Mefisto

Las serpentinas rosa de Mileto se movieron indecisas, las expresiones infantiles sobresalían en su acuífera figura. Al final sonrió y partió feliz de contar con mi apoyo en dirección al consejo universal. No trató de ocultar su brillo nuclear al saber que, por primera vez, yo no estaría ahí para ridiculizarla. Sin darle importancia a las ínfulas de mi anciana hermana, abandoné la nave nodriza con la satisfacción del deber cumplido.

El espacio se mostró silencioso aunque la explosión iluminó las cercanías, los Gardons ya no necesitábamos el apoyo de la Federación para invadir la tierra, tampoco habríamos de temer represalias de su parte. En pocos segundos la vía láctea sería atravesada por nuestras naves de asalto y obtendríamos nuestro anhelado planeta azul.

Las injusticias de la Federación desaparecerían con ella y con mi hermana, que había muerto protegiendo una especie que ni siquiera formaba parte del consejo universal. Ellos eran los traidores y su sentencia a muerte, el designio del pueblo.


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