♫ Melodías y Ambrosías ♥
Nota de autora:
Ya, el capítulo se llama como la novela xD. No es un error. Léanlo y sabrán por qué. Todo estaba fríamente calculado desde un comienzo :P
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Aira
—¿Aira? —dijo un sorprendido Rodrigo al tiempo que se cogía de la frente con su mano derecha.
—¿Puedo pasar? —preguntó mientras se estrujaba las manos con nerviosismo.
—Claro, adelante —contestó él para luego apartarse del umbral de la puerta y con un gesto de la mano invitarla a pasar.
Ella obedeció.
Ya en el departamento, se sorprendió al ver que al término del pasadizo, antes de dar con la sala, un gran cartel con letras amarillas, que decía "Feliz Año Nuevo", le daba la bienvenida.
—¿Vas a celebrar el fin de año aquí? —preguntó mientras sus ojos escrudriñaban las otras decoraciones que adornaban la sala.
—¿Cómo?
—Me refiero a esto —afirmó indicando con su dedo izquierdo a varias serpentinas amarradas colgaban de las esquinas, así como guirnaldas amarillas de un lado a otro de la pared.
—Ah, no. Es que Milena celebró ayer una fiesta con sus amigos de la academia. Aún no he sacado la decoración, como todavía no es fin de año, pues...
—¿Tu hermana? —lo interrumpió.
Él asintió.
—¿No es un poco anticipado? —añadió Aira.
—Bueno sí, pero cosa de su grupo de amigos. Es que querían un departamento para celebrar ayer y hoy irse de viaje de campamento a Cerro Azul.
—¿A la playa?
—Sí —dijo él encogiéndose de hombros.
‹‹¡Qué genial! Yo también quisiera irme de campamento algún día... ¡Esperen! ¿Dijo que ayer había tenido una fiesta ayer aquí? ¿En su departamento?››, pensó al tiempo que sintió un pequeño ardor en su interior.
—¿O sea que ayer estuviste de juerga? —preguntó enarcando la ceja.
—¿Eh?
—Ayer... hubo mucha gente aquí, ¿no?
—Uhm, no sé, solo el grupo de amigos de mi hermana. Son cinco o seis. El departamento es pequeño, ya ves, así que no creo que mucha gente cupiese aquí. Yo me fui ayer a pasar la noche en la casa de mi amigo Fabián antes de que llegaran, porque... la bulla... el gentío... ¡Argh! ¡No los aguanto!
—Uhm... —dijo no muy convencida mientras todavía no se le iba el ardor que sentía en su estómago.
—Por cierto, ¡qué tonto soy!
Se dirigió rápido a su dormitorio y regresó en un santiamén.
—¡Toma!—agregó Rodrigo con una amplia sonrisa al tiempo que le acercaba una pequeña bolsa—. ¡Feliz cumpleaños!
Ella se quedó boquiabierta.
—¿Y esto? —preguntó mientras abría la bolsa.
En aquella había una pequeña cajita, luego una mediana y otra más grande.
—No sabía qué regalarte; así que, al final, me decidí por los tres. Espero que te gusten.
—Gracias —dijo esbozando una ligera sonrisa para luego volver a abrir la bolsa y ver su contenido.
—Vamos, ábrelos —expresó él con cierto nerviosismo. Ella obedeció de inmediato.
Primero, eligió el regalo más grande, de lo que parecía envolver un libro.
‹‹¿Será uno de poemas?››, se preguntó. Pero, cuando rompió el papel de regalo, lo que tenía frente a sí la dejó muy sorprendida.
Era una pequeña libreta de lomo negro, que a simple vista hubiera pasado como una agenda, de no ser por un pequeño detalle. En aquella, en la parte superior, se hallaban grabadas en letras doradas"Cuaderno para que escribas tus más preciados versos que me suenan a hermosas melodías" mientras que en la parte inferior decía "Aira".
—¡Es preciosa!
La giró para apreciarla mejor. La libreta tenía un grueso lomo de color negro, ochenta hojas finas cuadriculadas aproximadamente, un pequeño bolsillo posterior cerrado en el que podía guardar algunos documentos, una cinta negra que servía como separador, y una liga del mismo color que servía para envolver todo el cuaderno en sí. Pero lo más sorprendente fue lo que sus ojos le confirmaron. Cuando volvió a la parte posterior, su nombre estaba grabado en pequeñas letras de color dorado en la parte inferior de la libreta.
—¿Dónde...? ¿Dónde conseguiste una libreta así?
—Bueno, la libreta es una moleskine.
—¿Molesqué? —dijo arrugando sus cejas.
—Moleskine —refirió Rodrigo—. Es un tipo de libreta con un diseño especial, como puedes ver. Se dice que Ernest Hemingway usaba una de ese tipo para escribir sus novelas. Neil Gaiman, conocido novelista de ciencia ficción, se refiere a ellas en sus anécdotas de su blog. Así que... qué mejor que regalarte una libreta de ese estilo para que plasmes los versos que quieras, ¿no crees?
Ella asintió.
—¡Qué hermoso gesto, Rodri! —Sonrió ampliamente al darse cuenta del detalle que había tenido con ella en buscar algo tan ligado a su gran pasión, la escritura—. Pero, ¿venden libretas con tu nombre? —preguntó arrugando la frente—. Se me hace raro...
—¡Ah, no! —Se rascó la frente—. Esas letras las mandé a poner en una imprenta.
—¿Eh?
—Pensé que... una libreta para escribir unos versos debe tener la personalización adecuada para su dueña, ¿no crees?
Rodrigo hablaba tan serio, como quien no quería la cosa, pero sin ser consciente de la gran conmoción interior que provocaba en la adolescente. Cuando sus ojos se percataron de que los ojos de Aira estaban brillosos, de inmediato, la alarma en él sonó y le preguntó si se encontraba bien.
—Sí. —Asintió lentamente.
—¿En serio? Porque me pareció que querías llorar. ¿Te pasó algo malo?
—No.
—¿De verdad? —preguntó con un gesto de preocupación.
—Sí.
—¿Me lo juras?
—¡Ya deja de atosigarme con preguntas y déjame abrir mi otro regalo! ¿Puedo?
Rodrigo pasó saliva. Se encogió de hombros. Con un gesto de la cabeza y el índice derecho, la animó a abrir la más pequeña de las cajas. Esta mostraba una medalla con un trébol verde de cuatro hojas. Resplandecía un poco cuando la giró.
—Es muy hermoso, gracias —afirmó Aira embelesada mientras seguía contemplando la pequeña joya. Debía de ser muy cara, porque el acabado que tenía era una de muy buen cuidado.
Rodrigo encogió su hombro derecho un poco y esbozó lo que parecía un intento de sonrisa.
—No creo mucho en el destino ni cosas parecidas, pero... —Hizo una breve pausa—. Me has contado que has pasado por cosas muy tristes a pesar de ser tan joven...
Ella ligeramente asintió. Sintió un leve estrujón en su estómago al recordar los terribles sucesos que le acababan de pasar.
—Pero, me gustaría que, a partir de ahora —prosiguió Rodrigo— tu vida cambiara. Quiero que tengas mucha prosperidad, ¿sabes? Se dice que cada hoja representa esperanza, fe, amor y buena suerte. Y es eso lo que me gustaría ayudarte a conseguirlos.
—Gracias, Rodri —dijo muy conmovida.
—¿Te gustó?
—Me encantó —contestó al tiempo que abría el collar—. ¿Me ayudas a ponérmelo, "porfis"?
—¿Puedo? —preguntó algo nervioso. Aira asintió con una sonrisa.
Se acercó algo dubitativo a ella. Pero, cuando vio cómo ella seguía sonriéndole y le mostraba aquellos pequeños hoyos en sus mejillas, se decidió a obedecer a su petición.
Cuando le ayudaba a ponerse el collar, la joven experimentó un pequeño roce de sus manos sobre su piel, transmitiéndole una revolución de mil voltios que puso su corazón a mil por hora. Antes de que él terminara de cerrar la perilla del collar, la adolescente sintió que todo su cuerpo se estremecía y como inercia, se apartó de él, sin percatarse de que su acción produciría una confusión en Rodrigo, quien se preguntó si había hecho algo malo. De esta manera, decidió sugerirle que abriera el tercer regalo para después, cuando regresara a su casa.
—¿Por qué? —le preguntó enarcando la ceja.
—No sé si me adelanté al comprártelo —dijo pasando saliva—. Es más, no sé si en este tipo de situaciones deba abrazarte, cogerte de la mano o darte un beso, pero... —Hizo una pausa desviándole la mirada al suelo—. Dado que es el primer cumpleaños que pasamos juntos y no sé en qué situación está nuestra relación luego del otro día... pues... yo...
Volvió a hacer pausa al tiempo que su mirada volvía a la de ella, provocando que se encendieran sus mejillas, dejándola a Aira más aturdida que antes. Luego se cubrió la boca con la mano, desvió la mirada brevemente para luego volver a ella.
—¡Feliz cumpleaños! —añadió para después alzar su brazo derecho en dirección a su hombro, pero todavía indeciso sobre qué hacer.
Ella se rió al ver que Rodrigo no ataba ni desataba nada.
—Con que me abraces está bien.
Al oír su respuesta, él sonrió con nerviosismo. Luego se acercó hacia donde estaba Aira para abrazarla.
Al sentir el leve toque de sus brazos sobre los de su piel, cientos de descargas eléctricas se transmitían a la velocidad de la luz en todo su ser. Se sintió tan complacida, tan bendecida, tan querida, que quiso intensificar esta sublime ambrosía sobre sí, sobre aquello que solo Rodrigo le era capaz de prodigar:
—Abrázame muy fuerte, porfa —le dijo en un susurro, cuando sus respiraciones estaban a punto de chocar, a punto de tocar, a punto de explotar...
—¿Un abrazo del oso como sueles decir? —preguntó temeroso.
La joven asintió al tiempo que esbozaba una pequeña sonrisa.
—Pero no sé si sea adecuado —continuó—, todavía no me queda claro si es que seguimos siendo enamorados luego de esta tarde. Sé que te decepcioné mucho y que debes estar dolida. Quería pedirte perdón en persona... Yo... Yo...
—¡Calla! —lo interrumpió—. Ahora solo necesito que me abraces y que me cuides, por favor.
En ese instante, cuando las lágrimas que habían parecido irse camino a su departamento, aparecieron otra vez, pero ahora cayendo sobre la camiseta de Rodrigo, este se terminó por convencer que, en efecto, algo marchaba mal. De inmediato, se encendieron las alertas en él y la abordó con preguntas sobre lo que le sucedía.
Rodrigo
Luego de que ella se calmara y le contara lo ocurrido acerca de las semanas en las que no se habían visto, cambiando el detalle de que había repetido quinto grado en lugar de cuarto de secundaria y el que descargara su madre en ella toda su frustración a base de golpes, él puso una cara de asombro para posterior espanto. Le parecía imposible que toda aquella serie de desgracias podrían ocurrirle a alguien tan joven. Se preguntó si era que Aira simplemente había nacido con mala suerte o qué diablos. Nunca había creído en las cosas del destino o en los juegos del azar. Siempre había sido de la idea de que cada uno se forjaba el destino. No obstante, ante lo ocurrido, se preguntó si no había sido adivino en querer regalarle algo que simbolizara su deseo de que hubiera un cambio en la vida de aquella muchacha a la que tanto quería... un cambio de felicidad... un cambio de prosperidad...
—Yo... no sé qué decir —dijo cabizbajo y arrugando la frente.
—Yo sí.
—¿Eh? —Levantó su vista hacia ella.
—Perdóname, por favor —afirmó al tiempo que sus lágrimas volvían a caer por sus mejillas.
—Aira...
—Es cierto que me decepcionaste mucho y estaba muy dolida... muy confundida... Lloré mucho esa tarde y las siguientes, ¿sabes?
Ella se empezó a limpiar sus lágrimas con su mano derecha.
—Lo sé... lo sé... Yo... yo...
Percibía un gran ardor en su interior, aunque su gesto tan serio e inexpresivo no fuera capaz de transmitir todo el tormento y vergüenza que lo aquejaban en ese instante. Se sentía como una estatua que solo balbuceaba palabras, como un ser autómata que no podía transmitir el gran pesar que tenía sobre sí al saberse el causante de la gran decepción y dolor de ella. Quería demostrarle que estaba tan profundamente agradecido por su perdón, que le hubiera gustado tener la locuacidad verbal al igual que su capacidad para escribir para transmitirle todo su sentir, pero le era imposible. Tanta era la culpa por el bochorno que había pasado por su plagio y el saberse el causante del dolor y confusión que había ocasionado en ella, que no le permitían ser capaz de expresar en palabras todo el arrepentimiento, y sin darse cuenta, del amor que en su interior por ella experimentaba.
Al contrario de él, Aira era tan expresiva, que no se cortó en detalles al hablar y decirle que lo perdonaba, que lo había extrañado, y que le había hecho tan en falta durante los momentos críticos que había pasado, a pesar de que su sollozar y su respiración entrecortada por momentos le provocaban pausas.
—Creo que en parte fui muy egoísta, ¿sabes?
—Aira...
—Sé que te equivocaste. Y a pesar de que te traté mal al dejarte botado esa tarde, me tuviste la paciencia suficiente cuando te pedí tiempo. —Hizo una pausa—. Ahora te portas tan lindo conmigo, tienes unos gestos que me conmueven tanto y lo comparo con el trato que te he dado... —Respiró profundo—. Que yo... que yo... me pregunto... me pregunto... ¿qué diablos hice para merecerme todo esto que tú me das?
Quiso continuar hablando, pero ya no pudo más. Su sollozar era de tal intensidad, que le provocaba grandes dificultades para incluso respirar.
Él, de inmediato, se dirigió a su baño y al regresar, le alcanzó un pañuelo rosa que le había prestado semanas atrás, con las iniciales S.V. de su madre. Aira lo tomó y siguió limpiándose el rostro, mientras trataba de regular su respiración para tranquilizarse.
Al contemplarla sufrir de esa manera, le parecía un cachorrito abandonado que necesitaba de su protección y cariño. Cuidar de un ser indefenso, cualquiera lo podría hacer. Quizá en un primer instante, esta sensación podría compararse con la generosidad y caridad que cualquier persona de bondadoso corazón como él podría experimentar, por supuesto. Pero, había algo más.
Cuando la observaba, empezó a recordar la conexión que había sentido con ella al leer por primera vez sus versos, cuando estos retumbaban armoniosamente en su interior, en una conjunción inexplicable que eran capaces de transformar en versos lo que él no había sido capaz de plasmar por escrito durante años... la tristeza... la soledad... el miedo... la ansiedad... pero sobre todo, el deseo de buscar y conseguir la felicidad. Aira significaba para él la poesía que creyó que le había sido esquiva por su incapacidad de expresar sus emociones de la manera adecuada debido a su Asperger. Pero ahora, gracias a ella, no solo era capaz de escribir versos por primera vez en su poemario llamado "Treinta poemas a ti". En ese instante, una serie de palabras conexas y musicales comenzaron a invadir en su mente, como un ataque grande de inspiración que nunca antes había experimentado. Palabras transformadas en versos con una sonoridad sin igual, formando una melodía que le pareció la más bella que había escuchado alguna vez en su interior. Y era que, en ese momento se dio cuenta de lo que Aira había significado para él durante todo este tiempo: la más hermosa poesía, sino melodía, que alguna vez había escuchado en su vida.
Y era que Aira significaba esto y mucho más que él, ya que tenía lo que él consideraba que le faltaba y que, hermosamente lo complementaba: la capacidad de poder hablar sin temores lo que pensaba, una transparencia para expresar lo que sentía, una locuacidad infinita, una habilidad innata para encontrarle a lo cotidiano cualquier absurdo, hacer bromas hasta de cualquier tontería, pero sobre todo... la capacidad para generar poesía de la nada. Y era que ella era eso para él, su complemento, su poesía, ahora convertida en la más preciosa melodía que siempre había yacido en su interior.
Como una verdad que siempre había tenido frente a sí, pero cuyos temores y dudas le habían impedido manifestar, se dio cuenta de que, ahora sí, tenía la seguridad para expresarle en palabras lo que nunca antes se había permitido. Pero, cuando iba a hacerlo, ella lo interrumpió:
—Me preguntaste que no sabías qué tipo de relación teníamos ahora, ¿no?
—Sí.
—Quiero que... —Hizo una pausa. Agachó la cabeza y luego la levantó. Sus mejillas estaban tan rojas, que a Rodrigo le pareció muy hermosa con ese color natural en su rostro—. Quiero que... sigamos siendo enamorados —dijo casi en un susurro.
—¿En serio? —preguntó para luego iluminársele el rostro de alegría. Ella asintió.
—¿Sonará muy atrevido si te pido que me des un beso de cumpleaños? —dijo cabizbaja al tiempo que jugaba moviendo sus pies y pisandose el uno al otro, y estrujaba sus manos con nerviosismo—. Me gustaría que todo fuera como antes, ¿sabes? Antes de cuando decidiste que estuviéramos un poco distanciados por mi edad.
Tragó saliva al darse cuenta de a qué se refería.
—¿Será prudente hacerlo? Todavía eres menor de edad y yo...
—Lo sé, dijiste que querías actuar con cautela y lo entiendo. ¡Claro que lo entiendo! Pero...
Ella levantó la vista para encararlo, sorprendiéndole a él su decisión y valentía.
—Es mi cumpleaños, ¿ok? —añadió—. Me he sentido tan triste estos días, porque todo me ha ido mal, tan mal que no sé qué haré con mi vida. Lo de mi colegio... mi abuelita... ¡Todo me salió mal! —Una pequeña lágrima caía por su mejilla izquierda—. Pero yo... yo... —Respiró con dificultad—. Mi madre no me quiere, ¡nunca me ha querido! Si mi abuelita se muere...
—No digas eso, ¡por Dios!
—¡Los doctores no me dan esperanzas hasta ahora! Ya te conté que sigue en cuidados intensivos.
—Pero debes confiar en que todo irá bien.
—¡No me quiero hacer falsas esperanzas! Igual, si ella se sana, volveré con mi mamá. ¡Y no voy a tener escapatoria! Vivir con ella es un infierno, ¿ok?
—Aira...
—¡Solo sé que soy feliz a tu lado! Solo a tu lado...
Lo miró tan fijamente, que se sintió intimidado, que tuvo que desviarle su mirada por unos breves segundos.
—Por eso quiero que volvamos a ser enamorados —prosiguió—. Quiero que me hagas sentir feliz y protegida por ti, que me hagas feliz porque me siento importante para ti.
—Pero podemos seguir viéndonos como antes. —La encaró—. Solo esperar hasta el momento adecuado.
—¿Tal y como lo has venido haciendo antes de que nos peleáramos en el parque? —preguntó frunciendo el ceño.
—Aira, yo... tú...
—¿Viéndonos una vez a la semana o dos quizá, y alejados como si fuéramos dos simples conocidos y ya?
—Bueno, sí.
—No es suficiente, Rodrigo —dijo acercándose hacia el joven y tomándole de las manos.
Él abrió ampliamente sus ojos. Era la primera vez que recordaba que lo hubiera llamado por su nombre completo.
—No lo es para mí —añadió—. ¡Es mi cumpleaños! Solo por hoy, te lo pido, por favor... —dijo mirándolo con una necesidad tal, mezcladas por sus lágrimas de tristeza y sus ansias de felicidad, que esa chica a la que antes llamaba "Ansiass", ahora representaba a la perfección el título del poemario que le había leído por primera vez, y que le había permitido conocer y enamorarse de su alma y de su ser. Todo esto fue suficiente para derribar las barreras que se había prometido construir—. Por favor, ¿me puedes besar como antes?
No lo dudó ni un segundo.
En un instante, la había atraído tan fuerte hacia sí como si siempre hubieran sido los dos un único ser. En un instante, le prodigó caricias que parecían estar destinadas a nunca ceder. En un instante, la besó y la tocó como si ella hubiera sido la mujer que había estado esperando durante tanto tiempo tener... para apoyarse... para cuidarse... para complementarse, pero sobre todo, para amarse.
Por ahí, en algunos segundos cruzaba por su mente la preocupación de su todavía minoría de edad.
‹‹Diecisiete años tampoco es que sean tan peligrosos, ¿no?››, se dijo al recordar lo que había leído en algún tratado de norma jurídica de su padre. ‹‹Si solo cedo por hoy, no creo que pase nada malo. Al fin y al cabo es su cumpleaños, ¿sí?››, se respondió mientras sus manos tocaban en zonas donde hacía semanas no habían estado. ‹‹Después de lo de hoy, le dejaré claro que esto ya no puede volver a pasar, ¿ok?››, pensó cuando su mirada se perdía en las pecas de su expuesto escote. Pero, lo que en esos instantes avistaron, detuvieron toda la magia que se había estado desarrollando entre ambos.
—¡¿Qué es esto?! —preguntó asustado.
Al lado del comienzo de su pecho derecho, podía verse un gran moretón de color morado, producto de la golpiza de la madre de Aira a su hija. Recordó que había visto otros dos pequeños moretones detrás del lado izquierdo de su cuello. No le había querido dar mucha importancia a ellos debido a la calentura que tenía consigo en un principio. Pero, ahora todo parecía cobrar sentido, un terrible y cruel sentido, más cuando una avergonzada y nerviosa muchacha le confirmó sus sospechas.
Rodrigo no pudo evitar sentir rabia por una persona a la que nunca había visto en persona, pero la cual, desde lo más profundo de su ser, despertaba aborrecimiento, indignación, pero sobre todo, rencor. ¿Cómo era posible que ya no solo le produjera daño psicológico a su hija, al echarle la culpa por la muerte de su padre, ahora también le producía daño físico por lo de su abuela? Simplemente no lo comprendía.
Quiso decir algo para menguar el evidente dolor y vergüenza que era palpable en las palabras de la adolescente, pero solo pudo apretar sus puños y mascullar los dientes de rabia y frustración.
¿Podría haber cambiado en algo su suerte si era que él hubiera estado a su lado esos días en los que habían estado alejados? ¿Podría haber sido capaz de defenderla de su madre? ¿Podría haber impedido que Aira sufriera lo inimaginable?
Concluyó que no. Ella todavía estaba bajo el cuidado de su madre; lo que significaba que, con o sin él, debía vivir bajo el mismo techo de esa persona que tanto la había maltratado.
Por ahí se le había cruzado por su mente decirle que se fuera a vivir con él, mientras pensaban qué hacer. Sin embargo, no podía. Ella todavía era menor de edad e irse a vivir con un conocido sin el consentimiento de sus padres, por muy enamorado suyo que fuera, implicaba que Rodrigo podría meterse en problemas legales. Quizá podría denunciar a la madre de Aira en la comisaría más cercana por violencia familiar. Su papá era abogado y podría instruirlo en los pasos a seguir. Pero, cuando llegó a esta conclusión, se dio cuenta de que, lo que vendría a continuación, no era tan fácil como pensaba. Otra vez su minoría de edad era una gran desventaja. Si no encontraban otro pariente responsable que se pudiese hacer cargo de ella, lo más probable era que fuera llevada a un centro de tutela de menores, y la vida en un lugar de estos no era muy recomendable. Si bien tenía la esperanza de que pudiera ser bien atendida en un lugar de esos, eso significaría que estarían distanciados hasta que ella cumpliera la mayoría de edad, solo visitas los fines de semana quizá. Aunque, si lo pensaba mejor, una situación de este tipo era lo mejor en un caso tan extremo como este.
Le preguntó si tenía algún tío o familiar cercano que supiese que pudiera hacerse cargo de ella. Aira le dijo que su madre era hija única. Por un lado, a su familia paterna nunca la había frecuentado y desconocía si tenía parientes del lado de su papá que vivieran en la capital. Por otro lado, el resto de su familia materna se encontraba en provincia.
Esta respuesta solo provocó desazón en Rodrigo, temiendo que su internamiento en un centro para menores sería su única salida ante el maltrato de su madre. Pero, cuando Aira recordó que una hermana de su abuelita, de nombre Yolanda, había sido muy bondadosa con ella las veces que había ido a visitarla, su esperanza volvió.
—Lo malo es que ella vive bien lejos, ¿sabes? Casi por Chosica. Es por eso que muy poco he ido a visitarla. He tenido que tomar hasta tres líneas de micros a veces. Pero, ahora por fiestas está en provincia, visitando a uno de sus hijos. Y cuando se enteró de lo mi abuelita, lloró por teléfono y me dijo que, ni bien cuando regresara, iría a verla.
—No importa —dijo esperanzado—. Pero, ¿es alguien de confiar?
—Sí. Es tan buena como mi abuela.
—¿Y crees que podría hacerse cargo de ti hasta que fueras mayor de edad?
—No sé. Sería cuestión de preguntarle. Pero creo que sí... supongo... no sé. Ella es viuda y tiene dos hijos. Uno vive en Estados Unidos y el otro en provincia, en Huancayo, en donde está ahora.
—Sería cuestión de intentar... —Hizo una pausa—. Pero, ¿qué será de ti hasta que tu tía regrese? Si tu madre vuelve a hacerte algo como esto, juro que no respondo. ¡Mañana mismo te saco de tu casa para denunciarla en la comisaría! —dijo alzando la voz.
Se separó de ella y le dio la espalda. Apretó sus puños con tanta fuerza, que se sorprendió por toda la rabia que lo consumía por dentro. Tenía ganas de tener a la madre de Aira frente a sí para molerla a golpes y devolverle el daño que le había hecho; mas, recordó la terapia de respiración que había recibido en su tratamiento de depresión, para aprender a manejar su ira cuando le había contado a su psicóloga de la vez que había reaccionado cuando había visto a Noelia en los brazos de otro en su colegio.
—¿Y si me quedo a vivir contigo por mientras? —dijo la joven colocándose frente a él y sonriéndole de manera traviesa.
—¿Ahhh? —preguntó espantado.
—¿No es una buena idea?
—No, Aira, no —respondió con el rostro desencajado.
—¿Por qué no?
—¡Te recuerdo que eres todavía menor de edad!
—Pero es mi cumpleaños... —Hizo un puchero.
—¡Tú estás loca!
—Sí, pero por ti.
Acortó la distancia que los separaba. Levantó sus pies para estar a su altura. Cogió su mentón con sus manos y lo observó de manera fija y penetrante.
—Estoy loca de amor por ti, ¿sabes? Te quiero mucho.
En ese momento, al escuchar aquellas palabras sinceras, que tenía la certeza de que salían de lo más profundo del corazón de la muchacha, algo dentro de él se removió. Volvió a experimentar el deseo de ser franco en sus sentimientos con ella, tal y como Aira lo había sido con él. Sin embargo, cuando quiso hacerlo, otra vez lo interrumpió:
—Te quiero mucho, Rodrigo, mi éter no novio, mi lindo corrector de celular, mi niño que plagia poemas, mi ahora de nuevo enamorado, o como quieras llamarlo. Solo sé que te quiero como nunca he querido a nadie en mi vida, ¿ok? —dijo bastante sonrojada—. Y quiero quedarme contigo hasta que se vea qué hacer. ¿Puedo?
La adolescente agachó su cabeza a un lado por la pena que la embargaba, provocando que la mirada del joven se topara con su escote. De inmediato, volvieron a encenderse en él todas aquellas ansias por ella que lo habían dominado minutos antes y se dejó llevar por ellas, pero ahora con mayor intensidad...
Aira
En sus brazos, ella no pensaba. En sus besos, ella no razonaba. En sus caricias, ella solo se sentía protegida, pero lo más importante, ¡por fin amada! Y al experimentar esta sublime sensación, con la consiguiente desaparición total de sus penas y desdichas, se preguntó si había algún límite de aquella dicha sin igual.
Cada leve toque de la piel de Rodrigo sobre la suya significa la gloria misma. Cuando sus besos bordeaban su cuello, sus pechos y el comienzo de su cintura, para luego mezclarse con la suavidad de sus dedos en otras partes de su cuerpo, el estremecimiento que percibían su alma y su ser era de tal magnitud que significa para ella la felicidad misma. Todo era tan perfecto... todo era tan sincero... todo era tan placentero... Todo era el cielo eterno.
Había leído alguna vez por internet que "ambrosía" significaba alimento de los dioses inmortales, según las mitologías antiguas. Y, de ser cierto, se preguntó si aquellas se referían a momentos tan sublimes como estos. Si para los dioses, la "ambrosía" había significado un manjar exquisito tal cual, probar de los besos y caricias de Rodrigo podrían tener un significado similar.
Cada vez que lo escuchaba por el celular hablar, algo dentro de ella se encendía. Cada vez que le leía algún mensaje enviar, algo dentro de ella se prendía. Cada vez que recordaba haberlo visto sonreír... haberlo visto sonrojarse... preocuparse... interesarse, pero sobre todo, quererle, como ahora lo estaba haciendo en ese preciso instante, algo dentro de ella nacía... una semilla de un hermoso sentimiento que quizá se estaba transformando en algo más. Algo que provocaba que se pusiera nerviosa en ocasiones, tartamudeara o hablara lento en otras, que sintiera la imperiosa de verle, en otras el temor de perderlo, que quisiera estar a su lado en un dulce y sublime momento para la eternidad... Era amor.
Si de verdad la ambrosía significaba el alimento para los dioses inmortales, ahora lo confirmaba. Él era la inmortal ambrosía que tanto había necesitado y ansiado, su felicidad misma.
En un momento en el que sus bocas se separaron para regularizar sus respiraciones, siendo evidente para ella que Rodrigo quería parar aquella hermosa dicha que le prodigaba cuando se separó de su lado al otro lado de su cama, se sorprendió a sí misma diciéndole las siguientes palabras:
—¿Y si no nos detenemos?
******
Anotaciones finales
Me han preguntado cuánto falta para el final. Sin contar este, tres capítulos y el epílogo. No adelantaré más.
Ya estamos en el ecuador de la historia y me emociono mucho al leer sus bellos comentarios.. Gracias por su paciencia, apoyo y leerme.
Un abrazo inmenso <3
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