Tres

—No llores.

Esas dos palabras me sacan de la ensoñación. Desvío la mirada de la calle y la poso sobre el chico que aún me sostiene la muñeca. Trago saliva al ser consciente de lo cerca que está de mi rostro y logro notar varias cosas: sus ojos son de un azul clarísimo, pero lo que más me llama la atención son las pecas que tiene en las mejillas que lo hacen ver tierno de alguna manera.

—No estoy llorando —susurro sin apartar la vista de él.

Siento una de sus manos en mi mejilla, la acaricia con su pulgar y luego la retira deprisa.

—Sí lo estás, mira. —Mis ojos se posan en su palma mojada por las lágrimas que estaba derramando—. Discúlpame, no debí tocarte de esa manera.

Libera mi brazo y niega varias veces, puedo notar lo colorada que está su cara ahora. Se acerca a su moto y hace ademán de subirse.

—Esos papeles eran importantes, no es que soy loca ni suicida —alego, apenada, al recordar las cosas que me dijo.

—Estoy seguro de que tu vida lo es mucho más, esas cosas se recuperan...

—Viviana Rossi, mucho gusto y gracias por no dejar que me atropellen —interrumpo su perorata y le extiendo mi mano.

Me mira de una manera extraña, pero luego suspira y corresponde el saludo.

—Ruddy Benson. —Aprieta mi mano y puedo notar lo grande que es en comparación a la mía.

Su piel es lechosa, suave y cálida. Recorro mi vista por todo su brazo, hasta llegar a las múltiples pulseras que tiene en su muñeca.

De repente me siento mareada, mis piernas tiemblan y estoy segura de que hubiese caído si no me estuviera sosteniendo.

—D-Debo irme, necesito encontrar la manera de recuperar esos papeles —balbuceo, pero no tengo fuerzas ni para mover un solo músculo.

—¿Estás segura? Te ves pálida —alega, preocupado.

—No es la gran cosa, solo necesito comer algo.

Trato de alejarme de él, pero me tambaleo y siento que me atrapa el brazo evitando que caiga.

—Tengo cosas que hacer, pero puedo llevarte a tu casa. —Niego rápido.

—No te preocupes en la esquina hay un restaurante, solo necesito comer algo —repito, ida.

Me observa, dudoso, resopla y me suelta. Se aleja y decido que es mejor que vaya a almorzar rápido para así ir a la oficina. Solo espero que mi padre tenga ese archivo guardado. Suspiro y doy algunos pasos erráticos, el no haber ingerido alimento alguno me está pasando factura.

Una mano atrapa mi brazo, me espanto, pero suspiro en alivio al vislumbrar al chico rubio caminar junto a mí.

—Estaba estacionando la moto —habla sin dirigirme la mirada.

Entramos al pequeño restaurante, un mesero nos guía hacia una mesa para dos y nos entrega el menú. Pido lo primero que me llega a la mente bajo la mirada de Ruddy.

—No tienes que quedarte, muchas gracias por traerme —hablo, tímida, me avergüenza todo lo que ha pasado.

—Lo sé, pero yo también necesito almorzar. —Toma el menú y empieza a hojearlo de manera desinteresada.

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Comemos en un silencio incómodo. Él evita mis ojos a toda costa, la tensión es palpable. No entiendo por qué actúa cómo si yo no estuviera aquí, con lo fácil que era irse y almorzar en otro lugar. Lo miro de reojo, sigue degustando la ensalada que pidió y chequeando de vez en cuando su teléfono.

—Cantas muy bien —carraspeo para aclarar mi voz—, ¿eres nuevo en la ciudad?

Sus ojos se despegan de la pantalla de su celular y los posa sobre mí, aburrido.

—Algo así, muchas gracias por el cumplido —responde y vuelve a lo que estaba.

Asiento, avergonzada, es mejor que termine de esto para irme.

Le hago señas al mesero para que traiga la cuenta, pero recuerdo que no traje mi bolso conmigo. Soy tan tonta. Cubro mi cara con las manos, no es posible que no tenga ni una sola tarjeta de crédito encima.

El chico deja el sobre de cuero sobre la mesa y se aleja. Lo miro como si fuera un insulto, definitivamente hoy no es mi día.

—Tranquila, yo invito. —Ruddy lo toma y saca dinero de su pantalón.

—Te lo voy a pagar, es que dejé mi bolso en la oficina, pero ahora mismo lo busco y te lo reembolso —digo, apenada, bajo su mirada intensa.

Su rostro está serio, pero un atisbo de sonrisa aparece en sus labios para luego estallar en carcajadas. Cruzo los brazos, ofendida, me paro de la silla y camino hacia la salida. Me siento ridícula, lo menos que necesito es a alguien que se burle de mí, en la cara.

—¡Espera! —Escucho que grita, pero acelero el paso—. Déjame llevarte.

Me agarra el brazo,esto hace que me detenga de golpe. Choco con su pecho, levanto la cabeza y nos miramos directo a los ojos.

—No es necesario, pero gracias. No voy tan lejos —replico sin pestañear—. Además, no me gustan las motocicletas.

—¿En serio? —Asiento—. Eso es porque no has tenido la suerte de subir a una moto como Damián.

Frunzo el ceño en confusión.

—¿Damián? ¿Quién en su sano juicio le pone ese nombre a una moto? —Me cubro la boca al ser consciente de que lo he dicho en voz alta.

Su rostro, que se mostraba divertido, se transforma. Entonces me arrepiento de lo que dije, no fue con ánimos de ofender.

—Como quieras, solo estaba siendo amable.

Se aleja de mí y camina hacia la otra calle. Suspiro, trato de calmarme y decido avanzar para llegar a la oficina lo más pronto posible.

Detengo mi andar al vislumbrar la figura alta de mi exnovio, está justo en la entrada. Miro hacia todos lados sin saber qué hacer, yo no quiero verlo, mucho menos hablar con él.

Me armo de valor y decido seguir, necesito buscar esos documentos para poder estar tranquila y no darle más motivos a mi padre de decir que aún soy una niña inmadura. ¡Tengo veinticuatro años, por amor a Cristo!

—Viviana, qué bueno verte. Nosotros tenemos una conversación pendiente, hay algunas cosas que debo explicarte.

Arrugo la cara en desagrado, su descaro hace que me enfade aún más.

—Déjame pasar, nosotros no tenemos nada de qué hablar —digo con cansancio.

—Yo no quise, ella fue que me besó. Tú sabes que eres la única mujer a la que amo, no importa lo que pase, al final del día la chica que quiero eres tú.

Sus palabras me producen náuseas, ¿cómo es posible que me esté diciendo estas cosas?

—Esto se acabó, Jeremy. Por favor, no me busques más.

Sus ojos se tornan cristalinos, está triste, cabizbajo. Trata de acercarse, pero retrocedo. No puedo dejar que siga, porque sé que puede verse afectada mi voluntad.

—Dime qué quieres que haga para que me perdones, te juro que Miranda no significa nada para mí —suplica, desesperado.

No aguanto la opresión en el pecho, el cansancio y todo lo que he pasado en este día me han colmado. Las lágrimas van cayendo sin control y sollozo, desesperada, sintiendo que me asfixio.

Me estrecha entre sus brazos, dice cosas en mi oído, pero no logro entenderlo. Su olor y calidez ya no me provocan las mismas sensaciones que antes, solo quiero alejarme y dormir hasta que olvide todo lo que ha pasado.

—Háblame, Vivi. Dime algo, lo que sea. —Me aleja un poco, sus ojos se muestran esperanzados.

Lo pienso, ¿qué es lo que quiero? Muchas cosas, pero una de ellas la tengo muy clara. Trago saliva ante lo que voy a decir, segura de que es la mejor decisión.

—No quiero que me toques otra vez, Jeremy. Esto se acabó definitivamente, espero que no me busques más.


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