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Las acuarelas se desvanecen.

Y Norman siente que él también se pierde, sentado en la laguna de lila color, tarareando bajito y con sus iris calmados, esperando a que todo colme en su corazón.

Allí ve la luna y el manto celestial de la noche que nunca oscurece, es como cada estrella presente y titilando tiernamente, con sonrisas que no recuerda haber dado, con recuerdos embriagados en olvido.

Con mariposas posándose en su rostro y aleteando de forma suave, casi acariciándolo y pintando con azul color sus mejillas.

Las acuarelas se desvanecen.

En aquel lugar donde no hay golpes, tampoco talento, solo su ser mellado y adolorido. Quiere saltar, mientras los colores pastel se esparcen en el mar y no puede hacer nada para evitarlo.

Mira la laguna una vez más, sigue siendo de bonito lila y suave tristeza.

— Allí es donde paran los sueños destrozados. — murmura con cariño cruel y falso, moviendo su pie en el agua y esparciendo más color.

— ¿Allí es donde te quieres lanzar? — escucha de pronto con suavidad, mientras el mirar verde de la jovencita parece observarlo con pena.

Las acuarelas se desvanecen.

— Yo... He estado aquí siempre, no recuerdo si fue por días, no recuerdo si fue por años, solo sé que hice algo malo y por eso... Mi corazón se retuerce de dolor al verte. — habla con pena, colocándose más cerca a la orilla de la laguna lila, con bellas tonalidades azulinas al fondo, cerca del cielo nocturno, lejos de los sueños lamentados.

— Pero yo no quiero que te lances y mueras — responde la niña casi alterada al imaginar aquella locura, y en su pecho la pena aflora al ver ese bonito cielo opaco. Calma su palpitar y sonríe con ternura, mientras une su mano con la de él —. No quiero que te quedes solo de nuevo, Norman.

— Yo siempre he estado solo —— responde suavemente, tocando su propia mejilla y viendo a la mariposa azul posarse en su dedo, aleteando fragilmente —. Debo ir donde pertenezco.

— ¡Pero tú no eres un sueño roto! — niega con fervor la fémina, con ojitos decididos y su ceño levemente fruncido —. Un sueño roto no puede ser tan bonito.

El de cabellera nívea calla por unos momentos, y su corazón palpita con frenesí ante las palabras acarameladas de la niña, junto a ese tierno agarre a su mano, que le llena de calidez.

La mariposa de triste color emprende vuelo y entonces...

Las acuarelas se desvanecen.

Norman no sabe el cómo, no sabe el por qué de aquel trágico hecho.

— ¿Te desvanecerás tú también? — pregunta dolido, abrazando su diminuto cuerpo y embriagando sus sentidos de la sutil fragancia de Emma, quien acaricia sus cabellos mientras él llora, llora como niño pequeño con sueños de algodón.

Con sueños que simplemente no cumplió, pero desea ver. Con cariño cálido y sincero que en aquella vida nunca recibió.

— No me desvaneceré, prometo que siempre estaré a tu lado. — anima con alegría, acercándose a él y entrelazando sus finos dedos.

Y Norman...

Norman simplemente siente que aferrarse a ella está mal, pero es lo que más quiere y hace en esos instantes, cuando bailan las flores de colores pasteles y la lluvia púrpura desciende desde el manto celestial.

— Pero tengo miedo Emma, mucho miedo de que no seas verdad y te vayas por mi culpa — lamenta con sollozos cortos, alzando su carita y viendo la sonrisa comprensiva de la jovencita —. Estoy... Tan roto.

— ¿Y quién lo dice? — responde cariñosa, acariciando las mejillas húmedas del albino y juntando sus labios fugazmente —. Yo solo sé quién es Norman, y él no es un sueño destrozado, solo es un ser humano que... Que necesita amor.

Las acuarelas se desvanecen.

Él no sabe cómo, no conoce el por qué, y tampoco le interesa saberlo más, porque existe algo que no se pierde ni con el paso del tiempo, es una maravilla andante y danzante, que posee una risa y sonrisa de ensueño, que acaricia y colorea sus mejillas de calidez.

Es Emma, con sus labios de dulce sabor, es su palpitar y tierno tarareo.

Es también, el corazón de Norman con un bello sentimiento.

Las acuarelas pintan sueños.

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