Los Hijos de la Muerte...
"Tiempo atrás, cuando la era moderna aún era muy lejana y los reyes y reinas aún eran la mayor autoridad, nacieron en un pequeño pueblo de paso, en una humilde casa familiar, dos hermanos bastante... Peculiares.
Angela, callada y gentil, cuyo pasatiempo favorito era dibujar en un viejo cuaderno, era la menor. Mientras que Ariel, con carácter y osado, que protegía y cuidaba siempre de su inocente hermanita, era el mayor.
Ambos hermanos eran inseparables, pasaban la mayor parte del día juntos, principalmente debido a la dificultad que poseía Angela para hacer amigos, ya que, a pesar de ser una jovencita dulce y amable, la mayoría de los demás infantes la evitaban e incluso ignoraban su presencia, todo gracias a la historia de su familia.
Una no muy buena.
Al comienzo ambos jóvenes intentaban sobrellevar la situación, después de todo aún eran muy pequeños como para entender completamente el actuar de los adultos, pero conforme pasó el tiempo la situación empezó a escalar a un punto donde ya Ariel se veía afectado por el rechazo de las demás personas.
Hasta que un día todo se salió de control.
Aquella mañana comenzó como cualquier otra, Ariel fue a su trabajo mientras que Angela y su madre fueron a la huerta común para recoger verduras, su padre había muerto por un accidente años atrás, por lo que solo eran ellos tres y el varón se esforzaba mucho para que no les faltará nada.
Todo transcurría con normalidad, hasta que al dar el mediodía, un escándalo alarmó a todos.
Un escándalo proveniente de la huerta.
El joven, preocupado por las mujeres de su familia, dejó todo lo que hacía y se apresuró al origen del revuelo. Al llagar a la zona de cultivo comenzó buscó a las dos de inmediato, más sólo encontró un tumulto de personas aglomeradas.
Enseguida se adentró entre el gentío hasta llegar al centro de todo, donde la escena que lo recibió hizo que el corazón se le detuviera.
Su madre se encontraba inconsciente en el suelo, y a unos pocos pasos se encontraba Angela, quien yacía hecha bolita entre la tierra y el lodo mientras todos a su alrededor le gritaban, insultaban y maldecían.
Bruja.
Engendro.
Demonio.
Fenómeno.
Eran algunas de las cosas que le gritaban a la joven de tan sólo 14 años quien era un mar de lágrimas y súplicas.
La sangre comenzó a hervir dentro de él. Sus manos se volvieron puños y su mirada se oscureció.
Ya había aguantado lo suficiente a todas esas miserables personas.
Y todo explotó cuando, en medio de una de sus súplicas, su hermana recibió una fuerte bofetada que provocó que de su boca comenzara a emerger sangre.
En ese momento todo razonamiento abandonó a Ariel y sin detenerse a pensar en las consecuencias, un fuego negro e intenso emergió desde sus palmas, escalando por su piel hasta cubrir sus brazos. Las personas a su alrededor se alejaran horrorizadas, más él los ignoró a todos y comenzó a caminar en dirección a su hermana, quien alertada por los gritos alzó la mirada para contemplar a su hermano envuelto en llamas oscuras.
—¿A-Ari? —susurró, en un hilo de voz inestable.
En respuesta el muchacho se agachó quedando a su altura y apagando las llamas solo en sus manos, posó las palmas en las mejillas de Angela acunando su rostro.
—No te preocupes, mi ángel —susurró, usando el tono más dulce y afable que poseía—. Ellos no volverán a lastimarte. Nadie lo hará.
Los ojos azules de la jóven se llenaron de lágrimas de alivio y gratitud ante sus palabras, y formando una sonrisa inestable, le abrazó con fuerza sin recibir daño alguno por el fuego, sorprendiendo a su hermano, pero también haciéndolo felíz.
Él no era un peligro para ella.
Pero sí para los demás.
Esa tarde, en ese pequeño pueblo que era mayormente ignorado y poco conocido, ocurrió la tragedia más grande en décadas: Un misterioso e inexplicable incendio arrasó con todo, reduciendo los cultivos y construcciones a cenizas y polvo.
Nadie sabe que pasó realmente allí, ya que nadie sobrevivió para relatar los acontecimientos, lo que único que tienen es la declaración de un viejo conductor de carretas que asegura haber visto cómo llamas tan oscuras como la brea junto a un humo tan espeso como la niebla se alzaban a lo lejos, donde antes se encontraba el pueblo, pero lo que dejó más consternados y perturbados a aquellos que oyeron el relato, fué la mención de dos jóvenes: Un muchacho que parecía entrar a la adultez y una muchacha que apenas dejaba la niñez, quienes se alejaban de las ruinas en medio de ese infierno.
No era un secreto para nadie que haya pasado por esas tierras que entre los pobladores se encontraba una "familia maldita", donde siempre termina muriendo uno de los padres después de nacer la nueva generación, que sin excepciones, eran un niño y una niña.
Los Hijos de la Muerte".
Lola.
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