♫ Clímax [Parte 2] ♥


Nota de la autora

Luego de terminada el extra llamado "Clímax" (sí, al igual que este capítulo, muy original de mi parte xD), pues retomo la actualización regular de capítulos de MyA. 

Si no han leído ese extra, pues no importa. Más allá del hecho de que el tercer regalo de cumpleaños que Rodrigo le hizo a Aira fueron un par de pulseras rojas como símbolo de lo que para él representa la relación que tiene con ella (mayor referencia recordar el capítulo en el que él le habla de la leyenda de hilos rojos), pues no hay mayor incongruencia si es que no han leído ese extra.

Por último, creo que los últimos capítulos antes del epílogo son un poco de infarto, en mi opinión. No sé... no quiero spoilear mucho, pero... quiero hacer una advertencia a partir de ahora: POR FAVOR, NO HAGAN SPOILERS EN LAS REDES SOCIALES. Si lo van a hacer en mi Facebook, en los grupos de fb, en mis páginas, twitter o instagram, iniciar el comentario con una advertencia que diga en mayúsculas "ATENCIÓN SPOILERS", así no les malogramos la lectura a los lectores que vengan después. Soy de las que detesto que me hagan spoilers cuando veo Game of Thrones o The Walking Dead, por lo que no quiero que mis lectores se lleven ese mismo sinsabor. 

Por demás, solo les pido un poquito de paciencia y calma ante lo que se viene. TODO LO QUE VENGO NARRANDO, AUNQUE A VECES ME ENROLLE UN POCO (XD), TIENE UN MOTIVO EN ESTA HISTORIA. Considero que en todo libro los protagonistas deben tener una evolución, un antes y un después, desde que comienza y termina una historia. Es lo que hace a un personaje con matices, únicos e inolvidables, en mi opinión. Por lo que, cuando me planteé hacer esta historia, quise que tanto Aira como Rodrigo tuvieran una evolución desde que comienza "Ansías y Poesías" hasta el final. Como siempre digo, ellos me susurran sus historias al oído. Yo solo las cuento.

Hechas estas aclaraciones, alego de nuevo a su comprensión y paciencia, y no me quiero ir sin volverles a agradecer su apoyo. 

Sin más, los dejo con la lectura. 

*****

El sol de la tarde se filtraba a través de la ventana depositando sus rayos sobre aquellos dos cuerpos que dormitaban. Habían saciado con tanta intensidad las ganas que tenían de probar las ambrosías el uno del otro que, cuando menos se dieron cuenta, la mañana les había dado la bienvenida en medio de su trajinar, alterando sus horas de sueño y demás.

Rodrigo fue el primero en despertarse al percibir el sonido de un camión pasando por su calle. De inmediato, todas las alertas de su cuerpo se encendieron. Se tapó los oídos para así tratar de evitar, en vano, de seguir oyendo aquel infernal sonido que hacía un doloroso eco dentro de sí.

—¡Ya basta! —gritaba mientras tiritaba y se balanceaba de atrás para adelante como un cachorrito abandonado.

Era tal el pánico que se había apoderado de cada fibra de su ser, que no se había percatado de lo que sucedía a su alrededor. Aira, quien acababa de despertarse por el espectáculo que tenía frente a sí, lo abrazaba cariñosa por la cintura para tratar de apaciguarlo.

—¿Qué te pasa? —le preguntó preocupada, pero fue ninguneada por él.

En los oídos del joven solo se escuchaban aquellos sonidos repiqueteantes y torturantes. Era incapaz de percibir algo más que no fueran aquellas llantas gigantescas vibrando sobre el frío asfalto a pocos metros de él.

—¿Rodri...? —le interpeló la joven mientras sentía que un halo de impotencia, frustración y desesperación la envolvía cada vez más.

Iba añadir algo más, pero un recuerdo le trajo la respuesta deseada. La charla que tuviera meses atrás, con el amigo de Rodrigo en el Mac Donalds, llegó a su mente para aclarar sus dudas e inquietudes, y así dejar de lado sus vicisitudes.

‹‹Supongo que a cada uno le toca lidiar de buena gana con los defectos del otro››, se dijo mientras seguía contemplando con ansiedad a un asustado Rodrigo.

‹‹¿Esto es lo que llaman madurez?››, pensó a la vez que se contenía las ganas inmensas que tenía de acunarlo para tratar de tranquilizarlo; mas al saber que sería en vano, solo decidió ser paciente y actuar en el momento adecuado.

Luego de transcurrido algunos segundos más, en el que el sonido del camión ya casi se extinguía a los lejos, poco a poco, él fue recuperando la calma para tranquilidad de su amada.

—¿Estás mejor? —le preguntó mientras estrujaba con ternura y firmeza sus manos.

Él abrió sus ojos y la contempló dubitativo. Pero, cuando ella hizo referencia a lo que acababa de pasar, asintió con la cabeza como respuesta.

Para intentar dejar atrás aquel acontecimiento, Aira no tuvo mejor idea que preguntarle qué tal le quedaba la camisa que se acababa de poner. Rodrigo ladeó la cabeza y se quedó pensativo hasta emitir, por fin, la primera palabra que pasara por su mente:

—Bien, supongo —dijo serio y encogiéndose de hombros.

—¿Sí? —preguntó con desilusión.

Su respuesta le supo a tan poco que le parecía imposible que aquel joven tan inexpresivo fuera el mismo que horas antes le hubiera prodigado tanto amor y calor...

—Vaya. —Hizo un gesto de tristeza—. Sí, supongo que bien.

En ese momento, Rodrigo se levantó y acortó la distancia que había entre ambos. Comenzó a doblar con cuidado las mangas de la camisa, dejando a la adolescente sin reacción. Luego dio unos pasos para atrás.

Se le quedó contemplando, se cruzó de brazos al tiempo que ladeaba su rostro y apoyaba este sobre su mano derecha. Finalmente sonrió.

—¿Qué?

—Vaya que eres chiquita. No me equivoqué en tu nuevo apodo.

—¿Eh?

—Sabía que eras bajita, pero no había prestado atención en ello hasta ahora. —Rió.

—¡Oyeeee! —reclamó mientras hacía un puchero.

—De niño me gustaba usar las camisas de mi padre para jugar a ser grande. Me las remangaba como las tienes tú ahora. Y ahora que te veo he tenido un déjà vu.

Ella arrugó la frente.

—La camisa te queda igual a cuando me quedaba a mí entonces. La diferencia es que en ese tiempo yo tendría diez u once años, mientras que tú ya eres toda una mujercita. —Volvió a reír.

—Rodriiiii... —habló Aira al tiempo que su puchero se hacía más pronunciado.

—Eres una chiquita... ya toda una mujercita linda —dijo Rodrigo.

Avanzó donde ella con paso lento, pero firme. Sus ojos verdes se fundieron en los suyos y fueron más allá...

*****

‹‹Rodri, esto me gusta. ¡Parecemos recién casados!››.

‹‹¡¿Cómo?!››

‹‹El hacer el amor juntos, el dormir juntos, el volver a hacer el amor juntos, el bañarnos juntos››.

‹‹Bueno, sí... supongo››.

‹‹Pensar que todo comenzó tan bonito cuando salimos afuera a tu terraza a ver los fuegos artificiales...››

‹‹Has dicho un pleonasmo››.

‹‹¿Guat?››

‹‹Pleonasmo, es una redundancia. Por ejemplo, lo que acabas de decir: "salir afuera". El verbo "salir" trae implícito la acción de retirarse al exterior, por lo que mencionar que "salimos" bastaba››.

‹‹¡Ay, Diosito, llévatelo, por favor!››

‹‹¿Eh?››

*****

—¿En verdad no quieres salir?

Rodrigo se había cambiado. Llegada a determinada hora, y con su estómago crujiendo por el apetito que lo embargaba, tenía planes de salir a almorzar algo por ahí. No obstante, una complacida Aira envuelta en su bata que le había prestado, se hallaba acurrucada plácidamente sobre su cama. Se hallaba tan cansada, pero feliz por todo lo que le pasaba, que quería volver a los brazos de Morfeo para tomar una breve siesta.

—Acabamos de tomar desayuno hace un rato. No tengo hambre todavía.

—Pero más rato seguro que lo tendrás. —Miró su reloj—. Son ya las tres de la tarde.

—Ay, tengo flojera. —Se hizo un ovillo—. Quiero quedarme un rato más así. ¿No puedes pedir comida por delivery?

—Pero tengo ganas de caminar también. Siempre lo hago en la mañana y, aunque se me hecho tarde, hoy no quiero que sea la excepción. Antes de comer siempre me viene bien una caminata.

—¿Es otra de tus rutinas inquebrantables? —Juntó las cejas.

—Si así las quieres llamar.

Ella resopló profundo.

En el primer día que tenía de convivencia con Rodrigo había descubierto de él mucho más en los meses que llevaban de enamorados. Desde su cuidadosa rutina de afeitarse cada tres días, ni uno más ni uno menos (‹‹¿No has pensado en dejártela crecer un par de días más? Digo, te queda muy bien››), el vestirse de negro cada primer día de cada mes (‹‹Parece que vas a ir a un funeral. ¿Qué tal si solo te pones esa camisa verde para variar un poco? Combina con tus ojos››), hasta acompañar a su desayuno siempre galletas integrales para ingerir la cantidad de fibra diaria necesaria (‹‹Creo que aparte de Literatura, deberías estudiar Nutrición. Siempre estás obsesionado con el tema››).

—Ve nomás. Yo quiero dormir un ratito nomás, porfa —dijo para luego cubrirse con una sábana—. Se siente tan bien aquí...

—Bueno, está bien —habló para luego dirigirse a su velador y meter sus laves en su bolsillo.

Iba hacer lo propio con su celular que se hallaba cargando su batería, pero un chillido detrás de sí lo interrumpió. Abrió sus ojos como plato y volteó de inmediato para ver qué pasaba.

—¿Por qué gritas? —preguntó preocupado.

Aira estaba estirando sus piernas y brazos. Volvió a acurrucarse con la sábana, ronroneó y esbozó una sonrisa de alegría.

—No sé... Simplemente tenía ganas de gritar y ya.

—¿Eh? —mencionó enarcando la ceja.

—¿No te ha pasado que, cuando sientes que una enorme felicidad te embarga, quieres gritar para dejar escapar todo rastro de tristeza para que esta ya no vuelva nunca más?

Él sacudió la cabeza extrañado.

—Yo soy feliz porque estoy aquí, a tu lado... —agregó Aira—. Quiero gritar... solo de felicidad y... quiero hacerlo por mucho tiempo más.

Volvió a sonreír y luego cerró los ojos. El sueño estaba comenzando a vencerla.

Rodrigo rió levemente al entender lo que decía. Se dirigió donde ella y se hincó para estar a su lado.

Alzó su mano derecha para acariciar su mejilla y su oreja. Notó que su muñeca, aquella en donde tenía su pulsera de la leyenda de los hilos rojos, coincidía con la de ella, que estaba apoyada en la almohada, junto a su rostro que ya dormitaba.

—¿Quieres que te traiga algo en especial para comer?

La joven solo contestó con un suspiro. Ya estaba en los brazos de Morfeo.

Él se le quedó contemplando en silencio por varios minutos más. Le gustaba hacerlo. Quería verla siempre tan feliz y tranquila. Quería perennizar en su mente ese tranquilo cuadro tanto que, con lágrimas en los ojos, le pidió a Dios que ese breve instante durara una eternidad...

‹‹Te amo››.

****

Cuando el reloj de la mesita de noche dio las quince horas y cincuenta minutos, Aira estiró sus brazos y piernas. Sintió que su cuerpo había descansado lo suficiente, pero se arrepintió de haberlo hecho. Cuando se percató de que Rodrigo todavía no había regresado al no contestar a su llamado, un estrujón en su interior le hizo saber que echaba de menos su compañía... y era que esta se estaba volviendo para ella su droga misma.

‹‹¡Quiero tenerlo ya de vuelta!››. Arrugó la frente y resopló. ‹‹Lo extraño tanto››.

‹‹¿En dónde estará?›› se preguntó luego de inspeccionar todas las habitaciones del departamento. ‹‹Quizá si me apuro, le puedo dar el alcance. Lo voy a llamar››.

Luego de digitar el número correspondiente un ruido conocido, que venía del dormitorio, capturó su atención. De inmediato fue hacia allá.

La canción "Día de suerte" de Alejandra Guzmán, que ella había configurado en el teléfono de él semanas atrás como tono de llamada, para hacer juego con el suyo, sonaba incesantemente.

—Ayyy, qué mala suerte, se olvidó el celular. —Exhaló profundo—. Ni modo, solo me toca esperarlo —dijo mientras agarraba el teléfono.

‹‹Pensé que habría cambiado el tono de llamada luego de haberlo dejado plantado en el parque, pero veo que me equivoqué››. Sonrió entusiasmada para después percatarse de que el celular de Rodrigo no necesitaba de ninguna clave especial para acceder a él.

Por un momento dudó en seguir inspeccionado; mas con la curiosidad que la embargaba, decidió seguir adelante.

‹‹Vamos a ver qué tienes aquí››. Sus ojos se le iluminaron como si fuera a hacer una travesura.

Entró a sus diversas redes sociales. En WhatsApp tenía sin mirar varios mensajes. Uno en especial, correspondiente al contacto llamado "Milena, la extrema", la hizo sonreír. ‹‹Esta debe ser su hermana menor››. Digitó la tecla para mirar el avatar de ella. Una joven de largo cabello castaño, con un sombrero de paja, con lentes de sol y descansando en la playa sonreía radiante en aquel. ‹‹Oh, es muy guapa. Ya quiero conocerla››.

Siguió digitando varias teclas más para seguir curioseando, ahora los mensajes que Rodrigo había enviado. La mayoría eran mensajes sin trascendencia alguna. Grupos de chats de sus compañeros de la universidad, alguna consulta a algún profesor, agradecimientos por los saludos del nuevo año, etc. Pero hubo uno que capturó su atención.

Un saludo de "Feliz y próspero año nuevo 2015. Mis mejores deseos para ti este año" había sido dejado en visto hacía varias horas atrás. Su destinatario era un contacto que estaba asignado al nombre de "Claudia E". Al digitar para apreciar mejor su avatar, en esta se veía a dos jóvenes: una de ojos celestes y de largo cabello negro, de expresión muy seria, la otra morena de pelo ensortijado y ojos negros. Ambas estaban abrazadas y hacían un gesto extraño con los dedos de sus manos para la foto.

‹‹La de ojos claros debe de ser su otra hermana. Tiene la típica pose de pituca sobrada››.

Continuó curioseando en las otras aplicaciones de su teléfono. Tenía las típicas de cualquier joven de su edad: Facebook, Messenger, Youtube, de una radio, etc. Sin embargo, cuando sus ojos se toparon con la app llamada "Diccionario RAE y ASALE (DLE)", no pudo evitar carcajearse.

‹‹Ayyyyyy, Rodri, tú nunca vas a cambiar››.

En ese momento, llegó una notificación de un nuevo mensaje de WhatsApp. Aira se preguntó si sería adecuado revisarlo o no, porque de hacerlo, Rodrigo se percataría de lo que ella haría. Mas lo que decidiría en ese breve instante era algo de lo que luego se arrepentiría...

****

—Aira, ya llegué. ¿Estás despierta? Te traje tallarines a lo Alfredo. Sé que te gustan y... —dijo Rodrigo para luego dirigirse a su habitación.

Pero, al ver que la muchacha no se hallaba, algo en su interior se removió.

—¿Aira? ¿Aira? ¡¿Aira?! —preguntó mientras iba al baño para buscarla, sin éxito alguno.

Se dirigió a la cocina, a la biblioteca y a la terraza... pero nada. La joven no se hallaba. Era como si la tierra se la hubiese tragado.

—¡¿Dónde diablos estás?! —gritó con un temblor en su voz que palpitaba con incidencia al mismo tiempo que los latidos de su corazón. El viento de la tarde golpeó su rostro al tiempo que se conjugaba con una gota de sudor frío que caía por su sien.

‹‹¿Habrá ido donde su abuelita? Pero si me dijo que hoy no había visitas en el hospital porque era feriado››, se rascó la oreja con nerviosismo.

—¡Qué raro! ¿Y si ha ido a su casa para cambiarse de ropa? Mejor la llamo para ver en dónde está.

Metió su mano al bolsillo de su pantalón, pero al percatarse de que no estaba, recordó que no lo había llevado consigo cuando salió.

De inmediato, se encaminó a su dormitorio. Con la mano sudorosa, retiró el celular que estaba conectado a la batería. Rápidamente digitó las teclas necesarias para acceder a él, pero lo que vio en la pantalla taladraría un profundo hueco de ansiedad, pavor y desilusión.

Su mano temblaba y sudaba de tal modo, que no pudo evitar manejarse con torpeza. Como en una toma de cámara lenta, el teléfono se le escapaba y caía, como aquella desaparecida jovencita por la que ahora su ser desfallecía...

‹‹Aira, qué... ¿qué has hecho?››, pensó al tiempo que las lágrimas resbalaban por sus mejillas, y se bañaban con la terrible soledad, el inconmensurable pavor y la gigantesca frustración que lo consumían. 

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