♫ Enseñanzas y descubrimientos ♥
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Aira
—Bueno, ya estoy aquí... ¿y ahora qué?
Aira se encontraba en una banca del paradero de buses a pocos metros de la entrada al campus universitario. Se estrujaba nerviosa las manos, mientras aspiraba profundamente. Quería darse ánimo para su segundo encuentro con Rodrigo y, en esta ocasión, no quería hacerlo esperar, por lo que había acudido con anticipación a su cita pactada.
El cruce de las avenidas 28 de Julio y Universitaria era uno sin mucho tráfico a esa hora si se comparaba al de otras avenidas céntricas de los alrededores. Los carros se encontraban uniformemente alineados esperando el cambio de luz y respetando el cruce peatonal de una de ellas, algo poco usual para la ciudad. El cobrador de uno de los buses, vestido con descuido y con voz escandalosa, se encontraba llamando a los estudiantes que salían del campus para invitarlos a subir a su línea:
-¡Toda La Marina, todo Pershing, todo Javier Prado!
Ella lo miró con desgano y resopló con resignación. Si había algo que no le gustaba de su ciudad era el desorden que los mismos trabajadores de líneas de transporte provocaban.
"Es obvio que esos son sus destinos. Si lo tienen escritos a los costados, ¡por Dios!" pensó a la vez que menaba la cabeza.
-Suba, señorita, suba. Está vacío -añadió el cobrador invitándola a subir al bus con un gesto del brazo. Aira enarcó una ceja al ver lo lleno que estaba el micro. ¡Ahí no cabía ni una persona más!
-Seguro. Al fondo hay sitio, ¿no? -preguntó sonriendo ampliamente.
-Ah, "cachosa" eres -le respondió el hombre con una mueca despectiva-. Puedes sentarse encima de mí, preciosa -dijo señalando sus pechos y con una mirada libidinosa-. ¡Qué buenas tetas tienes!
-¡Fuera de acá, mañoso de mierda! -respondió la joven levantando la voz y azuzando sus brazos, acercándose al cobrador. Tenía ganas de darle una bofetada por lo impertinente que había sido.
En ese instante, los semáforos cambiaron de luces y los buses reanudaron su marcha. El cobrador subió rápidamente a su micro, despidiéndose de Aira con un gesto obsceno.
-¡Regresa aquí, cobarde! -gritó la joven mientras seguía azuzando sus brazos-. ¡Desgraciado! Espera a que te coja nomás -continuó mascullando su rabia mientras veía alejarse al bus.
Cuando aquél se perdió de vista, meneó la cabeza. ¡Estaba harta de recibir comentarios pervertidos por parte de los hombres!
Desde que había comenzado a desarrollarse, había llamado la atención de los demás debido al tamaño de sus pechos. Era cosa de siempre andar por la calle y recibir algún comentario libidinoso, que la hacía sonrojarse, sentirse apenada y muchas veces llorar por la vergüenza. No obstante, no había sido hasta hace un año atrás, en que un grupo de jovencitos la manoseara como deseara, sin que le diera tiempo de defenderse, que había maldecido el tenerlos grandes. Esto había provocado que llegara a su casa y se encerrara todo el día a llorar, odiándose más a sí misma, a su mala suerte y a la madre naturaleza por hacer que pareciera una "vaca lechera", como se decía a sí misma. Sin embargo, no fue hasta que le contara a su abuela lo sucedido que había empezado a cambiar de perspectiva desde hace poco.
La señora Gladys le hizo ver que ella no tenía por qué odiarse por sus atributos físicos. Las mujeres de su familia se caracterizaran por tener los pechos grandes, era verdad. Pero esto no tenía por qué ser una maldición, todo lo contrario.
-Has heredado una cualidad muy característica de las mujeres Sáenz -dijo orgullosamente la señora.
Aira se encontraba en la casa de su abuelita un fin de semana. Como una de tantas veces, había ido con su hermano menor a visitarla. La mujer siempre trataba a sus nietos con mucho cariño y era el único lugar al que la adolescente podía considerar "un hogar". Eso, sumado al exquisito ají con pollo que la señora se había esmerado en cocina ese día, era un incentivo más para que fuera visitada por sus nietos.
-No es algo que me ponga alegre, ¿eh? Todo el mundo me mira como si fuera una vaca a ordeñar -indicó Aira cabizbaja.
La señora la miró con desaprobación.
-¿Sabes cómo le llamé la atención a tu abuelito? -decía la mujer mientras terminaba de servir los platos en la mesa del comedor.
-¿En un desfile de escotes? -dijo encogiéndose de hombros-. No me digas que el abuelo era un pervertido, ¡por Dios! ¡No me interesa saber sus intimidades! -señaló cerrando los ojos y negando con la cabeza.
El solo imaginarse alguna escena parecida de sus abuelos la hizo ruborizarse. La imagen que siempre había tenido de su abuelo Aníbal era de un hombre bonachón que desde pequeña la había engreído, comprándole dulces, leyéndole cuentos y llevándole a los juegos. Lo que menos le interesaba era cambiar esa imagen paternal que tenía de él.
-No empieces con tus ironías, Aira. ¡Más respeto por tu difunto abuelo! -dijo seria la señora-. No estoy hablando de eso.
-¿No?
-No. -Aira se le quedó observando con una mueca. La abuela Gladys resopló profundamente. Cuando su nieta le miraba con esa cara de incrédula, le daba ganas de darle un pellizco a modo de reproche. Luego recordaba que ya no era la niña de antes, y solo frunció el ceño para hacerle saber que estaba equivocada-. No me refería a eso...
-¿Y entonces a qué? -mencionó mientras apoyaba sus brazos en la mesa, expectativa a lo que la señora tenía que contar.
-Bueno, él se fijó en mis atributos físicos, es cierto. Pero más que eso... -La señora miró hacia arriba como trayendo sus más profundos recuerdos a la actualidad. La sonrisa que iluminó su rostro mostraba que aquéllos eran uno de los mejores de su vida-. Él descubrió a la mujer que había en mí...
-¿Algo así como el arqueólogo que descubrió Macchu Picchu? -la interrumpió-. Sé que me estás hablando de la época cuaternaria, abuela, pero...
-¡Déjate de sandeces, niña malcriada! -dijo Gladys halando de una de las colas de su nieta. Esta chilló de dolor. A veces la chica la sacaba de quicio con sus bromas respecto a su edad, aunque en el fondo la quisiera con devoción-. ¿Me vas a dejar que te cuente o no? -habló seriamente y con el ademán de ya no servirle más arroz con pollo al plato de su nieta que esperaba impacientemente a ser llenado.
-Abuela, dame su porción a mí -gritó el pequeño Lucas jugando con los cubiertos.
-¡Cállate, metiche! -exclamó Aira. Luego volteó a mirar a su abuela y con un puchero, le hizo saber a su abuela que estaba arrepentida-. Continúa, "plis".
-Bueno, a lo que iba... -prosiguió la mujer. Le sirvió una presa de pollo a su nieta, siendo aquélla contemplada con satisfacción por ella-. Tu abuelo antes de pedirme que fuera su novia, me confesó que descubrió a una mujer maravillosa en mi interior, más allá de la belleza física. Y eso bastó para que yo le diera el sí... -dijo doña Gladys mientras se sentaba, por fin, a almorzar.
-¿Nunca te piropeó por tus pechos? -preguntó Aira incrédula.
-Lo de mis pechos es un bonus extra -aclaró la mujer-. Tu abuelo decía que le daba orgullo salir a la calle de la mano conmigo y que los hombres vieran que estaba con una mujer con unos atributos como los míos.
-¿Nunca hubo algún "faltoso" que te dijera alguna mañosería?
-Oh, sí.
-¿Y qué hiciste al respecto?
-Bueno, si estaba tu abuelo a mi lado, él no dudaba en defenderme y poner a algún tipo en su lugar. Pero a lo que voy es que... sea como seas físicamente, no debes sentir vergüenza de ti.
-Para ti es muy fácil, decirlo. En la "antigüedad prehistórica" los hombres eran más educados que ahora...
-¡Aira!
Doña Gladys observó a su nieta con el ceño fruncido. La adolescente se tragó un bocado de pollo que acababa de cortar para esconder a la gran sonrisa que había tenido en su rostro segundos antes.
-No creas que antes los hombres no eran maleducados. Quizá no como ahora, pero sí me topé con algún impertinente de vez en cuando. Pero a lo que iba... -La señora se detuvo esperando una réplica de su nieta. Al contrario de antes, Aira la observaba atentamente mientras engullía su comida. Complacida de no saberse interrumpida, prosiguió-. Una mujer debe aceptarse y quererse como es. Y más si tienes algunas cualidades como las tuyas...
La chica se le quedó observando triste.
-¿Aunque me sienta una vaca lechera por culpa de los mañosos que se me acercan? -dijo de mala gana.
-A pesar de eso -manifestó la señora-. ¡No les hagas caso a esa gente! Si tienes los pechos grandes, alguien te molestará. Y si tienes pechos pequeños, también no faltará alguien que te diga "plana", ¿no?
Aira asintió recordando que a una compañera de clases con pocos atributos físicos Xico y su grupo de amigos le llamaban así.
-Lo importante es que debes aceptarte tal y como eres, con todas las cualidades que tienes -continuó doña Gladys-. Debes estar orgullosa de cómo eres y quererte como tal. Y cuando conozcas al hombre adecuado para ti, él verá más allá de tus atributos físicos, mi pequeña. Pero no por ello los despreciará -dijo con un guiño en el ojo-. Tal y como tu abuelito lo hizo conmigo.
"¿Tal y como mi abuelito?"
-Aira, llegaste temprano.
Una voz masculina que ya le era conocida la trajo de nuevo a la actualidad. Volteó su rostro para ver a su interlocutor.
-¡Poetín! -dijo al tiempo que no dudó en acercarse a donde él estaba.
Como en su primer encuentro, Rodrigo se veía guapo dentro de lo que su ropa formal le dejaba. Para tener veintitrés años solía vestir como alguien de mayor edad, por la camisa blanca, el chaleco gris, el pantalón elegante y los zapatos de charol que usaba.
"Pues sí que es un hipster", pensó a la vez que se encaminaba hacia él y lo contemplaba fijamente. Quería observar cada detalle de su figura y mantenerlo para siempre en la retina de los recuerdos de su corazón.
Al cruzarse las miradas de ambos, Aira sintió que sus mejillas se ruborizaron. Vaya que era guapo. Ni aún con las gafas que cubrían sus brillantes ojos verdes, aquéllas minimizaban el efecto de recrudecer a las mariposas dentro de su estómago ni el sudor de las manos de la muchacha. No obstante, se preguntó cómo sería verlo sin que las tuviera puestas alguna vez. Seguro que más guapo que ahora.
Cuando estuvieron a pocos centímetros el uno al otro, Aira pensó que debía saludarlo. Levantó la mano con indecisión. Él hizo lo propio con la suya y con un ligero rubor en su rostro. La cercanía entre ambas almas que ansiaban encontrarse no hacía más que tensar el ambiente en su segundo encuentro de muchos...
La joven fue la primera en darse cuenta de la situación. Y para tratar de aliviar la atmósfera, trató de apelar a lo que siempre le salía bien en una situación así: el humor.
-Rodri, agáchate un poco.
-¿Eh? -dijo el aludido enarcando la ceja.
-Hazme caso.
-No entiendo. -Hizo una mueca.
-El domingo para despedirme de ti me subí a una pequeña piedra que había en el paradero de bus, pero ahora... -Azuzó las manos indicando a los alrededores. Luego con una mano señaló a las bancas del paradero donde antes había estado sentada-. A no ser que me suba encima de aquéllas, no hay manera de poder hacer esto...
Rodrigo sin estar muy convencido, obedeció a la muchacha.
-¿Qué cosa? -alegó.
Rodrigo
Un beso en su mejilla lo tomó por sorpresa, provocando que el rubor de rostro se intensificara más y se extendiera hasta sus orejas.
-¡Esto! -dijo Aira separándose de él-. Eres muy alto pues, Rodri. Pero hay que saludarse como corresponde, ¿no crees?
Rodrigo asintió dubitativo.
La cercanía de la chica todavía lo dejaba un poco en shock. No obstante, comenzaba a gustarle el dulce perfume de ella junto al suave roce de sus labios sobre su piel. Se le quedó contemplando por breves segundos. En esta ocasión la joven no tenía puestos los piercings del domingo pasado. Este detalle junto a su pelo amarrado en dos coletas le daba un aspecto más ordenado a su imagen, los cuales la hacían ver más bonita que la primera vez que la había visto.
Nuevamente, las ganas de besarla lo invadieron. Por un instante, alzó los brazos hacia donde ella estaba. Sin embargo, la amplia sonrisa que la muchacha tenía en su rostro junto a la inocencia que se mostraba en él, lo detuvieron. Debía contenerse.
-¿Qué te pasa? -dijo la muchacha con un gesto de sorpresa, rascando su oreja izquierda.
Ella lo contemplaba con curiosidad, pero a la vez con ingenuidad. Y al darse cuenta de aquello, Rodrigo se alejó unos metros de ella y meneó la cabeza para terminar de contestar:
-Uhm...
Ella se encogió de hombros, no sin antes dejar de contemplarlo con una gran interrogante en su rostro. Rodrigo al darse cuenta de la situación, cerró los ojos y negó con la cabeza, para luego darle la espalda.
Aira comenzaba a significar para él mucho más de lo que creía. Algo tan precioso que quería cuidar. Algo tan hermoso para contemplar. Algo tan ingenuo para alguna vez siquiera mancillar...
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