1- Lo que no es, puede llegar a ser

Las horas que siguieron fueron muy duras para Elizabeth. Ingram le había asegurado que se comunicaría con ella para darle los próximos pasos a seguir, pero ella no había tenido noticias de él en dos días; lo cual la había vuelto paranoica con respecto a si todo lo que había vivido quizás había sido producto de su imaginación.

Sin embargo, habiendo pasado dos días y dice horas, Elizabeth recibió la noticia que tanto esperaba mediante un mensaje que, también, había pasado por debajo de la puerta de su casa.

Encuéntrame donde nos vimos por última vez. Si sabes quién soy, no tendrás que preguntar.

Ahora la cosa se estaba haciendo realidad. Ya no era simplemente un recuerdo en su cabeza que en algún momento pareció ser un sueño.

Elizabeth recorrió las calles que la separaban hasta la agencia Parabellum. Esta vez era de día y había mucha gente que pasaba por el local, sin advertir la fachada que escondía.

Al entrar, Ingram ya la estaba esperando.

─Buenos días Elizabeth. Me alegra que hayas decidido regresar. No todos lo hacen, o por lo menos no después del entrenamiento. Ya veremos si eres capaz de superarlo. Ya veremos de qué estás hecha.

Elizabeth no le respondió. Ella sabía muy bien de qué estaba hecha. Era una resiliente y, como tal, no iba a rendirse, sin importar las dificultades que se le pusieran delante.

También sabía que había gato encerrado detrás de la invitación a la agencia y, que entrar en ella, no sería tan fácil como en un principio había intentado creer. Sin embargo, se detuvo a escuchar a Ingram.

─No voy a decirte que este tipo de entrenamiento será sencillo. Lo que sí puedo decirte es que "No hay nada como un reto para sacar lo mejor de una mujer".

Elizabeth continuó escuchando atentamente las indicaciones que Ingram le había dado. Dos etapas, dos oportunidades para fallar o para tener éxito. De más estaba decir que prefería la segunda.

Un reto intelectual y uno físico. Ella podría con eso. Al menos eso pensaba.

El reto intelectual consistía en nada más ni nada menos que someter a Elizabeth a pruebas psicológicas para evaluar su estabilidad emocional, resistencia al estrés, habilidades de toma de decisiones y aptitud para el trabajo de inteligencia. Ingram debió haber sabido que, por el historial de Elizabeth, trabajar bajo presión o en circunstancias de mucho estrés, podían causarle que se apresurara a tomar decisiones equivocadas; pero aquí estaba una vez más, y en esta oportunidad, al presentársele la opción de si debía salvar a su compañero o elegir el éxito de la misión por sobre todo, terminó decidiéndose por la misión.

En cuanto a la parte física, la misma se basó en entrenamiento con diferente tipo de armas, técnicas de autodefensa y capacidad para trabajar en equipo. Esta última particularmente, era el punto débil de Elizabeth. Trabajar en equipo no era su estilo. Ser una loba solitaria iba más con ella.

En el transcurso de cinco días bastante intensos, las pruebas se llevaron a cabo, sometiéndola a situaciones que en algún sentido las vivió como tormentosas, trayéndole recuerdos que pensó que tenía enterrados en lo más profundo de su psiquis. Ahora sabía que había estado muy equivocada respecto a eso.

Cuando al fin terminaron, Elizabeth se sentía exhausta. Sin embargo, la llama que tenía en su ser, aquella que la había mantenido viva durante momentos difíciles, le dio fuerzas para continuar, estoica, a la espera de los resultados, que no tardaron en llegar.

Ingram estaba sentado detrás de su escritorio, una carpeta en sus manos, un resultado que podría cambiarlo todo.

─Quisiera decir que estaba equivocado cuando te convoqué, ya que muchos de mis asociados no estaban de acuerdo con mi decisión, pero, en vista de los resultados de tus pruebas, una vez más veo que mis instintos eran correctos.

»Felicidades Elizabeth. Has aprobado. Bienvenida a Parabellum. Ahora, eres invisible.

Esas palabras se sintieron como música para los oídos de Elizabeth quien se levantó de su asiento para estrechar la mano que Ingram le había extendido.

─Muchas gracias señor... ─En ese momento, Elizabeth se dio cuenta de algo que sintió importante─. No recuerdo que me dijese su apellido ─sentenció con desconfianza.

─Oh querida, no lo recuerdas porque nunca te lo dije. Buenas ─El hombre de unos setenta años y cabello canoso, dio vuelta el escritorio y sentó sobre el mismo, justo donde Elizabeth estaba sentada, separados por apenas unos centímetros─. Quiero que esto quede bien en claro Elizabeth. Una vez que entras a esta agencia, tu identidad deja de existir, a eso me refería cuando dije que te volverías invisible.

»Y quiero que quede más claro todavía que tu vida ya no será como antes. Desde ahora tu nombre ha sido borrado de la faz de la tierra. Deberás vivir en otro lugar, tener una nueva identidad y todas las perdonas que alguna vez te conocieron, recibirán la noticia de que moriste en un accidente. Así será más fácil para todos entender tu desaparición.

Un sentimiento de congoja embargó a Elizabeth, junto con un gran enojo al sentirse engañada por la promesa que Ingram le había hecho.

─Usted nunca me dijo nada de esto antes de aceptar. Usted me engañó ─espetó Elizabeth con ira apuntándole con el dedo.

─Mi niña, créeme cuando te digo que no hubo engaño de mi parte y que siempre quise que comencemos nuestra relación con el pie derecho o, en este caso, con la mano. ¿Recuerdas que cuando aceptaste unirte a la agencia estrechaste mi mano? Pues esa es nuestra forma de cerrar un contrato y, ahora, tú estás vinculada a nuestra agencia y a nuestras reglas, por ende, debes cumplirlas.

Elizabeth miró a Ingram con desprecio y todavía con más irritación de la que tenía hacía unos minutos. Pensó que si el hombre hubiese sido  unos años más joven, lo hubiese despedazado a golpes y solucionado su problema en un santiamén, pero no iba a utilizar la fuerza para salirse de su problema.

─Entonces me iré y no verás mi rostro nunca más. Gracias por nada.

Esas fueron las últimas palabras de Elizabeth cuando empezó a caminar hacia la salida, dispuesta a abandonar la agencia. Sin embargo...

─No tan rápido... ─Esa frase hizo que Elizabeth se parara en seco, de espaldas a Ingram─. Sé que crees que puedes salirte de esta sin ningún tipo de consecuencia, pero estás equivocada.

Atenta a las palabras de Ingram, Elizabeth se dio vuelta para enfrentar al hombre, que la miraba impasible.

─Entonces, ¡¿qué debo hacer para salir de este lugar?! ¡¿Cuál será la consecuencia que debo pagar?! ─cuestionó levantando la voz, tanto que la vena de su cuello se marcó por la tensión.

─Oh, veo que todavía no has entendido Elizabeth y me siento decepcionado por ello. Los resultados de tus pruebas habían dado tu coeficientes intelectual era lo suficientemente elevado como para entenderlo.

La rabia que la joven estaba conteniendo desde hacía varios minutos, se hizo presente al recorrer los pocos pasos que la separaban del hombre y levantar su puño para propinarle una golpiza. No obstante, lo que sucedió después la dejó paralizada. Ingram había parado el golpe con su puño y ahora apretaba la mano de Elizabeth con tanta fuerza, que ella comenzó a sentir el doler recorriendo su mano.

─Ay querida. No pensé que no podrías contener esos arranques que sueles tener, pero hete aquí. Me has sorprendido. ─Ingram soltó a Elizabeth, la cual hizo unas muecas de alivio al sentir la liberación de su mano─. Esta vez seré claro, así ninguno de los dos pierde más tiempo. La única forma en la que puedes salir de aquí, es en una bolsa para cadáveres.

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