❦Devotion❦
Parte única
Debes escuchar la canción 🌜🌻
N/A: Esta parte contendrá temas sensibles acerca de la religión y escenas sexuales. Estás advertido/a cariñito🌜🌻
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Siempre son los domingos, hermosos y santos domingos llenos de luz espiritual, llenos de la fragancia leve a lavanda que se impregnan en sus fosas nasales e imágenes llenas de santos. Crucifijos antiguos colgando en las paredes y allí, frente a sus prístinos orbes verdes está aquel que sacrificó su vida para salvar a cada persona marchita en pecado.
Se persigna tal como su padre se lo enseñó desde niña, nunca alza su mirar frente a tanta pureza, sintiéndose pequeña y débil ante el hombre crucificado y que padece de hórridos clavos sucios en su piel, Emma tan solo se arrodilla y frunce su ceño con dolor y la devoción que desde pequeña se le inculcó parece tan inconmensurable en ese espacio sagrado. No hay que escudriñar demasiado al verla rezar, porque desde sus primeros años de vida Emma sabe que su religión lo es todo, así como también lo es ese niñito de cabellos blancos que le sonríe dulcemente y continúa haciendo sus plegarias a su lado (siempre siempre Norman debe estar a su lado).
Todo es puro, es casi palpable la sensación de gloria que se apodera de ellos y entonces, tomados de la mano, acercan sus pequeños cuerpitos al altar para contemplar a ese majestuoso ser (ese lastimado y sangriento ser) para rogar perdón en nombre de todos sus hermanos pecaminosos.
— Yo quiero salvarlos a todos...— murmura la pelirroja, con sonrisita herida y lágrimas acumulándose en los ojos, porque ella sabe tan bien como Norman que a veces hay personas malas que no creen, así que oran por esas almas en desdicha, hundidas en la oscuridad que ellos creen no tener.
El niño le sonríe con encanto al ver aquel acto tan bonito, y el cielito que lleva en sus ojos brilla ante la pureza que puede llevar un ser tan pequeño como lo es Emma, siendo ella tan cálida, tan diáfana (tan pero tan misericordiosa).
Sus padres miran de lejos, contentos por sentenciar a sus hijos en el engaño (no les dirán que no hay un Dios... porque ellos también se niegan a aceptarlo).
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La tierna niñez se les va de las manos, se les ha escapado como a todas aquellas personas que conocen para crecer con las dudas que esperan a ser deleitadas con el saber. Tomando a la ciencia como amenaza, ellos también desean negarlo.
Pero ellos no son sus padres.
— Entonces Dios no creó el mundo, y nosotros no fuimos creados por tierra ¡¿puedes creerlo?! — exclama la chiquilla de sonrisa bella, acercando el libro al albino, quien le mira dulce y la hace sentar a su lado, con cuidado de ocultar el libro que expone con libertad, mientras coloca un dedo en sus labios rosa y niega con suavidad.
— Ya lo sabía — admite simple, causando que la pelirroja refunfuñe molesta — Sin embargo debes hacer más silencio, Emma, estos libros no son biem vistos aquí, debemos ser cuidadosos — susurra Norman, causando que la niña libere una sutil risa y asienta.
— Entonces...debemos leerlo en otro lado — alega también entre susurros, poniendo con disimulo aquel libro en la mochila azul de su amigo, quien la mira con dudas — Vamos, yo sé donde escondernos para leer.
— Emma...esto es muy peligroso, nuestros padres nos...
— Quiero saber, Norman, por favor — suplica la pelirroja entonces, tomando las manos del pequeño de ojos cielo y haciendo que su rostro se coloree de un suave carmín al verla insistiendo de aquella manera. Cuando Emma se ponía así, era simplemente imposible negarse.
— Bu-bueno...no importa si compartimos la culpa después de todo — murmura él, rendido ante la delicada sonrisa que Emma regala en agradecimiento y de pronto salen de la casa de ella, con cuidado de no ser vistos hasta llegar al ático, donde él acomoda una manta de cuadros lila para no ensuciar sus prendas blancas.
Allí pasan horas, comienzan a amar un poquito más ese libro lleno de respuestas que antes les faltaba, mientras la historia se vuelve oscura, hay un lado de su iglesia que desconocen, uno donde se aprovechan de cada persona inocente y desdichada. Usan el nombre de su Dios de forma negruzca, tan venenoda y poco tiempo después, pasados ya los días, las semanas e incluso meses de leer ese libro siempre en el ático, concluye en que, para ellos, su Dios no es real.
Emma queda casi rota con sueños y Norman, que de alguna manera sospechaba muchas veces de las palabras del sacerdote y tan solo se limitaba a creer en esas historias hechas de mentiras (unas mentiras realmente bonitas, hechas de rosas) sonríe trémulo al verla así.
— Esto es...es difícil ¿cierto? — susurra la pelirroja con delicadeza, mientras la mano pequeña y cálida de Norman se une a la suya. Él le sonríe, siempre sonríe (así como hecho trizas, pero lo hace) y niega con su cabeza suavemente, acariciando las suaves mejillas rosas de la niña que tiene en frente.
— Emma, vivamos con mentiras hasta que no podamos más.
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Emma tiene quince años, con ojos de tierna curiosidad y belleza inaudita. Es en esa edad donde, sin querer, descubre que existe un libro acerca de ella y su cuerpo, y como si el conocimiento fuese tentación la consume suavemente (tampoco es que le haga daño).
— Biología humana — susurra sin restar emoción a su nuevo hallazgo, así que con cuidado lo guarda en su mochila y le agradece a Yuugo por siempre prestarle los libros de Lucas.
Llega a su casa, sus padres la reprenden porque detestan que su hija salga a la calle a menos de que sea para ir a la iglesia o las lecciones de religión que dan los sacerdotes. Emma no puede hacer nada más que recibir las bofetadas de una madre iracunda (la cual llora por saber que su amado esposo no es más que un depredador sexual) y la de ese padre que la mira con perversión.
Esa niña suya parece una mujer completa y bella (amaría tanto romperla).
Emma, cansada de respirar el aire tan pesado y mortífero que siempre ha estado en su familia tan solo escapa a su cuarto, reza con fuerza y devoción falsa para que sus padres escuchen lo comprometida que está con Dios y entonces, cuando el cielo torna colores fríos y la luna alumbra con total cariño y deseo, la jovencita de hebras rojizas lee aquel prohibido libro de tapa dura y azulina.
Emma no se cansa, continúa rigurosa su lectura porque quiere saber un poquito más de su cuerpo, y es entonces donde aprende que, algún día, ella tendrá que sangrar por su intimidad.
Cubre sus labios con inocente asombro, intrigada ante ese dato tan maravilloso, (y como la pequeña heredó la tardía menarquía de su madre casi estéril) entendiendo que aquello le pasará tarde. Emma suspira y continúa un poco más, cansando sus ojos pero deleitándose con conocimientos que nunca serían dados, hasta que también descubre algo que la hace temblar de placer desconocido y, curiosa, desea complacerse porque la humedad en sus prendas le indican que se excitó con tan solo leer una de las páginas acerca de la reproducción.
Acaricia sus senos con delicadeza, se le escapan jadeos suaves y comienza a pasar sus manos por sus muslos, su vientre, sus labios húmedos y cabellos desordenados. Simplemente no sabe cómo hacerlo, así que cierra sus ojos, evitando observar los crucifijos (que dejó de ver bonitos y empezó a tomarles miedo) que la acosan a todas partes.
Frunce su ceño con deseo, idealizando con total vergüenza a Norman y sus labios recorriendo su cuello hasta suavemente llegar a su pecho, haciendo su espalda arquear en búsqueda de algo que quiere tanto conocer y sentir en su ser. Y una vez más es Norman en sus ojos, Norman y su sonrisa de niño tierno y...
Oh~ Pero Norman ya no es un niño, él parece ser ya todo un hombre.
— Ah...Norman — suspira sin saber qué es lo que hace, tratando de alcanzar labios invisibles para besarlos con brusquedad y pasión.
Emma tan solo duerme con culpa al mancillar la imagen de ese ángel suyo.
❀
El mañana de tenue luz llega, con deseo en su ser de niña pura y culpabilidad en una parte de su corazón. Suspira al sentir los rayos del sol bañando su piel blanca, mientras una sonrisa tierna se pinta en sus labios.
— Norman...necesito a Norman.
Sale de su hogar no dispuesta a arruinar esa imagen tan bella del chico de hebras blancas cual impoluta nieve. Su corazón palpita y al mismo tiempo, parece torturarla porque sabe que está tan mal. Se siente sucia, se detesta y al mismo tiempo, quiere ver a Norman y decirle todo lo que hizo o trató de hacer aquella noche de luna llena.
El atardecer llega y sin esperar un segundo más, apenas acabar las clases religiosas que se obligan a tener cada día, le suplica al chico de bellos ojos llevarla a su casa.
— ¿Estás bien, Emma? — interroga suavemente al mirar el rostro de la fémina con los orbes cristalizados y mirada arrepentida. Ella tan solo lo abraza y solloza bajito, mojando su camisa y sintiendo las manos de él rodearla suavemente.
— Hice algo malo, muy muy malo Norman, perdóname — lamenta con tanto dolor, que le parece imposible creer que ella haya cometido un acto lleno de maldad.
— Tú serías incapaz de lastimar a alguien, Emma, eres demasiado pura — susurra dulcemente, calmando los sollozos y sintiendo lo labios de Emma junto a los suyos, mientras los movimientos son suaves y necesitados. Ella jadea, él siente nuevamente aquella sensación placentera.
— E-Emma — susurra con la respiración agitada y el ímpetu palpitar de su corazón revela a la chica lo que tanto anhela.
— Vamos a tu casa, necesito que me ayudes.
A lo único que atina Norman es negar aquella petición, porque su padre no dejará de mirar con ojos obscenos el delicado y lindo cuerpo que tiene Emma, junto a ese vestido menta que ahora trae, haciendo un contraste perfecto con el color de su piel y cabello, sus dulces piernas y muslos, sus senos que parecen ser más grandes pero encajando de forma exacta con el diminuto cuerpo que ella posee.
Ambos bajan por el solitario colegio bañado por los colores cálidos del atardecer que desea corromper a ambos. Llegan al pequeño cuarto lleno de crucifijos, Emma tiene miedo y Norman lo comparte con ternura y debilidad. Entran con el mismo cuidado de hace años, donde se escondían para leer aquellos libros que aborrecían sus padres.
Emma suspira mientras acaricia sus cabellos níveos, son sedosos ante su tacto y junta sus labios nuevamente, pidiendo atención de él, cerrando los ojos para evitar los crucifijos colgados y acechándolos.
— Yo no...no sé cómo masturbarme — admite con timidez y dolor, mientras las mejillas de Norman se tiñen en un intenso carmín y siente su cuerpo más caliente de lo habitual. Emma tan solo mantiene su mirada agachada, esperando el rechazo de aquel ángel de ojos cielo.
Cielo...no existe el cielo más que el que se reposa en los ojos de Norman.
— Pero yo... — murmura con obvia vergüenza, mientras siente como ella lo rodea con sus piernas y estimula suavemente la intimidad de él. Norman no puede evitar hacerla sentir tocar de verdad el cielo — Pero yo... Puedo enseñarte como.
La sonrisa suave de Norman tranquiliza su corazón de niña traviesa, así que juntan sus labios nuevamente, mientras que las cálidas manos de él recorren su cuerpo así como ella imaginó. Solo que mucho mejor. Se deshace de su prenda interior con delicadeza y ella cierra los ojos, odiando tanto los crucifijos en ese momento.
— Ah...Norman— jadea con pesadez al poder sentir los dedos de él en su interior, haciendo movimientos únicos en ella y su intimidad virginal. Agita con delicadeza sus caderas, rasguña su espalda cubierta por la tela de su camisa, haciendo que él sonría satisfecho al sentirla cada vez más agitada y gimiendo de forma alta — Norman...quiero saber que puedo sentir al final, no pares — gimotea sin control alguno, agradeciendo que a esta hora gran parte de las personas escuchan la misa de la tarde, burlándose por lo bajo de todos ellos, porque nada se compara a Norman y sus manos suaves dándole placer. Ni siquiera su estúpida y falsa devoción.
Se aferra a él más fuerte, mientras besa sus labios dulces, sintiendo como no para de hacer su labor y sintiendo su miembro rozar con su piel, causando el temblor de su cuerpo ante aquello. Norman se acurra en sus pechos, los acaricia con su mano libre haciendo que ella gima más alto y con el perenne vaivén de sus caderas Emma no para.
Siente aquel ambiente más caliente de lo normal, apretando contra sus dedos mientras que Emma arquea su espalda, cierra sus ojos y abre sus boca suavemente al llegar a su primer orgasmo.
— Norman — repite entre suspiros una y otra vez, no lo puede evitar, besa sus labios mientras ella continúa sumida en su clímax y la mágica sensación que se apodera de su intimidad y cuerpo ahora mismo. Él tan solo siente leve vergüenza al acabar en sus pantalones, porque no puede arrebatarle la virginidad a Emma en esos momentos, pero si puede complacerla cada que ella se lo pida.
Porque a diferencia de ella, Norman sí sabe cómo hacerlo.
— Norman...yo ya no quiero creer en una mentira, no quiero creer en algo que no existe — murmura con las mejillas enrojecidas y respiración agitada, acurrucándose a su pecho y escuchando su dulce palpitar, música para sus oídos.
— Vámonos de aquí...vámonos y no volvamos nunca a esta ciudad tan falsa — murmura él con firmeza, acariciando su delicada espalda mientras disfruta de los tiernos besos que ella deposita en su mejilla.
Todo finaliza con un beso que rechaza las mentiras (mentiras muy hermosas) junto a esos niños de corazón puro y sonrisas lindas y cristalinas que nadie romperá.
— Te amo — mumura por último, con delicadeza, acomodando su vestido y retirando los mechones sudados del joven que le sonríe sin temor.
— Créeme que yo también lo hago.
Al amanecer dos jóvenes desaparecen y todos los crucifijos se hayan tirados en el suelo.
El amanecer no puedo ser más liberador.
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¡Muchas gracias por leer, los quiero mucho!🌜🌻
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