Ocho
No importa cuánto corras, el pasado siempre te alcanzará.
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Mi cuerpo tiembla al cerrar la llamada, mantengo el teléfono en la mano mientras lo miro con inmensas ganas de llorar. No hay vuelta atrás, y eso es genial porque es por mi mejoría.
Quizás las cosas serían muy distintas si no me hubiese desviado en primer lugar, las recaídas me han hecho mierda y todo el progreso que había conseguido fue en vano. Pero estoy cansado de sentirme así, de no hacer nada para salir de este hoyo negro en el que estoy sumergido.
Por tal razón, he decidido retomar las terapias y mis visitas con la psicóloga que atendía mi caso. Estoy aterrado, tengo miedo de lo que pueda venir, pero consciente de que es la mejor decisión.
Mis ojos se posan sobre Nick que acaba de entrar a la habitación. Me alegra verlo tan temprano, así aprovecho y le doy las buenas noticias. Él siempre ha insistido en que debo buscar ayuda para poder salir adelante.
Frunzo el ceño al notar cómo agacha la cabeza y se queda parado en el mismo lugar. Algo no anda bien. Él es una persona divertida, positiva y con una chispa que contagia.
—¿Pasó algo, Nick?
—Me estoy volviendo loco —espeta, frustrado—. Clara no quiere ni permite que vea al niño.
Asiento en comprensión. Nick hace unos años tuvo una relación, tóxica a más no poder, con una chica unos años menor que él. Estuve en desacuerdo desde el primer momento, porque me parecía muy inmadura y le advertí que eso le podría traer problemas en un futuro. No me hizo caso, pero el colmo de todo fue que la embarazó.
Recuerdo la noche que me lo contó: nos peleamos, hubo puñetazos de por medio, gritos e insultos. Luego de todo eso, y de decirle lo jodido que estaba, nos abrazamos y le di mi apoyo incondicional. Tal como él lo ha hecho conmigo. El problema es que a los meses se separaron, mi amigo no quería, pero ella había tomado su decisión.
Fui con Nick cuando nació el bebé, un niño hermoso idéntico a él. Desde ahí empezaron los problemas, porque ella ponía muchos peros cuando quería ir a verlo.
—¡Esa perra! —suelto con rabia.
—No le digas así, Ro, tú sabes que Clari está dolida aún. —Lo miro sin poder creerlo, no puede ser que siga enamorado.
—Y encima la defiendes, no te entiendo. Dicen que las mujeres se obsesionan con su primera vez, pero en tu caso fue lo contrario —me burlo y él se cruza de brazos, irritado.
Estoy molesto, me da coraje que él siga enamorado de esa tipa que solo jugó con sus buenos sentimientos.
—Deja de hablar mierda, Ruddy. Agradezco que te preocupes por mí, pero no es necesario insultarla.
Ruedo los ojos ante sus palabras, me fastidia lo moralmente correcto que es siempre.
—Ella no te puede prohibir verlo, eres su padre, es tu derecho estar con el niño. —Asiente, angustiado.
—Eso fue lo que le dije, pero ella me insinuó que se va a mudar y hasta me bloqueó de todos lados.
Me muerdo la lengua para evitar decir otra grosería, ¿qué se cree esa loca? Mi mente viaja a una persona: Vivi. Ella me comentó que estudió Derecho, quizás acepte ayudarnos.
—Voy a hablar con alguien, es una abogada y te puede orientar.
Sus ojos brillan esperanzados, se acerca y me abraza. Palmeo su espalda pensativo, sopesando si decirle o no mi decisión de volver a tomar mis terapias.
—Tengo que contarte algo —hablo, tímido. Me avergüenza admitir muchas cosas aún.
Nos sentamos en mi cama y suspiro, dispuesto a decirle todo lo que he estado pasando y lo que pienso hacer.
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Me remuevo en la cama, incómodo por el ruido que proviene de la puerta. No sé si es real o estoy soñando, pero cada vez suena más fuerte. Abro un ojo para poder ver la hora, ¿quién demonios tiene la osadía de venir a mi casa a las seis de la mañana?
Me levanto deprisa, echando humos y preparando los insultos a quien sea que está casi tumbando mi puerta.
Me quedo paralizado al vislumbrar su delgada figura. Parpadeo sin poder creer que está aquí, quizás es un producto de mi imaginación y del sueño que aún tengo.
—¿No me vas a invitar a pasar, Ro?
Siento que el piso se mueve al escuchar su voz, mi piel se eriza al cruzar mis ojos con los grises de ella. Su cabellera rosa le cae por los hombros ahora y está vestida toda de negro. Como siempre.
—¿Qué haces aquí? —pregunto, ensimismado, sin poder creer que de verdad está frente a mí.
—Te estuve buscando, pero fue como si la tierra te hubiese tragado. No sé si lo hiciste a propósito, si en realidad no querías verme nunca más.
Puedo notar cierto reproche en su voz, no estoy seguro porque estoy muy ocupado detallando cada parte de ella. Está extremadamente delgada, tiene grandes ojeras y frota sus manos que tiemblan.
Me hago a un lado para que pase, ella lo hace y recorre con la mirada cada rincón de mi casa.
—No tuvo que ver contigo, pero necesitaba otros aires. Además, sabes que estaba en ese lugar de pasada...
—Siempre es así, Ro. Dime algo, ¿cuándo vas a abandonar esta ciudad?
Su pregunta me deja sin habla, incapaz de contestarle algo coherente. Hace años que visito muchas ciudades y pueblos, llevando mis canciones por todas partes. El hecho es que nunca permanezco en un sitio fijo, pero aún no ha pasado por mi mente irme de aquí. No por ahora.
—No lo sé, tengo algunos proyectos pendientes.
Ella asiente, se acerca y posa una de sus manos en mi mejilla.
—Te extraño tanto, Ro. Fue muy duro para mí cuando supe que te habías marchado.
Conocí a Gina en una de las terapias grupales a la que asistía. Ella estaba en tratamiento por su adicción a las drogas y depresiones. Me conmovió su historia, desde niña fue abusada por uno de sus tíos que era su tutor porque sus padres murieron cuando era un niña.
Su vida era demasiado dura, de alguna manera me sentí en la necesidad de ayudarla y brindarle mi apoyo. Tanto emocional como económico. El problema fue que las cosas se fueron por otro lado: empezamos una relación que duró algunos meses.
Era sin compromisos, ella sabía que me iba a ir en cualquier momento y aceptó sin problemas. O eso pensaba, sus recaídas no me permitieron dejarla de lado. Me aseguré que estaba bien y estable antes de marcharme.
—¿Estás bien? —pregunto, preocupado por cómo luce.
—He estado mejor —responde, sin dejar de mirarme directo a los ojos—. Me alegra mucho verte de nuevo, necesito que me ayudes en algo.
Asiento sin pensarlo, sin tener idea de cómo sentirme al tenerla aquí.
—Sabes que puedes contar conmigo, Gina. De hecho, voy a seguir con mi tratamiento, sería bueno que tú también lo hicieras. —No contesta, creo ver indecisión y algo más en su mirada.
Mi teléfono celular timbra, me alejo de ella y lo reviso. El mensaje de Vivi me hace sonreír como idiota, olvidando por unos segundos todo lo demás:
"Acepto ir a tu presentación, Ro. Nos vemos mañana en la noche".
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☆Otro capítulo de Melifluo, debo decirles que estoy alucinando con el apoyo que le han brindado a la historia. 🙈
☆¿Qué opinan de Gina?
☆Besos 💋
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