- CAPITULO VII -MUNDO FRIO (PARTE 1)
I
-Bien – Dijo Pecci - ¿Cómo les fue?
-Creo que bien – Contestó Abby - ¿No es así Diane?
Diane se sentía extraña, demasiado culpable tras su decisión acerca de lo que tuvieron que hacer en ese universo, que ahora era inexistente, o carecía de vida. No se puede saber si lo que hicieron fue correcto o no, ya que para estas alturas y bajo el contexto en el que se hallaban, todo aquello que significase como algo ético o moralmente correcto, además de no ser validado, era más una medida lejana; todo iba más allá del bien y el mal; no obstante, Diane no podía evitar sentirse mal acerca de lo ocurrido.
-Diane – Dijo Pecci repetidamente – Diane, Diane... ¡Diane!
Perdida en sus pensamientos, dejando de lado la filosofía y regresando a su labor, Diane logró focalizar su atención hacia Pecci, dejando todo aquello de lado y no prestándole más importancia.
-Eh...eh... si, todo salió bien – Dijo Diane.
-De acuerdo... - Dijo Pecci – Bien ¿Fue complicado conseguir el cerebro?
-No realmente – Dijo Abby.
-Lo dices porque tu no luchaste con una criatura de casi dos edificios completos – Dijo Diane reprochándole a Abby.
-Tranquilas – Dijo Pecci – Lo importante es que tienen el cerebro, por ende lo hicieron bien, ahora, más que nunca, les pido que puedan prepararse para lo que vamos a enfrentar ahora,
-Bien – Dijo Diane - ¿Qué haremos o buscaremos ahora?
-Es sencillo – Dijo Pecci – Van a buscar mis entrañas y viseras.
-Lo dices como si fuera normal buscar partes de tu descuartizado cuerpo.
-Creí que ya estabas acostumbrada Diane. No es como que todo lo que hubiera pasado antes de que yo dijera eso fueran meras insignificancias o cosas normales. Desde que entraste en la tortuga te atreviste a viajar con las rarezas en tu sistema, impregnadas y manifestándose todo el tiempo. Cada uno de tus pares craneales iba y va a resentir todo lo que este multiverso, si es que así quieren llamarle, tiene para ustedes dos.
-No, no, no – Dijo Diane, moviéndose hacia la vitrina con extrañas piezas de otros viajes, cerca de la camilla con los órganos de Pecci organizados – No me refiero a eso... con las otras partes parecías mostrar cierto dramatismo al instante de presentarlas.
-Si... era para tener cuidado con ustedes y evitar que se sintieran incomodas o con nauseas.
-Okey... - Dijo Abby - ¿Por qué no nos relajamos un poco y hablamos de otra cosa?
-No Abby – Dijo Diane – No podemos hacer eso.
-¿Por qué no? – Preguntó Pecci – ¿Acaso te carcome algo por dentro?
-No, acaso se nota que me siento triste por ese maldito pulpo que tenía esperanza de vivir, pero nada más, bruja desagradable.
-Tal vez deberías quedarte aquí a morir con el resto de las cosas que antes tenían vida – Dijo Pecci con un tono enfurecido.
-¿Por qué no me acompañas? Te agrada de sobremanera ver morir todo – Dijo Diane con sarcasmo y odio en sus palabras.
-¡Basta! – Dijo Abby – No van a solucionar nada discutiendo simplemente porque si.
-¿"Porque si"? – Preguntaron enojadas ambas al unísono.
-Yo no fui quien tuvo la magnífica idea de morirse y reencarnar para buscar sus partes muertas.
-La gramática no es lo tuyo Diane – Dijo Pecci burlándose de Diane.
-No necesito saber ningún sinónimo y tecnicismos en el habla para saber que, si tuvieras algo que amar, lo cambiarias para solo verlo morir.
- ¿Acaso crees que me produce placer ver morir las cosas? – Preguntó Pecci con un falso tacto de duda existencial - ¿No es si no la muerte parte de la vida? ¿Crees que amo la muerte como algo divertido o magnifico? No, Diane. La muerte es algo que viene arbitrariamente; no puedes culparme por su presencia.
-Pero...
-Buscas a un culpable para intentar sentirte mejor con lo que ocurrió allí afuera. Creer que aquella criatura tenía empatía es quizá uno de los peores errores que pudiste y puedes cometer. Sería mejor que dejaras de pensar en ello. No hay ni existirá tal cosa como empatía en un ser cósmico que simplemente era un cerebro, pero con vida.
-La vida lo hace importante ¿Qué hace que lo desprestigies? – Preguntó encolerizada Diane.
- ¡Ya basta! Ya basta – Dijo Abby – No llegaremos a nada si siguen discutiendo. Diane, lo que hicimos allá no tuvo nombre, acabamos con la vida de un universo entero que solo tenía a la tierra como el ultimo cuerpo cósmico con vida. No tenemos el valor suficiente para poder reconocerlo y lo puedo entender; no buscarás darte a ti toda la culpa y genuinamente no la tienes. Pero Pecci tiene razón al creer que tenemos que dejarlo pasar, o eso pienso que quiso decir. El punto es que da lo mismo si matamos algo que podía mantener con vida al universo. La propia tierra y las decisiones que antes tomaron los habitantes de los otros cuerpos cósmicos no son algo que nos concierna a nosotros y mucho menos algo que siquiera pudimos haber evitado, Diane. Debemos de vivir con ello o si no, nos perseguirá sin razón por el resto de nuestras vidas.
-Pero Abby...
-No Diane. Debes de entender que lo que pasó allí no fue culpa tuya y menos culpa de Pecci. El mundo, el universo y quienes lo habitaron fueron los que buscaron la culminación de su existencia; nosotras solo terminamos lo inevitable, lo que pudo ser en algún momento.
-Abby... gracias por...
-Pecci – Dijo Abby interrumpiendo a Pecci – Te suplico que evites tomar bruscos atajos para justificar lo que sea que no o si hayas hecho. Debemos llegar a un acuerdo y recordar que todos aquí somos culpables y a la vez no lo somos; no debemos pensar individualmente amigas, eso sería contraproducente para quien sea que pise esta habitación.
-Está bien – Dijo Diane.
-No me parece la medida mas ortodoxa, pero no tenemos alternativa. Si no queremos matarnos entre nosotras – Dijo Pecci.
-Si, vaya que deseas matarnos, hija de...
- ¡Diane! – Abby interrumpió a Diane, no sin antes darle un puñetazo en el estómago, para que guardara silencio y perdiera el aire, evitando que hablara siquiera.
-Está bien – Dijo Diane tras recuperarse, aunque con algo de esfuerzo también.
-Entonces ¿Qué haremos ahora, Pecci?
- ¿Calmarnos y tomar la culpa como algo que las tres debemos tener?
-No, me refiero a nuestro viaje.
-Ohh, cierto – Dijo Pecci – Dejen configuro el Cryptex; mientras siéntense en los sillones y abróchense bien los cinturones.
-Ah, una cosa más – Dijo Abby.
-Si ¿Qué pasó? – Dijo Diane y Pecci al mismo tiempo.
- ¿Podrían explicarme bien su pelea? – Dijo Abby – No entendí nada, si esto o lo otro. Cuando se enfurecen dicen cosas sin sentido que tienen sentido, pero a la vez no.
Ambas se sintieron extrañadas. Al parecer, ni ellas sabían que era lo que había pasado, y si sus palabras tenían al menos una pizca de sentido.
II
U n i v e r s o: 7, 9, 3, 9, 8, 2.
Tras configurar el Cryptex, y un turbulento viaje, como era de costumbre, aterrizaron en un nuevo e interesante mundo, lejos de la comprensión de las chicas que provenían de un lugar "normal" bajo su percepción.
Todo terminó y las chicas salieron de la tortuga. Sin embargo, antes de salirse por completo, un frio atroz las paralizó por completo a las dos. Se sentían prácticamente parapléjicas por el clima, un feroz viento con copos de nieve volando a través de un cielo de color amarillento pálido, similar al beige.
Ellas se sentían que se desvanecían, y tan rápido que ello empezó a sentirse, su cuerpo dejó, curiosamente, de sentir frio. Su piel se volvió de un tono azulado, casi morado. Sus uñas se convirtieron en una especie de carbón.
Su cabello se volvía canoso, prácticamente blanco, junto a ello, un poco de pelaje blanco crecía en su pecho. Al instante que ello ocurría, la piel se sentía más áspera, la lengua tenía saliva más espesa, los dientes se hacían filosos y los ojos completamente negros con pupilas blancas.
En el instante que su cuerpo había cambiado completamente, Abby ya no se sorprendió, Diane tampoco, pero ambas se mostraron más tranquilas al sentir el intenso frio del ambiente como un clima templado.
Su voz, ahora era más ronca de ambas, y parecía una distorsión; no dejando de lado su tono femenino, aunque siendo más grave.
-Bien... debo advertirles a las dos que este lugar es sumamente hostil; si en los anteriores mundos encontraron seres humanos, o una suerte de ellos, aquí eso ya no existe. Este mundo ha sido convertido en un refrigerador en el espacio tiempo. No es el lugar más frio de la existencia, pero si uno de los más alejados del sol.
- ¿Qué quieres decir con eso? – Dijo Diane, sorprendiéndose de su tono grave de voz.
-Significa... ¡Wow! Suenas muy diferente... como sea. Quiero decir que deben de cuidarse bien de ahora en adelante. Las dos.
-Entonces esto será peor que la criatura de dos edificios del universo anterior ¿No? – Dijo Abby.
-Si... solo recuerden lo que deben de hacer, y Diane ¿Tienen el casco en sus manos?
-Si – Dijo Abby, sacándolo de su bolsillo trasero.
-Mételo en tu bolso – Dijo Pecci – No por nada te lo di.
- ¿Usted me lo dio?
-No importa... guarda allí el casco y protege bien lo que necesiten guardar para usarlo después. Por cierto ¿Tienen el Luvmendha?
-Si – Dijo Abby, sacándola del bolso.
-Excelente – Dijo Pecci acercándose a la tortuga – Me retiro, y recuerden, deben de buscar viseras; eso incluye estómago, intestinos, riñones, hígado y el páncreas. Procuren encontrar todo junto y si no, buscar cada uno de los componentes.
-Bien – Dijo Diane - ¿No hay más órganos allí?
-No... al parecer la única glándula que tengo, si es que cuenta como glándula, es el páncreas. No existen cosas como las glándulas suprarrenales o cosas así. No se compliquen tanto la vida señoritas.
Es así que, después de un discurso tan peculiar como siempre, por parte de Pecci, entró a la tortuga y se desvaneció en un vórtice azul.
Ahora Diane y Abby volvían a estar a su suerte.
***
Al estar más frio el ambiente, Diane y Abby decidieron no hablar en lo más mínimo, ya que el viento frio se metía en su boca, pasando por su garganta y siendo una sensación espantosa.
Primero, decidieron caminar hacia las montañas mas cercanas, cubriéndose de diversos y antagónicos vientos feroces. Diane, para evitar dañarse la cabeza o para que su vista no fuera cegada por la nieve que volaba en el aire, tomó su saco y se lo quitó, poniéndoselo como una suerte de gorra. Abby hizo lo mismo, excepto que fue con su pashmina rosa, una suerte de bufanda con tela más delgada.
Ambas, ya estando cubiertas y con calor corriendo por sus cuerpos, treparon la montaña. Estando a un tercio de la subida, se encontraron con una pendiente firme, en donde tomaron un reposo. Diane se estiró un poco, mientras que Abby se acomodaba su intento de gorro.
Después ello, siguieron intentando subir la montaña. Desde la pendiente no era necesario ya escalar, ya que está prácticamente llevaba a la cima sobre un camino de caracol.
La vista era sumamente simple, pero la belleza de la simpleza era algo indescriptible allí. Las montañas se postraban como seres colosales en hibernación y eterno descanso, vigilando a la nada misma, mientras la nieve se acumula sobre sus cabezas y sus espaldas. La nieve del suelo le daba la ilusión de ser una duna del desierto.
El cielo era de colores amarillentos pálidos, similar al beige, con nubes casi blancas, como la misma nieve, postradas en el firmamento, encimadas unas con otras, moviéndose abruptamente por el viento del lugar.
Estas cubrían al cielo beige y le daban la ilusión de ser gris. Un gris que no producía tristeza, si no una alegre e indescriptible paz. Las montañas tenían formas curiosas, siendo desde los grandes colosos que vigilan las provincias de la Antártida convertida en planeta, así como grandes riscos con vacíos interminables. Carámbanos surgiendo de las pendientes y las cordilleras, que se cernían en las sombras de la neblinosa nada del culmen del cielo, que llegaba hasta un lago congelado. Frente a este, había un enorme anillo rocoso que encerraba la vista del peculiar cuerpo cósmico que sustituía al sol. No generaba calor, pero daba luz por alguna razón.
Siguieron caminando por la montaña con escalera en forma de caracol, la cual tenía un tono azulado. Su viaje se detuvo cuando llegaron a la cima, descansando en la nieve de la punta y sentándose a mirar todo lo que había a su alrededor; la bella y absoluta nada.
Se acostaron en la nieve, haciendo, involuntaria o inconscientemente, ángeles de nieve.
Entonces, de la nada, Abby empezó a hablar.
-Diane – Dijo viendo las nubes amontonadas - ¿Crees que deberíamos quedarnos aquí?
- ¿De que hablas? – Preguntó Diane.
-Bueno. Este es un lugar tranquilo. A pesar del frio, se siente como el sueño más esperado para nosotras.
-Si...
Abby se volteó para mirar a Diane.
- ¿No te has preguntado que hubiera sido de nosotras si no nos hubiéramos conocido?
-Si...
-Siento que jamás hubiera tenido el valor de hacer cosas que ahora se hacer.
-Si...
-Digo. Antes tenía miedo de tomar una elección o de hablar con autoridad, sin embargo, me siento más segura de ello. Todo gracias a este extraño viaje que vivimos... y creo que tengo que mandarle un regalo a mi jefe. Nos otorgó el peor y a la vez el mejor sueldo que pudimos tener.
-Abby...
- ¿Si, Diane?
- ¿Tienes algún recuerdo feliz de tu infancia?
-Claro, todos lo tenemos.
- ¿En serio? – Diane se volteó hacia Abby.
-Si... yo recuerdo cuando mis padres y yo viajamos en barco desde Italia hasta Estados Unidos. Fue bastante gracioso mirar a las palomas pelearse con la mascota del capitán del barco.
-Vaya...
-Si... recuerdo también que mi padre había comido una hamburguesa con salsa habanero y eso causó que tomara agua de mar. Le hizo daño, pero pudo mejorarse rápidamente.
-Eso... no puedo decir si es algo bueno o algo malo.
-No se trata si es bueno o malo. Se trata de que es una remembranza.
- ¿De qué hablas, Abby?
-Bien... las memorias nos hacen ser lo que somos. Jamás encontrarás a una persona que no tenga memorias. Estas nos hacen las personas que somos, nos recuerdan como éramos y nos permiten crear a alguien mejor para el futuro. Sin ellas ¿Qué clase de seres sin conciencia ni empatía pudimos haber sido?
-Es un buen punto.
-Si...
Diane se acercó a Abby, y le dio un abrazo.
-Oye, oye, oye. No te me pongas sentimental – Dijo Abby riendo.
-No es eso, Abby... – Dijo Diane.
- ¿Entonces? – Preguntó confundida Abby.
-Nada, es solo que...
Diane se detuvo un poco, abrazando a Abby, para después acomodar su cabeza en su abdomen.
-Eres la primera verdadera amiga que tengo... jamás te lo había contado... nunca pareció necesario y mucho menos quería decirlo...
- ¿En serio?
-Si...
-Gracias... Diane... significa mucho para mí.
-Y para mi también tenerte como amiga.
Las dos chicas se abrazaron y se levantaron, para continuar con su camino.
Vieron que frente a ellas, había una enorme cantidad de pequeños iglúes, así que, con cierto espíritu de aventura, empezaron a bajar de la montaña para ir a ver que era lo que en realidad había allí.
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