Once

Odio los lunes.

Sé que suena a cliché y que todo el mundo dice lo mismo, pero detesto el inicio de semana la mayoría del tiempo. No solo es el hecho de tener que venir a trabajar, sino que tuve un fin de semana horrible.

La confesión de Miranda, el beso con Ruddy...

Él me estuvo llamando varias veces el día de ayer, no le contesté, claro que no, y al final me envió un mensaje donde pedía que lo perdonara por haberme hecho sentir mal. No le respondí, por supuesto, creo firmemente que debo dejar las cosas así. Mi vida es muy complicada para que encima me involucre con alguien como él.

Mi cerebro no me dejó dormir anoche, estuve sopesando todas las razones por la que pensar siquiera tener algo con Ruddy es mala idea. Lo primero es que somos muy diferentes, demasiado. Él es un chico liberal, con costumbres distintas a las mías y, estoy segura, un don Juan.

No puedo darme el lujo de salir con alguien así. Mi mayor problema, de siempre, es que me apego mucho a las personas. Además, no quiero ser juguete de nadie y él solo quiere pasar el rato. No soy una mujer para tontear.

—Buenos días —saludo y entro deprisa a la oficina de mi padre.

Me paralizo al notar a las personas que están con él: un señor mayor, vestido de traje y una pronunciada calva. Sus ojos verdes se posan sobre mí y sonríe de lado. No sé si es cosa mía, pero percibo que me recorre de arriba abajo. A su lado está un hombre más joven, vestido igual y de gran parecido.

—¿Recuerdas a Máximo y su hijo? —pregunta mi padre con voz suave.

Asiento, sin dejar de observar a los caballeros que no desvían sus ojos verdosos de mí.

—Es un gusto volver a verte, Viviana —saluda Eduardo y extiende su mano. Se la tomo y él la aprieta levemente.

Mi boca se abre en sorpresa al notar el cambio tan drástico que dio. Mi padre tenía razón, él era un niño flaco y con grandes frenos dentales. Su cabello siempre estaba graso y, lo peor de todo, gozaba haciéndome sentir mal. Ahora es un hombre de gran estatura, sonrisa perfecta y pelo corto negro peinado de lado.

—Hola, Eduard —respondo, cortés, mientras él no deja de mover nuestras manos entrelazadas.

—Máximo y Eduardo se unen a la gran familia de abogados Rossi —dice mi padre, rebosante de alegría.

—Tu hija se convirtió en una mujer hermosa —expresa el señor Máximo, frota las manos y sonríe satisfecho.

La forma en la que me sigue mirando me hace sentir incómoda, no me gusta ser el centro de atención.

—Mi padre tiene razón, Viviana es una chica preciosa. Apuesto que su novio se debe sentir muy orgulloso, yo lo estaría —añade Eduard.

Mis ojos se posan sobre mi papá, quiero que note lo incómoda que me siento, pero él está muy complacido con los "cumplidos" de los dos hombres.

—Vivi no tiene novio, es una mujer soltera y a espera de un buen partido —espeta y me atrae hacia su pecho con fuerza.

—Fue un gusto verlos de nuevo, pero debo retirarme. Tengo mucho trabajo...

—No, Vivi —interrumpe mi padre—. Deja eso, mejor acompaña a Eduardo y así le muestras las oficinas. Te doy el día libre.

Quiero negarme, tengo muchas cosas pendientes para estar perdiendo el tiempo en esto. Abro la boca para decirle que no, pero su mirada me frena. Resoplo, fastidiada. Aun así, asiento a su pedido.

—Vamos, entonces —me dirijo a Eduard y este sonríe, satisfecho.

Camino hacia la puerta sin despedirme de ellos, molesta y frustrada. Este lunes será mucho más difícil de lo que creía.

✾───♫♪♩❀♩♪♫───✾

Los pies me duelen al igual que la cabeza, siento náuseas y unas ganas terribles de orinar. La mañana completa ha sido un caminar incesante y, encima de eso, Eduard no ha dejado de parlotear sobre todo lo que ha logrado a lo largo de estos años. Es como si se estuviera vendiendo con sus estudios, lo sé porque no ha dejado de decirme cosas como: "serías afortunada con alguien como yo", "tu padre merece un yerno que lo represente".

Le he mostrado el edificio completo, expliqué las cosas que hago en la oficina —cuando me dejó hablar— y servido de consejera. Porque sí, Eduard me contó lo difícil que fue su niñez y adolescencia, que su padre le exigía demasiado y que eso lo ayudó a ser lo que es ahora.

—Es espectacular todo lo que ha logrado tu padre, aún recuerdo la oficina pequeñita que tenía —habla, animado, sin percatarse de todo lo que estoy sintiendo.

—Necesito ir al baño. —Detengo mi caminar y él hace lo mismo.

—Claro, ve, Viviana. Quiero llevarte a almorzar, ¿cuál restaurante me recomiendas?

Niego varias veces y camino hacia el pasillo, loca por vaciar mi vejiga y por descansar un momento de él. Estoy sumamente agotada, en un punto en que me desagrada hasta su voz. No me gusta cómo actúa, tiene aires de grandeza y se cree mejor que los demás.

Salgo del cubículo y me acerco al espejo, mi cara grita lo cansada que me encuentro. Me lavo las manos, luego el rostro y paso los dedos húmedos por mi pelo. Ahora solo será comer algo, luego le diré que necesito irme.

Vuelvo a donde lo dejé, está en el mismo lugar hablando por teléfono. Cuelga de inmediato cuando me ve, extiende su brazo y me mira sugestivo. Suspiro resignada, loca por acabar de una vez por toda con este circo.

Salimos del edificio y caminamos a la par por la acera, en un silencio incómodo. Tampoco es que haya mucho qué hablar ahora, por lo menos no de su parte.

—Me gustaría algo de comida italiana, ¿qué opinas?

—Está bien para mí, hay un restaurante cerca de...

—¡Vivi!

Mis ojos se posan sobre Ruddy, camina hacia mí a pasos rápidos sin dejar de mirarme con intensidad. Es increíble cómo mi corazón se acelera a causa de él.

—¿Quién eres tú? —cuestiona Eduard. Lo observa de arriba abajo, su cara está arrugada por el desagrado.

—Soy Ruddy, mucho gusto —saluda como si nada, obviando la mirada de muerte que le da.

—¿Qué haces aquí? —Carraspeo en un intento de aclarar mi voz.

—Quiero que hablemos, Vivi, y pedirte disculpas por lo que pasó el sábado.

Mi mente se queda en blanco ante sus ojos claros, sus labios están rojizos en un indicio de que los estaba mordiendo. Ruddy se ve espectacular con esa simple camiseta blanca y pantalones rasgados. Su pelo está retenido por un gorrito de lana, pero hay algunos mechones rebeldes que le caen por la frente. ¿Cómo alguien puede verse tan bien?

—Lo siento, Ruddy, pero Viviana está ocupada ahora. Así que es mejor que te marches —espeta Eduard, molesto.

—Oh, comprendo —dice fingiendo pesar, sus ojos puestos en mí y luego se da la vuelta para marcharse.

No quiero que se vaya, no me quiero quedar con Eduard y aguantarlo por unas horas más. La desesperación crece dentro de mí por cada paso que da, quiero hablarle, saber qué es lo que tiene que decirme.

—Ese tipejo luce como un loco, ¿de dónde salió?

—No creo que es prudente hablar así de alguien que apenas conoces —digo, molesta. Odio la manera tan despectiva de referirse a él.

—No tiene caso, mejor sigamos con el plan de ir a almor...

Un chirrido lo interrumpe, Ruddy detiene su moto delante de nosotros y extiende su mano hacia mí.

—Viviana, no te atrevas a irte con este —advierte, irritado. Su molestia me hace enojar, no sé quién cree que es para hablarme así

—El restaurante está a dos esquinas —dicho esto, tomo la mano de Ruddy y subo a su moto.

Esta vez conduce a toda velocidad, pero no me importa. Me aferro a su espalda, cierro los ojos y me permito disfrutar de su calor y olor.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top