar de la mano.... y...

—¿Cómo?

Aira

Después de escuchar cómo Rodrigo le explicaba que no le gustaba el contacto con la piel sudorosa con otras personas —en general el contacto con nadie en especial, pero con Aira hacía una excepción por ser ella—, se quedó en shock. No obstante, se sintió en cierto modo halagada cuando él le explicó que, ahora que eran éteres no-novios, pues trataría de hacerse a la idea de que ella podía tomarse ciertas libertades con él como abrazarlo, tocarlo y agarrarle de la mano (previa limpieza de sus sudorosas manos).

—Va a ser difícil... —dijo con una mueca—. Me sudan mucho las manos, ¿sabes?

En ese instante, sus ojos se toparon con un par de estantes en donde se hallaban sus libros. Estos se encontraban apilados en un orden que le hizo sonreír de curiosidad.

—¿Están clasificados por color? —señaló al tiempo que cogía unos de una enciclopedia.

Él asintió.

—Cada pila comienza por el color neutro, de izquierda a derecha. Desde el color negro hasta pasar por el gris, marrón, de ahí a los colores cálidos y terminar por el blanco, que junto al negro es el color neutro por excelencia.

—Vaya. —Abrió el libro que tenía entre manos. Este era el segundo tomo de una serie de Historia Universal y hablaba sobre la cultura griega.

—Mi madre me enseñó hace tiempo que a veces los colores son usados para expresar emociones en la literatura.

—¿Y en honor a eso ordenas tus libros?

—Puede que sí... —Se encogió de hombros—. No lo sé.

—Ya veo —dijo para luego cerrar el libro y ponerlo de vuelta al estante. Pero fue detenida por Rodrigo antes de lograr su cometido.

—¡No! ¡Ahí no!

—¿Cómo?

—Pónlo en donde lo encontraste, por favor... —señaló al tiempo que se paraba de su cama.

—¡Hey! No te levantes, todavía estás convaleciente... —dijo pero fue interrumpida por Rodrigo.

En menos de un santiamén, él ya le había quitado el libro y lo colocaba meticulosamente en su sitio en la biblioteca, inmaculado, inviolable, a la espera de que ser el receptor de aquel preciado objeto.

Sin decirle nada, el joven le dio la espalda y volvió a la cama, dejándola en un mar de preguntas y dudas, que estaban resumidas en las arrugas de su frente.

—¿No te parece un poco grosero lo que acabas de hacer?

—¿Eh?

—Reaccionaste como si te fuera a quitar el libro o a romperlo o algo parecido... —dijo con una mueca.

—Para nada —afirmó él con su semblante de siempre, inexpresivo y serio a la vez.

—Entonces, ¿por qué reaccionaste así?

—¿Así? ¿Cómo? —volvió a hablar en ese tono de voz tan calmo que la desencajó del todo.

Parecía tan lejano que momentos antes hubiera sido tan gentil con ella al abrazarla y al besarla, que le pareció estar al frente de otra persona en ese instante.

—Nada. No me pasa nada —dijo.

—Ok.

Volvieron a pasar unos segundos. Aira sintió que el hueco de su pecho que había sido llenado antes, ahora volvía a abrirse, minando todas sus fuerzas y obligándola a querer llorar. Pero no lo haría. Su orgullo por sentirse rechazada antes por Rodrigo al querer cogerlo de las manos, sumado a su desdén por aquel libro, le decía que no le demostraría flaqueza alguna.

No obstante, al transcurrir los minutos, en los que se sintió más abandonada que nunca, a la espera de una respuesta de Rodrigo que nunca llegaría, optó por reclamarle de inmediato.

—¿No vas a decirme algo? —se apuró en preguntar.

—¿Qué tengo que decirte?

—No sé... Algo como "¿Estás bien?", "¿Hice algo que te molestara?" o "¿Qué puedo hacer para que estés bien?"

  — ¿Por qué debo preguntarte eso?

— ¡Porque estoy enojada! — dijo ella con un puchero.

—Me dijiste que no te pasaba nada.

—Pero eso no es lo que quise decir.

—¿Ah, no? —preguntó él enarcando la ceja.

—¡No!

Se apuró a sentarse a su lado.

‹‹Dios, ayúdame a tener santa paciencia con él››, pensó al tiempo que recordó lo que había leído en internet de cómo tener éxito al tener una pareja con Asperger.

—Si te digo que "No me pasa nada" es todo lo contrario, ¿ok? —dijo al tiempo que hizo el ademán de querer cogerlo de las manos, pero luego se acordó de lo sucedido y se arrepintió—. Y quiero que seas igual de lindo de preocupado, atento y considerado de cuando me ves llorar.

Él se rasco el cuello en una pose que a Aira la derritió, muriéndose de ganas de abrazarlo y de besarlo, olvidando momentáneamente toda la serie de malentendidos que sucedían. Sin embargo, se mantuvo firme en su decisión. Quería que él se diera cuenta de lo que pasaba, aunque para eso tuviera que remar mucho, pero mucho.

—Entonces, ehhh... —Pasó saliva e hizo un gesto de incomodidad, a la vez que arrugaba la frente—. ¿Cómo era? ¡Ah, sí! —Hizo una pausa—. ¿Estás bien? ¿Hice algo que te molestara? ¿Qué puedo hacer para que estés bien?

Aira meneó la cabeza y soltó una carcajada.

—Dame un beso, tonto.

—¿Eh?

Ella acortó la distancia que tenía con Rodrigo, lo tomó del rostro y del mentón. Y volvieron a besarse, pero ahora con mayor aprehensión, con mayor comprensión y con mayor conexión que antes.

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