Capítulo 10

Mi hermano se sienta conmigo en la cocina y me pone una bolsa con hielo en el ojo.

–Con esto tal vez se te quite lo hinchado–me dijo.

Estuvimos en silencio, él mirándome, y yo recorriendo la mirada por la cocina sucia que tendría que limpiar antes de que Pablo regresara.

–¿Dónde estuviste? –le pregunté.

–Por ahí –Ariel contesto evasivo

–Mamá no se ha levantado de la cama todo el día–le comento. Ella ni siquiera debe de haber escuchado lo que paso.

–Ya sabes lo que sucede cuando no tiene sus antidepresivos–me dijo.

–Lo he dicho muchas veces–empecé a decir–, pero yo no soy la de...

–Te creo–me corto–, lo supe desde el principio, es sólo otro chisme en la larga lista de los chismes de las personas sin vida propia.

Asentí con la cabeza.

–Estarás bien, tienes que estarlo–dijo viendo para un lado–, eres mejor que loque dicen sobre ti.

¿Lo era?, porque sinceramente, no me sentía como tal.

–Pero aquí estaré para ti, hermanita–me dijo despeinándome el cabello.

–Y yo–le conteste.

Fue un momento perfecto de hermanos.

Después me ayudo a limpiar la cocina y toda la casa mientras poníamos "Uptown Funk" y bailábamos como locos. Ari me tomaba de la mano y me hacía dar vueltas hasta marearme y me hacía cosquillas hasta que me dolía el estómago.

¿Es que siempre la felicidad no puede llegar sin un poco de dolor?

Terminamos antes de lo que yo habría logrado hacer sola, lo cual nos dejaba tiempo para hacer lo que quisiéramos.

–¿Entonces qué haremos? –me preguntó.

–No lo sé –. Podríamos hacer papiroflexia.

Me hermano me miro acusadoramente, yo era buena haciendo figurillas con papel, pero él; terriblemente malo.

Pero cedió.

Terminamos haciendo un dragón que termine en treinta minutos y él en una hora.

–No es justo–me dijo haciendo una cara de niño pequeño.

–Está bien–le dije dándole un toque a la punta de su nariz–, es por diversión.

Mi hermano era bueno en casi todo, su persistencia le ayudaba a lograr sus objetivos, y su perfeccionismo, a hacerlo mejor.

–Pues no me estoy divirtiendo–se enfurruño.

Me reí de él.

Era hermoso, era hermoso poder disfrutar de esta tranquilidad por un momento, me gustaba.

Pero nada es para siempre, y la tranquilidad acabó en cuanto escuchamos la puerta cerrarse.

Contuve la respiración.

Ariel noto mi nerviosismo y tomo mi mano

Escuche los pasos de Pablo, y como toco a mi puerta.

–Aquí estamos– contesto mi hermano por mí.

Pablo abrió la puerta con una cara aun mosqueada.

–Escuche que faltaste a la escuela–le reclamo a Ari señalándole con la barbilla.

–Sí, me había dolido la cabeza.

Pablo nos miró a ambos y a las figurillas de papel.

–No lo parece–dijo con un tono sarcástico–. Jennifer la comida.

Me levanté rápidamente y fui a servirle la cena, no dije nada, no quería hacerlo, sólo quería regresar a mi habitación.

Y cuando el terminó de cenar y se fue a acostar, así lo hice.

Permanecí unos momentos acostada en mi cama leyendo un libro viejo y maltratado porque un día Pablo se enojó conmigo por no sé qué y casi lo quemaba.

El odio y el enojo hacen cosas locas en las personas, o las personas hacen cosas locas viviendo en odio y enojo.

La medianoche llego, pero yo, no tenía sueño, me sentía en una especie de transe por los hechos vividos en un solo día, era como estar en un sueño, nada parece real, pero de alguna forma, así lo sientes.

De repente, mi ventana sonó, como el sonido de una piedrita golpeando el cristal, y al acercarme para abrirla, noté que era así.

Javier se encontraba afuera con una sonrisa en el rostro.

–¿Qué haces aquí? –le pregunte susurrando y mirando a los lados para comprobar que nadie estaba cerca como para vernos–, ¿Y por qué no tocaste en lugar de lanzar una roca? Mi casa es de un piso no de dos.

–Quería hacerlo más romántico–me dijo guiñándome un ojo.

–Esto no es Romeo y Julieta, Shakespeare.

Javier estaba vestido con su mismo estilo simple de siempre; jeans y camiseta, en esta ocasión, negra, como la noche. La luz de la luna daba en su rostro y lanzaba destellos brillantes en su rostro.

Sabía que estaba esperando que le invitara a pasar, y yo, tenía miedo a arriesgar. Pero quería que entrara, y quería hablar con él.

Le abrí paso para que entrara a mi desordenada y simple habitación.

–¿Qué haces aquí? –le volví a preguntar.

–Dijiste que era bueno tener alguien con quien hablar–me dijo–, y quise ser ese alguien.

Lo miré, sacudí la cabeza y le dije a la vez que me sentaba en la cama con él a mi lado:

–Esto es arriesgado –le dije–, si mi padrastro se entera diré que eres un ladrón y que soy inocente.

Momentos antes había maquillado mi moretón, sé que suena tonto, pero siempre cubría mis heridas físicas para intentar fingir que todo estaba bien, para cubrir el dolor.

Pero no puedes maquillar tu corazón cuando esta herido.

Javier me noto triste, y le conté lo que paso, no la parte donde me golpeo Pablo y eliminando algunos de sus comentarios, sólo no quería problemas.

–No quiero que te hagan daño–me dijo–, no lo mereces, y debes saberlo.

Me sentía tan perdida, como si tuviera mi vida en mis manos para dejarla ir... alguien más tomaba las decisiones de quién era yo.

–¿Qué más paso en la escuela? –me preguntó con tacto.

Le conté lo que paso, lo que me dijeron y como me sentí, mientras que él me escuchaba atentamente.

–¿Así que te suspendieron por unas fotos de una chica que no puedes confirmar que eres tú? –me preguntó.

Dicho así sonaba muy tonto, y tal vez porque así lo era.

–Sí–le conteste–. Básicamente.

Javier se levantó y recorrió mi habitación deteniéndose a observar los libros que tenía apilado desordenamente.

– Sentí que me estaba enamorando de él como cuando sientes que estás quedándote dormida: primero lentamente, y después rápidamente– recito al libro de Bajo la Misma Estrella acariciando el lomo.

Después avanzo hasta situarse donde se encontraba mi libro de Los Miserables y lo acaricio como a un buen amigo.

–Los niños aceptan inmediatamente y con toda naturalidad la alegría y la dicha, siendo ellos mismos naturalmente dicha y alegría–recito con una sonrisa triste.

Lo observe fascinada recitar a otros libros de los que tenía, algunos que ni siquiera yo había leído aún.

Recitaba cada palabra como una oración hechizante, como si le estuviera rezando a algo, o a alguien, se sentía íntimo y a la vez tan cercano.

Se giró y me miro a los ojos.

–Sé que tienes a tu hermano–empezó, tocándose la cabeza algo nervioso–, pero, no quiero que te sientas sola, si pasa algo, lo que sea, a la hora que sea; dímelo.

Me mordí el labio, me sentía sola muchas veces, demasiadas en un solo y patético día de mi existencia, eso pasaba.

¿Qué hacer cuando te acostumbras a los truenos?

–Gracias –dije con un hilo de voz.

Se sentó a mi lado y tomo mi mano, fue reconfortante.

Siguió un silencio extraño, no era incomodo, me gustaba.

–¿Y...que sueles hacer para pasar el rato aquí? –me preguntó.

–Leer o cualquier cosa que se me ocurra.

–Okay–dijo Javier levantándose de un tirón de la cama–, juguemos verdad o reto.

Lo considere un momento.

–¿No crees que será riesgoso con Pablo en la misma casa que nosotros? –le pregunté.

–¡Ah! No lo invitaremos –me dijo, y agrego con voz más baja– y no hablaremos fuerte.

Luna y oscuridad fuera de mi ventana, y una palabra en mi boca:

–Hagámoslo.

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