♫ Complicidad de Miradas ♥
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Aira
—Aquí tienen, señores.
El mesero estaba dejando con una fuente el pedido que habían hecho. Dos platos de entrada (papa a la huancaína para Rodrigo, ensalada de palta para Aira), dos de almuerzo (ají de gallina para ambos) junto a una jarra de limonada, que, finalmente, el joven había pedido ante la indecisión de ella de no saber qué beber.
La muchacha había respondido de mala gana y sin prestar atención a las sugerencias de él para sus bebidas. Ni un jugo de naranja, ni un refresco de maracuyá, ni ninguna marca de gaseosa parecían colmar sus expectativas.
-Tiene buena pinta -dijo él para sólo recibir una mueca de respuesta de parte de ella.
Ignorante ante la tormenta que tenía frente a sí, Rodrigo procedió a su rutina de comer. Y fue esta la que, por fin, lograría capturar la atención de la muchacha.
De forma meticulosa, él retiró los cubiertos que el mesero había puesto en su sitio. Luego sacó del bolsillo de su camisa una pequeña bolsa. La abrió y, de ella retiró unas servilletas y un par de cubiertos de plástico. Acomodó cada una de ellas a los costados de su plato; y, con sumo cuidado, colocó el tenedor a la derecha, el cuchillo a la izquierda y la pequeña cuchara delante de aquél.
Después cogió su vaso con una de sus manos. Con la que tenía libre puso dos dedos al filo de aquél, como si estuviera calculando unas medidas de un ingrediente para una receta.
‹‹¿Y a este qué le pasa?››, pensó la muchacha. Iba a decir algo, pero prefirió callar. Creyó que todo lo extraño que acontecía delante de ella no había acabado y tenía razón.
Rodrigo dejó el vaso sobre la mesa. Cogió la jarra de limonada y procedió a servirse la bebida. No obstante, la atención que puso al hacerlo, en especial, al observar el borde del vaso, daba la impresión de que su vida dependiera de ello.
Cuando dejó de servirse y colocó la jarra en el centro, Aira ya estaba boquiabierta. Rodrigo volvía a levantar su vaso con una de sus manos, mientras que, con la otra, repetía lo que había hecho antes. Dos dedos en el borde de su vaso le mostraban que aquél no había sido llenado de limonada. Y la sonrisa de satisfacción en su rostro junto a su brillante mirada, le hizo recordar a Aira lo feliz que se había visto cuando la había encontrado en el paradero de buses.
Posteriormente, sólo la voz de Rodrigo pudo sacarla del estado de sorpresa en el que se hallaba.
-¿Deseas que te sirva?
Ella todavía estaba boquiabierta. Él se le quedó viendo expectante, sin obtener todavía respuesta.
-Te sugiero que bebas un vaso antes de ingerir tus alimentos -prosiguió-. Ayuda a la buena digestión.
-Ah... ok -respondió al fin la muchacha.
El joven procedió a servirle la bebida. Y como antes, repitió con sumo cuidado la rutina de medir la cantidad de limonada en su vaso.
-Gra... Gracias -afirmó Aira para luego tomar su bebida.
-La limonada ayuda mucho como antioxidante, ¿sabes? -señaló después de dar un sorbo-. Leí hace tiempo que los nutricionistas la recomiendan, luego del agua natural, para acompañarla en nuestras comidas principales.
Aira solo atinó a asentir la cabeza ante las otras propiedades de la limonada que Rodrigo le decía. Después de terminar de informarle sobre dicha bebida, él observó su reloj. Después prosiguió:
-Bien... ¡Buen provecho con la comida!
-¡Provecho!
Iba a coger el tenedor que el camarero había dejado junto a su plato, pero fue interrumpida por Rodrigo.
-¡Oh! ¡Espera!
-¿Ah?
-¡Me había olvidado! -contestó a la vez que retiraba otra bolsita de plástico del bolsillo de su camisa-. Traje otro par de cubiertos
Con cuidado, se la entregó a Aira. Se le quedó observando dubitativa de cogerla o no.
-¿Qué...? ¿Qué significa? -Pasó saliva.
-Es para ti -señaló con un movimiento de cabeza.
-No, ya sé que es para mí... -Tomó la bolsita de plástico y retiró los cubiertos que habían en ella-. Gra... Gracias. Pero...
-¿Sí?
Rodrigo la observaba tan tranquilo y feliz, que a Aira se le hizo un nudo en el estómago antes de formular la siguiente pregunta:
-¿Para qué me los entregas?
-Para que almuerces con ellos.
-Sé... sé que es para coma con ellos. Sin embargo... -Hizo una mueca y meneó con la cabeza varias veces. Él parecía tan tranquilo que el nudo de su estómago volvió a recrudecer y ahora con más fuerza-. No... no comprendo para qué me lo das, si ya el mesero me había dado estos de acá... -señaló indicando con su dedo al tenedor que brillaba reluciente frente a ambos.
-Bueno, uno nunca sabe con qué lavavajillas limpian los restaurantes sus utensilios.
-Ajá
-Lo cotidiano es que lo hagan con lavavajillas de pulidor y las esponjas, ¿sí? -Aira asintió-. Pero también no las enjuagan ni limpian bien luego de lavar. Y en esas esponjas suelen quedarse impregnadas los restos de comida, que al estar en el exterior, se llenan de bacterias, ¿sí?
Se le quedó observando como queriendo obtener una retroalimentación a lo que él decía. Aira prefirió volvió a asentir, intuyendo lo que venía a continuación.
-Pues luego suelen usar esa misma lavavajillas y esa misma esponja para lavar otros platos y cubiertos, los cuales vuelven a dejar impregnados restos de comida en aquéllos. Luego vuelve a hacerse lo mismo, una y otra vez. Y al final -Rodrigo puso una cara de asco-, no sabes qué es lo que viene acompañado con los cubiertos que te sirven en los sitios públicos como estos. De ahí pues... que prefiero traer mis propios cubiertos cuando salgo a comer.
¡Aira abrió los ojos como plato!
Si bien él tenía razón en su charla informativa, jamás hubiera creído que sus manías con la limpieza llegaran a tal punto. No obstante, si hacía memoria, ahora todo parecía encajar a la perfección.
Días atrás, en su primera cita, a ella le había causado curiosidad que la cuchara que acompañaba al capuchino de Rodrigo fuera distinta a la suya. Ella lo había atribuido a que los del Mc Café quizá se habían quedado sin cucharas de metal. Sin embargo, al recordar bien, había un detalle en el que entonces no había reparado.
En esa ocasión, como el nerviosismo por conocerlo la había embargado tanto, había habido ocasiones en el que ella bajaba la mirada y se concentraba en cualquier cosa menos en él. Sin embargo, le había parecido que Rodrigo había retirado de sus bolsillos una bolsita de plástico como la de ahora. Ahora entendía el porqué.
-Gra... Gracias -atinó a decir para luego coger los cubiertos que Rodrigo atentamente le había entregado.
Minutos después, cuando engullía con lentitud el plato de su entrada, hubo otra cosa que captó su atención.
Él no estaba probando comida alguna. Solo la observaba como siempre, atento y con esa mirada encantadora que la enamoraba. No obstante, tratando de no dejarse llevar por sus sentimientos, formuló la pregunta que cualquier persona haría:
-¿Rodri?
-Dime...
-¿Por qué no comes?
-Ah. -El aludido volvió a observar su reloj-. Es que todavía no ha pasado el tiempo necesario.
-¿Tiempo necesario? -dijo Aira arrugando su frente.
-Sí. Luego de la primera bebida, los nutricionistas recomiendan que transcurran aproximadamente unos veinte minutos para recién masticar una comida principal como el almuerzo. Como no bebí nada de camino aquí, pues...
Él siguió hablando, pero ya no era escuchado con atención. Sólo obtuvo como respuesta que la muchacha frunciera más el ceño que de costumbre.
-Ya veo -contestó Aira para luego engullir otro bocado a su ensalada.
En ese instante, sus ojos se toparon con los de unas muchachas de una mesa contigua. Una de ellas, morena y muy guapa, parecía tener clavada la vista en Rodrigo mientras le susurraba en el oído a su amiga. Esta se rió nerviosamente a la vez que volteaba para volver a observar a la pareja, sin vergüenza alguna. A Aira le bastó ser testigo de ello, para que las sombras de antes volvieran a cubrir su alma.
La primera vez que había visto a Rodrigo, este la había encandilado. Su alto porte, sus finas facciones y sus encantadores ojos eran características que llamaban la atención de cualquier mujer. Al pasear con él en Plaza San Miguel y en el trayecto al restaurante, había reparado en que más de una fémina lo observaba. No obstante, recién ahora, se había topado con un grupo de chicas que lo miraban con el suficiente desparpajo, como para querer encararlas y decirles unas cuantas palabrotas. Pero, se contuvo. No quería montar un escándalo ni interrumpir su velada, que ya de por sí era algo extraña. De esta manera, decidió no prestar más atención a aquellas muchachas y concentrarse en su comida.
Mientras almorzaba, era observada atentamente por Rodrigo. Esto provocó que sus mejillas volvieran encenderse. A su vez, Aira se preguntaba cuántas cosas más le quedaban por conocer de aquel muchacho.
Como la espera y la contemplación de él se le hacían un poco incómoda, decidió formular las interrogantes que antes habían impacientado su corazón:
-Rodri, ¿me consideras tu novia?
-¿Có...? ¿cómo?
-Digo, ¿si para ti soy tu novia? ¿O soy tu amiga? ¿O simplemente soy tu conocida? -dijo Aira con tristeza
El aludido intentó pasar saliva. No obstante, se atragantó con ella, por lo que volvió a tomar de su limonada para ayudarse a hacerlo.
-¿Estás bien?
-S... sí.
‹‹Creo que hice la pregunta en un mal momento››.
Cuando el joven volvió a su compostura, Aira dudó en volver a tocar el tema de conversación. Sin embargo, como su mirada se volvió a topar con las chicas que contemplaban a Rodrigo y, con ello, con las sombras de los celos que comenzaban a consumirla de nuevo, se armó de valor para volver a tocar el tema.
-Yo... pues... -Respiró profundo-. Yo quiero saber, ¿qué soy para ti?
-¿Qué...? ¿Qué eres para mí?
-Sí, ¿qué soy para ti? -dijo Aira con seguridad.
-Bueno... -dijo Rodrigo con las mejillas encendidas.
A ella le pareció que aun así, sonrojado de los pies a la cabeza como se veía, era muy guapo. Y ese color carmesí sólo hacía acentuar el brillo de los ojos que la contemplaban.
Él la observó con atención para luego relajar su vista. Y, al verse reflejada en ellas, sintió una pequeña sensación de alivio y de felicidad.
-Tú pues... -Rodrigo tragó saliva.
Era notorio que quería formular las palabras adecuadas para contestar a la muchacha. Sin embargo, no pudo hacerlo. Y después de eso transcurrieron varios segundos, a los que a Aira le parecieron eternos.
Respiró profundo. Quería tranquilizarse. Pero, lo que vio a continuación, bastó para que las preguntas de su corazón se vieran parcialmente contestadas.
Las pupilas de Rodrigo al contemplar con cada detalle el rostro de Aira estaban más amplias que antes. Y al ver cómo en aquéllos sus ojos se perdían en los suyos, la joven no pudo menos que sonreír con nerviosismo.
Había leído en un artículo que, cuando alguien observaba a la persona de la que está enamorada, sus ojos al verla reaccionaban de modo diferente que cuando lo hacía con otra distinta. El ensancharse las pupilas era una característica en este tipo de reacción, similar a cuando los perros observaban a sus dueños. Y en esta ocasión, pues parecía ser verdad.
-Olvídalo, Rodri -dijo la joven para luego proseguir con lo suyo.
Transcurridos varios minutos más, un extraño sonido parecido a un cucú interrumpió la velada.
-Ah, ya sonó la alarma -dijo Rodrigo haciendo unos ajustes en su reloj. Cogió su tenedor y su cuchillo de plástico-. Ahora sí, ¡a comer!
-¿Qué sonido es ese?
-Pues el ideal para que me avisara. Así sé el momento en el que me toca comer, ¿no crees? -mencionó alegre, obteniendo como respuesta una sonrisa de la muchacha.
‹‹¡Qué costumbres más extrañas tienes!››, pensó la muchacha a la vez que sonreía al descubrir otra peculiaridad de su acompañante.
-¿Has visto eso? -Se oyó en la mesa contigua en donde estaban las chicas que antes observaban a Rodrigo.
-Sí -dijo otra de las jóvenes.
-¿A quién se le ocurre poner eso? -indicó con su muñeca la chica morena como aludiendo a un reloj.
-¡Es un idiota!
-¡Qué decepción!
Un coro de carcajadas acompañaron al murmullo de habladurías.
‹‹¡Estúpidas! ¡Me dan ganas de matarlas!››, se dijo Aira.
La ira invadía sus entrañas, provocando que la comida que acababa de engullir tuviera sabor amargo. Sin embargo, cuando todavía se hallaba tratando de contener aquella rabia que la recorría de los pies a la cabeza, algo la interrumpió:
-Aira...
-¿Sí?
-Ya sé qué eres para mí -dijo Rodrigo para después limpiarse la boca con una servilleta
-¿Eh?
-Tu pregunta...
Aira se encogió de hombros.
-Te dije que lo olvidaras.
-Pero ahora sé que quiero contestarla.
-Bueno... -dijo ella dubitativa.
-Tú... -Él pasó saliva para luego hablar nerviosamente-. Tú eres una persona muy especial para mí.
Aira sonrió de satisfacción.
Rodrigo podría tener todas las manías y costumbres extrañas que quisiera. Pero eso a ella no le importaba. Lo único relevante ahora era lo que ahora ella atestiguaba.
Él la contemplaba como antes. Con las pupilas amplias y bellas. Con una mirada inocente y transparente. Con unos ojos hermosos y amorosos, para unirse y perderse en los de ella, en una danza de miradas que daba comienzo a una complicidad muda, pero significativa para ambos.
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