Veinte

Si pudiera detener el tiempo o tener la facultad de vivir para siempre en un intervalo, escogería —sin lugar a dudas— este preciso momento.

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Sus ojos se cruzan con los míos, se queda quieto en el umbral de la puerta, hace un intento de sonrisa para luego echarse a un lado. Entro tímida y me percato de las botellas vacías que hay sobre la mesita de centro de su sala.

—No he tomado —habla rápidamente al ver mi cara arrugada en desagrado—, hace días están ahí.

Me adentro en silencio, escucho que cierra la puerta y siento sus brazos alrededor de mí. Me calmo al percibir su aroma característico ligado a la rica colonia que usa. Dice la verdad, no huele a alcohol.

—Me tienes preocupada, Ro —digo y él me da la vuelta. Ahora nos miramos directo a los ojos.

—Estoy bien...

—Siempre dices lo mismo, pero yo sé que hay algo que te está haciendo daño y me lo ocultas —hablo en un hilo de voz.

Atrapa mi rostro con sus manos y me besa con fuerza. Me estremezco al sentir su cuerpo tenso y sus labios temblorosos.

—Ro —me separo un poco y junto nuestras frentes—, puedes contar conmigo. Sabes que no te voy a juzgar, por favor.

Asiente y se aleja de mí por completo.

—Voy a pedir pizza para cenar, mientras, iré a darme una ducha y luego hablamos.

No me deja contestar, se marcha con el teléfono en mano hacia su habitación.

Ya pasó más de un mes desde que él me llevó a ver la maestra de baile. Desde ese día, han ocurrido algunas cosas: conseguí un empleo como asistente legal y todas las tardes asisto a la escuela de danza.

No ha sido fácil lidiar con mis miedos e inseguridades de frente, en múltiples ocasiones pensé en desistir.

Ruddy me acompañaba los primeros días como había prometido, pero luego dejó de hacerlo por el tiempo. O eso fue lo que me dijo. Sé que su carrera de músico le requiere mucho y por eso lo comprendo. El problema es que actúa muy extraño y no sé qué hacer.

Ha estado yendo a mi casa cada noche, con ojos llorosos y su pelo enmarañado. Entra a la ducha, se acerca a mi cama y se acuesta hasta que se queda dormido. Son incontables las veces que me despierto en la madrugada debido a las pesadillas y su llanto.

He hecho lo imposible para que me diga qué es lo que le aqueja o por lo menos que me deje saber cómo puedo ayudarlo. Pero ha sido inútil.

Traté de que Nick me contara, pero lo veo poco y las veces que he tocado el tema él se hace el desentendido.

Resoplo con cansancio, necesito dejar de pensar en eso por el bien de mi cordura. Además, dijo que me va a contar lo que sea que le está pasando. Esto me aterra, porque no sé qué cosas tan feas le están ocurriendo.

Sacudo la cabeza y me acerco al desastre que tiene en la sala, recojo las botellas, así como las bolsas con comida chatarra.

Observo a mi alrededor, sonrío satisfecha al notar todo en orden y me siento en uno de los sofás a esperar nuestra cena.


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Después de comer, Ruddy colocó una hamaca gigante en su jardín para pasar el rato. Estoy acomodada sobre su pecho, siento su respiración lenta y él tiene sus manos sobre una de mis piernas que acorrala las suyas.

Es una pose íntima, puedo sentir casi todo su cuerpo debajo del mío, pero no me importa en realidad. Nos besamos lentamente, sin prisa, saboreando la boca del otro. Mis manos van hacia su pelo y lo halo cuando toca mis senos sin pudor alguno.

Sus labios descienden a mi cuello, ladeo la cabeza para que tenga más acceso, para que haga de mí lo que quiera.

—Vivi.

Su voz es ronca y sale como un quejido. Eso me hace sentir cosas que jamás he experimentado. Me provoca querer mucho más.

Sus manos inquietas están por todas partes ahora, me brindan placer, me hacen gemir en voz alta.

Me alejo de manera brusca y, sin permitir que diga algo, salgo corriendo hacia la casa. Me carcajeo al escuchar sus pasos detrás de mí, acelero y me tumbo en su cama.

Siento que me da la vuelta mientras sigo riendo por la absurda situación.

—Eres cruel, Vivi —habla entre risas.

Sus ojos están achicados y sus mejillas pecosas rojas. Llevo mi mano hacia su pelo, lo peino hacia atrás y me acerco para besarlo.

Todo rastro de diversión se va cuando me tumbo en el colchón con suavidad. Me observa serio, frunce el entrecejo y muerde su labio inferior con fuerza.

—¿Por qué me miras así? —pregunto juguetona—. Parece que viste un fantasma.

—¿Estás segura de esto? No quiero que te sientas presionada por nada...

No dejo que termine de hablar, uno nuestros labios y me corresponde de inmediato.

¿Quiero esto? Claro que sí. ¿Tengo miedo? Obvio.

Acaricia mis mejillas con dulzura, pasa su mano por mi pelo para luego llevarla hacia el borde de mi blusa. Va desatando los botones con lentitud, se separa un poco de mí, pero no desvía sus ojos de los míos.

Retira la tela y mi piel se eriza por el frío, él se aleja un poco y se quita la camiseta. Su piel es muy blanca y lechosa, su cuerpo es tonificado y sus brazos fuertes sin llegar a la exageración. Me levanto de la cama, me acerco y poso mis dedos en la fina cadena que cuelga de su cuello.

Lleva sus manos a mis hombros, los acaricia con suavidad para luego ir bajando los tiros de mis sostén de manera sutil. Me siento expuesta ante su presencia, por tal razón, agacho la cabeza.

—Eres tan hermosa, Vivi —susurra y levanta mi mentón despacio—. Puedes detener todo esto si así lo deseas.

Asiento, hechizada por su mirada azulada y cristalina. Une nuestros labios de nuevo, me tumba con cuidado y se posiciona sobre mí. Deja un reguero de besos desde mi oreja hasta mi cuello, luego baja hacia mi pecho y succiona mis pezones.

Grito de placer ante lo que me produce su boca, pero él sigue mordisqueando y besando cada parte de mí. Se dirige hacia mi ombligo, mis nervios aumentan cuando va desatando mi pantalón y los baja de un tirón. Asimismo, se deshace de mi ropa interior sin ningún esfuerzo.

Quiero negarme a lo que imagino va a hacer, pero su lengua en mi intimidad no me lo permite. Quedo muda antes todas las sensaciones que está experimentando mi cuerpo por primera vez. No lo puedo evitar, grito por las olas de placer que me hace sentir y halo su pelo sin piedad.

No sé cómo reaccionar, mi respiración se ha tornado irregular y mis piernas tiemblan sin control. Trato de apartarlo, pero me quedo quieta cuando siento que introduce uno de sus dedos en mí. Cierro los ojos con fuerza, aprieto las sábanas y me retuerzo de placer. Creo que moriré en cualquier momento.

Abro lo ojos al sentir que se aleja, se levanta y desata el cinturón de sus pantalones. Se desnuda sin ningún pudor ni vergüenza. Su pene está totalmente erecto, él se acaricia sin dejar de mirarme para luego darme la espalda y busca algo en el cajón de su armario.

Me permito respirar con más calma, tratando de evitar pensar en lo que estamos haciendo y lo que pasará en unos minutos.

—¿Quieres ponerlo? —su pregunta me deja aturdida. Sonríe pícaro y me extiende un paquetito plateado—. Ven, no tengas miedo.

Lo abre y saca el preservativo. Se acerca, me toma de la mano y me hala, quedando sentada frente a su erección.

Toma mis manos, que tiemblan por la anticipación, y las guía hacia su pene. Gime y cierra los ojos cuando lo toco, su pecho sube y baja descontrolado y muerde sus labios con fuerza.

Me aparta con suavidad, se coloca el condón y se acuesta a mi lado con cuidado. Hago lo mismo con temor, evitando verlo a los ojos.

—Quiero decirte algo, Vivi, pero no sé si sea prudente por el tiempo.

Me acerco más a él, me acomodo entre sus brazos para luego besar sus labios. Sus manos acarician mi cuello, luego bajan hasta mis senos y de ahí la dirige a mi entrada húmeda. Juguetea un poco, hace los mismos movimientos con la lengua en mi boca que con sus dedos en mi vagina.

Siento calor y encorvo la espalda al caer en el precipicio otra vez. Jadeo ruidosamente, boqueo por aire y tiemblo de arriba abajo. Se posiciona sobre mí sin dejar de besarme, abre mis piernas y se acomoda en mi entrada.

—Vivi —gime mientras se introduce poco a poco—, te amo.

Un grito gutural escapa de mi garganta al sentir que me llena por completo. Se queda quieto, sus ojos muestran miedo y su boca está bien abierta. Nuestros pechos suben y bajan sin control, una fina capa de sudor se extiende por todo su cuerpo y su pelo le cae por la frente.

Escucho que se queja, pero no por dolor, está cegado de placer y eso mueve algo en mí. Trato de relajarme, sus besos en mi mejilla me llevan a la locura junto al vaivén lento de sus caderas.

Estamos empapados ahora, los gemidos acompasan el chocar de nuestros cuerpos. Es una dulce melodía y la disfrutamos danzando convertidos en uno. Me pierdo en su calor, en su olor, en la manera tan delicada que me hace el amor.

Lágrimas de felicidad salen de mis ojos, él me mira y se espanta. Trata de alejarse, pero no se lo permito.

—Estoy bien, Ro, no me haces daño.

Besa mis labios, sus embestidas se vuelven más erráticas, más profundas. Mi mente se queda en blanco y olas de placer me golpean una vez más.

—¡Vivi! —grita y se deja caer sobre mí.

Poco a poco nuestras respiraciones se van normalizando, él se hace a un lado y me posiciona sobre su pecho. Disfrutamos de la calma que nos proporcionan los brazos de cada uno. Mis ojos se van cerrando, pero antes debo dejarle claro algo.

—Yo también te amo, Ro.


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