Prefacio

Elizabeth Mayer era una joven policía con apenas cinco años en la fuerza. Su desempeño siempre había sido impecable y para ella solo existía el deseo de llegar a una posición donde pudiese destacarse aún más. Sin embargo, una noche, uno de sus casos, salió mal, demasiado mal.

Había recibido una llamada anónima diciendo que uno de los involucrados en su caso por narcotráfico se encontraba realizando un trato con alguien de perfil muy alto.

Sin oportunidad para preguntar algún otro dato que le revelara si la información era certera o no, la llamada se cortó. Sin embargo, su curiosidad pudo con ella y decidió ir hasta el lugar, sola. Miró su reloj, 20:20 pm. Diez minutos no parecían suficientes para llegar, aunque lo intentaría de todos modos.

No era la primera vez que tomaba la decisión de arreglárselas por sí misma, pero esta vez algo se sentía distinto. Trató de sacar esas ideas de su mente y salió disparada de la estación de policía; tanto que tiró un vaso con agua, que terminó mojando los papeles que tenía revueltos en su escritorio.

Se subió en su auto particular y condujo pasando el límite de velocidad, pasando auto tras auto y algunos semáforos en rojo, pero llegó a destino.

Nada la habría preparado para lo que pasaría después. Tras presenciar el intercambio de narcóticos, alzó la voz y se identificó como policía. Uno de ellos abrió fuego y el otro salió corriendo. Elizabeth se puso a cubierto detrás de unas cajas de madera y comenzó a disparar.

Uno de los hombres había sido abatido. Le había disparado por la espalda al hijo de uno de los capos de la mafia de la ciudad, lo cual no solo consistía en un gravísimo incumplimiento de la ley, razón por la cual había sido despedida de la fuerza y aguardaba el juicio para saber su destino.

Los días no parecían pasar, pensando cuál sería su futuro, pero una noche, cuando la luna iluminaba la habitación de su hogar temporal, escuchó un golpe en la puerta de entrada, el cual la sacó de la reciente parsimonia que había logrado alcanzar para conciliar el sueño. Se levantó de la cama y caminó lentamente los pocos pasos que la separaban de la entrada. No había nadie, nada nuevo, salvo... una tarjeta que habían deslizado por debajo de la puerta. Con la desconfianza propia de la situación, se acercó a la puerta y levantó con cuidado la tarjeta.

Agencia Parabellum. Colfax Drive 373. TE ESTAMOS BUSCANDO.

Nunca había escuchado hablar de tal agencia y le parecía todavía más extraño que le enviaran esa tarjeta pasada la medianoche, pero otra vez, su curiosidad podía más. Buscó en su celular la dirección y casi cinco cuadras la separaban de ahí. No tenía nada más que perder, pues ya lo había perdido todo, así que decidió que iría.

Recorrió esas pocas cuadras en cuestión de minutos, y con la tarjeta en mano comprobó que se encontraba en la dirección correcta, solo que el cartel decía otra cosa: "¿Necesitas un abogado? Estamos para ayudarte". Elizabeth pensó que alguien le había jugado una broma pesada o que había sido llevada allí como una rata para rematarla por el capo de la mafia, a cuyo hijo había matado.

A pesar de sus dudas, decidió entrar. Para sorpresa de ella, la puerta no tenía traba y pudo entrar sin problemas, lo cual le pareció extraño siendo la hora que era.

El lugar se veía mucho más grande de lo que parecía desde fuera y casi al final había un hombre alto, de cabello canoso, que vestía un traje elegante.

─Buenas noches Elizabeth. Tenía esperanzas de que vinieses.

─¿Cómo...?

─Perdona que te interrumpa, pero es que no tenemos mucho tiempo. Mi nombre es Ingram y soy dueño de la agencia Parabellum. Me topé con tu expediente y me pareció extraordinario, y dadas tus circunstancias me parecería injusto que se pierdan si llegaras a terminar en prisión. ─Elizabeth guardó silencio, pues el asombro la había embargado por completo─. Te contaré un poco sobre Parabellum.

Ingram le informó que Parabellum había sido creada por su tatarabuelo durante la Primera Guerra Mundial, y que sus agentes secretos habían sido fundamentales durante la misma, cooperando para que terminara lo antes posible. A partir de entonces, la agencia se volvió un secreto a voces, aunque nunca confirmado, donde se realizaban operaciones de alto riesgo.

─Todo suena como de película y ni siquiera entiendo qué tengo que ver en esto.

─Me gustaría que formes parte de mi agencia Elizabeth. Considero que serías una excelente incorporación. Si aceptas el entrenamiento, claro está.

Elizabeth tenía miles de dudas y solo una certeza, la cual Ingram le había dejado bien en claro. Si aceptaba, podría evitar la cárcel y volverse invisible.

─Entonces, ¿qué dices? ─preguntó Ingram.

El silencio acompañó la habitación durante unos minutos, hasta que llegó la repuesta.

─Acepto.

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