Capítulo Único
-¿Quieres cerrar el pico de una vez? - dijo Claude con irritación - Solo hablas para molestar.
-Eres tú el que me obliga a decir este tipo de cosas - le respondí con su misma furia - Creo que el que debería callarse aquí eres tú.
-Eres muy pesado, lárgate, anda - casqueó la lengua.
-Pues quizás hago eso, estoy cansado de ver tu cara de estúpido.
-Maldito niño fantasma - susurró para él, aunque yo le oí perfectamente.
Había muchas cosas que me hacían enfadar, pero la que más es que se metieran von mi condición de albinismo, eso ya me hacía perder los papeles por completo.
-¡¿Qué has dicho?! - subí el tono de voz.
-Nada - respondió secamente.
-¡Chicos, basta! - Lina se interpuso entre ambos antes de que ocurriera algo peor - ¿Por qué no podéis llevaros bien? ¿No se supone que sois tan buenos amigos?
Claro que éramos amigos, de hecho, le consideraba mi mejor amigo, el más cercano de todos los que vivían en el orfanato Don Sol. Pero éramos tan diferentes, tan opuestos, que siempre terminábamos discutiendo por cualquier cosa.
Iba a contestar algo, al igual que Claude, pero Padre entró en la sala, y nos observó con tranquilidad, con una muy ligera sonrisa en su rostro.
-Claude - dijo el hombre - ¿Puedes acompañarme un segundo?
-Claro que sí - dio media vuelta, y fue con él - Cualquier cosa con tal de irme lejos de él.
-¡Vete a tomar viento! - le contesté, caminando hacia el sentido contrario, donde estaba mi cuarto - Ojalá no vuelva a verte.
-Ojalá yo tampoco.
Y ahí terminó nuestro intercambio de palabras. Por el pasillo me crucé con algunos niños pequeños, que jugaban entre risas, corriendo por todo el edificio. Cuando éramos pequeños todo era más sencillo, Claude y yo jugábamos todo el tiempo, las peleas no existían en ese entonces. Pero la adolescencia nos cambiaba a todos, supongo que era normal que eso pasara a los quince años.
Abrí la puerta de madera que daba a mi cuarto, el cual compartía con Jordan. Suerte tenía de él, que siempre me animaba cuando esas cosas pasaban. Aunque la sala estaba vacía, lo cual me pareció genial. Entré, cerré la puerta a mis espaldas y me tumbé en mi cama, contemplando las paredes claras de la habitación.
Solté un suspiro cargado de rabia y cansancio. Sentía unas ganas increíbles de pegarle a algo, pero supe calmarme, por el bien del objeto y de mi mano.
«¿Por qué me molesto tanto por esto? No merece la pena, Claude suelta las cosas mucho antes de pensarlas, relájate».
Y así lo hice, después de ese momento estresante, logré calmarme observando el cielo invernal de entonces.
«¿Por qué motivo le habrá llamado Padre?» pensé, y como por arte de magia, la respuesta apareció ante mis ojos.
La puerta de mi cuarto se abrió, y se presentó el pelirojo que había logrado sacarme de quicio tantas veces a lo largo de todos esos años. Cruzó su mirada ámbar con la mía, y finalmente habló.
-No querías verme, ¿verdad? Pues enhorabuena, lo has logrado - aplaudió ligeramente, observándome con expresión de fastidio.
-¿A qué te refieres? - pregunté con interés.
-Mañana por la mañana me voy para Inglaterra, así que no volverás a ver mi cara de estúpido en lo que te queda de vida, ¿cómo te sientes?
Allí me quedé completamente mudo. ¿A Inglaterra? ¿Qué se le había perdido allí? Entonces uní cables. A Claude le habían adoptado. En ese momento debería de haberme sentido increiblemente triste, pero no fui capaz de expresar otra emoción que no fuera la de asombro.
-Bueno, sinceramente me da igual - dio media vuelta, y ajustó la puerta - Que te vaya bien - cerró.
Y ahí, a partir de ese momento, lo único que se lograba escuchar era mi propia respiración. La verdad, eso me había pillado totalmente por sorpresa, y comencé a plantearme bien lo que acababa de ocurrir. Podría ser una broma de las suyas, pero en la forma que lo había dicho, no lo parecía.
Pequeñas y gélidas lágrimas resbalaban por mis mejillas, la cuales eran su camino desde hacía ya bastante rato. Pude salir de mi shock, y darme cuenta de que estaba a punto de perder a la persona más importante en mi vida, con la cual estaba peleado. Claude se iba a la otra punta del mundo en unas horas, y yo ni siquiera tenía el valor de salir allí y perdirle disculpas por todo lo ocurrido, y ya de paso contarle cuánto iba a extrañarle y lo importante que era él para mí. Estaba hecho todo un blandengue.
La puerta de la habitación se abrió. Deseé con todas mis fuerzas que se tratara de Claude, que llevaba rato pensando lo mismo que yo. Sin embargo, quién apareció ante mis ojos fue mi compañero de cuarto, Jordan.
Él se acercó con cara de pena, y se sentó en mi cama a mi lado, recostando su espalda contra la pared.
-¿Te has enterado de lo de Claude? - preguntó, como si no fuera suficientemente obvio.
-Sí... - respondí, a la vez que un suspiro traicionero salía de mi boca.
-Por lo visto una pareja coreana que vive en Inglaterra llevaba un tiempo interesada en él - acercó sus piernas a su cuerpo - Voy a echarle tanto de menos...
-...
-¿Aún seguís peleados?
Asentí, mientras otra lágrima como el resto brotaba de mi ojo, haciendo el mismo recorrido que las demás. Cada vez que pensaba en que el tiempo se acababa, y que no podía pasarlo con él, un dolor profundo e intenso atacaba mi pecho.
-¿Vas a despedirte de él? - me miró con pena.
-Mañana - casi susurré - Ahora no quiere ni verme.
-Vas a tener que levantarte temprano.
-No me importa, solo quiero desearle suerte y pedirle disculpas.
El peliverde sonrió, a la par que me daba pequeños golpecitos en la espalda, en señal de consuelo y aprovación. Sin embargo, eso no logró que mi llanto silencioso cesara en lo más mínimo. No podía evitar sentirme terriblemente mal por todo lo que estaba ocurriendo.
-¿Sabes una cosa? - hablé, captando la atención de mi amigo - Siempre he odiado discutir con él, ambos decimos cosas que duelen, pero parece ser que es imposible no tener palabras.
-Claude es muy temperamental - dijo amablemente - Y tú demasiado frío, es normal que os irrite lo que haga el otro, no conozco dos personas tan contrarias como vosotros dos. Pero supongo que eso es lo que os une tanto.
-No sé que voy a hacer sin él... - se me agrietó la voz, y el dolor en el pecho augmentó.
-Voy a estar contigo, no te preocupes.
-Gracias Jordan.
El peliverde me abrazó con fuerza. Esa noche me desahogué un poco todo lo que sentía. Odiaba no poder pasar los últimos momentos con Claude por culpa de nuestras diferencias, pero no sentía que él fuera a escucharme, ni mucho menos reconciliarse conmigo. Ese día la discusión había sido fuerte, y ni siquiera recordaba por qué motivo empezó.
A la hora de dormir, Jordan se tumbó en su cama al otro lado del cuarto, y al poco rato ya dormía placidamente. Yo, en cambio, no fui capaz de pegar ojo hasta las tres o cuatro de la madrugada, retrayéndome por todo, pues no quería molestar a nadie. Finalmente el cansancio pudo conmigo, y me dormí con los ojos y la almohada húmedos, con un dolor agudo de cabeza, e increíblemente, con frío.
La luz que entraba por la ventana me obligó a abrir los ojos. Pesañeé varias veces para dejar de ver borroso, y dirigí mi mirada a la cama de al lado, aparentemente vacía. ¿Jordan levantándose temprano? ¿Dónde se había visto eso? Luego observé el reloj que reposaba en mi mesilla de noche. Casi se me sale el corazón al ver que eran las 10:07 a.m.
Me levanté con prisas, me pusé las primeras prendas de ropa que saqué del pequeño cajón del que disponía, y sin siquiera ponerme los zapatos ni peinarme salí corriendo, casi cayéndome por las escaleras.
En la entrada del edificio se encontraba Lina con Xavier y Dave, y Jordan entre sus brazos con una expresión muy negativa. Pero el de ojos ámbar no estaba allí.
-¿Dónde está Claude? - pregunté, temiéndome lo peor.
-Se ha ido hacia el aeropuerto hace un rato, ya debe de estar llegando - habló la mujer.
Y sin decir palabra les aparté del medio, abriendo la puerta y salí corriendo como si la vida me fuera en ello. Sentí el gélido y rasposo suelo rozar mis pies descalzos y el aire frío de la calle ya que yo iba en manga corta, pero esos eran el menor de mis problemas en esos instantes.
-¡Bryce, espera! - gritó Xavier, siguiéndome a mi misma velocidad.
Hice caso omiso a sus gritos, y no aflojé el ritmo de la carrera en ningún momento. Si no llegaba a tiempo al aeropuerto, sería demasiado tarde para despedirme de él. No podía dejarle marchar sin antes decirle nada, él era demasiado importante para mí, era muy duro verle marcharse de mi vida.
No sé si fue por el viento que golpeaba mi rostro o por la fuerte tristeza que sentía, pero de mis ojos emanaron lágrimas como las de la noche anterior.
Y fue la adrenalina la compañera que me ayudó a que mis piernas no cedieran por el cansancio y me llevaran hasta el aeropuerto con la máxima rapidez que eran capaces de correr.
Intenté no llevarme a nadie por delante mientras avanzaba a la gente por las calles, las cuales me miraban extrañadas por el aspecto que tenía. Y les entiendo, ¿en qué momento sale alguien de casa en manga corta y sin zapatos en pleno invierno? Yo mismo, Bryce Withingale.
Frené al encontrarme de frente con el gran edificio que representaba el aeropuerto. Allí una mano se posó en mi hombro, y observé a Xavier, jadeando a mi lado. ¿Me había seguido durante todo el trayecto?
-¿Estás loco? - dijo, forzando la respiración - ¿Dónde vas así?
-A despedirme de Claude - me sequé los ojos, y caminé hacia dentro del edificio.
Nada más entrar me mareé al ver la cantidad de líneas de vuelos que había. Nadie me había dicho donde iba Claude exactamente, ¿cual línea era la suya?
Decidí restarle importancia y observé a mi alrededor a ver li localizaba una melena rojiza, pero no hubo éxito.
-¿Dónde estás? - pensé en voz alta.
-Bryce - Xavier estaba observando su reloj de muñeca - El vuelo de Claude ha despegado hace casi diez minutos.
Después que dijera la última palabra, dejé de escuchar. Sus palabras me quedaron grabadas a fuego, y sentí que todo se volvía muy oscuro. El mundo cesó ante mis pies, y yo no fui capaz de reaccionar ante eso. ¿Se había acabado todo? No lo había logrado, él se había ido...
Algunas lágrimas brotaron de mis orbes, y la vista se me volvió completamente borrosa. Noté como Xavier me rodeaba entre sus brazos, y todo se volvió una realidad difusa.
Pero no podía dejar que eso terminara de esa forma.
Abrí la pequeña caja que contenía mis escasos ahorros. Durante los veranos estuve trabajando un poco para ir ganando dinero por si algún día lo necesitaba. No era mucho, pero sentía que lo había estado reservando para ese preciso instante. Lo metí en mi bolsillo, guardé la caja en su sitio y salí del cuarto intentando que nadie me viera. Bajé las escaleras con cautela, y me dirigí hacia la puerta que daba con el exterior.
-¿Dónde vas, Bryce? - la voz de Lina me asustó por detrás.
Di media vuelta, y me encontré a la mujer, cruzada de brazos y con un semblante serio y autoritario. Compartió unos segundos de mirada conmigo, y relajó un poco la postura. Se había ido todo al pozo.
-Vamos, responde - habló de nuevo.
-Tengo que ir a Inglaterra - le confesé - Tengo que ver a Claude.
-No puedes hacer eso, eres nuestra responsabilidad - me miró con algo de compasión.
-Lina, porfavor... - se me rompió la voz, y bajé la mirada - Sé que no soy la persona más buena de este mundo, pero me arrepiento mucho de las cosas que le dije ayer, y no puedo quedarme tranquilo sin antes verle una última vez.
-...
-Porfavor Lina, te prometo que voy a portarme bien, no tendrás que volver a llamarme la atención nunca más, te prometo que-
-Déjalo - me interrumpió con un cálido y recomfortante abrazo. Luego se agachó, y me apartó el flequillo de la cara - Tú jamás te has portado mal, lo que me molestaba es que estuvieráis siempre discutiendo.
-Porfavor Lina, déjame ir a verle, luego volveré y no voy a pedirte nada nunca más - casi me atraganté con mis sollozos.
Ella desvió la mirada, y lo pensó con calma. Yo solo me mantuve en silencio, cerca de ella, suplicándole con mi mirada que me hiciera ese favor. ¿Comprendía cómo me sentía?
-Está bien - dijo finalmente, causando en mí una ámplia sonrisa - Te acompañaré hasta el aeropuerto y te prestaré dinero para que te quedes una noche allí, pero para mañana te quiero de vuelta aquí.
-Gracias Lina - lloré entre sus brazos - Eres la mejor.
Ella solo correspondió mi abrazo y me acarició la espalda en señal de consuelo.
Contemplé con confusión el mapa que mostraba el recorrido de los autobuses de la ciudad. Mira que a los ingleses les gustaba complicarse. Contemplé el papel en el que Lina había anotado la ubicación del hogar de la nueva familia de Claude. La localicé en el mapa, y busqué la linea de autobus más crecana al lugar.
Esperé con paciencia en la parada hasta que el vehículo se detuvo para que yo subiera, y me senté, contemplando las vistas que ofrecía el lugar, tan distintas a las que yo estaba acostumbrado.
Había muchísima gente caminado con tranquilidad por las calles, los cafés y bares estaban a rebosar de personas, pareciera que no pudiera caber tanta gente en esa ciudad.
Las casas eran muy bonitas y estéticas. Todas iban a conjunto hechas de enormes ladrillos de piedra y unas muy cuidadas puertas de madera oscura.
El vehículo se acercaba a mi parada, y pulsé el botón rojo que llevaba escrito en grandes letras "STOP". El autobus se detuvo, y yo me bajé de él, despidiéndome del conductor, para que él siguiera con su recorrido. Bien, ahora solo quedaba encontrar la dirección indicada.
No me costó mucho localizar la casa. Era de tamaño mediano, bastante cercana a un río y poseía muchas ventanas. Luz no les debía de faltar, de eso estaba seguro. Los nervios me atacaron cuando me acerqué a la puerta, dispuesto a hacer sonar el timbre para reencontrarme a mi amigo de pelo rojizo.
¿Y si no aceptaba mis disculpas? ¿Y si nada más verme cerraba la puerta ante mis narices? ¿Y si...?
Me convencí a mí mismo de que eso no iba a suceder, y reuní el suficiente valor como para pulsar el pequeño botón negro. El timbre sonó de forma estridente, y escuché unos pasos decididos que se dirigían hacía mí.
La puerta se abrió, y ante mí apareció la persona por la que había estado alterado todo el día. Él me miró sorprendido, y yo me quedé allí quieto, completamente mudo, esperando a que fuera él quién comenzara la conversación.
Con su mirada ámbar examinó mis ojos, y su cara de asombro se transformó en una sonrisa que vino acompañada de humedad en sus ojos. Supe en ese instante que habíamos hecho las paces.
Extendí los brazos, y él sin dudarlo se lanzó encima de mí, fundiendo nuestros cuerpos en el más cálido y desesperado abrazo que jamás recibí en toda mi vida. Lloré mucho, pero me quedé tranquilo al saber que a mi mejor amigo le esperaba una vida próspera y llena de oportunidades.
Ese día aprendí algo. Hay lazos que nos unen a otras personas que son indestructibles, y no hay ni lejos ni cerca si la medida es la de esos lazos. Entonces estuve completamente seguro que el que me unía a Claude era de esos tan fuertes.
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