Desgracia
Amanda bajó a llorar al río, esperaba que el sonido del agua ocultara sus sollozos. No podía detener las secreciones que bajaban saladas por su rostro azulado ¿Que habían hecho ellos para merecer tal desgracia? Estaba segura, y siempre lo había estado, de ser una buena cristiana. No solo asistía todos los domingos a misa matutina, sino que había formado a sus hijos en la fé y se jactaba de orar en familia dos veces al día: la primera al ocultarse el sol y la segunda cuando este salía.
Ella cargaba solo una cruz a cuestas, su matrimonio con Mauricio, el padre de sus hijos y el mejor de los hombres que ella hubiese conocido. Después de cien largos años de exilio, el pasado aún los perseguía. Estaban recibiendo castigo por revolver genes que jamás debieron juntarse. Mezclar la sangre de una teórica con la de un experimental era un verdadero insulto a Dios. ¡Que vicioso era el amor! le había hecho revelarse contra la prudencia y escoger tan triste vida en las sombras ¿para qué? si ahora sus pecados los pagaba en carne viva.
Las lágrimas de la mujer comenzaban a secarse cuando escuchó a lo lejos la voz de su esposo que gritaba su nombre a todo pulmón y se acercaba poco a poco a ella, y mientras más se acercaba más claro se escuchaba el llanto del bebé. ¡El maldito bebé! ¡El desgraciado cuarto hijo de la pareja! Amanda tembló ante el sonido, un escalofrío le recorrió la médula al recordar el rostro del niño. Se hizo un ovillo y abrazó sus piernas aún ensangrentadas del parto. No daba crédito a lo ocurrido. No podía regresar a casa y enfrentar la realidad. ¡Había parido un monstruo!
Amanda sabía bien que ella y su esposo tenían buena genética, sus hijos mayores eran todos saludables y no había mal en su ADN, así que solo podía ser obra de Dios. Les había castigado con un mutante de dos ojos y cinco dedos en cada mano y en cada pie ¡Cinco en lugar de cuatro! Temblaba de solo recordar tal aberración con tres agujeros en su rostro, que producía sonidos por el inferior e inhalaba aire por los otros dos. ¡Que ser más arcaico era su hijo! Que desgraciada era ella, teniendo que criar aquella criatura que respiraba y comía para vivir.
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