Segunda oportunidad

Cecilia desconectó el caso de su cabeza y lo azotó contra la mesa, luego lo estrelló contra su computadora y lo remató golpeándolo una y otra vez contra la pared.

—¡Maldita —Golpeó el casco contra el suelo—, porquería —Lo lanzó contra la puerta—...de mierda!

Se dejó caer sobre la camilla entre lágrimas, rechinando sus dientes. Había perdido su vida por culpa de un fallo en el maldito casco. Se secó el rostro dispuesta a desahogar su enojo contra el aparato, pero entonces lo entendió. Eran los tumores. Ya había pasado un mes desde el diagnóstico de cáncer terminal, tenía frito el cerebro.

Salió de la sala de realidad virtual dispuesta a llamar a servicio técnico, pediría garantía o lo que fuera, pero no se iba a dejar engañar así de fácil. Se le había metido en la cabeza que el problema era la ubicación, jamás enviarían un aparato de calidad a Colombia, si ella fuera de un país poderoso no tendría que sufrir con equipos de segunda. Solo bastaba con ver lo de CarpentemD, nadie decía nada, pero todos sabían que el casco le había derretido el cerebro. No habían bugs ni realidades superiores, el tipo estaba muerto y punto. La gente no desaparece por arte de magia, eran los cascos. Cecilia no se dejaría vencer por Peach, si tenía que viajar a Bangalore y demandarlos, viajaría a la mismísima India y los pondría de cabeza, pero así no se quedaría.

Encendió su pantalla de cincuenta pulgadas y se conectó al servidor. Buscó entre sus documento y revisó su historia clínica. El archivo incluía, entre otros estudios, treinta y cinco reconstrucciones tridimensionales de su cerebro, diecinueve de las cuales eran imágenes de rutina que todo usuario de cascos de realidad virtual debía realizarse, las otras dieciséis abarcaban un periodo de seis meses y mostraban la evolución del tumor. Suspiró y se hundió en su silla, necesitaba leer el FAQ del casco antes de llamar.

Cecilia moriría en menos de un año, ni la quimio, la radiación o la cirugía habían surtido efecto. Las masas regresaban una y otra vez. Eran sus últimos meses de vida y apenas se enteraba que los tumores y el daño cerebral bloqueaban las señales entre casco y cerebro —¿Que porquería de casco radioactivo era ese?—. No solo causaba tumores y freía cerebros, sino que no podía atravesar unos simples tumores. Cecilia no podía ni pensar en pasar sus últimos meses en el mundo real, sola, sin su novio, su familia o sus amigos. Sabía que nadie se desconectaría para ir a verla en persona, ella misma no lo haría ni por su padre.

La única solución era demandar a la compañía. Sí, la demandaría y los obligaría a crear un casco que la dejase conectarse con todo y tumores, tendrían que darle uno súper potente o lo que fuera. No importaba qué debiera hacer, pero Cecilia no podía imaginar pasar ni un solo día sin conectarse a Edén, la plataforma de sociedad virtual. El mundo real era asqueroso y ella no podía ser la única exiliada. En definitiva, conseguiría su casco contra tumores aunque fuese lo último que hiciese en su vida. Igual, ya tenía el cerebro hecho papilla, más radiación no haría gran cosa.

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