Dos

—Ese chico logró engañarme —exclama mi madre, sorprendida.

—Lo hizo, hasta a mi padre. Me duele tanto saber que solo fui un juego para él —digo en un hilo de voz.

Ha pasado una semana desde que encontré a mi exnovio besándose con la que era mi mejor amiga, hasta ahora es que lo cuento porque me negaba a decirlo en voz alta.

—No vale la pena sufrir por él, cariño. Perdió a la chica más hermosa e inteligente de este mundo.

Sus palabras me hacen sonreír por lo exageradas que son. Pero en algo tiene razón, porque no pienso ni tengo el deseo de volver con él nunca más. No ha dejado de molestarme, enviando mensajes y llamando a cada momento para explicarme no sé qué cosa. Qué descaro.

Me siento mal por la traición, pero hay algo más que me ha estado torturando en los últimos días.

—Mamá, me pasó algo extraño esa noche y desde entonces no he dejado de pensar ni soñar con algunos eventos.

Me observa, curiosa, se acomoda mejor en la cama y me toma de las manos. Mi madre y yo tenemos una relación hermosa, confío en ella con mi vida. Es mi pilar, mi ejemplo a seguir y la que siempre me defiende de los regaños de mi papá.

Cierro lo ojos y le cuento todo lo que me pasó cuando escuché al chico cantar, cómo los recuerdos llegaron a mí de una manera sorprendente. Aún se me eriza la piel al pensar en todo lo que sentí.

—Cariño, creo que debes retomar lo que te apasiona. Tu padre y yo estamos muy orgullosos por tus estudios, pero ahora te toca a ti hacer lo que te llena.

Una lágrima cae por mi mejilla y ella pasa su mano por mi rostro con dulzura. Lo cierto es que hace unos dos años me gradué de Derecho a petición de mi papá. Él es un abogado próspero y quiso que yo siguiera sus pasos, pero la realidad es que yo quería ser bailarina profesional.

Desde muy pequeña estuve en clases de ballet, gané algunos concursos y siempre estaba dentro de las presentaciones que se hacían en la escuela.

—No sé si pueda —digo y me alejo de su toque, sintiéndome molesta de repente.

—Vivi, sé que es un tema delicado para ti, pero quiero ayudarte a salir de ese trauma.

—No hay ningún trauma, mamá —defiendo de inmediato—. Yo solo crecí, mis prioridades y gustos cambiaron.

Sus ojos se muestran dolidos, es inútil tratar de engañarla. Ella me conoce, incluso más que a mí misma.

—Espero que pronto puedas hablarlo con libertad. —Se levanta de la cama y camina hacia la salida—. Quiero ver ese día en que te decidas por lo que realmente amas.

Sale y cierra la puerta despacio. Sus palabras me torturan, ¿por qué soy tan cobarde? Me levanto, los nervios hacen que me tiemblen las manos y mi corazón late salvaje.

Me acerco al armario con una lentitud que me desespera, pero no puedo hacerlo de otra manera. Lo abro, saco el cajón grande y retiro la tapa que aguarda mis temores. Paso las manos por la tela suave y los recuerdos llenan mi mente sin piedad.

Los temblores del cuerpo delatan lo nerviosa que estoy. Ojalá algún día pueda volver al lugar que me hacía feliz.

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—Llegas tarde, Viviana —reprende mi padre al verme entrar a su oficina.

—Lo sé, lo siento. —Me apresuro a dejar su café negro en el escritorio y trago saliva al percatarme de las personas que están con él—. Buenos días, no sabía que estabas ocupado.

Aliso mi falda, avergonzada, no solo por la mirada de muerte que me está dando mi progenitor, sino porque me siento ridícula delante de estas personas.

—El tránsito estaba horrible y...

—Ahórrate las excusas, tenemos mucho trabajo hoy —interrumpe y me extiende unas carpetas—. Es el señor Pérez y su hijo, están aquí porque necesitan de nuestros servicios.

Asiento, enojada, odio cuando se mete en su papel de jefe malhumorado. Saludo a los presentes y nos enfrascamos en una charla profesional.

Cuándo me decidí a estudiar esta carrera —por presión de mi padre—, él me ofreció empleo para enseñarme todo lo que sabe. Además, me dijo que era necesario, ya que yo algún día me iba a hacer cargo de la oficina de abogados que fundó con mucho esfuerzo. No me ilusionaba malgastar tantas horas encerrada en una oficina, pero al pasar del tiempo me fue gustando su manera de trabajar y el poder de ayudar a otros.

El único inconveniente es que soy un tipo de asistente para mi padre, hago de todo aquí y aún no he llevado por mi propia cuenta ningún caso. Me gustaría hacerlo, sé que me falta trayectoria y experiencias, pero estoy segura que lo puedo lograr. La práctica hace al maestro.

Las horas pasan excesivamente lentas, a pesar de que en toda la mañana he estado en mucho movimiento. Siempre hay un montón de trabajo, bastante papeleo, recibiendo clientes y fungiendo de secretaria.

—Viviana —llama y levanto la cabeza de los papeles que estoy revisando—, me voy a juntar con unos socios por lo que resta del día. Ve a comer algo y luego sigues con eso, ya es tarde.

Mis ojos se dirigen al reloj grande que está en la pared y me percato de que me he saltado el almuerzo.

Asiento, no le dirijo la mirada porque estoy organizando la carpeta que me llevaré para revisarla más tarde. No pienso volver para acá de nuevo.

—Hija, sé que he sido duro contigo, pero es que a veces te comportas muy inmadura.

Se sienta frente a mí, su mirada se ha suavizado, ahora ha dejado el rol de jefe atrás y ha retomado el de mi padre.

—Lo sé y te lo agradezco, pero...

—Lena es aún una niña —me interrumpe—, en ti es que ha caído la responsabilidad de seguir con el patrimonio familiar. Sabes que lo otro solo era un sueño sin sentido, nada serio...

—Entiendo, que pases buenas tardes.

Me levanto de inmediato y salgo de la oficina en un santiamén. Me siento atacada, él nunca aprobó mi deseo de ser bailarina y piensa que es una pérdida de tiempo. No entiende que era otra cuando la música empezaba a sonar y me perdía en ella. Mis ojos se nublan por las lágrimas que están locas por salir, ese es un tema delicado para mí y él lo sabe.

Tengo la opción de ir a casa y comer allá, pero decido dirigirme a un restaurante que queda a dos esquinas de aquí.

Aprieto la carpeta entre mis manos, mientras camino distraída pensando en las cosas que debo hacer. Siento que debo organizar mi vida de ahora en adelante, quiero demostrarle a mis padres que ya no soy la niña soñadora e inmadura que era.

Un chirrido estruendoso y molesto hace que me detenga de golpe, la carpeta cae al piso y los papeles salen volando por toda la calle a causa del viento. Me percato de la motocicleta roja que está a centímetros de mí y mi corazón late salvaje al caer en cuenta de lo que acaba de pasar. O lo que iba a ocurrir.

—¿Qué demonios! —grita alguien, enojado, pero sigo ensimismada sin dejar de observar el desastre que he ocasionado. Mi padre me va a matar.

—Te estoy hablando a ti, ¿cómo cruzas la calle de esa manera? ¿Acaso eres una suicida? —Levanto la mirada hacia la persona desagradable y abro la boca en sorpresa al reconocer de quien se trata.

El rubio que cantó en la feria me mira con rabia, está vestido todo de negro y sus manos sujetan con fuerza un casco protector. Al parecer me reconoce, sus ojos se entrecierran y pasa sus manos por el pelo que le cae por la frente. Luce enojado, frustrado e impaciente.

—Lo siento, no me fijé por donde iba. Yo...

—¿Tú de nuevo? —me interrumpe y chasquea la lengua con fastidio.

—Esos papeles son importantes. —Ignoro lo que ha dicho, camino hacia la calle y me dispongo a recoger uno a uno los documentos esparcidos en el piso.

Escucho varias bocinas de autos, luego siento una mano que me hala hacia la acera, y veo cómo los carros empiezan a avanzar sobre las hojas.

—¡Estás loca! ¿Cómo puedes estar en medio de la calle de esta manera? No tengo tiempo para esto.

Escucho que se queja sin dejar de sostener mi muñeca. No le pongo atención, mis ojos derraman lágrimas de impotencia ante lo que ha pasado. Estoy acabada.

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🙋‍♀️Otro capítulo de Melifluo. ¿Qué les parece hasta ahora?

Opinión aquí de Ruddy.

De Viviana.

En el próximo capi habrá más interacción de estos dos que me encantan. 😍

Muchas gracias por leer, besitos 💋

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